Las responsabilidades de los líderes y obreros (14) Parte 2
En la iglesia, se observa otra clase de manifestación de competir por el estatus, la cual implica trastornar y perturbar la vida eclesiástica y el trabajo de la iglesia. A veces, por ejemplo, cuando los hermanos y hermanas comparten juntos un problema, la charla de todos aporta cierta luz; cuanto más comparten, más claros y lúcidos se vuelven los principios-verdad, y no tardan en comprender la senda de la práctica. Sin embargo, quizá haya alguien que, de repente, plantee una “idea brillante”, una sugerencia suya, que rompa la fluidez de la charla y la lleve por otros derroteros, dejando inconclusa la enseñanza del tema principal. A simple vista, no parece que esté causando ninguna perturbación, ni mucho menos impidiendo que otros compartan la verdad, sino que no ha elegido el momento apropiado para sacar este tema. Al introducir un nuevo tema de debate a compartir en un momento crítico en el que se está compartiendo la verdad para solucionar un problema, el asunto anterior queda interrumpido antes de resolverse por completo. ¿No supone esto dejar la tarea a la mitad? ¿Acaso no retrasa esto la solución del problema? No solo no se soluciona el problema, sino que se retrasa la comprensión de la verdad por parte de la gente. ¿Son capaces de hacer esto las personas con razón? ¿Sería ir demasiado lejos asegurar que tales cosas trastornan y perturban la vida de la iglesia? No, no creo que sea ir demasiado lejos. Si se perturba una reunión como esta cuando se está compartiendo la verdad para resolver un problema: ¿acaso no es eso trastornar y perturbar deliberadamente la vida eclesiástica? Si alguien siempre mete las narices en momentos cruciales cuando se está compartiendo la verdad para resolver un problema, si siempre intenta acortar las cosas, no se trata entonces de un problema de falta de razón; se está perturbando deliberadamente la reunión mientras se está compartiendo la verdad para resolver un problema, este es el hecho malvado de trastornar y perturbar la vida eclesiástica, simple y llanamente, y solo los anticristos y la gente malvada, aquellos que odian la verdad, hacen tales cosas. No importa el contexto o las circunstancias, las personas así siempre tienen que soltar sus “ideas brillantes”, siempre quieren que los ojos se fijen en ellos, ser el foco de atención. No importa lo crucial e importante que sea el tema que la gente está compartiendo, tienen siempre que meter las narices, que desviar la atención de la gente y soltar ideas altisonantes con el deseo de parecer únicos. ¿Qué clase de artimaña están intentando hacer? ¿Acaso no es eso competir por el estatus? Quieren controlar la situación. No quieren que la gente tenga una mayor comprensión y más claridad de la verdad; lo que más les importa es que todo el mundo les preste atención, los escuche, los obedezca y hagan lo que ellos dicen. Eso es claramente competir por el estatus. A algunas personas, independientemente del trabajo que realicen, cuando les pides que compartan ideas y planes específicos para poner algo en práctica, así como los pasos concretos para llevarlo a cabo de forma detallada, no se les ocurre nada. Sin embargo, les gusta soltar ideas altisonantes, parecer poco convencionales y hacer cosas novedosas y deslumbrantes. Da igual cuál sea la situación en cuestión, en cuanto se les ocurre una idea novedosa, la presentan como una inspiración y se apresuran a proponerla para que los demás la acepten y den su conformidad, sin detenerse a meditarla con detenimiento. Pero, cuando finalmente les piden que especifiquen sendas concretas para ponerla en práctica, se quedan sin palabras. Carecen de aptitudes, pero aun así albergan el deseo de lucirse, siempre aspirando a hacerse notar. No están dispuestos a tener un papel secundario; no quieren ser un simple seguidor corriente más. Temen continuamente que los demás los miren por encima del hombro, por lo que quieren reafirmar su presencia en todo momento. De modo que siempre están soltando ideas altisonantes para hacerse notar. ¿Por qué actúan así? Cuando les viene una idea a la cabeza, la consideran buena y digna de ser puesta en práctica ciegamente, sin meditarla ni dejarla madurar. Y, al presentarla apresuradamente, otras personas no la entienden y, como es natural, plantean algunas preguntas. Incapaces de responder, insisten en que llevan razón y que todos deberían aceptar su opinión. ¿Qué clase de carácter es este? ¿Qué consecuencias acarreará su infundada perseverancia en sus propias opiniones? ¿Resulta beneficiosa o perturbadora para el trabajo de la iglesia? ¿Resulta beneficiosa o perjudicial para el pueblo escogido de Dios? Son capaces de decirlo sin ningún sentido de la responsabilidad; ¿cuál es su propósito? Solo buscan reafirmar su presencia. Temen que los demás no sepan que tienen “ideas brillantes”, que no sepan que tienen calibre, inteligencia y aptitudes; se afanan en conseguir ese reconocimiento para que la mayoría de la gente los tenga en alta estima. ¿Qué sucede al final? Hacen sugerencias precipitadas y, al principio, los demás piensan que realmente poseen algunas aptitudes, algo auténtico. Sin embargo, con el tiempo, se hace patente que no son más que unos zopencos, que, aunque carecen de verdaderos conocimientos o destrezas, quieren tener siempre la última palabra. Esto es competir por el estatus. Aun sin aptitudes reales, quieren llevar la voz cantante; siempre sueltan ideas altisonantes sin presentar ningún plan concreto, pues carecen de una senda de práctica específica. ¿Qué consecuencias se producirían si realmente les confiaran una labor? Seguramente generarían retrasos. ¿Por qué siempre buscan competir por el estatus, ostentar el poder, cuando no son capaces de lograr nada? Son unos zopencos, les falta un hervor; expresándolo en términos más elegantes, carecen por completo de razón. Entre los no creyentes existen demasiadas personas así, de mucha palabrería y poca acción. La mayoría de la gente sabe discernirlas un poco. Si alguien está continuamente soltando ideas altisonantes y quiere parecer innovador, uno debería andar con cautela para no dejarse engañar. Si en verdad hay alguien con ideas perspicaces y que, además, puede presentar un plan concreto, solo cabría aceptarlo si resulta viable; si se limita a soltar ideas altisonantes sin presentar planes concretos, entonces uno debería tratarlo con cautela. Habría que celebrar una charla para determinar si existe o no un camino viable para sus ideas. Si la mayoría considera que su idea es factible y tiene una senda de práctica, debería probarse durante una temporada para ver qué resultados se obtienen antes de tomar una decisión.
Independientemente del aspecto de la verdad que la iglesia comparta o del problema que resuelva, aparecerán personas de toda clase. Tras interactuar con ellas durante largo tiempo, uno percibe quién puede aceptar la verdad y la ama realmente y quiénes son los que trastornan, perturban y no atienden las tareas debidas. ¿Creéis que aquellos con afición a soltar ideas altisonantes y presentar ideas novedosas pueden aceptar la verdad y emprender el camino correcto de la fe en Dios? En mi opinión, no les resulta fácil. ¿Qué papel desempeñan estas personas en la vida eclesiástica? ¿Cuáles son las consecuencias de que a menudo suelten ideas altisonantes y no atiendan las tareas debidas? Trastorna y perturba la vida eclesiástica, algo que la mayoría de las personas puede observar, y, si la situación continúa, retrasará al pueblo escogido de Dios en la búsqueda de la verdad y la entrada en la realidad. Aunque quienes gustan de soltar ideas altisonantes no son necesariamente personas malvadas, las consecuencias de sus acciones resultan muy perjudiciales para la entrada en la vida del pueblo escogido de Dios y, al mismo tiempo, sus acciones también retrasan y afectan a la obra de la iglesia. Así pues, ¿cómo debería resolverse este problema? ¿Cómo se debería lidiar adecuadamente con las personas que gustan de soltar ideas altisonantes y presentar ideas novedosas? El primer método es este: si les gusta soltar ideas altisonantes y siempre tienen opiniones, déjales que hablen primero y luego ejerce el discernimiento. Da igual quiénes sean, todos tienen libertad para hablar y expresar sus opiniones; nadie debería restringirlo. Debería permitirse que cualquiera que verdaderamente tenga ideas y percepciones sensatas hable y las aclare, para que todos las vean, y luego compartir y debatir si son correctas, si se ajustan a los principios-verdad y si se pueden adoptar al menos en parte. Si vale la pena aprender de ellas y se puede obtener algún beneficio, eso es bueno; si, después de compartirlo y debatirlo, se determina que sus propuestas carecen de valor y no son recomendables, entonces deberían abandonarse. Con esta práctica, todos tendrán más discernimiento; cada vez que surja algo, todos sabrán cómo reflexionar sobre dicha cuestión y comprenderán mejor a las diversas personas. Esta práctica resulta beneficiosa para el pueblo escogido de Dios y no provocará perturbaciones en la obra de la iglesia; esta manera de practicar es correcta. El segundo método es el siguiente: cuando las sugerencias carezcan de valor y no reporten ningún beneficio aunque se hable sobre ellas y se debatan, deberían rechazarse directamente; no hace falta compartirlas ni debatirlas. Si una persona continúa planteando tales “ideas brillantes” y cuestiones inútiles hasta el punto de que el pueblo escogido de Dios se harte y no esté dispuesto a escucharla más, ¿no habría que limitar a esa persona? Lo mejor sería aconsejarle que mostrara una mayor razón, que se abstuviera de decir cosas que no deberían decirse para evitar afectar a los demás. Si esta persona carece de razón e insiste en seguir así, causando perturbaciones en la vida eclesiástica y haciendo que todos se sientan particularmente molestos, incluso furiosos, es que se trata de una persona malvada que perturba la vida eclesiástica. Hay que lidiar con ella de acuerdo con los principios de la casa de Dios para depurar la iglesia; lo apropiado es echarlo de esta. Decidme, ¿a qué clase de personas pertenecen casi todos aquellos que gustan de soltar ideas altisonantes? ¿Son de las que persiguen la verdad? ¿Se gastan sinceramente para Dios? Desde luego que no. Entonces, ¿qué propósito e intención albergan al causar tales perturbaciones en la vida eclesiástica? Esto requiere discernimiento. Si todos han adquirido ya una comprensión suficiente de este tipo de personas y saben que carecen de intelecto, calibre y razón —que son sencillamente unos zopencos—, la manera más apropiada de lidiar con ellas cuando expresan sus “ideas brillantes” es frenarlas y limitarlas, hacerlas callar. Si insisten en hablar, en causar perturbaciones en la vida eclesiástica, hay que echarlas de la iglesia para evitar más problemas. Hay quien dirá: “¿No supone esto arruinar sus posibilidades de ser salvadas?”. Decir esto es un error. ¿Podría Dios salvar a tales personas? ¿Las personas que tienen ese carácter pueden aceptar la verdad? ¿Pueden alcanzar la salvación sin aceptar la verdad en lo más mínimo? ¿No es sumamente tonto e ignorante no poder ver siquiera el fondo de tales asuntos? En cualquier caso, aquellos que causan frecuentes perturbaciones en la vida eclesiástica son personas malvadas y Dios no las salvará. Mantener en la iglesia a alguien a quien Dios no salvará, ¿no significa perjudicar deliberadamente al pueblo escogido de Dios? ¿Aman de verdad aquellos que se compadecen de tales personas malvadas? Yo creo que no; el suyo es un amor falso. La verdad es que pretenden perjudicar al pueblo escogido de Dios. Por lo tanto, Sus escogidos deben permanecer alerta ante cualquiera que defienda a las personas malvadas para no dejarse desorientar por sus palabras endiabladas. Algunos que gustan de soltar ideas altisonantes pueden causar perturbaciones en la vida eclesiástica al hacerlo continuamente, aunque no parezcan malvados y no perpetren actos claramente malvados; como mínimo, son tipos atolondrados. ¿Qué opináis, puede salvarse la gente atolondrada? Desde luego que no. Si los atolondrados perturban la vida eclesiástica sin cesar, también habría que echarlos de la iglesia. La gente atolondrada no acepta la verdad, son impenitentes incorregibles y persiguen el mismo fin que las personas malvadas. Sean malvadas o atolondradas, si trastornan y perturban a menudo la vida eclesiástica, no hacen caso de los consejos y hablan descontroladamente como un coche sin frenos, ¿no es señal de una razón anómala? ¿Cuáles serían las consecuencias a largo plazo si estos atolondrados siguieran perturbando la iglesia de esta manera? Además, ¿pueden arrepentirse de verdad? ¿Salva Dios a las personas atolondradas con razón anómala? Una vez que se comprenden por completo estas cuestiones, quedará claro cómo lidiar con estos individuos debidamente. Sin duda la gente atolondrada no ama la verdad, la cual queda fuera de su alcance. Los atolondrados no entienden el lenguaje humano; cabría decir que carecen de humanidad normal y están medio locos; en realidad, son sencillamente unos inútiles. ¿Pueden rendir un buen servicio? Cabe afirmar sin duda que ni siquiera son capaces de rendir un servicio que esté a la altura, porque su razón es precaria; son personas que no entienden ni jota. Si alguien desea mostrar amor a las personas atolondradas, deja que las apoye. La actitud de la casa de Dios hacia los atolondrados es que hay que echarlos. A quien no acepte la verdad en lo más mínimo, a quien no cumpla sinceramente con su deber y lo desempeñe siempre de forma negligente, hay que limitarlo si causa perturbaciones frecuentes en la vida eclesiástica. Si hay quien siente remordimientos y está dispuesto a arrepentirse, se le debería dar la oportunidad de hacerlo. Aquellos cuya esencia no pueda desentrañarse deberían permanecer temporalmente en la iglesia a fin de que el pueblo escogido de Dios pueda supervisarlos, observarlos y tener más discernimiento. Si hay quienes constantemente trastornan y perturban y, a pesar de haberlos podado, siguen siendo impenitentes incorregibles, continúan compitiendo por la fama y las ganancias y atacando y excluyendo a las figuras positivas —en especial atacando a quienes persiguen la verdad y pueden contar testimonios vivenciales, así como a quienes se gastan sinceramente para Dios y cumplen con sus deberes—, es que son individuos malvados y anticristos, son incrédulos. En tal caso, no se trata solo de frenarlos y limitarlos; hay que echarlos de la iglesia con prontitud para evitar futuros problemas. Esta forma de práctica es totalmente conforme a las intenciones de Dios.
Estas son, a grandes rasgos, las diversas manifestaciones de competir por el estatus, desde las menores hasta las más graves. Las manifestaciones menores se refieren principalmente a burlarse de los líderes y obreros con palabras duras, ser puntillosos y atacar su proactividad con el objetivo de destruirlos y desacreditarlos. Las manifestaciones más graves son oponerse directa y abiertamente a los líderes y obreros, buscar cosas que puedan usar en su contra y juzgarlos, condenarlos, atacarlos y excluirlos, para luego aislarlos y obligarlos a admitir su culpa y dimitir, con el fin de apoderarse de su estatus. Estos son los problemas más graves de trastorno y perturbación que se dan en la vida eclesiástica. Aquellos que claman abiertamente contra los líderes u obreros y compiten con ellos por el estatus son quienes perturban la obra de la iglesia y se resisten a Dios, son personas malvadas y anticristos, y no solo hay que frenarlos y limitarlos; si la situación es grave y es necesario deshacerse de ellos o expulsarlos, entonces hay que lidiar con ellos conforme a los principios. Existe también otra manifestación de competir por el estatus: excluir y atacar a los miembros de la iglesia que más persiguen la verdad. Puesto que las personas que persiguen la verdad poseen una comprensión pura, así como cuentan con experiencias y un conocimiento verdadero de las palabras de Dios y a menudo comunican la verdad para resolver problemas entre los hermanos y hermanas, de modo que edifican al pueblo escogido de Dios y gradualmente ganan prestigio en la iglesia, estas personas malvadas y anticristos las envidian y se muestran desafiantes contra ellas, las excluyen y atacan. Cualquier comportamiento que consista en atacar o excluir a las personas que persiguen la verdad constituye directamente un trastorno y una perturbación para la vida eclesiástica. Hay quienes quizá no apuntan directamente hacia los líderes de la iglesia, pero sí sienten una antipatía y un desdén especiales por los miembros de la iglesia que comprenden la verdad y cuentan con experiencias prácticas. También excluyen y oprimen a dichas personas, y a menudo se burlan de ellas y las ridiculizan, llegando incluso a tenderles trampas y maquinar contra ellas, etcétera. Si bien esta clase de problemas no son tan graves en cuanto a su naturaleza y circunstancias como el hecho de competir con los líderes de la iglesia por el estatus, también conllevan trastornos y perturbaciones en la vida eclesiástica, y deben frenarse y limitarse. Si los hermanos y hermanas de la iglesia, en su mayoría, se ven afectados y sumidos a menudo en la negatividad y la debilidad, si los problemas generan consecuencias de estas características, vienen a ser trastornos y perturbaciones. No solo hay que restringir al tipo de gente malvada que crea trastornos y perturbaciones, sino que, además, habría que enviarla al Grupo B para aislarla y que reflexione, o bien habría que echarla. Aquellos que participan en acciones que por su naturaleza causan trastornos y perturbaciones son personas que cometen el mal habitualmente. En lo referente a cómo tratar a quienes hacen el mal, debería distinguirse entre las personas malvadas que lo hacen con frecuencia y quienes lo hacen de manera ocasional. Los individuos que perpetran maldades muy diversas son anticristos; los que cometen malas acciones esporádicamente son de pobre humanidad. Si dos personas discuten o se enzarzan en riñas de vez en cuando porque tienen personalidades incompatibles, o porque tienen diferentes puntos de vista al hacer las cosas, o porque tienen formas de hablar distintas, pero la vida eclesiástica no se ve afectada, entonces no encierra una naturaleza de causar trastornos o perturbaciones; se trata de un caso distinto, no es como si fueran personas malvadas que trastornan y perturban la vida eclesiástica. Todas las cosas que por naturaleza causan trastornos y perturbaciones en la vida eclesiástica, de las cuales hemos estado hablando, son manifestaciones de maldad por parte de las personas malvadas. Cuando estas hacen el mal, es lo habitual. Odian a las personas que persiguen la verdad más que a ninguna otra cosa. Cuando ven que alguien que persigue la verdad es capaz de contar su propio testimonio vivencial y se granjea así una especial admiración por parte de los demás, la envidia los corroe, se llenan de odio y los ojos les arden de rabia. Quien reflexiona y se conoce a sí mismo, quien comparte sus experiencias prácticas y quien da testimonio de Dios se encuentra con la burla, la denigración, la opresión, la exclusión, el juicio e incluso la persecución por parte de estas personas malvadas. Acostumbran a actuar de esta manera. No permiten que nadie sea mejor que ellos, no soportan ver que hay personas mejores que ellos. Cuando ven a alguien mejor, se ponen celosos, se enfadan, se indignan y piensan en hacerle daño y atormentarlo. Esta gente ya ha causado graves trastornos y perturbaciones en la vida eclesiástica y en el orden de la iglesia, por lo que los líderes y obreros deben unir fuerzas con los hermanos y hermanas para desenmascarar, frenar y limitar a tales individuos. Si no resulta posible limitarlos y no se arrepienten ni cambian de rumbo después de haberles comunicado la verdad, es que son malvados, y las personas malvadas deberían ser medidas y tratadas conforme a los principios de la casa de Dios para depurar la iglesia. Si, al compartir, los líderes y obreros alcanzan un consenso y determinan que se trata de una persona malvada que perturba la iglesia, el asunto debería manejarse de acuerdo con los principios-verdad: habría que echarla de la iglesia. Debe acabarse la tolerancia hacia esas personas malvadas que perturban la vida eclesiástica. Si los líderes y obreros tienen claro que esto viene a ser alguien malvado causando perturbaciones y, sin embargo, aún fingen ignorancia y toleran a la persona malvada que está haciendo el mal y causando la perturbación, es que no están cumpliendo sus responsabilidades para con los hermanos y hermanas y están siendo desleales a Dios y a Su comisión.
Hay personas que, observando su aspecto, quizá parezcan estar bien, pero que en realidad tienen un coeficiente intelectual similar al de un zopenco. Hablan y actúan sin entender qué es lo apropiado, faltos de la racionalidad de la humanidad normal. Estas personas también disfrutan compitiendo por el estatus y la reputación, pugnando por tener la última palabra y disputándose el aprecio de los demás. En la vida eclesiástica, a menudo proponen opiniones y argumentos válidos en apariencia, pero falaces en la realidad, con el fin de granjearse la atención y el aprecio de la mayoría, perturbando los pensamientos de la gente, perturbando su correcta comprensión y conocimiento de las palabras de Dios y perturbando su interpretación positiva de todas las cosas. Cuando otros hablan sobre las palabras de Dios y su entendimiento puro, estas personas a menudo aparecen como bufones para hacer notar su presencia y acaparar la atención de todos, siempre deseosos de mostrar a los hermanos y hermanas que conocen uno o dos trucos y que son unos eruditos, muy cultos e instruidos, entre otras cosas. Aunque aún no tienen objetivos claros en cuanto a qué líder apuntar o el puesto por el que quieren competir, sus deseos y ambiciones son tan grandes que sus palabras y acciones han causado perturbaciones en la vida eclesiástica, por lo que también hay que restringirlos de acuerdo con la gravedad de la situación y de su naturaleza. Lo mejor sería compartirles primero la verdad para guiarlos correctamente y orientar su comportamiento, facilitando que vuelvan a enderezarse y que entiendan cómo vivir con normalidad la vida eclesiástica, cómo interactuar con los demás, cómo permanecer en el sitio que les corresponde y cómo ser racionales. Si se trata de una cuestión debida a su corta edad, su falta de perspicacia y su arrogancia juvenil, y si se han arrepentido tras repetidas enseñanzas, dándose cuenta de que sus acciones pasadas eran incorrectas y vergonzosas, que repugnaban y causaban problemas a todos, y han expresado sus disculpas y remordimientos, entonces no existe necesidad de recriminárselo; se les puede ayudar simplemente con amor. Sin embargo, si las malas acciones que perturbaron a todos no se debieron a una arrogancia juvenil o a una falta de comprensión de la verdad, sino que estuvieron impulsadas por motivos ocultos, y persisten en su conducta a pesar del desaliento repetido; y si, asimismo, ya los han podado y los hermanos y hermanas han hablado con ellos sobre la gravedad de la situación —les han ofrecido enseñanzas y ayuda desde aspectos tanto negativos como positivos— y aun así no pueden reconocer su propia esencia-naturaleza, no perciben la perturbación que sus acciones causan a los demás ni sus graves consecuencias y continúan creando perturbaciones y trastornos al llevar a cabo estas mismas acciones cada vez que tienen la oportunidad, en este caso está justificado tomar medidas más severas. Si, tras haberles concedido sobradas oportunidades para arrepentirse, no reflexionan ni intentan conocerse a sí mismos en lo más mínimo, y si no comprenden la verdad por más que se haya compartido con ellos, ni saben cómo actuar racionalmente y de acuerdo con los principios, sino que se aferran con obstinación a su propio estilo de hacer las cosas, es que existe un problema con estos individuos. Como mínimo, desde un punto de vista racional, carecen de la razón de una persona normal. Esto es viéndolo por encima. Si, al observarlo en términos de esencia, independientemente de cómo hayan compartido con ellos, no son capaces de reconocer la gravedad del asunto, ni de encontrar el sitio que les corresponde, ni de aceptar que compartan con ellos y los ayuden, ni de practicar conforme a la senda compartida por los hermanos y hermanas; si ni siquiera pueden lograr estas cosas, su problema no consiste solo en una falta de razón, sino que radica en su humanidad. Aunque parezca que causan trastornos y perturbaciones involuntariamente, desde luego sus actos no carecen de intención, sino que los perpetran con un propósito y motivos. Dejando a un lado cuáles podrían ser los motivos o el propósito de estos individuos, si sus palabras y acciones trastornan y perturban gravemente la entrada en la vida de los hermanos y hermanas, así como la vida eclesiástica, llevando a que muchas personas no ganen nada viviéndola, hasta al extremo de que otros no estén dispuestos a reunirse solo porque ellos se hallan presentes, o si cada vez que hablan la gente se desanima y quiere marcharse, entonces la naturaleza de este problema llega a ser grave. ¿Cómo habría que lidiar con estos individuos? Si siguen persistiendo en hacer estas cosas a pesar de que les hayan ofrecido enseñanzas y ayuda en numerosas ocasiones y les hayan dado oportunidades para arrepentirse, es que su esencia-naturaleza es problemática. No son auténticos creyentes en Dios y no pueden aceptar la verdad, sino que tienen otras intenciones ocultas. Observando su esencia-naturaleza, no cabe duda de que los trastornos y perturbaciones que causan a la vida eclesiástica no son involuntarios, sino que albergan un propósito y motivos. ¿Sería justo para el pueblo escogido de Dios, el cual vive la vida eclesiástica con normalidad, que les concedieran más oportunidades? (No). El problema con tales individuos ya se ha revelado hasta este punto; si les siguen concediendo oportunidades esperando que se arrepientan y, como resultado, terminan cometiendo más maldades, sumiendo a más gente en un estado de negatividad y debilidad, y sin tener salida, ¿quién compensará esta pérdida? Por lo tanto, si les han ofrecido enseñanzas y ayuda con amor, o se han tomado medidas para frenarlos y limitarlos, pero ni aun así cambian sus viejas costumbres y persisten en su conducta original, habría que lidiar con ellos de acuerdo con los principios: en los casos leves, habría que aislarlos; en los casos graves, habría que echarlos de la iglesia. ¿Qué os parece este principio? ¿Consiste en machacar a alguien sin piedad, sin darle la oportunidad de arrepentirse? ¿O en tomar una decisión arbitraria sin ejercer ningún discernimiento y sin comprender con claridad cuál es su verdadera esencia-naturaleza? (No). Si, a pesar de haberles ofrecido enseñanzas y ayuda y haberles dado la oportunidad de arrepentirse, estos individuos no han cambiado sus maneras ni su carácter en lo más mínimo ni se han arrepentido, siguiendo igual que antes —con la única diferencia de que lo que antes hacían abierta y visiblemente ahora lo hacen en secreto y furtivamente, pero la perturbación y el trastorno siguen siendo los mismos—, entonces la iglesia ya no puede mantenerlos en su seno. Tales individuos no son miembros de la casa de Dios; no pertenecen a Su rebaño. Su presencia en la casa de Dios no sirve más que para causar trastornos y perturbaciones; son lacayos de Satanás, no son hermanos o hermanas. Si siempre los tratas como si fueran hermanos o hermanas, sin dejar de brindarles apoyo y ayuda ni de compartir la verdad con ellos y al final resulta que has invertido en vano una gran cantidad de esfuerzo sin obtener ningún fruto, ¿no has hecho el tonto? Es algo más que el tonto; es una estupidez, ¡una estupidez absoluta!
Examinando la naturaleza de los problemas, las diversas manifestaciones y los tipos de personas, acontecimientos y cosas involucrados en la competición por el estatus pueden clasificarse básicamente en estas tres categorías. Competir por el estatus es un problema común en la vida eclesiástica, que surge en diferentes grupos de personas y en distintas facetas de esta. En cuanto a los que compiten por el estatus, en los casos leves se les debería ofrecer una extensa enseñanza de la verdad para brindarles apoyo y ayuda a fin de que puedan comprenderla, así como la oportunidad de arrepentirse. Si se trata de un caso grave, habría que vigilarlos de cerca y, en cuanto se descubra que hablan o actúan con el objetivo de lograr un determinado fin o propósito, habría que frenarlos y limitarlos de inmediato. En los casos de incluso mayor gravedad, habría que tratarlos y lidiar con ellos de acuerdo con los principios de la iglesia para echar y expulsar a la gente. Esta es la responsabilidad que deben cumplir los líderes y obreros cuando en la vida eclesiástica aparecen personas, acontecimientos y cosas involucrados en la competición por el estatus. Por supuesto, también se requiere que todos los hermanos y hermanas den un paso al frente y cooperen con los líderes y obreros en esta tarea, restringiendo colectivamente las diversas conductas y acciones de las personas malvadas que causan trastornos y perturbaciones; cerciorándose de que no vuelvan a producirse; esforzándose por garantizar que cada ocasión de la vida eclesiástica esté esclarecida por el Espíritu Santo, colmada de paz, alegría y la presencia de Dios, y tenga Su bendición y Su guía; esforzándose para que cada reunión sea un momento de gozo y ganancia. Esta es la mejor clase de vida eclesiástica, la que Dios desea ver. Acometer esta labor resulta relativamente complejo para los líderes y obreros, pues implica relaciones interpersonales, así como la reputación y los intereses de la gente y su nivel de comprensión de la verdad, lo cual plantea un desafío algo mayor. Sin embargo, cuando surjan problemas, no los evites, ni minimices las cuestiones importantes como si fueran nimias, pues al tratarlas como si fueran asuntos menores al final quedarán sin resolver; tampoco deberías recurrir a las filosofías para los asuntos mundanos y hacerles la vista gorda. Es más, no seas una persona complaciente y en su lugar trata a los diversos individuos que compiten por el estatus de acuerdo con los principios-verdad. ¿Ha quedado clara esta enseñanza? (Sí). Pues con esto concluye nuestra charla sobre el punto cinco.
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