Las responsabilidades de los líderes y obreros (15) Parte 3
3. Riñas verbales
En la iglesia, hay también otra clase de persona, aquella que tiene una especial afición por justificarse. Por ejemplo, si se equivocó al hacer o decir algo, teme que los demás puedan tener una mala opinión de ella y que afecte a su imagen a los ojos de la mayoría, de modo que se justifica y explica lo ocurrido durante las reuniones. Su propósito es evitar que la gente se forme una mala opinión de ella, de modo que le dedica mucho esfuerzo y reflexión; se pasa el día cavilando: “¿Cómo puedo aclarar este asunto? ¿Cómo puedo explicárselo con claridad a esa persona? ¿Cómo puedo refutar las malas opiniones que se ha formado sobre mí? La reunión de hoy es una buena oportunidad para hablar de esta cuestión”. En la reunión, dice: “La última vez no pretendía herir ni exponer a nadie con lo que hice; tenía buena intención, quería ayudar a la gente. Sin embargo, algunas personas siempre me malinterpretan, siempre buscan señalarme y me consideran codicioso, ambicioso y de mala humanidad. Pero en realidad no soy así para nada, ¿verdad? No he hecho ni dicho cosas de ese estilo. Cuando he hablado de alguien que no estaba presente, no es que quisiera causarle problemas deliberadamente. Cuando la gente hace algo malo, ¿cómo puede impedir que los demás lo comenten?”. Dice muchas cosas para justificarse y defenderse, a la vez que también expone unos cuantos problemas de la otra parte, todo ello para desvincularse del asunto, para hacerles creer a todos que lo revelado no era un carácter corrupto y que no tiene una mala humanidad ni aversión por la verdad, y mucho menos malas intenciones, y hacerles pensar, por el contrario, que es bienintencionada, que a menudo se malinterpretan sus buenas intenciones y que la condenan a causa de los malentendidos de los demás. Tanto de forma explícita como implícita, sus palabras consiguen que los oyentes crean que es inocente y que quienes son malvados y no aman la verdad son las personas que pensaban que se había equivocado y que era mala. Al oír esto, la otra parte comprende: “¿Acaso el objetivo de tus palabras no es decir que no tienes un carácter corrupto? ¿Acaso no lo haces más que para quedar bien? ¿Acaso no indica esto que no te conoces a ti mismo, que no aceptas la verdad ni aceptas los hechos? Si tú no aceptas estas cosas, perfecto, pero ¿por qué señalarme a mí? Yo no pretendía señalarte a ti ni quería atacarte. Puedes pensar lo que quieras; ¿qué tiene que ver conmigo?”. Y entonces no puede contenerse y dice: “Cuando algunas personas se enfrentan a un problema menor y sufren un trato levemente injusto o un poco de dolor, se vuelven reacias a aceptarlo y quieren justificarse y explicarse; tratan siempre de desvincularse del asunto, siempre quieren quedar bien, dorar su imagen. No son de esa clase de personas, así que ¿por qué intentan quedar bien, hacer como si fueran perfectas? Además, yo comparto la verdad, no tengo a nadie como objetivo, ni pienso en atacar a nadie ni en vengarme de nadie. ¡Que la gente piense lo que quiera!”. ¿Estas dos personas están compartiendo la verdad? (No). ¿Qué están haciendo, entonces? Una de las partes dice: “Lo que hice fue por la obra de la iglesia. Me da igual lo que pienses”. La otra dice: “Cuando el hombre actúa, el cielo vigila. Dios conoce los pensamientos de la gente. No pienses que, solo porque tengas una cierta dosis de buena voluntad, aptitud y elocuencia y no obres mal, Dios no te escrutará; no pienses que si ocultas profundamente tus pensamientos Dios no podrá verlos. Todos los hermanos y hermanas pueden verlos, ¡y mucho más Dios! ¿No sabes que Él escruta lo más profundo del corazón de las personas?”. ¿Sobre qué discuten las dos? Una parte se está esforzando con ahínco por justificarse, por exonerarse, pues no quiere que los demás se formen una mala impresión de ella, mientras que la otra insiste en no dejarlo pasar, en no permitir que esa persona quede bien, y al mismo tiempo pretende desenmascararla y condenarla con reprimendas. A primera vista, estos dos no se insultan ni se exponen directamente, pero su discurso alberga un propósito: una parte intenta evitar que la otra la malinterprete y exige que limpie su nombre, mientras que la segunda se niega a hacerlo y, en vez de eso, insiste en etiquetarla y condenarla, exigiendo que lo reconozca. ¿Es esta conversación compartir la verdad de forma normal? (No). ¿Es una conversación basada en la conciencia y la razón? (No). Entonces, ¿cuál es la naturaleza de una conversación de este tipo? ¿Es esta clase de conversación enzarzarse en ataques mutuos? (Sí). ¿El primer individuo, el que se justifica, está hablando sobre cómo aceptar las cosas de parte de Dios, conocerse a sí mismo y encontrar los principios que deberían practicarse? No, está justificándose ante otras personas. Quiere aclararles a los demás cuáles son sus pensamientos, puntos de vista, intenciones y propósitos, explicarse ante la otra parte y que esta limpie su nombre. Además, quiere desmentir la exposición y condenación que le ha hecho la otra parte y, no importa si lo que esta ha dicho se ajusta a los hechos o la verdad, mientras este no lo reconozca ni esté dispuesto a aceptarlo, considerará que la otra parte se equivoca y querrá rectificarlo. Mientras, la otra parte no quiere limpiar su nombre, sino desenmascararlo y obligarlo a que acepte su condenación. La una no está dispuesta a aceptar y la otra insiste en que lo haga, lo cual desencadena ataques entre ellas. La naturaleza de esta clase de diálogo es la de enzarzarse en ataques mutuos. Así pues, ¿cuál es la naturaleza de estos ataques? ¿Se caracteriza esta conversación por las negaciones, las quejas y las condenaciones mutuas? (Sí). ¿Esta clase de diálogos también ocurren en la vida de iglesia? (Sí). Las conversaciones de este tipo son riñas verbales.
¿Por qué llamamos riñas verbales a este tipo de diálogos? (Porque las personas implicadas discuten sobre lo correcto y lo incorrecto, nadie intenta conocerse a sí mismo y nadie gana nada; insisten obstinadamente en darle vueltas al asunto y los diálogos carecen de sentido). No hacen más que hablar y malgastar aliento discutiendo sobre quién lleva razón o se equivoca, quién es superior o inferior. Discuten incesantemente sin que haya vencedor, y vuelven a discutir. A la larga, ¿qué ganan con esto? ¿Una comprensión de la verdad, una comprensión de las intenciones de Dios? ¿La capacidad de arrepentirse y aceptar el escrutinio de Dios? ¿La capacidad de aceptar cosas de parte de Dios y de conocerse más a sí mismos? No ganan ninguna de estas cosas. Estas disputas sin sentido y estos diálogos sobre lo correcto y lo incorrecto constituyen riñas verbales. Por expresarlo sin ambages, las riñas verbales son conversaciones totalmente sin sentido, en las que no se dicen más que tonterías, ni una sola palabra resulta edificante o beneficiosa para los demás, sino que todas las palabras pronunciadas son hirientes y nacen de la voluntad humana, la impulsividad, la mente de las personas y, por supuesto, aún más de su carácter corrupto. Cada palabra pronunciada es en aras de los intereses propios, de la propia imagen de uno y de su reputación, no para edificar o ayudar a los demás, ni para comprender algún aspecto de la verdad o las intenciones de Dios, ni por supuesto para hablar de cuáles de las actitudes corruptas de uno quedan expuestas en las palabras de Dios, de si su carácter corrupto coincide con Sus palabras, ni de si uno tiene una comprensión correcta. Por muy agradables, sinceras o devotas que suenen estas autojustificaciones y explicaciones sin sentido, todo son riñas verbales y juicios y ataques mutuos, los cuales no benefician ni a los demás ni a uno mismo. No solo perjudican a otros y afectan a las relaciones interpersonales normales de uno, sino que además entorpecen el propio crecimiento vital. En resumen, con independencia de las excusas, las intenciones, las actitudes, el tono utilizado o los medios y técnicas empleados, siempre que conlleven juicios y condenaciones arbitrarios a otros, dichas palabras, métodos y demás se englobarán en la categoría de atacar a los demás; todo ello son riñas verbales. ¿Se trata de un ámbito amplio? (Bastante). Entonces, cuando os enfrentéis a ataques, juicios y condenaciones de la gente, ¿podréis absteneros de adoptar comportamientos que impliquen atacar y condenar a los demás? ¿Cómo deberíais practicar cuando os encontréis en este tipo de situaciones? (Debemos llegar a callar ante Dios mediante la oración; así ya no habrá odio en nuestro corazón). Mientras una persona sea comprensiva y razonable, mientras pueda callar ante Dios y orarle, así como aceptar la verdad, logrará controlar sus intenciones y deseos y así alcanzar un punto en el que ni juzgue ni ataque a otros. Siempre que alguien no tenga la intención y el propósito de desahogar su rencor personal o buscar venganza, ni por supuesto la intención de atacar a la otra parte, y en su lugar la hiera de manera involuntaria porque no comprende la verdad, o solo la comprende muy en la superficie, y porque es un tanto necio e ignorante o terco, entonces, por medio de la ayuda, el apoyo y la enseñanza de los demás, una vez que comprenda la verdad, su discurso se tornará más preciso, al igual que sus evaluaciones y puntos de vista sobre los demás, y será capaz de tratar correctamente el carácter corrupto que otras personas revelan, así como sus acciones equivocadas, de modo que de forma gradual se reducirán sus ataques y juicios hacia los demás. Sin embargo, si uno vive siempre conforme a su carácter corrupto, buscando la ocasión de vengarse de cualquiera que le desagrade o que lo haya ofendido o perjudicado en el pasado, si siempre alberga intenciones así y no busca la verdad, ni ora a Dios, ni confía en Él en absoluto, entonces será capaz de atacar a la gente en cualquier momento y lugar, lo cual tiene difícil solución. Los ataques involuntarios se solucionan con facilidad, pero no los ataques deliberados e intencionados. Si alguien ataca y juzga a otros de forma esporádica y no deliberada, mediante el apoyo y la ayuda de quienes comparten la verdad, una vez que la comprenda podrá cambiar el rumbo. Sin embargo, si alguien busca constantemente vengarse y desahogar su rencor personal, si siempre quiere atormentar o hundir a los demás y ataca a otros con esas intenciones, las cuales pueden ser percibidas y vistas por todos, entonces dicha conducta se convierte en un trastorno y una perturbación para la vida de iglesia; constituye en su totalidad un trastorno y una perturbación deliberados. Por lo tanto, resulta difícil cambiar este carácter de atacar a otros.
¿Entendéis ahora cómo debería resolverse la cuestión de los ataques y condenas a otros? Solo hay una forma: uno debe orar a Dios y confiar en Él; así, poco a poco, su odio desaparecerá. Existen fundamentalmente dos tipos de personas que pueden atacar a los demás. El primero lo forman quienes hablan sin pensar, aquellos que son directos y no tienen pelos en la lengua y que pueden llegar a decir cosas hirientes a la gente que encuentran desagradable. Sin embargo, la mayoría de las veces no atacan a la gente de manera intencionada o deliberada; es solo que no pueden contenerse, es su carácter, y sin darse cuenta fraguan ataques contra otras personas. Si los podan, lo aceptan, por lo que no son personas malvadas ni son objetivos que depurar. Pero las personas malvadas no aceptan la poda y causan frecuentes trastornos y perturbaciones en la vida de iglesia, a menudo atacan, juzgan, critican y toman represalias contra otros y no aceptan la verdad en lo más mínimo. Son personas malvadas, y son aquellos de los que la iglesia necesita ocuparse y a quienes necesita depurar. ¿Por qué es necesario ocuparse de ellas y depurarlas? A juzgar por su esencia-naturaleza, la conducta de atacar a otros no es involuntaria, sino deliberada, porque tales personas tienen una humanidad maliciosa —nadie puede ofenderlas ni criticarlas y, si alguien dice algo que las hiere de manera fortuita, aunque sea solo un poco, pensarán en buscar la ocasión de vengarse— y, por lo tanto, son capaces de fraguar ataques contra otros. Este es uno de los tipos de personas de los que la iglesia necesita ocuparse y a los que necesita depurar. Cualquiera que se enzarce en ataques mutuos y riñas verbales —no importa qué parte sea, si la activa o la pasiva—, siempre que esté involucrado en este tipo de ataques, es una persona malvada con intenciones siniestras que atormentará a otros al menor descontento. Las personas así causan graves trastornos y perturbaciones a la vida de iglesia. Son un tipo de persona malvada dentro de la iglesia. Los casos menos graves pueden abordarse aislando a la persona en cuestión para que reflexione; en los casos más graves, hay que echarla o expulsarla. Este es el principio que los líderes y obreros deben comprender a la hora de manejar este asunto.
Gracias a esta enseñanza, ¿entendéis ahora qué significa atacar a otros? ¿Podéis discernirlo? Después de que Yo haya definido lo que es un ataque, hay quien piensa: “Con una definición tan amplia, ¿quién se atreverá a hablar en el futuro? Ninguno de nosotros, seres humanos, comprendemos la verdad, así que con solo abrir la boca estaremos atacando a otros, ¡lo cual es terrible! En el futuro, deberíamos limitarnos a comer alimentos y beber agua y guardar silencio, sellar los labios y no hablar a la ligera desde el momento en que nos levantamos por la mañana, para evitar atacar a otros. Eso sería genial y nuestros días serían mucho más pacíficos”. ¿Es correcta esta manera de pensar? Cerrando la boca no se soluciona el problema; la esencia de la cuestión de los ataques a otros es un problema en el corazón de uno, está causado por el carácter corrupto propio; la boca de uno no es el problema. Las cosas que la gente expresa por la boca están gobernadas por su carácter corrupto y sus pensamientos. Si se resuelve el carácter corrupto de una persona y esta realmente comprende algunas verdades, y si adopta un discurso en cierto modo mesurado y con principios, el problema de sus ataques a otros se resolverá en parte. Por supuesto, dentro de la vida de iglesia, para que las personas gocen de relaciones interpersonales normales y no se enzarcen en ataques mutuos o riñas verbales, es necesario que se presenten ante Dios en oración con frecuencia, que pidan Su guía y que guarden silencio ante Él con corazones piadosos que sientan hambre y sed de justicia. De ese modo, cuando alguien diga sin darse cuenta algo que te hiera, tu corazón podrá aquietarse ante Dios, no se lo reprocharás ni querrás discutir con ese alguien, ni mucho menos defenderte y justificarte. En vez de eso, lo aceptarás de parte de Dios, le darás gracias por haberte concedido una buena oportunidad para conocerte a ti mismo, así como por haberte permitido ser consciente de que aún tienes tal o cual problema a través de las palabras de otros. Esto es una buena oportunidad para que te conozcas a ti mismo, es la gracia de Dios y deberías aceptarla de parte de Él. No debes albergar resentimiento hacia la persona que te hirió, ni sentir repulsión y odio hacia quien, sin querer, sacó a relucir tus fallos o expuso tus defectos, ni evitarlo queriendo o sin querer, ni emplear toda suerte de métodos para tomar represalias contra él. Ninguno de estos enfoques complace a Dios. Preséntate ante Él para orar a menudo y, cuando tu corazón se haya calmado, serás capaz de tratarlo correctamente cuando otros te hagan daño sin querer, serás capaz de mostrarles tolerancia y paciencia. Si alguien te hace daño intencionadamente, ¿qué deberías hacer? ¿Cómo lo abordarías? ¿Discutirías con él, llevado por la impulsividad, o callarías ante Dios y buscarías la verdad? Por supuesto, no hace falta que Yo lo diga, todos sabéis perfectamente cuál es la forma correcta de entrar.
Resulta muy difícil evitar los ataques mutuos y las riñas verbales en la vida de iglesia confiando solo en la fuerza, el autocontrol y la paciencia humanos. Por muy buena que sea tu humanidad, por muy gentil, amable y magnánimo que seas, es inevitable que te encuentres con personas o cosas que hieran tu dignidad, tu integridad y demás. En tu mente, deberías tener un principio sobre cómo manejar y tratar este tipo de situaciones. Si las abordas con impulsividad, es muy fácil: alguien te insulta y tú lo insultas a él, alguien te ataca y tú contraatacas, aplicas el ojo por ojo y diente por diente, devuelves todo cuanto te echen encima usando los mismos métodos y proteges tu dignidad, tu integridad y tu prestigio. Esto es muy fácil de conseguir. Sin embargo, deberías sopesar en tu corazón si este método es aconsejable, si resulta beneficioso tanto para ti como para los demás y si complace a Dios. A menudo, cuando la gente no ha comprendido la esencia de la cuestión, su pensamiento inmediato es: “No me muestra misericordia, así que ¿por qué debería mostrársela yo? No me muestra amor, así que ¿por qué debería tratarlo con amor? No tiene paciencia conmigo y no me ayuda, así que ¿por qué debería ser paciente con él o ayudarlo? Es desagradable conmigo, así que le haré daño. ¿Por qué no puedo devolver ojo por ojo y diente por diente?”. Este es el primer pensamiento que le viene a la gente a la cabeza. Pero, al actuar realmente de este modo, ¿te sientes en paz por dentro o inquieto y dolido? Cuando realmente eliges esto, ¿qué ganas? ¿Qué obtienes? Muchas personas han experimentado que, al actuar realmente de este modo, se sienten inquietas por dentro. Por supuesto, para la mayoría de la gente, no se trata de un cargo de conciencia, ni mucho menos una inquietud causada por la sensación de estar en deuda con Dios; la gente no posee esa clase de estatura. ¿Qué les causa esta inquietud? Proviene del odio de las personas, del desafío a su dignidad e integridad cuando las insultan, así como del dolor que sienten y de los estallidos de furia, odio, rebeldía e indignación que surgen en su corazón después de que las hayan provocado verbalmente, todo lo cual les genera inquietud. ¿Cuáles son las consecuencias de esa inquietud? Al momento de sentirla, empezarás a contemplar cómo usar el lenguaje para tratar a la otra persona, cómo emplear medios legales y razonables para derribarla, para demostrarle que tienes dignidad e integridad y que no es fácil intimidarte. Cuando te sientes inquieto, cuando produces odio, no piensas en mostrarle a esa persona paciencia y tolerancia, ni en tratarla correctamente, ni en otras cosas positivas, sino en todas las cosas negativas, como celos, repulsión, desprecio, animosidad, odio y condenación, hasta el extremo de que, en tu fuero interno, la insultas incontables veces y, sea la hora que sea —aunque estés comiendo o durmiendo—, piensas en cómo vengarte e imaginas cómo la tratarás y cómo manejarás esas situaciones si te ataca o te condena, y cosas por el estilo. Te pasas el día cavilando cómo derribar a la otra persona, cómo descargar tu resentimiento y tu odio y cómo conseguir que ceda ante ti, te tema y no se atreva a volver a provocarte. Asimismo, piensas a menudo en cómo darle una lección para hacerle saber cuán poderoso eres. Cuando surgen estos pensamientos y cuando los escenarios imaginados se reproducen repetidas veces en tu mente, la perturbación y las consecuencias que te causan son inconmensurables. Una vez que caes en el estado de enzarzarte en riñas verbales y ataques mutuos, ¿cuáles son las consecuencias? ¿Resulta fácil entonces callar ante Dios? ¿No retrasa tu entrada en la vida? (Sí). Este es el impacto que tiene sobre una persona el elegir la forma equivocada de manejar las cosas. Si escoges la senda correcta, cuando alguien diga algo que dañe tu imagen o tu orgullo, o insulte tu integridad y dignidad, puedes optar por ser tolerante. No discutirás con esa persona utilizando ninguna clase de palabras ni te justificarás a ti mismo a propósito, tampoco desmentirás lo que dice ni la atacarás, lo cual fomenta el odio en ti. ¿Cuál es la importancia y la esencia de ser tolerantes? Dices: “Algunas de las cosas que dijo no son conformes a los hechos, pero así son todos antes de comprender la verdad y de alcanzar la salvación, yo también fui así. Ahora que comprendo la verdad, no recorro la senda de los no creyentes de discutir sobre el bien y el mal o involucrarse en la filosofía de la lucha; elijo la tolerancia y tratar a los demás con amor. Algunas de las cosas que dijo no son conformes a los hechos, pero no les presto atención. Acepto aquello que puedo reconocer y entender. Lo acepto de parte de Dios y se lo presento a Él en la oración, le pido a Dios que me presente circunstancias que revelen mis actitudes corruptas, para que así yo conozca la esencia de estas y tenga la oportunidad de empezar a atender estos problemas, superarlos de forma gradual y entrar en la realidad-verdad. En cuanto a quien me hace daño con sus palabras, ya sea correcto o no lo que dicen, o cuáles sean sus intenciones, por un lado, pongo en práctica el discernimiento sobre esto, y por otro, lo tolero”. Si esta persona es alguien que acepta la verdad, puedes sentarte y hablar con ella de forma pacífica. De lo contrario, si es una persona malvada, no le hagas caso. Espera hasta que haya actuado lo suficiente y todos los hermanos y hermanas la disciernan en profundidad y, cuando tú también lo hagas, y cuando los líderes y obreros estén a punto de echarla y de ocuparse de esa persona malvada, entonces llegará el momento en que Dios se encargue de ella y, por supuesto, tú también estarás encantado. Sin embargo, la senda que deberías escoger jamás debe ser la de participar en riñas verbales con personas malvadas ni discutir con ellas o tratar de justificarte. En lugar de eso, debes actuar de acuerdo con los principios-verdad siempre que ocurra algo. No importa si tratas con personas que te han hecho daño o que, al contrario, son beneficiosas para ti, los principios de práctica deberían ser los mismos. Cuando escojas esta senda, ¿habrá algún odio en tu corazón? Quizá haya un cierto malestar. ¿Quién no se sentiría incómodo cuando hieren su dignidad? Quien afirme que no se siente incómodo estaría mintiendo, eso sería falso, pero puedes soportar y sufrir esta adversidad en aras de practicar la verdad. Cuando escojas esta senda, tendrás la conciencia limpia cuando vuelvas a presentarte ante Dios. ¿Por qué tendrás la conciencia limpia? Porque claramente sabrás que tus palabras no emanan de la impulsividad, que no te enzarzas en disputas con otros hasta ponerte rojo en aras de tus propios deseos egoístas y que, en su lugar, partiendo de la comprensión de la verdad, sigues el camino de Dios y caminas por tu propia senda. En tu corazón, tendrás muy claro que la senda que has escogido es la indicada por Dios, la que Él exige, por lo cual sentirás una particular paz interior. Cuando tengas dicha paz, ¿te verás perturbado por el odio y los rencores personales que haya entre tú y otras personas? (No). Cuando realmente te liberes y escojas por propia voluntad la senda positiva, tu corazón estará tranquilo y en paz. Ya no te verás perturbado por el resentimiento, ni por el odio, ni por la mentalidad revanchista y las argucias generadas a partir de ese odio, entre otras cosas inherentes a la impulsividad. La senda que has escogido te aportará paz y un corazón tranquilo, y esas cosas inherentes a la impulsividad ya no serán capaces de perturbarte. Y, cuando ya no consigan perturbarte, ¿seguirás ideando maneras de atacar a quienes de palabra te hieren o de enzarzarte en riñas verbales con ellos? No. Por supuesto, de vez en cuando tu impetuosidad, tu impulsividad y tu resentimiento se despertarán debido a tu pequeña estatura o debido a contextos especiales. Sin embargo, tu determinación, resolución y voluntad para practicar la verdad evitarán que estas cosas te inquieten el corazón. Es decir, que no podrán perturbarte. Quizá aún sufras algún arrebato de impulsividad y, por ejemplo, pienses: “Está continuamente poniéndome las cosas difíciles. Algún día debería hablar con él y preguntarle por qué está siempre señalándome y haciéndome la vida imposible. Debería preguntarle por qué siempre me desprecia y me insulta”. A veces quizá tengas pensamientos por el estilo. Sin embargo, al reflexionar un poco más, te darás cuenta de que son erróneos y que esa forma de actuar desagradaría a Dios. Cuando surjan pensamientos semejantes, regresarás enseguida ante Dios para revertir este estado, de modo que estos pensamientos erróneos no te dominen. En consecuencia, dentro de ti empezarán a aflorar algunas cosas positivas —como el autoconocimiento, así como la iluminación y el esclarecimiento que Dios te conceda, lo cual te permitirá discernir a las personas y ver el fondo de los asuntos—, las cuales, sin que te des cuenta, te harán comprender la realidad-verdad y adentrarte más en ella. Llegados a este punto, tu resistencia, es decir, los “anticuerpos” que rechazan el odio, los deseos egoístas y la impulsividad, se fortalecerá cada vez más y tu estatura irá creciendo progresivamente. Las cosas inherentes a la impulsividad ya no podrán controlarte. En ocasiones quizá tengas algunos pensamientos, ideas e impulsos incorrectos, pero desaparecerán enseguida, tu resistencia y tu estatura los eliminarán y erradicarán. En este momento, las cosas positivas, la realidad-verdad y las palabras de Dios dominarán tu interior, y entonces ya no te verás influenciado por personas, acontecimientos y cosas externas. Tu estatura crecerá, tu estado se volverá cada vez más normal y ya no vivirás conforme a actitudes corruptas ni te desarrollarás en dirección a un círculo vicioso. De esta manera, tu estatura crecerá continuamente.
Estando en la iglesia o entre un grupo de personas, resulta beneficioso que puedas elegir ser tolerante y paciente y optar por la senda correcta de práctica cuando te encuentras con ataques personales que dañan tu dignidad y tu integridad. Quizá no veas dicho beneficio, pero, cuando experimentes esta clase de situación, descubrirás de manera inconsciente que los requisitos de Dios para las personas y la senda que Él provee son una vía luminosa y un camino verdadero y vivo que permiten ganar la verdad y benefician a la gente, y que son la senda más significativa. Cuando estás entre un grupo de personas, en especial cuando estás en la vida de iglesia, puedes superar diversas tentaciones e incitaciones. Cuando alguien te ataca y te hiere maliciosamente o busca intencionadamente vengarse y descargar su odio contra ti, es crucial que seas capaz de abordar esto y practicar de acuerdo con los principios-verdad. Puesto que Dios odia las actitudes corruptas de las personas, Él les dice que no aborden con impulsividad las cosas a las que se enfrentan, sino que callen ante Dios y busquen la verdad, así como Sus intenciones, para que así lleguen a comprender cuáles son realmente los requisitos de Dios para las personas. La paciencia humana tiene un límite, pero, cuando uno comprende la verdad, dispondrá de principios para su paciencia, que puede transformarse en una fuerza impulsora y una ayuda para que esa persona practique la verdad. Sin embargo, si una persona no ama la verdad, si le gusta discutir sobre lo correcto y lo incorrecto y atacar a los demás, y si tiende a vivir guiada por su impulsividad, cuando se vea atacada, será propensa a enzarzarse en riñas verbales y ataques mutuos. Esto perjudica a todos los implicados y no brinda edificación ni ayuda a nadie. Cada vez que alguien se enzarza en ataques mutuos y riñas verbales, después termina exhausto, sumamente cansado, y las dos partes resultan heridas; no son capaces de obtener verdad alguna y al final no ganan nada. Lo único que queda es odio y la intención de vengarse cuando se presente la oportunidad. Este es el resultado adverso que los ataques mutuos y las riñas verbales producen a la larga en las personas.
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