Las responsabilidades de los líderes y obreros (15) Parte 4

Con respecto al tema de los ataques mutuos y las riñas verbales sobre los que acabamos de hablar, ¿comprendéis ahora los principios de discernimiento? ¿Sabéis diferenciar qué situaciones constituyen ataques mutuos y riñas verbales? Los ataques mutuos y las riñas verbales se dan con frecuencia entre grupos de personas y se observan a menudo. Los ataques mutuos implican, principalmente, señalar a propósito los problemas de alguien para atacarlo personalmente, juzgarlo, condenarlo e incluso insultarlo, con el objetivo de vengarse, contraatacar, desahogar rencores personales, etcétera. En cualquier caso, los ataques mutuos y las riñas verbales no tienen que ver con compartir la verdad ni con practicarla, ni son desde luego una manifestación de cooperación armoniosa. Por el contrario, son una manifestación de las represalias y los golpes que reciben las personas a causa de la impulsividad y el carácter corrupto de Satanás. El propósito de los ataques mutuos y las riñas verbales no es en absoluto compartir la verdad con claridad, ni mucho menos entablar un debate para comprender la verdad. Más bien, el propósito es satisfacer el carácter corrupto de uno, las ambiciones, los deseos egoístas y las preferencias carnales. Obviamente, los ataques mutuos no tienen que ver con compartir la verdad, ni desde luego con ayudar y tratar a las personas con amor; por el contrario, son uno de los métodos y estrategias de Satanás para atormentar a las personas, jugar con ellas y embaucarlas. La gente vive conforme a su carácter corrupto y no comprende la verdad. Si no opta por practicar la verdad, es muy fácil que caiga en ese tipo de trampas y tentaciones y se vea envuelta en batallas de ataques mutuos y riñas verbales. Discuten hasta ponerse rojos y ni así paran, siguen y siguen, todo por una sola palabra, frase o mirada, peleando durante años para vencer a la otra parte, hasta el punto de llegar a una situación en la que ambas pierden, todo por una sola cosa. Nada más verse, empiezan a discutir sin descanso; algunos incluso se atacan, se insultan y se condenan el uno al otro en grupos de chat. ¡Cuán intenso se ha vuelto este odio! No se han insultado lo suficiente durante las reuniones, aún no han aliviado su odio, no han conseguido su propósito y, al llegar a casa, cuanto más lo piensan, más furiosos se ponen, y siguen insultándose. ¿Qué clase de espíritu es este? ¿Merece la pena fomentarlo, merece la pena abogar por él? (No). ¿Qué clase de “espíritu intrépido” es este? Es un espíritu de no temer a nada, es un espíritu de anarquía, es una consecuencia de la corrupción de Satanás sobre el ser humano. Por supuesto, las conductas y las acciones así generan perturbaciones y pérdidas significativas en la entrada en la vida de estos individuos, y también causan perturbaciones y trastornos en la vida de iglesia. Por lo tanto, ante estas situaciones, si los líderes y obreros descubren que dos personas se atacan entre sí, se enzarzan en riñas verbales y juran pelear hasta el final, deben depurarlas enseguida, no deben tolerarlas ni, desde luego, consentirlas. Deben proteger al resto de los hermanos y hermanas y mantener la vida de iglesia normal, asegurándose de que en cada reunión se logren resultados, así como impedir que dichos individuos acaparen el tiempo que los hermanos y hermanas tienen para leer las palabras de Dios y compartir la verdad, perturbando la vida de iglesia normal. Si durante las reuniones se descubre que se atacan entre sí y se enzarzan en riñas verbales, la situación debe pararse y resolverse con prontitud. Si no es posible restringirla, estas personas deben ser desenmascaradas y diseccionadas de inmediato en una reunión, y deben ser depuradas. La iglesia es un lugar para comer y beber de las palabras de Dios, un lugar para rendir culto a Dios; no es un sitio en el que atacarse o enzarzarse en riñas verbales para desahogar rencores personales. Cualquiera que perturbe con frecuencia la vida de iglesia, y con ello afecte a la entrada en la vida del pueblo escogido de Dios, debe ser depurado. La gente así no es bienvenida en la iglesia, la iglesia no permite las perturbaciones por parte de diablos ni la presencia de personas malvadas; hay que depurar a esa gente y el problema quedará resuelto.

En la iglesia, si se descubre que algunas personas se enzarzan en ataques mutuos y riñas verbales, sean cuales sean sus excusas y razones, y sea cual sea el centro de la discusión —tanto si les importa a todos como si no—, mientras causen trastornos y perturbaciones en la vida de iglesia, el asunto debe resolverse con prontitud y sin reservas. Si no es posible parar o restringir a los implicados, habría que depurarlos. Esta es la labor que los líderes y obreros deberían realizar cuando se enfrentan a una situación así. El principio fundamental no es mostrar ninguna tolerancia hacia el mal comportamiento de estas personas ni consentirlas, ni tampoco actuar como un “funcionario recto” que arbitra lo correcto y lo incorrecto para esta gente, que percibe quién está en lo correcto y quién no, quién está en lo cierto y quién no, que distingue con claridad quién lleva razón y quién se equivoca, y que luego impone el mismo castigo a ambas partes o castiga al que considera culpable y recompensa al otro; esta no es la forma de resolver el problema. Al manejar este asunto, no tienes que medirlo con la ley, ni mucho menos medirlo y juzgarlo con estándares morales, sino que, más bien, tienes que medirlo y manejarlo de acuerdo con los principios de la obra de la iglesia. Con respecto a las dos partes involucradas en los ataques mutuos, mientras causen trastornos y perturbaciones en la vida de iglesia, los líderes y obreros deberían asumir como su deber ineludible la tarea de pararlas y restringirlas, o de aislarlas o expulsarlas, y no escuchar con atención a ninguna de las dos partes relatar lo acontecido y hablar de todas sus razones y excusas, así como de la intención, el propósito y la causa raíz de que ataquen a la otra persona y se enzarcen en una riña verbal; no tienen por qué entender toda la historia, solo tienen que resolver el problema, eliminando los trastornos y las perturbaciones en la vida de iglesia y ocupándose de quienes los causaron. Supongamos que los líderes y obreros suavizan las cosas y optan por un enfoque “neutral”, adoptando una política conciliadora hacia las dos partes que se enzarzaron en ataques mutuos, permitiéndoles que causen gratuitamente trastornos y perturbaciones en la vida de iglesia sin intervenir ni ocuparse del asunto; lo que hacen es consentir a esas personas. Se limitan a exhortarlas y darles consejos cada vez, pero son incapaces de resolver a fondo el problema. Los líderes y obreros semejantes son negligentes en el cumplimiento de sus responsabilidades. Si en la iglesia surge el problema de que dos personas se enzarzan en ataques mutuos y riñas verbales y causan graves perturbaciones y daños a la vida de iglesia, de tal modo que suscitan resentimiento y repulsión en la mayoría de la gente, los líderes y obreros deben actuar con presteza y aislar o echar a las dos partes de acuerdo con los arreglos del trabajo de la casa de Dios y los principios para la depuración de la iglesia. No deberían arbitrar el caso entre los implicados y emitir sentencias con respecto a estas rencillas personales, como si fueran “funcionarios rectos”; ni tampoco deberían escuchar con atención a estas personas soltando sinsentidos interminables e infectos para juzgar quién lleva razón y quién se equivoca, quién está en lo correcto y quién en lo incorrecto, ni hacer luego que más personas comenten y hablen sobre estas cosas, lo cual las llevaría a que también albergaran repulsión y desprecio en sus corazones. Esto malgasta el tiempo que la gente debería estar empleando para comer y beber de las palabras de Dios y compartirlas. Se trata todavía más de una negligencia en la responsabilidad por parte de los líderes y obreros, y este principio de práctica es incorrecto. Si en algún momento las partes que se han visto restringidas se arrepienten y dejan de ocupar el tiempo de reunión con sus ataques mutuos y sus riñas verbales, entonces se les puede levantar el aislamiento que se les ha impuesto. Si las echaron por ser personas malvadas y alguien afirma que han cambiado a mejor, es necesario ver si muestran manifestaciones reales de arrepentimiento, aparte de consultar la opinión de la mayoría al respecto. Aunque vuelvan a ser aceptadas, hay que vigilarlas de cerca y restringir estrictamente su tiempo de palabra. Más adelante, hay que tratarlas como corresponda en función de sus manifestaciones. Estos son principios que los líderes y obreros de la iglesia deberían comprender y a los cuales deberían prestar atención. Por supuesto, el manejo de este asunto no puede basarse en suposiciones subjetivas; los ataques mutuos de las dos partes deben tener una naturaleza de causar trastornos y perturbaciones. No hay que prohibir a las personas que hablen ni hay que aislarlas solo porque una de ellas haya dicho momentáneamente algo que haya hecho daño a la otra, la cual contraatacó con su propio comentario. ¡Tratar a la gente de esa manera no se ajusta para nada a los principios! Los líderes y obreros deben captar adecuadamente los principios, tienen que asegurarse de que la mayoría de la gente coincide en que sus acciones son conformes a los principios, en lugar de ir como enajenados obrando mal o exagerando al máximo la gravedad del asunto. En lo que atañe a este aspecto del trabajo, por un lado, la mayoría debe aprender a discernir qué constituye un ataque; por el otro, también resulta necesario que los líderes y obreros de la iglesia conozcan los principios que deben captar, así como las responsabilidades que hay que cumplir al desempeñar esta labor.

4. Condenaciones arbitrarias a personas

Existe otra manifestación de los ataques mutuos. Hay quienes conocen ciertos términos espirituales, algunos de los cuales aparecen siempre en su discurso, como “diablo”, “Satanás”, “no practicar la verdad”, “no amar la verdad”, “fariseo”, etcétera; se valen de dichos términos para juzgar arbitrariamente a ciertas personas. ¿No encierra esto en parte la naturaleza de un ataque? En el pasado, había un tipo que, cuando se relacionaba con los hermanos y hermanas, quería insultar a cualquiera que no actuara de acuerdo con sus deseos. Pero pensó para sí: “Ahora que creo en dios, insultar a alguien me parece indecente. Me hace parecer que no estoy a la altura del decoro de los santos. No puedo insultar ni usar un lenguaje soez, pero, si no insulto, me sentiré inquieto, seré incapaz de aliviar mi odio; siempre querré insultar a la gente. ¿Cómo debería imprecarla, entonces?”. De modo que inventó un nuevo término. A quien lo ofendiera, le hiciera daño con sus acciones o no lo escuchara, lo insultaría así: “¡Malvado diablo!”. “¡Eres un malvado diablo!”. “¡Fulano de tal es un malvado diablo!”. Añadía “malvado” delante de la palabra “diablo”; Yo realmente nunca había oído a nadie usar esa expresión. ¿No es un tanto novedosa? Insultaba a los hermanos y hermanas llamándolos alegremente “malvados diablos”; ¿quién se sentiría cómodo al oírlo? Por ejemplo, si le pedía a un hermano o hermana que le sirviera un vaso de agua y esa persona estaba demasiado ocupada y le decía que lo hiciera él mismo, le imprecaba: “¡Qué malvado diablo eres!”. Si al volver de una reunión veía que su comida aún no estaba preparada, se enfurecía: “Vosotros, malvados diablos, sois todos unos perezosos. Salgo a cumplir con mi deber y, cuando vuelvo, ¡ni siquiera tengo la comida lista!”. Cualquiera que interactuara con él podría ser tachado de “malvado diablo”. ¿Qué clase de persona es esta? (Una persona malvada). ¿De qué manera? A sus ojos, cualquiera que lo ofenda o no se pliegue a sus deseos es un malvado diablo; él no, pero todos los demás sí. ¿Tiene alguna base para afirmar esto? Ninguna en absoluto; no hizo más que elegir un insulto arbitrario que le permitiera aliviar su odio y desahogar sus emociones. Cree que, si insulta de verdad a alguien, los demás dirán que no parece un creyente en Dios, pero él piensa que llamar a alguien diablo no es insultar, que a la gente le parecía razonable, de modo que así satisface sus propios deseos sin dar oportunidad a que los demás lo critiquen. Este tipo es bastante artero y muy malvado, utiliza un lenguaje de lo más malicioso, una clase de lenguaje que deja a la gente sin medios de resistencia, en aras de vengarse de ellos y condenarlos, y sin embargo la gente no puede acusarlo de insultar o hablar de manera irracional. Ante una persona semejante, ¿qué haría la mayoría de la gente, evitarla o acercarse a ella? (La evitaría). ¿Por qué? No pueden permitirse provocarla, de modo que solo les queda apartarse de ella; esto es lo que haría la gente inteligente.

El fenómeno de que alguien sea condenado, etiquetado y atormentado arbitrariamente se da a menudo en todas las iglesias. Por ejemplo, algunas personas albergan un prejuicio contra cierto líder u obrero y, para vengarse, hacen comentarios sobre ellos a sus espaldas, los exponen y diseccionan bajo el pretexto de compartir la verdad. La intención y los propósitos detrás de tales acciones son erróneos. Si uno realmente está compartiendo la verdad para dar testimonio de Dios y para beneficiar a los demás, debería enseñar sobre sus propias experiencias verdaderas, y beneficiar a otros a través de la disección y el conocimiento de sí mismos. Tal práctica da mejores resultados, y el pueblo escogido de Dios lo aprobará. Si la propia enseñanza expone, ataca y menosprecia a otra persona en un intento de acometer contra ella o de vengarse de ella, entonces la intención de la enseñanza es incorrecta, es injustificada, aborrecida por Dios y no edificante para los hermanos y hermanas. Si la intención de alguien es condenar a otros, o atormentarlos, entonces es una persona malvada y está haciendo el mal. Todo el pueblo escogido de Dios debe tener discernimiento cuando se trata de personas malvadas. Si alguien voluntariamente ataca, expone o menosprecia a las personas, entonces debe ser ayudado con cariño, se debe compartir con él y diseccionarlo o podarlo. Si son incapaces de aceptar la verdad, y se niegan obstinadamente a enmendar sus caminos, entonces esto es un asunto totalmente diferente. Cuando se trata de personas malvadas que a menudo condenan, etiquetan y atormentan arbitrariamente a los demás, deben ser expuestas plenamente, para que todos puedan aprender a discernirlas, y entonces, deberían ser restringidas o expulsadas de la iglesia. Esto es esencial, ya que tales personas perturban la vida de iglesia y la obra de la iglesia, y es probable que desorienten a las personas y traigan el caos a esta. En particular, algunas personas malvadas a menudo atacan y condenan a los demás, únicamente para lograr su propósito de lucirse y hacer que los demás los admiren. Estas personas malvadas aprovechan con frecuencia la oportunidad de compartir la verdad en las reuniones para exponer, diseccionar y reprimir indirectamente a los demás. Incluso justifican esto diciendo que lo hacen para ayudar a la gente y para resolver los problemas presentes en la iglesia, y utilizan estos pretextos como una tapadera para lograr sus propósitos. Son el tipo de personas que atacan y atormentan a los demás, y todos ellos son claramente personas malvadas. Todos los que atacan y condenan a las personas que persiguen la verdad son extremadamente crueles, y solo aquellos que exponen y diseccionan a las personas malvadas para salvaguardar la obra de la casa de Dios tienen sentido de la rectitud y son aprobados por Dios. Las personas malvadas suelen ser muy astutas en sus actos de maldad; todas ellas son hábiles en el uso de la doctrina para justificarse y lograr su propósito de desorientar a los demás. Si el pueblo escogido de Dios no tiene discernimiento para con ellos y no es capaz de restringir a estas personas malvadas, la vida de iglesia y la obra de esta se verán sumidas en un completo desorden, o incluso en un pandemonio. Cuando las personas malvadas hablan sobre los problemas y los diseccionan, siempre tienen una intención y un propósito, y siempre están dirigidos a alguien. No están diseccionando o conociéndose a sí mismos, ni abriéndose y poniéndose al descubierto para resolver sus propios problemas; más bien, están aprovechando la oportunidad para exponer, diseccionar y atacar a otros. A menudo aprovechan la enseñanza de su autoconocimiento para diseccionar y condenar a otros, y por medio de compartir las palabras de Dios y la verdad, exponen, menosprecian y vilipendian a las personas. Sienten una especial repulsión y odio hacia aquellos que persiguen la verdad, aquellos que llevan una carga para la obra de la iglesia y aquellos que a menudo desempeñan sus deberes. La gente malvada usará todo tipo de justificaciones y excusas para desalentar la motivación de estas personas y evitar que lleven a cabo el trabajo para la iglesia. Parte de lo que sienten hacia ellos son celos y odio; otra parte es el miedo a que estas personas, al levantarse para trabajar, supongan una amenaza para su fama, ganancia y estatus. Por lo tanto, están ansiosos por intentar de todas las formas posibles advertirles, suprimirlos y restringirlos, llegando incluso a recopilar argumentos para inculparlos y a distorsionar los hechos para condenarlos. Esto revela completamente que el carácter de estas personas malvadas es uno que odia la verdad y las cosas positivas. Sienten un odio especial por los que persiguen la verdad y aman las cosas positivas, y por los que son más bien inocentes, decentes y honrados. Puede que no lo digan, pero este es el tipo de mentalidad que tienen. Entonces, ¿por qué se dirigen específicamente a los perseguidores de la verdad y a las personas decentes y honradas para exponerlas, menospreciarlas, suprimirlas y excluirlas? Esto es claramente un intento por su parte de derrocar y derribar a la gente buena y a los que persiguen la verdad, para pisotearlos, y así poder controlar la iglesia. Algunos no creen que esto sea así. A ellos, les hago una pregunta: ¿por qué, cuando se trata de compartir la verdad, estas personas malvadas no se exponen o diseccionan a sí mismas, y siempre apuntan y exponen a otros en su lugar? ¿Podría ser realmente que no revelan la corrupción, o que no tienen un carácter corrupto? Ciertamente no. ¿Por qué, entonces, insisten en tomar de punto a otros para exponerlos y diseccionarlos? ¿Qué pretenden conseguir exactamente? Esta pregunta exige una reflexión profunda. Uno está haciendo lo que debe hacer si expone las malvadas acciones de la gente malvada que perturba a la iglesia. Pero, en cambio, estas personas están exponiendo y atormentando a la gente buena, con el pretexto de compartir la verdad. ¿Cuál es su propósito e intención? ¿Se sienten furiosas porque ven que Dios salva a la gente buena? Eso es lo que realmente es. Dios no salva a la gente malvada, así que la gente malvada odia a Dios y a la gente buena; esto es natural. Las personas malvadas no aceptan ni persiguen la verdad; no pueden salvarse, pero atormentan a las personas buenas que persiguen la verdad y pueden salvarse. ¿Cuál es el problema aquí? Si estas personas tuvieran conocimiento de sí mismas y de la verdad, podrían abrirse y entrar en comunión; sin embargo, siempre están tomando de punto a los demás y provocándolos —tienen una tendencia a atacar a otros— y siempre están considerando a los que persiguen la verdad como sus enemigos imaginarios. Estos son los sellos distintivos de las personas malvadas. Los que son capaces de tal maldad son auténticos diablos y satanases, anticristos por excelencia, que deben ser restringidos, y si hacen mucho mal, deben ser tratados con prontitud, se los debe expulsar de la iglesia. Todos los que atacan y excluyen a las personas buenas son manzanas podridas. ¿Por qué los llamo manzanas podridas? Porque es probable que provoquen disputas y conflictos innecesarios en la iglesia, haciendo que el estado de asuntos en ella sea cada vez más grave. Toman de punto a una persona un día y a otra al siguiente, y siempre están apuntando a otros, a los que aman y persiguen la verdad. Esto puede perturbar la vida de iglesia y repercutir en el normal comer y beber de las palabras de Dios por parte del pueblo escogido de Dios, así como en su modo de compartir la verdad de forma normal. Estas personas malvadas a menudo se aprovechan de vivir la vida de iglesia para atacar a otros en nombre de la enseñanza sobre la verdad. Hay hostilidad en todo lo que dicen; hacen comentarios provocativos para atacar y condenar a los que persiguen la verdad y a los que se entregan a Dios. ¿Cuáles serán las consecuencias de esto? Trastornará y perturbará la vida de iglesia, y hará que la gente esté intranquila en sus corazones y no pueda estar callada ante Dios. En particular, las cosas sin escrúpulos que estas personas malvadas dicen para condenar, atacar y herir a otros pueden provocar resistencia. Esto no favorece la resolución de los problemas; al contrario, fomenta el miedo y la ansiedad en la iglesia y tensa las relaciones entre las personas, lo que hace que surja tensión entre ellos y terminen en disputa. El comportamiento de estas personas no solo repercute en la vida de iglesia, sino que también da lugar a conflictos en ella. Incluso puede repercutir en la obra de la iglesia en su conjunto y en la difusión del evangelio. Por lo tanto, los líderes y obreros deben advertir a este tipo de personas, y también necesitan restringirlas y gestionarlas. Por un lado, los hermanos y hermanas deben imponer severas restricciones a estas personas malvadas que frecuentemente atacan y condenan a otros. Por otro lado, los líderes de la iglesia deben exponer y frenar con prontitud a quienes ataquen y condenen arbitrariamente a otros, y si son personas que siguen sin poderse corregir, echarlas de la iglesia. Se debe impedir que las personas malvadas perturben la vida de iglesia en las reuniones, y al mismo tiempo, se debe restringir a las personas atolondradas para que no hablen de una manera que afecte a la vida de iglesia. Si se encuentra a una persona malvada haciendo el mal, debe ser expuesta. No se le debe permitir en absoluto actuar a su antojo ni cometer fechorías a voluntad. Esto es necesario para mantener la vida de iglesia normal y asegurar que el pueblo escogido de Dios pueda reunirse, comer y beber de las palabras de Dios, y enseñar sobre la verdad normalmente, permitiéndole desempeñar sus deberes adecuadamente con normalidad. Solo en ese momento puede llevarse a cabo la voluntad de Dios en la iglesia, y solo así puede Su pueblo escogido entender la verdad, entrar en la realidad y obtener las bendiciones de Dios. ¿Habéis descubierto a personas malvadas de esta clase en la iglesia? Albergan en todo momento un odio envidioso hacia la gente buena, a la que siempre tienen como objetivo. Hoy les disgusta una buena persona, mañana otra; son capaces de criticar a cualquiera y señalarle multitud de defectos; es más, las cosas que dicen parecen muy bien fundadas y razonables y con el tiempo desatan una indignación generalizada, convirtiéndose en un azote para el grupo. Perturban la iglesia hasta el punto de que el corazón de la gente se sume en la confusión, muchas personas se vuelven negativas y débiles, no se obtiene ningún beneficio ni edificación de las reuniones y algunos incluso pierden el deseo de asistir a ellas. ¿Estas personas malvadas no son acaso manzanas podridas? Si no han alcanzado el nivel que obligaría a echarlas, hay que aislarlas o restringirlas. Por ejemplo, en las reuniones, asígnales un asiento apartado para evitar que influyan en los demás. Si insisten en buscar oportunidades para hablar y atacar a la gente, hay que restringirlas, hay que prohibirles que digan cosas inútiles. Si resulta imposible restringirlas y están a punto de estallar o resistirse, hay que deshacerse de ellas sin demora. Es decir, cuando ya no estén dispuestas a dejarse restringir y digan: “¿En qué te basas para restringir mi discurso? ¿Por qué todos los demás pueden hablar durante cinco minutos y yo solo uno?”, cuando no cesan de formular estas preguntas, eso significa que van a resistirse. Cuando están a punto de hacerlo, ¿no están siendo rebeldes? ¿No están tratando de causar problemas, de sembrar la agitación? ¿No están a punto de perturbar la vida de iglesia? Están a punto de revelar quiénes son en realidad; ha llegado el momento de ocuparse de ellas: hay que depurarlas enseguida. ¿Es razonable? Así es. Garantizar que la mayoría pueda vivir una vida de iglesia normal resulta verdaderamente complicado, dado que hay toda suerte de personas malvadas, espíritus malignos, demonios inmundos y “talentos especiales” que buscan arruinarlo todo. ¿Podemos permitirnos no restringirlos? Algunos “talentos especiales” empiezan a denigrar y atacar a la gente en cuanto abre la boca: si llevas gafas o no tienes mucho pelo, te atacan; si cuentas tu testimonio vivencial durante las reuniones o si eres proactivo y responsable en el cumplimiento de tus deberes, te atacan y juzgan; si tienes fe en Dios durante las pruebas, si eres débil o si superas las dificultades familiares por medio de la fe sin quejarte de Dios, te atacan. ¿Qué significa atacar aquí? Significa que, independientemente de lo que los otros hagan, estas personas nunca están complacidas; todo les desagrada, siempre están buscando fallos que no existen, siempre están intentando acusar a la gente de algo y, a sus ojos, nada de lo que hacen los demás es correcto. Aunque compartas la verdad y abordes los problemas de acuerdo con los arreglos del trabajo de la casa de Dios, ellos le buscarán los tres pies al gato y te criticarán, le sacarán fallos a todo cuanto hagas. Causan problemas a propósito y todos están sujetos a sus ataques. Cada vez que aparezca una persona así en la iglesia, debes ocuparte de ella; si aparecen dos, pues deberías ocuparte de ambas. Esto es porque el daño que causan a la vida de iglesia es significativo, causan trastornos y perturbaciones en la obra de la iglesia, y las consecuencias de esto son nefastas.

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