Palabras diarias de Dios: La encarnación | Fragmento 139

El Dios encarnado no puede permanecer con el hombre para siempre, porque Dios tiene mucha más obra por hacer. Él no puede estar sujeto a la carne; tiene que despojarse de la carne para hacer la obra que debe hacer, si bien Él hace esa obra en la imagen de la carne. Cuando Dios viene a la tierra, Él no espera hasta haber alcanzado la forma que una persona normal debe alcanzar antes de morir y dejar la humanidad. No importa cuán vieja sea Su carne, cuando Su obra ha terminado, Él se va y deja al hombre. No existe tal cosa como la edad para Él, Él no cuenta Sus días según el tiempo de vida del hombre; en vez de ello, termina Su vida en la carne de acuerdo con los pasos en Su obra. Algunas personas pueden sentir que Dios, que viene y entra en la carne, debe envejecer hasta cierto punto, debe llegar a ser adulto, alcanzar la vejez, e irse sólo cuando ese cuerpo falle. Esto es lo que el hombre imagina; Dios no obra así. Él entra en la carne sólo para hacer la obra que se supone que debe hacer, y no para vivir la vida normal de un hombre de nacer de unos padres, crecer, formar una familia y comenzar una carrera, tener y criar hijos, o experimentar los altibajos de la vida; todas las actividades de un hombre normal. La venida de Dios a la tierra es el Espíritu de Dios vistiéndose de la carne, viniendo en la carne, pero Dios no vive la vida de una persona normal. Él sólo viene a lograr una parte de Su plan de gestión. Después de eso, dejará la humanidad. Cuando Él entra en la carne, el Espíritu de Dios no perfecciona la humanidad normal de la carne. Más bien, en un momento predeterminado por Dios, la divinidad hace el trabajo directamente. Luego, después de hacer todo lo que Él tiene que hacer y completar plenamente Su ministerio, la obra del Espíritu de Dios en esta etapa estará completada, punto en el cual la vida del Dios encarnado también terminará, independientemente de si Su cuerpo carnal ya ha vivido su tiempo de longevidad. Es decir, cualquiera sea la etapa de la vida a la cual llegue el cuerpo carnal, no importa cuál sea el tiempo que este viva en la tierra, todo se decide por la obra del Espíritu. No tiene nada que ver con lo que el hombre considera que es la humanidad normal. Toma a Jesús como ejemplo. Él vivió en la carne durante treinta y tres años y medio. En términos de la duración de la vida de un cuerpo humano, no debió haber muerto a esa edad, y no debió partir. Pero eso no le importaba al Espíritu de Dios. Cuando Su obra fue terminada, el cuerpo fue arrebatado, desapareciendo con el Espíritu. Este es el principio por medio del cual Dios obra en la carne. Así que, en sentido estricto, la humanidad de Dios encarnado carece de importancia primordial. Para reiterar, Él no viene a la tierra para vivir la vida de un ser humano normal. Él no establece primero una vida humana normal para luego comenzar a obrar. Más bien, en la medida en que Él nazca dentro de una familia humana normal, puede llevar a cabo la obra divina, obra que no está manchada por las intenciones del hombre, que no es carnal, que con toda certeza no adopta las formas de la sociedad ni involucra los pensamientos o las nociones del hombre y, además, que no involucra las filosofías del hombre para la vida. Esta es la obra que el Dios encarnado quiere llevar a cabo y el significado práctico de Su encarnación. Dios entra en la carne primordialmente para cumplir con una etapa de la obra que hay que hacer en la carne. Él no lleva a cabo ningún otro proceso trivial y, en cuanto a las experiencias del hombre normal, Él no las tiene. La obra que la carne de Dios encarnado necesita hacer no incluye las experiencias humanas normales. Así que Dios entra en la carne sólo para llevar a cabo la obra que Él necesita cumplir en ella. El resto no tiene nada que ver con Él. Él no pasa por tantos procesos triviales. Una vez que Su obra esté hecha, el significado de Su encarnación termina. Terminar esta etapa significa que la obra que tiene que hacer en la carne ha concluido, el ministerio de Su carne se ha completado. Pero Él no puede seguir obrando indefinidamente en la carne; tiene que ir a obrar en otro lugar, en un lugar fuera de la carne. Sólo así puede su obra realizarse por completo y avanzar para tener un mayor efecto. Dios obra de acuerdo a Su plan original. Él conoce como la palma de Su mano lo que tiene que hacer y lo que ha concluido. Dios guía a cada individuo por un camino que Él ya ha predeterminado. Nadie puede escapar de esto. Sólo aquellos que siguen las instrucciones del Espíritu de Dios serán capaces de entrar en el reposo. Puede ser que, en la obra posterior, Dios no guíe al hombre hablando en la carne, sino que sea un Espíritu tangible el que guíe la vida del hombre. Solo entonces podrá este tocar concretamente a Dios, ver a Dios, y entrar mejor en la realidad que Dios requiere, con el fin de ser perfeccionado por el Dios práctico. Esta es la obra que Dios quiere lograr, y lo que planeó hace mucho tiempo. A partir de esto, ¡todos vosotros debéis ver el camino que debéis seguir!

La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. La diferencia esencial entre el Dios encarnado y las personas usadas por Dios

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