Cómo perseguir la verdad (14) Parte 3
Algunos padres suelen atosigar a sus hijas, diciendo: “Como mujer, cumple tu deber y sigue al hombre con quien te cases, ya sea un gallo o un perro. Si te casas con un gallo, debes actuar como un gallo; si te casas con un perro, debes actuar como un perro”. La implicación es que no deberías esforzarte por ser un buen ser humano, sino más bien resignarte a ser como un gallo o un perro. ¿Esta senda es buena? Sin duda alguna, nada más oír hablar de ella cualquiera discerniría que no lo es, ¿verdad? La frase “Sigue al hombre con quien te cases” va dirigida directamente a las mujeres: su destino es así de trágico. Bajo la influencia y el condicionamiento de la familia, las mujeres se abandonan a la depravación: realmente siguen a un gallo si se casan con un gallo, o a un perro si se casan con un perro, sin esforzarse por recorrer una senda buena, haciendo cualquier cosa que sus padres les digan que hagan. Aunque tus padres te inculquen este pensamiento, deberías discernir si es correcto o erróneo, beneficioso o perjudicial respecto a tu forma de comportarte. Por supuesto, ya hablamos de este aspecto dentro del tema de abandonar el matrimonio, de modo que no vamos a analizarlo específicamente aquí. En síntesis, deberías desprenderte de todos estos pensamientos y puntos de vista erróneos, distorsionados, superficiales, ridículos e incluso perversos y degenerados que provienen de los padres. Sobre todo en lo que se refiere a dichos como “Sigue al hombre con quien te cases, ya sea un gallo o un perro”, que acabamos de comentar, y “Cásate con un hombre para tener ropa y comida”; deberías discernir estos enunciados y no permitir que te engañen estos pensamientos que te han inculcado tus padres, pensando de esta forma: “Perteneceré al hombre con quien me case: será mi amo, yo deberé ser quien él quiera que sea y hacer todo lo que diga, y mi destino estará unido a él. Cuando nos casemos, los dos estaremos enlazados como dos saltamontes atados a una cuerda. Si él prospera, yo también lo haré; si no, yo tampoco. Por tanto, el dicho de mis padres ‘Sigue al hombre con quien te cases, ya sea un gallo o un perro’ siempre será acertado. Las mujeres no deberían ser independientes ni tener ninguna ocupación; sin duda, tampoco deberían albergar ideas o deseos de adoptar la perspectiva adecuada sobre la vida ni de recorrer la senda correcta en la vida. Deberían limitarse a seguir con obediencia las palabras de sus padres ‘Sigue al hombre con quien te cases, ya sea un gallo o un perro’”. ¿Es este el pensamiento correcto que se debe tener? (No). ¿Por qué está equivocado? “Sigue al hombre con quien te cases, ya sea un gallo o un perro”; hay una frase con un significado similar, “Dos saltamontes atados a una cuerda”, que quiere decir que una vez que te cases con él, tu destino estará unido al suyo. Si él prospera, tú también; si no, tú tampoco. ¿Es este el caso? (No). Vamos a comentar primero el dicho “Si él prospera, tú también”. ¿Esto es un hecho? (No). ¿Alguien puede poner un contraejemplo para rebatir esta cuestión? ¿No se os ocurre ninguno? Dejadme que lo ponga Yo. Por ejemplo, una mujer que está resuelta a seguir al hombre con quien se ha casado. Esto es como lo que las mujeres suelen decir: “A partir de hoy, soy tuya”, lo que implica lo siguiente: “Te pertenezco, y mi destino está unido al tuyo”. Obviando la cuestión de que la mujer se abandona a la depravación, centrémonos de momento en si la frase “Si él prospera, tú también” es correcta o no. ¿Es cierto que si él prospera, tú también prosperarás automáticamente? Supongamos que pone en marcha un negocio y se ve envuelto en apuros, enfrentándose a numerosos retos, encontrando dificultades en todas partes, y sin fondos ni contactos, sin un lugar adecuado para abrir una tienda ni un mercado donde hacer negocio ni gente que ayude. Tú, como su mujer, estás determinada a seguirlo; haga lo que haga, nunca lo detestas, sino que lo apoyas incondicionalmente. A medida que pasa el tiempo, su negocio prospera, va abriendo una tienda tras otra y obteniendo beneficios económicos cada vez mejores y más ingresos. Tu esposo se convierte en un jefe, y de ahí pasa a ser un magnate pudiente. Él prospera, ¿verdad? Como reza el dicho: “Cualquier hombre con dinero se tuerce”, un hecho indiscutible de esta sociedad y de este mundo malvado. En el momento en el que tu marido se convierta en un jefe y acabe siendo un ricachón, ¿con qué facilidad se corromperá? Esto ocurre en cuestión de minutos. Una vez que sea un jefe y comience a prosperar, será el final de tus buenos tiempos. ¿Por qué? Comenzarán a asaltarte las preocupaciones: “¿Tiene otra mujer por ahí? ¿Me engañará? ¿Alguien lo está seduciendo? ¿Se cansará de mí? ¿Dejará de quererme?”. ¿Ha terminado tu buena época? Después de compartir adversidades con él durante todos estos años, te sientes desdichada y cansada. Has vivido en malas condiciones, se ha deteriorado tu salud y has perdido tu buen aspecto. Te has convertido en una anciana de cara amarillenta. A ojos de él, es posible que ya no tengas el encanto de la dama joven de quién se enamoró una vez. Puede que él piense: “Ahora que soy rico e influyente, puedo encontrar a alguien mejor”. A medida que se distancia, comienza a tener pensamientos activos y a cambiar. ¿Acaso no estás en peligro en esa situación? Se convierte en un jefe, mientras tú eres una anciana de rostro amarillento; ¿acaso no hay cierta disparidad y desigualdad entre vosotros? En estos tiempos, ¿acaso no eres indigna de él? ¿Acaso no siente que está por encima de tu posición? ¿Acaso no te detesta cada vez más? Si es así, tus tiempos difíciles no han hecho más que comenzar. Es posible que él acabe actuando según sus deseos, encuentre a otra mujer y pase cada vez menos tiempo en casa. Cuando regrese, lo más probable es que sea para discutir contigo; dará un portazo y se marchará justo después, a veces sin que sepas nada de él durante días. Lo mejor que puedes esperar es que tal vez te dé dinero y cubra tus necesidades diarias en consideración a vuestra relación del pasado. Si te quejas mucho, él podría incluso retener la cantidad destinada a tus gastos básicos. Bien, ¿qué te parece? Solo porque él comience a prosperar, ¿ha mejorado tu destino en algo? ¿Eres más feliz o infeliz? (Infeliz). Te sientes triste. Han llegado tus tiempos aciagos. Al enfrentarse a estas situaciones, las mujeres llorarán desconsoladamente casi siempre y, debido a lo que sus padres les dijeron, “Los trapos sucios se lavan en casa”, sobrellevarán la situación, pensando: “Aguantaré todo esto hasta que mi hijo crezca y pueda apoyarme. ¡Luego me sacaré de encima a mi marido!”. Algunas mujeres son lo suficientemente afortunadas como para que llegue el día en el que su hijo se convierta en su persona de confianza, mientras que otras no llegan tan lejos. Cuando el hijo todavía es joven, el marido decide quedarse con él y dice a su mujer: “¡Lárgate, anciana de cara amarillenta!”, y tal vez la confundan con una pordiosera y la echen de su propia casa. Así pues, cuando él prospera, ¿tú también progresas necesariamente? ¿Vuestros destinos están realmente enlazados? (No). Si su negocio tiene dificultades constantemente o no avanza conforme a sus deseos, es posible que todavía te estime mientras necesite tu apoyo, ánimo, compañía y cuidado, y carezca de la cualificación y la oportunidad necesarias para corromperse. Mientras no prospera, puede que te sientas más segura y cuentes con alguien que te acompañe, y serás capaz de sentir el calor y la felicidad del matrimonio. Debido a que no prospera, nadie del exterior le presta atención ni lo valora, y eres la única persona en quien puede confiar; él te aprecia. En ese caso, te sentirás segura y relativamente mejor y más feliz. Pero si él prospera y despliega las alas, volará; la cuestión es si te llevará con él. ¿Es correcto el dicho de los padres “Sigue al hombre con quien te cases, ya sea un gallo o un perro”? (No). Aboca claramente a las mujeres hacia un abismo de sufrimiento. ¿Qué podemos decir del principio “Lo seguiré si recorre la senda correcta, si no, lo dejaré”? También es erróneo. El hecho de casarte con él no implica que le pertenezcas ni que debieras tratarlo como un extraño. Basta con que cumplas tus responsabilidades en el matrimonio. Si las cosas salen bien, fantástico; si no, cada uno por su lado. Has cumplido tus obligaciones con la conciencia tranquila. Si necesita que cumplas tu responsabilidad de acompañarlo, hazlo; si no, romped la relación. Ese es el principio. La frase “Sigue al hombre con quien te cases, ya sea un gallo o un perro” es un disparate y resulta perjudicial. ¿Por qué es un disparate? Carece de principios: sea el tipo de persona que sea, sigues a un hombre indiscriminadamente. Si ese hombre es bueno, tal vez la vida merezca la pena. Pero si no lo es, ¿acaso no te condenas? Así pues, al margen de cómo sea él, deberías abordar el matrimonio con una actitud correcta. Debes entender que solo la verdad es garantía de protección genuina y ofrece una senda y unos principios para llevar una vida digna. Los padres simplemente ofrecen pequeños retazos de vivencias o estrategias sobre la base de sus querencias o intereses egoístas. Este tipo de consejo no puede protegerte en absoluto ni proporcionarte los principios de práctica adecuados. Toma como ejemplo el dicho “Sigue al hombre con quien te cases, ya sea un gallo o un perro”. Solo puede llevarte a ser una ignorante sobre el matrimonio, haciendo que pierdas la dignidad y la ocasión de elegir la senda correcta para la vida. Y lo que es más importante, también puede hacer que pierdas la oportunidad de salvarte. De modo que, independientemente de la intención subyacente en las palabras de los padres, ya sea preocupación, protección, afecto, interés propio o cualquier otro motivo, deberías discernir su abanico de dichos. Aunque su propósito inicial sea procurar tu bienestar y protegerte, no deberías aceptarlos irreflexivamente y sin pensar. Al contrario, deberías discernirlos y encontrar principios de práctica correctos basados en las palabras de Dios, no practicar ni comportarte según sus palabras. Sobre todo “Cásate con un hombre para tener ropa y comida”, que solían decir las generaciones anteriores; ese es aún más erróneo. ¿Acaso las mujeres no tienen manos o pies? ¿Acaso no pueden ganarse su propio sustento o qué? ¿Por qué deben depender de los hombres para disponer de ropa y comida? ¿Son simples las mujeres? En comparación con los hombres, ¿qué les falta? (Nada en absoluto). Eso es, no les falta nada. Tienen la capacidad de existir por sí mismas, una facultad que Dios les ha concedido. Así pues, ¿por qué deberían depender de los hombres para sustentarse? ¿Acaso no es este un pensamiento erróneo? (Sí). Es la inculcación de un pensamiento equivocado. Las mujeres no deberían depender de los hombres para cubrir sus necesidades básicas, devaluándose o degradándose a causa de este dicho. Por supuesto, la obligación del hombre es satisfacer todos los gastos básicos de su esposa y su familia, asegurándose de que su mujer tenga suficiente para comer y vestir. No obstante, las mujeres no deberían casarse únicamente por la comida y la ropa ni albergar estos pensamientos y puntos de vista. Dado que tienes la capacidad de vivir por ti misma, ¿por qué dependerías de un hombre para tener cubiertas las necesidades básicas? Hasta cierto punto, ¿acaso no se debe esto a la influencia de los padres y al condicionamiento de los pensamientos que provienen de la familia? Si una mujer recibe este condicionamiento de la educación familiar, o bien es perezosa, no quiere hacer nada y desea únicamente depender de alguien más para tener resuelta la cuestión de la comida y la ropa, o bien ha aceptado los pensamientos de sus padres, cree que las mujeres no valen para nada y que no pueden ni deberían ocuparse por sí mismas de estos temas de la comida y la ropa, y por tanto deberían limitarse a depender de los hombres para que se encarguen de ellos. ¿Acaso no es esto abandonarse a la depravación? (Sí). ¿Por qué es erróneo adoptar estos pensamientos y puntos de vista? ¿En qué influyen? ¿Por qué se deberían abandonar estos pensamientos degradados? Si un hombre te provee la comida y la ropa, y lo consideras tu amo, tu superior, aquel que está al cargo de todo, ¿no le consultarías cada asunto, ya sea importante o nimio? (Sí). Por ejemplo, si crees en Dios, podrías pensar: “Preguntaré al que está al cargo si me permite creer en Dios; si me dice que sí, creeré, si no, no lo haré”. Incluso cuando en la casa de Dios se pide a la gente que cumpla sus deberes, tienes que seguir obteniendo su aprobación; si está de buen humor y lo acepta, puedes cumplir tu deber, de lo contrario, no podrás. Como creyente en Dios, el hecho de que puedas seguirlo o no depende de la actitud de tu marido y de cómo te trate. ¿Tu esposo puede discernir si este camino es verdadero o falso? ¿El hecho de escucharlo te garantizará la salvación y la entrada en el reino de los cielos? Si él es sensato y puede oír la voz de Dios, si es una de Sus ovejas, tal vez puedas beneficiarte junto con él, pero tan solo eso. Sin embargo, si es un canalla y un anticristo, y no puede comprender la verdad, ¿qué harás? ¿Seguirás creyendo? ¿Acaso no tienes oídos ni cerebro? ¿No puedes escuchar las palabras de Dios? Después de escucharlas, ¿no puedes discernir por ti misma? ¿Tu marido puede determinar tu destino? ¿Lo controla y lo instrumenta? ¿Te has vendido a él? Todo el mundo tiene claras estas doctrinas, pero el condicionamiento familiar de estos pensamientos y puntos de vista suele influir inconscientemente sobre la gente por lo que respecta a ciertos problemas que implican observar principios. Cuando estos pensamientos y puntos de vista influyen en ti, emites juicios equivocados a menudo y, guiada por los pensamientos que fundamentan estos juicios erróneos, eliges mal, lo que te lleva por la senda equivocada y finalmente a la ruina. Perdiste la oportunidad de cumplir tu deber, de ganar la verdad y de salvarte. ¿Qué condujo a tu destrucción? A primera vista, parece que un hombre te confundió, influyó en ti y te arruinó. Pero la causa real fue tu pensamiento profundamente arraigado. O sea, el origen de este desenlace es el pensamiento “Sigue al hombre con quien te cases, ya sea un gallo o un perro”. Por tanto, es fundamental abandonarlo.
Bien, recordemos los pensamientos y los puntos de vista de los que hemos hablado recientemente, que provienen de los padres y las familias, y que están relacionados con principios y estrategias para tratar con el mundo, las reglas del juego, cómo son las cosas, la raza, los hombres y las mujeres, el matrimonio, etc. ¿Alguno de ellos es positivo? ¿Alguno de ellos puede guiarte de alguna manera por la senda de perseguir la verdad? (No). Ninguno te ayuda a convertirte en un ser creado verdadero o cualificado. Al contrario, cada uno de ellos te perjudica profundamente, corrompiéndote a través de su condicionamiento y haciendo que diversos pensamientos y puntos de vista falaces traben, controlen, influencien y perturben a la gente de hoy en día en lo más íntimo de su ser. Si bien la familia es un lugar cálido, lleno de recuerdos de la infancia, y un refugio para el alma en lo hondo del corazón de las personas, no se deberían subestimar las diversas influencias negativas que la familia les transmite. El calor familiar no llega a disipar estos pensamientos erróneos. Esta calidez y los recuerdos hermosos que la familia infunde solo aportan cierto grado de consuelo y satisfacción en el plano del afecto físico. Sin embargo, el condicionamiento familiar es absolutamente perjudicial por lo que respecta a cosas como la manera de comportarse y tratar con el mundo, la senda que uno debería tomar o el tipo de perspectiva sobre la vida y los valores que se deben establecer. Desde esta óptica, diversos pensamientos y puntos de vista erróneos de la familia corrompen, condicionan, controlan e influencian a uno incluso antes de incorporarse a la sociedad. Se puede decir que la familia es el lugar donde se reciben originalmente todos los pensamientos y puntos de vista incorrectos, y donde estos comienzan a ponerse en juego y a aplicarse libremente. Las familias desempeñan este tipo de papel en la vida de cada uno y su vida cotidiana. En nuestra charla sobre este asunto no se pide a la gente que se desprenda de la familia en lo que respecta al afecto ni que rompa o corte formalmente los lazos con ella. En concreto, simplemente se le reclama que reconozca, discierna y, por supuesto, deje de lado de una manera más precisa y práctica los diversos pensamientos y puntos de vista incorrectos que la familia le inculca. Esta es la práctica particular que debería adoptar alguien que persiga la verdad al abordar los temas relacionados con la familia.
Hay muchos más temas relacionados con la familia. ¿Acaso no es verdad que estos dichos con los que la familia condiciona a la gente, esos de los que hemos hablado, son bastante comunes? (Sí). A menudo, oímos que se dicen dentro de las familias, si no es en una, es en otra. ¿Acaso estos dichos no están generalizados y son representativos? La inmensa mayoría de las familias ha inculcado estos pensamientos y puntos de vista en cierta medida. Cada dicho que hemos comentado hace acto de presencia de distintas maneras en la mayoría de las familias y se inculca en diversas etapas del crecimiento de una persona. Desde el primer día se inculcan estos pensamientos, y la gente comienza a aceptarlos, llegando a conocerlos y admitirlos, y posteriormente, sin poder defenderse, los adopta como sus estrategias y maneras de tratar con el mundo para vivir y sobrevivir en el futuro. Por supuesto, muchos los acogen también como su punto de referencia para afianzarse en la sociedad. Así pues, estos pensamientos y puntos de vista no solo impregnan la vida diaria de las personas, sino también su mundo interior y los diversos problemas con los que se encuentran en su senda de supervivencia. Cuando surgen distintos problemas, los diversos pensamientos y puntos de vista que la gente guarda en el corazón guían su manera de abordar esas situaciones, la dominan y la gobiernan, del mismo modo que también lo hacen algunos principios y estrategias para tratar con el mundo. Las personas pueden aplicar hábilmente estos pensamientos y puntos de vista erróneos en la vida real y, bajo su dirección, tomar de manera natural una senda incorrecta. Puesto que son pensamientos equivocados los que determinan sus acciones, su comportamiento, sus vidas y su existencia, es inevitable que las sendas que recorren en la vida sean igualmente erróneas. Dado que el origen de los pensamientos que dirigen a las personas es incorrecto, su senda por supuesto también lo es. La dirección de su senda está torcida, lo que hace que el resultado final sea bastante claro. Condicionadas por los diversos pensamientos de sus familias, las personas toman la senda equivocada, que posteriormente las lleva por el mal camino. En consecuencia, se dirigen al infierno, a la destrucción. En última instancia, la causa de su ruina son los diversos pensamientos erróneos con los que sus familias las condicionan. Dadas las graves consecuencias, la gente debería desprenderse del condicionamiento mediante diversos pensamientos que su familia le transmitió. En el presente, este condicionamiento influye en las personas de una manera que les impide aceptar la verdad. Guiada por estos pensamientos erróneos y debido a su existencia, la gente no suele ser capaz de comprender la verdad e incluso la rechaza y se resiste a ella en el corazón. Lo que es aún peor, por supuesto, es que algunos pueden tomar la decisión de traicionar a Dios. Así es la situación en la actualidad, pero a largo plazo, en las circunstancias en las que las personas no pueden aceptar la verdad o la traicionan, estos pensamientos incorrectos las llevan a recorrer una senda equivocada contraria a la verdad, traicionando y rechazando a Dios. Bajo la dirección de una senda tan incorrecta, aunque parezca que escuchan hablar a Dios y aceptan Su obra, a fin de cuentas no pueden salvarse verdaderamente a causa de la senda inadecuada que han tomado. Es algo realmente lamentable. Por tanto, ya que la influencia de tu familia puede tener consecuencias tan graves, uno no debería banalizar estos pensamientos. Si la familia te ha condicionado sobre diferentes asuntos a través de los correspondientes pensamientos erróneos, deberías examinarlos y desprenderte de ellos: deja de aferrarte a ellos. No importa cuál sea el pensamiento, si es incorrecto y va en contra de la verdad, la única senda adecuada que deberías elegir es desprenderte de él. La práctica acertada para desprenderse de algo es esta: las bases o los criterios según los cuales contemplas, llevas a cabo o manejas este asunto deberían dejar de ser los pensamientos erróneos que te ha inculcado la familia y en su lugar pasar a fundamentarse en las palabras de Dios. Aunque a raíz de este proceso es posible que debas pagar un precio, te sientas como si actuaras en contra de tu voluntad y quedes en entredicho, e incluso puedas sufrir una pérdida en tus intereses mundanos, sea lo que sea a lo que te enfrentes, deberías ajustar de manera persistente e incesante tu práctica a las palabras de Dios y a los principios que Él te indica, sin dejar de hacerlo en ningún momento. El mecanismo de esta transformación será complejo sin duda alguna, no irá viento en popa. ¿Por qué no será sencillo? Es una pugna entre cosas positivas y negativas, entre pensamientos malvados provenientes de Satanás y la verdad, y también entre los pensamientos y los puntos de vista erróneos que guardas en el corazón y tu voluntad y deseo de aceptar la verdad y las cosas positivas. Dado que hay una disputa, es posible que uno sufra y deba pagar un precio: esto es lo que debes hacer. Si alguien quiere recorrer la senda de perseguir la verdad y alcanzar la salvación, debe aceptar estos hechos y experimentar estas pugnas, durante las cuales sin duda pagarás algún precio, sufrirás cierto dolor y dejarás de hacer determinadas cosas. Independientemente de cómo se desarrolle el proceso, el objetivo final es ser capaz de temer a Dios y apartarse del mal, ganar la verdad y alcanzar la salvación. Por tanto, merece la pena cualquier precio que pagues por esta meta, porque es la más correcta y aquella que deberías perseguir para convertirte en un ser creado cualificado. Por mucho que debas esforzarte o por muy alto que sea el precio a pagar, si quieres alcanzar esta meta, no deberías transigir en esta cuestión ni eludirla ni temerla, porque mientras persigas la verdad y tu objetivo sea temer a Dios, apartarte del mal y salvarte, no estarás solo cuando te enfrentes a cualquier disputa o batalla. Las palabras de Dios te acompañarán; Él y Sus palabras son tu apoyo, de modo que no deberías tener miedo, ¿cierto? (Sí). Por tanto, uno debería elegir desprenderse de todo esto, tanto si el condicionamiento de pensamientos erróneos proviene de la familia o tiene cualquier otro origen. Por ejemplo, como ya hemos comentado, tu familia suele decirte: “Uno nunca debería tener la intención de hacer daño a otros, pero siempre debería protegerse del daño que otros pudieran hacerle”. En realidad, la práctica de desprenderse de este pensamiento es bien sencilla: limítate a actuar según los principios que Dios indica a la gente. “Los principios que Dios indica a la gente”: esta frase es bastante general. ¿Cómo se lleva a la práctica de manera concreta? No hace falta que analices si tienes la intención de hacer daño a otros ni que te protejas de terceros. Entonces, ¿qué deberías hacer? Por un lado, deberías ser capaz de mantener adecuadamente relaciones armoniosas con los demás; por otro, al tratar con distintas personas, deberías utilizar las palabras de Dios como base y la verdad como criterio para discernir qué clase de personas son y tratarlos según los principios correspondientes. Es así de simple. Si son hermanos y hermanas, trátalos como tal; si se toman en serio su búsqueda, se sacrifican y se esfuerzan, trátalos como hermanos y hermanas que cumplen su deber sinceramente. Si son personas no creyentes, que no están dispuestas a cumplir su deber y solo desean vivir su vida, no deberías tratarlas como hermanos y hermanas, sino como incrédulos. Al contemplar a la gente, deberías fijarte en el tipo de persona que es cada uno, en su carácter, su humanidad y su actitud hacia Dios y la verdad. Si alguien puede aceptar la verdad y está dispuesto a practicarla, trátalo como un verdadero hermano o hermana, como si fuera de la familia. Si su humanidad es deficiente y solo habla de boca para afuera sobre el hecho de practicar la verdad de buen grado, sin llegar a hacerlo nunca aun teniendo la capacidad de debatir la doctrina, trátalo como un simple trabajador, no como a un familiar. ¿Qué te indican estos principios? Te indica el principio con el que tratar a distintos tipos de personas: es el que hemos analizado a menudo, es decir, tratar a la gente con sabiduría. La sabiduría es un término general, pero de manera específica significa tener diferentes métodos y principios para tratar con distintos tipos de personas, todos ellos basados en la verdad, no en sentimientos, preferencias o puntos de vista personales, ni en las ventajas o las desventajas que esas personas supongan para ti ni en su edad, sino únicamente en las palabras de Dios. Por tanto, al tratar con la gente, no es necesario que examines si tienes la intención de hacer daño a otros ni que te protejas de terceros. Si tratas a las personas según los principios y los métodos que Dios te ha ofrecido, evitarás todas las tentaciones sin caer en ellas ni verte envuelto en conflictos. Es así de sencillo. Este principio también es apropiado al tratar con el mundo de los incrédulos. Cuando veas a alguien, pensarás: “Es malvado, un diablo, un demonio, un rufián o un canalla. No necesito protegerme de él; no le prestaré atención ni lo provocaré. Si hace falta interactuar en el trabajo, llevaré el asunto de una manera oficial e imparcial. Si no es necesario, evitaré cualquier contacto o relación, sin defenderlo ni adularlo. No tendrá motivos para criticarme. Si quiere acosarme, tengo a Dios. Confiaré en Él. Si Dios le permite amenazarme, lo aceptaré y me someteré. Si no lo permite, esa persona no podrá hacerme ningún daño”. ¿Acaso no es esto una fe genuina? (Sí). Debes tener esta convicción verdadera y no temer nada de esa persona. No digas que es simplemente un rufián del barrio o un don nadie: incluso al enfrentarnos al gran dragón rojo, acatamos este principio. Si el gran dragón rojo te prohíbe creer en Dios, ¿razonas con él? ¿Le predicas? (No). ¿Por qué no? (Predicar al dragón no tiene ningún sentido). Es un diablo, no merece escuchar sermones. No se deben echar margaritas a los cerdos. No se expresa la verdad para las bestias o los diablos; es para los humanos. Aun en el caso de que los diablos o las bestias tuvieran entendimiento, no se les predicaría la verdad. ¡No lo merecen! ¿Cómo es este principio? (Es bueno). ¿Cómo tratas a los que tienen una humanidad deficiente, a los malvados, a los que están confundidos, a los bravucones insensatos de la iglesia o a los que ostentan cierto poder en la sociedad, que provienen de grandes familias o son importantes en algún sentido? Trátalos como se merecen. Si son hermanos y hermanas, relaciónate con ellos. Si no, ignóralos y trátalos como no creyentes. Si se ajustan a los principios para compartir el evangelio, compártelo con ellos. Si no son el objeto del evangelio, no te reúnas ni te relaciones con ellos nunca en la vida. Es así de simple. No hace falta protegerse de diablos y satanases, tampoco incriminarlos ni vengarse. Basta con ignorarlos. No los provoques ni te relaciones con ellos. Si por alguna razón no puedes evitar interactuar o tratar con ellos, lleva el asunto de una manera oficial, imparcial y basada en los principios. Es así de sencillo. Los principios y los métodos que Dios enseña a la gente para actuar y comportarse te ayudan a proceder con dignidad, permitiéndote vivir con una semejanza humana cada vez mayor. En cambio, los hábitos que te enseñan tus padres no hacen sino confundirte y abocarte a un abismo de sufrimiento, aunque de entrada parezca que sirven para protegerte y cuidar de ti. Lo que enseñan no es el camino adecuado ni un enfoque sabio para comportarse, sino una forma de actuar ladina y despreciable, contradictoria con la verdad y sin ninguna relación con ella. Por tanto, si solo aceptas los pensamientos con los que te han condicionado tus padres, te costará aceptar la verdad, cuya práctica resultará compleja. No obstante, si tienes genuinamente el valor de desprenderte de los pensamientos relativos a cómo comportarse y de los principios para tratar con el mundo que provienen de la familia, te será más sencillo aceptar y practicar la verdad.
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