Cómo perseguir la verdad (16) Parte 2

Acabamos de hablar sobre lo habitual que resulta que la familia genere sentimientos encontrados e incomodidad en una persona. Esta quiere desprenderse por completo, pero le remuerde la conciencia y no tiene el valor de hacerlo. Si no se desprende, sino que se involucra de lleno en su familia y se integra con ella, no suele tener muy claro lo que debe hacer, ya que algunos de sus puntos de vista no concuerdan con los de su familia. Por eso, le resulta especialmente difícil tratar con esta, no llega a tener una compatibilidad absoluta, pero tampoco puede prescindir de ella por completo. Así que hoy vamos a hablar de cómo una persona debe llevar la relación con su familia. En este tema se abordan algunas cargas que provienen de la familia, y este es el tercer tema del contenido relativo a desprenderse de esta: desprenderse de las cargas que provienen de la propia familia. Es un tema importante. ¿Cuáles son algunas de las cosas que sois capaces de entender en relación con este asunto? ¿Tienen que ver estas cargas con las responsabilidades, las obligaciones, la piedad filial y demás? (Sí). Las cargas procedentes de la familia se refieren a toda responsabilidad, obligación y piedad filial que una persona debe cumplir hacia su familia. Por un lado, se trata de las responsabilidades y obligaciones que uno ha de cumplir, pero por otro, en determinadas circunstancias y con determinadas personas, se tornan en perturbaciones en la vida de alguien, y a estas las llamamos cargas. En lo que se refiere a las cargas procedentes de la familia, podemos debatirlas partiendo de dos aspectos. El primero es las expectativas paternas. Cada padre o anciano tiene diversas expectativas respecto a sus hijos, ya sean grandes o pequeñas. Esperan que estudien mucho, tengan buena conducta, destaquen en la escuela, su media sea de sobresaliente y no aflojen. Quieren que sus maestros y compañeros los respeten, y que saquen más de un 80 en todo. Si sacan un 60, la emprenden a golpes con ellos, y si sacan menos de 60, los ponen de cara a la pared para que piensen en sus fallos, o les hacen permanecer de pie y en silencio como castigo. No se les permite comer, dormir, ver la tele o jugar a videojuegos, y no les comprarán la ropa y los juguetes bonitos que les prometieron. Cada pareja de padres alberga múltiples expectativas hacia sus hijos y deposita en ellos grandes esperanzas. Ambos esperan que tengan éxito en la vida, avancen rápido en sus carreras y traigan honor y gloria a sus ancestros y a la familia. Ningún padre quiere que sus hijos acaben siendo mendigos, agricultores o incluso ladrones o bandidos. Tampoco quiere que se conviertan en ciudadanos de segunda clase después de acceder a la sociedad, que rebusquen en la basura, ofrezcan sus mercancías en las aceras, sean vendedores ambulantes o reciban el desprecio de los demás. Al margen de que los hijos puedan hacerlas realidad, los padres de todos modos depositan en ellos todo tipo de expectativas. Son una proyección de las cosas y las aspiraciones que ellos consideran buenas y nobles para sus hijos, a las que aplican una capa de esperanza, y confían en que estos puedan cumplir los deseos paternos. ¿Qué crean de manera inadvertida estos deseos paternos en los hijos? (Presión). Les crean presión, ¿y qué más? (Cargas). Se convierten en presión y también en ataduras. Dado que los padres tienen expectativas sobre sus hijos, los disciplinan, guían y educan de acuerdo con ellas. Llegarán incluso a invertir en sus hijos para satisfacer sus expectativas, o a pagar cualquier precio por ellas. Por ejemplo, los padres esperan de sus hijos que destaquen en la escuela, sean los mejores de su clase, saquen más de 90 en todos los exámenes, que siempre sean el número uno o, como poco, nunca queden por debajo del quinto puesto. Después de expresar estas expectativas, ¿acaso no están los padres haciendo a su vez ciertos sacrificios para ayudar a sus hijos a alcanzar estas metas? (Sí). A fin de alcanzarlas, los hijos se despiertan temprano todas las mañanas para repasar las lecciones y memorizar los textos, y sus padres también se levantan para hacerles compañía. Los días cálidos los abanican, les dan bebidas frescas o les compran helados. Se levantan a primera hora para prepararles a sus hijos leche de soja, palitos de masa frita y huevos. En especial durante los exámenes, les hacen comer dos huevos y un palito de masa, con la esperanza de que eso les haga sacar un 100. Si dices: “No puedo comerme todo eso, me basta con un huevo”, te replican: “Tonto, solo sacarás 10 puntos si te comes un huevo. Cómete otro por mamá. Esfuérzate, si te lo comes, sacarás cien puntos”. El niño dice: “Me acabo de levantar, todavía no tengo ganas de comer”. “¡No, tienes que comer! Sé bueno y escucha a tu madre. Mamá lo hace por tu propio bien, así que vamos, cómetelo, hazlo por tu madre”. El niño lo considera: “Mamá se preocupa mucho. Todo lo que hace es por mi bien, así que me lo voy a comer”. Lo que se come es el huevo, pero ¿qué es lo que se traga en realidad? La presión, la reticencia y la desgana. Comer es bueno y las expectativas de su madre son altas, y desde la óptica de la humanidad y la conciencia, uno debe aceptarlo, pero con base en la razón, debe resistirse a esta clase de amor y no aceptar esta manera de hacer las cosas. Sin embargo, por desgracia, no puedes hacer nada. Si no comes, se va a enfadar y te pegará, te regañará o incluso te maldecirá. Algunos padres dicen: “Mírate, eres tan inútil que hasta comer un huevo te supone un gran esfuerzo. Un palito de masa frita y dos huevos, ¿acaso no te ayudan a lograr cien puntos? ¿No es todo por tu bien? Y ni así te lo comes. Si no lo haces, tendrás que mendigar comida en el futuro. ¡Como quieras!”. También hay otros niños que de verdad no pueden comer, pero sus padres los obligan y después vomitan. No es para tanto, pero los padres se enfadan todavía más y los niños no reciben empatía ni comprensión, solo reproches. Además de los reproches, aumenta la sensación de que han decepcionado a sus padres y se culpan todavía más a sí mismos. La vida no es fácil para estos niños, ¿verdad? (No). Después de vomitar, lloras a escondidas en el baño, mientras finges que sigues vomitando. Cuando sales, te limpias rápido las lágrimas, te aseguras de que tu madre no te vea. ¿Por qué? Si te ve, te regañará y hasta te maldecirá: “Mírate, no sirves para nada. ¿Por qué lloras? Eres un inútil, no puedes comerte ni esta buena comida. ¿Qué quieres comer? Si tuvieras que pasar sin la próxima comida, no te perderías esta, ¿verdad? ¡Naciste para sufrir! Si no estudias mucho, si no lo haces bien en los exámenes, acabarás mendigando comida”. Cada palabra que pronuncia tu madre parece tener intención de educarte y también se asemeja a un reproche; pero ¿a ti qué te hace sentir? Sientes las expectativas y el amor de tus padres. Así pues, en esta situación, por muy bruscas que sean las palabras de tu madre, tienes que aceptarlas y tragártelas con lágrimas en los ojos. Aunque te cueste comer, tienes que aguantarte, y si te entran náuseas, comes igualmente. ¿Es fácil de soportar una vida así? (No). ¿Por qué no? ¿Qué clase de educación te aportan las expectativas de tus padres? (La necesidad de rendir bien en los exámenes y tener un futuro de éxito). Has de demostrar que eres prometedor, tienes que estar a la altura del amor de tu madre y de su arduo trabajo y sus sacrificios, y has de colmar las expectativas de tus padres y no defraudarles. Te quieren mucho, lo han dado todo por ti y te dedican su vida entera. Entonces, ¿en qué se han tornado todos sus sacrificios, su educación e incluso su amor? En algo que debes devolverles y, al mismo tiempo, en una carga para ti. Así es como surge la carga. Aunque los padres hagan estas cosas por instinto, por amor o por los imperativos de la sociedad, la utilización de estos métodos para educarte y tratarte, e incluso para inculcarte toda clase de ideas, al final no proporcionan a tu alma libertad, liberación, consuelo ni alegría. ¿Qué conllevan para ti? Presión, miedo, condena y desazón en tu conciencia. ¿Qué más? (Ataduras y limitaciones). Ambas cosas. Es más, ante semejantes expectativas de tus padres, no puedes evitar vivir por sus esperanzas. Para cumplir con sus expectativas, para no fallarles y que no pierdan la esperanza en ti, estudias todos los días cada asignatura a conciencia y con esmero y haces todo lo que te piden. No te dejan ver la tele, así que te aguantas obediente y no la ves, aunque en realidad te apetece. ¿Por qué eres capaz de resistirte? (Por miedo a decepcionar a mis padres). Te da miedo que tu rendimiento académico baje mucho si no haces caso a tus padres, y entonces no podrás entrar en una universidad de prestigio. Te embargan las dudas sobre tu propio futuro. Parece que sin el control, los reproches y la represión de tus padres, desconoces lo que te espera en tu senda. No te atreves a liberarte de sus limitaciones ni de sus ataduras. Les permites que te pongan toda clase de reglas, que te manipulen, y no te atreves a desafiarlos. Por una parte, no tienes certeza respecto a tu futuro, por otra, desde la conciencia y la humanidad, no estás dispuesto a desafiarlos ni a hacerles daño. Como hijo suyo, te parece que debes escucharlos, ya que todo lo que hacen es por tu propio bien, en beneficio de tu futuro y tus perspectivas. Entonces, cuando te ponen todo tipo de reglas, te limitas a obedecer en silencio. Aunque en tu corazón te muestres un centenar de veces reacio a ello, sigues acatando sus órdenes sin poder evitarlo. No te permiten ver la tele o leer libros por puro entretenimiento, así que no haces nada de eso. No aceptan que seas amigo de este o aquel compañero, así que no eres su amigo. Te dicen a qué hora te tienes que levantar, y a esa hora te levantas. Te dicen a qué hora descansar, así que a esa hora descansas. Te dicen cuánto tiempo estudiar, así que ese tiempo te pasas estudiando. Te dicen cuántos libros leer, cuántas destrezas extracurriculares aprender, y como ellos aportan los medios económicos para tu educación, dejas que te manden y te controlen. Algunos padres en particular depositan expectativas especiales en sus hijos, con la esperanza de que estos los superen, e incluso de que cumplan con un anhelo que ellos no fueron capaces de alcanzar. Por ejemplo, algunos padres puede que quisieran convertirse en bailarines, pero por varias razones, ya fuera la época en la que nacieron o las circunstancias de su familia, al final no fueron capaces de satisfacer ese anhelo. Así que lo proyectan en ti. Además de exigirte que te coloques entre las mejores en tus estudios y entres en una universidad prestigiosa, te apuntan a clases de baile. Aparte de la escuela, te hacen aprender diversos estilos de danza, estudiar más en las clases de baile, ensayar en casa y desde luego que seas la mejor de todas. Al final, no solo requieren de ti que te admitan en una prestigiosa universidad, sino también que te conviertas en bailarina. Tienes dos opciones, convertirte en bailarina o ir a una universidad de prestigio para después asistir a la escuela de posgrado y cursar un doctorado. Solo tienes dos sendas donde elegir. Por una parte, dentro de sus expectativas, esperan que te esfuerces mucho en los estudios, te admitan en la universidad prestigiosa, destaques entre tus coetáneos y tengas un futuro próspero y glorioso. Por otra, proyectan sus deseos incumplidos en ti, con la esperanza de que los cumplas tú por ellos. De este modo, en lo que se refiere al mundo académico o a tu carrera futura, acarreas dos cargas al mismo tiempo. Por un lado, tienes que estar a la altura de sus expectativas y retribuirles todo lo que han hecho por ti, esforzarte por acabar superando a tus compañeros para que tus padres puedan disfrutar de una buena vida. Por otro lado, has de cumplir los sueños que ellos no alcanzaron en su juventud para que se hagan realidad sus deseos. Resulta agotador, ¿verdad? (Sí). Una sola de esas cargas ya es mucho que soportar, solo una supone un enorme peso para ti y te tiene asfixiado. En especial en la época actual, donde hay una competencia extremadamente feroz, la variedad de exigencias que los padres depositan en sus hijos es simplemente insoportable e inhumana, se muestran claramente irracionales. ¿Cómo llaman a esto los incrédulos? Chantaje emocional. Da igual cómo lo llamen los incrédulos, ellos no pueden resolver este problema ni explicar con claridad su esencia. Lo denominan chantaje emocional, pero ¿cómo lo llamamos nosotros? (Ataduras y cargas). Lo llamamos cargas. ¿Son estas cargas algo que la gente deba acarrear? (No). Se trata de un añadido, algo adicional que tú asumes. No es parte de ti. No es algo que tu cuerpo, tu corazón ni tu alma tengan o necesiten, sino un añadido. Proviene de fuera, no de tu interior.

Tus padres albergan toda clase de expectativas respecto a tus estudios y opciones de carrera. Entretanto, han hecho diversos sacrificios e invertido gran cantidad de tiempo y energía para que tú cumplas con sus expectativas. Por una parte, es para ayudarte a cumplir los deseos de tus padres, por otra, es también para satisfacer sus propias expectativas. Al margen de que estas sean o no razonables, en resumidas cuentas, estos comportamientos de los padres, junto a sus puntos de vista, actitudes y métodos, hacen las veces de ataduras invisibles para todo individuo. Da igual que el pretexto que usen sea su amor hacia ti, tus perspectivas de futuro o que tengas una buena vida. En resumen, el pretexto que usen carece de importancia, el objetivo de estas exigencias, los métodos para ellas y el punto de partida en su pensamiento son una especie de carga para cualquier individuo. No son una necesidad para la humanidad. Ya que no es así, la única consecuencia que acarrean estas cargas es la distorsión, perversión y fragmentación de la propia humanidad; la hostigan, dañan y reprimen. Estas consecuencias no son benignas, sino malévolas, e incluso afectan a la vida de una persona. En su papel de padres, demandan de ti que hagas diversas cosas que van en contra de las necesidades e instintos de la humanidad, o bien que trascienden estos últimos. Por ejemplo, puede que solo permitan a los niños dormir cinco o seis horas por la noche a medida que se hacen mayores. No se les permite irse a dormir antes de las 11 de la noche, y se deben levantar a las 5 de la mañana. No pueden hacer ninguna actividad recreativa ni descansar los domingos. Han de completar cierta cantidad de tareas y realizar cierto número de lecturas extracurriculares, y algunos padres incluso insisten en que sus hijos aprendan una lengua extranjera. En resumen, además de los cursos que tomas en la escuela, debes estudiar multitud de destrezas y conocimientos adicionales. Si no estudias, no eres un chico bueno, obediente, trabajador ni sensato. En cambio, eres un inútil inservible y un idiota. Con la pretensión de que esperan lo mejor para sus hijos, los padres te privan de la libertad para dormir, de tener infancia y momentos felices en ella, mientras que al mismo tiempo te privan de toda clase de derechos que debes tener como menor. Cuando tu cuerpo necesita descanso, solo te dejan dormir cinco o seis horas, si bien necesitas siete u ocho para que el cuerpo se recupere. A veces duermes las horas necesarias, pero hay algo que no puedes soportar, y es que tus padres te atosiguen sin cesar o te digan cosas como: “De ahora en adelante, no tienes que ir a la escuela. ¡Mejor quédate en casa durmiendo! Como te gusta tanto dormir, te puedes pasar la vida entera durmiendo en casa. ¡Ya que no quieres ir a la escuela, en el futuro mendigarás comida!”. Es la única vez que no te has levantado temprano y así es como te tratan, ¿acaso no es inhumano? (Sí). Así que, para evitar la incómoda situación, la única opción es realizar concesiones y refrenarte. Te aseguras de levantarte a las 5 de la mañana y solo te vas a la cama después de las 11 de la noche. ¿Te refrenas de este modo de buena gana? ¿Te complace hacerlo? No. Es que no te queda otra elección. Si no haces lo que te piden tus padres, puede que te miren mal o te regañen. No es que te vayan a golpear, solo te van a decir: “Hemos tirado la mochila a la basura. Ya no tienes que ir más a la escuela. ¡Sigue así, cuando cumplas los 18 podrás irte a rebuscar en los contenedores!”. Te sueltan un aluvión de críticas, no te golpean ni te regañan, pero te provocan hasta tal punto que no puedes soportarlo. ¿Qué es lo que no soportas? Que tus padres te digan: “Si duermes una o dos horas de más, en el futuro tendrás que pedir comida como un mendigo”. En el fondo te sientes especialmente intranquilo y triste por haber dormido esas dos horas de más. Te parece que les debes a tus padres esos minutos adicionales de sueño, que los has decepcionado después del duro trabajo que te han dedicado durante tantos años, y la sincera preocupación que sienten por ti. Te odias a ti mismo y piensas: “¿Por qué valgo tan poco? ¿De qué me sirven estas dos horas adicionales de sueño? ¿Mejorarán mis notas o me ayudarán a entrar en una universidad de prestigio? ¿Cómo puedo ser tan inconsciente? Me levantaré cuando suene la alarma, eso es lo que debo hacer. ¿Por qué he dormitado un rato más?”. Lo piensas mejor: “En realidad estoy muy cansado. ¡Es verdad que necesito el descanso!”. Reflexionas un poco más sobre ello: “No puedo pensar así. ¿Acaso no estoy desafiando a mis padres? Si sigo así, ¿no me convertiré realmente en un mendigo en el futuro? Pensar de ese modo supone decepcionar a mis padres. He de escucharlos y no ser tan obstinado”. Sometido a los diversos castigos y reglas fijados por tus padres, además de a sus variadas exigencias, tanto las razonables como las que no lo son tanto, te vuelves cada vez más sumiso, pero al mismo tiempo, todo lo que tus padres hacen por ti se convierte sin darte cuenta en unas ataduras y una carga para ti. Por mucho que lo intentes, no puedes deshacerte de ella ni ocultarla, llevas esa carga allá donde vas. ¿Qué carga es esa? “Todo lo que hacen mis padres es en beneficio de mi futuro. Soy joven e ignorante, así que debo escucharlos. Todo lo que hacen es bueno y correcto. Han sufrido una barbaridad y han invertido mucho en mí. He de trabajar duro por ellos, estudiar a tope, encontrar un buen trabajo en el futuro y ganar dinero para mantenerlos, darles una buena vida y retribuirles lo que me han dado. Eso es lo que debo hacer y lo que he de pensar”. Sin embargo, al recordar cómo te trataron tus padres, lo difíciles que fueron esos años que viviste, la infancia feliz que te perdiste y, sobre todo, el chantaje emocional al que te sometieron, en el fondo te parece que todo lo que hicieron no fue en aras de las necesidades de tu humanidad ni de tu alma. Supuso una carga. Aunque eso es lo que piensas, nunca te atreviste a odiar ni a enfrentarte a ello de manera adecuada y directa, ni tampoco a examinar con raciocinio todo lo que hicieron tus padres ni su actitud hacia ti tal como Dios te lo indicó. Nunca te atreviste a tratar a tus padres del modo más adecuado, ¿no es así? (Sí). Hasta ahora, en el tema de estudiar y elegir una carrera, ¿habéis discernido el esfuerzo y el precio que vuestros padres han pagado por vosotros y lo que os piden que hagáis y lo que afirman que debéis perseguir? (No discerní estas cosas antes y pensaba que lo que hacían mis padres era por amor y para mejorar mi futuro. Ahora tengo un poco de discernimiento tras la enseñanza de Dios, así que no lo veo así). Entonces, ¿qué hay detrás de este amor? (Ataduras, trabas y una carga). De hecho, es la privación de la libertad humana y de la felicidad de la infancia; es una represión inhumana. Si se le llamara maltrato, podríais no ser capaces de aceptar este término desde la óptica de vuestra conciencia. Así que solo puede describirse como la privación de la libertad humana y la felicidad de la infancia, así como una forma de represión hacia los menores. Si dijéramos que es acoso, eso no sería del todo acertado. Lo que sucede es que eres joven e ignorante, y ellos tienen la última palabra en todo. Tienen el control total sobre tu mundo y te conviertes sin pretenderlo en su marioneta. Te dicen todo lo que tienes que hacer y tú lo haces. Si quieren que estudies baile, es necesario que lo hagas. Si dices: “No me gusta tomar clases de baile, no disfruto, no soy capaz de mantener el ritmo y no tengo buen equilibrio”, responden: “Qué lástima. Tienes que estudiarlo igual porque a mí me gusta. ¡Tienes que hacerlo por mí!”. Has de bailar aunque sea entre lágrimas. A veces tu madre llegará incluso a decir: “Estudia baile por mamá, escucha lo que te dice tu madre. Ahora eres joven y no lo entiendes, pero cuando seas mayor, lo comprenderás. Lo hago por tu propio bien. Mira, cuando yo era joven no tenía estos recursos, nadie me pagó lecciones de baile. Mamá no tuvo una infancia feliz. Pero a ti todo te ha venido rodado. Tu padre y yo ganamos dinero y ahorramos para que puedas estudiar baile. Eres como una princesita. ¡Eres muy afortunada! Mamá y papá hacemos esto porque te queremos”. ¿Qué respondes al oír esto? Te quedas sin habla, ¿verdad? (Sí). Los padres creen a menudo que los niños no entienden nada, y que todo lo que dicen los adultos es cierto; creen que los niños no distinguen el bien del mal ni escrutan por sí mismos lo que es correcto. Así que, antes de que sus niños lleguen a adultos, los padres dicen a menudo cosas a las que ni ellos mismos dan mucho crédito para confundir a sus hijos y adormecer sus jóvenes corazones, y los fuerzan, quieran o no, a cumplir con sus arreglos sin darles elección. En cuanto a la educación, las ideas que les inculcan y todo aquello que les exigen hacer a sus hijos, muchos padres con frecuencia se justifican, dicen lo que se les pasa por la cabeza. Asimismo, básicamente el 99,9 por ciento de los padres no usan métodos correctos y positivos para guiar a sus hijos respecto a cómo hacer y entenderlo todo. En su lugar, les inculcan a la fuerza sus propias preferencias unilaterales y cosas que ellos piensan que son buenas para sus hijos y les obligan a aceptar. Por supuesto, este 99,9 por ciento de cosas que los niños aceptan no solo no se ajustan a la verdad, sino que además no son los pensamientos ni los puntos de vista que la gente debería tener. Al mismo tiempo, tampoco se coinciden con las necesidades de la humanidad a esa edad. Por ejemplo, algunos niños o niñas de cinco o seis años juegan con muñecas, saltan a la comba o ven los dibujos animados. ¿No es eso lo normal? ¿Cuál es la única responsabilidad de los padres en esa situación? Supervisarlos, regularlos, aportarles una guía positiva, ayudar a sus hijos a no aceptar cosas negativas durante ese periodo, y dejar que acepten las positivas que corresponden a ese grupo de edad. Por ejemplo, en esos años deben aprender a llevarse bien con otros niños, a amar a su familia y a su madre y a su padre. Los padres deben educarlos mejor, hacerles entender que el hombre proviene de Dios, que deben ser buenos niños y aprender a escuchar las palabras de Dios, orar cuando se sientan atribulados o reacios a obedecer, y otros tantos aspectos positivos de la educación; lo demás se reduce a satisfacer sus intereses infantiles. Por ejemplo, a los niños no se les debe culpar por querer ver dibujos animados y jugar con muñecas. Algunos padres descubren a sus hijos o hijas de cinco o seis años viendo dibujos animados y jugando con muñecas y les riñen: “¡Eres un inútil! No te centras en estudiar o en hacer el trabajo que corresponde a tu edad. ¿De qué sirve ver dibujos animados? No son más que perros y gatos, ¿no puedes dedicarte a algo mejor? Son dibujos de animales, ¿no sería preferible ver algo donde salgan personas? ¿Cuándo vas a crecer? ¡Tira esa muñeca! Eres demasiado mayor para andar jugando con muñecas. ¡No vales para nada!”. ¿Te parece que los niños son capaces de entender lo que los adultos quieren decir con esto? ¿Qué va a hacer un niño de esa edad si no es jugar con muñecas o con tierra? ¿Deberían estar construyendo una bomba atómica? ¿Creando programas informáticos? ¿Son capaces de eso? A esta edad deben jugar con sus bloques de plástico, coches de juguete y muñecas, eso es lo normal. Cuando se cansen de jugar, lo que han de hacer es descansar y mantenerse sanos y felices. Si se muestran obstinados o inmunes a la razón, o cuando causen problemas a sabiendas, los adultos tienen que educarlos: “Estás siendo desconsiderado. Así no se comporta un buen niño. A Dios no le gusta, y a mamá y a papá tampoco”. Es responsabilidad de los padres aconsejar a sus hijos, no usar sus propios métodos y perspectivas de adulto, junto a sus deseos y ambiciones, para inculcarles o imponerles algo. Al margen de la edad de los niños, las responsabilidades que deben cumplir los padres hacia los hijos son simplemente las de proveer guía, educación, y supervisión positivos, además de consejo. Cuando los padres observan que sus hijos muestran algunos pensamientos, prácticas y comportamientos extremos, deben darles consejo y guía positivos para corregirlos, hacerles saber lo que es bueno y lo que es malo, lo que es positivo y lo que es negativo. Esta es la responsabilidad que deben cumplir los padres. De este modo, bajo los métodos adecuados de educación y guía de sus padres, los niños aprenderán de manera inconsciente muchas cosas que antes no sabían. Así pues, cuando la gente acepta muchas cosas positivas y aprende un poco sobre lo que está bien y lo que está mal desde una edad temprana, su alma y humanidad serán normales y libres; el alma no se verá sometida a ningún daño o represión. Al margen de su salud física, al menos la mente es saludable y no está distorsionada, porque han crecido en un entorno educativo benigno, sin verse reprimidos en uno ponzoñoso. A medida que sus hijos crecen, las responsabilidades y obligaciones que los padres deben cumplir consisten en no presionar a sus hijos, atarlos ni interferir en sus opciones, cosa que añade en ellos una carga tras otra. En cambio, durante la etapa de crecimiento, con independencia de su personalidad y calibre, es responsabilidad de los padres guiarlos hacía la dirección positiva y benigna. Cuando un lenguaje, una conducta o unos pensamientos peculiares e inadecuados surgen de los niños, los padres deben aportar el consejo espiritual, la guía y la rectificación a ese comportamiento en el momento oportuno. En cuanto a si los niños están dispuestos a estudiar, lo bien que lo hagan, el interés que muestren en obtener conocimiento y destrezas, y qué van a ser capaces de hacer cuando se hagan mayores, todo ello debe adaptarse a sus dotes y preferencias naturales, y a la orientación de sus intereses, lo que les permitirá crecer de forma sana, libre y robusta durante el proceso de su crianza: esta es la responsabilidad que deben cumplir los padres. Asimismo, es la actitud que deben tener hacia el crecimiento, los estudios y la carrera profesional de sus hijos, en vez de imponerles sus propios deseos, aspiraciones, preferencias e incluso sus anhelos para que ellos los materialicen en su lugar. De este modo, por una parte, los padres no tienen que hacer sacrificios adicionales, y por otra, los hijos pueden crecer libremente y adquirir lo que tienen que aprender gracias a la educación correcta y adecuada de sus padres. Lo más importante es que los padres traten correctamente a sus hijos según sus talentos, intereses y humanidad. Si los tratan según el principio de que “el destino de las personas está en manos de Dios”, entonces el resultado final sin duda será bueno. Tratar a los niños según ese principio no se refiere a impedirte que gestiones a tus hijos; debes disciplinarlos y ser estricto cuando sea necesario. Ya seas estricto o indulgente, el principio para tratar a los niños es, como acabamos de decir, permitirles seguir su curso natural, darles algo de guía y ayuda positivas, y entonces, en función de sus circunstancias reales, ofrecerles algo de asistencia y apoyo en cuestiones de destrezas, conocimiento o recursos, en la medida de tus posibilidades. Esta es la responsabilidad que deben cumplir los padres, en lugar de forzar a sus hijos a hacer lo que no están dispuestos a hacer o va en contra de la humanidad. En resumen, las expectativas hacia los niños no deberían basarse en la competencia social que hay en la actualidad ni en las necesidades, tendencias o afirmaciones de la sociedad, ni tampoco en las diversas ideas sobre cómo se trata a los niños en ella. Ante todo, deben basarse en las palabras de Dios y en el principio de que “todo está en manos de Dios”. Eso es lo que debería hacer la gente por encima de cualquier otra cosa. Respecto a en qué clase de persona se convertirán en el futuro los hijos o hijas de uno, qué clase de trabajo elegirán y cómo será su vida material, ¿en manos de quién se hallan estas cosas? (En las de Dios). Están en manos de Dios, no en las de los padres ni en las de nadie más. Si los padres no pueden controlar su propio destino, ¿acaso pueden controlar el de sus hijos? Si la gente no puede controlar su propio porvenir, ¿acaso pueden controlarlo sus padres? Entonces, como padres, la gente no debe hacer cosas estúpidas a la hora de ocuparse de los estudios y la carrera de sus hijos. Deben tratarlos de un modo sensato, sin convertir sus propias expectativas en cargas para sus hijos, sin que sus sacrificios, costes y adversidades se tornen en cargas para ellos, y sin que la familia se convierta en un purgatorio para su descendencia. Este es un hecho que los padres deben entender. Alguno de vosotros puede que se pregunte: “¿Qué clase de relación deben tener entonces los hijos con los padres? ¿Los deben tratar como amigos, colegas o mantener la relación de una persona mayor con una menor?”. Puedes lidiar con el asunto como creas oportuno. Deja que los niños elijan lo que les gusta y obra como mejor consideres. Todos estos son asuntos triviales.

¿Cómo deberían los hijos manejar las expectativas de sus padres? Si te encontraras con unos que chantajean emocionalmente a sus hijos, con unos padres tan irracionales y demoniacos, ¿qué harías? (Dejaría de escuchar sus enseñanzas, contemplaría las cosas según la palabra de Dios). Por una parte, has de percibir que sus métodos educativos son equivocados en lo relativo a los principios, que su manera de tratarte resulta dañina para tu humanidad y además te priva de tus derechos humanos. Por otro lado, tú mismo debes creer que el porvenir de las personas está en manos de Dios. Él lo predestina todo, tanto lo que te gusta estudiar como aquello en lo que destacas o lo que tu calibre humano es capaz de conseguir, y nadie puede cambiar nada de eso. Aunque tus padres te trajeran a este mundo, ellos tampoco pueden cambiar ninguna de esas cosas. Por tanto, da igual lo que te exijan hacer, puedes negarte si se trata de algo de lo que eres incapaz, te resulta imposible conseguir o no quieres hacer. Otra opción es razonar con ellos y luego compensarlo en otros aspectos, y así apaciguarás las preocupaciones que les surjan respecto a ti. Dices: “Relajaos, el destino de las personas está en manos de Dios. No voy a caminar de ningún modo por la senda errónea. No cabe duda de que recorreré la senda correcta. Con la guía de Dios, seguro que seré una persona auténtica y buena, no voy a defraudar vuestras expectativas hacia mí ni a olvidar que tuvisteis la gentileza de criarme”. ¿Cómo reaccionan los padres al oír tales palabras? Si son incrédulos o pertenecen a los diablos, se pondrán furiosos. Porque cuando dices: “No olvidaré vuestra gentileza por criarme y no os voy a decepcionar”, no son más que palabras vacías. ¿Has conseguido esto? ¿Has hecho lo que te han pedido? ¿Puedes destacar entre tus compañeros? ¿Te puedes convertir en un funcionario de alto rango o hacer una fortuna para que puedan tener una buena vida? ¿Les puedes ayudar a obtener beneficios tangibles? (No). Es una incógnita, todo se mueve entre la incertidumbre. Con independencia de que estén enfadados, felices o de que sufran en silencio, ¿qué actitud debes adoptar tú? La gente viene a este mundo a cumplir la misión que Dios le ha encomendado. Su función no es vivir para satisfacer las expectativas de sus padres y hacerlos felices, para ofrecerles gloria o permitirles llevar una vida de prestigio ante los demás. No es esa tu responsabilidad. Ellos te criaron; el coste no importa, lo hicieron por propia voluntad. Criarte era su responsabilidad y su obligación. Respecto a cuántas expectativas depositaron en ti o cuánto sufrieron debido a ellas, el dinero que gastaron, el rechazo que padecieron por parte de aquellos que los miraron por encima del hombro y cuánto sacrificaron, todo fue voluntario. Tú no pediste nada, no los obligaste a hacerlo y Dios tampoco. Contaban con sus propias motivaciones para ello. Desde su punto de vista, solo lo hicieron en su propio beneficio. Visto desde fuera, era para que tuvieras una buena vida y unas expectativas óptimas, pero de hecho la intención era traerles gloria a ellos y no deshonrarlos. Por tanto, no estás obligado a retribuirles nada, ni tampoco a cumplir sus deseos, ni a satisfacer las expectativas que tienen depositadas en ti. ¿Por qué no tienes esa obligación? Porque Dios no te la ha impuesto, no es eso lo que Él te manda hacer. Tu responsabilidad es hacer lo que corresponde a los hijos cuando sus padres los necesitan, has de esforzarte por cumplir con tu papel de hijo. Aunque ellos te trajeron al mundo y te criaron, tus responsabilidades hacia ellos consisten solo en lavar la ropa, cocinar y limpiar cuando sea necesario que los atiendas, y permanecer junto a su cama cuando se encuentren enfermos. Eso es todo. No estás obligado a obedecer cualquier cosa que te digan ni a ser su esclavo. Asimismo, no tienes que verte forzado a llevar a cabo sus anhelos incumplidos, ¿verdad? (Cierto).

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