Cómo perseguir la verdad (19) Parte 4

Además de estas expectativas hacia los hijos adultos, los padres les imponen también una exigencia que es común a todos los padres del mundo: esperan que sean capaces de ser buenos hijos y los traten bien. Por supuesto, en algunos grupos étnicos y regiones concretas se les plantean requisitos más específicos. Por ejemplo, además de ser buenos hijos, también han de cuidar de sus padres hasta que mueran y organizar sus funerales, vivir con ellos tras alcanzar la edad adulta y hacerse cargo de su sustento. Este es el último aspecto relacionado con las expectativas de los padres hacia su descendencia que vamos a tratar: exigir que sean buenos hijos y cuiden de ellos durante su vejez. ¿No es esta la intención original de todos los padres al tener hijos, así como el requisito básico que les plantean? (Sí). Cuando aún son pequeños y no entienden nada, los padres les preguntan: “Cuando crezcas y ganes dinero, ¿en quién te lo vas a gastar? ¿Te lo gastarás en papi y mami?”. “Sí”. “¿Te lo vas a gastar en los padres de papi?”. “Sí”. “¿Te lo vas a gastar en los padres de mami?”. “Sí”. ¿Cuánto dinero es capaz de ganar un niño en total? Tiene que mantener a sus padres, a los dos pares de abuelos e incluso a otros parientes lejanos. Decidme, ¿no es esta una carga pesada para un niño? ¿Acaso no son desafortunados? (Sí). Aunque hablen de la manera inocente e ingenua propia de los niños, y en realidad no sepan lo que están diciendo, esto refleja una realidad incuestionable: los padres crían a sus hijos con un propósito que no es ni puro ni simple. Cuando sus hijos son todavía muy jóvenes, los padres empiezan a hacerles exigencias y siempre los ponen a prueba, les preguntan: “Cuando seas mayor, ¿mantendrás a mami y papi?”. “Sí”. “¿Mantendrás a los padres de papi?”. “Sí”. “¿Mantendrás a los padres de mami?”. “Sí”. “¿Quién te gusta más?”. “Me gusta más mamá”. Entonces papá se pone celoso. “¿Y qué pasa con papá?”. “Me gusta más papá”. Mamá se pone celosa: “¿Quién te gusta más de verdad?”. “Mami y papi”. Entonces los dos se quedan satisfechos. Desde que apenas han empezado a hablar se empeñan en convertirlos en buenos hijos y esperan que cuando crezcan los traten bien. Aunque estos pequeños no pueden expresarse con claridad y no entienden gran cosa, los padres insisten en oír promesas en las respuestas de sus hijos. Al mismo tiempo, también quieren ver en ellos su propio futuro, y esperan que los hijos que están criando no sean desagradecidos, sino unos buenos hijos que los cuiden, e incluso más, que sean su apoyo y los mantengan cuando sean mayores. Aunque les hayan estado haciendo dichas preguntas desde que sus hijos eran pequeños, estas no tienen nada de simple. Se trata por entero de requerimientos y esperanzas que surgen del fondo del corazón de estos padres, de exigencias y esperanzas muy reales. Por tanto, en cuanto los hijos empiezan a obtener entendimiento de las cosas, los padres esperan que muestren preocupación por ellos cuando se pongan enfermos, que sus hijos los acompañen junto a la cama y los cuiden, aunque sea solo para darles un vaso de agua. Si no pueden hacer mucho, si no les es posible aportar ayuda financiera u otra más práctica, al menos deberían exhibir esa piedad filial. Los padres desean ver que sus hijos jóvenes sienten esa piedad filial y, de vez en cuando, se ocupan de confirmarlo. Por ejemplo, cuando no se sienten bien o están cansados del trabajo, se fijan en si a sus hijos se les ocurre traerles algo de beber o los zapatos, lavarles la ropa o prepararles una comida sencilla, aunque sean unos huevos revueltos con arroz, o en si les preguntan a sus padres: “¿Estás cansado? Si es así, deja que te haga algo de comer”. Algunos padres, de manera deliberada, salen durante su día libre y no vuelven a la hora de comer para preparar la comida, con el único fin de comprobar si sus hijos han madurado y se han vuelto sensatos, si saben prepararse algo en la cocina, ser buenos hijos y considerados, si pueden compartir sus penurias, o si son unos ingratos desalmados y los criaron para nada. A medida que los hijos se hacen mayores, e incluso durante la edad adulta, sus padres los ponen a prueba constantemente y se muestran curiosos acerca de esta cuestión, mientras que al mismo tiempo no paran de hacerles exigencias a sus hijos: “No deberías ser un ingrato desalmado. ¿Para qué te hemos criado nosotros, tus padres? Lo hicimos para que nos cuidaras cuando fuéramos mayores. ¿Te hemos criado para nada? No deberías desafiarnos. No nos resultó fácil. Fue un trabajo arduo. Deberías ser considerado y saber estas cosas”. En especial durante la supuesta fase rebelde, es decir, la transición de la adolescencia a la edad adulta, algunos hijos no son sensatos ni tienen criterio, y suelen desafiar a sus padres y causar problemas. Los padres lloran, montan una escena y los atosigan, dicen: “¡No sabes lo mucho que sufrimos para cuidarte cuando eras pequeño! No esperábamos que fueras así al crecer, tan mal hijo, que supieras tan poco acerca de compartir la carga de las tareas de casa o de nuestras penurias. No sabes lo difícil que es todo esto para nosotros. ¡No eres un buen hijo, eres un insolente, no eres una buena persona!”. Además de enfadarse con ellos por ser desobedientes o exhibir una conducta extrema en sus estudios o en su vida diaria, otra razón de su enojo es que no pueden ver en sus hijos su propio futuro, o que se dan cuenta de que no van a ser filiales, que no son considerados ni les dan pena sus padres, que no los llevan en el corazón o, para ser más concretos, que no saben ser buenos hijos con ellos. Así que, a los padres les parece que no pueden depositar sus esperanzas en tales hijos y es probable que sean desagradecidos o insolentes. Entonces, a sus padres se les parte el corazón, les parece que las inversiones y los gastos que hicieron por sus hijos fueron en vano, que no hicieron un buen negocio, que no merecía la pena, y se arrepienten de ello, se sienten tristes, afligidos y angustiados. Sin embargo, no pueden recuperar lo que gastaron, y mientras más es así, más se arrepienten, más quieren exigirles a sus hijos un comportamiento filial, dicen: “¿Puedes ser un poco mejor hijo? ¿Puedes ser más sensato? ¿Podemos contar contigo cuando te hagas mayor?”. Por ejemplo, digamos que a los padres les hace falta dinero y no dicen nada al respecto, pero los hijos les llevan dinero a casa. Supongamos que los padres desean comer carne o algo delicioso y nutritivo y no lo mencionan, pero los hijos les llevan esa comida. Son especialmente considerados con sus padres, no importa lo ocupados que estén con el trabajo o lo pesadas que sean sus propias cargas familiares, siempre los tienen en mente. Entonces estos pensarán: “Ay, puedo contar con mi hijo, por fin se ha hecho mayor, toda la energía y el dinero que se ha gastado en criarlo ha merecido la pena, hemos recuperado la inversión”. Sin embargo, si hacen algo ligeramente por debajo de lo que esperan, los padres lo juzgarán según lo buenos hijos que sean, decidirán que son malos, que no son dignos de confianza, que son unos ingratos y los criaron en balde.

También hay algunos padres que a veces están ocupados con el trabajo o haciendo recados, y al volver a casa un poco tarde se encuentran con que sus hijos han preparado la cena y no les han dejado nada. Cuando los hijos son todavía muy jóvenes, puede que no piensen en ello ni tengan el hábito de hacerlo, o es posible que a algunos simplemente les falte esa humanidad y no sean capaces de mostrar consideración o cuidado por otros. Además, puede que sus padres hayan influido en ellos, o que posean una humanidad egoísta por naturaleza, así que cocinan y comen por su cuenta, y no les dejan nada a sus padres, ni tampoco cocinan un poco de más. Cuando los padres vuelven a casa y se encuentran con esto, se lo toman a pecho y se disgustan. ¿Por qué se disgustan? Consideran que no son ni buenos ni sensatos. A las madres solteras, sobre todo, les disgusta incluso más ver a sus hijos actuar así. Empiezan a llorar y a gritar: “¿Crees que para mí fue sencillo criarte tantos años? He sido tu padre y tu madre, te he criado todo este tiempo. Trabajo sin descanso y ni siquiera me preparas algo de comer cuando llego a casa. Incluso un plato de gachas que ni siquiera esté caliente sería un bonito gesto de amor. ¿Cómo no puedes entenderlo a tu edad?”. No lo entienden ni actúan adecuadamente, pero si tal expectativa no existiera, ¿te enojarías tanto con ellos? ¿Te tomarías tan en serio el asunto? ¿Lo considerarías un criterio relacionado con la piedad filial? Si no cocinan para ti, tú misma puedes prepararte algo. Si no estuviesen, ¿acaso no tendrías que continuar viviendo? Si no son buenos hijos contigo, ¿acaso no deberías ni siquiera haberlos engendrado? Si de veras jamás aprenden a apreciarte y a cuidar de ti en toda su vida, ¿qué deberías hacer? ¿Tratar el asunto con corrección o estar enfadado, disgustado y tener remordimientos al respecto, estar siempre en pugna con ellos? ¿Qué es lo correcto? (Abordar el tema correctamente). En resumidas cuentas, sigues sin saber qué hacer. Al final, te limitas a aconsejarle a la gente: “No tengáis hijos. Uno se arrepiente de cada hijo que engendra. Tener hijos y criarlos no tiene nada de bueno. ¡Siempre se acaban convirtiendo en unos ingratos desalmados! Lo mejor es ser bueno con uno mismo y no depositar esperanzas en nadie. Nadie es digno de confianza. Todos afirman que se puede confiar en los hijos, pero ¿en qué puedes confiar? Más bien ellos pueden confiar en ti. Los tratas bien de cientos de maneras diferentes, pero a cambio, ellos creen que ser un poquito más amable contigo supone una inmensa bondad, y que eso cuenta como hacer bien las cosas contigo”. ¿Es errónea esta afirmación? ¿Es una especie de opinión, un pensamiento y un punto de vista que existe en la sociedad? (Sí). “Todo el mundo dice que criar hijos ayuda a que se te cuide en la vejez. Que te preparen una comida resulta una complicación, ni hablar que te atiendan en la vejez. ¡No cuentes con ello!”. ¿Qué clase de afirmación es esta? ¿Acaso no son un montón de quejas? (Sí). ¿De dónde surge tanto refunfuñar? ¿Acaso no es porque las expectativas de los padres son demasiado altas? Les imponen estándares y condiciones, les exigen que sean buenos hijos, considerados, que obedezcan cada palabra que digan, que hagan lo que sea necesario para ser filiales y que cumplan con sus obligaciones de hijo. Una vez que has establecido estas exigencias y estándares, hagan lo que hagan, a los hijos se les hace imposible satisfacerlos, tú refunfuñas sin cesar y acumulas un montón de quejas. Con independencia de lo que hagan, lamentarás haberlos engendrado, te parecerá que las pérdidas no compensan las ganancias y que no has recuperado la inversión. ¿Me equivoco? (No). ¿Será porque tu objetivo a la hora de criar a tus hijos no es el adecuado? (Sí). ¿Es acertado o no provocar tales consecuencias? (No lo es). Es un error que surjan, y está claro que tu objetivo inicial al criarlos tampoco era el correcto. La crianza es, en sí misma, una responsabilidad y una obligación de los seres humanos. En su origen estaba ligada al instinto humano y más tarde se convirtió en una obligación y una responsabilidad. No es necesario que sean buenos hijos ni que mantengan a sus padres durante su vejez, ni se trata de que la gente solo deba tener hijos porque se espera de ellos que sean filiales. El origen de este objetivo es, en sí mismo, impuro, de modo que, en última instancia, lleva a la gente a expresar este tipo de pensamiento y punto de vista erróneo: “Oh, cielos, hagas lo que hagas, no críes hijos”. Como el objetivo es impuro, los pensamientos y puntos de vista resultantes también son incorrectos. Así pues, ¿no es necesario corregirlos y desprenderse de ellos? (Sí). ¿De qué manera nos desprendemos de ellos y los corregimos? ¿Qué tipo de objetivo a lograr se considera puro? ¿Qué clase de pensamiento y punto de vista es el correcto? En otras palabras, ¿cuál es la manera acertada de manejar la relación con los hijos? Ante todo, criarlos es elección tuya, tú los engendraste voluntariamente y ellos desempeñaron un rol pasivo en su nacimiento. Aparte de la tarea y la responsabilidad de producir descendencia que Dios les concedió a los humanos y dejando de lado la ordenación de Dios, la razón subjetiva y el punto de partida de los padres es que estuvieron dispuestos a alumbrar a sus hijos. Si estás dispuesto a ello, deberías criarlos y nutrirlos hasta que sean adultos y permitir que se vuelvan independientes. Estás dispuesto a tener hijos y ya has ganado mucho al criarlos, te has beneficiado mucho. Para empezar, mientras vivías con ellos, has disfrutado de una época alegre y del proceso de la crianza. Aunque este proceso haya tenido sus altibajos, es necesario para la humanidad y, en su mayor, parte estuvo colmado de la felicidad que representa acompañar a tus hijos o que ellos te acompañaran a ti. Lo has disfrutado y ellos ya te han premiado en gran medida, ¿verdad? Los hijos traen felicidad y compañía a sus padres y son ellos los que, mediante su esfuerzo y la inversión de su tiempo y energía, llegan a ver cómo estas pequeñas vidas se convierten poco a poco en adultas. Sus hijos empiezan siendo vidas jóvenes y despistadas que no saben nada en absoluto y poco a poco aprenden a hablar, a adquirir la capacidad de juntar palabras, a aprender y distinguir diversos tipos de conocimientos, a mantener conversaciones y comunicarse con sus padres y a contemplar las cosas con justicia. Este es el tipo de proceso que atraviesan los padres. A sus ojos, ningún otro acontecimiento o rol puede reemplazarlo. Los padres ya han disfrutado y obtenido estas cosas de sus hijos y para ellos supone un gran consuelo y una recompensa. Efectivamente, solo por el hecho de tener y criar hijos, ya has ganado mucho de ellos. En cuanto a si son buenos hijos, a si puedes contar con ellos antes de morir y a lo que puedes obtener de ellos, se trata de aspectos que dependen de si estáis destinados a vivir juntos y de la ordenación de Dios. Por otra parte, la clase de entorno en el que viven tus hijos, sus condiciones de vida y si estas le permiten cuidar de ti, si no tienen problemas económicos y si disponen de dinero extra para aportarte disfrute material y asistencia, también depende de la ordenación de Dios. Además, desde tu perspectiva subjetiva de padre, que tu destino sea disfrutar de las cosas materiales, el dinero o el consuelo emocional que te den tus hijos, también depende de la ordenación de Dios. ¿No es así? (Sí). No les corresponde a los humanos pedirlas. Como ves, a algunos padres no les gustan sus hijos y no están dispuestos a vivir con ellos, pero Dios ha ordenado que convivan, así que no pueden viajar lejos ni dejar a sus padres. Están atrapados con ellos para toda la vida, no podrías separarlos ni aunque lo intentaras. Algunos hijos, por otra parte, tienen padres que están muy dispuestos a estar con ellos, son inseparables, siempre se echan de menos, pero por diversas razones, no les resulta posible residir en la misma ciudad o incluso en el mismo país. Es difícil para ellos verse las caras y hablar. Aunque se hayan desarrollado tanto los métodos de comunicación y sea posible hacer videollamadas, sigue siendo diferente a vivir juntos un día sí y otro también. Por cualquier motivo, los hijos se van al extranjero, trabajan, viven en otro lugar después de casarse o cualquier otra cosa, y una larga, larga distancia los separa de sus padres. No es fácil coincidir ni una sola vez y hacer una llamada o una videollamada depende de la hora. Debido a las diferencias horarias o a otros inconvenientes, no tienen la posibilidad de comunicarse con sus padres muy a menudo. ¿Con qué se relacionan estos aspectos importantes? ¿No están todos relacionados con la ordenación de Dios? (Sí). No es algo que se pueda decidir a partir de los deseos subjetivos del padre o del hijo. La mayoría depende de la ordenación de Dios. En otro respecto, a los padres les preocupan la posibilidad de contar con sus hijos en el futuro. ¿Para qué quieres contar con ellos? ¿Para que te sirvan té o agua? ¿Qué clase de dependencia es esa? ¿No puedes hacerlo solo? Si estás sano y eres capaz de moverte y cuidar de ti mismo, de hacerlo todo por tu cuenta, ¿acaso no es maravilloso? ¿Por qué tienes que depender de otros para que te sirvan? ¿De veras la felicidad es disfrutar del cuidado y la compañía de tus hijos, además de que te sirvan tanto en la mesa como fuera de ella? No necesariamente. Si eres incapaz de moverte y es realmente necesario que tengan que servirte de esa manera, ¿es eso la felicidad para ti? Si te dieran a elegir, ¿elegirías estar sano y no necesitar del cuidado de tus hijos, o escogerías estar paralizado en la cama con ellos a tu lado? ¿Qué escogerías? (Estar sano). Es mucho mejor estar sano. Ya vivas hasta los 80, los 90 o incluso los 100 años, puedes seguir ocupándote de ti mismo. Es una buena calidad de vida. Aunque puede que te hagas mayor, tu ingenio se vuelva más lento, tengas mala memoria, comas menos, hagas las cosas más despacio y peor, y salir no resulte tan cómodo, no deja de ser estupendo que puedas ocuparte de tus necesidades básicas. Basta con recibir de vez en cuando una llamada de tus hijos para saludarte o que vengan a casa a quedarse contigo durante las vacaciones. ¿Para qué exigirles más? Dependes siempre de tus hijos; ¿solo serás feliz cuando se conviertan en tus esclavos? ¿No resulta egoísta pensar así? Siempre estás exigiendo que sean buenos hijos y que puedas contar con ellos; ¿para qué? ¿Contaban tus padres contigo? Si ni siquiera tus padres pudieron contar contigo, ¿por qué crees que deberías contar con tus propios hijos? ¿Acaso no es eso ser irracional? (Sí).

En cuanto al asunto de que los padres esperen que sus hijos manifiesten respeto por los lazos filiales que los unen, por una parte, deben saber que todo está instrumentado por Dios y depende de Su ordenación. Por otra, la gente tiene que ser razonable. Dar a luz a sus hijos es una experiencia que, por su naturaleza, resulta especial en la vida de los padres. Ya se han beneficiado en gran medida de sus hijos y han llegado a apreciar las penas y las alegrías de ser padres. Para sus vidas, este proceso es rico en experiencias y, además, memorable. Compensa los defectos y la ignorancia que existen en su humanidad. Como padres, ya han obtenido lo que les correspondía ganar por criar a sus hijos. Si no están contentos con esto, exigen que les sirvan como cuidadores o esclavos y esperan que les muestren piedad filial como retribución por haberlos criado, que cuiden de ellos en su vejez, los despidan con un entierro, los metan en un ataúd, impidan que su cuerpo se pudra en su casa, derramen lágrimas amargas cuando fallezcan, estén de luto y los lloren durante tres años, etcétera. Permitir que sus hijos se sirvan de esto para devolver su deuda se vuelve entonces irracional e inhumano. Mira, en cuanto a las enseñanzas de Dios referidas a la manera en la que los hijos deben tratar a sus padres, Él solo les pide que sean buenos, pero de ningún modo les exige que los mantengan hasta su muerte. Dios no le encomienda a nadie esa responsabilidad y obligación, nunca dijo nada semejante. Dios solo les aconseja a los hijos que sean buenos con sus padres. Mostrar piedad filial a los padres es una declaración general de amplio alcance. En concreto, ahora significa cumplir con tus responsabilidades en la medida de tus capacidades y condiciones, con eso basta. Es así de simple, es lo único que les pide. Por tanto, ¿cómo deben entender esto los padres? Dios no exige “Los hijos deben ser buenos con sus padres, cuidarlos en la vejez y despedirlos”. Por tanto, los padres deberían desprenderse de su egoísmo y no esperar que toda la existencia de sus hijos gire en torno a ellos solo porque les dieron la vida. Si los hijos no giran alrededor de los padres y no los consideran el centro de sus vidas, no está bien que los padres los regañen constantemente, les minen la conciencia y les digan cosas como: “No eres buen hijo, eres desagradecido y desobediente, e incluso después de haberte criado durante tanto tiempo no he logrado confiar en ti”. Siempre regañan a sus hijos así y les imponen cargas. Les exigen que sean buenos hijos y los acompañen, que los cuiden en la vejez y los entierren, y que piensen constantemente en ellos, vayan donde vayan; es un modo de proceder inherentemente erróneo y corresponde a un pensamiento y una idea inhumanos. Este tipo de pensamiento puede existir en mayor o menor medida en distintos países o entre diferentes etnias, pero si analizamos la cultura china tradicional, encontramos que los chinos hacen particular hincapié en la piedad filial. Desde tiempos pasados hasta el presente, ha sido motivo de discusión y se la ha destacado como parte de la humanidad de las personas y como estándar que permite medir su calidad moral. Por supuesto, en la sociedad existe, además, una práctica común y una opinión generalizada que indica que, si los hijos no se comprometen con el vínculo familiar, sus padres también se sentirán avergonzados y los hijos serán incapaces de soportar esta marca en su reputación. Debido a la influencia de varios factores, los padres han sido profundamente influenciados por este pensamiento tradicional y les exigen que sean buenos hijos, sin pensarlo ni discernirlo. ¿Qué finalidad tiene criar a los hijos? No es para tus propios fines, sino que se trata de una responsabilidad y una obligación que Dios te ha encomendado. Por una parte, criar a los hijos está ligado al instinto humano, mientras que por otra es parte de la responsabilidad humana. Eliges engendrar a hijos motivado por el instinto y la responsabilidad, no en aras de prepararte para la vejez y de que te cuiden cuando seas mayor. ¿Acaso no es correcto este punto de vista? (Sí). ¿Pueden evitar envejecer aquellos que no tienen hijos? ¿Significa envejecer que necesariamente uno vaya a ser desdichado? No necesariamente, ¿verdad? La gente sin hijos puede, aun así, vivir hasta la vejez y algunos hasta permanecen saludables, disfrutan de sus últimos años y se van en paz a la tumba. ¿Puede la gente con hijos disfrutar con toda seguridad de sus últimos años siendo felices y permaneciendo sanos? (No necesariamente). Por tanto, la salud, la felicidad y las condiciones de vida de los padres que alcanzan la vejez, además de la calidad de su vida material, en realidad, poco tienen que ver con que sus hijos sean buenos, y no existe relación directa entre estos dos factores. Tus condiciones de vida y la calidad de la misma, así como tu estado físico durante la vejez, guardan relación con lo que Dios ha ordenado para ti y el entorno vital que Él ha dispuesto para ti, y no se relacionan en absoluto con si tus hijos son buenos o no contigo. Ellos no tienen la obligación de cargar con la responsabilidad de tus condiciones de vida durante tus últimos años. ¿Me equivoco? (No). Por tanto, independientemente de los comportamientos que manifiesten hacia sus padres, ya estén dispuestos a cuidar de ellos, a hacerlo de manera deficiente o a no cuidarlos en absoluto, es su actitud como hijos. Dejemos de lado de momento la perspectiva de los hijos y hablemos en su lugar solo desde la de los padres. No deberían exigirles ser buenos hijos, que los cuiden durante la vejez y lleven la carga de sus últimos años; no hay necesidad. Por una parte, es una actitud que deberían mostrar hacia sus hijos y, por otra, tiene que ver con la dignidad que deberían poseer. Por supuesto, hay un aspecto más importante, el principio al que los padres, como seres creados, deben atenerse al tratar a sus hijos. Si son atentos, respetan la relación filial y están dispuestos a cuidarte, no hace falta que los rechaces; si no están dispuestos a hacerlo, no es necesario que te quejes y lloriquees todo el día, ni que te sientas internamente molesto o insatisfecho ni que les guardes rencor. Deberías responsabilizarte y llevar la carga de tu propia vida y tu supervivencia en la medida que te sea posible y no deberías delegársela a nadie, menos a tus hijos. Deberías afrontar de manera proactiva y correcta una vida sin la compañía ni la ayuda de tus hijos y saber que, aunque vivas alejado de ellos, puedes, aun así, afrontar por tu cuenta cualquier cosa que te surja en la vida. Naturalmente, si necesitas ayuda de tus hijos para algo esencial, puedes pedírsela, pero no debería ser pensando que han de ser buenos hijos contigo ni que cuentas con ellos. En su lugar, ambas partes deberían enfocarse en hacer cosas el uno por el otro desde la perspectiva del cumplimiento del deber, de modo que manejen la relación entre padre e hijo con prudencia. Por supuesto, si ambas partes son prudentes, se dan espacio y se respetan mutuamente, no cabe duda de que, a la larga, serán capaces de llevarse mejor y con mayor armonía y de apreciar este afecto familiar, el cuidado, el interés y el amor que sienten el uno por el otro. Sin duda, hacer estas cosas con base en el respeto y el entendimiento mutuo es lo más humano y apropiado. ¿No es así? (Sí). Cuando los hijos puedan lidiar con las responsabilidades o llevarlas a cabo correctamente y, como su padre o madre, ya no les impongas exigencias excesivas o superfluas, te darás cuenta de que todo lo que hacen es bastante natural y normal, y te va a parecer muy bien. Ya no los tratarás con el mismo ojo crítico que antes, nada de lo que hagan te parecerá desagradable, equivocado o insuficiente para retribuir la deuda de haberlos criado. Por el contrario, lo afrontarás todo con la actitud adecuada, le agradecerás a Dios la compañía y la piedad filial que aportan tus hijos y pensarás que son lo suficientemente decentes y humanos. Incluso sin la compañía y la piedad filial de tus hijos, no vas a culpar a Dios, ni lamentarás haberlos criado, y mucho menos los odiarás. En resumen, es fundamental que los padres afronten correctamente cualquier actitud que tengan sus hijos hacia ellos mismos. Afrontarlo de la manera adecuada implica no depositar exigencias excesivas ni comportarse con ellos de manera extrema y, desde luego, no hacer críticas o juicios inhumanos o negativos sobre todo lo que hacen. De este modo, empezarás a vivir con dignidad. Como padre o madre, debes disfrutar de todo aquello que Dios te da en función de tu propia capacidad, condiciones y, por supuesto, la ordenación de Dios, y si no te da nada, debes estar también agradecido y someterte a Él. No deberías compararte con nadie ni decir: “Mira la familia de tal o cual, su hijo es bueno con sus padres, siempre los lleva por ahí con el coche y se van de vacaciones al sur. A la vuelta siempre vienen cargados de bolsas de todos los tamaños. ¡Es tan buen hijo! No hay más que verlo, es alguien en el que pueden confiar. Tendrías que criar a un hijo así para tener a alguien que cuide de ti en la vejez. Ahora, fíjate en el nuestro. Viene a casa con las manos vacías y nunca nos compra nada, y ya no se trata solo de eso, además es que apenas viene si no lo llamo. Pero cuando aparece, lo único que busca es comida y bebida, y ni siquiera quiere hacer ninguna tarea”. Así que, no lo llames para que venga. Si lo haces, ¿no te estás buscando desdichas? Sabes que cuando venga a casa comerá y beberá gratis, así que ¿por qué llamarlo? Si no tienes ningún motivo para hacerlo, ¿le seguirías pidiendo que vaya a casa? ¿No es simplemente porque te estás rebajando y siendo egoísta? Siempre quieres confiar en él, con la esperanza de no haberlo criado en vano, de que alguien que criaste tú mismo no sea un ingrato desalmado. Pretendes demostrar, en todo momento, que no es un desagradecido sin corazón, que es un buen hijo. ¿De qué sirve hacerlo? ¿No puedes vivir bien tu propia vida? ¿Eres incapaz de vivir sin hijos? (Sí). Puedes continuar con tu vida. Existen demasiados ejemplos como este, ¿verdad?

Alguna gente se aferra a una noción podrida y caduca, dice: “No importa si la gente tiene hijos para que sean buenos con ella, ni si estos no lo manifiestan mientras los padres están con vida, pero cuando mueren, deben sacarlos en un ataúd. Si no tienen a sus hijos junto a ellos, nadie se dará cuenta de que han muerto y su cuerpo se pudrirá en su casa”. ¿Y si nadie se entera? Cuando mueres, estás muerto y dejas de ser consciente de todo. Cuando tu cuerpo perece, tu alma lo abandona de inmediato. No importa dónde se halle tu cuerpo o qué aspecto tenga después de morir, ¿acaso no está muerto de todas formas? Aunque se lo transporte en un ataúd durante un gran funeral y se lo entierre, se va a pudrir igual, ¿verdad? La gente piensa: “Tener hijos a tu lado para meterte en un ataúd, para que se pongan ropa acorde a la situación y se maquillen y organicen un gran funeral es algo maravilloso. Si mueres sin que nadie te organice un funeral o te despida, es como si tu vida no tuviera una conclusión adecuada”. ¿Es correcta esta idea? (No). Hoy en día, los jóvenes no le prestan mucha atención a estas cosas, pero sigue habiendo personas en zonas remotas y gente anciana algo ignorante que tienen el pensamiento y punto de vista plantado en lo más profundo de su corazón, de que los hijos deben cuidar de los padres en la vejez y despedirlos. Da igual cuánto compartas sobre la verdad, no la aceptan, ¿cuál es la consecuencia última de esto? Sufren mucho. Este tumor lleva mucho tiempo escondido dentro de ellos y los envenena. Cuando lo extraigan y lo eliminen, ya no los envenenará y sus vidas serán libres. Los pensamientos equivocados causan todo tipo de acciones erróneas. Si temen morir y pudrirse en su casa, siempre pensarán: “Tengo que criar a un hijo. No puedo permitir que se vaya muy lejos cuando crezca. ¿Qué pasa si no está a mi lado cuando me muera? ¡Si no tengo a nadie que cuide de mí en la vejez o que me despida, me arrepentiré toda la vida! Si cuento con alguien para que lo haga por mí, no habré vivido en vano. Sería una vida perfecta. Pase lo que pase, no quiero quedar en ridículo frente a mis vecinos”. ¿Acaso no es una ideología podrida? (Sí). Es estrecha de miras y degenerada, le da demasiada importancia al cuerpo físico. Este no tiene ningún valor en realidad. Tras experimentar el nacimiento, la vejez, la enfermedad y la muerte, no queda nada. Solo si la gente ha ganado la verdad durante la vida, vivirá para siempre cuando se salve. Si no has obtenido la verdad, cuando tu cuerpo muera y se descomponga, no quedará nada. Da igual lo buenos que sean tus hijos contigo, no serás capaz de disfrutarlo. Cuando una persona muere y sus hijos la entierran en un ataúd, ¿puede sentir algo ese viejo cuerpo? ¿Es capaz de notar nada? (No). No percibe nada en absoluto. Pero en la vida, la gente le da mucha importancia a este asunto, impone muchas exigencias relacionadas con la posibilidad de que la despidan, lo cual es una necedad, ¿verdad? (Sí). Algunos hijos les dicen a sus padres: “Creemos en Dios. Mientras estéis vivos, seremos buenos hijos contigo, te cuidaremos y te serviremos, pero cuando mueras, no te organizaremos un funeral”. Cuando los padres oyen esto, se enfadan. No les enfada ninguna otra cosa que digas, pero en cuanto lo mencionas, explotan y dicen: “¿Qué has dicho? ¡Te voy a partir las piernas, mal hijo! Ojalá no te hubiera engendrado, ¡te mataré!”. Ninguna otra cosa que digas provoca su enojo, excepto esto. Los hijos dispusieron de muchas oportunidades de tratarlos bien a lo largo de su vida, pero insistieron en que les dieran el último adiós. Dado que sus hijos empezaron a creer en Dios, les dijeron: “Cuando mueras, no celebraremos ninguna ceremonia: te cremaremos y buscaremos un lugar donde guardar la urna. Mientras estés vivo, te dejaremos disfrutar de la bendición de tenernos cerca, te proporcionaremos comida y ropa, evitaremos que te agravien”. ¿No es esto realista? Los padres responden: “Nada de eso importa. Cuando muera, quiero que me organicéis un funeral. Si no te ocupas de mí en la vejez ni me haces una despedida, ¡no lo perdonaré nunca!”. Cuando una persona es así de necia, no puede entender un razonamiento tan simple, y da igual cómo se lo expliques, seguirá sin comprenderlo: es como un animal. Por consiguiente, si persigues la verdad, lo primero, como padre o madre, es desprenderte de los pensamientos y puntos de vista tradicionales, podridos y degenerados en torno a si tus hijos te manifiestan amor filial, si te cuidan en la vejez y te despiden con un entierro, y abordar este asunto adecuadamente. Si tus hijos respetan los lazos filiales que poseen contigo, acéptalo de la manera adecuada. Pero si no poseen las condiciones, la energía o el deseo de respetarlo, y cuando envejeces no pueden quedarse a tu lado para cuidarte, no hace falta que se lo exijas ni que te sientas triste. Todo está en manos de Dios. El nacimiento tiene su momento, la muerte su lugar, y Dios ha ordenado dónde nace y muere la gente. Aunque tus hijos te hagan promesas, te dicen: “Cuando mueras, no cabe duda de que estaré a tu lado; no te decepcionaré nunca”. Dios no ha instrumentado estas circunstancias. Cuando estés a punto de morir, puede que tus hijos no estén a tu lado y, por mucho que se den prisa en volver, puede que no lleguen a tiempo y no alcancen a verte una última vez. Es posible que hayan pasado entre tres y cinco días desde que exhalaras tu último aliento, tu cuerpo ya casi se haya descompuesto y sea entonces cuando vuelvan. ¿Valen de algo sus promesas? Ni siquiera son capaces de ser amos de su propia vida. Esto ya te lo he dicho, pero, simplemente, no te lo crees. Insistes en hacérselos prometer. ¿Tienen valor sus promesas? Te satisfaces a ti mismo con ilusiones y crees que tus hijos pueden atenerse a sus promesas. ¿De verdad lo crees? No pueden. Dónde van a estar y qué van a hacer cada día, así como lo que les deparará el futuro, es algo que ni siquiera ellos mismos saben. En realidad, sus promesas sirven para engañarte, te brindan una falsa sensación de seguridad y tú te las crees. Sigues sin comprender que el destino de una persona está en manos de Dios.

¿Hasta qué punto están los padres y sus hijos destinados a estar juntos? ¿Cuánto pueden obtener los padres de sus hijos? Los incrédulos se refieren a esto como “recibir ayuda” o “no recibir ayuda”. No sabemos lo que significa. Al final, la posibilidad de contar o no con tus hijos está, lisa y llanamente, predestinada y ordenada por Dios. Todo no sale exactamente como uno lo desea. Por supuesto, todo el mundo quiere que las cosas vayan bien y cosechar beneficios de sus hijos. Pero ¿por qué no has considerado nunca si estás destinado a ello, si está escrito en tu destino? De la ordenación de Dios depende cuánto va a durar el vínculo entre tú y tus hijos, si cualquier trabajo que hagas en la vida va a tener alguna conexión con ellos, si Dios ha dispuesto que tus hijos participen en los acontecimientos significativos de tu vida y si ellos estarán entre las personas implicadas cuando experimentes un gran evento en tu vida. Si Él no lo ha ordenado, después de criarlos hasta la edad adulta, aunque no los eches tú de casa, ellos mismos se irán por su cuenta llegado el momento. Es necesario que la gente comprenda este asunto. Si eres incapaz de entenderlo, siempre te aferrarás a deseos y exigencias personales y establecerás diversas reglas, a la vez que aceptarás diferentes ideologías en aras de tu propio disfrute físico. ¿Qué sucederá al final? Lo averiguarás cuando mueras. Has cometido un montón de necedades en tu vida y se te han cruzado por la cabeza ideas para nada realistas que no concuerdan con los hechos ni con la ordenación de Dios. ¿No será demasiado tarde si te das cuenta de todo esto en tu lecho de muerte? ¿Acaso no es así? (Sí). Aprovecha que sigues vivo y que todavía tienes la capacidad para pensar con claridad y comprender aquello que es positivo y puedes aceptarlo con rapidez. Aceptarlo no significa que lo conviertas en una teoría ideológica o una consigna, sino que intentas hacerlo y ponerlo en práctica. Despréndete paulatinamente de tus propias ideas y de tus deseos egoístas y no pienses que, como padre o madre, cualquier cosa que hagas es correcta y aceptable, o que tus hijos deberían aceptarla. Esta clase de razonamiento no existe en ningún lugar del mundo. Los padres son seres humanos, ¿acaso no lo son sus hijos? No son tus accesorios ni tus esclavos; son seres creados independientes. ¿Qué tiene que ver contigo que sean buenos hijos o no? Por tanto, no importa qué clase de padre o madre seas, la edad de tus hijos o si estos han llegado a la edad de comprometerse con vuestro vínculo filial o de vivir por su cuenta, desde tu lugar, deberías adoptar estas ideas y establecer los pensamientos y puntos de vista correctos respecto a cómo tratar a tus hijos. No hay que llegar a extremos, ni medirlo todo según esos pensamientos y puntos de vista erróneos, decadentes o anticuados. Puede que concuerden con las nociones e intereses humanos y con las necesidades físicas y emocionales de los seres humanos, pero no son la verdad. Con independencia de si piensas que son apropiados o no, al final, tales pensamientos y puntos de vista solo pueden traerte diversos problemas y cargas, meterte en varios aprietos y provocar que les reveles a tus hijos tu impulsividad. Tú vas a expresar tu razonamiento, ellos el suyo, y al final os odiaréis y os culparéis el uno al otro. La familia ya no se comportará como tal, os volveréis en contra unos de otros y os convertiréis en enemigos. Si todos aceptan la verdad y los pensamientos y puntos de vista correctos, estos asuntos serán fáciles de afrontar y se resolverán las diferencias y disputas que surjan de ellos. Sin embargo, si insisten en las nociones tradicionales, estos problemas no solo quedarán sin resolver, sino que las contradicciones serán más profundas. La cultura tradicional no es un criterio en sí mismo para evaluar los asuntos. Está relacionada con la humanidad, pero también está compuesta de cuestiones de la carne como los afectos, los deseos egoístas y la impulsividad de la gente. Por supuesto, también trae consigo un elemento esencial de la cultura tradicional, la hipocresía. Las personas se sirven de lo buenos que son sus propios hijos para demostrar que los educaron bien y poseen humanidad. De igual modo, los hijos se sirven de lo correcto de su trato hacia sus padres para demostrar que no son desagradecidos sino caballeros y señoras tan humildes como modestos y, de esta manera, ganan una posición entre diversas razas y grupos de la sociedad y lo convierten en su medio de supervivencia. Es, esencialmente, el aspecto más hipócrita y básico de la cultura tradicional y no constituye un criterio para evaluar ningún asunto. Por tanto, los padres deberían desprenderse de estas exigencias hacia sus hijos y, al momento de tratarlos y contemplar sus actitudes hacia ellos, deberían emplear los pensamientos y puntos de vista correctos. Si no posees ni entiendes la verdad, al menos deberías observarla desde la perspectiva de la humanidad. ¿Cómo la ve uno desde la perspectiva de la humanidad? Los hijos que viven en esta sociedad, en distintos grupos, puestos de trabajo y clases sociales, no tienen una vida fácil. Hay cosas que han de afrontar y con las que han de lidiar en varios entornos diferentes. Tienen su propia vida y un destino establecido por Dios. Cuentan, además, con sus propios métodos de supervivencia. Por supuesto, en la sociedad moderna, las presiones a las que se somete a cualquier persona independiente son muy grandes. Se enfrentan a problemas de supervivencia, a las relaciones entre superiores y subordinados, a problemas relacionados con los hijos, etcétera. La presión que implica todo esto es enorme. Para ser justos, nadie lo tiene fácil. En especial, nadie tiene una vida sencilla en el entorno caótico y acelerado de hoy en día, sobrado de competencia y conflictos sangrientos por todas partes, a todos se nos hace bastante difícil. No voy a meterme en cómo ha surgido todo esto. Al vivir en tal entorno, si una persona no cree en Dios y no cumple con su deber, no le queda otra senda que tomar. La única de la que dispone es la de perseguir el mundo y adaptarse constantemente a él, mantenerse con vida y esforzarse por su futuro y supervivencia a toda costa, a fin de sobrellevar cada día. De hecho, para ellos cualquier día es doloroso y una lucha. Por tanto, si los padres además continúan exigiendo que sus hijos hagan esto o aquello, para colmo de males, su cuerpo y su mente acabarán destrozados y martirizados. Los padres cuentan con sus propios círculos sociales, estilos de vida y entornos vitales, y los hijos tienen sus propios entornos y espacios vitales, así como contextos para vivir. Si los padres intervienen o les exigen demasiado, si les piden que hagan esto y aquello para así retribuir los esfuerzos que en su día hicieron por ellos, resulta bastante inhumano visto desde esta perspectiva, ¿verdad? Al margen de cómo vivan o sobrevivan sus hijos o de las dificultades que afronten en la sociedad, los padres no tienen ninguna responsabilidad ni obligación de hacer nada por ellos. Ahora bien, también deben abstenerse de agregar problemas o cargas a la complicada vida de sus hijos o a sus difíciles situaciones vitales. Eso deberían hacer. No les pidas demasiado a tus hijos ni los culpes en exceso. Los deberías tratar de manera justa e igualitaria y tener en cuenta su situación con empatía. Por supuesto, los padres también deberían ocuparse de sus propias vidas. De este modo, los hijos respetarán a los padres y estos serán dignos de su estima. Como padre o madre, si crees en Dios y desempeñas tus deberes, con independencia de los que cumplas en la casa de Dios, no tendrás tiempo de pensar acerca de cosas como exigirles a tus hijos que sean buenos contigo, ni confiarás en que te cuidarán en la vejez. Si todavía hay personas así, no se trata de auténticos creyentes y resulta evidente que no persiguen la verdad. Todos están confundidos y son no creyentes. ¿No es así? (Sí). Si los padres están ocupados con el trabajo y los deberes que han de cumplir, desde luego, no deberían cuestionar el amor filial de sus hijos. Si siempre lo mencionan y dicen: “No son buenos hijos, no puedo confiar en ellos y no van a poder mantenerme en la vejez”, significa que no son más que unos indolentes y unos vagos que buscan problemas sin motivo. ¿No es así? ¿Qué deberíais hacer al encontraros con padres semejantes? Darles una lección. ¿Cómo? Limitaos a decirles: “¿Acaso no puedes vivir por tu cuenta? ¿Has llegado a un punto en el que ya no puedes comer ni beber? ¿En el que eres incapaz de sobrevivir? Si puedes vivir, entonces adelante, vive; si no, ¡muérete!”. ¿Os atrevéis a decir algo así? Decidme, ¿resulta inhumano decirlo? (No me atrevo a hacerlo). No os atrevéis, ¿verdad? No soportáis decirlo. (Eso es). Podréis cuando os hagáis un poco mayores. Si tus padres han hecho demasiadas cosas irritantes, serás capaz de decirlo. Han sido muy buenos contigo y nunca te hicieron daño; si te lo hicieron, podrás ser capaz de expresarlo. ¿Me equivoco? (No). Si siempre te exigen que regreses a casa, si te dicen: “¡Vuelve a casa y tráeme dinero, hijo ingrato!”, y te regañan y te maldicen todos los días, entonces podrás decirlo. Afirmarás: “Si eres capaz de vivir, adelante, vive; si no, ¡muérete! ¿Acaso no puedes seguir viviendo sin hijos? Fíjate en esos ancianos que nunca los tuvieron, ¿consideras que no viven bien y no son lo suficientemente felices? Se ocupan de su propia vida día tras día y si tienen algo de tiempo libre, salen a pasear y ejercitan su cuerpo. Su vida parece bastante plena, un día tras otro. Mírate a ti, no te falta de nada, ¿por qué no puedes entonces seguir viviendo? ¡Te estás rebajando y mereces morir! ¿Hemos de ser buenos hijos contigo? No somos tus esclavos ni tu propiedad privada. Debes caminar por tu propia senda y no estamos obligados a cargar con esta responsabilidad. Te hemos dado suficiente para comer, para vestirte y para tus gastos. ¿Por qué enredas? Si sigues igual, ¡te mandaremos a una residencia!”. Así es como hay que lidiar con semejantes padres, ¿verdad? No puedes consentirlos. Si sus hijos no están allí para ocuparse de ellos, lloran y gimotean todo el día, como si se les cayera el mundo encima, como si no fueran capaces de seguir viviendo. Si no pueden vivir, que se mueran y lo comprueben por sí mismos; pero no van a morir, aprecian demasiado sus vidas. Su filosofía de vida es depender de otros para vivir mejor, más libres y de manera caprichosa. Han de construir su alegría y su felicidad sobre el sufrimiento de sus hijos. ¿Acaso no deberían morir estos padres? (Sí). Si los hijos les brindan compañía y los sirven todos los días, se sienten felices, alegres y orgullosos, mientras que sus hijos tienen que sufrir y aguantar. ¿No merecen morir estos padres? (Sí).

Concluyamos nuestra charla de hoy acerca del último punto vinculado a las expectativas de los padres hacia su descendencia. ¿Ha quedado clara la cuestión relativa al enfoque de los padres respecto a si sus hijos son buenos y dignos de confianza, a si cuidan de ellos en su vejez y los despiden? (Sí). Como padres, no deberías hacer tales exigencias, tener esos pensamientos y puntos de vista, ni depositar tales esperanzas en tus hijos. No te deben nada. Criarlos es tu responsabilidad, que lo hagas bien o mal ya es otra cuestión. No te deben nada. Son buenos contigo y te cuidan meramente para cumplir con una responsabilidad, no para retribuir ninguna deuda, ya que no te deben nada. Por tanto, no están obligados a ser buenos hijos ni a ser alguien del que puedas depender y en el que confiar. ¿Lo entiendes? (Sí). Cuidan de ti, puedes confiar en ellos y te dan algo de dinero para tus gastos; esa es su única responsabilidad como hijos, no ser buenos. Ya hemos mencionado antes la metáfora de los cuervos que alimentan a sus padres y los corderos que se arrodillan para mamar. Incluso los animales entienden esta doctrina y la llevan a cabo, ¡desde luego que los humanos también deberían hacerlo! Los humanos son las criaturas más avanzadas entre todos los seres vivos, Dios los creó con pensamientos, humanidad y sentimientos. Como seres humanos, lo entienden sin que haga falta enseñarles. Que los hijos sean buenos o no depende en gran medida de si Dios ha ordenado que exista un destino entre vosotros dos, de si va a existir una relación complementaria y de apoyo mutuo entre ambos, y de si puedes disfrutar de esta bendición. En particular, depende de si tus hijos poseen humanidad. Si de verdad poseen conciencia y razón, no hace falta que los eduques, pues lo entenderán desde una edad temprana. Si lo entienden todo desde muy jóvenes, ¿no crees que entenderán más, si cabe, a medida que se hagan mayores? ¿Me equivoco? (No). Desde una edad temprana, entienden doctrinas como: “Ganar dinero para gastarlo en mamá y papá es lo que hacen los niños buenos”, así que, ¿acaso no lo entenderán mejor cuando crezcan? ¿Hace falta todavía que se los eduque? ¿Aún tienen los padres que enseñarles tales lecciones ideológicas? No es necesario. Por tanto, es de necios que los padres exijan a sus hijos que sean buenos, cuiden de ellos en la vejez y los despidan. ¿No son seres humanos los hijos que engendras? ¿Acaso son árboles o flores de plástico? ¿De verdad no lo entienden, de verdad hace falta educarlos? Hasta los perros lo entienden. Fíjate, cuando dos perritos están con su madre, si otros perros se ponen a correr hacia ella y a ladrarle, no lo consienten. Protegen a su madre desde detrás de la valla y no permiten que le ladren. Lo entienden hasta los perros, ¡por supuesto que los humanos también deberían entenderlo! No hace falta enseñarles. Los seres humanos son capaces de cumplir con sus responsabilidades y los padres no necesitan inculcarles a sus hijos este tipo de pensamientos: ellos lo harán por su cuenta. Por más que suceda en las condiciones adecuadas, si no poseen humanidad, no lo harán. En cambio, cuando poseen humanidad y se dan las condiciones propicias, lo harán de forma natural. Por consiguiente, a los padres no les hace falta exigirles, alentarlos o culparlos respecto a si son o no buenos hijos. Todo eso es innecesario. Si puedes disfrutar de la piedad filial de tus hijos, cuenta como una bendición. Si no, no te supone una pérdida. Dios lo ha dispuesto todo, ¿verdad? Bien, vamos a terminar aquí por hoy nuestra charla. ¡Adiós!

27 de mayo de 2023

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