Cómo buscar la verdad (3) Parte 2

Luego están aquellos que no gozan de buena salud, tienen una constitución débil y les falta energía, que sufren a menudo de dolencias más o menos importantes, que ni siquiera pueden hacer las cosas básicas necesarias en la vida diaria, que no pueden vivir ni desenvolverse como la gente normal. Tales personas se sienten a menudo incómodas e indispuestas mientras cumplen con su deber; algunas son físicamente débiles, otras tienen dolencias reales, y por supuesto están las que tienen enfermedades conocidas y potenciales de un tipo o de otro. Al tener dificultades físicas tan prácticas, estas personas suelen sumirse en emociones negativas y sentir angustia, ansiedad y preocupación. ¿Por qué se sienten angustiados, ansiosos y preocupados? ¿Les preocupa que, si siguen cumpliendo con su deber de esta manera, gastándose y corriendo así de un lado a otro por Dios, y sintiéndose siempre tan cansados, su salud se deteriore cada vez más? Cuando lleguen a los 40 o 50 años, ¿se quedarán postrados en la cama? ¿Se sostienen estas preocupaciones? ¿Aportará alguien una forma concreta de hacer frente a esto? ¿Quién asumirá la responsabilidad? ¿Quién responderá? Las personas con mala salud y físicamente débiles se sienten angustiadas, ansiosas y preocupadas por estas cosas. Aquellos que padecen una enfermedad suelen pensar: “Estoy decidido a cumplir bien con mi deber, pero tengo esta enfermedad. Pido a Dios que me proteja de todo mal, y con Su protección no tengo nada que temer. Pero si me fatigo en el cumplimiento de mis deberes, ¿se agravará mi enfermedad? ¿Qué haré si tal cosa sucede? Si tengo que ingresar en un hospital para operarme, no tengo dinero para pagarlo, así que si no pido prestado el dinero para pagar el tratamiento, ¿empeorará aún más mi enfermedad? Y si empeora mucho, ¿moriré? ¿Podría considerarse una muerte normal? Si efectivamente muero, ¿recordará Dios los deberes que he cumplido? ¿Se considerará que he hecho buenas acciones? ¿Alcanzaré la salvación?”. También hay algunos que saben que están enfermos, es decir, saben que tienen alguna que otra enfermedad real, por ejemplo, dolencias estomacales, dolores lumbares y de piernas, artritis, reumatismo, así como enfermedades de la piel, ginecológicas, hepáticas, hipertensión, cardiopatías, etcétera. Piensan: “Si sigo cumpliendo con mi deber, ¿pagará la casa de Dios el tratamiento de mi enfermedad? Si esta empeora y afecta al cumplimiento de mi deber, ¿me curará Dios? Otras personas se han curado después de creer en Dios, ¿me curaré yo también? ¿Me curará Dios de la misma manera que se muestra bondadoso con los demás? Si cumplo con lealtad mi deber, Dios debería curarme, pero si mi único deseo es que Él me cure y no lo hace, entonces ¿qué voy a hacer?”. Cada vez que piensan en estas cosas, les asalta un profundo sentimiento de ansiedad en sus corazones. Aunque nunca dejan de cumplir con su deber y siempre hacen lo que se supone que deben hacer, piensan constantemente en su enfermedad, en su salud, en su futuro y en su vida y su muerte. Al final, llegan a la conclusión de pensar de manera ilusoria: “Dios me curará, me mantendrá a salvo. No me abandonará, y no se quedará de brazos cruzados si me ve enfermar”. No hay base alguna para tales pensamientos, e incluso puede decirse que son una especie de noción. Las personas nunca podrán resolver sus dificultades prácticas con nociones e imaginaciones como esas, y en lo más profundo de su corazón se sienten vagamente angustiadas, ansiosas y preocupadas por su salud y sus enfermedades; no tienen ni idea de quién se hará responsable de estas cosas, o siquiera de si alguien lo hará en absoluto.

También los hay que, aunque no se sienten realmente enfermos y no han sido diagnosticados de nada, saben que tienen una enfermedad latente. ¿Qué enfermedad latente? Por ejemplo, podría tratarse de una enfermedad hereditaria como cardiopatías, diabetes o hipertensión, o podría ser Alzheimer, Parkinson o algún tipo de cáncer: todas ellas son enfermedades latentes. Algunas personas saben que, al haber nacido en una familia así, esta enfermedad genética les afectará tarde o temprano. Se preguntan si, ya que creen en Dios y buscan la verdad, cumplen bien con su deber, realizan suficientes buenas acciones y pueden agradar a Dios, esa enfermedad latente pasará de largo y no les sobrevendrá. Dios, sin embargo, nunca les hizo tal promesa, y ellos nunca tuvieron este tipo de fe en Él ni se atrevieron a dar garantías ni a tener ninguna idea poco realista. Dado que no pueden obtener ninguna garantía ni seguridad, gastan mucha energía y se esfuerzan mucho en el cumplimiento de sus deberes, se centran en sufrir y pagar el precio, y siempre harán más que los demás y destacarán más que los otros, pensando: “Seré el primero en sufrir y el último en disfrutar”. Siempre se motivan con este tipo de lemas, pero no pueden ahuyentar el miedo y la preocupación que llevan dentro por su enfermedad latente, y esta preocupación, esta angustia, siempre los acompaña. Aunque sean capaces de soportar el sufrimiento y el trabajo duro y estén dispuestos a pagar el precio en el cumplimiento de sus deberes, les sigue pareciendo que son incapaces de obtener la promesa de Dios o una palabra certera Suya sobre el asunto, por lo que continúan llenos de angustia, ansiedad y preocupación con respecto a ello. Aunque hacen todo lo posible por no hacer nada en lo que respecta a su enfermedad latente, de vez en cuando y de manera subconsciente buscan todo tipo de remedios caseros para evitar que dicha enfermedad latente les sobrevenga de repente, un día determinado a una hora concreta o sin que se den cuenta de ello. Algunas se preparan y toman de vez en cuando ciertas hierbas medicinales chinas, otras acuden a veces a preguntar por preparados de remedios caseros que puedan tomarse cuando lo necesiten, mientras hay quien en ocasiones busca consejos sobre ejercicio en internet a fin de ejercitarse y experimentar. Si bien puede que solo se trate de una enfermedad latente, continúa estando en primer plano en sus mentes; aunque estas personas no se sientan mal o no tengan ningún síntoma en absoluto, siguen llenas de preocupación y ansiedad al respecto, y en lo más profundo de su ser se sienten angustiadas y deprimidas por ello, esperando siempre mejorar o disipar estas emociones negativas de su interior mediante la oración o el cumplimiento de sus deberes. Estas personas que realmente tienen una enfermedad o que tienen una dolencia latente, junto con las que se preocupan por enfermar en el futuro, y las que nacieron con mala salud, que no tienen ninguna enfermedad grave pero que sufren constantemente de dolencias menores, se sienten constantemente angustiadas y preocupadas por las enfermedades y las diversas dificultades de la carne. Desean escapar de ellas, huir, pero no tienen forma de hacerlo; desean desprenderse de ellas, pero no pueden; quieren pedir a Dios que les quite estas enfermedades y dificultades, pero no son capaces de decir las palabras y se sienten avergonzados, porque les parece que no existe justificación para este tipo de petición. Saben bien que no se debe suplicar a Dios respecto a estos asuntos, pero en su corazón se sienten impotentes; se preguntan si se sentirán más tranquilos y se calmará su conciencia si depositan todas sus esperanzas en Dios. Por eso, de vez en cuando oran en silencio sobre este asunto en lo más profundo de su corazón. Si reciben algún favor o gracia adicional o inesperada de Dios, sienten un poco de alegría o consuelo; si no reciben ningún cuidado especial de la casa de Dios y no perciben ninguna bondad procedente de Él, entonces, sin saberlo, vuelven a caer en las emociones negativas de angustia, ansiedad y preocupación. Aunque el nacimiento, la vejez, la enfermedad y la muerte son constantes entre la humanidad y son inevitables en la vida, hay quienes tienen una cierta constitución física o una enfermedad especial que, ya estén o no cumpliendo con sus deberes, les precipita a la angustia, la ansiedad y la preocupación a causa de las dificultades y dolencias de la carne. Se preocupan por su enfermedad, por las muchas penurias que esta puede causarles, por si dicha enfermedad se agravará, cuáles serán las consecuencias si llegara a empeorar y si morirán a causa de ella. En situaciones especiales y en determinados contextos, esta serie de preguntas les hace sumirse en la angustia, la ansiedad y la preocupación y ser incapaces de salir de ellas. Algunas personas incluso viven en un estado de angustia, ansiedad y preocupación debido a la enfermedad grave que ya saben que tienen o a una enfermedad latente que no pueden hacer nada por evitar, y se ven influidas, afectadas y controladas por estas emociones negativas. Una vez que caen bajo el control de estas emociones negativas, algunas personas abandonan por completo toda posibilidad y esperanza de alcanzar la salvación; deciden renunciar a cumplir con su deber e incluso a cualquier posibilidad de recibir la bondad de Dios. En su lugar, eligen afrontar y gestionar su propia enfermedad sin pedir ayuda a nadie y sin esperar ninguna oportunidad. Se consagran a tratar su enfermedad, ya no realizan ninguna tarea, e incluso si son físicamente capaces de realizarla, tampoco la hacen. ¿A qué se debe esto? Les preocupa: “Si mi enfermedad sigue así y Dios no me cura, podría seguir cumpliendo con mi deber como hasta ahora y acabar muriendo de todas formas. Si dejo de cumplir con mi deber y busco tratamiento, podría vivir un par de años más, e incluso podría curarme. Si sigo cumpliendo con mi deber y Dios no ha dicho que me vaya a curar, mi salud podría empeorar aún más. No quiero cumplir con mi deber otros 10 o 20 años para luego morir. Quiero vivir unos años más, no quiero morir tan pronto, antes de tiempo”. Así que cumplen con su deber en la casa de Dios y observan durante un tiempo y, podríamos decir, vigilan a ver qué pasa durante una temporada, y luego empiezan a preguntarse: “He estado cumpliendo con mi deber, pero mi enfermedad no ha mejorado ni se ha aliviado. Parece como si no existieran esperanzas de mejorar. Por aquel entonces tenía un plan, consideraba que, si lo abandonaba todo y cumplía fielmente con mi deber, tal vez Dios me quitara esta enfermedad. Sin embargo, nada ha salido como yo había planeado, imaginado y deseado. Mi enfermedad sigue igual que antes. Han pasado todos estos años y sigue sin remitir. Parece que debo tratármela por mi cuenta. No puedo confiar en nadie más, no hay nadie en quien pueda hacerlo. Tengo que poner mi destino en mis propias manos. La ciencia y la tecnología están ahora muy desarrolladas, al igual que la medicina, hay medicamentos eficaces disponibles para tratar todo tipo de enfermedades, y existen métodos de tratamiento avanzados para todo. Estoy seguro de que esta enfermedad puede tratarse”. Una vez hechos estos planes, empiezan a buscar en internet o a preguntar y hacer averiguaciones, hasta que finalmente encuentran ciertas soluciones. Al final, deciden qué medicamento tomar, cómo tratar su enfermedad, cómo hacer ejercicio y cómo cuidar de su propia salud. Piensan: “Si no cumplo con mi deber y me centro en tratar esta enfermedad, existen esperanzas de curarme. Hay muchos casos de curación de este tipo de enfermedad”. Después de planear y maquinar así durante un tiempo, finalmente deciden dejar de cumplir con su deber y el tratamiento de su enfermedad se convierte en su prioridad número uno: para ellos no hay nada más importante que vivir. Su angustia, ansiedad y preocupación se convierten en un tipo de acción práctica; su ansiedad y preocupación pasan de ser meros pensamientos a un tipo de acción. Los incrédulos tienen un dicho que dice: “La acción es mejor que el pensamiento, y aún mejor que la acción es la acción inmediata”. Tales personas piensan y luego actúan, y actúan rápido. Un día piensan en tratar su enfermedad, y a la mañana siguiente ya tienen las maletas hechas y están listos para marcharse. Pocos meses después, llega la mala noticia de que han muerto sin haberse curado. ¿Se recuperaron de su enfermedad? (No). No es necesariamente posible curar una enfermedad por tu cuenta, pero ¿estás seguro de que no enfermarás mientras cumples con tu deber en la casa de Dios? Nadie te hará tal promesa. Entonces, ¿cómo debes elegir y cómo debes abordar el asunto de enfermar? Resulta muy sencillo y existe una senda a seguir: busca la verdad. Buscar la verdad y considerar el asunto según las palabras de Dios y de acuerdo con los principios verdad, tal es el entendimiento que debe tener la gente. ¿Y cómo se debe practicar? Tomas todas estas experiencias y pones en práctica la comprensión que has adquirido y los principios verdad que has comprendido de acuerdo con la verdad y las palabras de Dios, y los conviertes en tu realidad y en tu vida; este es un aspecto. El otro es que no debes abandonar tu deber. Tanto si estás enfermo como si sufres, mientras te quede aliento, mientras vivas, mientras puedas hablar y caminar, tienes energía para cumplir con tu deber, y debes comportarte bien en el cumplimiento de este, con los pies bien plantados en el suelo. No debes abandonar el deber de un ser creado ni la responsabilidad que te ha dado el Creador. Mientras no estés muerto, debes cumplir con tu deber y cumplirlo bien. Algunos opinan: “Estas cosas que dices no son muy consideradas. Estoy enfermo y me cuesta soportarlo”. Cuando te resulte duro, puedes tomarte un descanso, y puedes cuidarte y recibir tratamiento. Si sigues queriendo cumplir con tu deber, puedes reducir tu carga de trabajo y realizar alguna tarea adecuada, una que no afecte a tu recuperación. Esto probará que en tu corazón no has abandonado tu deber, que tu corazón no se ha alejado de Dios, que no has negado el nombre de Dios en tu corazón, y que en este no has abandonado el deseo de convertirte en un auténtico ser creado. Algunas personas dicen: “He hecho todo eso, ¿me quitará Dios esta enfermedad?”. ¿Lo hará? (No necesariamente). Tanto si Dios te quita esa enfermedad como si no, tanto si te cura como si no, lo que haces es lo que debería hacer un ser creado. Tanto si eres físicamente capaz de cumplir con tu deber como si no, tanto si puedes asumir cualquier trabajo como si no, tanto si tu salud te permite cumplir con tu deber como si no, tu corazón no debe alejarse de Dios, y no debes abandonar tu deber en tu corazón. De tal modo, cumplirás con tus responsabilidades, tus obligaciones y tu deber. Esta es la fidelidad a la que debes aferrarte. Solo porque ya no seas capaz de hacer cosas con las manos o no puedas hablar, o tus ojos ya no vean, o ya no puedas mover el cuerpo, no debes pensar que Dios debe curarte, y si no te cura, entonces quieres negarlo en lo más profundo de tu corazón, abandonar tu deber y dejar a Dios atrás. ¿Cuál es la naturaleza de tal acto? (Es una traición a Dios). Es una traición. Cuando no están enfermas, algunas personas acuden a menudo ante Dios para orar, y cuando están enfermas y esperan que Dios las cure, depositan todas sus esperanzas y siguen acudiendo ante Él y no lo abandonan. Sin embargo, después de que ha pasado algún tiempo y Dios todavía no los ha curado, se decepcionan con Él, abandonan a Dios en lo profundo de sus corazones y se desentienden de sus deberes. Cuando su enfermedad no es tan grave y Dios no les cura, hay quienes no abandonan a Dios; sin embargo, cuando su dolencia se agrava y se enfrentan a la muerte, entonces tienen la certeza de que Dios no les ha curado realmente, que han esperado todo este tiempo solo para aguardar la muerte, y por eso abandonan y niegan a Dios en sus corazones. Creen que si Él no los ha curado, entonces es que no debe existir; que si Dios no los ha curado, entonces es que no debe ser Dios en absoluto, y no vale la pena creer en Él. Como Dios no les ha curado, se arrepienten de haber creído en Él y dejan de hacerlo. ¿Acaso no es esto una traición a Dios? Es una grave traición hacia Él. Por tanto, no debes de ningún modo ir por ese camino: solo los que obedecen a Dios hasta la muerte tienen verdadera fe.

Cuando la enfermedad llega, ¿qué senda han de seguir las personas? ¿Cómo deben elegir? No deben sumirse en la angustia, la ansiedad y la preocupación, y contemplar sus propias perspectivas y sendas de futuro. En cambio, cuanto más se encuentren en momentos como estos y en situaciones y contextos tan especiales, y cuanto más se vean en dificultades tan inmediatas, más deben investigar la verdad y buscarla. Solo así los sermones que has oído en el pasado y las verdades que has comprendido no serán en vano y surtirán efecto. Cuanto más te encuentres en dificultades como estas, más deberás renunciar a tus propios deseos y someterte a las instrumentaciones de Dios. El propósito de Dios al establecer este tipo de situaciones y arreglar estas condiciones para ti no es que te sumas en las emociones de angustia, ansiedad y preocupación, y tampoco tiene como fin que pongas a prueba a Dios para ver si Él te va a curar cuando te sobrevenga la enfermedad, o bien para tantear la verdad del asunto. Dios establece para ti estas situaciones y condiciones especiales para que puedas aprender las lecciones prácticas en tales situaciones y condiciones, para lograr una entrada más profunda en la verdad y en la sumisión a Dios, y para que sepas con mayor claridad y precisión cómo Dios orquesta todas las personas, acontecimientos y cosas. Los destinos de los hombres están en manos de Dios y, tanto si pueden percibirlo como si no, tanto si son realmente conscientes de ello como si no, deben obedecer y no resistirse, no rechazar y, desde luego, no poner a prueba a Dios. En cualquier caso, puedes morir, y si te resistes, rechazas y pones a prueba a Dios, no hace falta decir cuál será tu final. Por el contrario, si en las mismas situaciones y condiciones eres capaz de buscar cómo debe un ser creado someterse a las instrumentaciones del Creador, buscar qué lecciones debes aprender, qué actitudes corruptas debes conocer en las situaciones que Dios te presenta, comprender Su voluntad en tales situaciones, y dar bien tu testimonio para satisfacer las exigencias de Dios, entonces esto es lo que debes hacer. Cuando Dios dispone que alguien contraiga una enfermedad, ya sea grave o leve, Su propósito al hacerlo no es que aprecies los pormenores de estar enfermo, el daño que la enfermedad te hace, las adversidades y dificultades que la enfermedad te causa, y todo el catálogo de sentimientos que te hace sentir; Su propósito no es que aprecies la enfermedad por el hecho de estar enfermo. Más bien, Su propósito es que aprendas lecciones a partir de la enfermedad, que aprendas a que te importe la voluntad de Dios, que conozcas las actitudes corruptas que revelas y las posturas erróneas que adoptas hacia Él cuando estás enfermo, y que aprendas a someterte a la soberanía y a los arreglos de Dios, para que puedas lograr la verdadera obediencia a Él y seas capaz de mantenerte firme en tu testimonio; esto es absolutamente clave. Dios desea salvarte y purificarte mediante la enfermedad. ¿Qué desea purificar en ti? Desea purificar todos tus deseos y exigencias extravagantes hacia Dios, e incluso los diversos planes, juicios y ardides que elaboras para sobrevivir y vivir a cualquier precio. Dios no te pide que hagas planes, no te pide que juzgues, y no te permite que tengas deseos extravagantes hacia Él; solo te pide que te sometas a Él y que, en tu práctica de experimentar y someterte, conozcas tu propia actitud hacia la enfermedad, y hacia estas condiciones corporales que Él te da, así como tus propios deseos personales. Cuando llegas a conocer estas cosas, puedes apreciar lo beneficioso que te resulta que Dios haya dispuesto las circunstancias de la enfermedad para ti o que te haya dado estas condiciones corporales; y puedes apreciar lo útiles que son para cambiar tu carácter, para que alcances la salvación y para tu entrada en la vida. Por eso, cuando la enfermedad te llama, no debes preguntarte siempre cómo escapar, huir de ella o rechazarla. Hay quien afirma: “Dices que no debo huir de ella ni rechazarla, y que no debo intentar escapar de ella, así que lo que quieres decir es que no debo acudir a tratarme”. Nunca he dicho tal cosa; esa es tu interpretación incorrecta. Te apoyo en el tratamiento activo de tus dolencias, pero no quiero que vivas por tu enfermedad o que caigas en la angustia, la ansiedad y la preocupación a causa del impacto que tiene en ti, hasta que finalmente te alejes y abandones a Dios debido a todo el dolor causado por tu enfermedad. Si tu enfermedad te causa un gran sufrimiento y deseas recibir tratamiento y que desaparezca, por supuesto que está bien. Es tu derecho; tienes derecho a elegir recibir tratamiento, y nadie tiene derecho a impedírtelo. Sin embargo, no debes vivir por tu enfermedad y negarte a cumplir con tu deber, o abandonarlo, o rechazar las instrumentaciones y arreglos de Dios porque estás recibiendo tratamiento. Si tu enfermedad no tiene cura, caerás en la angustia, ansiedad y preocupación, y por tanto te llenarás de quejas y dudas respecto a Dios, e incluso perderás la fe en Él, la esperanza, y algunos elegirán abandonar sus deberes; eso es algo que no deberías hacer en ningún caso. Al enfrentarte a la enfermedad, puedes buscar activamente tratamiento, pero también debes abordarlo con una actitud positiva. En cuanto a hasta qué punto se puede tratar tu enfermedad y si tiene cura, y qué acabará pasando al final, debes siempre someterte y no quejarte. Esta es la actitud que debes adoptar, dado que eres un ser creado y no tienes otra opción. No puedes decir: “Si me curo de esta enfermedad, creeré que es el gran poder de Dios, pero si no, no estaré contento con Él. ¿Por qué me mandó Dios esta enfermedad? ¿Por qué no la cura? ¿Por qué cogí yo esta enfermedad y no otro? No la quiero. ¿Por qué tengo que morir tan pronto, a una edad tan temprana? ¿Cómo es que otras personas pueden seguir viviendo? ¿Por qué?”. No preguntes por qué, se trata de la instrumentación de Dios. No hay razón, y no debes preguntar el porqué. Plantearse el porqué es un discurso rebelde, y no es una pregunta que deba hacerse un ser creado. No preguntes por qué, no hay ningún porqué. Dios ha dispuesto las cosas y las ha planeado así. Si preguntas por qué, solo se puede decir que eres demasiado rebelde, demasiado intransigente. Cuando algo no te satisface, o Dios no hace lo que quieres o no te deja salirte con la tuya, te disgustas, estás descontento, y siempre preguntas por qué. Entonces, Dios te interroga así: “Como ser creado, ¿por qué no has cumplido bien con tu deber? ¿Por qué no has cumplido fielmente con ese deber?”. ¿Y cómo responderás? Dirás: “No existe un porqué, yo soy así”. ¿Es eso aceptable? (No). Es aceptable que Dios te hable así, pero no lo es que tú le respondas a Él de esa manera. Tu planteamiento es erróneo, y eres demasiado insensato. No importa qué dificultades encuentre un ser creado, está dispuesto por el cielo y aceptado en la tierra que debes someterte a los arreglos e instrumentaciones del Creador. Por ejemplo, tus padres te engendraron, te criaron y tú los llamas madre y padre; esto está dispuesto por el cielo y aceptado en la tierra, y así es como debe ser; no hay un porqué. Por consiguiente, Dios orquesta todas estas cosas para ti y, tanto si disfrutas de bendiciones como si sufres adversidades, esto también está dispuesto por el cielo y aceptado en la tierra, y no tienes elección al respecto. Si te sometes hasta el final, alcanzarás la salvación como Pedro. Sin embargo, si culpas a Dios, lo abandonas y lo traicionas a causa de alguna enfermedad temporal, entonces toda la renuncia, el gasto, el cumplimiento de tu deber y el pago del precio que has hecho antes no habrán servido para nada. Esto se debe a que todo tu trabajo duro pasado no habrá sentado ninguna base para que cumplas bien con tu deber de ser creado u ocupes tu lugar pertinente como tal, y no habrá cambiado nada en ti. Esto causará entonces que traiciones a Dios debido a tu enfermedad, y tu final será como el de Pablo: acabarás castigado. El motivo tras esta determinación es que todo lo que has hecho antes ha sido para obtener una corona y para recibir bendiciones. Si, cuando finalmente te enfrentes a la enfermedad y a la muerte, todavía eres capaz de someterte sin quejarte, eso prueba que todo lo que has hecho antes lo hiciste de manera sincera y voluntaria por Dios. Le eres obediente, y en última instancia tu obediencia marcará el final perfecto de tu vida de fe en Dios, y esto es digno de elogio por Su parte. Así pues, una enfermedad puede hacer que tengas un buen final, o que tengas un mal final; el tipo de final al que llegues depende de la senda que sigas y de cuál sea tu actitud hacia Dios.

¿Se ha resuelto ahora el problema de que las personas caigan en las emociones negativas a causa de la enfermedad? (Sí). ¿Cuentas ahora con las ideas y puntos de vista correctos sobre cómo afrontar la enfermedad? (Sí). ¿Sabes cómo practicar esto? Si no es así, voy a darte una baza, lo mejor que puedes hacer. ¿Sabéis lo que es? Si la enfermedad recae sobre ti, y por mucha doctrina que entiendas sigues siendo incapaz de superarla, tu corazón se seguirá sintiendo angustiado, ansioso y preocupado, y no solo serás incapaz de afrontar el asunto con calma, sino que tu corazón también se llenará de quejas. Te estarás preguntando constantemente: “¿Por qué no está enferma el resto de la gente? ¿Por qué me ha hecho contraer esta enfermedad? ¿Cómo ha podido pasarme esto? Es porque tengo mala suerte y un mal destino. Nunca he ofendido a nadie, ni he cometido ningún pecado, así que ¿por qué me ha pasado esto a mí? Dios me está tratando de manera muy injusta”. Mira, aparte de la angustia, ansiedad y preocupación, caes también en la depresión, con una emoción negativa que sigue a otra y sin manera de escaparse de ellas por mucho que puedas querer hacerlo. Dado que es una enfermedad real, no es fácil quitártela o curarte, entonces ¿qué debes hacer? Quieres someterte pero no puedes, y si un día lo haces, al siguiente tu estado empeora y duele mucho, y entonces ya no quieres volver a someterte y empiezas de nuevo a quejarte. Vas y vienes así todo el tiempo, ¿qué debes hacer? Déjame que te cuente el secreto del éxito. Tanto si te enfrentas a una enfermedad grave como a una leve, en el momento en que esta empeore o te enfrentes a la muerte, recuerda una cosa: no temas a la muerte. Aunque estés en la fase final de un cáncer, aunque la tasa de mortalidad de tu enfermedad sea muy alta, no temas a la muerte. Por grande que sea tu sufrimiento, si temes a la muerte, no te someterás. Algunas personas dicen: “Al oírte decir esto, me siento inspirado y tengo una idea aún mejor. No solo no temeré a la muerte, sino que suplicaré su llegada. ¿Acaso no hará eso que sea más fácil pasar por ella?”. ¿Por qué suplicar la muerte? Se trata de una idea extrema, mientras que no temerla es una actitud razonable. ¿No es así? (Es cierto). ¿Cuál es la actitud adecuada que debes adoptar para no temer a la muerte? Si tu enfermedad se vuelve tan grave que puedes morir, y la tasa de mortalidad que tiene es alta, sin que importe la edad de la persona que la contrae, y además el tiempo desde que se contrae hasta la muerte es muy corto, ¿qué debes pensar en tus adentros? “No debo temer a la muerte, al final todo el mundo muere. Sin embargo, someterse a Dios es algo que la mayoría de la gente no es capaz de hacer, y puedo utilizar esta enfermedad para practicar la sumisión a Dios. Debo tener el pensamiento y la actitud de someterme a las instrumentaciones y arreglos de Dios, y no debo temer a la muerte”. Morir es fácil, mucho más que vivir. Puedes estar sufriendo un dolor extremo y no ser consciente de ello, y en cuanto tus ojos se cierren, tu respiración cesará, tu alma abandonará el cuerpo y tu vida terminará. Así es la muerte, así de simple. No temer a la muerte es una actitud que hay que adoptar. Además de esto, no debes preocuparte por si tu enfermedad va a empeorar o no, ni por si morirás si no tienes cura, ni por cuánto tiempo pasará hasta que mueras, ni por el dolor que sentirás cuando llegue el momento de morir. Nada de eso debe preocuparte; no son cosas por las que debas preocuparte. Esto es porque el momento debe llegar, y lo hará algún año, algún mes y algún día concreto. No puedes esconderte de ello ni escapar: es tu destino. El denominado destino ha sido predestinado por Dios y Él ya lo ha dispuesto. Tu esperanza de vida y la edad y el momento en que mueres ya los ha fijado Dios, así que ¿de qué te preocupas? Te puedes preocupar por ello, pero eso no cambiará nada, no puedes evitar que ocurra, no puedes evitar que llegue ese día. Por consiguiente, tu preocupación es superflua, y lo único que consigue es hacer aún más pesada la carga de tu enfermedad. Un aspecto es no preocuparse, y otro es no temer a la muerte. Un tercer aspecto es no sentir ansiedad, y decir: “¿Volverá a casarse mi marido (o mi mujer) después de mi muerte? ¿Quién cuidará de mi hijo? ¿Quién se hará cargo de mis deberes? ¿Quién se acordará de mí? Después de mi muerte, ¿cuál determinará Dios que sea mi final?”. Estas cuestiones no deberían preocuparte. Todas las personas que mueren disponen de su lugar correspondiente a donde ir y Dios ya ha hecho esos arreglos. Los que viven seguirán viviendo; la existencia de una persona no afectará a la actividad normal y a la supervivencia de la humanidad, la desaparición de una persona no cambiará nada, por lo que estas cosas no son algo de lo que debas preocuparte. Resulta innecesario que te preocupes por tus diversos parientes, y todavía más innecesario preocuparte por si alguien te va a recordar después de muerto. ¿Qué sentido tendría que alguien se acordara de ti? Si fueras como Pedro, habría algún valor en recordarte; si fueras como Pablo, lo único que aportarías a la gente sería calamidad, y entonces ¿por qué querría alguien recordarte? Existe otro motivo de preocupación, el cual es un pensamiento muy realista que tiene la gente. Dicen: “Una vez que muera, nunca volveré a ver este mundo, y nunca más podré disfrutar de la vida material de todas estas cosas. Cuando muera, nada de este mundo volverá a preocuparme y la sensación de vivir desaparecerá. Una vez muerto, ¿adónde iré?”. El lugar al que vayas no es algo de lo que debas preocuparte, ni algo por lo que debas sentirte ansioso. Ya no serás una persona viva, y te preocupa no poder sentir nunca más a todas las personas, acontecimientos, cosas, entornos, etc. del mundo material. Eso es con más razón algo de lo que no deberías preocuparte, y aunque no seas capaz de desprenderte de esas cosas, no servirá de nada. Sin embargo, lo que puede reconfortarte un poco es que tal vez tu muerte o tu partida puedan ser un nuevo comienzo para tu próxima encarnación, un comienzo mejor, saludable, completamente bien, un comienzo para que tu alma regrese de nuevo. No será necesariamente algo malo, ya que quizás puedas regresar para existir de una manera diferente y en una forma distinta. Respecto a qué forma tomarás en concreto, eso depende de los arreglos de Dios y del Creador. Llegado este punto, se puede decir que todo el mundo debería esperar a ver qué pasa. Si eliges vivir de mejor manera y en mejor forma después de morir en esta vida, entonces, con independencia de lo grave que sea tu enfermedad, lo más importante es cómo la afrontes y qué buenas acciones debes preparar, y no tus inútiles angustias, ansiedades y preocupaciones. Cuando piensas de esta manera, ¿acaso no disminuye el nivel de tu miedo, terror y rechazo a la muerte? (Sí). ¿De cuántos aspectos acabamos de hablar? Uno era no temer a la muerte. ¿Qué otros había? (No debemos preocuparnos por si nuestras enfermedades empeorarán o no, y no debemos sentir ansiedad por nuestros cónyuges o hijos, o por nuestros propios fines y destinos, etcétera). Dejemos todo eso en manos de Dios. ¿Qué más? (No debemos preocuparnos por dónde vamos después de morir). Es inútil preocuparse por estas cosas. Vive el presente y haz bien lo que debes hacer aquí y ahora. No sabes cómo van a ir las cosas en el futuro, así que debes dejar todo eso en manos de Dios. ¿Qué más? (Debemos apresurarnos a preparar buenas acciones para nuestro destino futuro). Así es, la gente debe preparar más buenas acciones para el futuro, y debe buscar la verdad y ser personas que comprendan la verdad y estén en posesión de la realidad verdad. Algunas personas dicen: “Ahora estás hablando de la muerte, ¿con eso quieres decir que todos tendremos que enfrentarnos a la muerte en el futuro? ¿Es esto un mal presagio?”. No es un mal presagio, ni te está proporcionando una inmunización preventiva, ni mucho menos está maldiciendo a nadie a la muerte; estas palabras no son maldiciones. Entonces, ¿qué son? (Son una senda de práctica para la gente). Cierto, son lo que la gente debe practicar, son los puntos de vista y las actitudes correctas que han de mantener, y las verdades que deben entender. Incluso las personas que no tienen ningún tipo de enfermedad deben adoptar también este tipo de actitud para afrontar la muerte. Entonces, hay quien dice: “Si no tememos a la muerte, ¿significa eso que la muerte no nos sobrevendrá?”. ¿Es eso la verdad? (No). ¿Qué es entonces? (Es una noción y una imaginación suya). Es absurdo, se trata de razonamiento lógico y filosofías satánicas; no es la verdad. No es cierto que si no temes ni te preocupas por la muerte, entonces esta no te sobrevendrá y no morirás; esa no es la verdad. Me estoy refiriendo a la actitud que la gente debe tener ante la muerte y la enfermedad. Cuando adoptes este tipo de actitud, podrás dejar atrás las emociones negativas de angustia, ansiedad y preocupación. Entonces no estarás atrapado en tu enfermedad, y tu pensamiento y el mundo de tu espíritu no se verán perjudicados o perturbados por el hecho de tu enfermedad. Una de las dificultades personales a las que se enfrenta la gente son sus perspectivas de futuro, y otra son la enfermedad y la muerte. Las perspectivas de futuro y la mortalidad pueden apoderarse de los corazones de las personas, pero si puedes afrontar correctamente estos dos problemas y superar tus emociones negativas, las dificultades cotidianas no te vencerán.

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