Cómo perseguir la verdad (9) Parte 4
Sigamos leyendo. Dios dijo: “Tu deseo será para tu marido, y él tendrá dominio sobre ti”. ¿Qué significa “tener dominio”? ¿Gobernar con una vara? ¿Convertir a las mujeres en esclavas? ¿Es eso lo que significa? (No). ¿Entonces qué? (Cuidarla y ser responsable de ella). Esta idea de “responsabilidad” es un poco más acertada. Ese dominio está relacionado con el hecho de que la mujer tienta al hombre a pecar. Dado que primero la mujer vulneró las palabras de Dios y fue tentada por la serpiente, y luego condujo al hombre a caer en la misma tentación, a traicionar a Dios, Dios estaba un poco enfadado con ella, y por eso le exigió que se abstuviera de tomar la iniciativa y pidiera consejo al hombre para todo lo que hiciera; lo mejor para ella era permitir que el hombre fuera el amo. Entonces, ¿se les da a las mujeres la oportunidad de ser el ama? Se les puede dar. Una mujer puede dejarse aconsejar por su marido y también puede ser el ama, pero lo mejor es que no tome decisiones por sí misma; debe seguir el consejo de su esposo, de su hombre. Es mejor que consulte con su hombre en relación con asuntos importantes. Como mujer, no solo es necesario que acompañes a tu esposo, sino también que lo ayudes con las tareas del hogar. Más importante aún, el papel que tu esposo debe desempeñar en la familia y en tu matrimonio es el de amo, por lo que debes seguir su consejo en todo lo que hagas. Debido a las diferencias entre sexos, las mujeres no tienen ventaja sobre los hombres en cuanto a pensamientos, paciencia, perspectivas o cualquier tipo de asuntos externos. En cambio, los hombres llevan ventaja sobre las mujeres. Por lo tanto, con base en esta diferencia entre sexos, Dios ha concedido a los hombres una autoridad única: en la familia, el hombre es el amo y la mujer su ayudante. La mujer necesita asistir a su esposo o acompañarlo en la gestión de los asuntos de pequeña y gran importancia. Pero cuando Dios dijo “él tendrá dominio sobre ti”, no quiso decir que los varones tengan mayor estatus que las mujeres, o que los hombres deban dominar la totalidad de la sociedad. Eso no es así. Al decir eso, Dios solo se refería al matrimonio; solo hablaba de las familias y de asuntos domésticos triviales de los que se encargan hombres y mujeres. En lo que se refiere a asuntos banales del hogar, Dios no exige que el hombre controle u obligue a la mujer en todo; más bien, el hombre necesita asumir activamente las cargas y responsabilidades de su familia, y al mismo tiempo, debe atender a la mujer, que es relativamente débil, y le ha de proporcionar una orientación correcta. Como se puede observar a partir de este punto, a los hombres se les han dado algunas responsabilidades únicas. Por ejemplo, el hombre debería tomar la iniciativa al asumir la responsabilidad con respecto a asuntos importantes relativos a lo que está bien y lo que está mal, y no debería arrojar a la mujer a la sima de fuego, ni permitir que sufra ninguna humillación, acoso ni escarnio social. El hombre debería tomar la iniciativa a la hora de asumir esa responsabilidad. Eso no significa que, acogiéndose a las palabras de Dios “él tendrá dominio sobre ti”, pueda dirigir a la mujer con una vara, o que pueda controlarla o convertirla en una esclava para tratarla como le venga en gana. Bajo las condiciones previas y en el marco del matrimonio, el hombre y la mujer son iguales ante Dios; lo que sucede es que el hombre es el esposo, y Dios le ha asignado tal derecho y responsabilidad. Solo se trata de un tipo de responsabilidad, no de un poder único, y no es razón para no tratar a una mujer como a otra cosa que no sea una persona. Los dos sois iguales. Dios creó a ambos, al hombre y a la mujer, lo que ocurre es que al hombre se le hace un requerimiento único, que es, por un lado, llevar la carga y responsabilidad de la familia, y por otro, que cuando surjan cuestiones importantes, el hombre debe dar un valiente paso adelante y asumir las responsabilidades y obligaciones que le corresponden en su rol de hombre, de esposo, que son: proteger a la mujer, esforzarse al máximo para evitar que esta haga cosas que no corresponden a una mujer o, si hablamos de manera coloquial, evitar que se vea en dificultades, que sufra como no debería sufrir una mujer. Por ejemplo, para elevar su posición, vivir bien y enriquecerse, para perseguir la fama, el beneficio y el estatus, y para que otros piensen bien de ellos, algunos hombres entregan sus esposas a sus jefes como concubinas o amantes, prostituyendo así la carne de sus mujeres. Tras haber vendido a sus esposas, una vez logran sus objetivos, dejan de valorarlas y no las quieren. ¿Qué tipo de hombre es ese? ¿Existen hombres así? (Sí). ¿Acaso no es alguien diabólico? (Lo es). El objetivo de dominar a una mujer es cumplir con tus responsabilidades y protegerla. Esto se debe a que, desde un punto de vista de género fisiológico, los hombres llevan ventaja sobre las mujeres en las diversas ideas, puntos de vista, niveles y perspectivas que tienen hacia las cosas; esto es un hecho que nadie puede negar. Por lo tanto, dado que Dios ha entregado las mujeres a los hombres y ha dicho “él tendrá dominio sobre ti”, la responsabilidad que un hombre debe cumplir es la de llevar la carga de la familia o, cuando suceden cosas graves, la de proteger y mimar a su mujer, empatizar con ella y entenderla; no empujarla a la tentación, sino asumir las responsabilidades que un esposo y un hombre deben cumplir. De esta manera, en la familia y en el marco del matrimonio, cumplirás las responsabilidades y obligaciones que te corresponden, y harás que tu mujer sienta que eres digno de su confianza, que eres la persona con la que pasará su vida, que eres de fiar y que tus hombros son sólidos. Si tu mujer confía en ti, cuando necesite a su esposo para tomar una decisión a fin de resolver algunos asuntos graves, no querrás estar durmiendo, bebiendo, jugando o vagando por las calles. Todo eso es inaceptable, es cobarde. No eres un buen hombre, no has cumplido con las responsabilidades que te corresponden. Si como hombre siempre necesitas que tu mujer dé el primer paso en todos los asuntos importantes, y si arrojas a quien tiene un rol más delicado que el del hombre a la sima de fuego, si la empujas hacia donde el viento y las olas son más fuertes, hacia el remolino de complicados asuntos de diverso tipo, eso no es propio de un buen hombre, ni es la forma en que un buen esposo debe comportarse. Tu responsabilidad no es meramente hacer que tu mujer te desee, te acompañe y te ayude a vivir bien, eso no es todo; también está la responsabilidad que debes asumir. Ella ha cumplido sus responsabilidades hacia ti, ¿has cumplido tú las tuyas hacia ella? No basta con proporcionarle buena comida, ropa abrigada para vestir y alivio para su corazón; lo más importante es que, en varios asuntos destacados y en las disputas sobre lo correcto y lo incorrecto, seas capaz de ayudarla a lidiar con todo de manera precisa, correcta y adecuada, a fin de evitarle preocupaciones, para permitirle recibir beneficios reales de ti, y para demostrar que cumples con las responsabilidades que te corresponden como esposo. Esa es la fuente de la felicidad de una mujer en el matrimonio. ¿No es así? (Sí). No importa la dulzura de tus palabras, cómo la cautives o cuánto la acompañes, en los asuntos importantes, si tu mujer no puede confiar ni depender de ti, si no asumes las responsabilidades que te corresponden, y en cambio permites que una mujer delicada quede expuesta y soporte humillaciones o sufra cualquier tipo de dolor, tal mujer no podrá sentir felicidad o alegría, y no hallará en ti esperanza. Por lo tanto, a cualquier mujer que se case con un hombre así le parecerá que es desafortunada en su matrimonio, y que sus días venideros y su vida carecen de esperanza y luz, ya que se casó con un hombre poco de fiar, que no cumple con sus responsabilidades, un cobarde, un inútil y un gallina. No sentiría ninguna felicidad. Así pues, los hombres necesitan asumir sus propias responsabilidades. Por un lado, se trata de un requisito de la humanidad, y por otro, y más importante, hace falta que los hombres lo acepten de Dios. Esa es la responsabilidad y obligación que Dios ha dado a todos los hombres en el matrimonio. Por lo tanto, me dirijo a las mujeres: si quieres casarte y encontrar tu otra mitad, primero, como mínimo, debes fijarte en si el hombre es de fiar o no. Su apariencia, su altura, sus titulaciones, si es rico y si gana mucho dinero, todo eso es secundario. La clave está en observar si esa persona tiene humanidad y sentido de la responsabilidad, si sus hombros son amplios y fuertes, si cuando te apoyes sobre él caerá o será capaz de sostenerte, y si es de fiar. Concretamente, si puede cumplir o no con las responsabilidades de un esposo según lo expresado por Dios, si se trata o no de ese tipo de persona; por no mencionar que siga el camino de Dios y, como poco, tenga humanidad a Sus ojos. Cuando dos personas viven juntas, no importa si son ricas o pobres, cuál es su calidad de vida, qué hay en su casa o si su personalidad es compatible o no; como mínimo, el hombre con el que te cases debe cumplir con sus obligaciones y responsabilidades hacia ti, tener un sentido de la responsabilidad respecto a ti y llevarte en su corazón. Ya sea que te aprecie o te ame, cuanto menos, ha de tenerte en su corazón y cumplir con las responsabilidades y obligaciones que le corresponden en el marco del matrimonio. Entonces tu vida será alegre, tus días serán felices y no habrá niebla alguna en tu senda futura. Si el hombre con el que una mujer se casa inspira siempre poca confianza, huye y se esconde en cuanto ocurre algo, y se jacta y fanfarronea cuando nada va mal, como si tuviera una gran destreza y fuera varonil y viril, pero luego se ablanda cuando sucede algo, ¿crees que esa mujer estaría molesta? (Sí). ¿Sería feliz? (No). Una mujer buena y decente pensaría: “Siempre estoy cuidando de él y mimándolo, estoy dispuesta a sufrir cualquier cosa, a cumplir con mis responsabilidades como esposa, pero soy incapaz de ver un futuro con este hombre”. ¿Acaso no es doloroso un matrimonio así? El dolor que siente, ¿no lo causa el hombre, su otra mitad? (Sí). ¿Es responsabilidad de este? (Sí). El hombre debería reflexionar sobre sí mismo. No puede siempre quejarse de que la mujer es quisquillosa, de que le gusta regañar y buscarle tres pies al gato. Ambas partes deben reflexionar mutuamente sobre si están cumpliendo o no con sus obligaciones y responsabilidades, y si lo están haciendo de acuerdo con las palabras de Dios después de haberlas oído. Si no las están cumpliendo, deben dar enseguida un giro, corregirse rápidamente y remediar la situación; no es demasiado tarde. ¿Es esa una buena manera de comportarse? (Sí).
Continuemos leyendo. Después de este, hay otro mandato de Dios a Adán, el primero de los antepasados de la humanidad. Dios dijo: “Por cuanto has escuchado la voz de tu mujer y has comido del árbol del cual te ordené, diciendo: ‘No comerás de él’, maldita será la tierra por tu causa; con trabajo comerás de ella todos los días de tu vida. Espinos y abrojos te producirá, y comerás de las plantas del campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás” (Génesis 3:17-19). Este pasaje es principalmente un mandato de Dios a los varones. Con independencia de las circunstancias, ya que se trata de una orden de Dios dirigida a los hombres, estos deben cumplir con las obligaciones y tareas que les corresponden en el contexto del matrimonio y la familia. Dios requiere que los varones se encarguen del sustento de la familia después de casarse, lo que significa que deben trabajar duro toda su vida para llevar a cabo dicha tarea. Los hombres deben aportar el sustento familiar, así que deben trabajar; en lenguaje moderno, han de conseguir un empleo y ganar dinero, o deben cultivar grano en la tierra y recoger la cosecha para mantener a su familia. Los varones deben esforzarse y trabajar para sostener a toda la familia, para proporcionarles sustento. Ese es el mandato de Dios a los esposos, a los hombres; esa es su responsabilidad. Por lo tanto, en el contexto del matrimonio, los varones no pueden insistir en cosas como: “¡Uy! Estoy mal de salud”. “Uf, es difícil encontrar trabajo en la sociedad actual, ¡estoy muy estresado!”. “Mis padres me consintieron de pequeño, ¡no sirvo para ningún trabajo!”. Si no eres capaz de hacer trabajo alguno, ¿por qué te casaste? Si no puedes mantener a una familia y no tienes la capacidad de trabajar para encargarte del sustento de toda una familia, ¿por qué te casaste? Decir eso es una irresponsabilidad. Por un lado, Dios exige a los hombres que trabajen con diligencia, y por otro, les pide que se esfuercen para obtener alimentos de la tierra. Naturalmente, en la actualidad no exige que obtengas alimentos de la tierra, pero el trabajo es una necesidad. Por eso el físico del hombre es tan fuerte y robusto, mientras que el de la mujer es débil en comparación; son diferentes. Dios creó a los hombres y a las mujeres con un físico distinto. Por naturaleza, el hombre debe trabajar y esforzarse para aportar el sustento de su familia, para mantenerla; ese es su papel, el de ser la principal fuerza de la familia. La mujer, por su parte, no recibe tal mandato de Dios. Entonces, ¿puede cosechar aquello que no ha sembrado y limitarse a esperar comer alimentos ya preparados sin tener que hacer nada? Eso tampoco está bien. Aunque Dios no ha ordenado a la mujer mantener a la familia, ella no puede simplemente quedarse de brazos cruzados. No pienses que, como es algo que Dios no ha ordenado a las mujeres, estas pueden simplemente mantenerse al margen en este asunto. No es así. Las mujeres también han de cumplir con sus responsabilidades; deben asistir a sus esposos a la hora de mantener a la familia. No basta con que una mujer sea solo una compañera, también debe ayudar a su marido a cumplir con sus responsabilidades y su misión en la familia. No puede limitarse a mantenerse al margen, mientras observa y se burla de su esposo, ni puede esperar a recibir comida ya preparada. Los dos necesitan estar en armonía. De esa manera, se cumplirán todas las obligaciones y responsabilidades que les corresponden a los hombres y a las mujeres, y se hará bien.
Vamos a seguir leyendo. Dios dijo: “Espinos y abrojos te producirá, y comerás de las plantas del campo”. Como ves, además del trabajo que Dios le ha concedido a los hombres, existen cargas adicionales. No es suficiente con tu labor, en el campo crece maleza que se ha de arrancar. Eso significa que si eres agricultor, además de plantar, tienes otras tareas que desempeñar. También has de arrancar la maleza y no puedes quedarte de brazos cruzados; debes trabajar lo bastante duro para mantener a tu familia, tal como dijo Dios: “Con el sudor de tu rostro comerás el pan”. ¿Qué significa esa frase? Significa que sobre los hombres recae un peso adicional además del trabajo. ¿Hasta cuándo? “Hasta que vuelvas a la tierra”. Hasta que exhales tu último aliento, cuando termines el periplo de la vida, entonces ya no necesitarás actuar de esa manera, y habrás cumplido con tus responsabilidades. Esa es la instrucción y el mandato de Dios a los hombres, así como la responsabilidad y la carga que les ha impuesto. Estés o no dispuesto a ello, es algo que ordena Dios y no puedes eludirlo. Por lo tanto, en toda la sociedad o la humanidad, ya se contemple desde un punto de vista subjetivo u objetivo, los hombres sufren de mayor estrés en su supervivencia en la tierra en comparación con las mujeres, y resulta inevitable decir que es a causa de la ordenación e instrumentación de Dios. Los hombres han de aceptar esa cuestión de Dios y asumir las responsabilidades y obligaciones que les corresponden. En particular, aquellos que en el marco del matrimonio tienen familias y cónyuges no deben tratar de eludir ni rehusar el cumplimiento de sus responsabilidades porque la vida sea demasiado dura, amarga o agotadora. Si dices: “No quiero tener esa responsabilidad y tampoco trabajar”, puedes optar por echarte atrás respecto al matrimonio o negarte a casarte. Así pues, antes de dar el paso, debes pensártelo bien, has de meditar y entender claramente cuáles son las responsabilidades que Dios requiere que asuma un hombre casado, si tienes la capacidad de cumplirlas, de hacerlas bien, de desempeñar correctamente tu papel, los mandatos que te hace Dios, y si puedes soportar las cargas familiares que Él te va a imponer. Si crees que te falta la fe necesaria para hacer bien todo eso, o careces de voluntad para ello, si no quieres hacerlo, rechazas esa responsabilidad y obligación, o te niegas a llevar una carga dentro del hogar y en el contexto del matrimonio, no deberías casarte. Tanto para el hombre como para la mujer, esa unión implica responsabilidades y cargas, no es un tema menor. Aunque no sea sagrado, según Mi entendimiento, el matrimonio es cuanto menos solemne, y la gente debería rectificar sus actitudes respecto a él. Su función no es entretener por medio de la lujuria de la carne, ni satisfacer las necesidades emocionales momentáneas, y mucho menos saciar cualquier curiosidad que tengas. Se trata de una responsabilidad y una obligación, y por supuesto, más si cabe, sirve para confirmar y verificar si un hombre o una mujer cuentan con la capacidad y la fe para asumir las responsabilidades del matrimonio. Si no sabes si tienes la capacidad para asumir las responsabilidades y obligaciones del matrimonio, si desconoces por completo la carga que suponen, si no quieres casarte, o incluso si la mera idea te pone enfermo; si no quieres aceptar las responsabilidades y obligaciones de la vida familiar, sean triviales o de mayor calado, y quieres permanecer soltero; si dices: “Dios dijo que no es bueno estar solo, pero yo creo que es bastante agradable”, puedes rechazar el matrimonio, o incluso abandonar el que tienes. Esto varía de un individuo a otro, y cualquiera tiene libertad para elegir. Pero, digas lo que digas, si miras lo que recoge la Biblia sobre los dichos y ordenaciones que expresó Dios respecto al primer matrimonio de la humanidad, verás que no se trata de un juego ni de un asunto trivial. Por supuesto, no es ni mucho menos la tumba que la gente describe. Lo dispone y ordena Dios. Desde los principios del hombre, Dios lo ordenó y dispuso. Así que esos dichos mundanos como “El matrimonio es una tumba”, “El matrimonio es una ciudad sitiada”, “El matrimonio es una tragedia”, “El matrimonio es un desastre”, etcétera, ¿acaso tienen algo de fundamento? (No). No lo tienen. Solo reflejan el entendimiento que tiene la humanidad corrupta después de tergiversarlo, corromperlo y estigmatizarlo. Después de la tergiversación, la corrupción y la estigmatización del matrimonio adecuado, también lo critican, escupen algunas falsedades improcedentes y sueltan falacias sobre él, lo cual también desorienta a aquellos que creen en Dios y provoca que alberguen puntos de vista incorrectos y anormales al respecto. ¿A vosotros también os han desorientado y corrompido? (Sí). Entonces, gracias a nuestra charla, una vez obtenido un entendimiento preciso y correcto, cuando alguien os vuelva a preguntar: “¿Sabes qué es el matrimonio?”, ¿seguirás diciendo que “es una tumba”? (No). ¿Es correcto este enunciado? (No). ¿Deberías decir algo así? (No). ¿Por qué no? Dado que Dios lo dispone y ordena, los seres humanos deberían darle un trato correcto. Si actúan sin control y dan rienda suelta a su lujuria, se enredan en la promiscuidad y provocan consecuencias malignas, si dicen que es una tumba, lo único que puedo asegurar es que están cavando la suya propia y se están metiendo en problemas. No pueden quejarse. Eso no tiene nada que ver con Dios. ¿Me equivoco? Afirman que es una tumba a raíz de la tergiversación y condena que ejerce Satanás respecto al matrimonio y a una cuestión positiva. Cuanto más positiva es una cosa, más la tergiversan Satanás y la humanidad corrupta para transformarla en algo perverso. ¿Acaso no es eso maldad? Si alguien vive en pecado, se entrega a la promiscuidad y a los triángulos amorosos, ¿por qué nadie lo dice? Si una persona fornica, ¿por qué la gente no lo menciona? En un matrimonio apropiado no hay fornicación ni promiscuidad, tampoco es un medio para satisfacer las lujurias de la carne ni un asunto trivial y, por supuesto, ni mucho menos es una tumba. Es algo positivo. Dios ha ordenado y dispuesto el matrimonio humano, y ha emitido mandatos y encomiendas al respecto. Desde luego, ha impuesto además responsabilidades y obligaciones a ambas partes por medio de Su mandato, y también ha expresado dichos que determinan lo que constituye un matrimonio. Este solo puede estar compuesto por un hombre y una mujer. En la Biblia, ¿creó Dios a un hombre, luego creó a otro y al final los casó a los dos? No, no existe el matrimonio homosexual entre dos hombres o dos mujeres. Solo existe el de un hombre con una mujer. El matrimonio se compone de un hombre y una mujer, que no solo son compañeros, sino también ayudantes que se acompañan mutuamente, se cuidan y cumplen con sus responsabilidades respecto al otro, viven bien y comparten de un modo adecuado las sendas de sus vidas, cada etapa complicada de la existencia, cada periodo diferente y único; y por supuesto, también sobrellevan los momentos comunes y corrientes. Esa es la responsabilidad que ambas partes deben asumir, y también es la encomienda que les ha hecho Dios. ¿De qué encomienda hablamos? De los principios a los que la gente debe atenerse y ha de practicar. Por tanto, el matrimonio resulta significativo para todos los que se casan. Causa un efecto suplementario en tu experiencia personal y en tu conocimiento, así como en el crecimiento, la madurez y la perfección de tu humanidad. En cambio, si no estás casado, si te limitas a vivir con tus padres o permaneces solo toda la vida, o si tienes una unión anormal, inmoral y sin la ordenación de Dios, no tendrás experiencia de vida, conocimiento ni encuentros, así como tampoco el crecimiento, la madurez ni la perfección de la humanidad que obtendrías con un matrimonio apropiado. En este, más allá de que ambos miembros disfruten de mutua compañía y apoyo, no cabe duda de que también experimentan los desacuerdos, las disputas y contradicciones que surgen en la vida. A su vez, viven juntos el dolor de tener hijos, la experiencia de educarlos y criarlos, y la de mantener a sus ancianos, mientras ven a la próxima generación crecer, casarse y tener hijos igual que hicieron ellos, repitiendo así sus pasos. De ese modo, la experiencia, el conocimiento o los encuentros en la vida de las personas son bastante ricos y variados, ¿verdad? (Sí). Si hubieras tenido semejante experiencia de vida antes de creer en Dios, antes de aceptar Su obra, Sus palabras, Su juicio y castigo, y si pudieras adorarlo y seguirlo después de empezar a creer en Él, entonces habría en tu vida un poco más de abundancia que en la de la mayoría, y tu experiencia y entendimiento personales serían un poco mayores. Por supuesto, todo esto de lo que hablo se basa en la premisa de que, en el marco del matrimonio tal como lo ha ordenado Dios, debes llevar a cabo con seriedad tus propias responsabilidades y obligaciones, las de los hombres y las de las mujeres, las de los esposos y las de las esposas. Es algo imprescindible. Si no cumples con ellas, entonces tu unión será un desastre, fracasará y se acabará rompiendo. Experimentarás un matrimonio roto y fallido, a lo que habrá que sumar los problemas, los enredos, las molestias y las turbulencias que te acarreará. Si las dos partes que contraen matrimonio no pueden tomar la iniciativa y llevar a cabo sus responsabilidades y obligaciones por sí mismas, discutirán y se contradirán. Con el tiempo, las discusiones serán más frecuentes, las contradicciones más profundas, y empezarán a aparecer grietas en su unión. Esas grietas permanecerán abiertas, serán incapaces de reparar el espejo roto que es su matrimonio, y este sin duda se encaminará hacia la ruptura, hacia la destrucción; no cabe duda de que será fallido. Entonces, desde tu óptica, la unión que ordenó Dios no se ajusta a tus deseos y la consideras inadecuada. ¿Por qué piensas así? Porque no haces nada acorde a las exigencias y mandatos de Dios en ese contexto, persigues con egoísmo la satisfacción de tus propias exigencias, de tus propias preferencias y deseos y de tu imaginación. No te refrenas ni cambias por el bien de tu pareja, no sufres ningún dolor. En su lugar, solo haces énfasis en tus propias excusas, en tu beneficio propio y tus preferencias, y nunca piensas en tu pareja. ¿Qué acabará sucediendo? Tu matrimonio se romperá. El origen de esa ruptura son las actitudes corruptas de las personas. Son demasiado egoístas, así que incluso el esposo y la esposa, que deberían ser uno, son incapaces de vivir juntos en armonía, de empatizar, de entenderse, consolarse y aceptarse, o de cambiar y renunciar a cosas por el otro. Aquí se observa lo corrupta que se ha vuelto la humanidad. El matrimonio no puede poner freno a la conducta de las personas ni hacerles renunciar a sus deseos egoístas, así que no existen principios morales ni buenas prácticas surgidos de la sociedad que permitan mejorar a las personas o preservar su conciencia y razón. Así pues, la gente debería llegar a conocer el matrimonio del modo que lo ordenó Dios por primera vez para el hombre. Por supuesto, también debería entender ese asunto a partir de Dios. El entendimiento de toda la cuestión a partir de Dios es puro, y cuando la gente lo alcance, el ángulo y el enfoque desde los que vean esa unión serán los correctos. Y deben serlo para que las personas no solo conozcan el concepto y la definición correcta de matrimonio, sino también para permitirles contar con un método de práctica adecuado, acertado, preciso, apropiado y razonable a la hora de afrontar el matrimonio, a fin de que ni Satanás ni las diversas ideas de las tendencias perversas del mundo las desorienten respecto a la manera de tratarlo. Cuando elijáis el matrimonio con arreglo a las palabras de Dios, las mujeres debéis ver con claridad si vuestra pareja es el tipo de persona que puede cumplir con las responsabilidades y obligaciones de un hombre tal como las ha expresado Dios, si es digno de que le confiéis toda vuestra vida. Los hombres debéis tener claro si esa mujer es el tipo de persona que puede dejar de lado su propio beneficio por el bien de la vida familiar y de su esposo, si es capaz de corregir sus fallos y defectos. Debes considerar todo eso y más. No te bases en tu imaginación ni en aficiones o intereses pasajeros, y mucho menos en las ideas erróneas de amor y romanticismo que Satanás te inculca para elegir a ciegas una pareja. Con esta charla, ¿le quedan claros a todo el mundo las ideas, puntos de vista, posturas y planteamientos que se han de tener sobre el matrimonio, así como la práctica que se debe elegir y los principios que se han de defender en cuanto a este? (Sí).
Hoy aún no hemos hablado de desprenderse de las búsquedas, los ideales y los deseos del matrimonio, solo hemos aclarado la definición y el concepto de este. ¿Acaso no me he expresado con claridad sobre el tema? (Sí). Lo he hecho. ¿Todavía tenéis alguna queja sobre el matrimonio? (No). Y en cuanto a la persona con la que una vez estuviste casado, a la que dejaste, ¿le guardas algún rencor? (No). ¿Siguen presentes vuestros entendimientos y opiniones anormales y sesgados sobre el matrimonio, o incluso esas fantasías infantiles que no concordaban con la realidad? (No). Ahora deberíais ser más realistas. Sin embargo, el matrimonio no se reduce a las necesidades cotidianas. Afecta a la vida de personas con humanidad normal, a sus responsabilidades y obligaciones, y además, intervienen los estándares y principios más prácticos sobre los que Dios ha advertido a la gente, los que les ha impuesto y mandado. Estas son las responsabilidades y obligaciones que la gente debe cumplir y asumir. Esta es la definición concreta de matrimonio y la importancia de la existencia concreta de este, que aquellos con una humanidad normal deben poseer. Muy bien, hemos terminado por hoy. ¡Adiós!
7 de enero de 2023
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