Es importante rectificar las relaciones entre el hombre y Dios (Parte 1)
Al establecer una relación normal con Dios, la clave está en la forma en la que abordamos Sus palabras. Cualquiera sea la manera en la que Dios hable, cualquiera sea el tema o la envergadura de aquello a lo que se refiera, en efecto, todo cuanto Él dice es lo que el hombre más necesita, lo que el hombre debe entender y aquello de lo que este debe estar provisto. Además, las palabras que Dios dice están perfectamente dentro del alcance de la mente y el pensamiento humanos, es decir, de la facultad innata del hombre. Son inteligibles y comprensibles para el hombre. Todo cuanto Dios diga o haga, ya sea a través del Espíritu Santo cuando obra en una persona o mediante lo que Dios disponga con respecto a distintas personas, acontecimientos, cosas o situaciones, no supera el alcance de la facultad innata del hombre ni el ámbito de su pensamiento; en cambio, es concreto, genuino y real. Si alguien no lo entiende, algo no está bien en ella. Significa que su calibre es excesivamente escaso. De cualquier modo, la forma en la que Dios habla y Su tono, el ímpetu de Su discurso y todas las palabras que le provee al hombre son todas cosas que los creyentes deben comprender, y todas resultan comprensibles para el hombre. Esto se debe a que Dios le habla al hombre y para ello utiliza el lenguaje humano, y al expresar estas palabras Suyas, las transmite y pone a disposición del hombre el lenguaje y el vocabulario más coloquial y variado posible que está al alcance y es accesible a los seres humanos. De esta manera, las personas con ideas y perspectivas diversas, con diferentes niveles de alfabetización y con antecedentes educativos y familiares distintos pueden aprehenderlas y comprenderlas. En todas estas palabras que Dios pronuncia, es necesario que entiendas que no existe nada demasiado esotérico ni abstracto en Sus palabras, no hay palabras que el hombre no logre interpretar. En la medida que alguien posea cierta aptitud y se concentre en practicar y experimentar las palabras de Dios, puede llegar a comprender la verdad y captar Sus intenciones. Las verdades que Dios expresa provienen de Él, pero las formas del lenguaje que utiliza para expresarlas, en cuanto a su fraseología específica, son todas humanas. No se apartan de los límites del lenguaje humano. Más allá de la forma, el método o el tono que Dios utilice para expresar Sus palabras, ya sea que Su fraseología provenga de occidente o de oriente o que Él hable en un lenguaje humano antiguo o moderno, ¿existe algún lenguaje en Su discurso que la humanidad considere ininteligible o no humano? (No). A la fecha, nadie lo ha notado. Algunos dicen: “No es así, yo encontré dos palabras: ‘justicia’ y ‘majestad’”. “Justicia” y “majestad” son dos descriptores o términos sobre un aspecto de la esencia divina, pero ¿acaso estas dos palabras no son comunes entre los seres humanos? (Sí, así es). Sin importar en qué medida entiendas estas dos palabras, al menos puedes encontrar sus definiciones más básicas y primordiales en el diccionario. Al comparar esas dos definiciones absolutamente primordiales con la esencia de Dios, Su carácter y lo que Él tiene y es, en dicha combinación, las palabras se tornan más concretas para los seres humanos y dejan de ser abstractas. Sumado eso a las extensas exposiciones de hechos, comentarios y explicaciones de estas palabras en las palabras de Dios, se vuelven más concretas para toda la gente, las imágenes son más vivas, más auténticas, cada vez más cercanas a la esencia, las posesiones y el ser de Dios que la gente debería conocer. Así pues, el vocabulario y los enunciados que tienen que ver con cosas tales como el carácter de Dios no os parecen abstractos ni misteriosos. Entonces, decidme: ¿existe algo abstracto en aquellas verdades que atañen a la práctica habitual del hombre, la senda que recorre y los principios-verdad? (No). Una vez más, no hay nada abstracto en ello.
Desde que comencé a expresar Mis palabras y a dar sermones, he realizado enormes esfuerzos por utilizar el lenguaje humano —un lenguaje que los seres humanos puedan entender, con el cual puedan interactuar y que puedan aprehender— para predicar y para hablar sobre la verdad y debatir los principios-verdad, de modo que podáis comprender mejor la verdad. ¿No es este un planteamiento más humano? ¿Qué ventaja tiene esto para vosotros? Os hace capaces de entender la verdad en mayor medida. ¿Y cuál es Mi propósito al hablar de este modo? Permitiros escuchar un lenguaje más rico y diverso, luego utilizar ese lenguaje diverso para que a la gente le resulte más fácil entender la verdad y para que no sienta que es tedioso. La variante lingüística de la Biblia, tanto del Antiguo Testamento como del Nuevo Testamento, corresponde en su totalidad a determinado tipo idiomático, de manera que la gente de inmediato nota que ciertas palabras son bíblicas, que provienen de la Biblia. Existe cierto significado o simbolismo en estas palabras. Lo que Yo hago es esforzarme por hacerlo de tal manera que los estilos y el fraseo del lenguaje actual no contengan características icónicas, para que la gente pueda ver que este lenguaje va más allá del lenguaje bíblico. Si bien las personas pueden ver a partir del contenido y el tono del discurso de Dios que su origen parece muy similar a Sus palabras en la Biblia, por su fraseo pueden notar que van más allá de la Biblia, más allá del Antiguo y del Nuevo Testamento e incluso transciende a la terminología espiritual utilizada por todas las personas espirituales a lo largo de milenios. Así pues, ¿qué términos se encuentran entre los que Dios utiliza en la actualidad? Algunos son parte del lenguaje positivo y elogioso que la gente utiliza a menudo, mientras que otras palabras y expresiones Suyas son más adecuadas para poner en evidencia y expresar el carácter corrupto del hombre. Asimismo, existen ciertos términos específicos, relativos a la literatura, la música, la danza, la traducción, etc. Esto está orientado a posibilitar que cualquier persona, más allá del ámbito de su deber o de sus conocimientos profesionales, perciba que las verdades que Yo digo están estrechamente relacionadas con la vida real y el deber que cumplen y que no existe desconexión entre la verdad en ninguno de sus aspectos y la vida real de las personas o los deberes que realizan. Pues bien, ¿no son de gran ayuda estas verdades para vosotros? (Sí). Si no me importaran tales cosas y evitara categóricamente todo cuanto tuviera que ver con los temas relacionados con la traducción, la cinematografía, el arte, la literatura y la música, si jamás usara tales palabras y las evitara adrede, ¿sería capaz de ejecutar bien Mi obra? Si fuera así, aún podría ser capaz de realizar parte de ella, pero sería muy dificultoso comunicarme con vosotros. Por tanto, me esfuerzo por estudiar y dominar ese lenguaje. Por un lado, esto puede ayudaros con la teoría y los principios de vuestra labor profesional; por el otro, cuando cumplís vuestros deberes en estas áreas, os ayuda a sentir que la labor profesional que involucran vuestros deberes no está alejada de la verdad. Cualquiera que sea tu especialidad, tu punto fuerte o la profesión que estudies, puedes leer y comprender estas palabras. Ellas te permiten alcanzar el objetivo de entrar en la verdad mientras cumples con el deber. ¿No es algo bueno? (Sí). Es algo bueno. Así pues, ¿cómo puede lograrse tal buen resultado? Esto requiere que Dios, en Su humanidad, posea ciertas cosas. ¿Y qué cosas son? La humanidad normal de Dios encarnado debe entender una cierta parte respecto de distintas especialidades, aunque no necesito esforzarme en ello ni estudiarlas hasta dominarlas. Se trata solamente de que pueda emplear los conocimientos de todos los campos cuando comparto la verdad y doy testimonio de Dios. Esto permite que la gente de cualquier campo comprenda y valore los testimonios de la casa de Dios, así como sus diversas obras audiovisuales, lo cual es sumamente beneficioso para la obra de difusión evangélica. Si solo utilizara el lenguaje de la casa de Dios para compartir la verdad y no utilizara ninguno de los lenguajes y conocimientos de los distintos campos especializados de la sociedad, los resultados serían muy pobres. Así pues, para realizar bien esta obra, ¿qué debo lograr? Debo tener cierto grado de conocimiento profesional, razón por la cual a veces escucho canciones, miro las noticias, leo revistas y leo el periódico ocasionalmente. A veces, también presto atención a algunos de los asuntos de los no creyentes. Estos asuntos comprenden muchas cosas diferentes y parte de su lenguaje no está presente en la casa de Dios; no obstante, si ese lenguaje se utiliza en el lenguaje de los sermones, en ocasiones será altamente eficaz y os ayudará y os hará sentir que la senda de la fe en Dios es amplia, no es tediosa ni poco interesante. Esto os será de gran ayuda y deberíais aprender algunas cosas útiles de ello. Si bien la mayoría de vosotros no tendréis éxito en vuestro aprendizaje, aquellos que sean lo suficientemente aptos podrán aprender algunas cosas útiles, lo que será beneficioso para el cumplimiento de su deber. Cuando no tengo nada que hacer, sin pensarlo, aprendo algunas cosas mirando las noticias y escuchando música. No requiere de especial esfuerzo; simplemente paso Mi tiempo libre aprendiendo, mirando, escuchando cosas y, sin proponérmelo, domino algunas de ellas. ¿Impactará Mi dominio de esas cosas en la obra? En lo más mínimo; de hecho, es necesario que lo haga. Es beneficioso para la obra de la casa de Dios y la difusión del evangelio. ¿Qué quiero decir al comunicaros estas cuestiones? Que estas palabras que Dios utiliza deberían resultaros accesibles, que todas ellas deberían ser comprensibles y fáciles de poner en práctica. Como mínimo, son algo que la humanidad debería poseer. Cuando digo que estas son cosas que la humanidad debería poseer, quiero decir que cuando Dios hace Su obra y expresa Sus palabras, estas ya han sido procesadas a través de Su humanidad. ¿Qué significa “procesadas”? A modo de ejemplo, es como el trigo triturado, que se trilla y muele para convertirlo en harina, luego se convierte en pan, pasteles y fideos. Tras ser procesadas, os serán entregadas y, en definitiva, participáis del producto final, un alimento elaborado. ¿Qué participación tenéis vosotros en ello? Comer y beber de la totalidad de las palabras que Dios dice en la actualidad, lo más rápido posible. Comed y bebed más de ellas, aceptad más de ellas y experimentadlas, digeridlas y absorbedlas poco a poco. Haced de ellas vuestra vida, vuestra estatura, y dejad que las palabras de Dios controlen cada día de tu vida y el deber que cumples. Todas las palabras que Dios dice están en el lenguaje de la humanidad y, si bien se entienden fácilmente, de ningún modo es sencillo entender o entrar en la verdad que contienen; aunque el lenguaje es fácil de comprender, entrar en la verdad es un proceso de múltiples etapas. Dios ha dicho muchas palabras y ha traído al hombre hasta el presente, y cada palabra que Él dice se está cumpliendo en vosotros, poco a poco, y la verdad que Él expresa, así como el procedimiento que guía a las personas a medida que entran en la verdad y se embarcan en la senda de la salvación, de forma bastante clara y evidente, se están haciendo realidad en vosotros y se están cumpliendo poco a poco. Tales resultados se manifiestan en vosotros de a poco. Esto no tiene nada de abstracto. Ahora, no nos preocupemos por cómo se procesan las palabras de Dios a través de Su humanidad. No es necesario analizar ese proceso; contiene un misterio en el que el estudio del hombre no puede penetrar. Preocúpate solo por aceptar la verdad. Esa es la decisión más sabia y la actitud más correcta. No sirve de nada desear siempre analizar las cosas. Es un desperdicio de tiempo y esfuerzo. La verdad no es algo que se obtenga mediante el estudio y mucho menos algo que descubra la ciencia. Dios la expresa de manera directa, y solo se la puede comprender y conocer a través de la experiencia. Únicamente se puede obtener la verdad experimentando la obra de Dios. Si uno solo utiliza un proceso mental para estudiar las cosas, pero no practica y no tiene experiencia, no puede obtener la verdad. ¿Qué sería una actitud positiva hacia las palabras de Dios, aparte de no analizar las cosas? La aceptación, la cooperación y la sumisión incondicional. En realidad, si hay alguien que está más cualificado para el estudio, ese soy Yo, y, sin embargo, jamás lo hago. Jamás digo: “¿De dónde provienen estas palabras? ¿Quién me las dijo? ¿Cómo las conozco? ¿Cuándo llegué a conocerlas? ¿Las conocen los demás? Cuando las pronuncie, ¿darán resultados? ¿Qué resultará de ellas? Conduzco a tanta gente, ¿qué haré si al final no logro los resultados deseados, si no los conduzco a la senda de la salvación?”. Dime, ¿deberíamos analizar estas cosas? (No). Yo jamás las analizo. Lo que sea que desee deciros, lo que sea que desee contaros, os lo cuento directamente. No tengo necesidad de aplicar el proceso mental de estudiarlo. Lo único que tengo que considerar es si podéis entenderlo si lo presento de cierto modo; si tengo que hablar de manera más concreta; si tengo que contar más ejemplos y anécdotas, a partir de los cuales obtendríais información más específica y una senda de práctica más concreta; si habéis entendido lo que digo; si hay algo en Mi fraseo, en el estilo y el tono de Mi discurso, o en Mi gramática o giros lingüísticos que haya hecho que lo malinterpretéis o que os confundáis; o si hay algo en mi discurso que os parece abstracto, misterioso o vacío. Estas cosas son lo único que he de observar y considerar. No analizo el resto. Para Mí es normal no analizar las cosas, pero ¿es normal para vosotros? Para vosotros, analizar las cosas es bastante normal; sería anormal no hacerlo. Esto deriva de las exhortaciones del instinto y la naturaleza de la humanidad corrupta. Os aseguráis de analizarlo todo. No obstante, hay algo que puede resolver este problema y es que, a medida que el hombre llega gradualmente a interactuar con Dios, la relación entre este y Dios se vuelve más normal, y el hombre corrige su posición y le otorga a Dios el lugar adecuado en su corazón. A medida que esto progrese favorablemente, en un sentido cada vez más positivo, se profundizarán la conciencia, el conocimiento, la seguridad y la aceptación del hombre respecto a lo que Dios hace, y, cuando eso suceda, su certeza, conciencia, conocimiento y reconocimiento de la encarnación también se profundizarán. A medida que se profundicen tales cosas, estudiaréis a Dios y dudaréis de Él cada vez menos y en menor medida.
¿Por qué estudia a Dios el hombre? Porque tiene demasiadas nociones y figuraciones acerca de Él, demasiados factores inciertos, demasiadas dudas, demasiadas cosas que no comprende, demasiadas cosas que encuentra inescrutables, demasiados misterios, y, así, desea desentrañarlos a través del estudio. Todo estudio que lleves a cabo que utilice fenómenos externos, de tu conocimiento especializado o tu juicio mental, no te conducirá al conocimiento; habrás desperdiciado mucho esfuerzo y seguirás sin entender de qué se tratan Dios y la verdad. Pero a aquellos que persiguen la verdad tan solo les toma unos pocos años ver resultados, adquirir un conocimiento genuino de Dios y desarrollar un corazón temeroso y sumiso. Algunos no creen que las palabras de Dios sean prácticas o fácticas, así que siempre desean estudiar a Dios, Sus palabras, e incluso la encarnación. Los asuntos de la vida y del espíritu no se someten a estudio. Cuando llegue el día en que experimentes estas verdades y dediques toda tu mente, todo el precio que pagues y todo el énfasis en practicar la verdad y cumplir con el deber, te habrás embarcado en la senda de la salvación y ya no estudiarás a Dios encarnado. Es decir, el interrogante sobre si Él es humano o si es Dios habrá encontrado respuesta. Por muy normal que sea Su humanidad, por muy similar que sea a la gente común, eso ya no será importante. Lo más significativo es que finalmente habrás descubierto Su esencia divina y habrás reconocido las verdades que Él expresa y, para entonces, habrás aceptado desde el fondo de tu corazón el hecho de que esta persona es la carne en la cual Dios está encarnado. Debido a ciertos hechos, procesos y experiencias, a ciertas lecciones que has aprendido a partir de tropezar y fracasar, muy en el fondo, serás capaz de comprender un poco de la verdad y admitir que estabas equivocado. Ya no dudarás de esta persona ni la estudiarás, sino que sentirás que es el Dios práctico, que eso está establecido como un hecho irrefutable. Entonces habrás aceptado instintivamente que Él es Dios encarnado, sin lugar a duda. Por muy normal que sea Su humanidad, y aunque hable y actúe como una persona corriente y no sea para nada extraordinario ni grandioso, no tendrás dudas de Él ni lo despreciarás. Antes, no habrías creído que Dios encarnado concordaba con tus nociones, lo habrías estudiado y hubieras sentido desprecio, te habrías burlado y tu corazón lo habría desafiado, pero hoy las cosas son diferentes. En la actualidad, a medida que saboreas y escuchas Sus palabras con gran detalle, aceptas todo cuanto Él expresa desde otro punto de vista. ¿Y qué punto de vista es ese? “Soy un ser creado. Puede que Cristo no sea alto y que no hable en voz alta, y tal vez Su aspecto no tenga nada de especial, pero Su identidad es diferente a la mía. Él no forma parte de la humanidad corrupta; no es uno de nosotros. No estamos en pie de igualdad con Él, no estamos a su altura”. Aquí hay una diferencia respecto de tu punto de vista anterior. ¿Cómo se produce esa diferencia? En tu interior, haces la transición desde el rechazo y el estudio involuntario iniciales a aceptar Sus palabras como la vida, como tu senda de práctica, a sentir que Él tiene la verdad, que Él es la verdad, el camino y la vida, que parece tener la sombra de Dios y una revelación de Su carácter y que en Su persona están la comisión y la obra de Dios. Es entonces que lo habrás reconocido y aceptado por completo. Cuando cualquier reacción y actitud que tengas hacia Él se haya convertido en la reacción instintiva y correcta que debería tener un ser creado, habrás adquirido la capacidad de tratar a este Hijo del hombre en la carne como Dios y de dejar de estudiarlo, aunque te digan que lo hagas, al igual que no estudiarías por qué naciste de tu madre y de tu padre ni por qué te pareces a ellos. Cuando has llegado a esta instancia, instintivamente dejas de estudiar tales cosas. No son temas relacionados con el ámbito de tu vida diaria y dejan de ser interrogantes. Tu actitud hacia estas cosas ha pasado del reflejo condicionado de estudio inicial a un rechazo instintivo hacia el estudio y, al haber cambiado así tu instinto, Dios encarnado se elevará cada vez más en estatus y medida, nadie más ocupará Su lugar, se convertirá en Dios mismo en tu corazón y tendrá el estatus de Dios. Tu relación con Dios entonces será completamente normal. ¿Por qué pasa esto? Porque no puedes ver el reino espiritual y, para cualquier persona, el Dios del reino espiritual es relativamente abstracto. Dónde está, cómo es, qué actitud tiene hacia el hombre, qué expresión lleva cuando habla con el hombre; la gente no conoce ninguna de estas cosas. En la actualidad, Aquel que se encuentra frente a ti es una persona en forma y semejanza que se llama Dios. Al principio, no lo entiendes, pues te resistes, dudas, albergas suposiciones, malentendidos e incluso desprecio, luego, experimentas Sus palabras y pasas a aceptarlas como la vida y la verdad, como los principios de tu práctica y el objetivo y la dirección de la senda que recorres; y a partir de allí, aceptas a esta persona genuina, como si Él fuera una imagen materializada de Dios en tu corazón a quien no puedes ver. Cuando llegues a sentir esto, ¿será tu relación con Dios algo vacío? (No). No, no lo será. Cuando consideras a Dios como una imagen vaga e invisible y lo reduces hasta el punto en el que Él se convierte en un cuerpo carnal, una persona entre las personas, a quien nadie miraría dos veces, si sigues siendo capaz de mantener la relación entre un ser creado y el Creador con Él, tu relación con Dios será tan normal como puede ser. Cualquier cosa que le hagas entonces será fundamentalmente la reacción instintiva que debería tener un ser creado. No podrías dudar de Él, aunque te lo pidieran, ni podrías estudiarlo; no intentarías estudiarlo, diciendo: “¿Por qué habla así Dios? ¿Por qué tiene esa expresión? ¿Por qué sonríe y se comporta de ese modo?”. Tales cosas no podrían resultarte más normales. Te dirás a ti mismo: “¡Sí, Dios es así y es así como debe ser! Independientemente de lo que Él haga, mi relación con Él será normal y no cambiará”.
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