Qué significa perseguir la verdad (1) Parte 2

Hay quienes, en el transcurso del deber, suelen actuar de forma arbitraria e imprudente. Son sumamente caprichosos: cuando están contentos, cumplen un poco con su deber, y cuando no lo están, se enfurruñan: “Hoy estoy de mal humor. No comeré nada y no voy a cumplir con mi deber”. Otros tienen que negociar entonces con ellos y decirles: “No puede ser. No puedes ser tan caprichoso”. ¿Y qué responde esa gente? “Sé que no puede ser, pero crecí en una familia rica y privilegiada. Mis abuelos y mis tías me malcriaban, y mis padres, peor aún. Yo era su tesoro, su favorito, y me consentían todo y me malcriaban. De esa educación viene este temperamento caprichoso, por lo que, cuando cumplo con un deber en la casa de Dios, no debato las cosas con nadie, ni busco la verdad ni me someto a Dios. ¿Tengo yo la culpa?”. ¿Es correcta su interpretación? ¿Tienen una actitud de búsqueda de la verdad? (No). Cada vez que alguien saca a relucir un pequeño defecto suyo —por ejemplo, que toman las mejores porciones de comida, que no se preocupan sino de sí mismos y que no piensan en los demás—, contestan: “Soy así desde niño. Estoy acostumbrado. Nunca he pensado en nadie. Siempre he tenido una vida privilegiada, con unos padres que me adoran y unos abuelos que me consienten. Soy el favorito de toda mi familia”. Esto es un montón de estupideces y falacias. ¿No es algo un poco descarado e insolente? Si tus padres te consienten, ¿significa eso que también te debe consentir el resto? Si tus parientes te adoran y consienten, ¿eso es motivo para que actúes de forma imprudente y arbitraria en la casa de Dios? ¿Es un motivo válido? ¿Es la actitud correcta que has de tener hacia tu carácter corrupto? ¿Una actitud de búsqueda de la verdad? (No). Cuando a estas personas les ocurre cualquier cosa, cuando tienen un problema relacionado con su carácter corrupto o con su vida, buscan justificaciones objetivas para responder de ello, para explicarlo, para justificarlo. Nunca buscan la verdad ni oran a Dios, y no se presentan ante Él para hacer introspección. Sin introspección, ¿puede uno conocer sus problemas y su corrupción? (No). ¿Y puede arrepentirse sin conocer su corrupción? (No). Si alguien no es capaz de arrepentirse, ¿en qué estado vivirá invariablemente? ¿No será en la autoindulgencia? ¿Con la sensación de que, aunque haya dejado brotar su corrupción, no ha cometido el mal ni infringido los decretos administrativos; de que, aunque aquello no estuviera de conformidad con los principios verdad, no fue deliberado y es perdonable? (Sí). Y bien, ¿es ese el tipo de estado que debe tener alguien que persiga la verdad? (No). Si alguien nunca se arrepiente sinceramente y vive siempre en ese estado, ¿puede cambiar? No, jamás. Y si una persona no cambia, no puede renunciar sinceramente a su maldad. ¿Qué significa no poder renunciar sinceramente a la propia maldad? Significa que realmente uno no puede practicar la verdad y entrar en la realidad verdad. Ese es el resultado evidente. Si no puedes renunciar a tu maldad ni practicar la verdad y entrar en la realidad, entonces, si deseas lograr que Dios cambie de idea sobre ti, alcanzar la obra del Espíritu Santo, recibir esclarecimiento e iluminación de Dios y que Él te perdone tus transgresiones y corrija tu corrupción, ¿será eso posible? (No). Si no es posible, ¿puede redundar tu fe en Dios en tu salvación? (No). Si una persona vive en un estado de perdón y admiración hacia sí misma, está muy alejada de la búsqueda de la verdad. Puede que las cosas con que se mantenga ocupada, aquellas que mire, las que escuche y las que la tengan de aquí para allá guarden cierta relación con la fe en Dios, pero no con la búsqueda de la verdad ni con su práctica. Este resultado es evidente. Y como no guardan relación con la búsqueda ni con la práctica de la verdad, esa persona no habrá hecho introspección ni tendrá conocimiento de sí misma. No sabrá hasta qué punto se ha corrompido ni cómo practicar el arrepentimiento, por lo que es todavía menos probable que alcance el verdadero arrepentimiento o logre que Dios cambie de idea sobre ella. Si tú vives en semejante estado y quieres que Dios recapacite acerca de ti, te perdone o te dé Su visto bueno, eso será ciertamente difícil. ¿Qué significa aquí “visto bueno”? Que Dios reconoce lo que haces, le da Su visto bueno y lo recuerda. Si no eres capaz de ganarte ninguna de estas cosas, eso demuestra que no persigues la verdad en las cosas que haces, en tus esfuerzos, manifestaciones y conductas. Pienses lo que pienses, incluso si eres capaz de llevar a cabo algunas buenas conductas, estas únicamente representan que tienes algo de conciencia y razón dentro de tu humanidad. Sin embargo, estas buenas conductas no son una manifestación de búsqueda de la verdad, pues tu situación de partida, tus intenciones y tus motivaciones no son las de la búsqueda de la verdad. ¿Qué motivo hay para decir tal cosa? Que ninguno de tus pensamientos, acciones o actos persigue la verdad ni guarda relación con la verdad. Si todo lo que uno hace no es para recibir el visto bueno y el reconocimiento de Dios, nada de lo que haga podrá recibir el visto bueno ni el reconocimiento de Dios, y es obvio que estas conductas y prácticas solo pueden calificarse de buenas conductas humanas. No son indicios de práctica de la verdad ni, desde luego, de que la persona la esté persiguiendo. Las personas que son especialmente caprichosas y suelen comportarse de forma imprudente y arbitraria no aceptan el juicio y castigo de las palabras de Dios ni la poda y el trato. Además, suelen poner excusas para no perseguir la verdad y para su incapacidad de aceptar la poda y el trato. ¿Qué carácter es ese? Evidentemente, un carácter harto de la verdad, el carácter de Satanás. El hombre posee la naturaleza y el carácter de Satanás, así que no cabe duda de que la gente le pertenece a Satanás. Son diablos, descendientes de Satanás, y vástagos del gran dragón rojo. Algunas personas pueden llegar a admitir que son demonios, satanases, y vástagos del gran dragón rojo, y hablan muy bien de su conocimiento de sí mismas. Pero cuando revelan un carácter corrupto y alguien los revela, trata con ellas y las poda, intentan con todas sus fuerzas justificarse y no aceptan la verdad en absoluto. ¿Qué es lo que ocurre aquí? En esto, estas personas quedan totalmente expuestas. Dicen cosas muy bonitas cuando hablan de conocerse a sí mismas, así que ¿por qué cuando se enfrentan a la poda y el trato no pueden aceptar la verdad? Aquí hay un problema. ¿No es bastante común este tipo de cosas? ¿Es fácil de discernir? De hecho, lo es. Hay bastantes personas que admiten que son demonios y satanases cuando hablan de su autoconocimiento, pero después no se arrepienten ni cambian. Entonces, ¿es verdadero o falso el autoconocimiento del que hablan? ¿Tienen un conocimiento sincero de sí mismas, o es solo una treta para engañar a los demás? La respuesta es evidente. Por lo tanto, para ver si una persona tiene un autoconocimiento sincero, no hay que limitarse a escuchar lo que dice al respecto, sino que hay que fijarse en la actitud que tiene hacia la poda y el trato y si puede aceptar la verdad. Eso es lo más importante. Quien no acepta ser podado y tratado posee una esencia de no aceptar la verdad, de negarse a aceptarla, y su carácter está harto de la verdad. Eso está fuera de duda. Algunas personas no permiten que otros traten con ellas, por mucha corrupción que hayan revelado; nadie puede podarles ni tratar con ellas. Pueden hablar de su propio autoconocimiento de la manera que les plazca, pero si otra persona los pone en evidencia, los critica o trata con ellos, por muy objetivo que sea o que concuerde con los hechos, no lo aceptan. Sea cual sea la manifestación de un carácter corrupto que otro revele en ellos, son extremadamente antagonistas e insisten en dar justificaciones engañosas de sí mismos, sin ni siquiera el menor ápice de verdadera sumisión. Si tales personas no persiguen la verdad, estarán en problemas. En la iglesia son intocables e irreprochables. Cuando la gente dice algo bueno de ellas, eso les hace felices; cuando la gente señala algo malo de ellas, se enfadan. Si alguien las desenmascara y dice “eres buena persona, pero muy caprichosa. Siempre actúas de forma arbitraria e imprudente. Tienes que aceptar la poda y el trato. ¿No sería mejor para ti librarte de estos defectos y estas actitudes corruptas?”, replican: “Yo no he hecho nada malo. No he pecado. ¿Por qué tratas conmigo? En casa, tanto mis padres como mis abuelos me han consentido desde que era pequeño. Soy su tesoro, su favorito. Ahora, aquí, en la casa de Dios, nadie me consiente nada; ¡no tiene gracia vivir aquí! Siempre estáis criticándome algún defecto u otro y procurando tratar conmigo. ¿Cómo voy a vivir así?”. ¿Qué problema hay aquí? Los perspicaces se dan cuenta enseguida de que estas personas han sido mimadas por sus padres y su familia y de que ni siquiera actualmente saben comportarse ni vivir de forma independiente. Tu familia te ha adorado como si fueras un ídolo y no conoces tu lugar en el universo. Has desarrollado los vicios de la arrogancia, la santurronería y la veleidad extrema, de los que no eres consciente y sobre los que no sabes reflexionar. Crees en Dios, pero no escuchas Sus palabras ni practicas la verdad. ¿Puedes alcanzar la verdad con una fe así en Dios? ¿Puedes entrar en la realidad verdad? ¿Puedes vivir a auténtica semejanza de un ser humano? En absoluto. Como creyente en Dios, debes al menos aceptar la verdad y conocerte a ti mismo. Solo de ese modo podrás transformarte. Si en tu fe siempre te apoyas en tus nociones y fantasías, si no aspiras sino a la paz y la felicidad en vez de perseguir la verdad, si eres incapaz de arrepentirte sinceramente y no transformas tu carácter vital, tu fe en Dios carece de sentido. Como creyente en Dios, debes comprender la verdad. Debes esforzarte por conocerte. Debes buscar la verdad sin importar lo que te suceda y corregir cualquier actitud corrupta que brote de ti compartiendo la verdad según las palabras de Dios. Si alguien te señala tu carácter corrupto, o tú mismo tomas la iniciativa de examinarlo, si eres capaz de compararlo conscientemente con las palabras de Dios, de hacer introspección, analizarte y conocerte, y luego solucionas tu problema y practicas el arrepentimiento, podrás vivir como un ser humano. Los que creen en Dios deben aceptar la verdad. Si siempre disfrutas de la sensación de que tu familia te consienta, siempre encantado de ser su favorito, su tesoro, ¿qué ganarás? Por mucho que seas el favorito de tu familia y su tesoro, si no tienes la realidad verdad, eres basura. Creer en Dios solo tiene valor si persigues la verdad. Cuando comprendas la verdad sabrás comportarte, y sabrás cómo vivir para experimentar la auténtica felicidad y ser una persona que agrade a Dios. Ningún entorno familiar ni ninguna fuerza, mérito o don personal puede suplir la realidad verdad ni debe servir de excusa para que tú no persigas la verdad. Alcanzar la verdad es lo único que puede reportarle a la gente auténtica felicidad, permitirle que lleve una vida con sentido y otorgarle un hermoso destino. Esta es la realidad.

Algunos, tras convertirse en líderes y obreros de la iglesia, se creen de oro y piensan que por fin tienen la oportunidad de brillar. Se sienten bien consigo mismos y empiezan a poner en práctica sus puntos fuertes; dan rienda suelta a sus ambiciones y demuestran toda su capacidad. Tienen clase y formación, capacidad de organización y modales y porte de líder. Eran los mejores de la clase y jefes del sindicato de estudiantes en la universidad, gerentes o presidentes de la compañía en la que trabajaban, y cuando empezaron a creer en Dios y vinieron a Su casa, los eligieron líderes, con lo que piensan para sus adentros: “El cielo nunca me defrauda. A alguien tan capaz como yo le resultaría duro pasar desapercibido. En cuanto renuncié al cargo de presidente de la compañía, vine a la casa de Dios y asumí la función de líder. No podría ser una persona normal aunque lo intentara. Así me enaltece Dios, esto es lo que Él ha dispuesto que haga, por lo que me someteré a ello”. Tras llegar a líderes, ponen en práctica su experiencia, su conocimiento, su capacidad de organización y su estilo de liderazgo. Se creen capaces y audaces e individuos realmente hábiles y con talento. Es una lástima, pues, que aquí haya un problema. A estos líderes hábiles y con talento, nacidos con la capacidad de liderar, ¿qué es lo que mejor se les da en la iglesia? Fundar un reino independiente, arrogarse todo el poder y dominar los debates. Una vez líderes, no hacen más que trabajar, correr de aquí para allá, pasar por dificultades y pagar un precio en aras del prestigio y el estatus. No les importa nada más. Creen que su ajetreo y su trabajo están en consonancia con la voluntad de Dios, que ellos no tienen un carácter corrupto, que la iglesia siempre los necesita y que los hermanos y hermanas también. Creen que ningún trabajo podría hacerse sin ellos, que pueden asumirlo todo y monopolizar el poder. Y tienen mucha facilidad para fundar un reino independiente. Son capaces de todo tipo de cosas creativas y novedosas, son especialmente hábiles para comportarse como funcionarios y darse aires de grandeza y tienen práctica en sermonear a los demás desde las alturas. Solo hay una cosa importante que no saben hacer: tras convertirse en líderes, ya no son capaces de hablar a los demás de corazón, de conocerse a sí mismos, de darse cuenta de su corrupción ni de escuchar sugerencias de los hermanos y hermanas. Si alguien plantea unas ideas distintas en los debates de trabajo, estos líderes no solo las rechazan, sino que lo justifican: “Vosotros no habéis examinado a fondo esa propuesta. Yo soy el líder de la iglesia: si hago lo que decís y no pasa nada, bien, pero si pasa algo malo, la responsabilidad recae únicamente en mí. Así pues, la mayor parte del tiempo podéis expresar vuestras opiniones —podemos observar esa formalidad—, pero al final debo ser yo el que tome la decisión sobre cómo se hacen las cosas”. Con el tiempo, la mayoría de los hermanos y hermanas deja de participar en los debates o de hablar de trabajo, y estos líderes no se molestan en hablarles de ningún problema del trabajo. Siguen tomando decisiones y emitiendo juicios sin mediar palabra con nadie y continúan llenos de justificaciones. Creen: “La iglesia es la iglesia del líder, el líder marca la ruta. Es el líder quien tiene la última palabra sobre el rumbo que tomen los hermanos y hermanas y la senda por la que vayan”. Naturalmente, estos líderes asumen entonces el control de la entrada en la vida de los hermanos y hermanas, de la senda por la que estos van y del rumbo de su búsqueda. Una vez nombrados “capitanes”, monopolizan el poder y fundan un reino independiente. No hay transparencia alguna en sus actos y, sin advertirlo, reprimen a bastante gente y excluyen a algunos hermanos y hermanas que persiguen la verdad y tienen la capacidad de comprensión. Mientras tanto, siguen pensando que con ello protegen el trabajo de la iglesia y los intereses del pueblo escogido de Dios. Lo hacen todo con un razonamiento tan preciso, con tal plétora de justificaciones y excusas… ¿Y qué pasa al final? Todo lo hacen por preservar el estatus y el monopolio del poder. Introducen en la casa de Dios los principios, modos y conductas de la sociedad y la vida familiar laicas y piensan que, con ello, protegen los intereses de la casa de Dios. No obstante, nunca se conocen a sí mismos ni hacen introspección. Ni siquiera si alguien les señalara que están vulnerando los principios verdad, ni siquiera si recibieran el esclarecimiento, la disciplina y la reprensión de Dios, tendrían conciencia alguna de ello. ¿En qué radica el problema? Desde el día en que asumieron el puesto de líder, consideraron su deber una profesión, y es esto lo que los condena a ir por la senda de los anticristos y consigue que sean incapaces de perseguir la verdad. Sin embargo, en el transcurso de esta “profesión”, creen que todo lo que hacen es perseguir la verdad. ¿Cómo contemplan la búsqueda de la verdad? Salvaguardan su estatus y autoridad so pretexto de proteger los intereses de los hermanos y hermanas y de la casa de Dios, y creen que esta es una manifestación de su búsqueda de la verdad. No saben nada en absoluto del carácter corrupto que se manifiesta y brota de ellos mientras están en este puesto. Aunque a veces tengan una débil sensación de que se trata de un carácter corrupto, de que Dios abomina de él, de que es un carácter ruin e intransigente, enseguida cambian de idea y reflexionan: “No puede ser. Yo soy el líder y he de tener la dignidad de un líder. No puedo dejar que los hermanos y hermanas vean que brota de mí un carácter corrupto”. Y así, aunque se dan cuenta de que han dejado brotar mucha corrupción y han hecho muchas cosas que contravienen los principios a fin de salvaguardar su estatus y autoridad, cuando alguien los desenmascara, recurren a argucias o intentan taparlo para que nadie más se entere. Tan pronto como adquirieron autoridad y estatus, se situaron en una posición sacrosanta e inviolable, pues se creían grandes, correctos, irreprochables e indiscutibles. Y, una vez ocupada dicha posición, muestran invariablemente resistencia y rechazo hacia cualquier voz disidente, hacia cualquier sugerencia o consejo que pudiera ser beneficioso para la entrada en la vida de los hermanos y hermanas y para el trabajo de la iglesia. ¿Qué excusa ponen para no perseguir la verdad? Alegan: “Yo tengo estatus, soy una persona de categoría; es decir, tengo dignidad y soy sacrosanto e inviolable”. ¿Pueden perseguir la verdad con semejantes justificaciones y excusas? (No). No. Siempre hablan y actúan desde su elevada posición mientras disfrutan de los atributos del estatus. De este modo se enaltecen a sí mismos y hacen que sea preciso desenmascararlos. ¿No son lamentables estas personas? Lamentables, detestables y, además, abominables: ¡son repugnantes! Como líderes se revisten de la imagen de un santo. Un santo, una persona buena, gloriosa y correcta. ¿Qué son estos títulos? Grilletes, y quien se los pone ya no puede perseguir la verdad. Si alguien se pone estos grilletes, eso implica que ya no tiene ninguna relación con la búsqueda de la verdad. ¿Cuál es el principal motivo por el que estas personas no persiguen la verdad? En realidad, porque están limitadas por el estatus. Siempre están pensando para sus adentros: “Yo soy el líder. Aquí mando yo. Soy una persona de categoría y estatus. Soy una persona digna. No puedo tener un carácter arrogante o malvado. No puedo sincerarme y hablar de mi carácter corrupto; he de preservar mi dignidad y mi prestigio. He de hacer que la gente me admire y venere”. Siempre limitadas por estas cosas, son incapaces de sincerarse o de reflexionar y conocerse a sí mismas. Estas cosas son su ruina. ¿Concuerdan sus puntos de vista y su mentalidad con la verdad? Es bastante obvio que no. ¿Constituyen prácticas de búsqueda de la verdad las conductas que suelen exhibir en el deber: la arrogancia, la santurronería, el hacer las cosas a su modo, el disimulo, el engaño y demás? (No). Evidentemente, ninguna de ellas supone perseguir la verdad. ¿Y cuál es la justificación o el motivo que dan para no perseguir la verdad? (Creen que los líderes son gente con estatus y dignidad y que, aunque tengan un carácter corrupto, este no puede quedar al descubierto). ¿No es un punto de vista absurdo? Si una persona admite tener un carácter corrupto, pero no permite que quede al descubierto, ¿es una persona que acepta la verdad? Si, como líder, no eres capaz de aceptar la verdad, ¿cómo experimentarás la obra de Dios? ¿Cómo se purificará tu corrupción? Y, si no puede purificarse tu corrupción y continúas viviendo en función de tu carácter corrupto, tú eres un líder que no puede hacer un trabajo práctico, un falso líder. Como líder, sí tienes estatus, pero es meramente un trabajo diferente, un deber diferente; no significa que te hayas convertido en una persona de categoría. No te vuelves más digno que otros ni una persona de categoría distinguida por adquirir este estatus y cumplir con un deber diferente. Si realmente hay quienes piensan así, ¿no son desvergonzadas esas personas? (Sí). ¿Cómo se puede decir de manera más coloquial? Que son descaradamente atrevidas, ¿no es cierto? Cuando no son líderes, tratan a la gente con sinceridad; son capaces de sincerarse sobre sus manifestaciones de corrupción y de analizar su carácter corrupto. Una vez que asumen el puesto de líder, se convierten en otra persona por completo. ¿Por qué afirmo que se convierten en otra persona? Porque se ponen una máscara y la persona real queda detrás. La máscara no revela ninguna expresión: ni llanto ni risa, ni placer ni ira, ni tristeza ni alegría, ni emociones ni deseos, ni, desde luego, ningún carácter corrupto. En todo momento, su expresión y condición siguen siendo las mismas, mientras los verdaderos estados, los pensamientos personales y las ideas del líder permanecen ocultos tras la máscara, donde nadie puede verlos. Hay líderes y obreros que siempre creen tener posición y estatus. Les aterra perder la dignidad si los podan y tratan con ellos, por lo que no aceptan la verdad. Se basan en su estatus y autoridad para decir palabras falsas y melosas y encubrir su carácter corrupto. Al mismo tiempo, creen erróneamente que son más distinguidos y santos que nadie por su estatus y que, por tanto, no necesitan perseguir la verdad, que la búsqueda de la verdad es para los demás. Esta forma de pensar es un error y un tanto desvergonzada y sin sentido. Así se comporta este tipo de persona. A partir de la esencia de la conducta de estas personas, es evidente que no persiguen la verdad. Por el contrario, van en pos del estatus y el prestigio. Mientras trabajan, protegen su estatus y autoridad y se engañan pensando que persiguen la verdad. Como Pablo, hacen resúmenes frecuentes del trabajo que han realizado y de los deberes que han cumplido, de sus tareas dentro de la labor de la iglesia y de los logros que han alcanzado en el trabajo de la casa de Dios. Con frecuencia hacen recuento de estas cosas, como cuando Pablo señaló: “He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, he guardado la fe. En el futuro me está reservada la corona de justicia” (2 Timoteo 4:7-8). Con esto quiso decir que, después de terminar la carrera y pelear la buena batalla, era hora de calcular cuántas eran sus posibilidades de salvación, cuánto había contribuido, cuánta sería su recompensa, y de pedirle a Dios que premiara sus contribuciones. Quiso decir que no pensaría que Dios era un Dios justo si no lo premiaba con una corona, que se negaría a someterse y hasta se quejaría de la injusticia de Dios. Una persona así, con este tipo de mentalidad y carácter, ¿persigue la verdad? ¿Es alguien que se somete sinceramente a Dios? ¿Es capaz de ponerse a merced de las instrumentaciones de Dios? ¿No está claro a simple vista? Cree que su carrera y su pelea en la batalla suponen perseguir la verdad, no busca la verdad en absoluto y no tiene manifestación alguna de búsqueda sincera, por lo que no es una persona que persiga la verdad.

¿Qué problema del hombre acaba de exponer especialmente esta enseñanza? En concreto, ¿qué actitud corrupta del hombre ha expuesto especialmente? Una actitud básica es que el hombre está harto de la verdad y se niega a aceptarla; es un tipo de conducta muy específica. Otra de las principales es algo existente en la esencia del carácter de cada persona: la intransigencia. Esto también se manifiesta de manera bastante concreta y obvia, ¿no? (Sí). Estas son dos de las principales formas en que el carácter corrupto del hombre se manifiesta y brota. Estas conductas, ideas y actitudes específicas y demás ilustran, de manera verdadera y precisa, que hay un elemento de hartazgo de la verdad en el carácter corrupto del hombre. Por supuesto, lo más destacado del carácter del hombre son las manifestaciones de intransigencia: cualquier cosa que diga Dios y cualesquiera actitudes corruptas del hombre que se revelen en el transcurso de la obra de Dios, la gente se niega obstinadamente a reconocerlas y se resiste a ellas. Más allá de la resistencia evidente o del rechazo despectivo, hay, naturalmente, otro tipo de conducta, que se da cuando la gente no se preocupa por la obra de Dios, como si la obra de Dios no tuviera nada que ver con ellos. ¿Qué significa no preocuparse por Dios? Es lo que pasa cuando una persona dice: “Di lo que quieras, eso no tiene nada que ver conmigo. Ninguno de Tus juicios o revelaciones tiene nada que ver conmigo. No lo acepto ni lo reconozco”. ¿Podríamos calificar dicha actitud de “intransigente”? (Sí). Es una manifestación de intransigencia. Estas personas dicen: “Yo vivo como quiero, de cualquier manera que me haga sentir cómodo y de cualquier manera que me haga feliz. Las conductas de las que hablas Tú, como la arrogancia, el engaño, el hartazgo de la verdad, la maldad, la ruindad y todo eso…, aunque sí las tenga, ¿qué? No las voy a analizar, conocer ni aceptar. Así creo yo en Dios. ¿Qué vas a hacer Tú al respecto?”. Esta es una actitud de intransigencia. La actitud de la gente es de intransigencia cuando no se preocupa por las palabras de Dios ni les presta atención, lo que implica que, invariablemente, ignora a Dios diga lo que diga, hable en forma de recordatorio, de advertencia o de exhortación, sean cuales sean Su manera de hablar o la causa y los objetivos de Su discurso. Implica que la gente no presta atención a la apremiante voluntad de Dios, y ni mucho menos a Su deseo sincero y bienintencionado de salvar al hombre. Haga lo que haga Dios, la gente no tiene un corazón de cooperación y no está dispuesta a esforzarse por la verdad. Aunque reconozca que el juicio y la revelación de Dios son completamente reales, no siente remordimiento de corazón y sigue creyendo como antes. Al final, una vez que ha oído muchos sermones, dice lo mismo: “Soy un creyente sincero; por lo menos no me falta humanidad, no haría el mal adrede, puedo renunciar a cosas, puedo asumir penurias y estoy dispuesto a pagar un precio por mi fe. Dios no me abandonará”. ¿Esto no es como la manifestación de Pablo: “He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, he guardado la fe. En el futuro me está reservada la corona de justicia”? Esa es la clase de actitud que tiene la gente. ¿Qué carácter se oculta tras esa actitud? Un carácter intransigente. ¿Es difícil transformar un carácter intransigente? ¿Hay alguna senda para ello? El método más sencillo y directo es transformar tu actitud hacia las palabras de Dios y hacia el propio Dios. ¿Cómo puedes transformar estas cosas? Analizando y llegando a conocer los estados y las mentalidades que surgen de tu actitud intransigente; y observando cuáles de tus actos y palabras, qué puntos de vista e intenciones a los que te aferras y hasta qué pensamientos e ideas concretos que brotan de ti están influidos por tu carácter intransigente. Examina y corrige dichas conductas, dichas manifestaciones y dichos estados uno por uno y cámbialos: tan pronto como hayas examinado y detectado algo, apresúrate a cambiarlo. Por ejemplo, acabamos de hablar de las conductas en función de nuestras preferencias y nuestros estados de ánimo, lo cual es caprichoso. El carácter caprichoso conlleva el atributo del hartazgo de la verdad. Si tú te percatas de que eres esa clase de persona, con ese carácter corrupto, y no haces introspección ni buscas la verdad para corregirlo y piensas obstinadamente que estás bien, eso es intransigencia. Tras este sermón, puede que de repente te des cuenta: “Yo he dicho cosas así y tengo opiniones similares. Mi carácter es de hartazgo de la verdad. Como es así, me dedicaré a corregir ese carácter”. ¿Y cómo vas a dedicarte a corregirlo? Empieza por renunciar a tu sentido de superioridad, a tu volubilidad y arbitrariedad; estés de buen o mal humor, observa cuáles son las exigencias de Dios. Si eres capaz de abandonar la carne y practicar según las exigencias de Dios, ¿cómo te contemplará Él? Si realmente puedes comenzar a corregir estas conductas corruptas, eso es señal de que estás cooperando positiva y activamente con la obra de Dios. Estarás desechando y corrigiendo conscientemente ese carácter harto de la verdad y, al mismo tiempo, corrigiendo tu carácter intransigente. Cuando hayas corregido ambas actitudes corruptas, podrás obedecer y satisfacer a Dios, cosa que le agradará. Si habéis comprendido el contenido de esta enseñanza y practicáis el abandono de la carne de esta manera, me sentiré muy feliz. Entonces no habré pronunciado estas palabras en vano.

La intransigencia constituye un problema de un carácter corrupto; es algo que está en la propia naturaleza y no es fácil de corregir. Cuando alguien tiene un carácter intransigente, este se manifiesta principalmente en forma de propensión a dar justificaciones y argumentos engañosos, a aferrarse a las propias ideas y a no aceptar fácilmente cosas nuevas. En ocasiones, la gente sabe que sus ideas están equivocadas, pero se aferra a ellas por vanidad y orgullo, obstinada hasta el final. Ese carácter intransigente es difícil de transformar aunque se sea consciente de él. Para resolver el problema de la intransigencia hay que conocer la arrogancia, el engaño, la ruindad, el hartazgo de la verdad y otras actitudes semejantes del hombre. Cuando uno conoce su arrogancia, su engaño, su ruindad y su hartazgo de la verdad y sabe que no está dispuesto a abandonar la carne aunque desea practicar la verdad, que siempre está poniendo excusas y explicando sus dificultades aunque desea obedecer a Dios, le será fácil reconocer que tiene un problema de intransigencia. Para resolver este problema, primero hay que tener un sentido humano normal y empezar por aprender a escuchar las palabras de Dios. Si deseas ser oveja de Dios, debes aprender a escuchar Sus palabras. ¿Y cómo debes escucharlas? Estando atento a los problemas que Dios expone en ellas y son relevantes para ti. Si descubres alguno, debes admitirlo; no debes creer que es un problema que tienen los demás, un problema de todo el mundo o de la humanidad, y que no tiene nada que ver contigo. Te equivocarías si creyeras eso. Debes reflexionar, por medio de la revelación de las palabras de Dios, sobre si tienes los estados corruptos o los puntos de vista equivocados que expone Dios. Por ejemplo, cuando oyes que las palabras de Dios revelan manifestaciones de un carácter arrogante que brotan de alguien, debes pensar para tus adentros: “¿Presento yo manifestaciones de arrogancia? Como ser humano corrupto, debo de presentar algunas de esas manifestaciones; debería recapacitar acerca de cuándo lo hago. Según la gente, soy arrogante, siempre actúo con soberbia, reprimo a los demás cuando hablo. ¿Ese es mi auténtico carácter?”. Con la reflexión, finalmente te darás cuenta de que la revelación de las palabras de Dios es del todo cierta: eres una persona arrogante. Y como la revelación de las palabras de Dios es del todo cierta, pues coincide perfectamente con tu situación sin la menor discrepancia y parece aún más precisa tras una reflexión más profunda, debes aceptar el juicio y castigo de Sus palabras y discernir y llegar a conocer la esencia de tu carácter corrupto de acuerdo con ellas. Entonces podrás sentir verdadero remordimiento. Al creer en Dios, solo si comes y bebes de Sus palabras de esta manera puedes llegar a conocerte a ti mismo. Para corregir tus actitudes corruptas, debes aceptar el juicio y la revelación de las palabras de Dios. Si no puedes, te resultará imposible despojarte de tus actitudes corruptas. Si eres una persona inteligente que ve que la revelación de las palabras de Dios es, en general, precisa, o si eres capaz de admitir que la mitad es correcta, debes aceptarla de inmediato y someterte a Dios. También debes orarle y hacer introspección. Será entonces cuando comprenderás que todas las palabras de revelación de Dios son precisas, reales, nada menos. La gente puede hacer introspección sincera únicamente si se somete a Dios con un corazón temeroso de Él. Es entonces cuando descubre la variedad de actitudes corruptas que hay en su interior, y que, en efecto, es arrogante y mojigata, carente del más mínimo sentido. Si alguien ama la verdad, es capaz de postrarse ante Dios, admitir ante Él que ha sido hondamente corrompido y tener la voluntad de aceptar Su juicio y castigo. Así puede cultivar un corazón de remordimiento, comenzar a renegar de sí mismo y a odiarse y lamentar no haber perseguido la verdad antes, pensando: “¿Por qué fui incapaz de aceptar el juicio y castigo de las palabras de Dios cuando empecé a leerlas? La actitud que tenía hacia Sus palabras era de arrogancia, ¿no? ¿Cómo pude ser tan arrogante?”. Tras hacer introspección frecuente de este modo durante algún tiempo, reconocerá que, ciertamente, es arrogante, que no es del todo capaz de admitir que las palabras de Dios son la verdad y la realidad, y que realmente no tiene ni pizca de sentido. No obstante, es difícil conocerse a uno mismo. Cada vez que una persona reflexiona, solamente puede adquirir un poco más de conocimiento, más profundo, de sí misma. Conocer con claridad un carácter corrupto no es algo que pueda lograrse en un breve espacio de tiempo; uno debe leer más las palabras de Dios, orar más y hacer más introspección. Es la única vía para llegar a conocerse a uno mismo poco a poco. Todos aquellos que se conocen verdaderamente a sí mismos han fracasado y tropezado anteriormente algunas veces, tras lo cual leyeron las palabras de Dios, le oraron e hicieron introspección y, así, llegaron a ver con claridad la verdad de su propia corrupción y a percibir que, en efecto, estaban profundamente corrompidos y absolutamente desprovistos de la realidad verdad. Si experimentas de este modo la obra de Dios, y le oras y buscas la verdad cuando te suceden las cosas, llegarás a conocerte poco a poco. De repente, un día por fin lo tendrás claro en tu interior: “Puede que tenga una aptitud ligeramente mejor que otros, pero me la concedió Dios. Siempre estoy jactándome, tratando de sobresalir de entre los demás al hablar y procurando que la gente haga las cosas a mi manera. ¡De verdad que carezco de sentido! ¡Es arrogancia y mojigatería! Gracias a la reflexión he conocido mi carácter arrogante. Esto es fruto del esclarecimiento y la gracia de Dios, ¡y le doy gracias por ello!”. ¿Es bueno o malo poder conocer tu carácter corrupto? (Bueno). A partir de ahí, debes buscar el modo de hablar y actuar con sentido y obediencia, la manera de estar en igualdad de condiciones con los demás, el modo de tratarlos de forma justa sin coartarlos, la manera correcta de considerar tu aptitud, tus dones, fortalezas, etc. Así, como una montaña que es reducida a polvo a martillazos, golpe a golpe, se corregirá tu carácter corrupto. Luego, cuando te relaciones con otros o colabores con ellos en un deber, serás capaz de considerar correctamente sus puntos de vista y de prestar mucha atención mientras los escuchas. Y cuando los oigas expresar un punto de vista correcto, lo descubrirás: “Parece que mi aptitud no es la mejor. Lo cierto es que todos tienen sus puntos fuertes; no son inferiores a mí en absoluto. Antes, siempre me creía más apto que los demás. Eso era narcisismo e ignorancia de miras estrechas. Tenía una visión muy limitada, como una rana en el fondo de un pozo. Pensar así realmente carecía de sentido, ¡era una desvergüenza! Mi carácter arrogante me cegaba y ensordecía. No comprendía las palabras de los demás y creía que era mejor que ellos, que tenía razón, cuando en realidad ¡no soy mejor que ninguno!”. A partir de entonces tendrás verdadero entendimiento y conocimiento de tus defectos y de tu pequeña estatura. Y después, cuando hables con los demás, escucharás atentamente sus puntos de vista y te darás cuenta de que “hay muchísima gente mejor que yo. Mi aptitud y mi capacidad de comprensión son moderadas, en el mejor de los casos”. Con esta constatación, ¿no habrás adquirido un poco de conciencia de ti mismo? Con esta experiencia, y mediante la introspección frecuente de acuerdo con las palabras de Dios, podrás adquirir un verdadero conocimiento de ti mismo cada vez más profundo. Descubrirás la verdad de tu corrupción, de tu pobreza y miseria, de tu deplorable fealdad y, en ese momento, sentirás asco de ti mismo y odiarás tu carácter corrupto. Entonces te será fácil renunciar a ti mismo. Así se experimenta la obra de Dios. Debes reflexionar sobre tus manifestaciones de corrupción de acuerdo con las palabras de Dios. En particular, tras revelar un carácter corrupto en cualquier clase de situación, debes hacer introspección y conocerte frecuentemente. Entonces te resultará fácil ver con claridad tu esencia corrupta y podrás odiar de corazón tu corrupción, tu carne y a Satanás. Y, de corazón, serás capaz de amar la verdad y de luchar por ella. De esta forma, tu carácter arrogante seguirá ablandándose y, paulatinamente, lo desecharás. Adquirirás cada vez más razón y te será más fácil someterte a Dios. A ojos de los demás, te verás más estable y sensato, y parecerá que hablas de manera más objetiva. Serás capaz de escuchar a los demás y les darás tiempo para hablar. Cuando los demás tengan razón, te resultará fácil admitir sus palabras, y tu relación con la gente no será tan agobiante. Sabrás cooperar en armonía con cualquiera. Si cumples así con el deber, ¿no tendrás sentido y humanidad? Esa es la manera de resolver esta clase de carácter corrupto.

Hablemos ahora un poco sobre la forma de corregir las actitudes corruptas a través de la cuestión del carácter intransigente que acabo de comentar. Para corregir una actitud corrupta, primero hay que saber aceptar la verdad. Aceptar la verdad es aceptar el juicio y castigo de Dios, aceptar Sus palabras que revelan la esencia de la corrupción del hombre. Si logras conocer y analizar tus manifestaciones de corrupción, tus estados corruptos y tus intenciones y conductas corruptas sobre la base de las palabras de Dios, y eres capaz de descubrir la esencia de tus problemas, habrás logrado conocer tu carácter corrupto y habrás puesto en marcha el procedimiento para corregirlo. Por otro lado, si no practicas de esta forma, no solo no podrás corregir tu carácter intransigente, sino que tampoco tendrás manera de erradicar tus actitudes corruptas. Cada persona tiene múltiples actitudes corruptas. ¿Por dónde se debe empezar a corregirlas? En primer lugar, uno debe corregir su intransigencia, pues un carácter intransigente impide a la gente acercarse a Dios, buscar la verdad y someterse a Él. La intransigencia es el mayor obstáculo para la oración del hombre y su comunión con Dios; es lo que más estorba en la relación normal del hombre con Dios. Una vez corregido tu carácter intransigente, lo demás será fácil de corregir. Para corregir una actitud corrupta hay que comenzar por la introspección y el autoconocimiento. Corrige todas las actitudes corruptas de las que seas consciente: cuantas más conozcas, más podrás corregir; cuanto más profundo sea tu conocimiento de ellas, más a fondo podrás corregirlas. Este es el procedimiento para corregir las actitudes corruptas: orando a Dios, haciendo introspección, conociéndose a uno mismo y analizando la esencia del propio carácter corrupto por medio de las palabras de Dios hasta ser capaz de abandonar la carne y practicar la verdad. No es sencillo conocer la esencia de tu carácter corrupto. Conocerte no supone decir, a grandes rasgos, “soy una persona corrupta, un demonio, vástago de Satanás, descendiente del gran dragón rojo; soy reacio y hostil a Dios, enemigo Suyo”. Esas palabras no significan necesariamente que tengas verdadero conocimiento de tu corrupción. Puede que hayas aprendido esas palabras de otra persona y que no sepas mucho de ti mismo. El verdadero autoconocimiento no se fundamenta en el aprendizaje ni en los juicios del hombre, sino en las palabras de Dios; se trata de ver las consecuencias de las actitudes corruptas y el sufrimiento que has experimentado a causa de ellas, percibiendo que un carácter corrupto no solo te inflige daño a ti, sino también a los demás. Es descubrir que las actitudes corruptas tienen su origen en Satanás, que son los venenos y las filosofías de Satanás, y totalmente contrarias a la verdad y a Dios. Cuando hayas descubierto este problema, habrás llegado a conocer tu carácter corrupto. Luego de que algunas personas reconocen que son el diablo, Satanás, siguen sin aceptar la poda y el trato. No admiten haber hecho nada malo ni haber infringido la verdad. ¿Qué les pasa? Todavía no se conocen a sí mismas. Algunas dicen que son el diablo, Satanás, pero si les preguntaras “¿por qué dices que eres el diablo, Satanás?”, no sabrían responder. Esto demuestra que no conocen su carácter corrupto ni su esencia naturaleza. De haber sido capaces de ver que su naturaleza es la del diablo, que su carácter corrupto es el de Satanás, y de admitir que, por tanto, ellas son el diablo, Satanás, habrían llegado a conocer su esencia naturaleza. El verdadero autoconocimiento se alcanza mediante la revelación, el juicio, la práctica y la experiencia de las palabras de Dios. Se alcanza por medio de la comprensión de la verdad. Más allá de lo que diga de su autoconocimiento una persona que no comprende la verdad, este es hueco y poco práctico, ya que no es capaz de hallar ni de captar las cosas de fondo y esenciales. Para conocerse a uno mismo hay que reconocer qué actitudes corruptas reveló en casos concretos, cuál fue su intención, cómo se comportó, de qué se contaminó y por qué no pudo aceptar la verdad. Uno debe saber exponer estas cosas con claridad; será entonces cuando podrá conocerse. Cuando algunos se enfrentan a la poda y el trato, admiten que están hartos de la verdad, que recelan de Dios, lo malinterpretan y se guardan de Él. También reconocen que todas las palabras de Dios que juzgan y revelan al hombre son reales. Esto demuestra que tienen algo de autoconocimiento. Sin embargo, como no tienen conocimiento de Dios ni de Su obra porque no comprenden Su voluntad, su autoconocimiento es bastante superficial. Si alguien únicamente reconoce su corrupción, pero no ha hallado la raíz del problema, ¿pueden corregirse sus recelos, sus malentendidos y su cautela en torno a Dios? No, no pueden. Por ello, el autoconocimiento es algo más que el mero reconocimiento de la propia corrupción y de los problemas; también ha de comprender la verdad y resolver de raíz el problema de su carácter corrupto. Esa es la única manera de descubrir la verdad de la propia corrupción y alcanzar el auténtico arrepentimiento. Cuando los que aman la verdad logran conocerse a sí mismos, también son capaces de buscar y comprender la verdad para resolver sus problemas. Este tipo de autoconocimiento es el único que da resultados. Cuando una persona que ama la verdad lee una frase de las palabras de Dios que revela y juzga al hombre, antes que nada, tiene fe en que las palabras de Dios que revelan al hombre son reales y ciertas y que Sus palabras que juzgan al hombre son la verdad y plasman Su justicia. Quienes aman la verdad deben, al menos, ser capaces de reconocer esto. Si alguien ni siquiera se cree las palabras de Dios y no cree que las palabras de Dios que revelan y juzgan al hombre son la realidad y la verdad, ¿puede conocerse a sí mismo a través de Sus palabras? En absoluto; aunque lo deseara, no podría. Si eres capaz de creer firmemente que todas las palabras de Dios son la verdad y de creerlas sin importar lo que Él diga ni Su manera de hablar; si eres capaz de creer y aceptar las palabras de Dios aunque no las comprendas, te resultará fácil hacer introspección y conocerte a través de ellas. La introspección debe fundamentarse en la verdad. Eso está fuera de toda duda. Solo las palabras de Dios son la verdad; ninguna palabra del hombre y ninguna de Satanás son la verdad. Satanás corrompe a la humanidad con toda clase de doctrinas, enseñanzas y teorías desde hace miles de años, y la gente se ha vuelto tan insensible y estúpida que no solo carece del más mínimo conocimiento de sí misma, sino que, incluso, defiende herejías y falacias y se niega a aceptar la verdad. Esta clase de seres humanos son irredimibles. Quienes tienen verdadera fe en Dios creen que Sus palabras son la única verdad, son capaces de conocerse a sí mismos sobre la base de las palabras de Dios y de la verdad y, así, pueden alcanzar el auténtico arrepentimiento. Algunos no persiguen la verdad; basan su introspección exclusivamente en el aprendizaje del hombre y no admiten más que una conducta pecaminosa, mientras son incapaces de descubrir su propia esencia corrupta. Dicho autoconocimiento es un esfuerzo inútil y no da resultados. Uno debe basar su introspección en las palabras de Dios y, tras reflexionar, llegar a conocer poco a poco las actitudes corruptas que revele. Uno debe ser capaz de determinar y conocer sus defectos, su esencia humanidad, sus puntos de vista sobre las cosas, su visión de la vida y sus valores en función de la verdad, y llegar a una evaluación y un veredicto precisos sobre todas estas cosas. De este modo, puede alcanzar un conocimiento gradual de sí mismo. Pero el conocimiento de uno mismo es cada vez más profundo a medida que uno experimenta más cosas en la vida y, sin haber alcanzado la verdad, será imposible que descubra por completo su esencia naturaleza. Si una persona se conoce de verdad, puede ver que los seres humanos corruptos son, en efecto, descendientes y personificación de Satanás. Sentirá que no merece vivir ante Dios, que es indigno de Su amor y salvación, y será capaz de postrarse por completo ante Él. Los únicos que se conocen realmente son aquellos capaces de tener semejante grado de conocimiento. El autoconocimiento es una condición previa para entrar en la realidad verdad. Si alguien quiere practicar la verdad y entrar en la realidad, debe conocerse a sí mismo. Toda persona tiene actitudes corruptas y, a su pesar, siempre se ve coartada y controlada por ellas. Es incapaz de practicar la verdad o de obedecer a Dios. Así pues, si desea hacer estas cosas, primero debe conocerse y corregir su carácter corrupto. Solo mediante la corrección de un carácter corrupto se puede comprender la verdad y alcanzar el conocimiento de Dios; es entonces cuando uno puede someterse a Dios y dar testimonio de Él. Así se alcanza la verdad. El proceso de entrada en la realidad verdad implica corregir el propio carácter corrupto. ¿Y qué debe hacer uno para corregir su carácter corrupto? En primer lugar, conocer su esencia corrupta. Concretamente, esto implica saber cómo surgió el carácter corrupto de uno y qué mentiras y falacias de Satanás que aceptó propiciaron ese carácter. Una vez que uno llegue a comprender plenamente estas causas fundamentales sobre la base de las palabras de Dios y las discierna, ya no querrá vivir de acuerdo con su carácter corrupto; solo querrá someterse a Dios y vivir según Sus palabras. Siempre que revele un carácter corrupto, sabrá reconocerlo, rechazarlo y abandonar la carne. Al practicar y experimentar de esta manera, se despojará paulatinamente de la totalidad de sus actitudes corruptas.

Algunos dicen: “Cuando leí las palabras de revelación y juicio de Dios, hice introspección y me di cuenta de que soy arrogante, taimado, egoísta, malvado, intransigente y carente de humanidad”. Hay quienes llegan a afirmar que son sumamente arrogantes, que son bestias, que son el diablo, Satanás. ¿Es esto verdadero autoconocimiento? Si hablan de corazón y no se limitan a copiar algo, eso demuestra que al menos tienen cierto autoconocimiento; la única cuestión es si es superficial o profundo. Si copian algo y repiten las palabras de otro, eso no es verdadero autoconocimiento. El conocimiento del propio carácter corrupto debe ser concreto, de todo asunto y estado: es decir, de pormenores como estados, manifestaciones, conductas, pensamientos e ideas relacionados con el carácter corrupto. Esta es la única manera de conocerse verdaderamente a uno mismo. Y cuando una persona se conoce verdaderamente, su corazón se llena de remordimiento y se vuelve capaz de arrepentirse sinceramente. ¿Qué es lo primero que uno debe practicar a fin de arrepentirse? (Se deben admitir los propios errores). “Admitir los propios errores” no es la forma correcta de expresarlo; más bien, se trata de reconocer y saber que uno tiene determinado carácter corrupto. Si uno alega que su carácter corrupto es una especie de error, se equivoca. Un carácter corrupto es algo perteneciente a la propia naturaleza, algo que controla a la persona. No es lo mismo que un error momentáneo. Algunos, tras revelar corrupción, oran a Dios: “Oh, Dios mío, he cometido un error. Lo siento”. Esto es inexacto. “Admitir un pecado” sería más apropiado. La manera específica en la cual la gente practica el arrepentimiento es conociéndose a sí misma y resolviendo sus problemas. Cuando alguien revela un carácter corrupto o comete una transgresión, y se da cuenta de que se está resistiendo a Dios e invocando Su odio, ha de hacer introspección y conocerse en el marco de las palabras pertinentes de Dios. A consecuencia de ello, adquirirá conocimiento de su carácter corrupto y reconocerá que este proviene de los venenos y la corrupción de Satanás. Luego, cuando haya descubierto los principios de práctica de la verdad y haya sido capaz de ponerla en práctica, eso es arrepentimiento sincero. Sea cual sea la corrupción que revele una persona, si es capaz de primero conocer su carácter corrupto, busca la verdad para corregirlo y llega a practicar la verdad, eso es arrepentimiento sincero. Algunas personas se conocen un poco, pero no hay signos de arrepentimiento en ellas ni ningún testimonio de su práctica de la verdad. Si no se transforman una vez que adquieren autoconocimiento, lejos están del verdadero arrepentimiento. Para alcanzar el verdadero arrepentimiento, uno debe corregir sus actitudes corruptas. Y, en concreto, ¿cómo debe practicar y entrar para corregir sus actitudes corruptas? He aquí un ejemplo. La gente tiene un carácter taimado, siempre está mintiendo y engañando. Si te das cuenta de eso, el principio de práctica más simple y directo para subsanar tu engaño es ser una persona honesta, decir la verdad y hacer cosas honestas. El Señor Jesús dijo: “Antes bien, sea vuestro hablar: ‘Sí, sí’ o ‘No, no’”. Para ser una persona honesta hay que seguir los principios de las palabras de Dios. Esta sencilla práctica es la más eficaz; es fácil de entender y de poner en práctica. Ahora bien, como la gente está tan hondamente corrompida, como todo el mundo tiene una naturaleza satánica y vive de acuerdo con su carácter satánico, es bastante difícil que practique la verdad. Le gustaría ser honesta, pero no puede. No puede evitar mentir y actuar con picardía; y aunque sienta remordimiento tras reconocerlo, pese a ello no podrá desprenderse de las limitaciones de su carácter corrupto y seguirá mintiendo y engañando como antes. ¿Cómo debería resolverse este problema? En parte, sabiendo que la esencia del propio carácter corrupto es desagradable y despreciable y siendo capaz de odiarla de corazón; por otra parte, entrenándose en la práctica según el principio verdad “Antes bien, sea vuestro hablar: ‘Sí, sí’ o ‘No, no’”. Al practicar este principio estás corrigiendo tu carácter taimado. Naturalmente, si eres capaz de practicar según los principios verdad mientras estás corrigiendo tu carácter taimado, eso es una manifestación de que estás cambiando y es el comienzo de tu verdadero arrepentimiento, y Dios lo ve con buenos ojos. Esto significa que, cuando cambies, Dios recapacitará sobre ti. En efecto, que Dios haga esto es una especie de perdón del carácter corrupto y la rebeldía del hombre. Él perdona a la gente y no se acuerda de sus pecados o transgresiones. ¿Es eso lo bastante específico? ¿Lo habéis entendido? He aquí otro ejemplo. Supón que tienes un carácter arrogante y que, te ocurra lo que te ocurra, eres muy caprichoso y siempre quieres que se haga lo que dices y que los demás te obedezcan y hagan lo que tú quieres. Entonces llega un día en que te das cuenta de que eso lo provoca un carácter arrogante. Que admitas que es un carácter arrogante es el primer paso hacia el autoconocimiento. A partir de ahí, debes buscar algunos pasajes de las palabras de Dios que revelen el carácter arrogante con los que compararte, hacer introspección y conocerte. Si descubres que la comparación es completamente acertada, admites que existe en ti el carácter arrogante revelado por Dios, y luego disciernes y descubres de dónde viene aquel, por qué surge y qué venenos, herejías y falacias de Satanás lo gobiernan, entonces, tras haber llegado al fondo de todas estas cuestiones, habrás escarbado hasta la raíz de tu arrogancia. Esto es auténtico autoconocimiento. Cuando tengas un concepto más preciso de cómo revelas este carácter corrupto, eso te facilitará un conocimiento más profundo y práctico de ti mismo. ¿Qué debes hacer a continuación? Buscar los principios verdad en las palabras de Dios y comprender qué conductas y discursos humanos son manifestaciones de una humanidad normal. Después de hallar la senda de práctica, debes practicar según las palabras de Dios, y cuando hayas cambiado por dentro, te habrás arrepentido de verdad. No solo tendrás principios en tu discurso y tus actos, sino que vivirás con semejanza humana y te desprenderás paulatinamente de tu carácter corrupto. Los demás te verán como una persona nueva: ya no serás la antigua persona corrupta de antes, sino una persona renacida en las palabras de Dios. Dicha persona es aquella cuyo carácter vital se ha transformado.

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