¿Por qué debe el hombre perseguir la verdad? (Parte 2)

Con el transcurso de las eras, con el de la humanidad, con el funcionamiento de todas las cosas, y con las disposiciones de manos de Dios y Su soberanía, guía y liderazgo, la humanidad, todas las cosas y el universo mismo avanzan siempre hacia adelante. La humanidad bajo la ley, después de haber sido refrenada por esta durante miles de años, ya no fue capaz de defenderla, y siguió la obra de Dios hacia la siguiente era que Dios inició, la Era de la Gracia. A la llegada de la Era de la Gracia, Dios comenzó Su obra basándose en el hecho de que había enviado profetas para predecirla. Esta fase de la obra no fue tan delicada o deseada como el hombre la imaginaba en sus nociones, ni tampoco pareció tan buena como había pensado; por el contrario, desde fuera, todo parecía ir en contra de la profecía. De estas condiciones surgió un hecho que el hombre nunca hubiera imaginado: que la carne en la que Dios se había encarnado, el Señor Jesús, fuera crucificado. Todo aquello iba más allá de lo que el hombre había previsto. Desde fuera, todo esto parecía un acontecimiento cruel, sangriento, horrible de contemplar, pero se trataba del origen de la conclusión que Dios le daba a la Era de la Ley para iniciar una nueva. Se trataba de la Era de la Gracia que ahora todos vosotros conocéis. La Era de la Gracia parecía haber llegado desafiando las profecías de Dios en la Era de la Ley. Sin duda, también llegó a través de la crucifixión de la encarnación de Dios. Todos estos acontecimientos sucedieron de forma sumamente repentina y natural, en condiciones que eran aptas para ello. Tales fueron los medios que Dios utilizó para poner fin a la antigua era y dar paso a una nueva, para propiciar una nueva. Aunque todo lo que ocurrió al principio de esta era fuera tan cruel y sangriento, inimaginable e incluso repentino a su llegada, y nada fue tan maravilloso o delicado como el hombre había imaginado; aunque la escena inicial de la Era de la Gracia fue horrible de contemplar y desgarradora, ¿qué fue lo único en ella que valió la pena celebrar? El fin de la Era de la Ley significaba que Dios ya no tenía que tolerar los distintos comportamientos de la humanidad bajo la ley; significaba que la humanidad había dado un gran paso adelante, conforme a la obra de Dios y Su plan, hacia una nueva era. Por supuesto, también significaba que se acortaban los días de espera de Dios. La humanidad entró en una nueva era, una nueva época, lo que significaba que la obra de Dios había dado un gran paso adelante, y que Su deseo llegaría a concretarse de forma gradual a medida que Su obra avanzaba. La llegada de la Era de la Gracia no fue tan hermosa en sus comienzos, pero tal como Dios lo veía, la humanidad que pronto surgiría, la que Él deseaba, se acercaba cada vez más a Sus requerimientos y metas. Esto era algo maravilloso y loable, algo digno de celebración. Aunque la humanidad clavó a Dios en la cruz, lo que para el hombre fue algo doloroso de ver, el mismo momento en que Cristo fue crucificado significaba que la próxima era de Dios, la Era de la Gracia, había llegado y, por supuesto, que la obra de Dios en esa era estaba a punto de comenzar. Es más, significaba que la gran obra de la encarnación de Dios se había cumplido. Dios se enfrentaría a los pueblos del mundo como vencedor, con un nuevo nombre y una nueva imagen, y el contenido de Su nueva obra se abriría y revelaría a la humanidad. Mientras tanto, por parte de la humanidad, los hombres ya no serían vejados continuamente por las frecuentes transgresiones de la ley, ni serían castigados por la ley por haberla transgredido. La llegada de la Era de la Gracia permitió a la humanidad salir de la obra anterior de Dios y entrar en un entorno de obra completamente nuevo, con nuevos pasos y un nuevo método para la obra. Permitió a la humanidad una nueva entrada y una nueva vida y, por supuesto, permitió que surgiera una relación entre Dios y el hombre, que estaba un paso más cerca. Gracias a la encarnación de Dios, el hombre pudo encontrarse cara a cara con Él. El hombre oyó la voz y las palabras reales de Dios, contempló Su manera de obrar, así como Su carácter y otras cosas. El hombre oyó esto con sus propios oídos y lo vio con sus propios ojos, en todos los aspectos; experimentó con viveza que Dios había venido real y efectivamente entre los hombres, que Dios estaba real y efectivamente cara a cara con el hombre, que Dios había venido real y efectivamente a vivir entre la humanidad. Aunque la obra de Dios en aquella encarnación no se prolongó en exceso, aportó a la humanidad de la época una experiencia firme y sólida de lo que supone realmente para el hombre vivir junto a Dios. Y aunque aquellos que experimentaron tales cosas no lo hicieron por mucho tiempo, Dios pronunció muchas palabras en ese periodo de Su encarnación, y esas palabras fueron bastante específicas. Él también hizo mucha obra, y hubo muchas personas que lo siguieron. La humanidad terminó por completo su vida bajo la ley de la antigua era y llegó a una totalmente nueva: la Era de la Gracia.

Al haber entrado en la nueva era, la humanidad ya no vivía bajo las restricciones de la ley, sino bajo las nuevas exigencias y palabras de Dios. Debido a estas, la humanidad desarrolló una nueva vida cuya forma era diferente, una vida de fe en Dios cuya forma y contenido eran distintos. Esta vida, a diferencia de la que se desarrolló bajo la ley, estuvo más cerca de cumplir con los estándares de los requerimientos de Dios hacia el hombre. Él estableció nuevos mandamientos para la humanidad, además de nuevos estándares de comportamiento más precisos y más en sintonía con la humanidad de entonces, así como criterios y principios para las ideas del hombre sobre las personas y las cosas, y para su comportamiento y acciones. Las palabras que Él pronunció entonces no eran tan específicas como las actuales, ni había tanta cantidad de ellas como en esta ocasión; sin embargo, para el hombre de entonces, que acababa de salir de estar bajo la ley, esas palabras y requerimientos eran suficientes. Teniendo en cuenta la estatura de las personas de aquel tiempo y los recursos con los que contaban, era todo lo que podían lograr y obtener. Por ejemplo, Dios les dijo que fueran humildes, pacientes, tolerantes, que cargaran con la cruz y cosas del estilo. Todos estos requerimientos que Dios le impuso al hombre a raíz de la ley eran mucho más específicos y se referían a cómo vivir la humanidad. Más allá de eso, el hombre, que había vivido bajo la ley, disfrutaba de un caudal abundante y constante de gracia, bendiciones y otras cosas semejantes provisto por Dios debido a la llegada de la Era de la Gracia. La humanidad en esa era vivía en un verdadero lecho de rosas. Todo el mundo era feliz, y el ojito derecho de Dios, los niños de Sus ojos. Debían observar los mandamientos y tener además algunos buenos comportamientos, que se ajustaban a las nociones y figuraciones del hombre, pero para la humanidad, el disfrute de la gracia de Dios era aún mayor. Por ejemplo, las personas se curaban de enfermedades causadas por posesiones demoniacas y se expulsaban a los demonios inmundos y espíritus malignos que habitaban en su interior. Cuando se encontraban en apuros o necesitados, Dios hacía excepciones con ellos y mostraba señales y prodigios, a fin de curar sus diversas dolencias y saciar su carne, además de alimentarlos y vestirlos. En aquella era, el hombre disfrutaba de inmensa gracia y muchas bendiciones. Aparte de la simple observación de los mandamientos, la humanidad debía, como mucho, ser paciente, tolerante, amorosa, etcétera. El hombre ignoraba todo lo que implicaba la verdad o las exigencias de Dios hacia él. Decidido a disfrutar de la gracia y las bendiciones de Dios por entero, y debido a la promesa que le hizo el Señor Jesús en aquel tiempo, el hombre comenzó a disfrutar de la gracia de Dios de manera habitual, sin un final a la vista. La humanidad pensaba que, si creía en Dios, debía disfrutar de Su gracia, pues era lo que le correspondía. Sin embargo, no sabían adorar al Señor de la creación, ni asumir la condición y cumplir bien con el deber de un ser creado, ni tampoco ser un buen ser creado. No sabían cómo someterse a Dios, cómo serle leales, cómo aceptar Sus palabras y utilizarlas como base para las ideas sobre las personas y las cosas, y su conducta y actuación. El hombre ignoraba por completo tales cosas. Y además de disfrutar de la gracia de Dios como algo natural, el hombre quería de igual modo entrar en el cielo después de la muerte y disfrutar allí de las buenas bendiciones junto al Señor. Por si fuera poco, la humanidad que vivía en la Era de la Gracia, rodeada de gracia y bendiciones, creía erróneamente que Dios es simplemente un Dios misericordioso y amoroso, que Su esencia es misericordia y cariño, y nada más. Para ellos, la misericordia y el cariño constituían el emblema de la identidad, el estatus y la esencia de Dios, mientras que la verdad, el camino y la vida significaban la gracia y las bendiciones de Dios, o quizás una manera sencilla de cargar con la cruz y caminar por la senda de esta. En la Era de la Gracia, esto era todo lo que el hombre sabía acerca del conocimiento de Dios y la inclinación hacia Él, además de su inclinación y conocimiento de la humanidad y de sí mismos. Por tanto, para volver a las causas y llegar a la raíz: ¿qué fue exactamente lo que condujo a estas circunstancias? No se puede culpar a nadie. No se puede culpar a Dios, por no obrar o hablar de forma más concreta o profunda, ni tampoco achacar la responsabilidad al hombre. ¿Por qué? El hombre es la humanidad creada, un ser creado que surgió de la ley y llegó a la Era de la Gracia. Por muchos años de experiencia que el hombre haya tenido de la obra de Dios a medida que esta progresa, lo que Dios otorgó al hombre, lo que Él hizo, fue lo que el hombre podía obtener y conocer. Pero aparte de eso, la humanidad no tenía la capacidad de entender o conocer lo que Dios no había hecho, ni lo que Él no había dicho ni revelado. Sin embargo, si nos fijamos en las circunstancias objetivas y en el panorama general, la humanidad llevaba miles de años progresando y alcanzó la Era de la Gracia, pero su comprensión no podía avanzar más que hasta ese punto, y Dios no podía hacer otra obra más que la que estaba haciendo. Esto se debe a que lo que necesitaba la humanidad, que venía de la Era de la Ley, no era que la castigaran o juzgaran, ni que la conquistaran, y mucho menos que la hicieran perfecta. La humanidad solo necesitaba una cosa en ese momento. ¿Qué era? Una ofrenda por el pecado, la preciosa sangre de Dios. La preciosa sangre de Dios, esa ofrenda por el pecado, era lo único que la humanidad necesitaba mientras salía de la Era de la Ley. Así que, en esa época, debido a las necesidades y circunstancias reales de la humanidad, la obra que Dios debía hacer era ofrecer la preciosa sangre de Su propia encarnación como una ofrenda por el pecado. Esa era la única manera de redimir a la humanidad de la Era de la Ley. Con Su preciosa sangre, como precio y como ofrenda por el pecado, Dios expió el pecado de la humanidad. Y hasta que expió su pecado, el hombre no tuvo la capacidad de presentarse sin pecado ante Dios, y de aceptar Su gracia y Su continua guía. A la humanidad se le ofreció la preciosa sangre de Dios y gracias a esto pudo ser redimida. Esta humanidad que acababa de ser redimida, ¿qué pudo haber entendido? ¿Qué necesitaba? La humanidad no habría poseído la capacidad de aceptarlo si hubiera sido conquistada, juzgada y castigada de inmediato. No contaba con semejante capacidad de aceptación, ni con las condiciones apropiadas para haber podido comprender todo esto. Así que, además de la ofrenda por el pecado de Dios, así como Su gracia, bendiciones, tolerancia, paciencia, misericordia y cariño, la humanidad, tal como era en ese momento, no podía aceptar más que unos pocos y simples requerimientos que Dios hizo sobre el comportamiento del hombre. Esos y no más. Y en cuanto a todas las verdades que afectan más profundamente a la salvación del hombre, como sus ideas y puntos de vista erróneos, sus actitudes corruptas, la esencia de la rebeldía contra Dios y la esencia de la cultura tradicional que la humanidad defiende, tema que hemos comentado recientemente, y la manera en la que Satanás corrompe a la humanidad y demás, la humanidad de entonces no habría podido entender nada acerca de ello en absoluto. En tales circunstancias, Dios solo podía amonestar y establecer exigencias para la humanidad de las maneras más simples y directas, mediante las normas de conducta más rudimentarias. Por tanto, la humanidad en la Era de la Gracia solo podía disfrutar de la gracia y gozar sin límites de la preciosa sangre de Dios como ofrenda por el pecado. En la Era de la Gracia, sin embargo, ya se había logrado la mayor hazaña. ¿Cuál? Que la humanidad, a la que Dios iba a salvar, había visto sus pecados perdonados por la preciosa sangre de Dios. Esto es algo digno de celebración; este fue Su máximo logro en la Era de la Gracia. Aunque el hombre había sido perdonado de sus pecados y ya no se presentaría ante Dios a semejanza de carne pecaminosa o como pecador, pues había sido perdonado mediante la ofrenda por el pecado y ahora era apto para presentarse ante Dios, su relación con Él aún no había alcanzado a tener el nivel de la de un ser creado con el Creador. Todavía no era la de la humanidad creada con el Creador. La humanidad bajo la gracia estaba todavía muy, muy lejos de cumplir con el rol que Dios requiere de ella, el de ser el amo y administrador de todas las cosas. Por eso, Dios tuvo que esperar; tuvo que ser paciente. ¿Qué significaba para Dios esperar? Significaba que la humanidad de entonces debía seguir viviendo rodeada de la gracia de Dios, de las diversas modalidades de la obra de Dios propias de la Era de la Gracia. Dios quiere salvar a mucho más que a un reducido número de seres humanos o a una única raza. Su salvación está lejos de limitarse a una única raza o a aquellos que pertenecen a una sola denominación. Por tanto, la Era de la Gracia, al igual que la Era de la Ley, estaba destinada a extenderse miles de años. La humanidad necesitaba seguir viviendo en la nueva era dirigida por Dios, año tras año, generación tras generación. Cuántas eras debe experimentar el hombre de esta manera; cuántos cambios en las estrellas, cuántos mares secos y rocas desgastadas, cuántos océanos dando paso a tierras fértiles, además, debe experimentar los diferentes cambios de la humanidad en diversos períodos y los que tengan lugar en la miríada de cosas de la tierra. Y mientras experimentaba todo esto, las palabras de Dios, Su obra, y el hecho de la redención de la humanidad por el Señor Jesús en la Era de la Gracia se extendieron hasta los confines de la tierra, por las calles y callejones, en cada rincón, hasta que se conocieron en todos los hogares. Y fue entonces cuando esa Era de la Gracia, que sucedió a la Era de la Ley, estaba destinada a llegar a su fin. Dios no se limitó a esperar en silencio durante este período; mientras esperaba, obró en la humanidad de la Era de la Gracia de diferentes maneras. Él continuó Su obra basada en la gracia, otorgando gracia y bendiciones a la humanidad de esta era, para que Sus acciones, Su obra, Su discurso y los hechos que Él obró y Su voluntad en la Era de la Gracia llegaran a oídos de cada persona que Él escogiera. Dios hizo posible que cada persona que Él escogiera se sirviera de Su ofrenda por el pecado, para que ya no se presentaran ante Él a semejanza de carne pecaminosa, como pecadores. Y aunque la relación del hombre con Dios ya no era la de no haberle visto nunca, como en la Era de la Ley, sino un paso más allá, era una relación como la de los creyentes y el Señor, como entre los cristianos y Cristo, tal relación no es la que Dios quiere en última instancia entre la humanidad y Dios, entre los seres creados y el Creador. Es evidente que su relación entonces estaba todavía muy lejos de ser la relación que existe entre los seres creados y el Creador, pero comparada con la que existía entre la humanidad y Dios en la Era de la Ley, representa un gran avance. Esto era motivo de alegría y celebración. Pero, sea como fuere, Dios aún necesitaba guiarla; necesitaba conducir a una humanidad cuyo corazón, en lo más profundo, rebasaba de nociones sobre Dios, además de figuraciones, peticiones, exigencias, rebeldía y resistencia. ¿Por qué? Tal vez esa humanidad supiera cómo gozar de la gracia de Dios y que Él era misericordioso y amoroso, pero ignoraba absolutamente la verdadera identidad, estatus y esencia de Dios. Puesto que dicha humanidad ha sufrido la corrupción de Satanás, aunque disfrutaba de la gracia de Dios, su esencia y las diversas nociones y pensamientos en el fondo de su corazón seguían siendo contrarios a Dios y se oponían a Él. El hombre no sabía cómo someterse a Dios o cómo cumplir bien con el deber de un ser creado, y mucho menos cómo ser un ser creado satisfactorio. Menos todavía, por supuesto, había alguien que supiera cómo adorar al Señor de la creación. Si se le hubiera entregado a esta humanidad tan corrupta la miríada de cosas del mundo, habría sido igual que entregársela a Satanás. Las consecuencias hubieran sido exactamente las mismas, no hubiera habido distinción alguna. Por tanto, Dios todavía necesitaba prorrogar Su obra, continuar guiando a la humanidad hacia la siguiente etapa de la obra que Él iba a realizar. Esa etapa era algo que Dios llevaba esperando desde hacía mucho tiempo, la ansiaba desde tiempo atrás y la pagó con Su prolongada paciencia previa.

Ahora, por fin, esa humanidad que disfrutó de suficiente y abundante gracia de Dios, este mundo y dicha humanidad, vista desde cualquier ángulo, ha llegado al punto en el que Dios realizará Su verdadera obra de salvación. Ha alcanzado el momento en el que Dios conquistará, castigará y juzgará a la humanidad, en el que Él expresará muchas verdades para perfeccionarla y para obtener un grupo de seres humanos que puedan ser administradores de todas las cosas entre las cosas. Habiendo llegado ese momento, Dios ya no necesita ser paciente ni continuar guiando a la humanidad de la Era de la Gracia para que viva en gracia. Ya no necesita seguir proveyendo a la humanidad de esta Era, ni pastorearla, velar por ella ni preservarla; ya no necesita proveer de gracia y bendiciones a la humanidad de modo incansable e incondicional; ya no necesita tener una paciencia incondicional con la humanidad en gracia, mientras esta solicita con codicia y descaro Su gracia sin adorarle en absoluto. Lo que Dios hará en lugar de esto es expresar Su voluntad, Su carácter, la verdadera voz de Su corazón y Su esencia. Durante este tiempo, Dios, al mismo tiempo que proporciona a la humanidad las múltiples verdades y palabras que necesita, también derrama y expresa Su verdadero carácter: un carácter justo. Y al expresar Su carácter justo, Él no ofrece unas pocas frases vacuas de juicio y condena; sino que utiliza los hechos para poner en evidencia la corrupción de la humanidad, su esencia y su fealdad satánica. Dios desenmascara la rebeldía, la resistencia y el rechazo que la humanidad le manifiesta, así como las traiciones y sus diversas nociones sobre Él. En este período, la mayoría de lo que Dios expresa va más allá de la misericordia y el cariño que extiende a la humanidad es más bien el odio, la repulsión, la aversión y la condena que siente por ella. Este abrupto cambio o giro de ciento ochenta grados en el carácter y la posición de Dios pilla a la humanidad desprevenida, y la hace incapaz de aceptarlo. Dios expresa Su carácter y Sus palabras con toda la repentina fuerza de un relámpago. Por supuesto, también le proporciona a la humanidad todo lo que necesita con inmensa paciencia y tolerancia. De diferentes maneras y desde distintos ángulos, Dios le habla y le expresa Su carácter a la humanidad de las formas más adecuadas, apropiadas, concretas y directas con las que tratar a los seres creados, desde la perspectiva de Su posición como Creador. Tales son los modos, tanto de hablar como de obrar, que Dios lleva seis mil años anhelando. Los seis mil años de anhelo, los seis mil años de espera, hablan de Sus seis mil años de paciencia, que abarcan Sus seis mil años de anticipación. La humanidad sigue siendo la que Dios creó, pero después de haber pasado por seis mil años de incesantes cambios en la rotación de las estrellas y en las mareas, ya no es la misma ni tiene la misma esencia que la que Dios creó en el principio. Por tanto, cuando Dios comienza a obrar en este día, la humanidad que Él ve ahora, aunque es la que esperaba, también le resulta aborrecible y, por supuesto, es demasiado trágica para que Él la contemple. He hablado aquí de tres cosas; ¿las recordáis? Esa humanidad, aunque es la que Dios esperaba, también es la que aborrece. ¿Cuál era la otra cosa? (Es demasiado trágica para que Dios la contemple). También es demasiado trágica para que Dios la contemple. Estas tres cosas están presentes al mismo tiempo en el hombre. ¿Qué esperaba Él? Que semejante humanidad, después de haber experimentado la ley y luego la redención, caminara por fin hasta hoy, sobre la base de la comprensión de algunas leyes y mandamientos fundamentales que el hombre debe cumplir, y dejara de ser una simple humanidad con un vacío en el fondo de su corazón, como lo fueron Adán y Eva. En cambio, tendría una nueva medida de las cosas en su corazón. Tales cosas son las que Dios esperaba que la humanidad poseyera. Pero al mismo tiempo, Dios también aborrece a esta humanidad. Entonces, ¿qué es lo que aborrece? ¿Acaso no lo sabéis todos? (La rebeldía y la resistencia del hombre). La humanidad rebosa del carácter corrupto de Satanás, vive una vida horrible, no llega a ser hombre ni demonio. La humanidad ya no es tan simple como para solo ser incapaz de resistirse a la seducción de la serpiente. Aunque la humanidad tiene sus propios pensamientos y puntos de vista, sus propias opiniones definidas y sus maneras de considerar la miríada de acontecimientos y cosas, nada en absoluto de lo que quiere Dios se halla en las ideas de la humanidad sobre las personas y las cosas, o en su conducta y actuación. La humanidad puede pensar y tener ideas, y posee sus fundamentos, medios y actitudes para sus acciones, pero todo esto que posee tiene como origen la corrupción de Satanás. Todo se basa en las opiniones y filosofías de Satanás. Cuando el hombre se presenta ante Dios, no hay rastro de sumisión hacia Él en su corazón, ni tampoco sinceridad. El hombre está saturado de las toxinas de Satanás y lleno de su educación, sus pensamientos y de su carácter corrupto. ¿Qué indica esto? Que Dios tiene que pronunciar multitud de palabras y obrar mucho en el hombre para que este cambie su modo de existir y su actitud hacia Él, y más específicamente, por supuesto, a fin de que cambie sus formas y criterios a la hora de contemplar a las personas y las cosas, comportarse y actuar. Antes de que todo esto surta efecto, la humanidad es objeto de aborrecimiento a ojos de Dios. ¿Qué necesita Dios cuando salva a un objeto de Su aborrecimiento? ¿Existe alegría en Su corazón? ¿Hay felicidad? ¿Hay consuelo? (No). No hay en absoluto consuelo ni felicidad. Su corazón está lleno de aborrecimiento. Lo único que Dios puede hacer en tales circunstancias, aparte de hablar sin descanso, es tener paciencia. Este es el segundo elemento de lo que Dios siente hacia esa humanidad, tal como la ve a través de Sus ojos: aborrecimiento. El tercer elemento es que es demasiado trágico contemplarla. A la luz de la intención original de Dios al crear a la humanidad, la relación de Dios con el hombre es la de padre e hijo, la de una familia. Esta dimensión de la relación puede no asemejarse a las de sangre propias de la humanidad, pero para Dios va más allá de las relaciones de sangre carnales humanas. La semejanza de la humanidad que Dios creó en el comienzo es totalmente diferente a la de la humanidad que Él observa en los últimos días. En el principio, el hombre tenía una semejanza simple y pueril y, aunque era ignorante, su corazón era puro y limpio. Se podía percibir en sus ojos la profunda claridad y transparencia de su corazón. Carecía de las diversas actitudes corruptas que el hombre tiene ahora; no poseía intransigencia, arrogancia, perversidad o engaño y, desde luego, no poseía un carácter reacio a la verdad. En el discurso y los actos del hombre, en sus ojos y en su rostro, se podía ver que aquella humanidad era la que Dios creó en un principio y a la que Él favoreció. Pero al final, cuando Dios vuelve a contemplar a la humanidad, tanto el fondo del corazón del hombre como sus ojos ya no son tan claros. El corazón del hombre está lleno del carácter corrupto de Satanás, y cuando se encuentra con Dios, a Él su rostro, sus palabras y sus actos le resultan detestables. Sin embargo, hay un hecho que nadie puede negar y, debido a este, Dios afirma que tal humanidad es demasiado trágica para que la contemplen Sus ojos. ¿De qué hecho se trata? Un hecho innegable: Dios creó a esta humanidad que se ha presentado una vez más ante Él con Sus propias manos, pero ya no es la que era en el principio. Desde los ojos del hombre hasta sus pensamientos y hasta el fondo de su corazón, está lleno de resistencia y traición contra Dios; desde los ojos hasta sus pensamientos y hasta el fondo de su corazón, de él solo brota el carácter de Satanás. Las actitudes satánicas del hombre, como la intransigencia, la arrogancia, el engaño, la perversidad y el sentimiento de aversión por la verdad, brotan sin disimulo y con naturalidad, tanto de su mirada como de sus expresiones. Incluso cuando se enfrenta a las palabras de Dios o cara a cara con Él, el carácter corrupto y satánico del hombre y su esencia, que está corrompida por Satanás, brotan de esta manera, sin disfraz. Solo hay una frase que puede capturar lo que la aparición de este hecho hace sentir a Dios y que es “demasiado trágica de contemplar”. La humanidad que ha llegado hasta hoy y hasta esta época ha alcanzado el nivel de los requerimientos de Dios para la tercera y última etapa de Su obra, la de la salvación de la humanidad, tanto en lo que se refiere al entorno más amplio del hombre como a cada aspecto particular de las situaciones y condiciones en las que se encuentran las personas. Sin embargo, aunque Dios espera con grandes ansias a esta humanidad, también rebosa de odio hacia ella. Dios, por supuesto, sigue sintiendo que es demasiado trágica de contemplar, pues ve un ejemplo tras otro de la corrupción de la humanidad. Sin embargo, lo que es digno de celebración es que Dios ya no necesita dedicarse a una paciencia y una espera sin sentido en beneficio del hombre. Lo que Él necesita hacer es la obra que lleva esperando, anticipando y ansiando seis mil años: la de expresar Sus palabras, Su carácter y toda la verdad. Por supuesto, esto también significa que entre esta humanidad que Dios ha elegido, surgirá el grupo de personas que Dios ha esperado durante tanto tiempo, aquellos que serán los administradores de todas las cosas y se convertirán en los amos de todo. Si nos fijamos en la situación en su conjunto, vemos que todo se ha desviado demasiado de lo que se esperaba; todo ha sido muy doloroso y triste. Sin embargo, lo que más merece la felicidad de Dios es que, debido al paso del tiempo y a las distintas eras, ya han quedado atrás los días de sometimiento de la humanidad a la corrupción de Satanás. La humanidad ha pasado por el bautismo de la ley y la redención de Dios; finalmente, ha llegado al paso final de la obra que Dios tiene planeada: la etapa en la que la humanidad se salva como resultado de su aceptación del castigo y el juicio de Dios y de Su conquista. Para la humanidad, esto es sin duda una gran noticia, y para Dios, desde luego se trata de algo que lleva esperando mucho tiempo. Desde cualquier ángulo que se mire, este es el advenimiento de la era más importante de la humanidad. Visto desde cualquier perspectiva, ya sea la de la corrupción de la humanidad, la de las tendencias del mundo, la de las estructuras sociales, la de la política de la humanidad o la de los recursos del mundo entero o la de los desastres actuales, el desenlace de la humanidad está cerca: esta humanidad ha llegado a la línea de meta. Sin embargo, se trata del momento más culminante en la obra de Dios, el momento que más merece el recuerdo y la celebración del hombre y, por supuesto, constituye también el advenimiento del momento más importante y decisivo en el que se decide el destino de la humanidad en los seis mil años de la obra de Dios en Su plan de gestión. Por tanto, sea lo que sea que le haya sucedido a la humanidad, y por mucho que Dios haya esperado y ejercido la paciencia, todo ha valido la pena.

Regresemos al tema que nos habíamos propuesto debatir: “¿Por qué debe el hombre perseguir la verdad?”. El plan de gestión de Dios entre la humanidad se divide en tres etapas de obra. Él ya ha finalizado las dos primeras. Si observamos esas etapas hasta el presente, ya se trate de la ley o de los mandamientos, su utilidad para el hombre no era otra que hacer que este defendiera la ley, los mandamientos, el nombre de Dios, la fe en lo más recóndito de su corazón, algunos buenos comportamientos y ciertos buenos principios. En esencia, el hombre no está a la altura de la exigencia de Dios que le indica que debe ser el administrador de todas las cosas y convertirse en el amo de todo. ¿Verdad? Básicamente, no está a la altura de eso. Si el hombre, que ha experimentado la ley y la Era de la Gracia, hiciera lo que Dios le exige, solo sería capaz de involucrarse con todas las cosas mediante la ley o la gracia y las bendiciones que le han sido concedidas en la Era de la Gracia. Esto queda muy lejos de la exigencia de Dios de que el hombre deba ser el administrador de todas las cosas, y la humanidad dista mucho de cumplir con las cosas que Dios le exige que haga y con la responsabilidad y el deber que Él le exige que cumpla. El hombre simplemente no puede cumplir ni estar a la altura del estándar de la exigencia de Dios de ser el amo de todas las cosas y el amo de la próxima era. Por tanto, en la etapa final de Su obra, Dios le expresa y le dice al hombre todas las verdades y los principios de práctica que la humanidad necesita, en todos sus aspectos, para que el hombre pueda conocer cuáles son los estándares de las exigencias de Dios, cómo debe involucrarse con todas las cosas, cómo debe considerarlas, cómo debe ser el administrador de todo, de qué forma debe existir y de qué manera ha de vivir ante Dios como un verdadero ser creado bajo el dominio del Creador. Una vez que el hombre entiende todo esto, también conoce las exigencias de Dios hacia él; una vez cumplidas tales cosas, también habrá cumplido con los estándares de las exigencias que le hace Dios. Puesto que la ley, los mandamientos y los simples criterios de comportamiento no son sustitutos de la verdad, Dios expresa muchas palabras y verdades en los últimos días que están relacionadas con la práctica del hombre, su conducta y actuación, y sus propias ideas sobre las personas y las cosas. Dios le dice al hombre cómo ha de contemplar a las personas y las cosas y de qué manera comportarse y actuar. ¿Qué significa que Dios le diga al hombre todo eso? Significa que Dios te exige contemplar a las personas y las cosas, comportarte y actuar de acuerdo con todas estas verdades y vivir en el mundo de ese modo. Sea cual sea el tipo de deber que desempeñes y la clase de comisión que aceptes de Dios, Sus exigencias hacia ti no cambian. Una vez que has entendido las exigencias de Dios, debes practicar, cumplir con tu deber y alcanzar la comisión que te hace Dios según Sus exigencias, tal y como las entiendas, con independencia de que Él esté a tu lado o escudriñándote. Solo de esta manera puede que de verdad te conviertas en un amo de todas las cosas en quien Dios confía, y que es apto y digno de Su comisión. ¿Acaso esto no alude al tema de por qué debe el hombre perseguir la verdad? (Sí). ¿Lo entendéis ahora? Estos son los hechos que Dios llevará a cabo. Así pues, perseguir la verdad no es tan simple como despojarse del propio carácter corrupto y no resistirse a Dios. La búsqueda de la verdad de la que hablamos tiene un mayor significado y un valor más importante. Realmente afecta al destino y la suerte del hombre. ¿Lo entendéis? (Sí). ¿Por qué debe el hombre perseguir la verdad? En un sentido restringido, esto se aborda en aquellas doctrinas más básicas que el hombre comprende. En un sentido más amplio, la razón principal es que, para Dios, la búsqueda de la verdad implica Su gestión, Sus expectativas hacia la humanidad y las esperanzas que deposita en ella; es una parte del plan de gestión de Dios. En esto se puede ver que, quienquiera que seas y por mucho tiempo que lleves creyendo en Dios, si no persigues la verdad ni la amas, inevitablemente terminarás siendo descartado. Está tan claro como el agua. Dios realiza tres etapas de obra; desde que creó la humanidad, ha tenido un plan de gestión, ha ido llevando a cabo cada una de estas etapas, una a una, en la humanidad y la ha guiado paso a paso hasta el presente. Qué inmenso ha sido Su meticuloso esfuerzo y el precio que ha pagado, y cuánta la cantidad de tiempo que ha resistido, avanzando hacia el objetivo final de obrar las verdades que Él expresa y cada faceta de los criterios de Sus exigencias que le declara a la humanidad, al hombre, para que se conviertan en vida y realidad en las personas. Desde la perspectiva de Dios, es un asunto muy importante. Él pone gran énfasis en ello. Dios ha expresado muchas palabras y, antes de hacerlo, hizo bastante obra preparatoria. Si finalmente no persigues ni entras en estas palabras ahora que Él las ha expresado, ¿qué opinión tendrá Dios de ti? ¿Cómo te clasificará? Está más claro que el agua. Por tanto, cualquiera que sea tu calibre, tu edad o los años que lleves creyendo en Dios, debes dedicar tus esfuerzos a la senda de perseguir la verdad. No deberías hacer hincapié en ningún razonamiento objetivo; deberías perseguir la verdad sin condiciones. No pierdas el tiempo. Si buscas y dedicas tus esfuerzos a la búsqueda de la verdad como el principal asunto de tu vida, puede que la verdad que obtengas y seas capaz de alcanzar en tu búsqueda no sea la que hubieras deseado. Pero si Dios afirma que te va a dar un destino adecuado en función de tu actitud en tu búsqueda y de tu sinceridad, ¡eso será maravilloso! Por ahora, no te centres en cuál será tu destino o tu desenlace, en lo que sucederá, en lo que te deparará el futuro ni en si podrás evitar el desastre y la muerte; no pienses en estas cosas ni las pidas. Concéntrate únicamente en perseguir la verdad en las palabras de Dios y en Sus exigencias, en cumplir bien con tu deber y en satisfacer la voluntad de Dios, a fin de no resultar indigno de Sus seis mil años de espera, de los seis mil años que lleva anticipando esto. Concédele a Dios algo de consuelo; permítele ver que hay alguna esperanza para ti, y deja que se cumplan en ti Sus deseos. Dime, ¿te maltrataría Dios si lo hicieras? Por supuesto que no. E incluso si el desenlace no es como uno hubiera deseado, ya que eres un ser creado, ¿cómo se debe tratar ese hecho? Debes someterte en todo a las instrumentaciones y los arreglos de Dios, sin ninguna agenda personal. ¿Acaso no es esta la perspectiva que deben adoptar los seres creados? (Sí). Esa es la mentalidad adecuada. Con esto concluiremos nuestra comunicación sobre la idea fundamental de por qué debe el hombre perseguir la verdad.

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