Tu deber no es tu profesión
Por Kylie, FranciaEl año pasado era la responsable del trabajo de dos iglesias. A veces era preciso trasladar a gente de nuestras iglesias...
¡Damos la bienvenida a todos los buscadores que anhelan la aparición de Dios!
En 2018 trabajaba como creador de video en la iglesia. Al principio, como no estaba familiarizado con las habilidades técnicas y los varios principios, estudié mucho e intenté dominar las habilidades relevantes. Con el tiempo, mejoró mucho mi competencia técnica y me eligieron líder de equipo. Estaba encantado y más que dispuesto a esforzarme en el deber. Luego, surgió un problema en un proyecto de video complicado y mi líder me mandó a hacer el seguimiento y resolverlo. Al enfrentar un proceso de trabajo complicado con mis escasas habilidades técnicas, inicialmente colaboraba con los hermanos y hermanas para hallar soluciones. Pero, tras un período de esfuerzos durante el cual las cosas empezaron a ir bien y mejoraron mis habilidades técnicas, empecé a holgazanear. Pensé para mis adentros: “Puede que este proyecto aún no vaya a la perfección, pero sí mucho mejor que antes. Sólo debo mantener las cosas como están ahora. No hace falta revisar tan a menudo. Es muy cansador estar siempre al límite”. Después de eso, rara vez estudiaba nuevas habilidades y dejé de aprender más sobre habilidades técnicas. En algunas ocasiones, hubo problemas en los videos que creé y los demás me aconsejaron que mejorara mi preparación. Aunque sabía que tenían razón, pensaba para mis adentros: “Ya tengo suficiente trabajo. Si tuviera que sacar más tiempo para estudiar, aparte de lo cansado que sería, ¿qué pasaría si, tras dedicar tiempo y energía extra, no mejoraran mucho mis resultados? ¿No sería en vano todo ese trabajo adicional?”. Por ello, no hice caso de los consejos de los demás. Posteriormente, mi líder observó que nuestra labor progresaba lentamente y me pidió que identificara el problema. Mi compañero de trabajo me recordó reiteradamente que resolviera este asunto. Por entonces era algo reacio. Pensaba: “Tal vez progresemos un poco despacio, pero estamos obteniendo mejores resultados que antes. No debemos apresurarnos”. Pero en el fondo sabía que, si repasaba y planificaba más detenidamente el trabajo, realmente habría más margen para mejorar la eficiencia del trabajo. No obstante, cada vez que pensaba en el estrés que ya tenía en el trabajo y en lo cansador que sería dedicar aún más tiempo a este trabajo, lo posponía constantemente. Más adelante, mi líder me sacó a colación el problema dos veces más, y fue entonces cuando, preocupado por mi reputación y de mala gana, por inercia examiné la situación. Al final, no obstante, seguí sin poder hallar una solución adecuada.
Luego de eso, no estaba dispuesto a pensar ni un poco en el trabajo del equipo ni pagar un precio para desempeñarme mejor. Cuando tenía tiempo libre, solo quería descansar, y hasta me quedé dormido en algunas ocasiones seguidas, lo que demoró nuestra labor. Durante los recados, a veces me quedaba en la calle eludiendo el deber un rato. En los paréntesis de trabajo no pensaba en mejorar mis destrezas, sino que descansaba mientras podía. Sin más, me volví cada vez más flojo y actuaba por inercia al hacer seguimiento y asignar trabajo. Casi nunca ayudaba a nadie a resumir desviaciones en su trabajo y, cuando surgían problemas, no tenía ganas de pensar en el modo de resolverlos. Por consiguiente, acabábamos demorando videos que era obvio que podríamos haber terminado antes de lo previsto. En esa época surgían continuamente problemas en los videos que yo creaba, y ningún hermano ni hermana de mi equipo mejoró en el trabajo. Todos se quejaban hasta si surgía la menor dificultad en el trabajo. Yo no solo no lo resolvía hablando con ellos, sino que incluso también me quejaba. Como no hacía un trabajo real y no mejoré después de que los líderes y obreros me hablaran en varias ocasiones, pronto me destituyeron. Me sentí fatal, así que oré a Dios y reflexioné sobre mí mismo.
Un día, durante mis devocionales espirituales, descubrí que las palabras de Dios decían: “Hay quienes no están dispuestos a sufrir en absoluto en el deber, que siempre se quejan cada vez que se topan con un problema y que se niegan a pagar un precio. ¿Qué actitud es esa? Una actitud superficial. Si cumples con el deber de forma superficial, y lo abordas con una actitud irreverente, ¿cuál será el resultado? Cumplirás el deber de manera deficiente, aunque sepas hacerlo bien: tu desempeño no estará a la altura y Dios estará muy disgustado con la actitud que demuestras hacia el deber. Si hubieras sido capaz de orar a Dios, de buscar la verdad y de poner todo tu corazón y toda tu mente en ello, si hubieras podido cooperar así, Dios lo habría preparado todo para ti de antemano, para que, cuando tú te ocuparas de los asuntos, todo encajara en su lugar y obtuvieras buenos resultados. No necesitarías dedicar una enorme cantidad de energía; si hicieras tu mayor esfuerzo en cooperar, Dios ya lo habría dispuesto todo para ti. Si eres evasivo y holgazán, si no atiendes debidamente tu deber y siempre vas por la senda equivocada, Dios no actuará sobre ti; perderás esta ocasión y Dios dirá: ‘No sirves para nada; no puedo usarte. Apártate. Te gusta ser ladino y holgazán, ¿verdad? Te gusta ser perezoso y tomártelo con calma, ¿no? ¡Pues tómatelo con calma para siempre!’. Dios concederá esta gracia y esta oportunidad a otra persona. ¿Qué opináis? ¿Esto es una pérdida o una ganancia? (Una pérdida). ¡Una enorme pérdida!” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Tras leer las palabras de Dios recordé mi época como líder del equipo. Vi que había sido tal como exponían las palabras de Dios. Yo era indiferente, irresponsable, superficial y astuto en mi deber. Cuando empecé a servir como líder de equipo, invertí tiempo y esfuerzo, pero en cuanto mejoraron mis destrezas y logré resultados, caí en la complacencia, me dormí en mis laureles y siempre satisfacía la carne. Solo pensaba en relajarme y tomármelo con calma. No estaba dispuesto a dedicar ningún esfuerzo al trabajo para mejorarlo. Ni siquiera cuando vi claramente que había problemas, los resolvía enseguida, y cuando me los señalaban los demás, los ignoraba. Como líder de equipo, cuando el resto del equipo se quejaba de sus problemas, no solo no les enseñaba la verdad para resolverlos, sino que les seguía la corriente y estaba de acuerdo. Era como si, sin importar cuánto se demorara la producción de videos ni cuántos problemas tuvieran los hermanos y hermanas, yo no tuviera nada que ver. Simplemente quería disfrutar los placeres físicos y no agotarme. Así pues, en los videos que producíamos surgían siempre problemas que demoraban gravemente el avance de la producción. Estaba jugueteando con un deber importantísimo; en aras de la comodidad y tranquilidad carnal, osaba actuar negligentemente, engañar a Dios y al prójimo con los ojos bien abiertos. ¿Dónde estaba mi corazón temeroso de Dios? Dios aborrecía y odiaba esas actitudes hacia el deber. Al recordar todos los problemas en mi labor, si hubiera invertido tiempo y hubiera pagado un precio, las cosas no habrían empeorado tanto. Sin embargo, era perezoso y no quería sufrir ni sentir fatiga. En consecuencia, perjudicaba el trabajo de la producción de videos. ¡Fui muy egoísta, despreciable y carente de humanidad! ¡Me había vuelto tan degenerado y hedonista que ni me daba cuenta de ello! Dios había orquestado advertencias para mí, pese a lo cual no reflexioné ni me arrepentí. ¿Cómo pude haber sido tan insensible e intransigente? Una vez que lo comprendí, me sentí culpable y molesto. Realmente no merecía ser líder por ser tan irresponsable y no tener humanidad. Me habían destituido por mi propia culpa.
Más tarde, vi otro pasaje de las palabras de Dios: “Mientras se le diga o asigne algo, ya sea un líder, un obrero o lo Alto, la gente con sentido de la responsabilidad siempre pensará: ‘Bueno, ya que tiene tan buen concepto de mí, debo ocuparme bien de este asunto y no defraudarlo’. ¿Verdad que te sentirías tranquilo al encomendarle una tarea a tal persona que posee conciencia y razón? La gente a la que puedes confiar una tarea es sin duda aquella a la que miras con favor y en la que confías. En particular, si se ha encargado de varias tareas a petición tuya y las ha llevado a cabo todas de forma muy concienzuda y ha satisfecho totalmente tus exigencias, pensarás que es digna de confianza. En tu corazón, verdaderamente la admirarás y tendrás buen concepto de ella. La gente está dispuesta a relacionarse con este tipo de personas, ya no digamos Dios. ¿Creéis que Dios estaría dispuesto a confiar el trabajo de la iglesia y el deber que el ser humano está obligado a hacer a una persona que no es digna de confianza? (No). Cuando Dios le encarga un trabajo de la iglesia a alguien, ¿cuál es la expectativa de Dios hacia él? En primer lugar, Dios espera que sea diligente y responsable, que trate este trabajo como un asunto importante, lo maneje en consecuencia y lo haga bien. En segundo lugar, Dios espera que sea una persona digna de confianza que, por mucho tiempo que pase y por mucho que cambie el entorno, su sentido de la responsabilidad no flaquee y su integridad resista la prueba. Si es una persona digna de confianza, Dios estará tranquilo y ya no supervisará ni hará seguimiento de este asunto. Esto es porque, en Su corazón, confía en ella y está seguro de completar la tarea que se le ha asignado sin que nada vaya mal” (La Palabra, Vol. V. Las responsabilidades de los líderes y obreros. Las responsabilidades de los líderes y obreros (8)). Con las palabras de Dios aprendí que una persona con verdadera humanidad es responsable en su deber y es capaz de aceptar el escrutinio de Dios y de mantenerse firme en el deber, cumpliendo su responsabilidad y lealtad, en total acuerdo con los principios, sea cual sea la situación en que se halle. Esta es la actitud que deberíamos tener en el deber. Dado que la iglesia me había encargado el trabajo de video, como mínimo debería haberlo hecho lo mejor que supiera y haber identificado y resuelto a tiempo los problemas y dificultades que tuvieran lugar en el trabajo para garantizar su desarrollo normal. Cuando asumí este deber, me apresuré a hacer promesas pero luego solo me importaron mi comodidad y tranquilidad, y no quise hacer ningún trabajo real, ni siquiera cuando otros me espoleaban y exhortaban reiteradamente a ello. Ostentaba el cargo de “líder de equipo”, pero no hacía nada y no cumplía ni siquiera las responsabilidades mínimas que debía cumplir. Por tanto, demoraba la producción de videos de la iglesia. ¡De verdad, carecía de humanidad y no era confiable! A tenor de mi conducta, debería haber sido descartado mucho antes. Se me permitió continuar cumpliendo el deber en ese equipo únicamente por la misericordia y la tolerancia de Dios. Pensé entonces: “Tengo que valorar esta oportunidad y hacer todo lo posible en el deber”. Después, dejé de conformarme con el estado de cosas en mi deber y, aparte de trabajar en los videos que me asignaban todos los días, no dejaba de buscar el modo de incrementar mi eficacia, señalaba nuestros problemas y desviaciones, y le informaba de ellos a tiempo al líder del equipo. También debatía con los demás la manera de resolverlos. Aunque trabajar así era más cansador, estaba mucho más tranquilo y en paz al saber que había cumplido con algunas de mis responsabilidades.
Poco después, el líder de la iglesia vio que en cierto modo había cambiado y me asignó la supervisión de un proyecto de video. Valoraba la oportunidad de hacer este deber y quería esforzarme al máximo. Todos los días verificaba activamente el trabajo y recababa todas las desviaciones que teníamos. Cuando veía problemas, buscaba la forma de resolverlos en el momento y, si no sabía resolverlos, los consultaba y debatía con el líder del equipo. Sin embargo, poco después, cuando conseguimos algunos resultados en nuestro trabajo y mis destrezas habían mejorado, reapareció mi pereza de antes. Pensé: “Hoy día, todo el trabajo va según lo previsto y no hay grandes problemas. Debería descansar un poco. Si trabajo tanto todos los días y tengo tantas preocupaciones, esto, al final, me quedará grande”. Nada más pensarlo, caí en la flojera; de nuevo solo hacía cosas según lo previsto en el trabajo, ya no pensaba en mejorar mis destrezas ni resolver problemas y desviaciones, y ni me molestaba en consultarles a los hermanos y hermanas sobre la situación de su trabajo. Siempre que tenía tiempo libre, solo quería relajarme y, a veces mientras trabajaba o estudiaba habilidades técnicas, miraba videos divertidos o series para pasar el rato. Por ello, se demoraron videos que podrían haberse terminado antes, y nuestros resultados en el trabajo comenzaron a decaer. Esos días estaba totalmente aturdido y confundido. No ganaba nada de esclarecimiento al leer las palabras de Dios y sentía que las tinieblas se esparcían dentro de mí. Además, cuando oraba a Dios, no sentía Su presencia. Aunque sabía que era peligroso continuar así, aún no podía controlarme y estaba realmente dolido y atormentado. En esa época, por suerte descubrí un pasaje de las palabras de Dios: “Si los creyentes son tan casuales y desenfrenados en sus palabras y su conducta como lo son los no creyentes, entonces son todavía más perversos que los no creyentes; son demonios arquetípicos” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Una advertencia a los que no practican la verdad). Sentí como si las palabras de Dios estuvieran exponiéndome directamente. Hacía muchos años que creía en Dios, pero seguía sin ocuparme de mi deber y buscaba la diversión cuando debería haber estado trabajando, sin ninguna muestra de sinceridad. En el mundo laico hay que acatar las normas fijadas por la empresa de uno y, en el trabajo, uno tiene que hacer su trabajo de forma diligente y no holgazanear. Pero, al cumplir con mi deber en la iglesia, yo no tenía ni un sentido elemental de la responsabilidad y dejaba de lado con indiferencia mi deber para satisfacer mi carne. A tenor de mi conducta disoluta y descontrolada, ¿de veras merecía ser llamado cristiano? Ni siquiera era buena mano de obra en mi deber, y mucho menos lo cumplía acorde al estándar. Me odié por satisfacer la carne; ¿por qué no tenía ni pizca de determinación para rebelarme contra ella? Me acordé de mis hermanos y hermanas en China continental que, antes que abandonar el deber, se arriesgaban a la detención y tortura del PCCh; sin embargo, yo cumplía con el deber en un país libre y democrático tras haber huido de China y ni siquiera estaba dispuesto a pensar un poco más en mi trabajo ni pagar un precio. Me comportaba como un inútil total. No tenía la más mínima dignidad ni calidad humana. Cuanto más lo pensaba, más vergüenza me daba enfrentar a mis hermanos y hermanas, y sobre todo a Dios. Y comencé a reflexionar: “Ya fracasé una vez anteriormente por satisfacer la carne y ser negligente en el deber. ¿Por qué no había aprendido nada de mis errores previos? ¿Por qué fui tan inconstante y voluble en mi trabajo?”. Oré reiteradamente a Dios para que me esclarezca y me ilumine para poder hallar la causa profunda de mi problema.
Un día, me encontré con estos pasajes de las palabras de Dios: “¿Por qué la gente es siempre indisciplinada y perezosa, como si fueran un atajo de muertos vivientes? Esto tiene que ver con el problema de su naturaleza. Hay cierta pereza en la naturaleza humana. Sea cual sea la tarea que esté haciendo la gente, siempre necesita de alguien que la supervise y exhorte. A veces la gente es considerada con la carne, codicia la comodidad física y siempre se reserva algo para ella misma; está llena de intenciones endiabladas y argucias taimadas; en realidad no son buenas en absoluto. Siempre hacen menos de lo que pueden, sea cual sea la importancia del deber que realicen. Esto es irresponsable y desleal. Hoy he dicho estas cosas para recordaros que no debéis ser pasivos en el trabajo. Debéis ser capaces de seguir lo que Yo diga” (La Palabra, Vol. V. Las responsabilidades de los líderes y obreros. Las responsabilidades de los líderes y obreros (26)). “Los falsos líderes no hacen trabajo real, pero saben comportarse como funcionarios. ¿Qué es lo primero que hacen una vez que se convierten en líderes? Comprar el favor de la gente. Adoptan el enfoque de ‘Los nuevos funcionarios quieren impresionar’. Para empezar, hacen algunas cosas para ganarse el favor de los demás y lidian con ciertos elementos que mejoran el bienestar diario de todo el mundo. Primero intentan causar una buena impresión en ellos, para mostrar a todos que están en sintonía con las masas, para que todo el mundo los elogie y diga: ‘Este líder se comporta como un padre con nosotros’. Entonces, asumen oficialmente el cargo. Sienten que tienen apoyo popular y que se ha asegurado su posición; entonces empiezan a disfrutar de los beneficios del estatus, como si fuera lo que les corresponde. Sus lemas son: ‘La vida solo consiste en comer y vestirse’, ‘Aprovecha el momento, la vida es corta’ y ‘Vive hoy sin preocuparte por el mañana’. Disfrutan de cada día tal y como viene, se divierten mientras pueden y no piensan en el futuro, y mucho menos se plantean qué responsabilidades debe cumplir un líder y qué deberes ha de hacer. Predican algunas palabras y doctrinas y desempeñan algunas tareas para guardar las apariencias como una cuestión de rutina; no realizan ningún trabajo real. No están desenterrando problemas reales en la iglesia y resolviéndolos por completo, entonces, ¿qué sentido tiene que hagan tareas tan superficiales? ¿No es esto engañoso? ¿Se pueden confiar tareas importantes a este tipo de falsos líderes? ¿Se ajustan a los principios y condiciones de la casa de Dios para la selección de líderes y obreros? (No). Estas personas no tienen nada de conciencia o razón, están desprovistas de todo sentido de la responsabilidad y, sin embargo, todavía desean ostentar algún puesto oficial, ser líderes en la iglesia: ¿por qué son tan desvergonzadas? En cuanto a algunas personas que tienen sentido de la responsabilidad, si son de escaso calibre, no pueden ser líderes, y eso por no hablar de los inútiles que no tienen ningún sentido de la responsabilidad; son menos aptos aún para ser líderes. ¿Qué grado de pereza tienen estos falsos líderes glotones e indolentes? Incluso cuando descubren un problema, y son conscientes de que es un problema, no se lo toman en serio y no le dan importancia. ¡Son tan irresponsables! Aunque hablan con soltura y parezca que tengan algo de calibre, son incapaces de resolver diversos problemas en el trabajo de la iglesia, lo que lleva a que este se paralice; los problemas no paran de amontonarse, pero tales líderes no se preocupan por ellos e insisten en llevar a cabo con toda normalidad unas cuantas tareas superficiales como una cuestión de rutina. ¿Y al final cuál es el resultado? ¿Acaso no estropean el trabajo de la iglesia, no hacen una chapuza? ¿Acaso no causan caos y falta de unidad en la iglesia? Ese es el inevitable desenlace” (La Palabra, Vol. V. Las responsabilidades de los líderes y obreros. Las responsabilidades de los líderes y obreros (8)). Al meditar las palabras de Dios, me di cuenta de que la razón por la que era complaciente y me faltaba iniciativa en el deber era que era perezoso y hedonista por naturaleza. Tenía la cabeza llena de filosofías satánicas para los asuntos mundanos como “La vida consiste en comer y estar calentito”, “Vive hoy sin preocuparte por el mañana” y “Date los gustos porque la vida es corta”. Vivía según estas falacias satánicas porque creía que debía divertirme en esta vida terrenal. No concebía el sufrimiento y el agotamiento constantes. Por eso no podía perseverar en nada de lo que hacía. Tomé el más mínimo resultado de mi labor a modo de capital y me volví complaciente y hedonista. Como en mi época de estudiante: siempre que obtenía buenas notas y me elogiaban profesores y compañeros, no tenía ganas de continuar invirtiendo tiempo y energía en mis estudios y solo quería divertirme. Dejaba de prestar atención en clase y de hacer las tareas. Pero en cuanto empezaban a resentirse mis notas y mis padres y profesores se ponían más estrictos conmigo, estudiaba más y me esforzaba hasta que volvían a subir mis notas, momento en que me relajaba de nuevo y quería volver a divertirme. En esos años me controlaban continuamente estas ideas decadentes, y me volví cada vez más perezoso, desanimado y carente de iniciativa. Era inconstante y voluble en todo, no estaba dispuesto a sufrir ni pagar un precio y cada vez estaba menos dispuesto a esforzarme en mi deber. Tanto en mi cargo anterior, líder de equipo, como en el actual, miembro del equipo que revisaba el progreso del trabajo, era igual de perezoso y carente de iniciativa. Hice el vago en cuanto obtuve resultados, y quise alternar trabajo y descanso para no sufrir perjuicios y agotarme. Ni siquiera resolvía los problemas del trabajo cuando era obvio que los había, y prefería perder el tiempo con entretenimientos baladíes, en lugar de sacrificarme un poco más y pagar un precio un poco mayor por mi deber. Solamente hacía lo justo para guardar las apariencias, engañar y embaucar a mi líder. Vi que no solo era perezoso, sino también taimado y escurridizo, pues no quería más que vivir relajado y con tranquilidad. Había gozado de muchísimo riego y provisión de las palabras de Dios, así como también de Su cuidado y protección, pero ni siquiera hacía lo mínimo de mis responsabilidades. ¿No era un holgazán inútil, un parásito en la iglesia? ¿Dónde estaban mi humanidad y mi razón? Me acordé de un versículo de la Biblia que dice: “Y la complacencia de los necios los destruirá” (Proverbios 1:32). Si no me arrepentía, aunque la iglesia no me descartara de momento, Dios lo escruta todo y el Espíritu Santo dejaría de obrar en mí. Tarde o temprano sería descartado.
Luego, a base de comer y beber de las palabras de Dios, empecé a cambiar mi actitud hacia el deber. Las palabras de Dios dicen: “Cómo consideras las comisiones de Dios es de extrema importancia y un asunto muy serio. Si no puedes llevar a cabo lo que Dios les ha confiado a las personas, no eres apto para vivir en Su presencia y deberías ser castigado. Es perfectamente natural y está justificado que los seres humanos deban completar cualquier comisión que Dios les confíe. Esa es la responsabilidad suprema del hombre, y es tan importante como sus propias vidas. Si no te tomas en serio las comisiones de Dios, lo estás traicionando de la forma más grave. En esto eres más lamentable que Judas y debes ser maldecido. La gente debe entender bien cómo tratar lo que Dios les confía y, al menos, debe comprender que las comisiones que Él confía a la humanidad son exaltaciones y favores especiales de Dios, y son las cosas más gloriosas. Todo lo demás puede abandonarse. Aunque una persona tenga que sacrificar su propia vida, debe seguir cumpliendo la comisión de Dios” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Cómo conocer la naturaleza del hombre). “El hombre debe buscar vivir una vida que tenga sentido y no debería estar satisfecho con sus circunstancias actuales. Para vivir la imagen de Pedro, debe tener el conocimiento y las experiencias de Pedro. El hombre debe buscar las cosas que son más elevadas y más profundas. Debe buscar un amor más profundo y más puro por Dios, y una vida que tenga valor y sentido. Solo esto es vida; solo entonces el hombre será igual a Pedro. Te debes enfocar en ser proactivo rumbo hacia tu entrada en el lado positivo y no debes permitirte pasivamente retroceder en aras de la facilidad momentánea, ignorando verdades más profundas, más específicas y más prácticas. Tu amor debe ser práctico y debes encontrar maneras para liberarte de esta vida depravada y despreocupada que no es diferente a la de un animal. Debes vivir una vida que tenga sentido, una vida que tenga valor y no debes engañarte a ti mismo o tratar tu vida como un juguete con el que se juega. Para cualquiera que aspire a amar a Dios, no hay verdades imposibles de conseguir y ninguna justicia por la que no puedan permanecer firmes. ¿Cómo deberías vivir tu vida? ¿Cómo debes amar a Dios y usar ese amor para satisfacer Sus intenciones? No hay asunto mayor en tu vida. Sobre todo, debes tener este tipo de aspiraciones y perseverancia, y no debes ser como esos débiles sin carácter. Debes aprender cómo experimentar una vida que tenga sentido y cómo experimentar verdades significativas, y de esa manera no deberías tratarte a ti mismo a la ligera” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Las experiencias de Pedro: su conocimiento del castigo y del juicio). Con las palabras de Dios entendí que el sentido y el valor de la vida se hallan en cumplir con el deber bien de uno como ser creado. Si siempre aspiras a la comodidad y la tranquilidad, te falta iniciativa y eres superficial en tus deberes; eso es traicionar a Dios, que maldice y aborrece dicha conducta. Recordé que Pedro aspiró de forma diligente a amar y satisfacer a Dios toda la vida, siempre se atuvo estrictamente a las palabras de Dios y procuró mejorar. Siempre procuró practicar la verdad y satisfacer a Dios, y acabó crucificado cabeza abajo por Dios y dando rotundo testimonio. Luego está Noé. Tras aceptar la comisión de Dios, trabajó 120 años para construir el arca y jamás se frustró, ni siquiera frente a una infinidad de dificultades y enormes sufrimientos, y se esforzó sin cesar hasta terminar el arca. Al compararme con el trato de Noé y Pedro hacia Dios y hacia el deber, me sentí increíblemente avergonzado. Me di cuenta de que era egoísta y perezoso y de que no tenía ni pizca de humanidad. No tenía el menor sentido de la responsabilidad hacia mi deber, era superficial y aplazaba las cosas. En cuanto me pedían más o había mucho trabajo, empezaba a quejarme de cansancio, e incluso holgazaneaba y satisfacía la carne, aún cuando me espoleaban. No tenía un corazón temeroso de Dios para nada. Con la manera en que hacía las cosas, terminaría acabando conmigo mismo. Sin embargo, siempre creía tener razón y me conformaba con invertir el menor esfuerzo. ¡Qué insensible, tonto e ignorante era! Aunque había cumplido así con el deber, Dios aún me dio oportunidades de arrepentirme. No podía seguir partiéndole el corazón a Dios con mi decadencia. Así pues, oré a Dios diciendo: “Amado Dios, reconozco mi naturaleza indolente y que me falta humanidad. No quiero continuar viviendo así. Quiero perseguir la verdad y cumplir mi deber en serio. Te pido que escrutes mi corazón”.
A partir de entonces, invertí más tiempo y energía en el deber y, aunque tenía la agenda llena todos los días, me hacía tiempo para estudiar y mejorar mis habilidades técnicas. Además, resumía con regularidad los problemas y desviaciones de mi labor y me esforzaba sin cesar por mejorar mis destrezas. Al poco tiempo, comencé a lograr mejores resultados en los videos que producía. Noté que, cuando compartía lo aprendido con mis hermanos y hermanas, parecía serles de utilidad también a ellos. Me sentía muy en paz y muy tranquilo. De esta forma, trabajaba un poco más en el deber y tenía menos tiempo para descansar, pero no sentía cansancio ni que estuviera sufriendo. De hecho, me notaba mucho más lúcido, nada que ver con lo anterior, cuando me pasaba el día atolondrado y aturdido. También me resultaba más fácil descubrir problemas en el trabajo y, hablando con mis hermanos y hermanas, y con el esclarecimiento y la guía de Dios, resolvíamos muchos problemas a tiempo. Pero, como Satanás me había corrompido demasiado a fondo, sus ideas de indolencia seguían afectándome de vez en cuando. Cuando empezaba a tener buenos resultados, de nuevo era un poco complaciente y quería satisfacer la carne. Una vez, examinando uno de nuestros videos, salió una película de acción en mi fuente de noticias. Pensé: “Últimamente hay mucho estrés en el trabajo; no pasará nada por mirarla un poco y liberar algo de tensión”. Mientras miraba, de pronto comprendí que estaba volviendo a las andadas. Vi un pasaje de las palabras de Dios: “Quieres ser superficial cuando cumples con tu deber. Tratas de holgazanear y de evitar el escrutinio de Dios. En tales momentos, apresúrate a ir ante Dios para orar, y reflexiona sobre si esa fue la forma correcta de actuar. Luego piensa en ello: ‘¿Por qué creo en Dios? Esa superficialidad puede pasar desapercibida para la gente, pero ¿pasará desapercibida para Dios? Es más, mi creencia en Dios no es para holgazanear, sino para ser salvado. Que yo actúe de esta manera no es la expresión de una humanidad normal ni es algo estimado por Dios. No, podría holgazanear y hacer lo que quisiera en el mundo exterior, pero ahora mismo estoy en la casa de Dios, estoy bajo Su soberanía, bajo el escrutinio de Sus ojos. Soy una persona, debo actuar en conciencia, no puedo hacer lo que me plazca. Debo actuar según las palabras de Dios, no debo ser superficial, no puedo holgazanear. Entonces, ¿cómo debo actuar para no holgazanear, para no ser superficial? Debo esforzarme un poco. En ese momento me parecía que era demasiado problemático hacerlo de ese modo, quería evitar las dificultades, pero ahora lo entiendo: puede que suponga mucha molestia hacerlo así, pero es eficaz, y por eso hay que hacerlo de esa manera’. Cuando estés trabajando y sigas sintiendo miedo de las dificultades, en esos momentos debes orar a Dios: ‘¡Oh, Dios! Soy una persona perezosa y taimada, te ruego que me disciplines, que me reproches, para que mi conciencia sienta algo y yo tenga sentido de la vergüenza. No quiero ser superficial. Te ruego que me guíes y esclarezcas, que me muestres mi rebeldía y mi fealdad’. Cuando ores así, reflexiones y trates de conocerte a ti mismo, esto hará surgir un sentimiento de arrepentimiento, serás capaz de odiar tu fealdad y tu estado incorrecto comenzará a cambiar, serás capaz de contemplar esto y decirte a ti mismo: ‘¿Por qué soy superficial? ¿Por qué trato siempre de holgazanear? Actuar de ese modo carece de toda conciencia y razón: ¿sigo siendo alguien que cree en Dios? ¿Por qué no me tomo las cosas en serio? ¿No será que me hace falta dedicar un poco más de tiempo y esfuerzo? No supone una gran carga. Esto es lo que debería hacer; si ni siquiera puedo hacer esto, ¿merezco que se me considere un ser humano?’. A consecuencia de ello, tomarás una determinación y harás un juramento: ‘¡Oh, Dios mío! Te he decepcionado, en verdad estoy muy hondamente corrompido, no tengo conciencia ni razón, no tengo humanidad, deseo arrepentirme. Te ruego que me perdones, sin duda cambiaré. Si no me arrepiento, quiero que me castigues’. Después, tu mentalidad dará un vuelco y empezarás a cambiar. Te comportarás y cumplirás con tu deber con esmero, con menos superficialidad, y serás capaz de sufrir y pagar un precio. Cumplir con tu deber de esta manera te parecerá maravilloso, y tu corazón permanecerá tranquilo y gozoso. Cuando las personas saben aceptar el escrutinio de Dios, cuando son capaces de orarle y de ampararse en Él, sus estados pronto terminan cambiando” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Atesorar las palabras de Dios es la base de la fe en Dios). Tras meditar las palabras de Dios, hallé una senda de práctica. Indolente por naturaleza, prefería la comodidad y el entretenimiento y no quería sufrir. Yo no sabría resolver el problema por mi cuenta; tenía que orar a Dios, confiar en Él y aceptar Su escrutinio. La próxima vez que quisiera satisfacer la carne y ser escurridizo y holgazanear, debía orar inmediatamente a Dios para pedirle disciplina y escarmiento. Hasta entonces, no podría ser capaz de rebelarme contra mi carne y cumplir bien con mi deber. Así pues, le conté a Dios mi estado en oración y le pedí disciplina. Después de orar, me calmé y continué repasando el video, valorando detenidamente los principios y buscando información pertinente. Al recapacitar sobre mi trabajo, percibí la guía de Dios y enseguida pude reconocer problemas en el video e idear un plan para resolverlos.
Con esa experiencia gané más fe para abordar mi pereza. Vi que solo tenía que confiar sinceramente en Dios y aceptar que Él escrutara mi trabajo. Si empezaba a satisfacer mi carne otra vez, podía orar y ampararme en Dios para refrenarme conscientemente. Así, tendría la fortaleza para vencer la pereza y cumplir mi deber en paz. Estos días, aunque aún suelo revelar pensamientos e ideas de comodidad y tranquilidad, sé que, mientras siga las palabras de Dios, practique sin cesar e ingrese en ellas, estas actitudes corruptas serán purificadas y cambiadas.
Ahora ya han aparecido varios desastres inusuales, y según las profecías de la Biblia, habrá desastres aún mayores en el futuro. Entonces, ¿cómo obtener la protección de Dios en medio de los grandes desastres? Contáctanos, y te mostraremos el camino.
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