La luz de Dios me guía a través de la adversidad
Por Zhao Xin, provincia de Sichuan De niña vivía en las montañas. No había visto mucho mundo y no tenía grandes aspiraciones. Me casé y...
¡Damos la bienvenida a todos los buscadores que anhelan la aparición de Dios!
Me hice cristiano en 1991, y unos años más tarde me convertí en predicador de una iglesia. En 1995, la policía de la Sección de Seguridad Política de la Oficina de Seguridad Pública del condado me detuvo, y me exigió saber dónde predicaba y quién era mi líder. Como no les respondí, me dieron puñetazos y patadas, y me torturaron durante cuatro o cinco horas, tras lo cual quedé lleno de moretones. Luego me encerraron en el centro de detención del condado. La policía y los otros presos me torturaron durante 42 días, lo que me dejó al borde de la muerte. Más adelante, mi mujer utilizó algunos contactos y pagó una multa de casi 10000 yuanes para que me pusieran en libertad. Yo no lo entendía. Como creyentes que compartíamos el evangelio, guiábamos a otros para que siguieran las enseñanzas del Señor, fueran buenas personas, tolerantes y amaran a los demás como a nosotros mismos. ¿Por qué el Partido Comunista nos perseguía tan brutalmente? Luego, después de ganar fe en Dios Todopoderoso, a través de las revelaciones en las palabras de Dios y la experiencia personal, gané discernimiento sobre la esencia demoníaca del PCCh de odiar la verdad y oponerse a Dios.
Un día de diciembre de 1999, mientras mi mujer y yo desayunábamos, irrumpieron tres agentes. Uno de ellos ya me había arrestado antes por mi fe en el Señor. Me miró de arriba abajo varias veces y me dijo severamente: “Te han denunciado por creer en Dios Todopoderoso y predicar el evangelio. ¡Realmente no aprendiste la lección!”. Después de eso, registraron todo el lugar por dentro y por fuera, sin dejar piedra sin remover. Esto duró una hora, y dejaron mi casa hecha un caos, pero no encontraron ningún libro ni material sobre la fe. Luego me metieron en un coche para llevarme a comisaría. Por el camino, me vinieron a la mente escenas de la primera vez que me detuvieron y torturaron. Estaba muy asustado, pensaba: “Esos demonios odian especialmente a los creyentes, así que, ¿cómo irán a torturarme?”. Oré en silencio a Dios y recordé algo que Él dijo: “A quien quiera que Yo le otorgue Mi gloria dará testimonio de Mí y dará su vida por Mí. Esto ha sido predestinado por Mí desde hace mucho” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. ¿Qué sabes de la fe?). Cierto: mi arresto de aquel día tuvo el permiso de Dios, y cuanto sufría, si vivía o moría, estaba todo en manos de Dios. Tenía que dar testimonio. Las palabras de Dios me dieron fe y fuerza, y me sentí más tranquilo.
Primero me llevaron a comisaría para registrarme e interrogarme, pero al ver que no hablaba, me llevaron a la Oficina de Seguridad Pública del condado. Allí, varios agentes me rodearon, me dieron puñetazos y patadas, y algunos utilizaron porras de policía para golpearme. Caí al suelo por los golpes. Sangraba por la nariz y la boca, tenía la ropa rota y la cabeza me daba vueltas. Ni siquiera tenía fuerzas para levantarme. Entonces, el agente responsable me agarró por el cuello y me dijo: “¡Si no te enseño cómo son las cosas, no sabrás con quién te estás metiendo! ¡Habla! ¿Quién es tu líder? ¿A quién has predicado?”. Me sentía muy nervioso. Si no hablaba, seguro que seguirían pegándome, y si eso seguía así, pensé que podría acabar inválido o muerto. Oré a Dios en mi corazón, pidiéndole protección y guía. Entonces pensé en estas palabras de Dios: “Si el hombre alberga pensamientos asustadizos y de temor es porque Satanás lo ha timado por miedo a que crucemos el puente de la fe para entrar en Dios” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Declaraciones de Cristo en el principio, Capítulo 6). Me di cuenta de que mi timidez y mi miedo procedían de Satanás, y por muy feroz que fuera la policía, solo podría destrozar y torturar mi carne, pero no podría tocar mi alma. Aunque me mataran a golpes aquel día, mi alma estaría en manos de Dios. Este pensamiento me dio fe y fuerza, y no traicionaría a Dios ni vendería a mis hermanos y hermanas, aunque significara la muerte. Apreté los dientes y no dije ni una palabra. No respondí después de que me lo preguntaran varias veces, así que me tiraron al suelo de una patada, tomaron una porra de policía, la pusieron en el suelo de cemento e hicieron que dos personas me tiraran al suelo y me obligaran a arrodillarme sobre ella. La presión sobre mis tibias me causaba un dolor punzante y me caían lágrimas de los ojos. Un agente me dio varios pisotones brutales en las pantorrillas, que me dolieron tanto que grité y caí al suelo, hecho un ovillo. El agente gritó: “¡Levántate!”. Pero no podía mover las piernas, no tenía fuerzas para levantarme. Sintiéndome increíblemente miserable, oré a Dios: “Oh, Dios, ya casi no puedo más y no sé de qué otra forma me van a torturar. Dios, no quiero traicionarte; por favor, dame fe y fuerza”. Justo entonces pensé en algunas palabras de Dios: “¿Alguna vez habéis aceptado las bendiciones que os han sido dadas? ¿Alguna vez habéis buscado las promesas que se hicieron por vosotros? Con toda seguridad, bajo la guía de Mi luz, os abriréis paso entre el yugo de las fuerzas de la oscuridad. En medio de la oscuridad, ciertamente no perderéis la guía de Mi luz. Con seguridad seréis los amos de toda la creación. Con seguridad seréis vencedores delante de Satanás. Con seguridad, cuando caiga el reino del gran dragón rojo, os erguiréis entre las grandes multitudes como prueba de Mi victoria. Con seguridad permaneceréis firmes e inquebrantables en la tierra de Sinim. A través de los sufrimientos que soportéis, heredaréis Mis bendiciones, y, con seguridad, irradiaréis Mi gloria por todo el universo” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Las palabras de Dios al universo entero, Capítulo 19). Las palabras de Dios reforzaron mi fe y mi fortaleza. Tenía que apoyarme verdaderamente en Dios, y con la guía de Sus palabras, seguramente podría triunfar sobre Satanás y mantenerme firme en mi testimonio. Después de seis o siete horas de horrible tortura, estaba molido a palos y mi pantorrilla izquierda estaba destrozada. Como seguía sin hablar, la policía me llevó a un centro de detención. Al verme tan malherido, el personal no quiso acogerme, y no fue hasta que la policía negoció con ellos durante un rato que finalmente accedieron.
Me llevaron a una celda donde olí algo asqueroso. Era un espacio minúsculo de unos 10 metros cuadrados con unas mantas sucias y malolientes y un retrete. Quince o dieciséis personas comían, bebían, dormían y hacían sus necesidades allí dentro: estaba húmedo y desordenado. Los otros presos me miraban con fiereza. Estaba muy nervioso y no paraba de orar a Dios. Recordé algo que Él dijo: “No tengas miedo, ya que Mis manos te sostienen y te mantendré alejado de todos los malvados” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Declaraciones de Cristo en el principio, Capítulo 28). Las palabras de Dios me reconfortaron y me dieron fe, y ya no me sentí tan nervioso. Al día siguiente, el preso cabecilla buscó una pelea intencionadamente e hizo que los demás me dieran una paliza, y me dejaron desparramado en el suelo. Acabé hecho un ovillo del dolor, incapaz de moverme. Después de eso, la policía me interrogaba de vez en cuando, exigiéndome que traicionara a la iglesia, y luego cambiaban a tácticas menos directas cuando no conseguían sonsacarme nada. Una vez vino a interrogarme Li, el tío de mi mujer. Dirigía los materiales de la Sección de Seguridad Política de la Oficina de Seguridad Pública. Me preguntó, fingiendo preocupación: “¿Hay presos que te pegan? ¿Tienes suficiente para comer?”. Luego hizo que otro agente fuera a comprarme unos bollos al vapor y unos paquetes de cigarrillos. Suspiró y dijo con cara de preocupación: “Si no confiesas, probablemente te condenen a prisión y no podré ayudarte. Si lo haces, quizá puedas volver a casa a tiempo para Año Nuevo. Piénsatelo”. Cuando dijo eso, pensé que mis padres tenían más de 70 años y mi mujer cuidaba sola de tres niños pequeños. ¿Cómo se las arreglarían si realmente me encarcelaran de tres a cinco años? Las cárceles del Partido Comunista son un infierno y te pueden torturar hasta la muerte en cualquier momento. ¿Qué harían si yo muriera? Cuanto más pensaba en ello, más abatido me sentía, así que oré pidiendo a Dios que velara por mí. Pensé en esta cita de las palabras de Dios: “En todo momento, Mi pueblo debe estar en guardia contra las astutas maquinaciones de Satanás, protegiendo la puerta de Mi casa para Mí; deben ser capaces de apoyarse unos a otros y de proveerse unos a otros para evitar caer en la trampa de Satanás, momento en el que sería demasiado tarde para lamentarse” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Las palabras de Dios al universo entero, Capítulo 3). Las palabras de Dios me despertaron. La policía quería utilizar mi afecto por mi familia y mis debilidades de la carne para conseguir que traicionara a Dios. ¡Era tan insidioso! Casi había caído en la trampa. Mi vida me la había dado Dios, y si vivía o moría dependía de Él. El destino de mis padres y de mi esposa también estaba en manos de Dios: Él tenía la última palabra. Si me condenaban a prisión, sería con el permiso de Dios. Tenía que mantenerme firme aunque me costara la vida. Así que le dije: “Ya he dicho todo lo que tenía que decir y no sé nada más”. Como su pequeño truco no funcionó, me miró con rabia durante un rato y luego se marchó enfadado.
Los guardias de la prisión siempre decían a los otros presos que me atormentaran de muchas maneras, como “comer albóndigas”, “mirar al espejo”, “comer el codo” y recitar las reglas de la prisión. “Comer albóndigas” era envolverme en sábanas y luego hacer que los demás me dieran puñetazos y patadas, para dejarme mareado y desorientado. “Mirarme en el espejo” era meterme la cabeza en el retrete, donde había orina y heces, con las que me ahogaría si no tenía cuidado. “Comer el codo” era clavarme un codo en la espalda. Además, me hacían recitar las reglas de la cárcel y, si me equivocaba en alguna palabra, me quitaban los pantalones y me golpeaban con un zapato con suela de plástico hasta que me salían ampollas sangrientas en el trasero. Además, los guardias de la prisión me hacían trabajar día y noche. Tenía lesiones, así que trabajaba despacio, y los otros presos no paraban de darme más tareas. Me pegaban si no las terminaba. Este tipo de tortura me resultaba muy dolorosa y deprimente. A veces me sentía tan débil que quería morir, poner fin a ese sufrimiento. Siempre oraba a Dios, pidiéndole que velara por mi corazón. Un día, de repente, me vino a la mente la crucifixión del Señor Jesús. Dios es supremo, santo y sin pecado, y se encarnó personalmente y vino a trabajar para salvar a la humanidad, pero fue clavado en la cruz. Ahora Dios se ha hecho carne una vez más, vino a trabajar en China, e igualmente sufre el rechazo, la calumnia, la condena y la blasfemia de la humanidad. También es perseguido por el Partido Comunista. Pero aun así, Él sigue expresando verdades para salvar a la humanidad. ¡El amor de Dios por el hombre es tan grande! Soy un creyente que busca la salvación, ¿a qué equivale este pequeño sufrimiento? Además, sufrir es tener parte en el reino de Cristo y en Sus penurias. Es algo glorioso. Tiene valor y significado. Darme cuenta de esto renovó mi fe y mi fortaleza, y ya no me sentía tan miserable, por mucho que me torturaran los presos.
Un día, después de desayunar, unos cuantos policías me llevaron a un mercado situado a unos nueve kilómetros de mi casa y nos subieron a mí y a alrededor de una docena de presos a una plataforma. Me di cuenta de que estaban celebrando una sesión de lucha. Una fila de cuadros de oficiales de la Oficina de Seguridad Pública del condado estaba sentada en el escenario, con una gran multitud de gente debajo. Muchos susurraban entre ellos y me señalaban. Mi cara enrojeció, se me aceleró el corazón y no me atreví a levantar la cabeza. Pensaba que en aquella zona había bastantes parientes, amigos y conocidos míos, así como compañeros de trabajo de mi anterior denominación. ¿Qué pensarían al verme en el juicio con un cartel colgado del cuello junto a los demás presos? ¿Cómo podría dar la cara después de aquello? Cuanto más pensaba en ello, peor me sentía, así que oré y pedí fuerzas a Dios. Pensé en unas palabras de Dios: “Espero que todas las personas puedan dar un testimonio sólido y vibrante de Mí ante el gran dragón rojo, que puedan ofrecerse por Mí una última vez y cumplan Mis requisitos una última ocasión. ¿De verdad podéis hacerlo?” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Las palabras de Dios al universo entero, Capítulo 34). Las palabras de Dios me dieron fe y fortaleza. Como creyentes, estamos en el camino correcto. No infringimos las leyes ni hacemos cosas malas, así que no hay nada de qué avergonzarse. La humillación que enfrenté fue sufrir persecución por la justicia. Debería sentirme orgulloso. Este pensamiento me tranquilizó. Acabaron acusándome de “fe ilícita” y “alteración del orden público”, y me condenaron a tres años de reeducación mediante trabajos forzados. Al ver todas aquellas caras mojigatas y satisfechas de sí mismas en el escenario, odié a aquellos demonios con cada fibra de mi ser, y juré que aunque me condenaran a 30 años, no solo a tres, ¡nunca traicionaría a Dios, nunca me inclinaría ante Satanás!
Me enviaron a un campo de trabajos forzados dos días después de la sesión de lucha. Allí me destinaron a una obra de construcción para cavar zanjas y tuve que mover cemento y arena en una carretilla. Tenía que hacer doce o más de horas de ese tipo de trabajo pesado cada día. A veces trabajaba despacio porque tenía la pantorrilla lesionada, y el agente del correccional me pegaba cuando se daba cuenta. Sentí cierta debilidad al pensar que tendría que quedarme allí tres años. No sabía cómo superarlo ni si saldría con vida. Durante ese tiempo oré mucho a Dios y pensé en Su amor. Pensar en el dolor y la humillación que había sufrido para salvarnos (una humanidad corrompida) fue realmente conmovedor para mí. Me hizo estar dispuesto a someterme, y quise seguir a Dios hasta el final, por mucho que sufriera.
Al cabo de un tiempo me enteré de que había un preso llamado Shang Jin que era creyente en el Señor, y como ambos éramos cristianos, hablábamos de nuestra fe cuando teníamos ocasión. Vi que el hermano Shang Jin tenía buena humanidad y anhelaba el regreso del Señor, así que quise compartir con él la obra de Dios en los últimos días con él. Pero su sentencia había terminado y fue liberado antes de que yo tuviera la oportunidad. Sentí que era una pena y oré a Dios pidiéndole que me abriera un camino para poder compartir el evangelio con Shang Jin. Poco después de su liberación, yo trabajaba en la obra como siempre. Un día, me dolía la barriga y tuve que ir al baño más de lo habitual. Me di cuenta de que la pared del baño no era muy alta y de que había una gran fábrica al otro lado. Cuando estaba en el baño, había un guardia fuera leyendo un periódico. No estaba seguro de si Dios me estaba abriendo un camino, así que oré. Después de esto, tuve la certeza en mi corazón de que era Dios quien me daba una salida, así que salté el muro y entré en la fábrica cuando el guardia estaba distraído. Me quité rápidamente el uniforme de presidiario, me lo colgué del hombro y salí por la entrada principal. Nunca habría soñado que podría escapar con una seguridad tan estricta. Estaba muy agradecido a Dios.
Pero al poco rato oí sirenas detrás de mí. Corrí a esconderme en una arboleda y estuve orando sin parar. Esperé a que oscureciera y, con mucho cuidado, salí de la arboleda. Seguí un pequeño camino rural, preguntando el camino, en dirección a la casa de Shang Jin. A altas horas de la noche, poco después de entrar en la carretera que iba a su casa, vi que había algunos policías delante montando un control y me asusté bastante. ¿Y si me descubrían? No me dejarían marchar si me ponían las manos encima. Oré a Dios en mi corazón. Vi un pajar y corrí a esconderme en él, donde permanecí más de una hora. Salí con mucho cuidado solo cuando vi que se iba el coche de policía, y luego seguí dirigiéndome hacia la casa de Shang Jin, con dificultad. No había ido muy lejos cuando me dolía tanto la pantorrilla que ya no podía andar, así que me senté a descansar, y luego reanudé la marcha. Mientras caminaba, tarareaba el cántico Deseo ver el día de la gloria de Dios:
1 Hoy acepto el juicio de Dios y mañana recibiré Sus bendiciones. Estoy dispuesto a dedicar mi juventud y ofrendar mi vida para ver el día de la gloria de Dios. Él obra y expresa la verdad, y otorga al hombre el camino de la vida. Sus palabras y Su amor me han cautivado el corazón. Estoy dispuesto a beber de la copa amarga y a sufrir por ganar la verdad. Soportaré la humillación sin quejarme. Deseo dedicar mi vida a recompensar la gracia de Dios.
2 Llevo la exhortación de Dios en el corazón y nunca me arrodillaré ante Satanás. Aunque nos corten la cabeza y corra la sangre, el pueblo de Dios no perderá el coraje. Daré un rotundo testimonio de Dios y humillaré a los diablos y a Satanás. Dios predestina el dolor y las adversidades. Le seré fiel y me someteré a Él hasta la muerte. Nunca más haré que Dios llore ni se preocupe. Ofrendaré mi amor y lealtad a Dios y completaré mi misión para glorificarlo.
[…]
Seguir al Cordero y cantar nuevos cánticos
Sentí que mi fe crecía mientras lo tarareaba. Por fin llegué a casa de Shang Jin hacia el mediodía del día siguiente. Lloramos de alegría nada más vernos. Teniendo en cuenta que vendría la policía, se las arregló para que otra persona me acogiera. Como era de esperar, hacia el mediodía del tercer día la policía se dirigió a casa de Shang Jin. Al no encontrarme, se marcharon exasperados. Después de eso, compartí con Shang Jin el evangelio de Dios de los últimos días. Con la guía de Dios, más de cien hermanos y hermanas de su denominación se presentaron ante Dios Todopoderoso.
Me convertí en un delincuente buscado tras escapar del campo de trabajos forzados. Viajé por todas partes compartiendo el evangelio, sin atreverme a volver a casa. Diez años pasaron volando, y en septiembre de 2010 regresé a hurtadillas a mi ciudad natal y fui a casa de mi hermana. Allí vi a mi mujer y me contó que, después de que yo escapara del campo de trabajos forzados, la policía fue a nuestra casa y registró nuestro hogar y también el de nuestros familiares. Incluso intentaron coaccionar a mi mujer, a mis padres y a otros parientes para que revelaran mi paradero. La policía también vigiló en secreto los alrededores de mi casa durante unos días. En todos estos años, la policía no había renunciado a perseguirme. En Año Nuevo y en los cumpleaños de mis padres, siempre preguntaban por mí para ver si había vuelto a casa. En 2002 detuvieron a mi mujer por su fe, y nuestra familia tuvo que gastarse más de 2000 yuanes y recurrir a contactos para sacarla. Las cosas se pusieron difíciles para nuestra familia porque tanto mi mujer como yo habíamos sido detenidos y multados. Nuestros hijos se vieron obligados a abandonar la escuela antes de terminar la primaria y la secundaria, y tuvieron que abandonar la zona para trabajar y ganarse la vida. Me sentí muy mal al oírlo. Mis padres vinieron a casa de mi hermana a verme cuando se enteraron de que había vuelto. Empezaron a llorar nada más verme sin decir una palabra, pero no se atrevían a llorar demasiado alto, por miedo a que alguien más les oyera. Decían que soñaban conmigo todo el tiempo y que lloraban hasta quedarse ciegos. No pude contener las lágrimas al ver lo débiles que se veían mis padres. Unos días después, cuando volvía en bicicleta a casa de mi hermana para verme, mi padre se cayó accidentalmente y se rompió el fémur. Me preocupé mucho por él cuando me enteré y me arriesgué a ir a verle a casa, a medianoche. Al verme, mi padre se echó a llorar y me dijo: “El médico me ha dicho que no puede curarme el fémur. Tengo que esperar a morir. Probablemente sea la última vez que nos veamos”. Le consolé, conteniendo las lágrimas. No me atreví a quedarme mucho tiempo, por miedo a que me detuvieran, así que me fui al cabo de una hora más o menos. Debido a la detención del Partido Comunista, llevaba más de una década huyendo, no podía volver a casa, no podía ver a mi familia, cumplir mi deber filial con mis padres ni cumplir con mis responsabilidades como marido y padre de mi mujer y mis tres hijos; y ahora mi padre estaba enfermo y no podía cuidar de él ni un solo día. Sentí que había defraudado a mis padres y me invadió la angustia. Rápidamente me presenté ante Dios en oración, pidiéndole que me guiara, que me diera fe y fortaleza. Después de orar leí las palabras de Dios que dicen: “La senda por la cual Dios nos guía no va directamente hacia arriba, sino que es un camino con curvas, lleno de baches; además, Dios dice que cuanto más escarpado es el camino, más puede revelar nuestro corazón amoroso. Sin embargo, ninguno de nosotros puede abrir una senda así. En lo que se refiere a Mi experiencia, Yo he caminado por muchas sendas rocosas y traicioneras y he soportado gran sufrimiento; en ocasiones, incluso he sufrido tanto dolor que he querido gritar, pero he caminado por esta senda hasta este día. Creo que esta es la senda que Dios dirige, así que soporto el tormento de todo el sufrimiento y sigo adelante, pues esto es lo que Dios ha ordenado; entonces ¿quién puede escapar a esto? No pido recibir ninguna bendición; todo lo que pido es poder ser capaz de caminar por la senda por la que debo caminar de acuerdo con las intenciones de Dios. No busco imitar a los demás, caminar por la senda que ellos recorren; todo lo que busco es poder cumplir con Mi lealtad para caminar por Mi senda designada hasta el final. […] Esto se debe a que siempre he creído que la cantidad de sufrimiento que una persona debe soportar y la distancia que debe recorrer en su senda están ordenadas por Dios, y que, en realidad, nadie puede ayudar a alguien más” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. La senda… (6)). “Lo que habéis heredado en el presente supera lo dado a los apóstoles y profetas a lo largo de las eras, y es incluso más grande que lo dado a Moisés y Pedro. Las bendiciones no se pueden obtener en un día o dos; deben ser ganadas por medio de gran sacrificio. Lo cual quiere decir que debéis poseer un amor que ha sido sometido al refinamiento, debéis poseer una gran fe y debéis tener las muchas verdades que Dios requiere que alcancéis. Es más, debéis volveros hacia la rectitud, sin sentirse intimidados ni evasivos, y debéis tener un corazón amante de Dios que sea constante hasta la muerte. Debéis tener determinación, ha de haber cambios en vuestro carácter-vida, vuestra corrupción debe ser sanada y debéis aceptar todas las orquestaciones de Dios sin quejaros, e incluso debéis ser sumisos hasta la muerte. Esto es lo que debéis alcanzar, este es el objetivo final de la obra de Dios y lo que Él le solicita a este grupo de personas” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. ¿Es la obra de Dios tan sencilla como el hombre imagina?). Leer las palabras de Dios fue esclarecedor para mí. Dios ha predeterminado cuánto sufrirá una persona a lo largo de su vida. Tenía que dejar a mis padres en manos de Dios y someterme a Su soberanía y a Sus disposiciones. También pensé en los santos que, a lo largo de los siglos, dieron un testimonio rotundo de Dios a través de la persecución y las dificultades. Acepté la obra de Dios de los últimos días y disfruté de las verdades que expresaba. Había ganado mucho más que todos aquellos apóstoles y profetas, pero cuando me enfrentaba a la persecución, me sentía miserable y débil; mi estatura era muy pequeña. Entonces resolví seguir el ejemplo de los santos, ser firme en mi fe y seguir a Dios.
En 2011, un hermano trajo una carta en la que decía que la policía había vuelto a mi casa para preguntar a mi mujer por mi paradero. Mi mujer y yo no hemos tenido contacto desde entonces.
Un día de diciembre de 2012, salí con algunos hermanos y hermanas bajo la lluvia para compartir el evangelio con una familia. Aparecieron cuatro agentes, bajaron de un coche y me capturaron. Dos hermanas en bicicletas eléctricas salieron huyendo y tres agentes las persiguieron en su coche. Un agente me sujetó con fuerza, y yo forcejeé para liberarme. Una hermana mayor agarró al agente para protegerme, lo que me permitió huir. Pero solo había corrido una decena de metros cuando el agente me alcanzó y me agarró; después llegaron dos hermanas y lo retuvieron, lo que me permitió huir. Al llegar a casa, el corazón me latía con fuerza y no podía dejar de pensar en lo que acababa de pasar. Solo escapé porque esas hermanas retuvieron al agente para protegerme. No sabía si las habían detenido, si las iban a torturar y si los demás hermanos y hermanas habían sido detenidos o no. Pensé en las dos últimas veces que me habían detenido y torturado. Sentí que difundir el evangelio en China es tan peligroso que te pueden detener y encarcelar en cualquier momento y en cualquier lugar. Me sentía bastante abatido, así que me presenté ante Dios y oré. Después, abrí mi libro de las palabras de Dios y vi esto: “Para todas las personas, el refinamiento es penosísimo y muy difícil de aceptar, sin embargo, es durante el refinamiento cuando Dios revela el carácter justo que tiene hacia el hombre y hace público lo que le exige y le provee mayor esclarecimiento, además de una poda más práctica. Por medio de la comparación entre los hechos y la verdad, el hombre adquiere un mayor conocimiento de sí mismo y de la verdad y una mayor comprensión de las intenciones de Dios, permitiéndole así tener un amor más sincero y puro por Dios. Esas son las metas que tiene Dios cuando lleva a cabo la obra de refinamiento” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Solo experimentando el refinamiento puede el hombre poseer el verdadero amor). “Durante estos últimos días debéis dar testimonio de Dios. No importa qué tan grande sea vuestro sufrimiento, debéis caminar hasta el final e, incluso hasta vuestro último suspiro, debéis seguir siendo fieles a Dios y dejar que Él os instrumente; solo esto es amar verdaderamente a Dios y solo esto es el testimonio firme y rotundo” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Solo al experimentar pruebas dolorosas puedes conocer la hermosura de Dios). Empecé a reflexionar sobre mí mismo después de leer las palabras de Dios. Vi que mi amor por Dios estaba adulterado, y que no me había sometido verdaderamente a Él. Las últimas dos veces que fui arrestado, no me había rendido a Satanás cuando fui torturado, y me había mantenido firme en mi testimonio, así que pensé que tenía estatura, que tenía algo de fe y sumisión por Dios. Pero al ser tentado y atacado por Satanás una y otra vez, se reveló mi verdadera estatura. Ser capaz de mantenerme firme antes no era mi estatura real, era debido a la fe y el coraje que las palabras de Dios me dieron. Esta vez vi que la sabiduría de Dios realmente se ejerce con base en las artimañas de Satanás. Satanás utilizó todo tipo de artimañas para que me arrestaran y me torturaran, para derrotarme a conciencia y conseguir que traicionara a Dios, pero Dios utilizó esas situaciones para ayudarme a ver mis propios defectos y a comprender mis carencias, y mi fe y mi verdadera obediencia se perfeccionaron a través de esos calvarios duraderos. No me sentí tan negativo ni desdichado después de comprender las serias intenciones de Dios, y resolví seguir el ejemplo de Pedro, seguir las orquestaciones de Dios en todo, y sin importar las persecuciones y dificultades que enfrentara, cumplir con mi deber, compartir el evangelio y dar testimonio para Dios.
A lo largo de dos décadas, he sido brutalmente detenido, perseguido y torturado por el Partido Comunista, obligado a huir de mi casa y a ver a mi familia destrozada, y a veces me he sentido débil. Las palabras de Dios me han dado fuerzas una y otra vez, y me han permitido llegar hasta hoy. He experimentado cierto sufrimiento físico a través de estas persecuciones y dificultades, pero me acerqué cada vez más a Dios. También adquirí una comprensión real de la sabiduría, la omnipotencia, el amor y la salvación de Dios. Vi claramente que el Partido Comunista es un demonio satánico contrario a Dios. Me rebelé contra él por completo, lo abandoné y me decidí a seguir a Dios. Agradezco de todo corazón a Dios que haya dispuesto todo esto para mí, permitiéndome obtener los tesoros más preciosos de la vida.
Ahora ya han aparecido varios desastres inusuales, y según las profecías de la Biblia, habrá desastres aún mayores en el futuro. Entonces, ¿cómo obtener la protección de Dios en medio de los grandes desastres? Contáctanos, y te mostraremos el camino.
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