31. La desvergüenza de presumir

Por Xinping, China

Hace un año, me trasladaron a otra iglesia. Para empezar, la verdad es que no encajaba, porque había sido líder en mi iglesia original y mis hermanos y hermanas me tenían en gran estima. Cuando tenían problemas, venían a mí para que los resolviera. Sin embargo, en esta iglesia, los hermanos y las hermanas no me conocían. Me sentía una don nadie, algo muy decepcionante. Pensaba: “Mis resultados en la predicación del evangelio solían ser bastante buenos, así que esta vez, con mi habilidad puedo predicar el evangelio para demostrarles a todos que tengo aptitud y cumplo con el deber con más eficacia que otros, y entonces podré destacar”. Predicaba el evangelio muy activamente en esa época y, pronto, convertí a más de una docena de personas. Me sentía exultante. Cuando veía a mis hermanos y hermanas, no podía evitar presumir de mi experiencia predicando. Decían con envidia: “Para ti es muy fácil predicar el evangelio, pero nosotros no sabemos. Cuando nos reunimos con destinatarios potenciales del evangelio que tienen nociones y que no escuchan, no sabemos cómo enseñarles”. La verdad, yo también solía encontrarme en esta situación. En ciertas ocasiones mi prédica no tenía éxito, pero rara vez hablaba de estos problemas y fracasos, o no los comentaba para nada, por miedo a que, si se enteraban todos, no me consideraran capaz o no tuvieran muy buen concepto de mí. Pensaba: “He de hablar de mis experiencias de éxito predicando el evangelio para que veáis lo bien que cumplo con el deber”. Por tanto, respondía: “No es difícil predicar el evangelio. Cuando me reúno con destinatarios potenciales del evangelio, les enseño así…”. Los hermanos y las hermanas me admiraban muchísimo al oír aquello. Después, cuando alguien tenía familiares o amigos que querían estudiar la obra de Dios en los últimos días, otros les decían: “Que vaya a predicarles Xinping. Mejor la hermana Xinping”. Me alegraba mucho que esta fuera la actitud de todos. Pronto, un líder dispuso que me encargara de la labor de riego de varias iglesias. Esto me volvió aún más orgullosa y creía tener un escenario todavía más grande donde mostrar mis talentos. Cuando mis hermanos y hermanas tenían dificultades para predicar el evangelio o regar a los nuevos fieles, y se echaban atrás o no estaban dispuestos a sufrir y pagar un precio, los alentaba y les hablaba de cómo sufría yo predicando el evangelio. Les decía: “Antes, cuando predicaba el evangelio, a veces hacía más de diez grados bajo cero en invierno y el viento me cortaba la cara como un cuchillo, pero de todos modos yo continuaba predicando. Cuando llovía mucho y el agua corría en profundidad bajo los puentes y se me mojaban los zapatos, escurría el agua de las plantillas, las llevaba en el bolsillo y continuaba yendo a predicar. Una vez, con temperaturas de más de diez grados bajo cero, busqué a una nueva fiel para reunirme con ella, y la esperé fuera más de una hora”. Al enterarse mis hermanos y hermanas, me dieron su beneplácito y me admiraron por ser capaz de sufrir, y eso me alegraba mucho.

Posteriormente, se me puso a cargo de más iglesias. Pensé: “En apenas unos meses me han vuelto a promover. ¿Acaso mis hermanos y hermanas no me tendrán todavía en más estima?”. En aquel tiempo oraba a menudo a Dios y me esforzaba por dotarme de aspectos de la verdad relativos al riego de los nuevos fieles. Poco a poco hallé una senda para avanzar en el deber. A todos los hermanos y las hermanas les parecía útil escuchar mis enseñanzas. Sin darme cuenta, se me empezó a inflar el ego otra vez y comencé a presumir de nuevo en las reuniones. Cuando los hermanos y las hermanas me preguntaban cómo enseñar y corregir las nociones religiosas planteadas por los nuevos, pensaba: “Les hablaré de esto como es debido para que todos vean que entiendo la verdad y que sé resolver problemas”. Les contaba entonces mis ideas y mi experiencia al detalle y, poco a poco, todos me miraban de otra forma. Me escuchaban atentamente en todo. Los hermanos y las hermanas me admiraban allá donde iba, y hasta aquellos que yo no conocía también pedían escuchar mi enseñanza. Más adelante, tomé los problemas habituales de la prédica del evangelio y el trabajo de riego, redacté 17 normas, y las llevaba a las reuniones y hablaba de ellas con los hermanos y las hermanas. Había una hermana cuyo marido era dirigente de la aldea y se oponía a su fe en Dios. Él planteaba muchas preguntas incisivas, nos dificultaba las cosas adrede y me pidió por mi nombre que hablara. Estaba muy nerviosa en ese momento, pero, a base de orar a Dios, refuté cada una de sus preguntas y al final no pudo alegar nada. Después, tomé las preguntas planteadas por él y las incluí en mis preguntas frecuentes sobre la difusión del evangelio. En cada reunión las planteaba y hablaba de ellas con intensidad para que mis hermanos y hermanas supieran que era capaz y prudente, y que sabía resolver problemas. En varias ocasiones tras las reuniones, algunos hermanos y hermanas me preguntaban: “Hermana Xinping, ¿puedes quedarte un día más con nosotros para enseñarnos más cosas?”. Al ver cuánto me admiraban todos, me sentía exultante. Para dar a entender a mis hermanos y hermanas que yo era importante y capaz de sufrir y pagar un precio en el deber, incluso decía con falso descuido: “Me encargo de muchas iglesias y ya tengo una cita en otra. Me esperan muchos hermanos y hermanas. Estoy tan ocupada que no tengo tiempo de descansar”. Al hablar con los hermanos y las hermanas, también comentaba adrede: “Cada vez que voy a una reunión, me lleva el día entero. Una vez se me fracturó la cintura y, la verdad, no aguanto así sentada”. Una hermana lo oyó y, admirada, dijo: “Trabajas mucho, tienes que prestar atención a tu salud”. Como solía presumir de esta forma entre los hermanos y las hermanas, les parecía que era bastante capaz de sufrir y que soportaba una carga en el cumplimiento del deber.

En aquel tiempo me ocupaba con las reuniones y la enseñanza, pero a veces estaba vacía por dentro y no sabía qué enseñar. Sin embargo, ante los ojos expectantes de los hermanos y las hermanas, reflexionaba: “Ahora los hermanos y las hermanas creen que enseño claramente la verdad y todos me admiran. Si les cuento que no sé de qué hablar, ¿no desaparecerá la buena imagen que formé en sus corazones?”. Fingía entonces tranquilidad y les pedía que hablaran ellos primero. Pensaba: “Primero escucharé de qué hablan todos, luego resumiré lo que hayan dicho y compartiré lo que entienda. Así parecerá que he recibido la verdad de forma más amplia y lúcida”. De este modo, los hermanos y las hermanas creían que era yo la que había enseñado a fondo. También decía de forma deliberada: “Por tener este deber, Dios me ha dado un esclarecimiento distinto”. Lo decía para enaltecerme y alardear. Cuando decía esto, los hermanos y las hermanas me admiraraban aún más y se hacían más dependientes de mí. En esa época, sin importar qué problemas se encontraran al predicar el evangelio o regar a los nuevos fieles, los hermanos y las hermanas ya no oraban ni buscaban, sino que esperaban que yo pudiera enseñarles y resolviera sus problemas. Por entonces también reflexionaba que la desgracia les llega a quienes admiran, así como a los que reciben admiración, y me sentía algo incómoda, pero después pensaba: “Lo que enseño trata de cómo entiendo yo la palabra de Dios y muestro unas sendas de práctica a mis hermanos y hermanas. Todo sea para poder lograr resultados en nuestra labor. No tiene nada de malo”. Por ello, apenas pensaba en esas preocupaciones y esa ansiedad, y no me detenía en ellas. No obstante, justo cuando me embargaban la pasión y el entusiasmo por el deber, de pronto recaí en la psoriasis, que no me daba guerra desde hacía varios años. Tenía grandes manchas en piernas, brazos e incluso rostro. Me picaba mucho y me incomodaba tanto que eso afectó las reuniones. Esta vez era peor que antes. Utilicé diversos medicamentos, pero nada me sirvió. Comprendí que mi enfermedad no era casual, que debía de entrañar unas lecciones que aprender. Pero en esa época no me daba cuenta de mi problema.

Posteriormente, fui a ver a unos hermanos y hermanas que predicaban el evangelio para enseñarles y resolver sus problemas. Pensé: “Tengo que hacerlo bien con ellos para demostrarles mi capacidad de trabajo”. Era como una ejecutiva de empresa que presentaba un informe en una reunión. Les enseñé a captar puntos clave que compartir al predicar el evangelio, y a resolver problemas habituales de su predicación. Los hermanos y las hermanas escuchaban atentos. Algunos hasta tomaban continuamente apuntes para no perderse nada de lo que dijera y la hermana anfitriona también se sentó junto a la puerta, escuchaba atenta y de vez en cuando me daba agua. Disfrutaba mucho al ver cuánta importancia le daban a mis enseñanzas. Sin embargo, al mismo tiempo, estaba algo inquieta: “Todo esto solo es mi entendimiento personal, y los errores son inevitables; por tanto, ¿es oportuno que todos escriban lo que yo digo?”. Pero luego reflexioné: “A lo mejor, los hermanos y las hermanas solo quieren anotar algunas buenas sendas de práctica, lo que los ayuda a cumplir con el deber. No puede haber nada de malo en eso”. Al pensarlo de ese modo, decidí dejar que la gente tomara apuntes. En la reunión del día siguiente, una hermana regresó y comentó: “Ayer no tomé notas de las enseñanzas de la hermana Xinping, así que voy a escucharlas de nuevo hoy”. Terminada la reunión, oí que dos hermanas estaban hablando. Dijo una: “¿Lo has grabado?”. La otra hermana se quejó: “¿Por qué no lo has grabado?”. Cuando lo oí, sentí temor: “Si todos consideran mis palabras tan importantes, ¿no estoy atrayendo a la gente a mí?”. Cuanto más lo pensaba, más me asustaba, por lo que me fui a casa y oré a Dios pidiéndole esclarecimiento para poder conocerme a mí misma.

Leí dos pasajes de la palabra de Dios: “La humanidad corrupta es capaz de enaltecerse y dar testimonio de sí misma, de pavonearse, de intentar que la tengan en gran estima y la idolatren. Así reacciona instintivamente la gente cuando la gobierna su naturaleza satánica, lo cual es común a toda la humanidad corrupta. Normalmente, ¿cómo se enaltece y da testimonio de sí misma la gente? ¿Cómo logra este objetivo de hacer que la tengan en gran estima y la idolatren? Da testimonio de cuánto trabajo ha realizado, de cuánto ha sufrido, de cuánto se ha esforzado y el precio que ha pagado. Emplea estas cosas como el capital con el que se enaltece, lo cual le da un lugar superior, más firme y más seguro en la mente de las personas, de modo que son más las que la estiman, admiran, respetan y hasta la veneran, idolatran y siguen. Para lograr este objetivo, la gente hace muchas cosas que en apariencia dan testimonio de Dios, pero en esencia se enaltece y da testimonio de sí misma. ¿Es razonable actuar así? Se salen del ámbito de la racionalidad. Esta gente no tiene vergüenza: da testimonio descaradamente de lo que ha hecho por Dios y de cuánto ha sufrido por Él. Incluso presume de sus dones, talentos, experiencias, habilidades especiales, de sus métodos inteligentes de conducta, de los medios por los que juega con las personas, etcétera. Se enaltece y da testimonio de sí misma alardeando y menospreciando a otras personas. Además, disimula y se camufla para ocultar sus debilidades, defectos y deficiencias a los demás y que estos solo lleguen a ver su brillantez. Ni siquiera se atreve a contárselo a otras personas cuando se siente negativa; le falta valor para abrirse y hablar con ellas, y cuando hace algo mal, se esfuerza al máximo por ocultarlo y encubrirlo. Nunca habla del daño que ha ocasionado al trabajo de la iglesia en el cumplimiento del deber. Ahora bien, cuando ha hecho una contribución mínima o conseguido un pequeño éxito, se apresura a exhibirlo. No ve la hora de que el mundo entero sepa lo capaz que es, el alto calibre que tiene, lo excepcional que es y hasta qué punto es mucho mejor que las personas normales. ¿No es esta una manera de enaltecerse y dar testimonio de sí misma?(La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 4: Se enaltecen y dan testimonio de sí mismos). “Todos los que recorren la senda de los anticristos se exaltan y dan testimonio para sí mismos, se promueven a sí mismos, se lucen en cada oportunidad y no se preocupan por Dios en absoluto. ¿Habéis experimentado vosotros estas cosas de las que hablo? Muchas personas dan testimonio de sí mismas persistentemente, hablan de que han sufrido esto y lo otro, de cuánto trabajan, cuánto Dios las valora y les confía tal trabajo, y cómo son; usan tonos particulares al hablar y emplean ciertos modos, hasta que, al final, otros probablemente comiencen a pensar que son Dios. El Espíritu Santo hace mucho que ha abandonado a quienes alcanzan este nivel, y aunque tal vez no hayan sido descartados o expulsados, sino que se los deja para que presten servicio, su destino ya está sellado y solo están esperando su castigo(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Las personas le ponen demasiadas exigencias a Dios). La palabra de Dios revelaba mi estado con precisión. Solía enaltecerme y presumir de esta forma. Cuando empecé en esta iglesia, me sentía desconocida e insignificante, por lo que consideraba la predicación del evangelio una ocasión para que los hermanos y las hermanas me admiraran y elogiaran. Para demostrar a todos mi capacidad de trabajo y que me miraran con otros ojos, no hablaba de mis experiencias de fracaso. En cambio, hablaba mucho de cómo predicaba el evangelio, de a cuántos había convertido y de cómo resolvía problemas difíciles, para crear una falsa imagen ante la gente y hacerle creer que yo entendía la verdad y podía resolver sus problemas. A medida que me promovían, quería que más gente tuviera muy buen concepto de mí y un hueco para mí en su corazón, así que siempre les contaba a mis hermanos y hermanas lo ocupada que estaba y el sufrimiento que soportaba, pero mantenía los labios sellados sobre mi debilidad y mi corrupción para hacer creer a la gente que realmente buscaba la verdad, pagaba un precio y soportaba cargas en el deber. ¿Esto no era engañar a mis hermanos y hermanas? El gran dragón rojo pregona constantemente su imagen de “grande, glorioso y correcto” para que lo admiren y sigan, pero, a todos los efectos, encubre las maldades que comete en secreto para engañar a los pueblos del mundo. ¿Qué diferencia había entre lo que yo hacía y el gran dragón rojo? Dios me dio dones y talentos para difundir el evangelio, de manera que pusiera mi granito de arena para expandir su alcance y llevar a más gente ante Dios para que recibiera Su salvación. Pero yo utilizaba estos dones y talentos como capital para presumir y exhibirme en todos lados, y gozaba del respeto y la idolatría de mis hermanos y hermanas hacia mí. Qué desvergonzada. Como me enaltecía y presumía constantemente, todos ellos me admiraban y no oraban a Dios ni buscaban la verdad cuando tenían problemas, sino que buscaban hablar conmigo y estar a mi alrededor. ¡Me oponía a Dios! Al pensarlo sentí mucho miedo. Me arrodillé ante Dios y lloré mientras oraba: “Dios mío, me enaltecía y presumía para que me idolatraran. Iba por la senda de oposición a Ti. Deseo arrepentirme”.

Después hice introspección. ¿Por qué, si tenía claro que la luz de mi enseñanza era el esclarecimiento del Espíritu Santo, seguía presumiendo y exhibiéndome involuntariamente? Leí en la palabra de Dios: “Algunas personas idolatran de manera particular a Pablo: les gusta salir a pronunciar discursos y hacer obra, les gusta reunirse y predicar; les gusta que los demás las escuchen, que las adoren y las rodeen. Les gusta ocupar un lugar en el corazón de los demás y aprecian que otros valoren la imagen que muestran. Analicemos su naturaleza a partir de estos comportamientos. ¿Cuál es su naturaleza? Si de verdad se comportan así, entonces basta para mostrar que son arrogantes y engreídos. No adoran a Dios en absoluto; buscan estatus elevado y desean tener autoridad sobre otros, poseerlos, y ocupar un lugar en sus corazones. Esta es la imagen clásica de Satanás. Los aspectos de su naturaleza que más destacan son la arrogancia y el engreimiento, la negativa a adorar a Dios, y un deseo de ser adorados por los demás. Tales comportamientos pueden darte una visión muy clara de su naturaleza(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Cómo conocer la naturaleza del hombre). “Cuando las personas se vuelven arrogantes en naturaleza y esencia, pueden a menudo desobedecer a Dios y oponerse a Él, no prestar atención a Sus palabras, generar nociones acerca de Él, hacer cosas que lo traicionan y que las enaltecen y dan testimonio de sí mismas. Dices que no eres arrogante, pero supongamos que te entregaran una iglesia y te permitieran dirigirla; supongamos que Yo no tratara contigo ni nadie de la casa de Dios te criticara o ayudara, tras liderarla durante un tiempo, pondrías a la gente a tus pies y harías que se sometiera a ti incluso hasta el punto de admirarte y venerarte. ¿Y por qué habrías de hacer eso? Esto vendría determinado por tu naturaleza; no sería sino una revelación natural. No tienes necesidad alguna de aprender esto de otros, ni ellos tienen necesidad de enseñártelo. No es preciso que te lo impongan o te obliguen a hacerlo. Este tipo de situación surge de manera natural. Todo lo que haces es para que la gente te enaltezca, te alabe, te idolatre, se someta a ti y te haga caso en todo. Permitirte ser un líder hace surgir de manera natural esta situación, y eso no se puede cambiar. ¿Y cómo surge esta situación? Está determinada por la naturaleza arrogante del hombre. La manifestación de la arrogancia consiste en la rebelión contra Dios y la oposición a Él. Cuando las personas son arrogantes, engreídas y santurronas tienden a establecer sus propios reinos independientes y a hacer las cosas de cualquier manera que quieran. También traen a otras personas a sus manos y a sus brazos. Que la gente pueda hacer cosas así de arrogantes solo demuestra que la esencia de su naturaleza arrogante es la de Satanás, la del arcángel. Cuando su arrogancia y engreimiento alcanzan cierto nivel, ya no lleva a Dios en el corazón y lo deja de lado. Desea entonces ser Dios, hacer que la gente la obedezca, y se convierte en el arcángel. Si tienes una naturaleza satánica así de arrogante, no llevas a Dios en el corazón. Aunque creas en Dios, Él ya no te reconoce, te considera malhechor y te descartará(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Una naturaleza arrogante es la raíz de la resistencia del hombre a Dios). En las palabras de Dios descubrí que mi naturaleza era muy arrogante y engreída. Igual que Pablo, me gustaba que me idolatraran y admiraran. Al principio solo quería cumplir correctamente con el deber, pero me controlaba mi naturaleza arrogante y engreída, por lo que presumía y me exhibía involuntariamente. Aunque sabía que mis palabras contenían mis intenciones y propósitos personales, nunca podía controlar mis ambiciones y deseos. Siempre quería admiración y elogios. De niña, mi familia me mimó con atenciones, y de mayor emprendí un negocio y me convertí en una conocida empresaria de nuestra zona. En casa y en el trabajo, siempre tenía la última palabra. Allá donde fuera recibía los elogios y el aprecio de los demás y disfrutaba de la sensación de ser la estrella más brillante del firmamento y ganarme el respeto de todos. Cuando empecé a creer en Dios, nunca estaba satisfecha con ser corriente y desconocida en la iglesia. Siempre buscaba la ocasión de que me admiraran y respetaran los demás. La naturaleza de Pablo era especialmente arrogante y siempre quería que lo idolatraran y tuvieran en gran estima, así que presumía de cuánto trabajaba y cuánto sufrimiento padecía allá donde iba. Nunca daba testimonio de Cristo en sus epístolas. Por el contrario, se enaltecía bajo la consigna de ayudar a la iglesia y después, desvergonzadamente, daba testimonio de que vivía como Cristo. Esto hizo que los creyentes lo idolatraran, lo enaltecieran, lo utilizaran como referente y llegaran a considerar sus palabras como palabras de Dios hasta el punto de que hoy, 2000 años más tarde, muchos líderes religiosos se aferran a las palabras de Pablo y por lo tanto se niegan a aceptar la obra de Dios de los últimos días. Pablo atrajo al pueblo ante sí, lo que ofendió el carácter de Dios, que lo castigó. Yo también era arrogante y engreída y vivía en función de ideas y puntos de vista como “el hombre lucha hacia arriba; el agua fluye hacia abajo” y “destácate del resto”. Siempre quería estar por encima de los demás, presumir y exhibir mi talento. Por ello, los hermanos y las hermanas me escuchaban solo a mí cuando les pasaban cosas, aceptaban lo que dijera, pensaban en el modo de arreglarlo cuando no habían anotado todas mis enseñanzas y hasta me grababan; consideraban mis palabras más importantes que las de Dios. Ni siquiera entonces supe hacer introspección. En cambio, me sumergí en el placer de ser admirada. ¡Qué arrogante y desvergonzada! No conocía mi propia identidad. No entendía que era un ser creado, un ser humano corrompido por Satanás. Me subí desvergonzadamente a un pedestal. Quería un hueco en el corazón de los demás, que me escucharan y respaldaran. Y como no dejaba de presumir, sí tenía un hueco en el corazón de mis hermanos y hermanas. Cuanto más me admiraban, más se alejaban de Dios. Recordé el primer decreto administrativo de la Era del Reino: “El hombre no debe magnificarse ni exaltarse a sí mismo. Debe adorar y exaltar a Dios(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Los diez decretos administrativos que el pueblo escogido de Dios debe obedecer en la Era del Reino). Dios creó a las personas, así que debemos adorarlo y considerarlo por encima de todo, pero yo hacía que la gente me admirara y considerara por encima de todo. ¿No estaba infringiendo este decreto administrativo? En ese momento tuve mucho miedo. Comprendí la gravedad de presumir para que me idolatraran y tuvieran en gran estima. Si continuaba así, ¡sin duda iría al infierno y sería castigada como Pablo! Padecer esta enfermedad hoy era la disciplina de Dios. Con la enfermedad me advertía de que me había descarriado. ¡Así me salvaba Dios!

Más tarde recordé un pasaje de la palabra de Dios: “Aunque Dios dice que Él es el Creador y que el hombre es Su creación, algo que podría insinuar que hay una ligera diferencia de rango, la realidad es que todo lo que Dios ha hecho por la humanidad supera por mucho a una relación de esta naturaleza. Dios ama a la humanidad, cuida de ella, y muestra preocupación por ella; provee, asimismo, constante e incesantemente para la humanidad. Él nunca siente en Su corazón que esto sea un trabajo adicional o algo que merezca mucho mérito. Tampoco estima que salvar a la humanidad, proveer para ella, y concederle todo, sea hacer una gran contribución a la humanidad. Él simplemente provee para la humanidad de forma tranquila y silenciosa, a Su manera y por medio de Su propia esencia, y de lo que Él es y tiene. No importa cuánta provisión y cuánta ayuda reciba la humanidad de Él, Dios nunca piensa en eso ni intenta obtener mérito. Esto viene determinado por Su esencia, y es también precisamente una expresión verdadera de Su carácter(La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. La obra de Dios, el carácter de Dios y Dios mismo I). Dios es el Creador y, para salvar a las personas de la esclavitud de Satanás, se encarnó para obrar entre la gente y soportó su condena y su difamación. Dios lo sacrificó todo por la humanidad, pero jamás presumió. Ni siquiera al relacionarse con la gente alardeó de Su identidad como Dios. En silencio, nos proveyó de la verdad y la vida. Descubrí que la esencia de Dios es hermosa y buena y que Él es humilde y oculto, que no tiene arrogancia ni orgullo. Mientras tanto, yo era una persona corrompida por Satanás, carente de cualquier verdad. Sin embargo, era increiblemente arrogante. Cuando lograba lo más mínimo en mi deber, alardeaba de ello, era ostentosa dondequiera que fuera, con tal de ganarme la admiración y el aprecio de la gente. Era demasiado desvergonzada, y demasiado repugnante y vil a ojos de Dios. Me presenté ante Dios a orar: “Dios mío, ya no deseo presumir más. Deseo arrepentirme. Te pido que me guíes y me muestres una senda para corregir mi carácter corrupto”.

Leí dos pasajes de la palabra de Dios: “¿Qué manera de actuar es no enaltecerse y dar testimonio de uno mismo? En el mismo asunto, si quieres presumir y dar testimonio de ti mismo, aquello que digas provocará que algunas personas te tengan en alta estima y te veneren. Pero si eres abierto y sincero con tu autoconocimiento, la naturaleza de lo que dices es diferente. ¿Acaso no es esto cierto? Cualquier persona con una humanidad normal debería tener la capacidad de ser abierta y sincera con su autoconocimiento. Esto es algo positivo. Si realmente te conoces a ti mismo y hablas de tu estado de forma exacta, genuina y precisa; si hablas con una comprensión que se ajusta completamente a las palabras de Dios; si los que te escuchan son edificados y se benefician; y si das testimonio de la obra de Dios y lo glorificas, eso significa dar testimonio de Dios. Si hablas abiertamente y con franqueza, mencionando tus muchos atributos y hablando largo y tendido sobre cómo has sufrido, pagado el precio y te has mantenido firme en tu testimonio, de modo que la gente tiene una alta opinión de ti y te venera, eso es dar testimonio de ti mismo. En este caso, hay que saber distinguir entre los dos tipos de testimonio. Por ejemplo, explicar lo débil y negativo que fuiste al enfrentarte a las pruebas, pero cómo, después de orar y buscar la verdad, finalmente comprendiste la voluntad de Dios, ganaste fe y fuiste capaz de mantenerte firme en tu testimonio: eso es exaltar a Dios y dar testimonio de Él. Tal práctica no supone en absoluto hacer alarde y dar testimonio de ti mismo. Por tanto, el hecho de que uno haga alarde y dé testimonio de sí mismo depende sobre todo de si ha experimentado realmente lo que dice, y de si se puede lograr el efecto del testimonio de Dios. También es necesario examinar cuáles son tus intenciones y objetivos cuando hablas de tu testimonio vivencial. Todas estas cosas hacen que sea fácil percibir la diferencia. Si tienes la intención correcta cuando das testimonio, incluso si la gente tiene una alta opinión de ti y te venera, eso no es realmente un problema. Si tienes la intención equivocada, aunque nadie tenga una alta opinión de ti o te venere, eso es un problema, y si la gente tiene una alta opinión de ti y te venera, eso es incluso un problema mayor. Por lo tanto, no se puede depender únicamente de los resultados para determinar si una persona se exalta y da testimonio de sí misma. La intención es lo más importante, y la forma correcta de hacer la distinción se basa en la intención. Si se hace esa distinción en función de los resultados, es fácil tratar injustamente a las personas buenas. Algunas personas son especialmente auténticas a la hora de dar testimonio, y otros tienen una gran opinión de ellas y las veneran. ¿Puedes decir que esas personas que han dado testimonio lo hacían de sí mismas? No. Esas personas que dieron testimonio no son un problema. El testimonio que dan y el deber que cumplen benefician a otras personas, y tan solo los ignorantes que tienen una comprensión distorsionada veneran a las personas. La clave para distinguir si las personas se exaltan y dan testimonio de sí mismas o no es la intención del que habla. Si tu intención es mostrar a todo el mundo cómo se evidenció tu corrupción, cómo has cambiado, y permitir que otros se beneficien de ello, entonces tus palabras son sinceras y verdaderas y se ajustan a los hechos. Tales intenciones son correctas y no estás haciendo alarde o dando testimonio de ti mismo. Si tu intención es mostrar a todo el mundo que tienes experiencias reales, y que has cambiado y poseído la realidad verdad, para así ganarte su admiración y veneración, entonces tales intenciones son falsas. Eso es hacer alarde y dar testimonio de ti mismo. Si el testimonio vivencial del que hablas es falso, si se enmienda y está diseñado para engañar a la gente, para impedir que vean tu verdadero estado, para evitar que tus intenciones, tu corrupción, tu debilidad o tu negatividad se revelen a los demás, entonces tales palabras son engañosas y tramposas. Esto es falso testimonio, esto es engañar a Dios, esto trae vergüenza a Dios, y Él lo desprecia más que nada. Hay claras diferencias entre estos estados, que se diferencian en base a la intención(La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 4: Se enaltecen y dan testimonio de sí mismos). “Cuando deis testimonio de Dios, principalmente debéis hablar de cómo Él juzga y castiga a las personas, y de las pruebas que utiliza para refinar a las personas y cambiar su carácter. También debéis hablar de cuánta corrupción se ha revelado en vuestra experiencia, de cuánto habéis sufrido, de cuántas cosas hicisteis por resistiros a Dios y de cómo Él os conquistó finalmente. Debéis hablar de cuánto conocimiento real de la obra de Dios tenéis y de cómo debéis dar testimonio de Dios y retribuirle Su amor. Debéis poner sustancia en este tipo de lenguaje, al tiempo que lo expresáis de una manera sencilla. No habléis sobre teorías vacías. Hablad de una manera más práctica; hablad desde el corazón. Esta es la manera en la que debéis experimentar las cosas. No os equipéis con teorías vacías aparentemente profundas en un esfuerzo por alardear; eso hace que parezcáis arrogantes e irracionales. Debéis hablar más sobre cosas reales a partir de vuestra verdadera experiencia y hablar más de corazón; esto es lo más beneficioso para los demás y es lo más apropiado de ver(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo buscando la verdad puede uno lograr un cambio en el carácter). En las palabras de Dios comprendí que, si quería dejar de enaltecerme y de dar testimonio de mí misma, me haría falta vivir en presencia de Dios a menudo, tener un corazón pío y temeroso de Él, sincerarme ante mis hermanos y hermanas, desvelar y analizar conscientemente mi corrupción y hablar de mis experiencias reales. Cuando quisiera enaltecerme y dar testimonio de mí, tendría que renunciar a mí misma y corregir mis intenciones. Tendría que exponer y analizar más a menudo mi corrupción y rebeldía y hablar de mi conocimiento de Dios tras experimentar Su juicio, Su castigo, Sus pruebas y Su refinación, y del conocimiento que tenía de mi carácter y mi esencia corruptos. Debía hablar más de corazón para que mis hermanos y hermanas vieran mi versión auténtica. Cuando ya tuve una senda de práctica, en las reuniones con los hermanos y las hermanas revelé la totalidad de mi corrupción expuesta y mi entendimiento de mí misma en esta época, y les conté que la poquita luz de mis enseñanzas provenía exclusivamente del esclarecimiento del Espíritu Santo, no de mi estatura real. No sabría hacer nada sin la guía de Dios. Los hermanos y las hermanas también se dieron cuenta de que estuvo mal que me idolatraran y admiraran y me dijeron que, en lo sucesivo, ya no admirarían a nadie. Señalaron que orarían a Dios y buscarían los principios verdad cuando tuvieran problemas, a fin de recibir esclarecimiento del Espíritu Santo. Luego, cuando estaba en las reuniones y me topaba con problemas que no entendía, era capaz de renunciar a mi ego y buscar abiertamente en comunión con los hermanos y las hermanas. Todos hablaban de lo que habían aprendido y entendido, en parte cosas que yo aún no había aprendido, lo que me ayudó mucho. Mis hermanos y hermanas ya no me idolatraban como lo habían hecho antes, y cuando descubrían algún problema en mí, podían señalármelo directamente. Cuando tuve deseos de enaltecerme y presumir de nuevo, oré a Dios, acepté Su examen y, al mismo tiempo, me sinceré con mis hermanos y hermanas, les dí a conocer mi corrupción y mis defectos, y acepté que me supervisaran. Me sentía segura y tranquila practicando así y, además, probé el dulzor de practicar la verdad. Cuando reparé en mi naturaleza arrogante y en la senda equivocada que había tomado, y cuando me arrepentí ante Dios, la psoriasis fue desapareciendo y me recuperé poco a poco.

Tras experimentar la disciplina y reprensión de Dios, descubrí que Su carácter justo es muy vivo y real, y vi el amor real de Dios. Todo lo que Él hace es para salvarme de las ataduras de mi carácter corrupto satánico. La disciplina y la reprensión de Dios fueron lo que me impidió seguir haciendo el mal y me alejó del borde del peligro. ¡Gracias a Dios!

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