73. Lo que elegí entre mis estudios y mi deber
Hasta donde me acuerdo, mis padres nunca se llevaron bien. Las peleas formaban parte de su rutina y, a veces, mi papá pegaba a mi mamá. Mi madre tuvo que vivir así durante años por mi hermano y por mí. Se pasó media vida criándonos, por lo que su amor por nosotros me parecía verdaderamente grande y creía que, de mayor, tenía que honrarla. Mi madre aceptó después la obra de Dios de los últimos días y luego nos compartió el evangelio a mi hermano y a mí. Solíamos reunirnos a bailar y cantar himnos de alabanza a Dios y yo estaba contentísima, pero mi madre no buscaba mucho la verdad y cada vez venía menos a reunirse a leer la palabra de Dios. Los siguientes años, mi padre aún solía discutir con mi madre y golpearla, hasta que acabaron divorciándose. Tras el divorcio, mi madre trabajaba para pagar el alquiler y mi formación, lo que me entristecía mucho. Me prometí que estudiaría mucho, encontraría un buen empleo, le compraría una casa a mi mamá y permitiría que viviera el resto de su vida más feliz. Creía que era mi deber como hija. Posteriormente, me reunía y leía mucho menos la palabra de Dios para poder centrarme en los estudios. Les dedicaba todo mi tiempo y energía.
En septiembre de 2019 entré en una escuela profesional en otra provincia. Estudiaba mucho a diario, con la esperanza de pasar a la universidad y a un posgrado para poder darle una vida mejor a mi madre. Pero la vida en el campus me decepcionó mucho. Aquellos a quienes se les daba bien dar coba a los profesores se ganaban su favor, así que sus notas siempre eran más altas en los exámenes, pero aquellos realmente capaces no obtenían notas tan altas si no eran unos aduladores. Compañeros que parecían llevarse bien charlando, riendo y sonriendo juntos se daban puñaladas por la espalda y se volvían distintos cuando se daban la vuelta. Algunos hasta se manejaban en público sin sentido de la vergüenza. La vida en el campus me deprimía mucho y no aguantaba ni un día más, pero, al pensar que le había prometido a mi madre que estudiaría mucho, cambiaría el mundo y no la decepcionaría, no tuve más remedio que resistir.
Después, cuando fui a casa en las vacaciones de invierno de 2020, mi tía me enseñó la palabra de Dios y me mostró un video titulado “Aquel que tiene la soberanía sobre todas las cosas”. ¡Este video me estremeció en lo más hondo! Me hizo percibir la omnipotente soberanía de Dios, que Él es el Señor del destino de la humanidad y que siempre ha guiado el desarrollo de aquella. Pensé en los desastres, que van a peor, en la pandemia y en que la obra de Dios estaba a punto de acabar, pero, como estaba estudiando, no cumplía con un deber y no podía ni participar en la vida de iglesia. Al final no alcanzaría la verdad, perecería en los desastres y sería castigada. La enseñanza de mi tía sobre la palabra de Dios me ayudó, sustentó y conmovió. Comprendí que Dios siempre había estado conmigo, y quería asistir a más reuniones y cumplir con mi deber en la iglesia.
Un día, en mis devociones, leí un par de pasajes de la palabra de Dios. Dios Todopoderoso dice: “Desde el momento en el que llegas llorando a este mundo, comienzas a cumplir tu deber. Para el plan de Dios y Su ordenación, desempeñas tu papel y emprendes tu viaje de vida. Sean cuales sean tus antecedentes y sea cual sea el viaje que tengas por delante, nadie puede escapar de las orquestaciones y disposiciones de Cielo y nadie tiene el control de su propio destino, pues solo Aquel que gobierna sobre todas las cosas es capaz de llevar a cabo semejante obra. Desde el día en el que el hombre comenzó a existir, Dios siempre ha obrado de esta manera, gestionando el universo, dirigiendo las reglas del cambio para todas las cosas y la trayectoria de su movimiento. Como todas las cosas, el hombre, silenciosamente y sin saberlo, es alimentado por la dulzura, la lluvia y el rocío de Dios. Como todas las cosas, y sin saberlo, el hombre vive bajo la orquestación de la mano de Dios” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Dios es la fuente de la vida del hombre). “Ni uno solo de esta humanidad a quien Dios cuida día y noche toma la iniciativa de adorarlo. Dios simplemente continúa obrando en el hombre —sobre el cual no tiene expectativas— tal y como lo planeó. Lo hace así con la esperanza de que, un día, el hombre despierte de su sueño y, de repente, comprenda el valor y el significado de la vida, el precio que Dios pagó por todo lo que le ha dado y la ansiedad con la que Dios espera que el hombre regrese a Él” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Dios es la fuente de la vida del hombre). Me emocioné mucho al meditar la palabra de Dios. Recordé que había aceptado la obra de Dios de los últimos días con mi madre cuando era pequeña, pero que, por mis estudios, había dejado de ir a reuniones y de leer la palabra de Dios, lo que me alejó cada vez más de Él. Justo cuando pensaba que mi vida iba a continuar así, de pronto había venido mi tía a leerme la palabra de Dios y a mostrarme un video evangélico. Me resultaba obvio que Dios lo había dispuesto. Mi destino siempre ha estado en manos de Dios. Desde que nací he vivido bajo Su soberanía y Su predestinación. Aunque, por el camino, me aparté de Dios, Él dispuso personas y circunstancias que despertaron mi espíritu y me llevaron de vuelta a Su casa. Contemplé Su amor y protección. Oí una vez más las palabras de Dios y no podía rebelarme contra Él ni herirlo de nuevo. Quería creer sinceramente en Dios y cumplir con el deber de un ser creado.
Pero no podía dejar de preguntarme: ¿Cuáles son el valor y el sentido verdaderos de la vida? ¿Acaso el afán por los diplomas y los títulos? Mientras meditaba al respecto, recordé la palabra de Dios. “Una vez que alguien está atascado en la fama y la ganancia, deja de buscar lo que es brillante, lo justo o esas cosas que son hermosas y buenas. Esto se debe a que el poder seductor que la fama y la ganancia tienen sobre las personas es demasiado grande; se convierten en cosas que las personas persiguen durante toda su vida, y hasta por toda la eternidad sin fin. ¿No es esto verdad? Algunos dirán que aprender conocimiento no es más que leer libros o aprender unas cuantas cosas que todavía no saben, como para no quedarse atrasados en el tiempo o que el mundo no los deje atrás. El conocimiento solo se aprende para poder poner comida en la mesa, para su propio futuro o para proveer las necesidades básicas. ¿Hay alguien que podría soportar una década de duro estudio solo para las necesidades básicas, para resolver tan solo la cuestión de la comida? No, no hay nadie así. ¿Para qué sufre una persona estas dificultades por todos estos años? Es por la fama y la ganancia. La fama y la ganancia les esperan en la distancia, llamándoles, y creen que solo por su propia diligencia, sus dificultades y su lucha podrán seguir ese camino que les llevará a lograr fama y ganancia. Una persona así debe sufrir estas dificultades por su propia senda futura, para su disfrute futuro y para obtener una vida mejor. ¿Qué diantres es este conocimiento, me lo podéis decir? ¿No es las reglas y filosofías de vida que Satanás infunde en el hombre, como ‘Ama al partido, ama al país y ama tu religión’ y ‘El hombre sabio se somete a las circunstancias’? ¿Acaso no son los ‘ideales elevados’ de la vida que Satanás infunde en el hombre? Tomad, por ejemplo, las ideales de grandes personas, la integridad de los famosos o el valiente espíritu de personajes heroicos, o la caballerosidad y la amabilidad de los protagonistas y los espadachines de las novelas de artes marciales, ¿no son estas todas las maneras en las que Satanás infunde estos ideales? Estas ideas influyen a una generación tras otra, y las personas en cada generación son llevadas a aceptarlas. Luchan constantemente en la búsqueda de ‘ideales elevados’ por los que incluso sacrificarán su vida. Este es el medio y el enfoque a través de los cuales Satanás utiliza el conocimiento para corromper a las personas. Así pues, una vez que Satanás conduce a las personas hacia esta senda, ¿son ellas capaces de obedecer y adorar a Dios? ¿Y son capaces de aceptar Sus palabras y buscar la verdad? Por supuesto que no, porque Satanás las ha extraviado. Veamos nuevamente el conocimiento, los pensamientos y las opiniones que Satanás infunde en la gente: ¿estas cosas contienen las verdades de la obediencia a Dios y la adoración de Dios? ¿Están presentes las verdades de temer a Dios y apartarse del mal? ¿Están las palabras de Dios? ¿Hay algo en ellos que se relacione con la verdad? En absoluto, tales cosas están totalmente ausentes” (La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. Dios mismo, el único VI). Con la palabra de Dios entendí que Satanás inculca sus ideas a la gente haciéndole adquirir conocimientos constantemente, y que hace que la gente quiera destacar y honrar su apellido. La convence de que su destino está en sus manos y de que el conocimiento puede ayudarla a cambiarlo. Al vivir en función de estas ideas, la gente desafía a Dios, con lo que se aleja cada vez más de Él. Cuando estudiábamos, los profesores solían advertirnos: “Si quieren que les vaya bien, les harán falta un grado y un posgrado. Esto es lo que demostrará que tienen capacidad”. Tras admitir estas ideas, empecé a pensar en mejorar mis destrezas, me inscribí en certámenes y me preparé unos exámenes de certificación profesional. Creía que así podría cambiar mi destino. Sin embargo, con mi obcecado empeño académico y mi firme deseo de destacar por mi formación y mi conocimiento, mi corazón se había alejado poco a poco de Dios. Dejé de leer la palabra de Dios y rara vez oraba. No era distinta de una incrédula. Vi que no comprendía la verdad y que siempre había anhelado destacar estudiando y adquiriendo conocimiento. Hasta entonces no descubrí que el afán por el conocimiento es una forma en que Satanás nos corrompe y extravía y que, cuanto más buscamos el conocimiento, más nos alejamos de Dios y nos resistimos a Él. Al pensar en esta consecuencia, comencé a revaluar la senda que había elegido.
Un día leí un pasaje de la palabra de Dios: “Como miembros de la raza humana y cristianos devotos, es responsabilidad y obligación de todos nosotros ofrecer nuestra mente y nuestro cuerpo para el cumplimiento de la comisión de Dios, porque todo nuestro ser vino de Él y existe gracias a Su soberanía. Si nuestras mentes y nuestros cuerpos no son para la comisión de Dios ni para la causa justa de la humanidad, nuestras almas se sentirán indignas de aquellos que fueron martirizados por causa de la comisión de Dios, y aún más indignas de Dios, que nos ha provisto todo” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Apéndice II: Dios preside el destino de toda la humanidad). Tras leer la palabra de Dios me embargó un gran sentido de la responsabilidad. El hombre fue creado por Dios. Creer en Dios, adorarlo y cumplir con el deber de un ser creado son cosas correctas y naturales. También son cosas honorables. La voluntad de Dios es que prediquemos Su evangelio y llevemos a más gente ante Él para que acepte Su salvación. Tuve la suerte de recibir la obra de Dios primero, por lo que pensé que debía escuchar Su voluntad y asumir esta responsabilidad. No cumplir con el deber es realmente rebelde y te hace indigna de vivir en esta tierra. Solo al cumplir el deber de un ser creado se nos puede denominar humanos. Por esa época oí un himno de la palabra de Dios titulado “Lo que los jóvenes deben buscar”. En él hay unas estrofas que dicen: “Las personas jóvenes no deberían carecer de la determinación para ejercer el discernimiento en los asuntos ni para buscar la justicia y la verdad. Deberíais ir tras todas las cosas bellas y buenas, y obtener la realidad de todas las cosas positivas. Deberíais ser responsables de vuestra vida y no tomárosla a la ligera” (Seguir al Cordero y cantar nuevos cánticos). Las palabras de Dios me dieron una senda de práctica. Como persona, debía buscar la verdad, cumplir el deber de un ser creado y llevar una vida con sentido. Tenía que responsabilizarme de mi vida. No quería seguir estudiando. Quería cumplir con mi deber en la iglesia.
Luego le conté a mi mamá lo que sentía. Estaba furiosa. Me dijo: “Me he gastado mucho en tu formación a lo largo de los años para darte un futuro mejor y para que, cuando te gradúes y consigas un buen empleo, eso dé una buena imagen de mí. Digas lo que digas, no permitiré que dejes los estudios. Solo pienso en lo mejor para ti”. Me enojé mucho con esto que dijo mi mamá. No esperaba que reaccionara así. Sin embargo, a su vez, estaba confundida y no podía olvidarme de todo lo que ella me había dado. Si decidía cumplir con un deber, la decepcionaría y defraudaría, pero si seguía estudiando y renunciaba a mi fe y mi deber, me sentiría culpable, y tampoco quería vivir así. Pese a estar vacilante, insistí en dejar de estudiar. En vista de que me había decidido, ella accedió a acompañarme al trámite de baja. No obstante, en la escuela, el orientador me dijo: “Por favor, piénsalo bien. Dentro de un año te habrás graduado y, una vez que tengas el título, podrás hacer lo que quieras. Has de saber que cuesta mucho más conseguir empleo sin un título…”. Ante mi indiferencia, mi madre me dijo con sinceridad: “Por favor, sigue estudiando. Tengo muchísimas esperanzas en ti. No tienes que preocuparte por el dinero. Yo siempre te pagaré los estudios. Como tu papá y yo nos hemos divorciado, no me quedas más que tú. Eres mi única esperanza…”. Mi madre lloraba mientras lo decía. Me afectó mucho que mi madre llorara de angustia. Pensé: “Solamente me falta un año para graduarme. ¿Me saco el título? Si empiezo en mi deber tras graduarme, mi madre no se opondrá”. Así pues, cedí y opté por seguir estudiando. Pero, mientras estudiaba, no podía cumplir con mi deber y me sentía muy culpable. Por ello, oré a Dios: “Dios mío, soy muy débil y no sé cómo recorrer la senda que tengo por delante. Por favor, guíame”.
Un día leí un pasaje de la palabra de Dios. “Debido al condicionamiento de la cultura tradicional china, los chinos creen que uno debe cumplir con la devoción filial hacia sus padres. Aquel que no cumple con la devoción filial es mal hijo. Al pueblo le han inculcado estas ideas desde la infancia y se enseñan en prácticamente todos los hogares, así como en todas las escuelas y en la sociedad en general. Cuando a una persona le han llenado la cabeza de esas cosas, piensa: ‘La devoción filial es más importante que nada. Si no cumpliera con ella, no sería buena persona; sería mal hijo y la sociedad me reprendería. Sería una persona carente de conciencia’. ¿Es correcto este punto de vista? La gente ha visto todas las verdades expresadas por Dios; ¿acaso Él ha exigido que uno demuestre devoción filial hacia sus padres? ¿Es esta una de las verdades que los creyentes en Dios deben comprender? No, no lo es. Dios solo ha comunicado sobre ciertos principios. ¿Según qué principio piden las palabras de Dios que la gente trate a los demás? Ama lo que Dios ama y odia lo que Dios odia. Ese es el principio al que hay que atenerse. Dios ama a los que buscan la verdad y son capaces de seguir Su voluntad. Esas son también las personas a las que debemos amar. Aquellos que no son capaces de seguir la voluntad de Dios, que odian a Dios y se rebelan contra Él, son personas despreciadas por Dios, y nosotros también debemos despreciarlas. Esto es lo que Dios pide del hombre. Si tus padres no creen en Él, si saben perfectamente que la fe en Dios es la senda correcta y que puede conducir a la salvación, y sin embargo siguen sin estar receptivos, entonces no cabe duda de que son personas hartas de la verdad, que la odian, y no hay duda de que son los que se resisten a Dios y lo odian. Y Él naturalmente los aborrece y desprecia. ¿Podrías despreciar a esos padres? Son susceptibles de oponerse a Dios y de agraviarlo, en cuyo caso, seguramente son demonios y satanases. ¿Podrías aborrecerlos y maldecirlos también? Todas estas son preguntas reales. Si tus padres te impiden creer en Dios, ¿cómo debes tratarlos? Tal y como pide Dios, debes amar lo que Dios ama y odiar lo que Dios odia. Durante la Era de la Gracia, el Señor Jesús dijo: ‘¿Quién es mi madre, y quiénes son mis hermanos?’ ‘Porque cualquiera que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre’. Estas palabras ya existían en la Era de la Gracia, y ahora las palabras de Dios son incluso más claras: ‘Ama lo que Dios ama, y odia lo que Dios odia’. Estas palabras van directas al grano, pero las personas son a menudo incapaces de apreciar su verdadero sentido. Si una persona niega y se opone a Dios, está maldecida por Él, pero se trata de uno de tus padres o un familiar tuyo y, según tu entender, no es hacedora de maldad y te trata bien, entonces podrías encontrarte con que eres incapaz de odiarla, y puede incluso que sigas en contacto cercano con ella, sin que cambie vuestra relación. Oír que Dios detesta a tales personas te genera conflicto y no eres capaz de ponerte del lado de Dios y rechazarlas sin piedad. Siempre te ata la emoción y no puedes abandonarlas. ¿Por qué pasa esto? Esto sucede porque valoras demasiado la emoción, y te impide practicar la verdad. Esa persona es buena contigo, así que no puedes llegar a odiarla. Solo podrías odiarla si te lastimara. ¿Ese odio estaría en consonancia con los principios de la verdad? Además, también te atan las nociones tradicionales, pues piensas que es uno de tus padres o un familiar, así que, si la odias, la sociedad te despreciaría y la opinión pública te denostaría, te condenaría por ser poco filial, carente de conciencia, ni siquiera humano. Crees que sufrirías la condena y el castigo divinos. Incluso si quieres odiarla, tu conciencia no te lo permite. ¿Por qué funciona así tu conciencia? Es una forma de pensar que te dictó tu familia desde la infancia, la que te enseñaron tus padres y de lo que te empapó la cultura tradicional. Está muy profundamente arraigado en tu corazón, y te hace creer erróneamente que la piedad filial es mandato del cielo y reconocida en la tierra, que se hereda de tus ancestros y que siempre es buena. La aprendiste primero y sigue siendo dominante, lo que crea un enorme obstáculo y una perturbación en tu fe y en la aceptación de la verdad, y te deja incapacitado para poner en práctica las palabras de Dios y amar lo que Él ama y odiar lo que odia. […] ¿Acaso no es el hombre desdichado? ¿No tiene necesidad de la salvación de Dios? Algunos han creído en Dios durante muchos años, pero aún no comprenden el tema de la devoción filial. Realmente no entienden la verdad” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo reconociendo las propias opiniones equivocadas puede uno transformarse realmente). Con la palabra de Dios llegué a entender que, con la influencia determinante de la cultura tradicional, “honra merece quien a los suyos se parece” se había convertido en mi código de conducta. Para mí, lo principal era la devoción filial y, si no cumplía con ella, no era humana. Al recordar mi infancia, veía que mi mamá sufrió mucho y que no le había resultado fácil, por lo que me decía a mí misma que debía obedecerla y no lastimarla. Mi mamá sufrió muchísimo para criarme y, si yo no era capaz de honrarla ni de obedecerla, era una ingrata y una insensible. Por tanto, desde niña decidí estudiar mucho y tener éxito en la vida para que mi madre pudiera vivir bien. Hacía todo lo que ella me decía para no lastimarla. Después de aceptar la obra de Dios en los últimos días, comprendí que valía la pena y tenía sentido cumplir con un deber y buscar la verdad, pero, al ver a mi mamá llorar e rogarme que siguiera estudiando, cedí. Por complacer las esperanzas de mi mamá, no cumplía con mi deber aunque quería satisfacer a Dios. Me había quedado atrapada en la idea de que “honra merece quien a los suyos se parece”. Dios exige que amemos lo que Él ama y odiemos lo que Él odia. Estas son las exigencias de Dios hacia nosotros y unos principios que yo debía acatar. Si mis padres creen realmente en Dios, debo amarlos y tratarlos como a los hermanos y hermanas. Sin embargo, si no creen en Dios, me persiguen o dificultan mi fe, entonces desprecian y odian la verdad y están en contra de Dios, y yo no debo atenerme ciegamente a lo que digan. Mi madre creía en Dios, pero no buscaba la verdad y me impedía cumplir con un deber. Vi que era incrédula y enemiga de Dios. Antes no tenía discernimiento y creía que, como hija suya, debía honrar a mis padres y hacerles caso siempre, que esto era tener humanidad y conciencia. Descubrí entonces que esta idea equivocada no se ajustaba a la verdad. La honra hacia los padres debe ajustarse a los principios y no ser mera obediencia ciega. Este es un principio de práctica.
Luego leí más la palabra de Dios: “Ahora deberías poder ver con claridad el camino preciso que Pedro tomó. Si puedes ver la senda de Pedro con claridad, entonces estarás seguro de la obra que se está haciendo actualmente, de modo que no te quejarás o serás pasivo ni anhelarás nada. Debes experimentar el ánimo de Pedro en ese momento: la tristeza lo golpeó; ya no pedía por un futuro ni ninguna bendición. No buscaba el lucro, la felicidad, la fama o la fortuna del mundo, solo buscaba vivir una vida con un mayor significado, para retribuir el amor de Dios y dedicar lo más absolutamente precioso que tenía a Dios. Entonces estaría satisfecho en su corazón. […] Durante la agonía de su prueba, Jesús se le apareció otra vez y le dijo: ‘Pedro, deseo hacerte perfecto, de tal manera que te conviertas en una pieza del fruto, uno que es la cristalización de Mi perfección en ti y de la cual gozaré. ¿Puedes realmente dar testimonio de Mí? ¿Has hecho lo que te pedí que hicieras? ¿Has vivido las palabras que he hablado? Una vez me amaste, pero aunque me amaste, ¿me has vivido? ¿Qué has hecho por Mí? Reconoces que no eres digno de Mi amor pero, ¿qué has hecho por Mí?’. Pedro vio que no había hecho nada por Jesús y recordó su promesa anterior de dar su vida por Dios. Y de esta manera, ya no se quejó y sus oraciones prosperaron mucho mejor a partir de entonces” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Cómo Pedro llegó a conocer a Jesús). Esto le preguntó el Señor Jesús a Pedro, pero parecía que Dios me preguntaba a mí lo mismo. Me pregunté: “¿Qué he hecho yo por Dios? Tanto amaba Pedro a Dios que fue capaz de dejarlo todo por seguir al Señor. ¿Pero yo? Dios me dio la vida, pero ¿qué he hecho yo por Él? Absolutamente nada. Lo único en lo que he pensado siempre es en mis padres y mi futuro. Hasta estoy dispuesta a dedicar todo mi tiempo y energía a estudiar y ganar dinero para retribuirles su cariño. Si no soy capaz de cumplir con sus expectativas, sentiré que los he decepcionado y me atacará la culpa, pero no he cumplido con mi deber de ser creado y, pese a ello, no siento que esté decepcionando a Dios. No tengo conciencia”. Al pensar en la experiencia de Pedro, aunque sus padres se interpusieron, no le importó que se opusieran y lo dejó todo por seguir al Señor Jesús. Era, en verdad, una persona con conciencia y razón. Dios nos crea, así que es correcto y natural que creamos en Él y lo adoremos. Dios me eligió y me llevó ante Él, con lo que me dio la ocasión de salvarme. ¡El amor de Dios es verdaderamente grande! Tenía que retribuirle a Dios Su amor y, como Pedro, dejarlo todo por seguirlo. Después leí otros dos pasajes de la palabra de Dios que me motivaron más. “¡Despertad, hermanos! ¡Despertad, hermanas! Mi día no se retrasará; ¡el tiempo es vida, y aprovechar el tiempo es salvar la vida! ¡El tiempo no está muy lejos! Si reprobáis los exámenes de ingreso para la universidad, podéis estudiar e intentar otra vez cuantas veces queráis. Sin embargo, Mi día no tolerará más demora. ¡Recordad! ¡Recordad! Os exhorto con estas buenas palabras. El fin del mundo se desarrolla ante vuestros propios ojos, y grandes desastres se acercan rápidamente. ¿Qué es más importante: vuestra vida o dormir, comer, beber y vestirse? Ha llegado el momento de que sopeséis estas cosas” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Declaraciones de Cristo en el principio, Capítulo 30). “¡Vigilad! ¡Vigilad! El tiempo perdido nunca volverá otra vez, ¡recordad esto! ¡No hay medicina en el mundo que cure el arrepentimiento! Entonces, ¿cómo debería hablaros? ¿No es Mi palabra digna de vuestra consideración cuidadosa y repetida?” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Declaraciones de Cristo en el principio, Capítulo 30). Cada una de las palabras de Dios me hablaba al mismísimo corazón. El tiempo ya se acaba. Los desastres son cada vez mayores y en todos los países del mundo hay crisis. Estamos en la cuenta atrás de los días, uno a uno, y es crucial buscar la verdad. Si no iba al compás de la obra de Dios y me afanaba por las cosas carnales, centrada en cosas como mis estudios, mi futuro y mi familia, sería demasiado tarde para buscar la verdad al final de la obra de Dios. Sin la verdad, perecería en los desastres y sería castigada, y sería muy tarde para arrepentirme. La salvación de Dios había llegado nuevamente a mí y tenía que aferrarme a esta oportunidad, buscar la verdad y cumplir con el deber de un ser creado para retribuir a Dios Su amor.
Sí, me decidí a dejar de estudiar. Por tanto, le dije a mi mamá: “Mamá, no vuelvo a la escuela. Me da igual lo que digan, pero yo voy a elegir mi propia senda y espero que sepas respetarme”. Me dijo: “Tu tía ya ha dicho que, una vez que te gradúes y tengas el título, te conseguirá trabajo. Luego podemos buscarte una buena pareja y podrás vivir feliz”. Pero las palabras de mi mamá ya no podían convencerme porque ahora entendía que su forma de tratarme no era verdadero amor. Solo tenía en cuenta mis intereses inmediatos, no mi vida ni mi destino futuro. Rememoré un pasaje de la palabra de Dios. “Dime, ¿de quién procede todo lo relacionado con la gente? ¿Quién lleva la mayor carga por la vida humana? (Dios). Solo Dios ama a la gente más que nadie. Los padres y familiares de las personas, ¿las aman de veras? ¿El amor que dan es verdadero? ¿Puede salvar a la gente de la influencia de Satanás? No. La gente es insensible y torpe, incapaz de descubrir estas cosas, y siempre dice: ‘¿De qué forma me ama Dios? Yo no lo noto. De todos modos, mis padres son los que más me aman. Me pagan los estudios y me hacen adquirir una preparación técnica para que de mayor pueda lograr algo en la vida, tener éxito, convertirme en una estrella, en alguien famoso. Mis padres se gastan mucho dinero en capacitarme y darme una formación, escatiman y ahorran en comida. ¿Cuán grande es ese amor? ¡Nunca podré pagárselo!’. ¿Os parece amor eso? ¿Qué consecuencias tiene que tus padres te hagan triunfar, convertirte en una celebridad mundial, tener un buen trabajo y asimilarte al mundo? Te obligan sin cesar a afanarte por el éxito, a honrar a tu familia y a integrarte a las malvadas tendencias del mundo, para que al final caigas en la vorágine del pecado, sufras la perdición y perezcas antes de ser devorado por Satanás. ¿Eso es amor? Eso no es amarte, sino perjudicarte, destruirte” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Para ganar la verdad, uno debe aprender de las personas, los asuntos y las cosas cercanas). Aunque parecía que mi mamá solamente actuaba en mi beneficio, recortando en comida y ropa y dejándose la vida en el trabajo por mis estudios, no se daba cuenta de que, en lo que yo estaba aprendiendo, había ponzoñas y falacias satánicas que harían que me alejara más de Dios y negara Su existencia. Las ideas ateas que se enseñan a los estudiantes, como “nunca hubo un Salvador”, “el hombre puede crear una tierra apacible con sus propias manos”, “sin sacrificio no hay beneficio” y “destacar entre los demás y honrar a los antepasados”, hacen que luchemos por nuestros ideales y que tratemos de destacar del resto para aventajarlos. La gente vive según estas ideas y opiniones, en un intento por romper con la soberanía de Dios y por cambiar su destino por sí misma. Al final se opone y niega cada vez más a Dios, con lo que pierde la ocasión de salvarse. Es la malvada senda de Satanás. El afán por estas cosas solo podría alejarme más de Dios y conducirme a la corrupción de Satanás. ¡Me empujaría al infierno! Acto seguido comprendí que el amor de mis padres no era verdadero y que solo lo es el de Dios. Aspirar a destacar y honrar tu apellido no es la senda correcta en la vida. Solo la búsqueda de la verdad y el cumplimiento del deber de un ser creado acarrean la protección de Dios. Una vez comprendí todo esto, decidí dejar los estudios y consagrarme a un deber por Dios. Así pues, le dije a mi mamá: “Mamá, tú quieres que siga estudiando, que encuentre un buen empleo y un buen marido y logre algo en la vida, pero ¿puedes garantizarme que seré feliz de este modo? ¿Qué tendré un buen destino? ¡Ni tú ni nadie puede! Mamá, lo mejor que hiciste en la vida fue predicarnos el evangelio de Dios Todopoderoso y guiarme hacia la senda correcta. Todo esto fue correcto”. Mi mamá enmudeció un momento, y me contestó: “Cuídate. Mantente en contacto”. Luego fui a darme de baja de la escuela. En cuanto salí de ella, fui verdaderamente libre. Ya no me limitaban los estudios ni mi familia y por fin podía cumplir con mi deber en la iglesia.
Esto fue hace varios años, pero, cada vez que lo recuerdo, me siento muy feliz. Así me guio Dios paso a paso para elegir de forma correcta entre mi deber y mis estudios y para ir por la senda correcta en la vida. Percibí de veras el amor y la sincera intención de Dios. Ahora puedo cumplir con el deber de un ser creado y mi vida no es en vano. Soy feliz de verdad.