28. ¿Pueden los padres cambiar el destino de los hijos?
Después de aceptar la obra de Dios Todopoderoso de los últimos días, al comer y beber Sus palabras, me di cuenta de que la humanidad solo puede tener una suerte y un destino buenos si cree en Dios y lo adora y entendí que, en este mundo tenebroso y malvado, la fe en Dios es la única senda correcta en la vida. En aquella época, mi hijo iba a la escuela secundaria, y solía hablar con él sobre creer en Dios; le decía que Dios había creado a los seres humanos y que, por tanto, debían creer en Él y adorarlo, y en el corazón esperaba que mi hijo creyera en Dios como yo. De esa manera, él sería capaz de recibir el cuidado y la protección de Dios y tener un buen destino. Poco después de encontrar a Dios, comencé a cumplir mi deber en la iglesia, pero debido a que el Partido Comunista Chino había arrestado y perseguido a los cristianos y difundido rumores infundados por todas partes, mi marido comenzó a ponerme trabas y acosarme, pues temía que pudieran arrestarme por mi fe y que eso también implicara a mi familia, y discutía conmigo a menudo. Pero mi hijo me apoyaba mucho en mi fe y solía intentar convencer a su padre de que no se interpusiera en mi camino. Cada vez que mi hijo venía a casa los fines de semana, compartía historias de la Biblia y leía las palabras de Dios con él siempre que tenía tiempo. En ocasiones, cuando veía que miraba la televisión y no leía activamente las palabras de Dios, me ponía nerviosa y no paraba de pedirle que leyera las palabras de Dios conmigo. Mi hijo me decía que sí, pero luego permanecía sentado sin moverse, y yo me enfadaba y a veces lo regañaba. Cuando él veía que yo me enfadaba, venía rápidamente a leer algunos pasajes de las palabras de Dios. Me daba cuenta de que mi hijo solo actuaba de manera superficial conmigo, pero, en cualquier caso, tenía la sensación de que eso era mejor que no leyera las palabras de Dios en absoluto. Cuando mi hijo entró en el instituto, comencé a cumplir mi deber en una iglesia cercana, y cuando llegaba el fin de semana, intentaba por todos los medios ir a casa para poder hablar con él sobre creer en Dios. Más adelante, mi hijo se fue a la universidad, y le compré un reproductor MP5 para que pudiera llevárselo a la facultad y tuviera tiempo de leer las palabras de Dios. Poco después, lo llamé y le recordé que se “tomara algunos suplementos” para darle a entender que debería leer más las palabras de Dios. Cuando mi hijo vino a casa para las vacaciones, lo primero que le pregunté fue: “¿Has leído las palabras de Dios en la universidad?”. Al decirme que las había leído cuando tenía tiempo, me sentí aliviada.
En la primavera de 2011, alguien me denunció a las autoridades por mi fe y, para evitar que el PCCh me arrestara, tuve que marcharme de casa para cumplir mis deberes. En aquella época, mi hijo cursaba el segundo año en una universidad lejana, y yo recorría decenas de kilómetros para utilizar un teléfono público para llamarlo y recordarle: “No te olvides de ‘tomar tus suplementos’”. Cuando oí que me prometió que lo haría, me sentí tranquila. Siempre tuve la esperanza de que, una vez graduado, él viniera a compartir conmigo la fe en Dios; solía orar a Dios y pedirle que conmoviera el corazón de mi hijo y lo guiara a creer en Él. Pero las cosas no salieron como yo deseaba. En el otoño de 2013, mi hijo fue a una academia militar después de graduarse. Me puse nerviosa: “El PCCh es un partido ateo y no permite que el personal militar tenga fe. Después de ir a la academia, no solo prohibirán a mi hijo que lea las palabras de Dios, sino que además el PCCh le lavará el cerebro cada día y lo adoctrinará con ideas ateas. Si esto sigue así, seguro que cada vez se apartará más de Dios. ¿Seguirá siendo capaz de llegar a creer en Dios?”. A lo largo de esos años, siempre tuve la esperanza de que mi hijo llegara a creer en Dios y tuviera un buen destino, pero ahora, ese deseo mío había quedado hecho añicos por completo. Cuando pensaba en mi hijo yendo a ese antro, no podía comer ni dormir ni evitar llorar. Recordaba que, durante sus años de instituto, venía a casa una vez cada dos semanas, y yo muchas veces no podía regresar a tiempo debido a mis deberes. Más adelante, cuando me marché de casa para hacer mis deberes, ya no tuve tiempo de compartir con él. Sentí que si hubiera cumplido mis deberes en mi localidad, podría haber leído más las palabras de Dios con él y orientarlo más, y quizá él no habría tomado la senda equivocada. Cuando tenía estos pensamientos, sentía que no había cumplido mis responsabilidades como madre y me sentía en deuda con mi hijo. Y, además, me preocupaban su futuro y su suerte. Más adelante, observé que en la iglesia había muchos hermanos y hermanas jóvenes de la misma edad que mi hijo y vi que creían en Dios y recorrían la senda adecuada, mientras que mi hijo estaba ahí afuera persiguiendo las cuestiones mundanas. Siempre me lamentaba y me sentía arrepentida de no haberme esforzado más por él ni hubiera leído más las palabras de Dios con él. Cuando no estaba ocupada con mis deberes, pensaba en él y me sentía muy culpable y apesadumbrada.
Después, leí dos pasajes de las palabras de Dios y pude desprenderme de cierta preocupación acerca de mi hijo. Dios Todopoderoso dice: “Además del nacimiento y la crianza, la responsabilidad de los padres en la vida de sus hijos es simplemente proveerle un entorno formal para que crezca en él, porque nada excepto la predestinación del Creador tiene influencia sobre el porvenir de la persona. Nadie puede controlar qué clase de futuro tendrá una persona; se ha predeterminado con mucha antelación, y ni siquiera los padres de uno pueden cambiar su porvenir. En lo que respecta a este, todo el mundo es independiente, y tiene el suyo propio. Por tanto, los padres no pueden evitar el porvenir de uno ni ejercer la más mínima influencia sobre el papel que uno desempeña en la vida” (La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. Dios mismo, el único III). “Es un error decir: ‘La incapacidad de los hijos para seguir la senda correcta es culpa de sus padres’. Quienquiera que sea, si pertenece a cierto tipo de persona, caminará por cierta senda. ¿Me equivoco? (No). La senda que toma una persona determina lo que es. La senda que toma y la clase de persona en la que se convierte dependen de ella. Son cosas predestinadas, innatas, y tienen que ver con la naturaleza de la persona. Por tanto, ¿de qué sirve la educación parental? ¿Puede gobernar la naturaleza de una persona? (No). La educación parental no puede gobernar la naturaleza humana ni resolver el problema de qué senda ha de tomar una persona. ¿Cuál es la única educación que pueden proveer los padres? Algunos comportamientos simples en la vida diaria de sus hijos, algunos pensamientos y reglas de conducta bastante superficiales; estas son cosas que tienen algo que ver con los padres. Antes de que sus hijos lleguen a la edad adulta, los padres deberían cumplir la responsabilidad que les corresponde, que es educar a sus hijos para seguir la senda correcta, estudiar mucho y esforzarse por sobresalir entre los demás cuando se hacen mayores, así como no hacer cosas malas ni convertirse en malas personas. Los padres deben también regular el comportamiento de sus hijos, enseñarles a ser educados y saludar a sus ancianos cuando los ven, así como otras cosas relativas al comportamiento; esta es la responsabilidad que los padres deben cumplir. La influencia parental equivale a ocuparse de la vida de un hijo y educarlo por medio de algunas reglas básicas de comportamiento. En cuanto a la personalidad del hijo, no es algo que puedan enseñar los padres. Algunos padres son relajados y lo hacen todo a un ritmo tranquilo, mientras que sus hijos son muy impacientes y no pueden permanecer quietos ni siquiera un rato. Se marchan a hacer su propia vida cuando tienen catorce o quince años, toman sus propias decisiones en todo, no necesitan a sus padres y son muy independientes. ¿Se lo enseñan sus padres? No. Por tanto, la personalidad de una persona, el carácter e incluso su esencia, así como la senda que elige en el futuro, no tienen nada que ver en absoluto con sus padres. […] Hay un problema con la expresión ‘Crecer sin aprender es culpa del padre’. Aunque los padres tienen la responsabilidad de educar a sus hijos, el porvenir de un hijo no lo deciden sus padres, sino la naturaleza del hijo. ¿Puede la educación resolver el problema de la naturaleza de un hijo? No puede resolverla de ningún modo. La senda que toma una persona en la vida no la determinan sus padres, sino que está predestinada por Dios. Se dice que ‘El cielo decide el porvenir del hombre’, y este dicho condensa la experiencia humana. No puedes saber qué senda va a tomar una persona antes de que alcance la edad adulta. Una vez que se hace adulta y tiene pensamientos y puede reflexionar respecto a los problemas, elegirá qué hacer cuando se halle en una comunidad más amplia. Algunas personas dicen que quieren ser funcionarios superiores, otros aseguran querer ser abogados y otros escritores. Todo el mundo cuenta con sus propias elecciones e ideas. Nadie dice: ‘Me limitaré a esperar que mis padres me eduquen. Me convertiré en aquello para lo que mis padres me eduquen, sea lo que sea’. Nadie es tan necio. Tras llegar a la edad adulta, las ideas de la gente comienzan a agitarse y a madurar poco a poco, y así la senda y los objetivos que tiene por delante se vuelven cada vez más claros. En este momento, poco a poco, resulta obvio y visible a qué tipo de persona pertenece y de qué grupo forma parte. A partir de este punto, la personalidad de cada persona se define claramente y de manera gradual, al igual que su carácter y la senda que persigue, su dirección en la vida y el grupo al que pertenece. ¿En qué se basa todo esto? En última instancia, esto es lo que Dios ha predestinado, no tiene nada que ver con los padres de uno” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 9 (I)). Las palabras de Dios me sirvieron para darme cuenta de que los padres son responsables de dar a luz y criar a sus hijos, de proporcionarles un buen entorno para que crezcan, de educarlos para que sean buenos, recorran la senda adecuada y no hagan cosas malas antes de llegar a la edad adulta y de enseñarles los principios de conducta más básicos. No obstante, Dios predestina la suerte de un niño y la senda que toma en la vida; los padres no pueden decidir ni controlar estas cosas. Cuando los niños ya son adultos, tienen sus propias ideas y opciones, y se definen cosas como el tipo de persona que son, el grupo al que pertenecen y la senda que eligen recorrer. Pero yo pensaba de manera equivocada que cuando mi niño creciera y no creyera en Dios ni recorriera la senda correcta, esto sería mi fracaso como madre y que se debía a que no había leído más las palabras de Dios con él ni lo había guiado más, por lo que él tomó la senda del mundo. A lo largo de los últimos 10 años, había vivido con un profundo sentimiento de culpa, sintiéndome siempre en deuda con él. Yo había creído en Dios durante muchos años, pero no consideraba a las personas y a las cosas según Sus palabras. ¡Esto era una auténtica vergüenza! El hecho de que mi hijo eligiera no recorrer la senda de la fe también estaba determinado por su naturaleza de no amar la verdad. En casa, yo realmente había hablado con él bastante a menudo sobre creer en Dios, pero no le interesaban las palabras de Dios. Cada vez que tenía que llamarlo y apremiarlo para que lo hiciera, se limitaba a leer un poco las palabras de Dios para que yo me calmara. A medida que creció, llegó a enamorarse del mundo, la fama y la ganancia, por lo que, por supuesto, buscó recorrer la senda mundana. Aunque no me hubiera marchado de casa para cumplir mi deber y me hubiera quedado para leer las palabras de Dios con él cada día, de todos modos, él no habría llegado a creer en Dios. Su suerte y la senda que recorre no son cosas que yo, como madre, pueda controlar. Esto está relacionado con su naturaleza y también depende de la predestinación de Dios. Había una hermana que se dedicó a cumplir su deber todo el día después de graduarse en la facultad, pero su padre no creyente la envió a la comisaría. Cuando la soltaron, ella siguió creyendo en Dios y cumpliendo su deber. Otra hermana fue a una universidad prestigiosa y, cuando oyó las palabras de Dios, se sintió muy conmovida y decidió creer en Él, de modo que dejó sus estudios de posgrado y comenzó a cumplir su deber y a esforzarse por Dios todo el día. A partir de estos hechos, vi que la senda que la gente decide recorrer realmente no está relacionada con sus padres.
Un día, durante mis prácticas devocionales, leí estas palabras de Dios: “Las exigencias que algunos padres les ponen a sus hijos son: ‘Nuestros hijos deben tomar la senda correcta, deben creer en Dios, abandonar el mundo secular y renunciar a sus trabajos. De otro modo, cuando nosotros entremos en el reino, ellos no podrán acceder y nos separaremos. ¡Qué maravilloso sería que todos los miembros de nuestra familia pudieran entrar juntos en el reino! Podríamos estar juntos en el cielo, igual que lo estamos en la tierra. Mientras estemos en el reino, no debemos abandonarnos los unos a los otros, ¡debemos permanecer juntos a lo largo de las eras!’. Luego resulta que sus hijos no creen en Dios y que en su lugar persiguen cosas mundanas y se esfuerzan por ganar mucho dinero y hacerse muy ricos. Visten lo que está de moda, hacen o hablan sobre aquello que es tendencia y no cumplen los deseos de los padres. Por este motivo, los padres se sienten molestos, oran y ayunan; alargan ese ayuno una semana, diez días o quince, y dedican mucho esfuerzo a este asunto en aras de sus hijos. Muchas veces tienen tanta hambre que se sienten mareados, y oran a menudo entre llantos. Sin embargo, no importa cómo oren o cuánto esfuerzo le dediquen, sus hijos permanecen indiferentes y no saben despertar. Mientras más se niegan a creer, más se dicen sus padres: ‘Oh, no, les he fallado a mis hijos, los he defraudado. No he sido capaz de compartirles el evangelio y no los he traído conmigo a la senda de la salvación. Qué idiotas… ¡Es la senda a las bendiciones!’. No son idiotas, simplemente no tienen esa necesidad. Al intentar obligar a sus hijos a recorrer esta senda, los necios son los padres, ¿no es cierto? Si tuvieran tal necesidad, ¿haría falta que estos padres hablaran sobre esos temas? Sus hijos llegarían a la fe por sus propios medios. Estos padres siempre piensan: ‘He defraudado a mis hijos. Los he animado a ir a la universidad desde pequeños y, desde que se fueron, no han vuelto atrás. No dejan de perseguir cosas mundanas, y cada vez que regresan solo hablan de trabajo, de hacer dinero, sobre quién ha obtenido un ascenso o se ha comprado un coche, de quién se ha casado con alguien rico, de quién fue a Europa para realizar estudios avanzados o como estudiante de intercambio, y cuentan lo maravillosas que son las vidas de los demás. Cada vez que vuelven a casa, hablan de eso. No quiero oírlos, pero tampoco puedo hacer nada al respecto. Da igual lo que les diga para tratar de hacerlos creer en Dios, siguen sin escuchar’. En consecuencia, se distancian de sus hijos. Cada vez que los ven, se les ensombrece el rostro; cada vez que hablan con ellos, adoptan una expresión amarga. Algunos hijos no saben qué hacer y piensan: ‘No sé qué les sucede a mis padres. Si no creo en Dios, pues no creo en Él y ya está. ¿Por qué tienen siempre esa actitud conmigo? Pensaba que cuanto más profunda fuera la fe de alguien en Dios, en mejor persona se convertía. ¿Cómo pueden los creyentes tener tan poco afecto por sus familias?’. Estos padres se preocupan tanto por sus hijos que pierden los estribos y dicen: ‘¡No son mis hijos! ¡Voy a cortar los lazos con ellos, los desheredaré!’. Aunque lo digan, no es lo que sienten en realidad. ¿No son necios? (Sí). Siempre quieren controlar y apoderarse de todo, desean tomar el control del futuro de sus hijos, de su fe y de las sendas que caminan en todo momento. ¡Qué tontería más grande! No es adecuado” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (18)). Lo que Dios expone es absolutamente certero. Esto fue exactamente lo que había pensado en mi corazón y así fue como me había comportado. Cuando mi hijo iba a la universidad, en mi corazón, ya había planificado que, después de que él se graduara, compartiríamos la fe en Dios y entraríamos en el reino como madre e hijo. ¡Eso habría sido maravilloso! Así pues, cuando mi hijo vivía en casa, hablaba con él sobre creer en Dios y lo apremiaba una y otra vez para que leyera Sus palabras; cuando no me escuchaba, me enfadaba y a veces incluso lo regañaba. Cuando estudiaba en una universidad en otra ciudad, yo recorría decenas de kilómetros para llamarlo y recordarle que leyera las palabras de Dios; de manera irrazonable, oraba a Dios y le exigía que tocara el corazón de mi hijo y lo condujera hacia la fe. Ni siquiera podía controlar mi propia suerte, pero seguía intentando orquestar y manipular la de mi hijo y quería hacer que siguiera la senda que había planeado para él. ¡Mi actitud era realmente arrogante y pedante! Cuando supe que mi hijo había elegido la senda del mundo, me puse nerviosa, me indigné, no podía comer ni dormir y me arrepentí de no haberme esforzado más para guiarlo hacia la senda de la fe. En realidad, la causa de mi nerviosismo era que temía que mi hijo cayera en el desastre si no creía en Dios. Dominada por mis sentimientos, ignoré las intenciones de Dios y me limité a insistir en arrastrar a mi hijo hacia la fe en Dios en contra de su voluntad. Incluso oré a Dios de manera irrazonable para que me ayudara a cumplir mi sueño de entrar en el reino junto con mi hijo. Todo lo que hice fue realmente una estupidez y algo totalmente detestable para Dios.
Más adelante, leí más de las palabras de Dios: “Como padres, en cuanto a la actitud que uno debe adoptar frente a sus hijos adultos, aparte de bendecirlos en silencio y depositar en ellos buenas expectativas, y con independencia de su modo de sustento y el sino o la vida que posean, a los padres no les queda más remedio que aceptarlos. Ningún padre puede cambiar nada de esto, ni tampoco controlarlo. Aunque engendraste a tus hijos y los criaste, como hemos discutido antes, los padres no son los amos del porvenir de sus hijos. Conciben su cuerpo físico y los crían hasta que son adultos, pero en cuanto a la clase de sino que tendrán, sus padres no se lo conceden ni lo eligen y, desde luego, no lo deciden. Quieres que a tus hijos les vaya bien, pero ¿garantiza eso que sea así? No deseas que se enfrenten a desgracias, a la mala suerte ni a cualquier tipo de sucesos desafortunados, pero ¿significa eso que puedan evitarlos? Independientemente de aquello a lo que se enfrenten los hijos, nada de eso está sujeto a la voluntad humana ni viene determinado por tus necesidades o expectativas. Entonces, ¿qué te dice esto? Desde que se han convertido en adultos, los hijos son capaces de cuidarse, de tener pensamientos, puntos de vista, sus propios principios de comportamiento y perspectivas sobre la vida independientes, y sus padres ya no ejercen ninguna influencia sobre ellos y tampoco los dominan, limitan o supervisan, por lo cual son verdaderos adultos. ¿Qué implica que se hayan convertido en adultos? Que sus padres deberían desprenderse. En el lenguaje escrito, a esto se le llama ‘desprenderse’, permitirles explorar de manera independiente y tomar su propia senda en la vida” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (19)). “Como alguien que cree en Dios y persigue la verdad y la salvación, deberías emplear la energía y el tiempo que te queda de vida en cumplir con tu deber y con aquello que Dios te ha encomendado; no deberías dedicar nada de tiempo a tus hijos. Tu vida no les pertenece y no debes consumirla en aras de su existencia o su supervivencia, ni en satisfacer tus expectativas respecto a ellos. En su lugar, deberías dedicarla al deber y a la tarea que Dios te ha encomendado, además de a la misión que deberías cumplir como ser creado. Aquí es donde radica el valor y el significado de tu vida. Si estás dispuesto a perder tu propia dignidad y a convertirte en esclavo de tus hijos, a preocuparte y hacer cualquier cosa por ellos para satisfacer tus propias expectativas hacia ellos, entonces todo esto carece de significado y valor, y no será recordado. Si insistes en hacerlo y no te desprendes de estas ideas y acciones, solo puede significar que no eres alguien que persigue la verdad, que no eres un ser creado apto y que eres bastante rebelde. No aprecias ni la vida ni el tiempo que Dios te da. […] Una vez cumplida esta obligación, cuando tus hijos se convierten en adultos, si llegan a gozar de mucho éxito o si siguen siendo personas normales, sencillas y corrientes, nada tiene que ver contigo porque tú no determinas ni eliges y, desde luego, tampoco les concedes su porvenir, sino que lo ordena Dios. Dado que Él lo ha dispuesto, no debes entrometerte ni meter las narices en su vida ni en su supervivencia. Sus hábitos, sus rutinas diarias y su actitud ante la vida, cualquier estrategia de supervivencia que tengan, cualquier perspectiva de la vida y cualquier actitud ante el mundo son sus propias decisiones y no te conciernen. No tienes obligación alguna de corregirlos ni de sufrir por ellos para garantizar que sean felices todos los días. Todo esto es innecesario. Dios determina el porvenir de cada persona; por tanto, nadie puede por sí mismo predecir ni cambiar la cantidad de bendiciones o sufrimientos que experimenta en la vida, el tipo de familia, el matrimonio o los hijos que tenga, las experiencias que viva en la sociedad y los acontecimientos que vivencie en su existencia, y los padres tienen todavía menos capacidad para cambiarlos” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (19)). Las palabras de Dios dejan muy clara la actitud con la que deberíamos tratar a nuestros hijos. Una vez que los padres han criado a sus hijos y estos han llegado a la edad adulta, sus responsabilidades finalizan ahí. Por lo que respecta a la senda que toman o la suerte que tienen los hijos, los padres no pueden decidir sobre estas cuestiones. Ya hacía tiempo que había cumplido mis responsabilidades hacia mi hijo, de modo que no debía interferir de manera irrazonable en la vida ni en la senda que él tomara. Tenía que someterme a la soberanía y los arreglos de Dios y aceptar todo de parte de Él. Pensé en Job. Como padre, él también esperaba que sus hijos creyeran en Dios y lo adoraran igual que él, pero Job tenía principios en la manera de tratar a sus hijos. Simplemente les predicaba el evangelio y cumplía su responsabilidad como padre, y por lo que respecta a si creían en Dios, Job no intentó arrastrarlos para que creyeran en contra de su voluntad ni interfirió en la senda que eligieron. No oró a Dios por sus hijos ni le pidió que les conmoviera el corazón para que creyeran en Él. Simplemente se sometió a Su soberanía y Sus arreglos. La práctica de Job estaba en consonancia con las intenciones de Dios. Al compararme con Job, me sentí avergonzada. Había comido y bebido muchas de las palabras de Dios, pero Él no tenía lugar en mi corazón. A la hora de enfrentarme a situaciones, no buscaba la verdad ni captaba las intenciones de Dios, sino que, por el contrario, actuaba a ciegas según mis deseos. Tenía que seguir el ejemplo de Job y tratar a mi hijo de acuerdo con los principios-verdad.
Ahora mi hijo todavía está ahí afuera buscando en el mundo, pero ya no me preocupo por su futuro o su suerte ni me entristezco ni me siento mal por él. Las palabras de Dios cambiaron mis ideas equivocadas. ¡Gracias a Dios!