Cómo perseguir la verdad (18) Parte 4

Cuando los hijos e hijas son capaces de continuar su vida de manera independiente, los padres solo deberían demostrarles el debido interés y preocupación en lo que respecta a su trabajo, su vida y su familia, o proporcionarles la ayuda adecuada en situaciones donde no pueden conseguir algo en particular u ocuparse de una tarea determinada por sus propios medios. Por ejemplo, supongamos que tu hijo o hija tiene un bebé y sus actividades laborales son muy demandantes. El bebé es todavía muy pequeño y, a veces, ninguno de ellos puede cuidarlo. En estas circunstancias, puedes colaborar con el cuidado del niño. Es la responsabilidad de un padre porque, después de todo, son carne de tu carne y sería más seguro que te encargaras tú que cualquier otra persona. Si tu hijo confía en ti para que cuides de su bebé, deberías hacerlo. Si no les da seguridad dejártelo y no quieren que lo cuides, si no te permiten hacerlo porque te aprecian, porque son considerados contigo y temen que tu condición física no sea la adecuada, no deberías poner reparos en ello. Hay incluso algunos hijos e hijas que simplemente no confían en sus padres, les parece que no son capaces de cuidar de su bebé, que solo saben malcriarlo y lo maleducan, y que al momento de alimentarlo no son lo suficientemente cuidadosos. Si tu hijo o hija duda de ti y no quiere que cuides de su bebé, es todavía mejor, tendrás más tiempo libre. A esto se le llama consentimiento mutuo: ni el padre ni el hijo interfieren con el otro y, a la vez, se muestran consideración entre sí. Cuando sus hijos necesitan ayuda, atención y cuidado, los padres solo tienen que mostrarles la preocupación, el cuidado y el apoyo económico oportunos y necesarios tanto a nivel emocional como en otros aspectos. Imaginemos, por ejemplo, que uno de los padres tiene algunos ahorros o es bueno en su trabajo y tiene una fuente de ingresos. Si los hijos necesitan dinero, y le es posible, puede ayudarlos hasta cierta medida. Si no es posible, no es necesario que se deshaga de todas sus posesiones o le pida dinero prestado a un usurero para ayudarlos. Es suficiente con que haga lo que esté en su mano para cumplir con sus responsabilidades en el contexto del parentesco. No es necesario que venda todo lo que tiene, ni tampoco los riñones o su sangre, ni que se mate a trabajar para ayudar a sus hijos. Tu vida te pertenece a ti, te la otorgó Dios y te corresponden misiones propias. Posees esta vida para poder desempeñarlas. Tus hijos también tienen la suya a fin de que puedan concluir sus sendas de vida y completar sus misiones en ella, no para mostrar piedad filial. Por tanto, no importa si sus hijos son adultos o no, la vida de los padres les pertenece solo a sí mismos, no a sus hijos. Naturalmente, los padres no son sus niñeras gratuitas ni tampoco sus esclavos. Por mucho que los padres esperen de sus hijos, no es necesario que consientan que les den órdenes arbitrarias a cambio de nada, ni que se conviertan en sus sirvientes, criadas o esclavos. Más allá de los sentimientos que albergues por tus hijos, tú sigues siendo una persona independiente. No deberías hacerte responsable de sus vidas adultas solo porque sean tu descendencia, como si eso fuera lo más correcto. No hace ninguna falta. Son adultos, ya has cumplido con tu responsabilidad de criarlos. En cuanto a si van a pasarla bien o mal en el futuro, si van a ser ricos o pobres y si van a experimentar una existencia plena o desdichada, es asunto suyo. Son cosas que a ti no te atañen. Como padre o madre, tu obligación no es cambiar esas circunstancias. Si no son felices, no estás obligado a decir: “Como eres infeliz, voy a pensar en maneras de remediarlo, venderé todo lo que tengo, dedicaré todos mis esfuerzos a hacerte feliz”. No es necesario. Solo tienes que cumplir con tus responsabilidades, eso es todo. Si quieres ayudarlos, puedes preguntarles por qué son infelices y ofrecerles asistencia para que comprendan el problema a un nivel teórico y psicológico. Si aceptan tu ayuda, mejor aún. Si no, solo tienes que atender tus responsabilidades como padre y ahí concluye la cuestión. Si tus hijos quieren sufrir, es su problema. No hace falta que te preocupes ni te alteres por eso, o que no comas ni duermas adecuadamente. Resultaría excesivo. ¿Por qué? Porque son adultos. Deberían adquirir la habilidad de manejar por sí mismos todo lo que se les presente en la vida. Si te preocupas por ellos, es solo por afecto; si no te preocupas, no quiere decir que no tengas corazón y que no hayas cumplido con tus responsabilidades. Son adultos y, como tales, han de afrontar los problemas de los adultos y lidiar con todo lo que a estos les corresponde. No deberían depender de sus padres para todo. Desde luego, una vez que los hijos se hacen mayores, los padres no tendrían que responsabilizarse de cómo les va en el trabajo, la carrera, la familia o el matrimonio. Puedes preocuparte por esos temas e interesarte por ellos, pero no hace falta que te los eches por completo a la espalda, que los encadenes a tu lado, que los lleves contigo a todas partes, que los vigiles vayan donde vayan y pienses: “¿Han comido bien hoy? ¿Son felices? ¿Les va bien en el trabajo? ¿Los aprecia su jefe? ¿Lo ama su cónyuge? ¿Son obedientes sus hijos? ¿Sacan buenas notas?”. ¿Qué tienen que ver contigo semejantes cosas? Tus hijos pueden resolver sus propios problemas, no hace falta que te involucres. ¿Por qué te pregunto qué tienen que ver estas cosas contigo? Porque con esto pretendo darte a entender que no tienen que ver contigo en absoluto. Has cumplido con tus responsabilidades hacia tus hijos, los has criado hasta la edad adulta, así que deberías dar un paso al costado. En cuanto lo des, no querrá decir que no te quede nada por hacer. Todavía quedan muchas cosas pendientes por hacer. En lo que se refiere a las misiones que tienes que completar en esta vida, aparte de criar a tus hijos hasta que se hacen adultos, también tienes otras. No solo eres padre o madre de tus hijos, eres un ser creado. Debes presentarte ante Dios y aceptar el deber que ha establecido para ti. ¿Cuál es tu deber? ¿Lo has llevado a cabo? ¿Te has dedicado a él? ¿Has tomado la senda de la salvación? Estos son los aspectos sobre los que debes reflexionar. En cuanto a dónde irán tus hijos al hacerse adultos, cómo serán sus vidas y sus circunstancias, si serán felices y estarán alegres, no tienen nada que ver contigo. Tus hijos ya se han emancipado, tanto formal como mentalmente. Deberías dejarlos ser independientes, desprenderte, y no deberías intentar controlarlos. Ya sea en términos de formalidad o afecto, o parentesco carnal, has cumplido con tus responsabilidades y no existe ninguna relación entre tú y tus hijos. Sus misiones y las tuyas no están relacionadas, como tampoco lo están las sendas de vida que caminan y tus expectativas. Tanto estas, como tus responsabilidades hacia ellos, ya han concluido. Naturalmente, no deberías depositar esperanzas en tus hijos. Ellos son ellos y tú eres tú. Si no se casan, sois individuos completamente desconectados e independientes en lo relativo a vuestros destinos y misiones. Si se casan y forman una familia, vuestras familias no tienen conexión alguna. Tus hijos tienen sus hábitos y estilos de vida, además de sus necesidades asociadas a su calidad de vida, y tú tienes tus propios hábitos y necesidades referentes a la tuya. Cuentas con tu propia senda en la vida y ellos con la suya. Tú tienes tus misiones y ellos las suyas. Evidentemente, tu fe no es la misma que la suya. Si la de ellos radica en el dinero, el prestigio y el lucro, sois personas completamente diferentes. Si comparten la misma fe, si persiguen la verdad y caminan por la senda de la salvación, naturalmente también seguís siendo individuos completamente diferentes. Tú eres tú y ellos son ellos. No deberías inmiscuirte en lo que respecta a las sendas que caminan. Puedes apoyarlos, ayudarlos y proveer para ellos, puedes hacerles recordar y exhortarlos, pero no hace falta que interfieras ni te involucres. Nadie puede determinar qué clase de senda recorrerá otra persona, en qué tipo de individuo se convertirá o qué clase de aspiraciones tendrá. Pensadlo, ¿en qué me fundamento para estar aquí sentado, charlando con vosotros y hablándoos sobre estas cosas? En vuestra voluntad de escuchar. Yo hablo porque vosotros estáis dispuestos a escuchar Mis sinceras exhortaciones. Si no fuera así o si vosotros os marcharais, ya no hablaría más. El número de palabras que digo depende de si estáis o no dispuestos a escucharlas y a emplear vuestro tiempo y energías en hacerlo. Si me dijeras: “No entiendo lo que dices, ¿podrías entrar en más detalles?”, me esforzaría por hacerlo, por ayudarte a entender y a entrar en Mis palabras. Cuando te haya puesto en el camino correcto, te haya traído ante Dios y la verdad, y te haya permitido entenderla y seguir el camino de Dios, Mi tarea habrá finalizado. Sin embargo, en lo que respecta a si estarás dispuesto a practicar Mis palabras después de oírlas, la clase de senda que caminarás y qué clase de vida elegirás o qué perseguirás, no es de Mi incumbencia. Si me dijeras: “Tengo una pregunta acerca de ese aspecto de la verdad, quiero buscar sobre él”, la respondería con paciencia. Si nunca desearas buscar la verdad, ¿te podaría por ese motivo? No. No te obligaría a buscar la verdad, ni me burlaría ni me reiría de ti y, desde luego, no tendría una actitud fría hacia ti. Actuaría como lo hice antes. Si cuando cumples con tu deber cometes un error o provocas un trastorno o una perturbación deliberada, tengo Mis principios y Mis métodos para lidiar contigo. Sin embargo, puede que digas: “No quiero oírte hablar sobre estas cosas y no estoy dispuesto a aceptar esos puntos de vista Tuyos. Voy a seguir cumpliendo con mi deber como siempre lo he hecho”. En ese caso, no debes vulnerar los principios o los decretos administrativos. Si lo haces, me ocuparé de ti. Pero si no lo haces y mientras vives la vida de iglesia te comportas adecuadamente, por más que no persigas la verdad, no me meteré contigo. No voy a entrometerme en tu vida personal, en lo que quieras comer, la ropa que te pongas o las personas con las que quieras relacionarte. Te concedo libertad en esos aspectos. ¿Por qué? Te he hablado claro sobre todos los principios y el contenido relativo a estos asuntos. El resto depende de tu propia libre elección. Es obvio que la senda que elijas dependerá de la clase de persona que eres. Si no eres una persona que ama la verdad, ¿quién puede forzarte a hacerlo? En definitiva, cada persona asumirá la responsabilidad de la senda que recorra y de las consecuencias que deba enfrentar. A Mí no me hace falta responsabilizarme de eso. Tanto si persigues la verdad como si no lo haces, es tu propia elección, nadie te la obstaculiza. Si persigues la verdad, nadie te estará animando a ello ni se te concederá una gracia especial o bendiciones materiales. Solo estoy desempeñando y cumpliendo Mis responsabilidades, os estoy contando todas las verdades que deberíais entender y en las que hace falta que entréis. En cuanto a cómo vivís vuestra vida en privado, nunca os lo he preguntado ni he metido las narices en ello. Esta es Mi actitud. Los padres también deberían actuar así con sus hijos. Los adultos cuentan con la capacidad de decir qué es correcto y qué no. Lo que los hijos elijan, es asunto suyo. Ya sea bueno o malo, blanco o negro, positivo o negativo, lo que elijan depende de sus necesidades internas. Si posee una esencia malvada, no va a elegir cosas positivas. Si una persona se esfuerza por ser buena y posee humanidad, conciencia y sentido de la vergüenza, elegirá cosas positivas. Y, aunque muestre lentitud al hacerlo, acabará por emprender la senda correcta. Es inevitable. Por tanto, los padres deben tener esta clase de actitud hacia sus hijos y no interferir en sus elecciones. Las exigencias que algunos padres les ponen a sus hijos son: “Nuestros hijos deben tomar la senda correcta, deben creer en Dios, abandonar el mundo secular y renunciar a sus trabajos. De otro modo, cuando nosotros entremos en el reino, ellos no podrán acceder y nos separaremos. ¡Qué maravilloso sería que todos los miembros de nuestra familia pudieran entrar juntos en el reino! Podríamos estar juntos en el cielo, igual que lo estamos en la tierra. Mientras estemos en el reino, no debemos abandonarnos los unos a los otros, ¡debemos permanecer juntos a lo largo de las eras!”. Luego resulta que sus hijos no creen en Dios y que en su lugar persiguen cosas mundanas y se esfuerzan por ganar mucho dinero y hacerse muy ricos. Visten lo que está de moda, hacen o hablan sobre aquello que es tendencia y no cumplen los deseos de los padres. Por este motivo, los padres se sienten molestos, oran y ayunan; alargan ese ayuno una semana, diez días o quince, y dedican mucho esfuerzo a este asunto en aras de sus hijos. Muchas veces tienen tanta hambre que se sienten mareados, y oran a menudo entre llantos. Sin embargo, no importa cómo oren o cuánto esfuerzo le dediquen, sus hijos permanecen indiferentes y no saben despertar. Mientras más se niegan a creer, más se dicen sus padres: “Oh, no, les he fallado a mis hijos, los he defraudado. No he sido capaz de compartirles el evangelio y no los he traído conmigo a la senda de la salvación. Qué idiotas… ¡Es la senda de la salvación!”. No son idiotas, simplemente no tienen esa necesidad. Al intentar obligar a sus hijos a recorrer esta senda, los necios son los padres, ¿no es cierto? Si tuvieran tal necesidad, ¿haría falta que estos padres hablaran sobre esos temas? Sus hijos llegarían a la fe por sus propios medios. Estos padres siempre piensan: “He defraudado a mis hijos. Los he animado a ir a la universidad desde pequeños y, desde que se fueron, no han vuelto atrás. No dejan de perseguir cosas mundanas, y cada vez que regresan solo hablan de trabajo, de hacer dinero, sobre quién ha obtenido un ascenso o se ha comprado un coche, de quién se ha casado con alguien rico, de quién fue a Europa para realizar estudios avanzados o como estudiante de intercambio, y cuentan lo maravillosas que son las vidas de los demás. Cada vez que vuelven a casa, hablan de eso. No quiero oírlos, pero tampoco puedo hacer nada al respecto. Da igual lo que les diga para tratar de hacerlos creer en Dios, siguen sin escuchar”. En consecuencia, se distancian de sus hijos. Cada vez que los ven, se les ensombrece el rostro; cada vez que hablan con ellos, adoptan una expresión amarga. Algunos hijos no saben qué hacer y piensan: “No sé qué les sucede a mis padres. Si no creo en Dios, pues no creo en Él y ya está. ¿Por qué tienen siempre esa actitud conmigo? Pensaba que cuanto más profunda fuera la fe de alguien en Dios, en mejor persona se convertía. ¿Cómo pueden los creyentes tener tan poco afecto por sus familias?”. Estos padres se preocupan tanto por sus hijos que pierden los estribos y dicen: “¡No son mis hijos! ¡Voy a cortar los lazos con ellos, los desheredaré!”. Aunque lo digan, no es lo que sienten en realidad. ¿No son necios? (Sí). Siempre quieren controlar y apoderarse de todo, desean tomar el control del futuro de sus hijos, de su fe y de las sendas que caminan en todo momento. ¡Qué tontería más grande! No es adecuado. En concreto, hay algunos hijos que persiguen cosas mundanas, que reciben ascensos a puestos directivos y hacen mucho dinero. Les traen a sus padres ginseng en grandes cantidades, pendientes y collares de oro, y estos les dicen: “No quiero nada de esto. Solo espero que estéis bien de salud y me sigáis en la fe en Dios. ¡Creer en Dios es algo maravilloso!”. Y sus hijos dicen: “No empieces con eso. Me han ascendido y ni siquiera has hecho nada para darme la enhorabuena. Cuando los padres de los demás se enteran del ascenso de su hijo, abren el champán, salen a comer y pagan comilonas, pero cuando yo te compro collares y pendientes, no te pones contento. ¿En qué te he decepcionado? ¿Estáis resentidos solo porque no creo en Dios?”. ¿Es apropiado que estos padres se enfaden así? La gente tiene aspiraciones diferentes, caminan por sendas distintas que ellos mismos eligieron. Los padres deberían abordar esta cuestión de la manera correcta. Si tus hijos no reconocen la existencia de Dios, no deberías exigirles que crean en Él; forzar las cosas nunca funciona. Si no quieren creer en Dios y no son esa clase de persona, mientras más lo menciones, más molesto te sentirás con tus hijos y tú también los fastidiarás a ellos; ambos os sentiréis contrariados. Pero vuestra contrariedad no es lo importante, sino que Dios te aborrecerá y dirá que tus afectos son demasiado fuertes. Puesto que eres capaz de pagar precios tan altos solo porque tus hijos no creen en Dios, y te molesta tanto que persigan cosas mundanas, si un día Él se los llevara, ¿qué harías entonces? ¿Te quejarías de Dios? Si en tu corazón tus hijos lo son todo para ti, si son tu futuro, tu esperanza y tu vida, ¿eres todavía alguien que cree en Dios? ¿No aborrecerá Dios que actúes así? Te comportas con demasiada imprudencia, de un modo incompatible con los principios, y Dios no estará satisfecho con eso. Por consiguiente, si eres sabio, no harás este tipo de cosas. Si tus hijos no creen, deberías olvidar el asunto. Ya has expuesto todos los argumentos que debías y has dicho lo que se suponía que debías decir, así que deja que ellos tomen sus propias decisiones. Continúa manteniendo la relación que tenías antes con tus hijos. Si quieren mostrarte piedad filial, si desean apreciarte y cuidarte, no es necesario que lo rechaces. Si quieren llevarte de viaje a Europa, pero eso entorpece el cumplimiento de tu deber y no quieres ir, no vayas. Pero si quieres ir y tienes tiempo, ve. No tiene nada de malo ampliar tus horizontes. No te vas a ensuciar las manos por ello y Dios no lo va a condenar. Si tus hijos te compran cosas bonitas, comida o ropa de calidad, y te parece apropiado que un santo las vista o las use, disfrútalas y considéralas una gracia de Dios. Si las desprecias, si no las disfrutas, si crees que son molestas y desagradables, y si no estás dispuesto a disfrutarlas, puedes rechazarlas y decir: “Me alegro de veros, no hace falta que me traigáis regalos o gastéis dinero en mí, no necesito nada. Solo quiero que estéis sanos y contentos”. ¿No es maravilloso? Si dices estas palabras, y las crees de corazón, si de verdad no les exiges a tus hijos que te ofrezcan ninguna comodidad material o que te ayuden a apropiarte de sus méritos, te admirarán, ¿verdad? En cuanto a las dificultades a las que se enfrenten en su trabajo o en su vida, intenta ayudarlos siempre que puedas. Si hacerlo puede afectar al cumplimiento de tu deber, puedes negarte, es tu derecho. Como ya no les debes nada, no tienes ninguna responsabilidad hacia ellos y son adultos independientes, pueden arreglárselas solos. No hace falta que les sirvas sin condiciones y en todo momento. Si te piden ayuda y no estás dispuesto a dársela, o si al hacerlo dificultas el cumplimiento de tu deber, puedes negarte. Es tu derecho. Aunque tengas un vínculo de sangre con ellos y seas su padre o su madre, se trata únicamente de una relación formal, de sangre y afecto; en lo que respecta a tus responsabilidades, te has liberado ya de toda relación con ellos. Por tanto, si los padres son sabios, no albergarán ninguna expectativa, exigencia o estándar para sus hijos una vez que alcancen la edad adulta, y no les demandarán que actúen de una determinada manera o que hagan ciertas cosas desde la perspectiva o la posición de un padre o una madre, porque sus hijos ya son independientes. Si tu descendencia es autosuficiente, significa que has cumplido con todas tus responsabilidades hacia ella. Por tanto, hagas lo que hagas por tus hijos cuando las circunstancias lo permitan, que les muestres o no atención y cuidado no deja de ser solo afecto, y es superfluo. O si tus hijos te piden que hagas algo, eso también es superfluo, no estás obligado a ello. Debes comprenderlo. ¿Queda todo claro? (Sí).

Supongamos que uno de vosotros dijera: “Nunca podré desprenderme de mis hijos. Han tenido una salud delicada desde su nacimiento y son cobardes y tímidos por naturaleza. Además, tampoco tienen buen calibre y los demás siempre los acosan. No puedo desprenderme de ellos”. Que no seas capaz de hacerlo no significa que no hayas terminado de cumplir con tus responsabilidades hacia ellos, esto es solo producto de tus sentimientos. Puede que digas: “Siempre estoy preocupado y me pregunto si mis hijos han estado comiendo bien o si tienen problemas estomacales. Si no mantienen horarios regulares de comidas y se alimentan a base de comida chatarra durante mucho tiempo, ¿desarrollarán problemas estomacales? ¿Contraerán algún tipo de enfermedad? Y si están enfermos, ¿habrá alguien que los cuide, que les muestre amor? ¿Se preocupan sus cónyuges por ellos? ¿Los cuidan?”. Tus preocupaciones son simplemente el fruto de tus sentimientos y el lazo de sangre que tienes con tus hijos, pero no son tus responsabilidades. La única responsabilidad que Dios les ha impuesto a los padres es la de criar y cuidar de los hijos hasta que llegan a adultos. Después de eso, ya no tienen ninguna más hacia ellos. En esto consiste observar la responsabilidad de los padres desde la perspectiva de la ordenación de Dios. ¿Lo entiendes? (Sí). No importa que tan intensos sean tus sentimientos ni el momento en el que tus instintos paternales comienzan a hacer efecto, eso no es cumplir con tus responsabilidades, es solo el resultado de tus sentimientos hacia ellos. Sus consecuencias no provienen de la razón humana ni de los principios que Dios le ha enseñado al hombre, tampoco de la sumisión de este a la verdad y, desde luego, no derivan de sus responsabilidades. En cambio, surgen de los sentimientos del hombre y así se los llama, sentimientos. Una mínima cantidad de amor paternal y parentesco se mezclan con esto. Al tratarse de tus hijos, te preocupas por ellos constantemente, te preguntas si sufren y si los acosan. Te preguntas si les va bien en el trabajo, si comen a su hora. Te preguntas si han contraído una enfermedad y si podrán pagar los gastos médicos. Estos asuntos, ajenos a tus responsabilidades como padre, rondan constantemente en tu mente. Si no puedes desprenderte de tales preocupaciones, solo puede decirse que vives enfrascado en tus sentimientos y que eres incapaz de librarte de ellos. En lugar de vivir de acuerdo con las normas dictadas por Dios referidas a las responsabilidades parentales, experimentas estas emociones de manera muy profunda y te ocupas de tus hijos conforme a ellas. No vives según las palabras de Dios, solo sientes, contemplas y lidias con este asunto en función de tus sentimientos. Es decir, no sigues el camino de Dios. Resulta obvio. Tus responsabilidades parentales, de acuerdo con la enseñanza de Dios, concluyeron en el momento en que tus hijos llegaron a la edad adulta. ¿Acaso no es este método de práctica que te enseñó Dios fácil y simple? (Lo es). Si practicas conforme a las palabras de Dios, no realizarás esfuerzos inútiles y les concederás a tus hijos cierta libertad y la oportunidad para desarrollarse, sin causarles problemas ni molestias adicionales ni imponerles cargas extra. Y, dado que son adultos, hacerlo de esta manera les permitirá afrontar el mundo, sus vidas y los diversos problemas que encuentren en su día a día y en su existencia desde una perspectiva madura, utilizando métodos para el abordaje y la observación de situaciones autónomos y una visión del mundo independiente propia de un adulto. Estas son las libertades y los derechos de tus hijos, y más aún, son acciones que deben llevar a cabo como adultos y que no tienen nada que ver contigo. Si siempre quieres implicarte en estas cosas, eso resulta bastante repugnante. Si te empeñas en entrometerte e interferir en tales aspectos, provocarás perturbación y destrucción. Además, no solo resultará contrario a tus deseos, sino que provocarás que tus hijos sientan una mayor aversión hacia ti y te sentirás agobiado. Al final, no pararás de lamentarte, te quejarás de que tus hijos no tienen un vínculo filial contigo, que no son obedientes ni considerados, que son ingratos, desagradecidos e insensibles. También hay padres groseros e irracionales que lloran, arman un escándalo y amenazan con matarse, y usan cualquier truco que esté en su mano. Esto es incluso más repugnante, ¿verdad? (Sí). Si eres sabio, permitirás que las cosas sigan su curso natural, vivirás de manera relajada y te limitarás a cumplir con tus responsabilidades parentales. Si aseguras que el amor que sientes por ellos te motiva a cuidarlos y a mostrarles cierta preocupación, una manifestación apropiada de interés es permisible. No estoy diciendo que los padres deban cortar los lazos con sus hijos en cuanto lleguen a adultos y ya hayan cumplido con sus responsabilidades. Los padres no deben desatender por completo a sus hijos adultos, decirles que se las arreglen solos o ignorarlos, por muy complicadas que sean las dificultades que afronten, incluso si estas los llevan al borde de la muerte, no deben dejar de tenderles a sus hijos una mano cuando la necesiten. Eso también está mal, es excesivo. Cuando a tus hijos les haga falta confiar en ti, debes prestarles atención y, tras escucharlos, preguntarles qué se les pasa por la cabeza y qué pretenden hacer. También puedes ofrecerles sugerencias. Si ellos ya tienen sus propias ideas y planes y no las aceptan, les dices: “Muy bien. Como ya te has decidido, sean cuales sean las consecuencias de esto en el futuro, has de afrontarlas tú solo. Es tu vida. Tienes que caminar y finalizar tu propia senda de vida. Tú eres el único responsable de tu vida. Si ya te has decidido, te apoyaré. Si te hace falta dinero, puedo darte algo. Si necesitas que te ayude, puedo hacer lo que esté en mi mano. Después de todo eres mi hijo, así que no hay nada más que decir. Pero si aseguras que no necesitas ayuda ni dinero y solo me pides que te escuche, es incluso más sencillo”. Entonces, habrás dicho lo que tenías que decir y ellos también habrán desahogado todas sus quejas y descargado toda su ira. Se secarán las lágrimas, harán lo que tengan que hacer y tú habrás cumplido con tus responsabilidades como padre. Lo haces por afecto, no tiene otro calificativo. ¿Y eso por qué? Porque como padre, no tienes intenciones maliciosas respecto a tus hijos. No vas a hacerles daño ni a maquinar contra ellos ni a burlarte y desde luego no te vas a reír de ellos por ser débiles e incompetentes. Tus hijos pueden llorar, desahogarse y quejarse delante de ti sin restricciones, como si fueran niños pequeños; pueden ser unos malcriados, ponerse de mal humor o ser obstinados. No obstante, en cuanto acaben de desfogar todas esas emociones y de comportarse de esa manera, han de encargarse de lo que les corresponde y lidiar con lo que sea que tengan delante. Si pueden lograrlo sin que hagas nada por ellos o les ofrezcas ayuda alguna, muy bien, así, tendrás algo de tiempo libre, ¿verdad? Y puesto que han sido tus hijos quienes lo han dicho, debes ostentar cierta autoconciencia. Han crecido, son independientes. Solo querían hablar contigo sobre ese asunto, no te han pedido ayuda. Si no tienes sentido común, podrías pensar: “Es una cuestión importante. El hecho de que me lo cuentes demuestra que me respetas, así que debería darte algún consejo, ¿verdad? ¿Acaso no debería ayudarte a tomar una decisión?”. Sobreestimas tu propia capacidad. Tus hijos se han limitado a contarte algo, pero tú te consideras muy importante. No es lo adecuado. Te hablaron sobre este asunto porque eres su padre o madre y te respetan y confían en ti. En realidad, hace tiempo que albergan ideas propias al respecto, pero ahora tú no paras de querer intervenir en la cuestión. No corresponde. Tus hijos confían en ti y debes ser digno de esa confianza. Debes respetar su decisión y no inmiscuirte en el asunto ni interferir en él. Si quieren que te involucres, puedes hacerlo. Y supongamos que, cuando lo haces, te das cuenta de que: “¡Oh, menudo problemón! Va a afectar al cumplimiento de mi deber. En realidad, no puedo implicarme en esto, como creyente, no puedo hacer estas cosas”. Entonces, debes darte prisa en desligarte del asunto. Digamos que siguen queriendo que intervengas, y piensas: “No voy a intervenir. Deberías ocuparte tú mismo. He tenido la amabilidad de escuchar cómo expresabas tus quejas y te desahogabas de toda esta basura. Ya he cumplido con mis responsabilidades parentales. No puedo intervenir en este asunto de ninguna manera. Es el pozo de fuego y no voy a saltar en él. Si quieres saltar tú, adelante”. ¿Acaso no es esto lo apropiado? A esto se lo llama tener una postura. Nunca deberías desprenderte de los principios ni de tu posición. Es lo que les corresponde hacer a los padres. ¿Lo has entendido? ¿Es fácil lograrlo? (Sí). En realidad, es sencillo, pero si siempre te guías por tus sentimientos y estás enfrascado en ellos, te resultará muy difícil conseguirlo. Te parecerá muy desgarrador hacerlo, que no puedes abandonar este asunto, ni tampoco echártelo a los hombros, ni avanzar ni retroceder. ¿Qué palabra se puede usar para describir esto? “Atascado”. Te quedarás atascado ahí. Deseas escuchar las palabras de Dios y practicar la verdad, pero no puedes desprenderte de tus sentimientos. Tienes un profundo amor por tus hijos, pero te parece que no es apropiado hacerlo, que va en contra de las enseñanzas y de las palabras de Dios; estás en un aprieto. Debes tomar una decisión. Puedes desprenderte de lo que esperas de tu descendencia, dejar de intentar manejarlos y, en su lugar, permitirles volar libres como los adultos independientes que son, o bien puedes seguirlos. Has de elegir entre una de estas dos opciones. Si eliges seguir el camino de Dios y escuchar Sus palabras, y te desprendes de tus preocupaciones y sentimientos respecto a tus hijos, entonces debes hacer lo que le corresponde a un padre, mantenerte firme en tu postura y en tus principios y abstenerte de hacer aquello que Dios encuentra detestable y repugnante. ¿Eres capaz? (Sí). De hecho, es fácil hacerlo. Puedes conseguirlo en cuanto te desprendes del afecto que albergas. El método más simple es no involucrarte en las vidas de tus hijos y dejar que hagan lo que quieran. Si desean hablarte de sus dificultades, escúchalos. A ti te basta con saber cómo son las cosas. Cuando terminen de hablar, diles: “Entendido. ¿Hay algo más que quieras contarme? Si quieres comer, puedo prepararte algo. Si no, vete a casa. Si te hace falta dinero, colaboraré con algo. Si necesitas ayuda, haré lo que pueda. Si no soy capaz de ayudarte, tendrás que encontrar una solución por tu cuenta”. Si insisten en que los ayudes, puedes decir: “Ya hemos cumplido con nuestras responsabilidades contigo. Nuestra capacidad es limitada, como puedes ver; no somos tan hábiles como tú. Si pretendes buscar el éxito en el mundo, eso es asunto tuyo, no trates de involucrarnos. Somos bastante viejos y nuestro momento ya ha pasado. Nuestra única responsabilidad como padre era criarte hasta adulto. En cuanto a la clase de senda que tomas y cómo te atormentas a ti mismo, no nos metas en tus asuntos. No vamos a atormentarnos contigo. Ya hemos completado nuestra misión respecto a ti. Tenemos nuestros propios asuntos y maneras de vivir, además de nuestras propias misiones, y ninguna de ellas consiste en hacer nada por ti, no nos hace falta tu ayuda para completarlas. Lo haremos por nuestra cuenta. No nos pidas que nos impliquemos en tu vida cotidiana o en tu existencia. No tienen nada que ver con nosotros”. Exprésate con claridad y el asunto acabará ahí; luego puedes ponerte en contacto, comunicarte y ponerte al día con ellos cuando sea necesario. ¡Es así de simple! ¿Cuáles son los beneficios de actuar de este modo? (Facilita mucho la vida). Al menos habrás lidiado apropiadamente el asunto del amor familiar carnal de la manera adecuada. Tanto tu mundo mental como el espiritual estarán en paz, no harás ningún sacrificio innecesario ni pagarás ningún precio extra; te someterás a las instrumentaciones y arreglos de Dios, y permitirás que Él se encargue de todo. Cumplirás con cada una de las responsabilidades que te corresponde como persona y no harás nada indebido. No moverás ni un dedo para involucrarte en aquello que la gente no debe hacer y vivirás de acuerdo con las directrices de Dios. La forma en que Dios le dice a la gente que viva es la mejor senda, le permite llevar una vida muy relajada, feliz, alegre y pacífica. Pero lo más importante es que vivir de esta manera no solo te permitirá disfrutar de más tiempo libre y energía para cumplir bien con tu deber y mostrarle devoción, sino que también contarás con más energía y tiempo para dedicarle esfuerzo a la verdad. En cambio, si tu energía y tu tiempo se encuentran a merced de tus sentimientos, tu carne, tus hijos y tu amor hacia la familia, no dispondrás de energía adicional para perseguir la verdad. ¿Me equivoco? (No).

Cuando la gente del mundo desarrolla una profesión, en lo único que piensa es en perseguir objetivos como las tendencias mundanas, el prestigio, el beneficio y el disfrute carnal. ¿Qué implica esto? Que todo esto ocupa y devora toda tu energía, tu tiempo y tu juventud. ¿Son significativos? ¿Qué beneficios te reportarán al final? Incluso si obtienes prestigio y ganancias, serán solo falsas promesas. ¿Y si cambias tu manera de vivir? Si dedicas todo tu tiempo, tu energía y tu mente a la verdad y los principios, y si te enfocas en los aspectos positivos como, por ejemplo, cómo cumplir correctamente con tu deber y cómo presentarte ante Dios, y si solo empleas tu energía y tu tiempo en estos aspectos positivos, las recompensas que obtendrás serán diferentes. Conseguirás beneficios de lo más sustanciosos. Sabrás cómo vivir, cómo comportarte, cómo enfrentarte a cualquier clase de persona, acontecimiento y asunto. Una vez que lo sepas, esto te permitirá en gran medida someterte con naturalidad a las instrumentaciones y arreglos de Dios. Cuando seas capaz de hacerlo, te convertirás sin darte cuenta en la clase de persona que Dios acepta y ama. Piénsalo, ¿no te parece bien? Tal vez todavía no lo sepas, pero a medida que vives y aceptas las palabras de Dios y los principios-verdad, llegarás de manera imperceptible a vivir, a contemplar a las personas y las cosas y a comportarte y actuar de acuerdo con las palabras de Dios. Eso significa que te someterás a Sus palabras inconscientemente, te someterás a Sus exigencias y las satisfarás. Te habrás convertido entonces, sin darte cuenta, en la clase de persona que Dios acepta, en quien confía y a quien ama. ¿No es maravilloso? (Sí). Por tanto, si gastas tu energía y tu tiempo en perseguir la verdad y en cumplir con tu deber de manera apropiada, al final, obtendrás beneficios de lo más valiosos. Por el contrario, si siempre vives en función de tus sentimientos, la carne, tus hijos, tu trabajo y el prestigio y el beneficio, si siempre estás enredado en estos asuntos, ¿qué ganarás en última instancia? Solo falsas promesas. No obtendrás nada en absoluto y te apartarás cada vez más de Dios, hasta que, con el tiempo, Él te desdeñe por completo. Tu vida habrá terminado y habrás perdido tu oportunidad de salvación. Por consiguiente, independientemente de sus expectativas, los padres deben desprenderse de todas sus preocupaciones emocionales, apegos y enredos relacionados con sus hijos adultos. No deberían depositar ninguna esperanza en sus hijos a nivel emocional que surja del estatus o la posición de un padre o madre. Si eres capaz de lograrlo, ¡estupendo! Cuanto menos, habrás cumplido con tus responsabilidades parentales y, a los ojos de Dios, serás una persona aceptable, que, casualmente, es padre o madre. Sea cual sea la perspectiva humana desde la que contemples esto, existen principios que determinan lo que las personas deben hacer, así como la perspectiva y la postura que han de adoptar, y Dios cuenta con estándares para tales cosas, ¿verdad? (Sí). Concluyamos aquí nuestra enseñanza sobre las expectativas que los padres tienen hacia su descendencia y los principios que deben practicar una vez que sus hijos llegan a la edad adulta. ¡Hasta la vista!

21 de mayo de 2023

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