Comprometo mi vida a la devoción
Por Zhou Xuan Provincia de Shandong El 3 de abril de 2003, fui con una hermana a visitar a un nuevo creyente. Este nuevo creyente había...
¡Damos la bienvenida a todos los buscadores que anhelan la aparición de Dios!
Un día de mayo de 2004, estaba reunida con dos hermanas cuando más de 20 policías entraron de repente. Nos gritaron: “¡No se muevan, siéntense en el suelo!”. Luego nos hicieron fotos a las tres antes de proceder a revolver toda la casa como una pandilla de bandidos. Uno de los policías encontró en mi bolso un recibo de 200000 yuanes de fondos de la iglesia. El corazón se me subió a la garganta al pensar: “Ahora que han encontrado este recibo, seguro que me preguntarán por el paradero de los fondos de la iglesia”. Me apresuré a orar a Dios, pidiéndole que me ayudara a no traicionarle como hizo Judas y me permitiera mantenerme firme en mi testimonio para Él. Un policía me preguntó entonces: “¿Es esta tu cartera?”. Al no responder, me dio una fuerte bofetada en la cara y varias patadas. Luego nos escoltaron a la fuerza hasta su patrulla de policía.
Tras llegar a la oficina de seguridad pública, nos separaron y nos llevaron para interrogarnos. El capitán de la Brigada de Seguridad Nacional me preguntó qué rango tenía en la dirección y con quién solía reunirme. Como no respondí, tomó un libro y me golpeó con él en la cara y en la cabeza varias veces, dejándome la cara con un dolor punzante. Pensé: “¿A qué clase de tortura me someterán para sacarme esos 200000 yuanes? ¿Seré capaz de resistirla? ¿Y si me derrumbo y traiciono a Dios como Judas?”. Cuando se me pasaron estos pensamientos por la cabeza, inmediatamente me puse inquieta y le pedí a Dios que me diera fe y fortaleza. Entonces pensé en las palabras de Dios que dicen: “Aquellos en el poder pueden parecer despiadados desde fuera, pero no tengáis miedo, ya que esto es porque tenéis poca fe. Siempre y cuando vuestra fe crezca, nada será demasiado difícil” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Declaraciones de Cristo en el principio, Capítulo 75). “Así es”, pensé. “No importa cuán crueles sean estos policías, todos están al alcance de Dios. Sin el permiso de Dios, no pueden ni siquiera ponerme un dedo encima. Debo tener fe en Dios y ponerme en Sus manos. No importa cómo me trate la policía, debo confiar en Dios y mantenerme firme en mi testimonio para Él”. Les pregunté airadamente: “¿Con qué motivo nos han arrestado y golpeado? ¿Qué ley hemos infringido?”. Otro policía respondió con saña: “Sigues negando tu culpabilidad, ¿no es así? ¡Creer en Dios Todopoderoso va contra la ley, el partido y nuestro país!”. Les contesté, diciendo: “En nuestra fe, todo lo que hacemos es reunirnos y leer las palabras de Dios. Nunca participamos en política, así que ¿cómo podríamos actuar en contra del partido y del país? Saben que están violando la ley al detenernos y golpearnos sin motivo”. Se enfadó tanto que estaba claramente a punto de golpearme, pero justo en ese momento llegó otro agente y les dijo que fueran a cenar y que reanudaran el interrogatorio más tarde esa noche.
Esa noche me llevaron a un hotel y me interrogaron sobre quién tenía los 200000 yuanes de los fondos de la iglesia y dónde se encontraban. Uno de los oficiales me abofeteó tan fuerte cuando no quise contestar que empecé a ver las estrellas y me ardían las mejillas por el dolor. El capitán de la Brigada de Seguridad Nacional trató de intimidarme diciendo: “Hace solo unos días arrestamos a varios de tus líderes superiores. Hace tiempo que te seguimos y sabemos que eres una líder. Será mejor que cooperes plenamente con nosotros o te mataremos a golpes”. No le hice caso y me limité a orar a Dios en mi corazón, pidiéndole que me diera valor y sabiduría para no temer a Satanás. Después de eso, otro oficial hizo una sonrisa forzada y dijo: “Todo lo que tienes que hacer es decirnos lo que sabes y luego puedes irte a casa. Tu hija es todavía muy pequeña y no hay nadie más que cuide de tus padres. ¿Cómo se las arreglarán si no estás en casa para ellos? ¡Dinos lo que sabes ahora o irás a la cárcel!”. Al oír esto, pensé: “Mis padres tienen más de 70 años y mi hija es todavía muy pequeña. ¿Quién cuidará de ellos si me condenan a la cárcel?”. Al pensar esto, no pude evitar llorar. Justo entonces, pensé en las palabras de Dios que dicen: “En todo momento, Mi pueblo debe estar en guardia contra las astutas maquinaciones de Satanás, protegiendo la puerta de Mi casa para Mí […] para evitar caer en la trampa de Satanás, momento en el que sería demasiado tarde para lamentarse” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Las palabras de Dios al universo entero, Capítulo 3). Las palabras de Dios me recordaron que Satanás solo intentaba utilizar mi preocupación por los miembros de mi familia para tentarme a traicionar a Dios. No podía caer en su trampa. Pensé en otro pasaje de las palabras de Dios que dice: “¿Por qué no las encomiendas a Mis manos? ¿No tienes suficiente fe en Mí? ¿O es que tienes miedo de que Yo haga disposiciones inapropiadas para ti? ¿Por qué siempre te preocupas de la familia de tu carne y echas de menos a tus seres queridos? ¿Ocupo Yo un lugar determinado en tu corazón?” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Declaraciones de Cristo en el principio, Capítulo 59). Realmente, el destino de mi hija y el de mis padres estaba al alcance de Dios y era Él quien habría de dictarlo y planearlo, así que ¿de qué tenía que preocuparme? Debía entregarlos a Dios y no traicionar a mis hermanos y hermanas por la preocupación por mi familia. Hice un juramento silencioso: “¡Aunque tenga que estar en la cárcel el resto de mis días, nunca delataré a mis hermanos y hermanas ni traicionaré a Dios!”. En ese momento, entró otro agente y dijo que primero tenían que interrogar a las otras dos hermanas, momento en el que se trasladaron a una sala contigua, y dejaron solo a dos agentes para que me custodiaran. Poco después, oí el escalofriante sonido de los gritos repetidos de mis hermanas. Me sentí enfurecida: como creyentes y seguidores de Dios, íbamos por la senda correcta y no infringíamos ninguna ley, y sin embargo el Partido Comunista Chino (PCCh) nos había detenido y maltratado. Pensé en las palabras de Dios que dicen: “Durante miles de años, esta ha sido la tierra de la suciedad. Es insoportablemente sucia, la miseria abunda, los fantasmas campan a su antojo por todas partes; timan, engañan, y hacen acusaciones sin razón; son despiadados y crueles, pisotean esta ciudad fantasma y la dejan plagada de cadáveres; el hedor de la putrefacción cubre la tierra e impregna el aire; está fuertemente custodiada. ¿Quién puede ver el mundo más allá de los cielos? […] ¿Antepasados de lo antiguo? ¿Amados líderes? ¡Todos ellos se oponen a Dios! ¡Su intromisión ha dejado todo lo que está bajo el cielo en un estado de oscuridad y caos! ¿Libertad religiosa? ¿Los derechos e intereses legítimos de los ciudadanos? ¡Todos son trucos para tapar el pecado!” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. La obra y la entrada (8)). El PCCh es un demonio que odia a Dios y se resiste a Él. La encarnación de Dios y Su salvación de la humanidad es una ocasión verdaderamente feliz, pero el PCCh no permite que Dios venga a la tierra. No permiten que creamos en Dios, que lo sigamos ni caminemos por la senda correcta. Persiguen furiosamente a Cristo y se ensañan con los seguidores de Dios. Se dedican a desarraigarnos a todos, a erradicarnos y a reprimir la obra de Dios para lograr la soberanía eterna y satisfacer su descabellada ambición de controlar a la humanidad; son verdaderamente antagónicos. Odiaba al PCCh, ese viejo demonio, con todo mi corazón, y cuanto más me perseguían, más deseaba seguir a Dios. No importaba cuánto tuviera que sufrir, estaba dispuesta a mantenerme firme en mi testimonio para Dios para humillar a Satanás.
Más tarde, poco después de las 4 de la mañana, los guardias se acostaron en sus camas y se fueron a dormir. Tuve unas ganas increíbles de salir corriendo de allí y escapar, pero también me preocupaba que, si no lo conseguía y me traían de vuelta, la policía utilizaría conmigo tácticas de tortura aún más duras. Me apresuré a orar a Dios: “¡Oh, Dios! Si me has abierto esta salida, por favor, lléname de la fe, el valor y la sabiduría que necesito para escapar de esta boca de lobo”. Tras concluir mi oración, pensé en las palabras de Dios que dicen: “De todo lo que acontece en el universo, no hay nada en lo que Yo no tenga la última palabra. ¿Hay algo que no esté en Mis manos?” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Las palabras de Dios al universo entero, Capítulo 1). Las palabras de Dios me dieron fortaleza: Dios es todopoderoso y reina con soberanía sobre todas las cosas. Satanás también está al alcance de Dios. Recordé que, cuando Moisés conducía a los israelitas fuera de Egipto y se encontraba atrapado entre las cuadrigas que le perseguían por detrás y el Mar Rojo por delante, Moisés invocó fervorosamente a Jehová Dios y este les abrió una senda, separando las aguas del Mar Rojo y descubriendo una franja de tierra seca en el centro. Después de que los israelitas atravesaron el Mar Rojo, Dios cerró rápidamente el camino con la elevación de las aguas, que engulleron así a los egipcios que los perseguían. Al darme cuenta de que todas las cosas están sujetas a la soberanía de Dios, sentí menos miedo y tuve el valor y la fe para huir. Abrí la puerta sigilosamente y la cerré suavemente al salir antes de bajar lentamente al primer piso, con las zapatillas en la mano. No había nadie en la recepción, pero cuando llegué a la entrada del edificio, vi que estaba cerrada. Pensé: “Ahora no podré escapar. Será mejor que regrese. Si la policía se entera de lo que he hecho, seguro que me da una fuerte paliza”. Estaba sumamente nerviosa y el corazón se me salía del pecho. Sin embargo, para mi sorpresa, al volver al segundo hueco de escaleras, vi de repente que había una salida trasera. Así que me acerqué lentamente para echar un vistazo, pero esa puerta también estaba cerrada, otra decepción. Pensé: “¡Oh, Dios! No intentaré escapar si Tú no lo permites. Estoy dispuesta a someterme a Tus instrumentaciones y designios. Si tengo Tu permiso, por favor abre una senda para mí”. Tiré con cuidado de la cerradura y, para mi sorpresa, ¡se abrió enseguida! Me alegré mucho y salí corriendo por la puerta trasera tan rápido como pude. Corrí con todas mis fuerzas y, tras un agotador trayecto, llegué por fin a la casa de mi tía, a unos cuatro kilómetros de distancia.
Ni bien me senté en casa de mi tía, oí de repente el sonido estridente de las sirenas de la policía que venían de la calle, las mismas que utilizaban cuando perseguían a delincuentes importantes. Con solo pensar en los rostros feroces de aquellos agentes y en sus diversas tácticas de tortura, entré en pánico y me llené de preocupación por que me atraparan en cualquier momento. En ese instante, las palabras de Dios volvieron a darme ánimos: “No temas, el Dios Todopoderoso de los ejércitos sin duda estará contigo; Él guarda vuestras espaldas y es vuestro escudo” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Declaraciones de Cristo en el principio, Capítulo 26). Las palabras de Dios me infundieron una oleada instantánea de valor y fe. Con Dios cuidando mi espalda, ¿de qué tenía que tener miedo? ¿Acaso Dios no me había ayudado a salir de la boca del lobo? Tenía que tener fe en Dios y ponerme totalmente en Sus manos. Lo que iba a sufrir ya había sido predestinado por Dios, y si me arrestaban de nuevo, solo sería con Su permiso. Ante este pensamiento, me sentí un poco más tranquila, pero luego pensé en que tanto el hijo como la nuera de mi tía se oponían a que ella creyera en Dios e incluso habían querido mandarla a la comisaría en más de una ocasión. No estaba segura de lo que harían si se enteraban de que el PCCh me estaba buscando, así que supe que tenía que salir de allí lo antes posible.
Para asegurarme de que no me reconocieran, me corté el pelo y me cambié de ropa. Luego, la tercera mañana de mi estancia con mi tía, hacia las 4 de la mañana, me escabullí de la casa y recorrí 20 kilómetros en bicicleta por calles secundarias hasta la casa de la hermana Dong En. Recordé que les había prometido a algunas hermanas llamarlas todos los días hacia el mediodía, pero ellas no sabían que me habían arrestado y que la policía tenía mi teléfono; si me llamaban, las vigilarían y acabarían arrestándolas. Así que compré una nueva tarjeta telefónica y las llamé para decirles que apagaran sus teléfonos de inmediato. Desgraciadamente, la policía ya estaba vigilando sus llamadas y, en cuanto me puse en contacto con ellas, me localizaron inmediatamente. Unos días más tarde, hacia las siete de la tarde, el PCCh movilizó una enorme fuerza policial formada por agentes de la oficina de seguridad pública, policía armada y equipos SWAT para buscarme y detenerme en la aldea de Dong En. En cuanto el marido de Dong En se enteró, se apresuró a decirme que la policía tenía la aldea rodeada y que probablemente habían venido por mí. En ese momento, el corazón se me salió del pecho del susto y me apresuré a bajar las escaleras sin siquiera cambiarme las zapatillas. Cuando bajé al primer piso, me recibió inmediatamente la hermana Liu Yi, que también vivía en la misma aldea. Me llevó consigo y las dos salimos corriendo de la casa hacia un campo de soja situado a unos cincuenta metros. Apenas nos agachamos escondidas en ese campo, un equipo de siete u ocho agentes entró en la casa de Dong En y comenzó a registrar cada piso con linternas. Cuando no me encontraron después de más de media hora de búsqueda, se llevaron al marido de Dong En en mi lugar. Liu Yi y yo nos escondimos en aquel campo de soja hasta las once de la noche, momento en el que ella decidió volver a la casa de Dong En para ver cómo estaban las cosas, creyendo que la policía ya se había ido. Estuvo mucho tiempo fuera y me preocupé mucho por ella, pero no me atreví a actuar precipitadamente. De repente, una patrulla de policía se detuvo frente a la casa y, momentos después, tuve que ver con impotencia cómo escoltaban a Liu Yi a la patrulla de policía. No pude contener las lágrimas y me odié por permitir que Liu Yi volviera a la casa, pero lo único que pude hacer entonces fue orar en silencio por ella.
En aquel momento, no me atrevía a ir a ninguna de las casas de los otros hermanos y hermanas y no sabía a dónde debía huir, así que empecé a correr sin rumbo hacia el sur. Pero algunos perros de la aldea no dejaban de perseguirme y ladrar. Temía que la policía viniera a buscarme si los oía, así que me escondí rápidamente en un campo de maíz. Poco después, oí el ruido de los motores de las motocicletas en los alrededores y casi me muero del susto. Me dije a mí misma: “Es imposible que pueda escapar con tantos policías buscándome. Saben que soy líder y tienen ese recibo; si me vuelven a pillar, seguro que me matan. ¿Es realmente mi destino ser asesinada por el PCCh a tan temprana edad?”. Al darme cuenta de esto, me desanimé un poco, pero justo entonces recordé que las palabras de Dios dicen: “¿Quién en toda la humanidad no recibe cuidados a los ojos del Todopoderoso? ¿Quién no vive en medio de la predestinación del Todopoderoso? ¿Acaso la vida y la muerte del hombre ocurren por su propia elección? ¿Controla el hombre su propio porvenir?” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Las palabras de Dios al universo entero, Capítulo 11). De hecho, mi destino estaba en manos de Dios, y Él tenía la última palabra sobre si yo viviría o moriría. Si Dios no permitía que el PCCh me arrestara y torturara hasta la muerte, la policía ciertamente no podría quitarme la vida. Cuando Satanás atacó y tentó a Job, no tenía el permiso de Dios para matar a Job, por lo que solo podía dañar su cuerpo y no podía quitarle la vida. Pensé en otro pasaje de las palabras de Dios que dice: “Durante estos últimos días debéis dar testimonio de Dios. No importa qué tan grande sea vuestro sufrimiento, debéis caminar hasta el final e, incluso hasta vuestro último suspiro, debéis seguir siendo fieles a Dios y dejar que Él os instrumente; solo esto es amar verdaderamente a Dios y solo esto es el testimonio firme y rotundo” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Solo al experimentar pruebas dolorosas puedes conocer la hermosura de Dios). Las palabras de Dios me llenaron de fe. Sabía que tenía que ponerme en manos de Dios y someterme a Sus instrumentaciones y designios. Aunque solo me quedara un aliento, tenía que permanecer fiel a Dios y no traicionarle nunca. Pensé en Pedro, que después de experimentar toda clase de persecuciones y adversidades, estuvo dispuesto a ser crucificado cabeza abajo para dar testimonio de su amor a Dios. A lo largo de los tiempos, innumerables santos han sacrificado sus vidas para difundir el Evangelio, dando un testimonio inquebrantable y rotundo de Dios para frustrar y humillar a Satanás. Poder experimentar esta persecución y adversidad y tener la oportunidad de dar testimonio de Dios fue, realmente, una bendición. Al darme cuenta de ello, sentí un renovado valor y oré a Dios, prometiéndole que daría testimonio de Él ante Satanás, incluso si eso significaba poner mi vida en juego. Después de la oración, sentí menos pánico y empecé a pensar en cómo podía confiar en Dios para escapar. Sabía que no podía tomar la carretera principal, así que rodeé el bosque de las afueras de la aldea y me abrí paso por ella, corriendo a veces por la orilla del río. Con el amparo de Dios, conseguí salir ilesa de la aldea.
Cuando salí del bosque, ya era tarde por la noche y no estaba segura de adónde debía ir, así que decidí dirigirme a la casa de mi hermana, a unos 10 kilómetros de distancia. Oí que circulaban motocicletas por la carretera principal y me di cuenta de que la policía seguía intentando rodearme y cortarme el paso, así que corrí descalza por pequeños senderos en el campo. Después de unos dos o tres kilómetros, pasé por unos arrozales y me corté el pie con una baldosa, pero no hubo tiempo para pensar en el dolor; seguí corriendo hacia adelante tan rápido como pude. Finalmente llegué a un camino de grava, que era el único que llevaba a la casa de mi hermana. La grava hacía presión en el corte de mi pie, causándome un dolor insoportable, pero tuve que apretar los dientes porque no me atrevía a detenerme. Justo cuando estaba a punto de pasar por una estación de servicio eléctrica, oí que se acercaba una motocicleta por detrás de mí y me metí a toda prisa entre unos arbustos a un lado de la carretera. La motocicleta se detuvo junto a la estación y un agente de policía le preguntó al anciano que trabajaba allí como empleado si había visto pasar a una mujer. El anciano dijo que no había visto nada. Pensé para mis adentros: “No puedo seguir viajando por esta carretera de grava. Debería volver a caminar por los arrozales o las calles secundarias; tal vez pueda eludir a la policía de ese modo”. Al cabo de medio kilómetro más o menos, al ver que el amanecer se acercaba lentamente, pensé que la policía habría dado por terminada su búsqueda durante toda la noche y que podría volver a la carretera principal. Pero, para mi sorpresa, de repente vi al capitán de la Brigada de Seguridad Nacional y a dos policías a pocos pasos; uno sentado en una motocicleta, otro de pie junto a ella y otro en cuclillas en el suelo. Me asusté tanto que pensé que el corazón se me saldría del pecho. Pensé: “Ahora estoy jodida, no hay forma de escapar. Corrí toda la noche, pero aún así no logré escapar de sus garras”. Me apresuré a orar a Dios: “¡Oh, Dios! Todo está bajo Tu control. Si permites que me arreste la policía, estoy dispuesta a someterme y dejar que todo proceda según Tus instrumentaciones”. Después de orar, me sentí un poco más tranquila y, tras acomodarme el pelo, me quedé donde estaba durante unos segundos y luego di un paso adelante. Si hubieran querido arrestarme, podrían haberlo hecho fácilmente en ese momento, pero, para mi sorpresa, se quedaron donde estaban, tan inmóviles como un trío de muñecos de madera. Parecía que no me reconocían porque me había cortado el pelo y me había cambiado de ropa, y mi aspecto era completamente distinto al de la primera vez que me arrestaron. Al ver que no parecían reaccionar ante mí, me sentí un poco más valiente y confiada y seguí caminando hacia adelante. Al pasar junto a ellos, contuve la respiración nerviosamente; era como si todo a mi alrededor se hubiera congelado. Vi un pequeño camino que se dirigía hacia el este, así que caminé lentamente hacia allí, pero los tres oficiales seguían sin moverse. Había vuelto a contemplar la omnipotente soberanía de Dios. Cuando me había alejado unos 10 metros de ellos, oí al capitán gritar por detrás de mí: “Xiao Kang, Xiao Kang, ¿eres tú, Xiao Kang?”. Debió de gritarme cuatro o cinco veces. Cuando le oí gritar mi nombre, el corazón se me salía del pecho y me entró un sudor frío. Lo que más deseaba era salir corriendo como una loca, pero mis piernas no escuchaban las órdenes de mi cerebro. Se me ocurrió que si salía corriendo, ellos sabrían que era yo y vendrían a perseguirme. Me apresuré a orar a Dios, pidiéndole que me mantuviera en calma y no me dejara entrar en pánico. Después de orar, me sentí un poco más tranquila y por más que la policía me llamara, los ignoré y seguí caminando. Ningún policía vino a perseguirme. Así, con la protección de Dios, me escapé delante de sus narices.
Esta fuga increíblemente arriesgada me hizo pensar en un pasaje de las palabras de Dios: “Independientemente de lo ‘poderoso’, lo audaz y ambicioso que sea Satanás, de lo grande que sea su capacidad de infligir daño, del amplio espectro de las técnicas con las que corrompe y atrae al hombre, lo ingeniosos que sean los trucos y las artimañas con las que intimida al hombre y de lo cambiante que sea la forma en la que existe, nunca ha sido capaz de crear una simple cosa viva ni de establecer leyes o normas para la existencia de todas las cosas, ni de gobernar y controlar ningún objeto, animado o inanimado. En el cosmos y el firmamento no existe una sola persona u objeto que haya nacido de él o que exista por él; no hay una sola persona u objeto gobernados o controlados por él. Por el contrario, no solo tiene que vivir bajo el dominio de Dios, sino que, además, debe someterse a todas Sus órdenes y Sus mandatos. Sin el permiso de Dios, le resulta difícil incluso tocar una gota de agua o un grano de arena sobre la tierra; ni siquiera es libre para mover a las hormigas sobre la tierra, y mucho menos a la humanidad creada por Dios” (La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. Dios mismo, el único I). Vi que Dios es todopoderoso, reina con soberanía sobre todas las cosas y tiene la máxima y última autoridad. Fue Dios quien cegó a los policías, permitiéndome pasar desapercibida. Al recordar estos dos casos de represión y detención por parte del PCCh, me di cuenta de que no hay ningún lugar al que no lleguen los poderes de Dios. Cuando me arrestaron, Dios me abrió una salida, permitiéndome escapar sin incidentes. La policía movilizó una operación masiva para encontrarme y arrestarme, rodeando la casa y la aldea donde me encontraba, pero aún así no pudieron atraparme. Luego intentaron perseguirme y cortarme el paso en la carretera, pero por alguna razón no me reconocieron cuando pasé junto a ellos. Cuanto más pensaba en ello, más sentía que Dios es verdaderamente todopoderoso y que, por muy salvajemente que actúe Satanás, no puede ponerme un dedo encima sin el permiso de Dios.
Más tarde, algunos hermanos y hermanas me dijeron que el PCCh había colocado carteles de búsqueda con mi foto en todo el condado, junto a una leyenda que decía “Grave perturbadora del orden social”. La policía también recorría los autobuses urbanos con mi foto preguntando si alguien sabía de mi paradero. Como la policía seguía buscándome, no podía salir a cumplir con mis deberes y tenía que esconderme en la casa de mi familia de acogida, y estaba constantemente en vilo. Después de eso, no salí durante más de un año, y me sentía muy reprimida y abatida. A veces sentía que era demasiado difícil y doloroso creer en Dios en el país del gran dragón rojo. Vi un pasaje de las palabras de Dios que dice: “Al embarcarse en una tierra que se opone a Dios, toda Su obra se enfrenta a tremendos obstáculos y cumplir muchas de Sus palabras lleva tiempo; así, la gente es refinada a causa de las palabras de Dios, lo que también forma parte del sufrimiento. Es tremendamente difícil para Dios llevar a cabo Su obra en la tierra del gran dragón rojo, pero es a través de esta dificultad que Dios realiza una etapa de Su obra, para manifestar Su sabiduría y acciones maravillosas, y usa esta oportunidad para hacer que este grupo de personas sean completadas” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. ¿Es la obra de Dios tan sencilla como el hombre imagina?). Me di cuenta de que Dios no estaba haciendo sufrir a la gente intencionadamente, sino que estaba utilizando las circunstancias adversas creadas por el arresto y la persecución de los creyentes por parte del PCCh para perfeccionar la fe y el amor de la gente y crear un grupo de vencedores.
Al recordar toda esta experiencia —desde que me arrestaron, hasta que escapé y hasta ahora— he enfrentado bastante adversidad, pero eso me ha permitido reconocer claramente la esencia demoníaca de la resistencia del PCCh a Dios. El PCCh ya no es capaz de desorientarme y me he rebelado contra él y lo he abandonado. Al mismo tiempo, he visto de cerca que Dios ha estado conmigo en cada paso del camino, ayudándome siempre que lo he necesitado y abriendo un camino para mí una y otra vez. Las palabras de Dios me han dado fe y fortaleza y me han guiado fuera de la boca del lobo una y otra vez. He visto la soberanía omnipotente de Dios y esto ha profundizado mi fe en Él. Cuanto más pienso en ello, más me doy cuenta de que he ganado mucho a través de esta adversidad y persecución. Con esto en mente, ya no lo encuentro amargo, sino que siento que Dios me ha mostrado Su gracia y me ha favorecido dejándome experimentar Su obra a través de esta difícil situación. No importa cómo me aceche y persiga el PCCh, seguiré persiguiendo la verdad, cumpliendo con mi deber y retribuyendo el amor de Dios.
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