Tengo la responsabilidad de revelar a los anticristos
A finales de agosto de 2020, me eligieron líder de la iglesia y compañera de Xin Ran. A principios de septiembre, nuestro superior convocó a Xin Ran a una reunión en otra ciudad, mientras que yo me quedé en la iglesia con algunos diáconos para ocuparme de las diversas tareas. Por entonces veíamos que la labor de riego era bastante ineficaz, principalmente porque el supervisor no hacía el oportuno seguimiento del trabajo. Nos disponíamos a hablar con él para resolver el problema, pero cuando le enviamos una carta a Xin Ran al respecto, rechazó categóricamente nuestra propuesta y nos dijo que esperáramos a que ella regresara para hablarlo. Pensé: “Es solo hablar con el supervisor. ¿Por qué esperar a que tú vuelvas?”. Pero luego pensé que tal vez Xin Ran conocía otros problemas del supervisor que nosotros no y quería resolverlos con nosotros. Ante esta reflexión, no dije nada más. Sin embargo, días después, Xin Ran regresó de la reunión y no explicó nada. En ese momento me pareció un poco arrogante, ya que, antes de que volviera, habría estado bien que nosotros hubiéramos hablado de estos problemas con el supervisor. ¿Había algún motivo para que no pudiéramos hacer el trabajo sin ella? Más tarde, al debatir el trabajo en nuestra reunión, me pareció que nos hablaba con condescendencia y simplemente nos daba órdenes como si no viera la necesidad de debatir las cosas con nosotros. Yo hice propuestas sobre nuestro trabajo, pero las desautorizó sin pensárselo. Algunas propuestas no presentaban ningún problema, pero les puso peros adrede y nos obligó a hacer lo que ella quería. Por ejemplo, al examinar el trabajo de unos equipos, descubrí algunos problemas y propuse hablar yo con el supervisor para resolverlos, pero Xin Ran insisitó firmemente en que no era necesario que fuera y dijo que ella se reuniría con ellos cuando no estuviera ocupada. ¿Pero eso no demoraba las cosas? Y yo conocía mejor que ella el estado del trabajo de esos equipos, por lo que reiteré mi propuesta, pero siguió insistiendo en que hiciera lo que ella pidiera. Eso me incomodó mucho, y pensé: “Somos compañeras, pero ella siempre tiene la última palabra y no tiene cabida la negociación. Rechaza todas mis propuestas y, al final, tengo que hacerle caso de todos modos. ¿Ninguna de mis propuestas es adecuada? ¿O ella es demasiado arrogante?”. Pero veía lo enérgica que era y sabía que llevaba más tiempo de líder que yo, por lo que debía de conocer mejor la situación. Así pues, decidí hacerlo a su modo y no añadí nada más.
Luego nos dividimos para reunirnos con equipos distintos. Cuando me reuní con los obreros de riego, la encargada, la hermana Wang, señaló que últimamente había cada vez más nuevos fieles y que los obreros de riego estaban muy ocupados, y preguntó si podíamos organizar que los líderes y obreros regaran a nuevos fieles a media jornada. Eso garantizaría que se regara a tiempo a los nuevos fieles. Como la propuesta de la hermana Wang me pareció bien, la adopté. Inesperadamente, cuando se enteró Xin Ran, ese mismo día escribió una durísima carta y se la envió a todos los obreros de riego. La carta me acusaba de planificar mal y hacer del trabajo un caos. También trataba con la hermana Wang, a quien reprendía entre líneas, alegando que organizamos las cosas arbitrariamente e hicimos lo que quisimos, lo que interrumpió y perturbó la labor de la iglesia y era gravísimo. Esta carta fue como una pedrada en la cabeza. Hizo que se me saliera el corazón del pecho. ¿Era arbitraria? ¿Perturbaba la labor de la iglesia? Me quedé de piedra en el acto y temí haberme descarriado y haber perturbado. Sobre todo al percatarme de que todos los hermanos y hermanas podrían leer esta carta, sentí una especial vergüenza. ¿Qué opinarían todos de mí ahora? ¿Cómo los miraría a la cara en lo sucesivo? Estaba triste y me sentía condenada. Pensé: “Aunque realmente cometiéramos un error, podrías enseñarnos los principios e informarnos de en qué nos equivocamos para poder solucionar el problema. ¿Por qué escribiste una carta a todos y no hablaste con nosotras?”. No pude evitar llorar. En aquel momento estuve negativa dos días por esto. Posteriormente, mi estado mejoró un poco a base de comer y beber de la palabra de Dios. Tenía una vaga sensación dentro de mí de que Xin Ran tenía mal genio y yo debía tener cuidado con ella en un futuro y no enojarla. Si no, no sé cuándo podría castigarme y humillarme. Se me quedó el trauma en la cabeza después de aquello. Sentía constantemente que, si no la escuchaba, o si la refutaba, ella haría algo que me perjudicara. Siempre sentía un temor incierto.
Luego me enteré de que Xin Ran insistió en reunirse sola con los supervisores de cada equipo, pero, como no quedaron a una hora concreta, eso se demoró varios días y muchas tareas no se organizaron y ejecutaron a tiempo. Creía que ella compartiría las lecciones que aprendiera de esta cuestión en la reunión o hablaría de las anomalías y los errores al organizar el trabajo, por lo que me sorprendió que no lo mencionara. Días más tarde, nuestro superior envió una carta para enseñar los principios pertinentes, la cual decía que fue oportuno que yo organizara el riego de nuevos fieles por parte de los líderes y obreros a media jornada. Así podríamos acumular más buenas acciones y los nuevos fieles podrían recibir riego enseguida, algo beneficioso para la labor de la iglesia. Creía que Xin Ran haría introspección y se daría cuenta de su error cuando se enterara, pero parecía totalmente despreocupada. Simplemente me lanzó una mirada despectiva y se volteó. Pensé: “Ha cometido un error tras otro en el deber, pero no se conoce en absoluto. Es peligroso que siga así”. Me fijé en su porte altivo y me acordé de cómo desautorizaba enérgicamente toda propuesta que se le hiciera, por no hablar de su actitud cuando le señalaban sus problemas. Eso, más lo duramente que me reprendió la última vez, me hacía sentir asustada y limitada y no me atreví a comentárselo.
En esa época, Xin Ran realizaba y organizaba el trabajo ella sola. Aunque ambas éramos compañeras, jamás me comunicaba ni me hablaba de las cosas. Se encargaba de todo y era la que tenía la última palabra. Al debatir el trabajo, una vez que algunos diáconos y yo expresábamos nuestras opiniones, siempre señalaba, puntillosa, problemas con nuestro enfoque y, sencillamente, reformulaba nuestras ideas y acababa dando su “elevada opinión”. Con el tiempo, todos empezamos a creernos inferiores a Xin Ran y a considerarla más reflexiva, más apta y más capaz de ver claros los asuntos que nosotros, por lo que normalmente nos acomodábamos a su punto de vista y hacíamos lo que dijera. Además, cuando Xin Ran ponía peros adrede o desautorizaba categóricamente mis sugerencias, era muy agresiva, así que siempre le tenía cierto miedo. Creía que, si no le hacía caso, me haría algo ruin, con lo cual cedía sin quererlo y no me atrevía a contrariarla. Como siempre me rechazaba, a la larga, aunque tuviera algunas ideas, no quería compartirlas. Más adelante, me volví cada vez más pasiva en el deber y ya no aspiraba a ser más eficaz en él. Era como una marioneta. No tenía ideas ni puntos de vista al abordar los diversos problemas de mi trabajo. Esperaba órdenes de Xin Ran para hacer cualquier cosa y hacía lo que ella quería. Varios diáconos también se hallaban en este estado. En esa época era cada vez más pasiva. Sabía que Dios aborrecía mi estado y me ocultaba Su rostro, pero no sabía cómo cambiarlo y me parecía un tormento.
En esos pocos días, recibimos carta de nuestro líder superior, que afirmaba que habían detenido hacía poco a unos hermanos y hermanas. Por seguridad, nos pedía que nos dividiéramos en dos grupos y no estuviéramos todos en un solo lugar. Esto evitaría que nos detuvieran a todos a la vez, lo que podría demorar el trabajo. Como en ese momento no estaba allí Xin Ran, lo debatí con algunos diáconos. A mí me parecía un buen plan, pero, según los diáconos, separarse dificultaría hablar del trabajo, por lo que, al final, no fuimos capaces de decidirnos. Ellos querían esperar a que regresara Xin Ran para decidir. Pensé: “Solo se trata de dividirse en dos grupos, no de una gran cuestión de principios, y, en vista de los problemas de seguridad, es buena idea separarse”. Sin embargo, nadie se atrevió a decidirse. Insistieron en esperar a que Xin Ran accediera. Vi cuánto idolatraban todos a Xin Ran, cómo todos esperaban que organizara las cosas y decidiera, cómo obedecían sus órdenes, y me di cuenta de que el problema con ella era grave. Después le hablé a una diaconisa, la hermana Li, de mi estado y de los problemas que había descubierto con Xin Ran. Me sorprendió que dijera que también ella se sentía limitada por Xin Ran. Siempre tenía miedo de Xin Ran y no se atrevía a contrariarla. Añadió que Xin Ran exageraba sus defectos adrede y que la reprendía delante de los demás para hacer que quedara mal. Añadió algo más la hermana Li: “Vemos el problema de Xin Ran, pero si no lo discernimos, no lo revelamos y no practicamos la verdad, el Espíritu Santo nos abandonará”. Estaba de acuerdo con aquello. Recordé un pasaje de la palabra de Dios. “Aquellos que están dentro de la iglesia y practican la verdad son descartados, incapaces de darlo todo, mientras que los que perturban a la iglesia y esparcen la muerte hacen vandalismo en la iglesia y, lo que es peor, la mayoría de las personas los sigue. Tales iglesias son dirigidas por Satanás, lisa y llanamente, y el diablo es su rey. Si los congregantes no se levantan y rechazan a los demonios principales, entonces ellos también, tarde o temprano, se irán a la ruina. A partir de ahora, deben tomarse medidas contra tales iglesias. Si los que son capaces de practicar un poco de la verdad no buscan hacerlo, entonces esa iglesia será eliminada. Si no hay nadie en una iglesia que esté dispuesto a practicar la verdad ni nadie que pueda mantenerse firme en el testimonio de Dios, entonces esa iglesia debe ser completamente aislada y se deben cortar sus conexiones con otras iglesias. A esto se le llama ‘muerte por sepultura’; eso es lo que significa expulsar a Satanás” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Una advertencia a los que no practican la verdad). Al meditar este pasaje de la palabra de Dios, tuve mucho miedo. La palabra de Dios revelaba nuestro estado actual exacto. Xin Ran tenía la última palabra y el poder en la iglesia, pero nadie se atrevía a revelarla ni a dar un paso al frente y practicar la verdad. Por el contrario, todos le hacíamos caso, la obedecíamos y dejábamos que tuviera la última palabra. ¿Cómo era posible afirmar que llevábamos a Dios en el corazón? ¿Cómo no habría de detestarnos y despreciarnos Dios de esta forma? De continuar así, al final, Dios nos rechazaría y perderíamos por completo la obra del Espíritu Santo. Tenía claro que Xin Ran vulneraba los principios de la verdad y actuaba arbitrariamente. Tenía la última palabra en todo, se comportaba de manera tiránica y no escuchaba para nada los consejos de sus colaboradores. Cuando le señalaban sus problemas, no los admitía ni hacía introspección, pero yo temía ofenderla y que tratara conmigo y me reprimiera. No me atrevía a plantearlo. Siempre la escuchaba y obedecía, lo que provocaba demoras, perturbaba la labor de la iglesia y me hacía cómplice de Satanás. Al darme cuenta, sentí un pesar y un remordimiento profundos. Pensé: “Tengo que practicar la verdad y revelarla. No puedo resignarme más de esta forma”.
No obstante, luego me pasó otra cosa inesperada. Un día, cuando Xin Ran volvió de una reunión, dijo de manera airada y con cara de pocos amigos: “Hay dos supervisores de equipo que no saben trabajar bien con nadie y siempre critican a los demás. Van a ser destituidos”. Me quedé impactada con esto. Sabía algunas cosas de esos supervisores. Aunque a veces exhibían un carácter arrogante, ambos eran capaces de aceptar la verdad y hacer un trabajo práctico. Tan solo exhibían corrupción y no cooperaban en armonía, pero podría resolverse el problema enseñándoles la verdad. ¿Cómo se les podría destituir sin más? Destituir arbitrariamente a gente capaz de hacer un trabajo práctico, ¿no demoraría la labor de la iglesia? En esta ocasión ya no podía obedecerla a ciegas y ser una cobarde. Le comenté: “En algo tan importante, hemos de buscar el modo de practicar correctamente. No podemos relevarlos a discreción”. Después fui a la iglesia a investigar la situación. Me sorprendió descubrir que ya los habían relevado. Investigué y descubrí que en absoluto eran objetivos de destitución. Conmocionada y enojada, reflexioné: “En una materia tan importante, Xin Ran ha tomado una decisión sin debatirla con nadie. ¡Eso es despótico!”. Escribí una carta en la que señalaba el problema de Xin Ran, pero no se comprendía a sí misma en absoluto. Más tarde supe que una diaconisa, la hermana Liang, era en un principio activa y responsable en el deber, pero, últimamente, Xin Ran la había atacado y ninguneado, por lo que su estado era muy negativo y creía que no podría continuar como diaconisa. Esto me entristeció mucho. Comprobé que la arrogancia, la conducta tiránica y los ataques y limitaciones constantes de Xin Ran hacia otros no lograban sino hacerles sentir negativos y tristes. Era, indudablemente, una malhechora. Tenía que plantarle cara para revelarla y pararla. No podía dejar que hiciera lo que quisiera. Sin embargo, cuando realmente la tenía delante, aún era un poco cobarde.
Más adelante leí un pasaje de la palabra de Dios. “Si la verdad no se ha convertido en tu vida y todavía vives inmerso en tu carácter satánico, entonces cuando descubras a personas malvadas y a demonios que interrumpan y perturben el trabajo de la casa de Dios, harás la vista gorda y oídos sordos; los apartarás sin que te lo reproche tu conciencia. Llegarás a creer que quien perturba el trabajo de la casa de Dios no tiene nada que ver contigo. Por más que se resientan el trabajo de la iglesia y los intereses de la casa de Dios, a ti no te importa, ni intervienes ni te sientes culpable, lo que te convierte en alguien sin conciencia ni sentido, un incrédulo, un hacedor de servicio. Comes de lo que es de Dios, bebes de lo que es de Dios y disfrutas de todo lo que viene de Dios, pero crees que ningún perjuicio a los intereses de la casa de Dios tiene que ver contigo, lo que te convierte en un traidor que muerde la mano que te da de comer. Si no proteges los intereses de la casa de Dios, ¿eres siquiera humano? Eres un demonio que se ha introducido en la iglesia. Finges creer en Dios, ser de Sus escogidos, y quieres gorronear en la casa de Dios. No estás viviendo la vida de un ser humano y, obviamente, eres incrédulo. Si eres alguien que cree realmente en Dios, entonces, aunque aún no hayas obtenido la verdad y la vida, al menos hablarás y actuarás desde el lado de Dios; al menos no te quedarás impasible cuando veas que los intereses de la casa de Dios están comprometidos. Cuando tengas el impulso de hacer la vista gorda, te sentirás culpable, a disgusto, y te dirás a ti mismo: ‘No puedo quedarme aquí sentado sin hacer nada, debo levantarme y decir algo, debo asumir la responsabilidad, debo revelar este mal comportamiento, debo detenerlo para que los intereses de la casa de Dios no se vean perjudicados, y la vida de la iglesia no se vea alterada.’ Si la verdad se ha convertido en tu vida, entonces no solo tendrás este valor y esta determinación y serás capaz de comprender el asunto del todo, sino que también cumplirás con la responsabilidad que te corresponde en la obra de Dios y en los intereses de Su casa, con lo que cumplirás con tu deber” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo quienes practican la verdad temen a Dios). En la palabra de Dios descubrí que cuando algunos ven resentirse los intereses de la casa de Dios, no les preocupa en absoluto. Esa gente es, sencillamente, infrahumana. Me entristeció saberlo, pues así me había comportado yo. Tenía claro el problema de Xin Ran, pero jamás me atrevía a plantarme para revelarla y pararla. Como siempre me enmendaba la plana, desautorizaba mis puntos de vista y se ponía por encima de mí para sermonearme y atacarme, me daba miedo y no me atrevía a ofenderla. Para protegerme, simplemente le seguía el juego y me rebajaba. Pensaba incluso que, si era obediente y sumisa hacia ella, no me reprimiría y castigaría. Mientras pudiera protegerme, estaba dispuesta a estar dominada a su merced. Vivía en este estado sin consideración alguna por los intereses de la casa de Dios. Su modo de contrariar los principios y actuar como una tirana ya había afectado al trabajo de la iglesia, pero no me atrevía a plantarme y revelarla. Ni siquiera cuando atacaba y dominaba a la gente en todas partes, se alzaba con el poder y tenía la última palabra, me atrevía a oponerme a ella y a parar sus actos malvados. Era grave mi estado de servilismo. No era más que una cobarde inútil que vivía rebajándose. Así, ¿cómo podría tener dignidad? Gozaba del riego y sustento de las palabras de Dios y de todo lo que viene de Él, pero siempre intentaba protegerme y no sabía practicar la verdad para proteger los intereses de la iglesia. Era indigna de ser calificada de humana. Al pensarlo, me sentí muy infeliz y culpable. Me odié por ser tan egoísta y astuta. Pensé: “Ya no puedo segur así. Esta vez, aunque me castigue y se vengue, tengo que plantarme, revelar sus actos malvados y proteger la labor de la casa de Dios. Es mi responsabilidad”.
Cuando regresé, a raíz de la arbitraria destitución de los dos supervisores por parte de Xin Ran, revelé su vulneración de los principios y su tiránica conducta. Pero sin que me diera tiempo a decir nada, ella me interrumpió y señaló que no sabía cooperar en armonía con ella. En ese momento, varios diáconos también revelaron su conducta represora y dominante. Al final, frente a los hechos, no pudo refutarlos, con lo que alegó que simplemente no había reconocido los problemas de que le hablábamos y que buscaría en lo sucesivo. Por último, sonriendo, añadió: “Con mi gran aptitud, no puedo evitar ser arrogante”. Me quedé atónita con eso. Era totalmente irracional. Después, las dos diaconisas hablaron y ayudaron a Xin Ran dos veces con la esperanza de que pudiera arrepentirse, pero Xin Ran no lo admitió en absoluto y llegó a a atacar a las dos hermanas diciendo que estaban tratando con ella. Al ver que Xin Ran no aceptaba para nada la verdad ni entendía sus malas acciones, comprendí que su problema era grave.
Más adelante me pregunté una cosa: Xin Ran nos había abatido hasta dejarnos tan débiles que no queríamos cumplir con el deber. ¿Qué pasaba exactamente? Más tarde, tras leer la palabra de Dios, por fin discerní un poco los métodos y la esencia que subyacían a lo que hacía Xin Ran. Las palabras de Dios dicen: “Los anticristos tienen motivaciones y objetivos detrás de todos los métodos que utilizan contra los que buscan la verdad. En lugar de luchar por salvaguardar la obra de la casa de Dios, su propósito es salvaguardar su propio poder y estatus, así como su posición e imagen en los corazones del pueblo escogido de Dios. Estos métodos y comportamientos perturban y alteran la obra de la casa de Dios, y también tienen un efecto destructivo en la vida de la iglesia. ¿Acaso no es esta la manifestación más común de los actos malvados de un anticristo? Además de estos actos malvados, los anticristos hacen algo aún más despreciable, y es que siempre tratan de averiguar cómo ganar ventaja sobre los que buscan la verdad. Por ejemplo, si algunas personas han fornicado o han cometido alguna otra transgresión, los anticristos aprovechan esto como ventaja para atacarlas, buscan oportunidades para insultarlas, exponerlas y calumniarlas, para etiquetarlas y así desalentar su entusiasmo por cumplir con su deber, de modo que se sientan negativas. Los anticristos también hacen que el pueblo escogido de Dios los discrimine, los rehúya y los rechace, para que los que buscan la verdad queden aislados. Al final, cuando todos los que buscan la verdad se sienten negativos y débiles, ya no realizan activamente sus deberes y no están dispuestos a asistir a las reuniones; entonces, el objetivo de los anticristos se ha logrado. Una vez que los que buscan la verdad ya no suponen una amenaza para su estatus y su poder, y ya nadie se atreve a denunciarlos o exponerlos, los anticristos pueden sentirse tranquilos. […] ¿Qué albergan los anticristos en sus pensamientos que les vuelve capaces de tal maldad? ‘Si los que buscan la verdad escuchan a menudo los sermones, puede que un día vean más allá de mis acciones, y entonces me desenmascararán definitivamente y me sustituirán. Mientras ellos cumplen con su deber, mi estatus, mi prestigio y mi reputación están amenazados. Es mejor golpear primero, buscar oportunidades para aprovecharse de cualquier ventaja para acosarlos y condenarlos, para volverlos pasivos, para que pierdan todo deseo de cumplir con su deber. Los anticristos también provocan conflictos entre los líderes y los obreros y los que buscan la verdad, de tal manera que los líderes y obreros los odian, los evitan y ya no valoran ni promocionan a aquellos que buscan la verdad. De esta manera, ya no tendrán ningún deseo de buscar la verdad ni de cumplir con su deber. Es mejor que los que buscan la verdad permanezcan pasivos’. Este es el objetivo que desean alcanzar los anticristos” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Excluyen y atacan a quienes buscan la verdad). Con la lectura de la palabra de Dios descubrí que los anticristos consideran el poder su vida y anhelan el estatus. Les preocupa que aquellos que buscan la verdad entiendan esto, los disciernan y reciban el respaldo y la aprobación de los hermanos y hermanas, por lo que, para consolidar su posición y su poder, los anticristos aprovechan adrede para atacar y ningunear a quienes buscan la verdad, a fin de que se vuelvan negativos, pierdan la confianza y no puedan cumplir normalmente con el deber. Así, pueden permanecer en el poder y tener la última palabra. Comprobé que esto era lo que hacía Xin Ran. Siempre nos enmendaba la plana, se valía de nuestros problemas con cinismo y sarcasmo, y nos abochornaba y degradaba deliberadamente delante de los hermanos y hermanas, lo que nos hacía creer que no sabíamos hacer un trabajo práctico y nos dejaba débiles e incapaces de cumplir con el deber. La carta abierta que escribió, en la que me ninguneaba y condenaba mi entendimiento absurdo y por actuar arbitrariamente, me hizo sentir particularmente atacada. Desde entonces la temía. Como me aterraba discrepar de ella en algo y que me volviera a ningunear y reprender públicamente, hacía lo posible por obedecerla, no me atrevía a ofenderla ni a contrariar su voluntad de nuevo, ni tampoco a discernirla y revelarla. Empleaba los mismos métodos con los diáconos, con lo que todos bajaban la cabeza y creían necesario hacer introspección, de modo que nadie era capaz de discernirla, todos se sentían limitados, le hacían caso y no se atrevían a objetar nada a sus decisiones. Así logró su objetivo de tener el poder ella sola. Las palabras y acciones de Xin Ran eran especialmente siniestras, astutas y ruines. En todo lo que decía y hacía era como un anticristo.
También me preguntaba que, puesto que nos reprimía a todos, ¿por qué al final seguíamos admirándola y haciéndole caso, y por qué no nos atrevíamos a decidir nada sin tenerla allí? ¿Cómo nos engañó y controló hasta tal extremo? Luego leí otro pasaje de la palabra de Dios. “Una de las señales más comunes de que los anticristos controlan a las personas es que, dentro de su ámbito de control, solo ellos tienen la última palabra. Si el anticristo no está presente, nadie más se atreve a pronunciarse o a tomar una decisión. Si el anticristo no está presente, todos los demás son como niños sin madre. No tienen ni idea de cómo orar o buscar, de cómo discutir las cosas juntos. Son como marionetas o personas muertas. No entraremos en detalles sobre qué tipo de discurso utilizan los anticristos para controlar a la gente. Ciertamente tienen dichos y métodos, y los resultados que logran se reflejan en las diversas manifestaciones de las personas bajo su control. […] Por ejemplo, si presentas una sugerencia razonable, todo el mundo debería continuar la comunicación a partir de este plan correcto. Esta es la senda adecuada, es la lealtad y la responsabilidad con el propio deber. Sin embargo, un anticristo se preguntará: ‘¿Por qué no se me ha ocurrido a mí tu plan?’. Admiten que el plan es correcto en su mente, pero ¿acaso lo aceptan? Debido a su naturaleza, nunca aceptarán tu apropiada sugerencia. Intentarán sin duda rechazar tu plan y luego propondrán otro. Te harán sentir que tu plan es completamente inviable, de modo que te parezca imposible poder dejar al anticristo, pues solo cuando el anticristo trabaja puede cualquier otra persona tener un trabajo que hacer; si él no está presente, ningún trabajo puede hacerse bien y todos los demás son unos inútiles y no podrán hacer nada. Los métodos de los anticristos son siempre poco convencionales y grandilocuentes al hacer las cosas. No importa lo correcta que sea la sugerencia de otro, siempre la rechazarán. Incluso si la sugerencia de otra persona resulta consistente con sus ideas; si el anticristo no la propone primero, sin duda se negará a aceptarla o implementarla. En su lugar, el anticristo hará todo lo posible para menospreciar, negar y condenar la sugerencia hasta que la persona que la ofreció sienta que su idea es equivocada y lo acabe admitiendo. Solo entonces el anticristo se detiene. A los anticristos les gusta construirse a sí mismos y menospreciar a los demás para que los adoren y los pongan en el centro de las cosas. Los anticristos solo se permiten florecer a sí mismos, los demás son apenas un telón de fondo que les permite destacar. Los anticristos creen que todo lo que dicen y hacen es correcto, que todo lo que los demás dicen y hacen es incorrecto. A menudo proponen perspectivas novedosas para negar los puntos de vista y las prácticas de los demás, critican y encuentran problemas en las opiniones de otros, y desbaratan o rechazan los planes propuestos por los demás, para que todo el mundo se vea obligado a escucharles a ellos y a actuar según sus métodos. Utilizan estos métodos y medios para negarte continuamente, atacarte y hacerte sentir que no eres lo suficientemente bueno, para que cada vez te vuelvas más sumiso con ellos, los admires y los tengas en alta consideración, hasta que finalmente estés completamente bajo su control. Este es el proceso por el cual los anticristos someten y controlan a la gente” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Engañan, atraen, amenazan y controlan a la gente). Tras leer las palabras de Dios, se me iluminó el corazón. Antes, cuando Xin Ran siempre desautorizaba nuestro enfoque, tan solo creía que era arrogante, pero no discernía sus intenciones y la naturaleza de sus actos. Fue después de leer las palabras de Dios cuando supe que, cada vez que Xin Ran desautorizaba nuestro enfoque, se le daba especialmente bien resaltar los problemas que había en él y refutarlos, lo que nos hacía sentir que nuestro consejo podría no ser adecuado. Después sintetizaba una idea basada en esto o daba alguna teoría elevada, y al rato nos sentíamos inferiores a ella y creíamos que veía las cosas con más profundidad y perspicacia. No solo no la discerníamos, sino que la admirábamos cada vez más hasta acabar rechazándonos a nosotros mismos sin querer. Creíamos que nuestras ideas y sugerencias eran, básicamente, inútiles, que era inútil comentarlas y que debíamos escucharla a ella nada más. Con esto había logrado su objetivo de controlar las ideas de la gente. Tras mucho tiempo bajo este control, dejamos de buscar y de pensar cuando nos pasaban las cosas. Al final perdimos la cordura, éramos como marionetas y absolutamente inútiles en el deber. Entonces entendí que este era un método de los anticristos para lograr el dominio y el control sobre la gente. Xin Ran lo había empleado para controlarnos a nosotros, para que la escucháramos y obedeciéramos. ¡Qué ruin, astuta y malvada Xin Ran!
Más tarde leí otro pasaje de las palabras de Dios. “Si alguien es inteligente, siempre maquina en todo lo que hace y dice, resulta imponente y cuando estás con él o ella siempre quiere controlarte y manejarte, entonces, en tu corazón, ¿sientes que esta persona es bondadosa o despiadada? (Despiadada). Le tienes miedo y piensas: ‘Esta persona siempre quiere controlarme. Tengo que alejarme de ella lo antes posible. Si no hago lo que dice, buscará una forma de perjudicarme en secreto y tal vez me castigue’. Te das cuenta de que su carácter es despiadado, ¿verdad? (Sí). ¿En qué lo notas? (Siempre hacen que la gente haga las cosas de acuerdo con sus ideas y exigencias). ¿Está mal que exijan a los demás que hagan las cosas de esta manera? ¿Es necesariamente malo que otras personas te exijan que hagas algo? ¿Es correcta esta lógica? ¿Se ajusta a la verdad? (No). ¿Son sus métodos o su carácter los que te hacen sentir incómodo? (Su carácter). Así es, su carácter te hace sentir incómodo y te parece que proviene de Satanás, que no está de acuerdo con la verdad y que es un carácter inquietante, controlador y que te hace sentir obligado. No solo te hace sentir incómodo, sino que te genera miedo en el corazón, te hace pensar que si no haces lo que te dice, existe la posibilidad de que pueda ‘ocuparse de ti’. ¡El carácter de este tipo de personas es muy despiadado! No se limitan a decir algo a la ligera: quieren controlarte. Te exigen muy fuertemente que hagas cosas y además demandan que las hagas de cierta manera. Esto implica un cierto tipo de carácter. No solo te exigen que hagas algo, sino que quieren controlar todo tu ser. Si te controlan, te convertirás en su marioneta y en un muñeco que pueden manipular. Son felices cuando lo que quieres decir, lo que haces y cómo lo haces depende enteramente de ellos. Cuando percibes este carácter, ¿qué sientes en tu corazón? (Siento miedo). Y cuando sientes miedo, ¿cómo puedes definir este carácter suyo? ¿Es responsable, es bondadoso o es despiadado? Te parecerá que es despiadado. Cuando percibes que el carácter de alguien es despiadado, ¿sientes placer o sientes odio, aversión y miedo? (Odio, aversión y miedo). Esos son los malos sentimientos que aparecen. Cuando sientes odio, aversión y miedo, ¿te sientes liberado y libre o te sientes obligado? (Obligado). ¿De dónde vienen este tipo de sentimientos y sensaciones? Vienen de Satanás” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. El conocimiento del propio carácter es la base de su transformación). Tras leer las palabras de Dios, entendí por qué temía tanto a Xin Ran y no me atrevía a desafiarla ni a contrariarla: sobre todo porque, cuando ella trataba conmigo y me desautorizaba, tenía un carácter ruin que me hacía sentir limitada y oprimida. Creía que, si no le hacía caso, me reprimiría y castigaría. En realidad me controlaba su carácter ruin. Xin Ran nos atacaba y ninguneaba con su carácter ruin, buscaba fallos adrede y desautorizaba nuestra opinión. Su propósito era hacernos ceder y que acabáramos siendo marionetas suyas; que todos la escucháramos, eliminar la desobediencia y, por ende, lograr su objetivo de tener el poder total. Su deseo de control era demasiado irrefrenable.
Luego, los diáconos y yo compartimos juntos la palabra de Dios. Cuanto más hablábamos, más se nos iluminaba el corazón. Discernimos un poco los métodos de Xin Ran para engañarnos, controlarnos y reprimirnos, y comprobamos que su naturaleza era arrogante y ruin. Para consolidar su posición y su poder, empleaba métodos de represión y control de personas. Tenía que tener la última palabra entre los hermanos y hermanas. Como solía vulnerar los principios y actuar arbitrariamente, perturbaba y perjudicaba el trabajo de la iglesia. Pese a revelarla y enseñarle en múltiples ocasiones, ni lo admitía en absoluto ni lo comprendía y se arrepentía. A tenor de la palabra de Dios, pudimos discernir con certeza que Xin Ran era un anticristo y que había que destituirla y aislarla en observación. Por consiguiente, transmitimos nuestra decisión a nuestros superiores ese mismo día, y posteriormente, después de investigar y confirmar, descubrieron el resto de malas acciones de Xin Ran, comprobaron que era un anticristo y la expulsaron. Tras su expulsión, nuestros hermanos y hermanas estaban contentísimos. Comprobamos que Dios es justo y que la verdad impera en Su casa. A su vez, yo también sentía pesar y remordimiento. Me percaté de que mi naturaleza era astuta y egoísta, y mi deseo de protegerme, fuerte. Estaba dispuesta a que ella me oprimiera y esclavizara antes que a buscar la verdad, discernirla y revelarla, y de forma tácita le perdonaba sus malas acciones y el que perturbara la labor de la iglesia, con lo que participé de su maldad. También experimenté que, como líderes y obreros, debemos defender los principios de la verdad y atrevernos a revelar a los anticristos y malhechores, pues es la única vía para poder proteger el trabajo de la iglesia y cumplir bien con el deber. ¡Demos gracias a Dios!