Encontré la verdadera felicidad

30 Ago 2024

Por Chongsheng, China

Desde muy joven, siempre me había encantado ver dramas románticos y envidiaba las relaciones amorosas entre los protagonistas. Por eso, llegué a creer que nada podría hacerme más feliz que tener un esposo que me amara y se preocupara por mí. Cuando tenía diecisiete años, conocí a mi futuro esposo. Su aspecto encajaba perfectamente con mis gustos; era relativamente ingenuo y, en nuestras interacciones, noté que era muy cariñoso y atento conmigo. Así que, sin pensarlo demasiado, decidimos casarnos. Después de casarnos, mi esposo continuó siendo muy bueno conmigo y era muy considerado. Hacía quehaceres en la casa y me compraba lo que yo quisiera. En ocasiones, si yo estaba triste, él me animaba y toleraba mi mal humor. Pensé que tenía mucha suerte de tener un esposo que me cuidaba y amaba así, por lo que decidí valorar nuestro matrimonio.

En 2019, durante la pandemia, mi mamá me compartió el evangelio de la obra de Dios en los últimos días. A partir de entonces, comencé a cumplir con mi deber lo mejor que pude. Un día, mientras los hermanos y hermanas se reunían en nuestra casa, mi esposo volvió de repente. Al ver a todos allí, se enojó mucho y, de manera agresiva, amenazó: “¡Si esto vuelve a ocurrir, llamaré a la policía!”. Luego salió furioso, estampando la puerta. Nunca había visto a mi esposo tan enojado; era como si se hubiera convertido en una persona completamente diferente. Me asusté mucho al ver cuán reacio era mi esposo a mi fe y pensé: “¿Qué debo hacer? Si nos vuelve a encontrar, ¿realmente llamará a la policía? ¿Me gritará esta noche cuando llegue a casa? ¿Cómo le explico esto sin poner en peligro nuestra relación?”. En ese tiempo, una líder de la iglesia compartió su experiencia personal conmigo durante una charla y leyó el siguiente pasaje de las palabras de Dios: “En cada paso de la obra que Dios hace en las personas, externamente parece que se producen interacciones entre ellas, como nacidas de disposiciones humanas o de la perturbación humana. Sin embargo, detrás de bambalinas, cada etapa de la obra y todo lo que acontece es una apuesta hecha por Satanás ante Dios y exige que las personas se mantengan firmes en su testimonio de Dios(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Solo amar a Dios es realmente creer en Él). Después de leer las palabras de Dios, me di cuenta de que, a primera vista, parecía que mi esposo era quien me estaba obstaculizando, pero en realidad era Satanás que actuaba a través de la amenaza de mi esposo para hacerme sentir preocupada y temerosa, e incluso alejarme de Dios y traicionarlo, abandonar mi fe y mi deber para mantener nuestra relación. Mi esposo nos encontró reunidos con el permiso de Dios. Dios esperaba que yo me mantuviera firme en mi testimonio en esa situación, y debía permanecer con Dios y no ceder ante Satanás. Una vez que entendí las intenciones de Dios, sentí una fe renovada. En efecto, mi esposo estaba muy enojado cuando llegó a casa. Dijo que iba a instalar cámaras de vigilancia y que, si me volvía a descubrir, llamaría a la policía y se divorciaría de mí. Al oírlo decir todo eso, me sentí increíblemente triste y las lágrimas comenzaron a rodar por mi rostro. Justo en ese momento, recordé estas palabras de Dios: “Todo lo que acontece es una apuesta hecha por Satanás ante Dios y exige que las personas se mantengan firmes en su testimonio de Dios(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Solo amar a Dios es realmente creer en Él). Satanás estaba actuando a través de mi esposo para hacerme dejar de creer en Dios. Tenía que desentrañar su malvado plan. Así que declaré con firmeza: “Si te preocupa que mi fe te cause problemas, no puedo obligarte a quedarte conmigo. Si deseas el divorcio, que así sea, porque no puedo renunciar a mi fe”. Se enojó tanto que sus ojos se pusieron rojos y golpeó la cama con los puños. Aunque no cedí ante mi esposo en ese momento, seguía teniendo miedo de un divorcio y no quería que mi fe se interpusiera en nuestra relación.

A partir de entonces, mi esposo dejó de tratarme tan bien, se encolerizaba conmigo todo el tiempo y criticaba mis defectos. “¿Qué haces en casa todo el día? ¿Cómo es posible que alguien de tu edad crea en Dios?”. En una ocasión, me agarró del cuello y dijo: “¡Te estrangularé y veré si tu Dios viene a salvarte!”. Esa noche, al pensar en lo cariñoso que solía ser mi esposo conmigo y en cómo ahora me criticaba todos los días por mi fe en Dios, me sentí profundamente agraviada y rompí en llanto. A la mañana siguiente, mis ojos aún estaban hinchados de tanto llorar, pero mi esposo no mostró ninguna reacción al verme. Cuando pensé en que si no creyera en Dios, mi esposo no me trataría de esa manera, titubeé un poco. Sin embargo, luego recordé que Dios había venido a hacer Su obra y salvar a la humanidad, y que debía practicar bien la fe y seguir la senda correcta. Por lo tanto, supe que no podía abandonar mi fe por mi esposo, pero tampoco quería perder mi matrimonio. A partir de entonces, mantuve cuidadosamente nuestra relación y busqué maneras de ganarme el favor de mi esposo. Como sabía que a él le molestaba mi fe, traté de esconder mis libros de las palabras de Dios para que no los viera y, después de las reuniones, limpiaba la habitación para no dejar el menor rastro de la reunión. No importaba cuán cansada estuviera de cuidar a mi hija, siempre encontraba tiempo para limpiar la casa y preparar las comidas. Solo realizaba mis prácticas devocionales cuando mi esposo no estaba en casa, por miedo a que encontrara defecto en mí. A veces, cuando él trabajaba horas extra, aprovechaba para leer las palabras de Dios, pero me resultaba difícil concentrarme porque temía que regresara temprano. Siempre estaba atenta a la puerta, y en cuanto la escuchaba abrirse, cerraba frenéticamente la computadora y guardaba mis libros. Después de eso, mi esposo no me sorprendió de nuevo practicando mi fe o leyendo las palabras de Dios, y su actitud hacia mí mejoró gradualmente. En 2021, cuando mi hija era un poco mayor, mi suegra comenzó a cuidarla y yo pude empezar a regar a los nuevos fieles. Poco después, me seleccionaron como diaconisa de riego. Debido a la carga que asumía en mi deber, me eligieron líder de iglesia en marzo de 2023. Como líder, tenía que llevar a cabo reuniones y mi carga de trabajo aumentó. A veces tenía que responder preguntas de cartas por la noche, pero realmente no me atrevía a hacerlo en ese horario. Pensaba: “Él no sabe que todavía estoy practicando mi fe y cumpliendo con mi deber. Nuestra relación apenas ha comenzado a mejorar, pero si descubre que sigo creyendo y cumpliendo con mi deber, ¿no volvería a buscarme defectos todo el día como antes? Si no puedo trabajar por la noche, está bien; trabajaré más durante el día”. Como no me atrevía a responder cartas por la noche y tenía reuniones todos los días, las cartas sin leer comenzaron a acumularse. El trabajo de depuración y expulsión de la iglesia seguía retrasándose y el progreso de nuestro trabajo evangélico también se ralentizó. Estaba muy ansiosa por todo esto, pero pensaba: “Dado que mis suegros viven con nosotros, si descubren mi fe y se unen a mi esposo para atosigarme o para alentarlo a que se divorcie de mí, ¿qué debería hacer?”. No quería perder ese matrimonio, así que me sentía limitada mientras cumplía con mi deber.

Una vez, durante una reunión, escuché este pasaje de las palabras de Dios: “Una vez casados, algunos están dispuestos a dedicarse al máximo a su vida matrimonial, y se disponen a esforzarse, luchar y trabajar duro por su unión. Algunos ganan dinero y sufren con desesperación y, desde luego, son todavía más los que confían la felicidad de su vida a su cónyuge. Creen que ser felices y dichosos en la vida depende de cómo sea su pareja, de si es buena persona, de si su personalidad y sus intereses coinciden con los suyos, de si es alguien que pueda llevar el pan a casa y sacar adelante una familia, cubrir sus necesidades básicas en el futuro y proporcionarles una familia feliz, estable y maravillosa, o reconfortarles cuando experimenten cualquier aflicción, tribulación, fracaso o contratiempo. A fin de constatar estas cosas, prestan especial atención a su pareja durante su convivencia juntos. Ponen gran cuidado y atención en observarla y advertir sus pensamientos, puntos de vista, palabras y conducta, así como cualquier movimiento que haga, además de cualquiera de sus puntos fuertes y debilidades. Recuerdan con detalle todos estos pensamientos, puntos de vista, palabras y conductas que revela su pareja en la vida, para así poder entenderla mejor. Al mismo tiempo, también esperan que esta los entienda mejor a ellos, y le permiten acceder a su corazón y entran a su vez en el suyo, para poder controlarse mejor el uno al otro, o para poder ser la primera persona en acudir al lado de su pareja cada vez que suceda algo, la primera en ayudar, en levantarse y apoyarla, en animarla y en ser su firme sostén. En semejantes condiciones de vida, el marido y la mujer rara vez intentan discernir qué clase de persona es su pareja, viven completamente sumergidos en los sentimientos que tienen hacia esta, los cuales usan para preocuparse por ella, tolerarla, sobrellevar todas sus faltas, defectos y aspiraciones, incluso hasta el punto de ponerse a su merced. Por ejemplo, un marido le dice a su mujer: ‘Tus reuniones duran mucho. Quédate media hora y luego vuelve a casa’. Ella responde: ‘Haré lo que pueda’. Como era de esperar, en la siguiente ocasión, pasa media hora en la reunión y se vuelve a casa. Entonces su marido le dice: ‘Eso está mejor. La próxima vez, preséntate y que te vean la cara, pero vuelve enseguida’. Ella responde: ‘Oh, ¡así que me echas mucho de menos! De acuerdo, haré lo que pueda’. En efecto, la siguiente vez que acude a una reunión, no lo decepciona, y vuelve a casa a los diez minutos aproximadamente. Su marido está muy contento y feliz, y exclama: ‘¡Eso está mejor!’. Si él quiere que vaya al este, ella no se atreve a ir al oeste; si él quiere que ría, ella no se atreve a llorar. Ve que está leyendo las palabras de Dios y escuchando himnos, y aborrece que lo haga, se siente disgustado y le dice: ‘¿De qué sirve que leas esas palabras y entones esas canciones todo el rato? ¿Puedes no hacer eso mientras estoy en casa?’. Ella responde: ‘Está bien, no las leeré más’. Ya no se atreve a leer las palabras de Dios ni a escuchar himnos. Ante las exigencias de su marido, acaba por comprender que a él no le gusta que crea en Dios ni que lea Sus palabras, así que le hace compañía cuando está en casa, ven la tele y comen juntos, charlan e incluso le presta sus oídos para que desahogue sus quejas. Se desvive por él con tal de que sea feliz. Cree que esas son las responsabilidades que le corresponden a un cónyuge. Entonces, ¿cuándo lee las palabras de Dios? Espera a que su marido se vaya, echa el cerrojo de la puerta y comienza a leer a toda prisa. Cuando oye a alguien llamar a la puerta, guarda rápido el libro y se asusta tanto que no se atreve a seguir leyendo. Al abrir, comprueba que no es su marido, que ha sido una falsa alarma, y sigue con su libro. Permanece en vilo, nerviosa y asustada, piensa: ‘¿Y si vuelve de verdad a casa? Lo mejor será que pare de leer de momento. Le voy a llamar para preguntarle dónde está y cuándo volverá’. Así que le llama y él contesta: ‘Hoy hay mucho trabajo, así que puede que no llegue a casa hasta las tres o las cuatro’. Eso la tranquiliza, pero ¿puede apaciguar su mente para ser capaz de leer las palabras de Dios? No, ya la tiene perturbada. Acude presurosa ante Dios para orar, ¿y qué es lo que dice? ¿Acaso confiesa que su creencia en Dios carece de fe, que le tiene miedo a su marido y que es incapaz de aplacar su mente para leer las palabras de Dios? Le parece que no puede decir tales cosas, así que calla ante Él. Sin embargo, cierra los ojos y junta las manos. Se calma y no se siente tan turbada, así que se pone a leer las palabras de Dios, pero estas no le calan. Piensa: ‘¿Por dónde iba leyendo? ¿Dónde me han llevado mis contemplaciones? He perdido el hilo por completo’. Mientras más lo piensa, más molesta e intranquila se siente: ‘Hoy ya no voy a leer más. No pasa nada si solo por esta vez no practico la devoción espiritual’. ¿Qué os parece? ¿Le va bien la vida? (No). ¿Es esto angustia o felicidad conyugal? (Angustia)” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad 1. Cómo perseguir la verdad (11)). Las palabras de Dios expusieron mi estado exacto. Es perfectamente natural y justificado que las personas practiquen la fe y cumplan con sus deberes. Sin embargo, cuando mi esposo me obstaculizaba, para mantener nuestra relación y seguir disfrutando de su cuidado y atención, así como para no perder mi matrimonio, no dudaba en dejar de lado mi deber y hacía todo lo posible para quedar bien con él. Como a mi esposo no le gustaba que practicara mi fe, no me atrevía a comer y beber las palabras de Dios mientras él estaba en casa. Cuando oía que llegaba, me asustaba y escondía frenéticamente mis libros. Si no hubiera sido por mi esposo, al llegar a casa por la tarde, podría haber realizado mis devocionales espirituales regularmente, revisado los errores en mi trabajo, comido y bebido las palabras de Dios para resolver mi carácter corrupto, y mi vida habría crecido más rápido. Esto también habría beneficiado a mi deber. Pero, para mantener mi matrimonio feliz, hice a un lado mi deber y mi búsqueda de la verdad y apenas hacía prácticas devocionales en casa. Debido a que no podía resistir ciertas tendencias mundanas malignas, a menudo me sumergía en ver videos y películas de no creyentes, mi relación con Dios se volvió distante y mi entrada en la vida se vio perjudicada. Además, no podía responder cartas de manera oportuna por la noche, lo que retrasó mucho de nuestro trabajo y no se avanzaba hasta que el líder llegaba a hacer un seguimiento y presionarnos. Vi que solo me preocupaba por mí misma. No me importaba si se comprometían los intereses de la iglesia, siempre que pudiera mantener mi matrimonio, y, como resultado, muchos proyectos se retrasaron. Realmente carecía de conciencia y razón, y era muy egoísta y despreciable.

Después de eso, fue que vi el siguiente pasaje: “Dios ha ordenado para ti el matrimonio a fin de que aprendas a cumplir con tus responsabilidades, a vivir apaciblemente junto a otra persona y a compartir la vida con esta, y de que experimentes cómo es compartir vida con tu pareja y aprendas a gestionar todo aquello que os vayáis encontrando juntos, de modo que tu vida crezca en riqueza y diversidad. Sin embargo, Él no te vende al matrimonio y, por supuesto, no te vende a tu pareja como si fueras su esclavo. No eres su esclavo, del mismo modo que tu pareja tampoco es tu amo. Sois iguales, solo tienes las responsabilidades de una mujer o un marido hacia tu pareja, y una vez cumples con ellas, Dios considera que eres un cónyuge satisfactorio. No hay nada que tu pareja tenga y tú no, y no eres peor que ella. Creer en Dios, perseguir la verdad, ser capaz de cumplir con tu deber, asistir a menudo a las reuniones, orar-leer las palabras de Dios y acudir ante Él son cosas que Dios acepta y que un ser creado debe llevar a cabo, y constituyen la vida normal que debe tener un ser creado. No hay nada vergonzoso en ello, ni tienes que sentirte en deuda con tu pareja porque vivas ese tipo de vida; no le debes nada. […] En lo que a relaciones mundanas se refiere, aparte de tus padres, tu cónyuge es lo más cercano que tienes en este mundo. No obstante, como crees en Dios, te trata como a un enemigo, te ataca y te hostiga. Se muestra contrario a que acudas a las reuniones y, en cuanto oye algún chisme, vuelve a casa para regañarte y tratarte mal. Incluso cuando estás orando o leyendo las palabras de Dios en casa sin que ello afecte para nada a su vida normal, te reprende y se enfrenta a ti igualmente, e incluso llega a golpearte. Decidme, ¿qué es eso? ¿Acaso no es un demonio? ¿Es esa la persona más cercana a ti? ¿Merece alguien semejante que cumplas ninguna responsabilidad hacia ella? (No). ¡Claro que no! Sin embargo, algunas personas que permanecen en esa clase de matrimonio continúan a merced de su pareja, dispuestas a sacrificarlo todo, incluido el tiempo que deberían pasar cumpliendo con su deber, la oportunidad de llevar a cabo este e incluso la de obtener la salvación. No deberían hacer esas cosas, y como poco, deberían renunciar a tales ideas(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad 1. Cómo perseguir la verdad (11)). Al leer las palabras de Dios, comprendí que Él instituyó el matrimonio para que las personas aprendan a convivir pacíficamente, se acompañen, se cuiden mutuamente y aprendan a cumplir con sus responsabilidades. La idea es tener a alguien a quien acudir cuando surgen dificultades, alguien con quien resolver problemas dentro del marco del matrimonio. Dios no me impuso el matrimonio, ni soy esclava de mi esposo. Todos somos seres creados; somos iguales. Después de creer en Dios, seguí haciendo mi mejor esfuerzo por cuidar de mi esposo. Estuve a su lado cuando enfrentó dificultades, lo cuidé cuando se enfermó, y cumplí plenamente con mis responsabilidades dentro del matrimonio. No le debía nada. De hecho, él era quien constantemente me criticaba y amenazaba con el divorcio. No valoraba nuestro matrimonio y, aun así, yo insensatamente me esforzaba por mantenerlo, hasta el punto de sentirme limitada por él y no atreverme a practicar mi fe ni a perseguir la verdad. ¡Qué tonta fui! Sentí mucha mayor claridad después de leer las palabras de Dios. No molestaba a mi esposo en absoluto al asistir a reuniones fuera de casa ni cuando comía y bebía las palabras de Dios en casa. Sin embargo, no solo no me apoyaba, sino que además me presionaba y obstruía constantemente, me amenazaba con el divorcio y con llamar a la policía. Esto demostraba que mi esposo tenía una humanidad deficiente y, en esencia, era un demonio. No merecía lo bien que yo lo trataba, y ciertamente no debía renunciar a comer y beber las palabras de Dios, perseguir la verdad, cumplir con mi deber, e incluso a tener la oportunidad de ser salvada, solo por él. Cuando regresé a casa, pensé: “Ya no puedo dejarme limitar por mi marido”. Al día siguiente, comencé a cumplir con mi deber en casa y al empezar a cooperar de manera práctica, mi marido dejó de protestar. Aunque seguía haciendo algunos comentarios aquí y allá, ya no me sentía limitada y pude cumplir con mis deberes con normalidad.

Más tarde, reflexioné sobre por qué le daba tanto importancia a tener un matrimonio feliz e incluso lo veía como mi principal objetivo en la vida. Vi dos pasajes de las palabras de Dios: “Primero, algunas opiniones sobre el matrimonio se popularizan en la sociedad, y luego diferentes obras literarias representan las ideas y opiniones de los autores sobre el matrimonio. A medida que estas obras pasan a convertirse en programas de televisión y películas, exponen aún más vívidamente las distintas opiniones de las personas sobre el matrimonio, así como sus diversas búsquedas, ideales y deseos al respecto. En mayor o menor medida, de manera visible o invisible, tales cosas se inculcan continuamente en vosotros. Antes de que tengáis un concepto preciso del matrimonio, esas opiniones y mensajes sociales al respecto os crean preconcepciones y los aceptáis. Luego comenzáis a fantasear sobre cómo será vuestro matrimonio y vuestra otra mitad. Ya aceptes esos mensajes a través de programas de televisión, películas y novelas, o de tus círculos sociales y de las personas en tu vida, con independencia de la fuente, todos ellos provienen de los seres humanos, la sociedad y el mundo, o para ser más exactos, evolucionan y se desarrollan a partir de tendencias perversas. Por supuesto, si concretamos más si cabe, provienen de Satanás. ¿No es así? (Sí). […] Estas opiniones de la sociedad sobre el tema, estas cosas que impregnan los pensamientos de las personas y la profundidad de su alma, se basan sobre todo en el amor romántico. Se les inculcan a la gente, quienes de este modo desarrollan todo tipo de fantasías sobre el matrimonio. Por ejemplo, fantasean sobre a quién amarán, qué tipo de persona será y cuáles son sus requisitos para una pareja conyugal. En concreto, existen complejos mensajes provenientes de la sociedad, que dicen que sin duda deben amar a esa persona y que esta a su vez también ha de amarlos, que solo eso es verdadero amor romántico, que solo este puede conducir al matrimonio, que solo el matrimonio basado en el amor romántico es bueno y feliz, y que una unión sin este es inmoral(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad 1. Cómo perseguir la verdad (10)). “Para mucha gente, la felicidad de su vida depende del matrimonio, y su objetivo a la hora de buscar la felicidad consiste en lograr un matrimonio perfecto y feliz. Creen que si su matrimonio es feliz y ellos también lo son con su pareja, su vida será feliz, así que consideran la felicidad marital como la misión de toda una vida alcanzable mediante incansables esfuerzos. […] Por lo tanto, cuando la casa de Dios exige a aquellos que persiguen la felicidad en el matrimonio sobre todas las cosas que abandonen su hogar y vayan a un lugar lejano a difundir el evangelio y cumplir con su deber, estos se suelen sentir frustrados, impotentes e incluso intranquilos por el hecho de que pronto puedan perder su felicidad conyugal. Hay quienes abandonan su deber o se niegan a cumplirlo a fin de mantener esa felicidad, y otros incluso rechazan los importantes arreglos de la casa de Dios. También están los que a menudo intentan conocer los sentimientos de su pareja para conservar su felicidad conyugal. Si esta se siente ligeramente disgustada o muestra siquiera un atisbo de descontento o insatisfacción respecto a su fe, a la senda de fe en Dios que han tomado y al cumplimiento de su deber, cambian enseguida de rumbo y realizan concesiones. Es algo que hacen a menudo para mantener la felicidad conyugal, aunque eso signifique renunciar a la oportunidad de cumplir con su deber y no disponer de tiempo para reunirse, leer las palabras de Dios y practicar la devoción espiritual; es así como le demuestran a su cónyuge que están ahí, impiden que se sienta aislado y solo, y le manifiestan su amor. Prefieren hacer eso a perder o quedarse sin el amor de su pareja. Esto es así porque consideran que, si renuncian al amor de su cónyuge en aras de su fe o de la senda de fe en Dios que han tomado, significará que han abandonado su felicidad conyugal y que ya no serán capaces de sentirla, y entonces se convertirán en alguien solitario, penoso y lamentable. ¿Qué significa ser alguien lamentable y penoso? Significa que no cuenta con el amor o la adoración de otro. A pesar de que estas personas entienden parte de la doctrina y la importancia de la obra de salvación de Dios y, por supuesto, entienden que deben cumplir con el deber que les corresponde como ser creado, debido a que confían a su cónyuge su propia felicidad y también, naturalmente, supeditan esta a la conyugal, a pesar de que entienden y saben lo que han de hacer, siguen sin poder desprenderse de su búsqueda de la felicidad conyugal. Erróneamente, consideran que esa búsqueda es la misión que deben perseguir en esta vida, y de igual modo la conciben como la misión que un ser creado ha de perseguir y cumplir. ¿Acaso eso no es una equivocación? (Lo es)” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad 1. Cómo perseguir la verdad (11)). Las palabras de Dios pusieron al descubierto que es Satanás quien impulsa las opiniones absurdas de la gente sobre el matrimonio. Recuerdo que, cuando era pequeña, las canciones románticas resonaban en todo el vecindario. Cada vez que escuchaba esas canciones, siempre anhelaba y soñaba con tener un matrimonio feliz. Ideas y opiniones como “hasta que la muerte nos separe” y “tomarse de la mano y envejecer juntos” fueron inculcadas poco a poco en mi sistema de creencias. Llegué a creer que mi esposo me acompañaría toda la vida y que nada era más importante que tener un esposo que me amara y se preocupara por mí. Tras llegar a creer en Dios, leí muchas de Sus palabras sobre el cumplimiento de los deberes y entendí, en principio, que tenía la suerte de haber nacido en los últimos días; que cumplir mi deber como ser creado debía ser mi principal objetivo en la vida y que era lo más significativo de todo. Sin embargo, estaba atada y encadenada por estas ideas y opiniones mundanas. Pensaba que mi esposo debía estar a mi lado durante toda mi vida y que un matrimonio sin amor sería lamentable y triste. Así que, cuando mi esposo dejó de amarme y preocuparse por mí debido a mi fe, simplemente no pude soportarlo. Estaba aterrorizada de que, si mi matrimonio se desmoronaba, terminaría en el lamentable estado de no tener a nadie que me amara y se preocupara por mí. Por eso, hice todo lo que pude para recuperar el amor de mi esposo. Al ver que se oponía a mi fe, cedí ante él, dispuesta a pasar menos tiempo comiendo y bebiendo las palabras de Dios y a retrasar mi trabajo en la iglesia para preservar mi matrimonio. ¡Qué egoísta y despreciable fui! Reflexioné sobre cómo, desde que comencé a creer en Dios, mi esposo cambió por completo y comenzó a señalar mis defectos constantemente. Me di cuenta de que su aparente amabilidad no era verdadero amor, sino simplemente una actuación basada en mi capacidad para darle un hijo y mantener el hogar. Cuando mi fe amenazó sus intereses, se le cayó la máscara y se reveló como un demonio. El amor romántico y el matrimonio feliz no son más que engaños creados por Satanás para embaucar y atrapar a las personas. Si siempre tomara mi deber a la ligera con el fin de mantener la felicidad conyugal, nunca alcanzaría la verdad y al final Dios me descartaría.

En junio de 2023, me seleccionaron como líder de distrito. Sabía que, con ello, Dios me enaltecía, pero después de un mes en el deber, noté que a menudo había alguien sospechoso que me seguía. En esa situación, la única manera de cumplir con mi deber de forma segura era irme de casa. Sin embargo, sabía que si me iba, mi marido podría divorciarse de mí, lo que me sumió en la preocupación y la indecisión. Al buscar, encontré estos dos pasajes de las palabras de Dios: “Con independencia de tu rol en la familia o en la sociedad —ya sea el de esposa, esposo, hijo, padre, empleado o cualquier otro— y tanto si tu papel en la vida matrimonial es importante como si no, solo tienes una identidad ante Dios y esa es la de un ser creado. No tienes una segunda identidad ante Dios. Por lo tanto, cuando la casa de Dios te llama, debes cumplir tu misión en ese momento. Es decir, como ser creado, no es que debas cumplir tu misión solo cuando se satisfaga la condición de mantener tu felicidad conyugal y la integridad de tu matrimonio, sino que la misión que Dios te otorga y te encomienda como ser creado ha de cumplirse incondicionalmente. Al margen de las circunstancias, siempre es tu deber priorizar la misión encomendada por Dios, mientras que la misión y las responsabilidades que se te confieren por medio del matrimonio son secundarias. La misión que debes cumplir como ser creado y aquella que Dios te ha otorgado siempre debe ser tu máxima prioridad bajo cualquier condición y en cualquier circunstancia. Por consiguiente, no importa cuánto desees mantener la felicidad de tu matrimonio o cómo sea tu situación marital, o lo alto que sea el precio que pague tu pareja por estar casada contigo, nada de eso es razón para rechazar la misión que Dios te ha encomendado(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad 1. Cómo perseguir la verdad (10)). “Si tu búsqueda de la felicidad conyugal afecta, obstaculiza o incluso arruina tu desempeño del deber de un ser creado, deberías renunciar no solo a dicha búsqueda, sino también a todo tu matrimonio. En última instancia, ¿cuál es el propósito y sentido de la charla sobre estos temas? Conseguir que la felicidad conyugal no obstaculice tus pasos, te ate las manos, te ciegue, distorsione tu visión ni perturbe y ocupe tu mente; que no invada tu senda vital ni inunde tu vida, y que puedas abordar correctamente las responsabilidades y obligaciones que debes cumplir en el matrimonio, así como tomar las decisiones correctas con respecto a estas. La mejor manera de practicar es dedicar más tiempo y energía a cumplir con tu deber, desempeñar aquel que te corresponde y llevar a cabo la misión que Dios te ha encomendado. No debes olvidar nunca que eres un ser creado, que Dios te ha conducido por la vida hasta este momento, que Él es quien te ha concedido el matrimonio, te ha dado una familia y te ha conferido las responsabilidades que debes cumplir en el marco de este, y que no fuiste tú quien eligió el matrimonio, que no es que te acabaras casando como por arte de magia o que puedas mantener tu felicidad conyugal gracias a tus propias habilidades y fortaleza(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad 1. Cómo perseguir la verdad (10)). Al leer las palabras de Dios, me di cuenta de que, aunque en mi propio hogar era esposa y madre, también era un ser creado por Dios. Cuando me asignaban un deber, debía aceptarlo incondicionalmente y convertirlo en mi principal prioridad. Cumplir con mi deber como ser creado es mi única misión en la vida. Dios me otorgó la vida; no solo creó los cielos, la tierra y todas las cosas, y así proveyó a la humanidad de todo lo necesario, sino que, además, expresa todas las verdades para salvar a la humanidad, nos enseña cómo comportarnos, cómo escapar de los estragos de la corrupción de Satanás y cómo vivir con verdadera semejanza humana. Rechazar mi deber para mantener mi matrimonio sería increíblemente inaceptable e irrazonable. Si no retrasaba mi deber como ser creado, podía cumplir con mis responsabilidades dentro del marco del matrimonio. Sin embargo, como mi búsqueda de la felicidad conyugal estaba afectando mi cumplimiento del deber, necesitaba dejar de lado mi matrimonio, dedicar más tiempo y energía a cumplir con mi deber como ser creado y dejar de verme frenada por el matrimonio. Fue entonces cuando entendí claramente que debía dejar de sacrificar mi avance en el deber para mantener mi matrimonio. Así que decidí irme de casa para cumplir con mi deber. Cuando le expliqué a mi esposo que necesitaba irme para esconderme durante un tiempo, él inmediatamente exigió el divorcio. Me dijo: “Podría esperarte si te detuvieran y te encarcelaran unos años, pero si te vas de casa, se acabó”. Me sentí profundamente decepcionada al oír eso. No podía creer que prefiriera que me detuvieran y encarcelaran, antes que permitir que me escondiera. Vi que mi marido tenía una esencia que odiaba a Dios. Me sequé las lágrimas y respondí con firmeza: “El hombre ha sido creado por Dios y, por eso, debemos adorarlo. Aunque me arresten, seguiré creyendo después de salir. Si puedes aceptarlo, podemos seguir juntos; si no, entonces cada uno tomará su propio camino”. Al día siguiente, firmamos los papeles de divorcio.

Ahora que estoy lejos de casa y ya no estoy obstaculizada por mi esposo, tengo aún más tiempo para leer las palabras de Dios y cumplir con mi deber. Cuando enfrento problemas, puedo acudir de inmediato a mis hermanos y hermanas para compartir y buscar. Cuando revelo un carácter corrupto en mi deber y mis hermanos y hermanas lo señalan, ahora tengo más tiempo para calmarme y reflexionar. También tengo más tiempo para revisar el trabajo y corregir rápidamente cualquier problema que encuentre. Gracias a esto, hemos empezado a obtener mejores resultados en nuestro trabajo. Ahora veo que antes vivía según las opiniones e ideas que me inculcó Satanás. Perdí muchas oportunidades para alcanzar la verdad y no cumplí bien con mi deber. Gracias a la guía de las palabras de Dios, pude liberarme de las cadenas y limitaciones del matrimonio. ¡Gracias a Dios!

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