Ya no tengo grandes esperanzas en mi hijo

27 Mar 2025

Por Zhizhuo, China

Me crie en el campo y la vida en mi casa era muy difícil. Me daba envidia cómo vivía la gente de ciudad y sentía que solo podría huir de una vida trabajando en el campo de sol a sol si estudiaba duro, iba a la universidad y me aseguraba un trabajo estable. Cuando estaba en la escuela, me dedicaba en cuerpo y alma a estudiar. Aunque los demás estuviesen descansando, yo seguía estudiando. Los fines de semana no volvía a casa, me daba miedo que ir allí afectase negativamente a mis estudios. Sin embargo, las cosas no fueron como yo deseaba. Daba igual lo mucho que estudiase, mis notas seguían sin mejorar. Repetí el curso escolar dos veces, pero, aun así, no entré en la universidad. En consecuencia, desarrollé un problema grave de insomnio. Tras reprobar el examen de admisión en la universidad, me sentí muy avergonzada y no salí de casa durante más de seis meses. Después de casarme, mi marido y yo comenzamos un negocio en casa. Aunque trabajábamos desde el amanecer hasta la noche cada día, no ganábamos mucho dinero. Tras el nacimiento de nuestro hijo, al ver lo inteligente y lindo que era, pensé: “Ya que no he cumplido mis deseos, debo asegurarme de que mi hijo pueda estudiar con empeño y entrar en la universidad en el futuro, que encuentre un buen trabajo y destaque del resto. Así, podremos escapar de una vida de pobreza y también me hará quedar bien. Cuando era niña, como tenía muchas hermanas, mis padres no tenían tiempo de estar pendientes de nuestros estudios y de ahí vino mi mala base académica. Tengo que centrarme en la educación de mi hijo desde pequeño y asegurarme de que tenga una base sólida”. Así que, siempre que veía un libro que pudiese mejorar sus notas, se lo compraba. A veces, cuando el niño llegaba a casa de la escuela y quería jugar, yo le decía: “Si no estudias duro ahora, terminarás haciendo trabajos penosos en el futuro y los demás te menospreciarán, como a nosotros. ¡Qué agotador sería eso! ¿Por quién trabajo yo tan duro todos los días? ¿Acaso no es por ti? Y, aun así, ¡no quieres hacer un esfuerzo!”. Al no tener otra opción, mi hijo se iba a hacer los deberes a regañadientes. Ni siquiera lo dejaba salir a jugar cuando terminaba; en vez de eso, le ponía más deberes. Yo creía que “Si lees un libro cien veces, su significado se volverá evidente”. Así que, cada mañana, lo levantaba media hora antes para que memorizara las lecciones. Cuando no quería estudiar y le entraba un berrinche, le gritaba y lo reprendía. Yo estaba siempre tensa, a punto de explotar, nunca me atrevía a relajarme. Siempre que mi hijo me desobedecía, aunque fuese ligeramente, lo regañaba: “¿Por qué no escuchas? Trabajo hasta la extenuación todos los días, superviso tus estudios, te hago la colada y cocino para ti cuando te vas a la escuela y, además, sigo teniendo que trabajar para ganar dinero y comprarte comida buena. ¿Por quién estoy haciendo todo esto? ¿Acaso no es para que tengas un futuro prometedor? Si no me haces caso y no estudias duro, ¡más adelante te arrepentirás!”. Temía que, si se ponía a jugar, luego no sería capaz de volver a centrar la mente, así que no lo dejaba salir. A veces, incluso cuando salía con él, solo era para visitar la librería. Lo supervisaba de cerca, nunca me apartaba de su lado y lo instaba a estudiar, y así continuaron las cosas hasta incluso después de comenzar la escuela secundaria.

Cuando mi niño estaba en secundaria, sus notas en inglés eran bajas, así que pensé que yo tenía que aprender el idioma; de lo contrario, ¿cómo iba a enseñarle? Creía que solo tendría una probabilidad alta de entrar en la universidad si sus notas eran buenas en todas las materias. Y solo tendría la posibilidad de cambiar su porvenir si entraba en la universidad. Si podía destacar, también nos honraría a nosotros como padres. Aunque tenía muchas cosas entre manos que me dificultaban el aprendizaje, seguí esforzándome y, tras dominarlo, le daría clases hasta que él lo comprendiera. Ver lo angustiado que estaba todos los días, sin ganas de hablar, sin sonreír, con la espalda encorvada siendo tan joven y sin energía, me dolía muchísimo. No obstante, por el bien de su gran futuro, sentí que no tenía opción y que debía seguir presionándolo así. Al final, mi hijo solo entró en una universidad de segundo nivel. Pensé que ir a una universidad así no le ofrecería un gran futuro, así que le hice repetir sus estudios en un buen instituto de la ciudad. Por fin, después de todos mis esfuerzos, fue admitido en una universidad ideal. Estaba muy satisfecha y orgullosa y hasta caminaba de otra manera. Pensaba que, si mi hijo se graduaba y se aseguraba un trabajo estable, podría tener una vida feliz y cómoda y que yo también disfrutaría de los beneficios en mi vejez. Pero lo que no esperaba era que mi hijo no consiguiera el certificado de graduación por haber suspendido el examen CET-4 de inglés. Lo intentamos todo, movimos hilos y buscamos contactos, pero fue en vano. Pensé para mí: “Se acabó. Ya no hay esperanza de que destaque por encima del resto. ¡Todos estos años de esfuerzo no han servido para nada y mis esperanzas están totalmente destrozadas!”. Sentía que mi mundo se había derrumbado. Después de aquello, lo único que hacía era criticar a mi hijo y quejarme, le mostraba mi decepción por no haber estudiado lo suficiente y por no haber cumplido mis expectativas. Estaba tan cansado de mis reprimendas que ni siquiera quería venir a casa. Como mi hijo no tenía diploma universitario, no podía encontrar trabajo. Cuando yo salía, temía encontrarme con conocidos que me preguntasen: “¿Dónde está trabajando tu hijo? ¿Cómo le va?”. Si los demás descubrían que mi hijo fue a la universidad, pero que no consiguió su diploma, ¿no creerían que era lo mismo que no haber ido? ¿No se reirían de mí? En consecuencia, me pasaba angustiada todo el día.

En diciembre de 2021, acepté la salvación de Dios Todopoderoso en los últimos días. Compartí mi sufrimiento con una hermana, que encontró un pasaje de las palabras de Dios para mí: “Independientemente de lo insatisfecho que uno esté con su nacimiento, su crecimiento o su matrimonio, todo el que ha pasado por estas cosas sabe que uno no puede elegir dónde y cuándo nace, qué aspecto tiene, quiénes son sus padres ni quién es su cónyuge, sino que debe solamente aceptar la voluntad del cielo. Pero cuando llegue el momento de que las personas críen a la siguiente generación, proyectarán todos sus deseos no realizados en la primera mitad de sus vidas sobre sus descendientes, esperando que ellos compensen todas las decepciones de la primera mitad de sus propias vidas. Así, las personas se permiten toda clase de fantasías sobre sus hijos: que sus hijas crecerán hasta ser asombrosas bellezas y, sus hijos elegantes caballeros; que sus hijas serán cultas y talentosas, y sus hijos, brillantes estudiantes y atletas estrella; que sus hijas serán amables, virtuosas y equilibradas y, sus hijos, inteligentes, capaces y sensibles. Esperan que su descendencia, ya sean hijas o hijos, respetarán a sus mayores, serán considerados con sus padres, serán amados y alabados por todos… En este punto, las esperanzas de la vida brotan de nuevo, y se encienden nuevas pasiones en los corazones de las personas. Estas saben que están impotentes y desesperanzadas en esta vida, que no tendrán otra oportunidad, ni otra esperanza, de destacar sobre los demás, y que no tienen elección sino aceptar sus porvenires. Y, por tanto, proyectan todas sus esperanzas, sus deseos e ideales no realizados en la siguiente generación, esperando que sus descendientes puedan ayudarles a lograr sus sueños y materializar sus deseos; que sus hijas e hijos traigan gloria al apellido, sean importantes, ricos o famosos. En resumen, quieren que se disparen las fortunas de sus hijos. Los planes y las fantasías de las personas son perfectos; ¿no saben que el número de hijos que tienen, el aspecto de sus hijos, sus capacidades, etc., no es algo que ellos puedan decidir, que ni un poco de los porvenires de sus hijos está en sus manos? Los humanos no son señores de su propio porvenir, pero esperan cambiar los porvenires de la generación más joven; no tienen poder para escapar de sus propios sinos, pero intentan controlar los de sus hijos e hijas. ¿No están sobrevalorándose? ¿No es esto insensatez e ignorancia humanas?(La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. Dios mismo, el único III). Tras leer las palabras de Dios, estaba muy emocionada. Dios controla el porvenir de las personas. Da igual los métodos que estas usen o el precio que paguen, no pueden escapar a los arreglos de Dios para su sino. Recordé cuando era joven, estaba descontenta con mi vida familiar. Había querido cambiar mi porvenir a través del conocimiento. Cuando mis aspiraciones se hicieron añicos, proyecté mis esperanzas en mi hijo y deseaba que él pudiese cumplir mi anhelo de éxito. Para alcanzar mis objetivos, controlaba exageradamente al niño y planificaba cómo debía estudiar en cada franja horaria. No lo dejaba salir a jugar ni siquiera los fines de semana, si salía, solo era para ir a una librería. Lo supervisaba muy de cerca y, cuando no estudiaba con ahínco, le reñía o le pegaba. Me daba miedo que, si no rendía, no entrase en una buena universidad y yo no diera buena imagen. Volcaba todas mis expectativas en él y le había hecho llevar una vida llena de represión que perjudicó mucho su bienestar físico y mental. Yo también vivía agotada y con un gran sufrimiento. A partir de las palabras de Dios, llegué a comprender que Él gobierna el sino de los humanos y da igual lo mucho que estos lo intenten, no pueden cambiarlo. Aun así, yo siempre había querido liberarme de la soberanía de Dios para cambiar mi porvenir y el de mi hijo a través del conocimiento con el fin de estar por encima del resto. Aunque pagué un precio muy alto, al final las cosas no salieron como yo deseaba. Ni siquiera pude controlar mi propio porvenir y quería cambiar el de mi hijo. ¡Qué arrogante, vanidosa, creída, necia e ignorante había sido! Recordé que, en una ocasión, tuve un vecino que, a pesar de tener pocos estudios, se convirtió en jefe y ganó mucho dinero. Mi sobrino también tenía pocos estudios, pero consiguió ganar mucho dinero con su propia empresa de electrónica y vivía una vida más acomodada que muchos que tenían títulos universitarios y conocimientos. También había un hermano más joven de mi ciudad natal que, aunque había ido a la universidad, se deprimió tras graduarse. No quería hablar con nadie y terminó sin trabajo. Anteriormente, no había comprendido la soberanía de Dios y siempre había querido liberarme, y así me hice daño a mí misma y también a mi hijo. Ahora me daba cuenta de que me había equivocado, así que oré a Dios: “Dios, estoy dispuesta a encomendarte a mi hijo. Da igual lo que ocurra en el futuro, estoy dispuesta a someterme a Tu soberanía y arreglos”. Desde aquel momento, dejé de regañar a mi hijo y de ponerle mala cara. Él también dejó de evitarme como lo hacía antes. Más adelante, me encontré con una amiga por la calle que me preguntó por el trabajo de mi hijo. Yo seguía sintiéndome molesta. No me atreví a decirle la verdad porque me preocupaba la imagen que pudiese tener de mí y me sentía muy avergonzada.

Más tarde, reflexioné: “Creía que podría desprenderme de la situación de mi hijo, pero ¿por qué sigo sintiéndome molesta cuando alguien saca el tema?”. Leí estas palabras de Dios: “Durante el proceso en que el hombre adquiere el conocimiento, Satanás emplea todo tipo de método, ya sea explicar historias, darle simplemente un poco de conocimiento individual o permitirle satisfacer sus propios deseos o ambiciones. ¿Por qué camino quiere conducirte Satanás? Las personas creen que no hay nada malo en aprender conocimiento, que es completamente natural. Para decirlo de manera que suene bien, fomentar nobles ideales o tener ambiciones es tener motivación, y esta debería ser la senda correcta en la vida. ¿No es una forma más gloriosa de vivir para las personas poder realizar sus propios ideales, establecer una carrera con éxito? Al hacer todas estas cosas, uno no solo puede honrar a los antepasados, sino que también tiene la oportunidad de dejar una marca en la historia, ¿no es una cosa buena? Esto es algo bueno a los ojos de las personas mundanas y para ellas esto debe ser apropiado y positivo. Sin embargo, ¿acaso Satanás, con sus motivos siniestros, lleva a las personas a este tipo de camino y eso es todo? Por supuesto que no. En realidad, independientemente de lo nobles que sean los ideales del hombre, de lo realistas que sean sus deseos o de lo adecuados que puedan ser, todo lo que el hombre quiere lograr, todo lo que busca está inextricablemente vinculado a dos palabras. Ambas son de vital importancia para la vida de cada persona y son cosas que Satanás pretende infundir en el hombre. ¿Qué dos palabras son? Son ‘fama’ y ‘ganancia’. Satanás usa un tipo de método muy suave, un método muy de acuerdo con las nociones de las personas, que no es radical en absoluto, a través del cual hace que las personas acepten sin querer su forma de vivir, sus normas de vida, y para establecer metas y una dirección en la vida y, sin saberlo, también llegan a tener ambiciones en la vida. Independientemente de lo grandes que estas ambiciones parezcan, están inextricablemente vinculadas a la ‘fama’ y la ‘ganancia’. Todo lo que cualquier persona importante o famosa y, en realidad, todas las personas, siguen en la vida solo se relaciona con estas dos palabras: ‘fama’ y ‘ganancia’. Las personas piensan que una vez que han obtenido la fama y la ganancia, pueden sacar provecho de ellas para disfrutar de un estatus alto y de una gran riqueza, y disfrutar de la vida. Piensan que la fama y ganancia son un tipo de capital que pueden usar para obtener una vida de búsqueda del placer y disfrute excesivo de la carne. En nombre de esta fama y ganancia que tanto codicia la humanidad, de buena gana, aunque sin saberlo, las personas entregan su cuerpo, su mente, todo lo que tienen, su futuro y su sino a Satanás. Lo hacen de manera sincera y sin dudarlo ni un momento, ignorando siempre la necesidad de recuperar todo lo que han entregado. ¿Pueden las personas conservar algún control sobre sí mismas una vez que se han refugiado en Satanás de esta manera y se vuelven leales a él? Desde luego que no. Están total y completamente controladas por Satanás. Se han hundido de un modo completo y total en un cenagal y son incapaces de liberarse a sí mismas. Una vez que alguien está atascado en la fama y la ganancia, deja de buscar lo que es brillante, lo recto o esas cosas que son hermosas y buenas. Esto se debe a que el poder seductor que la fama y la ganancia tienen sobre las personas es demasiado grande; se convierten en cosas que las personas persiguen durante toda su vida, y hasta por toda la eternidad sin fin. ¿No es esto verdad?(La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. Dios mismo, el único VI). “Que Satanás usa fama y ganancia para controlar los pensamientos del hombre hasta que todas las personas solo puedan pensar en ellas. Por la fama y la ganancia luchan, sufren dificultades, soportan humillación, y sacrifican todo lo que tienen, y harán cualquier juicio o decisión en nombre de la fama y la ganancia. De esta forma, Satanás ata a las personas con cadenas invisibles y no tienen la fuerza ni el valor de deshacerse de ellas. Sin saberlo, llevan estas cadenas y siempre avanzan con gran dificultad. En aras de esta fama y ganancia, la humanidad evita a Dios y le traiciona, y se vuelve más y más perversa. De esta forma, entonces, se destruye una generación tras otra en medio de la fama y la ganancia de Satanás(La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. Dios mismo, el único VI). A partir de las palabras de Dios, comprendí que Satanás corrompe a las personas mediante la fama y las ganancias, y las conduce a buscar solamente estas cosas y a creer que, siempre y cuando las tengan, lo poseerán todo y serán felices en la vida. Yo sostenía este punto de vista y vivía según leyes de supervivencia satánicas como: “El conocimiento puede cambiar tu destino”, “El hombre puede crear un agradable hogar con sus propias manos” y “Los libros son superiores a todo afán”. Recordaba mi infancia, mi familia era pobre y la gente nos menospreciaba. Cuando vi a mi prima mayor volviendo de la ciudad en coche y a toda la gente del pueblo admirándola, sentí envidia. Pensé para mí que, en el futuro, debía vivir una vida como la de mi prima y ganarme la admiración de la gente. Para perseguir fama y ganancias, me volqué totalmente en mis estudios y hasta sacrificaba el descanso, por lo que acabé sufriendo un insomnio grave. Me pasaba la noche en vela y solo podía dormir si tomaba somníferos. Casi no aguantaba durante el día y sentía que la vida era peor que la muerte. Pero, al final, todavía no había entrado en la universidad ni conseguido la vida que quería. Y, pese a todo, no conseguí abrir los ojos y, para alcanzar fama y ganancias, proyecté mis aspiraciones frustradas en mi hijo. Cuando era pequeño, era muy normal que el niño quisiera jugar a ratos, pero, para cumplir mis propios deseos, le controlaba la vida y lo hacía estudiar sin parar cada día, y le pegaba o regañaba cuando no lo hacía bien. Mi hijo, que había sido animado y alegre, se volvió una persona triste, perdió la alegría de la infancia y desarrolló una chepa y perdió mucho cabello a una edad muy temprana. Debido al control que yo ejercía sobre él, mi hijo se alejó de mí. Cuando no consiguió el título universitario y yo no logré alcanzar mis objetivos de fama y ganancias, sentí que mi mundo se había derrumbado. No quería ver a nadie, me daba mucha vergüenza dar la cara y me quejaba y criticaba a mi hijo por no cumplir mis expectativas. Vivía con una gran angustia. Estos frutos amargos fueron el resultado de mi búsqueda de fama y ganancias. Recordé a un niño del pueblo de mi hermana cuya familia también era muy pobre. Para cambiar su porvenir mediante el conocimiento, repitió sus estudios varios años, pero no consiguió entrar en la universidad. Al final, desarrolló una depresión. Esto es lo que ocurre cuando Satanás utiliza la fama y las ganancias para corromper a las personas. Reflexioné sobre cómo yo vivía mi vida según la filosofía satánica y veía la fama y las ganancias como objetivos que perseguir en la vida. Por entregarme desesperadamente a la consecución de estos objetivos, terminé haciéndome daño a mí misma y también a mi hijo. Ya no deseaba sufrir el daño de Satanás y estaba dispuesta a someterme a la soberanía y arreglos de Dios.

Después, leí estas palabras de Dios: “En primer lugar, ¿son estas exigencias y planteamientos que tienen los padres respecto a sus hijos correctos o incorrectos? (Son incorrectos). Al final, ¿a qué se pueden achacar fundamentalmente estos planteamientos que los padres utilizan con sus hijos? ¿Las expectativas que tienen hacia ellos? (Sí). En la conciencia subjetiva de los padres, se prevén, planifican y determinan distintos asuntos relativos al futuro de los hijos que finalmente generan dichas expectativas. Alentados por ellas, los padres exigen a sus hijos que se formen para desarrollar ciertas habilidades, que aprendan teatro, danza, arte, etcétera. Les demandan que se conviertan en personas talentosas y que a partir de entonces sean los superiores, no los subordinados. Les exigen que sean funcionarios de alto rango y no meros reclutas; los obligan a que se conviertan en los gerentes, directores generales y ejecutivos que trabajen para una de las 500 empresas más importantes del mundo, y demás. Estas son las ideas subjetivas de los padres. Ahora bien, ¿tienen los hijos idea de las expectativas de sus padres antes de alcanzar la edad adulta? (No). No tienen noción alguna de tales cosas, no las entienden. ¿Qué entienden los niños pequeños? Lo único que comprenden es sobre ir a la escuela a aprender a leer, estudiar mucho y ser buenos y educados. Eso, en sí, está bastante bien. Hay que ir a la escuela, asistir a clase en el horario estipulado y volver a casa para terminar los deberes; eso es lo que entienden los niños. El resto de su tiempo es solo jugar, comer, tener fantasías, sueños, etcétera. Los niños no se forman ningún concepto relativo a aquello que les aguarda en sus sendas de vida antes de alcanzar la adultez, ni tampoco se lo imaginan. Todo aquello que estos niños imaginan o determinan acerca del periodo posterior a alcanzar la edad adulta proviene de sus padres. Así pues, las esperanzas erróneas que los padres depositan en sus hijos no tienen nada que ver con estos. Los hijos solo necesitan discernir la esencia de las expectativas de sus padres. ¿En qué se basan? ¿De dónde provienen? De la sociedad y del mundo. La finalidad de todas estas expectativas de los padres es permitir a los hijos adaptarse a este mundo y a esta sociedad, impedir que sean expulsados de ambos y posibilitar su consolidación en la sociedad y el acceso a un empleo seguro, a una familia y a un futuro estables y, de este modo, los padres ostentan diversas expectativas subjetivas para su descendencia. Por ejemplo, ahora mismo está bastante de moda ser ingeniero informático. Se dice: ‘Mi hijo va a ser ingeniero informático. En ese campo se gana mucho dinero, van de un lado a otro con una computadora ejerciendo la ingeniería informática. ¡Y de paso yo también quedo bien como padre!’. En estas circunstancias, en las que los niños no tienen idea de nada en absoluto, los padres disponen de su futuro. ¿Acaso no es una equivocación? (Lo es). Los padres depositan esperanzas en sus hijos sobre una base totalmente fundamentada en la forma de ver las cosas de los adultos, y también en las opiniones, perspectivas y preferencias de estos sobre las cuestiones del mundo. ¿No es eso subjetivo? (Sí). Para expresarlo con delicadeza, podría decirse que es subjetivo, pero ¿qué es en realidad? ¿Qué otra interpretación tiene esa subjetividad? ¿Acaso no es egoísmo? ¿No es coacción? (Sí). Te gusta este o aquel trabajo y tal o cual carrera, disfrutas de estar consolidado, vives una vida glamurosa, te desempeñas como funcionario o cuentas con una posición acomodada en la sociedad, así que obligas a tus hijos a hacer también lo mismo, a ser la misma clase de persona y a caminar por el mismo tipo de senda, pero ¿disfrutarán ellos viviendo en ese entorno y ejerciendo ese trabajo en el futuro? ¿Son buenos para eso? ¿Cuál es su porvenir? ¿Cuáles son los planes y las decisiones de Dios con respecto a ellos? ¿Sabes algo de esto? Hay quien dice: ‘Todo eso me parece irrelevante, lo que importa es lo que me guste a mí como padre. Mis preferencias dictarán las esperanzas que deposite en mis hijos’. ¿No es una perspectiva muy egoísta? (Sí). ¡Es muy egoísta! Dicho de manera amable, es muy subjetivo; ellos llevan la voz cantante, pero ¿cómo es en realidad? ¡Muy egoísta! Estos padres no tienen en consideración el calibre o los talentos de sus hijos, no les importan los arreglos que Dios dispone para el porvenir y la vida de cada persona. No toman en cuenta nada de eso, se limitan a imponer sus propias preferencias, intenciones y planes a sus hijos mediante pensamientos ilusorios(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (18)). Tras leer las palabras de Dios, me di cuenta de que, cuando mi hijo no tenía ningún criterio, yo le impuse a voluntad varias demandas para lograr mis propios objetivos. Deposité en él todas mis esperanzas y deseaba que pudiese establecerse en la sociedad, asegurarse un puesto de trabajo en el futuro y que la sociedad no lo descartase, lo cual satisfaría también mis propios deseos. Yo quería ir a la universidad y conseguir un buen trabajo tras la graduación a fin de ganarme la admiración de la gente, pero, dado que mis propios deseos no se satisficieron, intenté que mi hijo lo hiciese por mí. Cuando él tuvo que elegir carrera para la universidad, no le pedí su opinión. En vez de eso, basándome en mi idea, seleccioné una carrera que le hiciese ganar mucho dinero después de graduarse. No obstante, se me pasó por alto que para esta carrera exigían un nivel mínimo de 4 en inglés. Las habilidades lingüísticas de mi hijo no eran buenas y siempre suspendía el examen de nivel 4. Por ello, no consiguió el título. Como mi hijo no cumplió mis expectativas, me quejaba y lo criticaba todo el rato, y le hice mucho daño. Nunca me planteé si mis demandas eran alcanzables para él, si podía soportarlo todo o si lo que hacía le gustaba o se le daba bien. Siempre le estaba imponiendo a mi antojo mis preferencias, planes y deseos. Puede parecer que todo lo que hacía era por su bien, para que pudiese tener un buen trabajo y establecerse en la sociedad tras la graduación, pero, básicamente, era para satisfacer mi propio deseo extralimitado de que los demás me admirasen. ¡Estaba claro que era muy egoísta!

Más adelante, leí otro pasaje de las palabras de Dios y encontré una senda de práctica. Dios Todopoderoso dice: “Al analizar minuciosamente la esencia de las expectativas de los padres hacia sus hijos, nos damos cuenta de que todas ellas son egoístas, que van en contra de la humanidad y que, además, no tienen nada que ver con las responsabilidades propias de los padres. Cuando les imponen diversas expectativas y exigencias a sus hijos, no están cumpliendo con dichas responsabilidades. Entonces, ¿cuáles son sus ‘responsabilidades’? Las más básicas consisten en enseñar a sus hijos a hablar, a ser bondadosos y a no ser malas personas, y guiarlos en una dirección positiva. Estos son sus deberes más elementales. Además, deben ayudarlos a adquirir cualquier clase de conocimiento, habilidad, y demás, que mejor les convenga en función de su edad, de lo que puedan abarcar y de su calibre e intereses. Unos padres un poco mejores ayudarán a sus hijos a entender que Dios creó a las personas y que Él existe en el universo, los guiarán para que oren y lean las palabras de Dios, y les compartirán algunos relatos bíblicos, con la esperanza de que al hacerse mayores sigan a Dios y cumplan el deber de un ser creado en lugar de perseguir las tendencias mundanas, quedar atrapados en complicadas relaciones interpersonales y ser devastados por las diversas tendencias de este mundo y de la sociedad. Las expectativas no tienen nada que ver con las responsabilidades que deben cumplir los padres. Al desempeñar este papel, son responsables de aportarles una guía positiva y una adecuada atención antes de alcanzar la edad adulta, así como de ocuparse debidamente de su vida carnal en cuanto a la comida, el vestido, la vivienda o en caso de enfermedad. Si sus hijos se enferman, los padres han de ocuparse de cualquier dolencia que sea necesario tratar, no deben descuidarlos ni decirles: ‘Sigue yendo a la escuela, no dejes de estudiar, no puedes quedarte atrás en las clases, si te atrasas mucho no vas a poder recuperarlas’. Cuando los hijos necesiten descanso, los padres deben dejar que lo tengan; cuando estén enfermos, deben ayudarlos a recuperarse. Estas son las responsabilidades de los padres. Por una parte, deben cuidar del bienestar físico de sus hijos, por otra, deben atenderlos, educarlos y auxiliarlos en lo relativo a su salud mental. Esto es lo que a los padres les corresponde hacer, en lugar de imponer a sus hijos ninguna expectativa o exigencia poco realista. Es su deber cumplir con las responsabilidades que incumben tanto a las necesidades emocionales de sus hijos como a las de su vida física. No pueden permitir que pasen frío en invierno, han de enseñarles una serie de conocimientos generales acerca de la vida, como en qué circunstancias es posible que pillen un resfriado, la necesidad de comer platos calientes, que les dolerá el estómago al comer cosas frías y que no deberían exponerse al viento a la ligera ni desvestirse en lugares con corrientes de aire cuando hace frío, para, de este modo, ayudarlos a aprender a ocuparse de su propia salud. Además, cuando en sus jóvenes mentes surjan ideas infantiles e inmaduras sobre su futuro o algún pensamiento extremo, los padres deben proporcionales una guía correcta en cuanto se den cuenta de ello, en lugar de someterlos a una represión forzosa. Deben lograr que sus hijos expresen y expongan sus ideas, para que puedan efectivamente resolver el problema. En esto consiste cumplir con sus responsabilidades. Implica, por un lado, cuidar de sus hijos y, por otro, aconsejarlos, corregirlos y guiarlos hacia los pensamientos y puntos de vista correctos. En realidad, las obligaciones que los padres han de cumplir no guardan relación con las esperanzas que tengan puestas en su descendencia(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (18)). Tras leer las palabras de Dios, aprendí el modo en que debemos tratar a nuestros hijos. Como padres, no debemos imponer nuestras propias expectativas y demandas sobre ellos. La responsabilidad de los padres es la de brindar una guía y una ayuda positivas en función de los calibres, las necesidades y las situaciones reales de los niños en cada etapa. Cuando los niños son pequeños, debemos enseñarles a hablar y tenemos que cuidar de su salud. A medida que van creciendo, hay que enseñarles a huir de los malos comportamientos, a no seguir las tendencias malvadas del mundo y a no tener ideas radicales. Debemos aconsejarlos correctamente para que puedan crecer felices. Debemos permitirles comprender la creación y la soberanía de Dios, guiarlos para que oren a Dios y confíen en Él cuando les ocurran cosas, y orientarlos para que lean las palabras de Dios. Tras comprender estas cosas, dejé de criticar a mi hijo y de quejarme de él, y él se mostró dispuesto a empezar a sincerarse conmigo. Aunque en este momento no nada en la abundancia, tiene una sonrisa en la cara que antes no tenía. También siento una sensación de liberación en mi corazón a raíz de practicar de acuerdo a las palabras de Dios. Este tipo de felicidad no se puede comprar con dinero.

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