Ya no me preocupo por el matrimonio de mis hijos

21 Ago 2024

Por Gao Liang, China

Nací en una familia campesina pobre y, tras graduarme de la secundaria, me fui de casa para buscar trabajo. Más tarde, conocí a mi esposa y tuvimos hijos. Siempre fui muy trabajador, pero a menudo era difícil llegar a fin de mes. Cuando mi cuñado se enteró de esto, me contrató para manejar la excavadora en su equipo. En los años siguientes, logré ganar algo de dinero y pude construir una casa nueva y llevar una vida mejor.

Acepté el evangelio de los últimos días de Dios en 2013 y equilibré mi fe con mi trabajo. Pensé que debía ganar más dinero mientras era joven para poder ayudar a mi hijo a formar una familia y tener una carrera más adelante. Esta era mi responsabilidad como padre. Después, empecé a servir como líder de grupo, y luego, en 2017, me seleccionaron para ser diácono de riego. Sin embargo, en realidad no quería aceptarlo, porque sabía que no sería tan fácil como liderar un grupo pequeño. Tendría que acomodar los horarios de los nuevos creyentes para las reuniones, y eso influiría sin duda en mis ingresos de excavación. Si no ahorraba suficiente dinero, ¿cómo podría ayudar a mi hijo a formar una familia y tener una carrera en el futuro? Tras darme cuenta de todo esto, rechacé el deber. Pero después me sentí muy culpable. Dios había sacrificado tanto para salvarnos, y ahora que el trabajo de la iglesia requería mi colaboración, solo pensaba en ganar dinero para ayudar a mi hijo y no quería aceptar este deber. ¿Acaso no sería esto doloroso para Dios? Al darme cuenta de esto, me arrodillé en el suelo y oré a Dios en señal de arrepentimiento, prometiéndole que no rechazaría más deberes. En 2018, mis hermanos y hermanas votaron para que yo sirviera como líder de la iglesia. Me sentí muy conflictuado: ser un líder que supervisa todo el trabajo es un deber a tiempo completo. No podría ahorrar dinero para la boda de mi hijo, y entonces no cumpliría con mi responsabilidad como padre. Pero también pensé en lo culpable que me sentí por rechazar un deber en el pasado, así que lo acepté.

Después de convertirme en líder de la iglesia, no tenía tiempo para trabajar en la excavadora, así que dependíamos del dinero que mi esposa ganaba vendiendo verduras para salir adelante. Después de graduarse, mi hijo consiguió trabajo en una fábrica, lo que alivió nuestra carga. Pero cuando llegó el momento de que mi hijo se casara, aún no teníamos una casa, un coche ni ahorros para él. ¿Qué se suponía que le iba a decir a mi hijo? Sentía que le había fallado. A veces, cuando venía de visita durante un descanso, le preparaba una comida muy rica y me preocupaba más por su vida para aliviar parte de mi propia culpa. A finales de agosto de 2023, mi líder superior quiso ascenderme a un deber fuera de casa, así que discutí el asunto con mi esposa. Ella me preguntó qué pensaba. Le dije: “No quiero ir, porque si me voy, tendrás que asumir la carga de nuestra familia tú sola. Nuestra hija aún es joven y nuestro hijo aún no se ha casado. Si me voy, ¿qué será de nuestra familia?”. Mi esposa respondió: “Si tenemos problemas, podemos orar a Dios. Ahora que se te ha asignado este deber, deberías tener un corazón sumiso. Yo puedo ocuparme de los asuntos en casa, no te preocupes”. Unos días después, el líder superior escribió para pedir que las personas me evaluaran, pero no pedí a los hermanos y hermanas que lo hicieran. Pensé: “Soy el hombre de la casa, es mi responsabilidad asumir la carga de nuestro hogar. Mi hijo tiene edad suficiente para casarse, pero aún no tenemos una casa, un coche ni ahorros preparados para él. Nuestros vecinos que tienen hijos de la misma edad ya tienen casas y coches preparados para ellos. ¿Y si mi hijo me pregunta por qué no lo mantengo cuando todos esos padres mantienen a sus hijos? ¿Qué clase de padre soy? No sé cómo responderé. Además, mi hija se ha enfermado y no podré cuidarla si me voy”. Al pensar en todo esto, me sentía fatal y no quería cumplir con mi deber lejos de casa. Pero también sabía que Dios no estaría contento si rechazaba el deber. Por otro lado, mi familia lo pasaría mal si me iba. Estaba atrapado en un dilema y era todo un suplicio. Me sentí distraído durante los siguientes días e incluso olvidé ir a regar a los nuevos fieles. Me di cuenta de que mi estado no era el adecuado, así que oré a Dios: “¡Oh Dios! Estos días he estado viviendo en la oscuridad y me siento bastante atormentado. Por favor, esclaréceme para entender la verdad y guíame para salir de este estado”.

Durante las prácticas devocionales, encontré este pasaje de las palabras de Dios: “También hay quienes, dado que han llegado a creer en Dios, viven la vida de iglesia, leen las palabras de Dios y cumplen con sus deberes, no disponen de nada de tiempo para relacionarse normalmente con sus hijos incrédulos, sus mujeres (o maridos), sus padres o sus amigos y parientes. En especial, son incapaces de cuidar adecuadamente de sus hijos incrédulos, o de hacer cualquier cosa que estos requieran, así que se preocupan por el futuro y las perspectivas de sus hijos. Sobre todo, cuando los hijos crecen, algunas personas empiezan a preocuparse: ¿Irá mi hijo a la universidad o no? ¿En qué se especializará? Si mi hijo no es creyente y quiere ir a la universidad, ¿debería yo, que creo en Dios, pagarle los estudios? ¿Debo ocuparme de sus necesidades diarias y apoyarle en sus estudios? Y cuando se case, tenga un trabajo e incluso una familia e hijos propios, ¿qué papel debo desempeñar? ¿Qué debo hacer y qué no? No tienen ni idea de estas cosas. En el momento en que algo así ocurre, en el momento en que se encuentran en una situación semejante, están perdidos y no tienen ni idea de qué hacer, ni saben cómo manejarse. A medida que pasa el tiempo, surgen la angustia, la ansiedad y la preocupación por estos asuntos; si hacen estas cosas por su hijo, temen ir en contra de las intenciones de Dios y desagradarle, y si no las hacen, temen no cumplir con sus responsabilidades parentales y ser culpados por su hijo y otros miembros de la familia; si hacen estas cosas, temen perder el testimonio, y si no las hacen, temen que la gente mundana se burle de ellos y que sus vecinos se rían, se mofen y los juzguen; temen deshonrar a Dios, pero también les asusta ganarse una mala reputación, y sentirse tan avergonzados que no puedan mostrar la cara. Mientras fluctúan entre estas cosas, en sus corazones surgen la angustia, la ansiedad y la preocupación. Se sienten angustiados por no saber qué hacer; ansiosos por no hacer lo correcto, elijan lo que elijan, por tampoco saber si es lo apropiado; y se preocupan de que, si estas cosas siguen sucediendo, entonces un día no serán capaces de hacerles frente, y si sufren un colapso, luego las cosas les resultarán aún más difíciles. Las personas que se encuentran en esta situación se sienten angustiadas, ansiosas y preocupadas por todo lo que les ocurre en la vida, ya sean cosas grandes o pequeñas. Una vez que surgen en ellos estos sentimientos negativos, se ven sumidos en esta angustia, ansiedad y preocupación, y son incapaces de liberarse. Si hacen esto, está mal, si hacen aquello, también, y no saben qué es lo correcto; quieren agradar a los demás, pero temen desagradar a Dios; quieren hacer cosas por los demás para que se hable bien de ellos, pero no quieren deshonrar a Dios o causar que Él los deteste. Por eso siempre están sumidos en estos sentimientos de angustia, ansiedad y preocupación. Se sienten angustiados, ansiosos y preocupados, tanto por los demás como por ellos mismos, y así se ven envueltos en una doble dificultad de la que no pueden escapar. Estas emociones negativas no solo afectan a su vida cotidiana, sino también al cumplimiento de sus deberes y, por supuesto, en cierta medida a su búsqueda de la verdad. Esto es un tipo de dificultad, es decir, se trata de dificultades relacionadas con el matrimonio, la vida familiar y la vida personal, y es debido a estas dificultades que la gente a menudo se queda atrapada en la angustia, la ansiedad y la preocupación. ¿Acaso no hay que compadecer a la gente cuando se queda atrapada en este tipo de emociones negativas? (Sí). ¿Hay que compadecerse de ellos? Seguís diciendo ‘sí’, lo que demuestra que aún sentís compasión por ellos. Cuando alguien se ve inmerso en una emoción negativa, sea cual sea el trasfondo del surgimiento de esa emoción negativa, ¿cuál es la razón de que surja? ¿Se debe al entorno, a las personas, acontecimientos y cosas que rodean a esa persona? ¿O es porque la verdad que Dios expresa la perturba? ¿Es el entorno lo que afecta a la persona, o es que las palabras de Dios perturban su vida? ¿Cuál es exactamente la razón? ¿La sabéis? Decidme, ya sea en la vida normal de las personas o en el cumplimiento de su deber, ¿están presentes estas dificultades si persiguen la verdad y están dispuestas a practicarla? (No). Estas dificultades están presentes en términos de un hecho objetivo. Vosotros decís que no existen, ¿podría ser que las hayáis resuelto? ¿Sois capaces de hacerlo? Estas dificultades son irresolubles, y están presentes en términos de un hecho objetivo. ¿Cuál será el resultado de estas dificultades en aquellos que persiguen la verdad? ¿Y cuál será el resultado en aquellos que no la persigan? Los resultados serán completamente diferentes. Si persiguen la verdad, no se dejarán atrapar por esas dificultades ni se sumirán en las emociones negativas de angustia, ansiedad y preocupación. Por el contrario, si no persiguen la verdad, estas dificultades están presentes igualmente en las personas, ¿y cuál será el resultado? Te enredarán de modo que no puedas escapar, y si no eres capaz de resolverlas, acabarán convirtiéndose en emociones negativas que formarán un nudo en lo más profundo de tu corazón; afectarán a tu vida normal y al desempeño normal de tus deberes, y harán que te sientas oprimido e incapaz de encontrar liberación: este es el resultado que tendrán en ti(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad 1. Cómo perseguir la verdad (3)). Las palabras de Dios fueron una gran revelación de mi estado. Cuando vi que mi hijo había alcanzado la mayoría de edad, pensé que, como el hombre de la casa, era mi responsabilidad ganar más dinero para ayudarlo a formar una familia y lanzar su carrera, así que rechacé la asignación de la iglesia de servir como diácono de riego. Más tarde, cuando me seleccionaron como líder de la iglesia, asumí el deber, pero veía que mi hijo estaba creciendo y me preguntaba cómo encontraría una esposa sin un coche o una casa a su nombre. ¿Diría mi hijo que no era un buen padre? Estas preocupaciones se arraigaron en mi corazón y a menudo me inquietaban. Ahora, cuando la iglesia me asignó deberes fuera de casa, esas preocupaciones volvieron a inundarme. Me preocupaba que, como mi hijo aún no había encontrado una esposa, si me iba a cumplir con mi deber, sin duda me odiaría, y nuestros vecinos seguro hablarían de mí a mis espaldas. Pero si no iba, estaría rechazando mi deber. Sentía un gran conflicto y no sabía cómo proceder. Había creído en Dios durante muchos años, pero seguía sin entender la verdad y me agobiaban los compromisos familiares. Pensaba que, como era el hombre de la casa, debía asumir la carga de nuestra familia y ganar suficiente dinero para ayudar a mi hijo con su familia y su carrera. Como resultado, siempre me consumía la preocupación y no podía comprometerme plenamente con mi deber. Tenía que buscar la verdad para resolver este estado con rapidez.

Más tarde, encontré este pasaje de las palabras de Dios: “¿Por quién te sientes angustiado, ansioso y preocupado? ¿Estás sintiendo esas cosas para obtener la verdad? ¿Para ganar a Dios? ¿En aras de la obra de Dios? ¿O acaso por Su gloria? (No). ¿Entonces por qué sientes esas emociones? Es todo por ti mismo, por tus hijos, por tu familia, por tu amor propio, por tu reputación, por tu futuro y perspectivas, por todo lo relacionado contigo mismo. Una persona así no renuncia ni se desprende ni abandona o se rebela contra nada; no tiene verdadera fe en Dios, ni auténtica lealtad a la hora de cumplir con su deber. En su fe en Dios, no se gastan verdaderamente, solo creen para obtener bendiciones, y creen en Dios solo con la convicción de recibir bendiciones. Están llenos de ‘fe’ en Dios, en Su obra y en Sus promesas, pero Dios no elogia ni recuerda una fe semejante, sino que la detesta. Tales personas no siguen ni practican los principios para manejar cualquier asunto que Dios requiere de ellos, no se desprenden de las cosas que deberían, no renuncian a ellas, no abandonan las cosas que deberían abandonar, y no ofrecen la lealtad que deberían ofrecer, por lo que merecen sumirse en las emociones negativas de angustia, ansiedad y preocupación. Por mucho que sufran, lo hacen solo por sí mismos, no por su deber ni por la labor de la iglesia. Por tanto, esas personas sencillamente no persiguen la verdad: son solo un puñado de gente que cree nominalmente en Dios. Saben con exactitud que este es el camino verdadero, pero no lo practican ni lo siguen. Su fe es lamentable, no puede ganarse la aprobación de Dios y Él no se acordará de ella(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad 1. Cómo perseguir la verdad (3)). Las palabras de Dios pusieron al descubierto mi estado. En lugar de pasar mi tiempo pensando en cómo perseguir la verdad y cumplir bien con mi deber para satisfacer a Dios, solo podía pensar en cómo no estaba preparando el futuro de mi hijo, preocupándome de que mi hijo pensara que no era un buen padre, de que mis vecinos hablaran mal de mí y de que pudiera perder prestigio entre ellos. Así que rechacé el deber. Esto me demostró que todos mis pensamientos giraban en torno a mis hijos y a mi reputación. No me preocupaba haber creído en Dios durante años pero no haber alcanzado la verdad, no me alteraba por los malos resultados en mi deber como líder de la iglesia, no sentía remordimientos por no someterme en mi deber y rechazarlo, lo cual decepcionaba a Dios, pero siempre estaba preocupado por mi familia, mis hijos y mi reputación. Priorizaba estas cosas sobre cumplir con mi deber como ser creado. Gracias a la exaltación de Dios pude cumplir mi deber como líder, y Dios esperaba que, en el desempeño de mi deber, persiguiera la verdad, lograra la transformación de mis actitudes y alcanzara la salvación de Dios. ¿Y qué quería hacer yo? Solo quería ser un buen padre, cuidar de mis hijos y cultivar una buena reputación. Sabía con claridad que el trabajo de la iglesia requería mi cooperación, pero no me sometí. Sabía que cumplir con mi deber como un ser creado era una obligación, pero la rechacé. Rechacé el deber de servir como diácono de riego, y rehuí la oportunidad de ser ascendido solo para ganar más dinero y ser un buen padre. Vi que mi opinión sobre las cosas no era diferente de la de un no creyente a pesar de mis años de fe. No tenía ninguna lealtad a mi deber y, a los ojos de Dios, yo era un incrédulo. Pensé en cómo, para salvarnos, Dios se había encarnado en el país del gran dragón rojo, que lo veía como un enemigo. Él expresó verdades para abastecernos, y para que pudiéramos ganar la verdad, nos había regado y pastoreado incansablemente de innumerables maneras. Sin embargo, yo había rechazado mi deber por el futuro de mis hijos. ¡Realmente estaba desprovisto de cualquier conciencia o razón! Cuando me di cuenta de esto, inmediatamente me sentí avergonzado y me resistí menos a salir de casa para cumplir con mi deber.

Más tarde, seguí reflexionando sobre mí mismo: ¿por qué cada vez que se me asignaba un deber, no me sometía? ¿Qué veneno satánico me controlaba? Busqué pasajes relevantes de las palabras de Dios y encontré el siguiente pasaje: “Estas ideas de la cultura tradicional, así como las responsabilidades sociales de los hombres y su posición en la sociedad, son fuente de presión, incluso de humillación, y, además, desvirtúan la humanidad de los hombres, con lo que muchos se sienten irritados, deprimidos y, a menudo, al borde de un ataque de nervios cada vez que son asediados por las dificultades. ¿Por qué? Porque piensan que son hombres, que los hombres deben ganar dinero para mantener a su familia, que deben cumplir con sus responsabilidades como hombres, que los hombres no deben llorar ni estar tristes y que no deben estar desempleados, sino ser pilares de la sociedad y columna vertebral de la familia. Así como los no creyentes dicen: ‘los hombres no lloran fácilmente’, un hombre no debe tener debilidades ni defectos. Estas ideas y opiniones surgen porque los moralistas encasillan equivocadamente a los hombres y engrandecen continuamente su estatus. Dichas ideas y opiniones no solo someten a los hombres a todo tipo de problemas, vejaciones y tormentos, sino que también se convierten para ellos en ataduras mentales, lo que hace que su posición, su situación y sus desafíos en la sociedad sean cada vez más incómodos(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad 1. Cómo perseguir la verdad (11)). “Si quieres liberarte de estas cadenas, debes buscar la verdad, comprender plenamente la esencia de estas ideas de la cultura tradicional y no actuar bajo su influencia o su control. Debes abandonarlas y rebelarte contra ellas de una vez por todas, y dejar de contemplar a las personas y las cosas, de comportarte y de actuar según las ideas y opiniones de la cultura tradicional, y de juzgar y decidir en función de la cultura tradicional. En cambio, debes contemplar a las personas y las cosas, comportarte y actuar según las palabras de Dios y los principios-verdad. Así caminarás por la senda correcta y serás un auténtico ser creado al que Dios mirará con buenos ojos. Si no, seguirás siendo controlado por Satanás y viviendo bajo su poder, y no podrás vivir en las palabras de Dios. Esta es la realidad(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad 1. Cómo perseguir la verdad (11)). Al leer las palabras de Dios, me di cuenta de que las responsabilidades sociales y las posiciones asignadas a los hombres son una manera de Satanás de atrapar a los hombres, haciéndoles creer que deben mantener a su familia en todo momento, ya que esta es su responsabilidad. Por ejemplo, mi padre, que era maestro, me inculcó estas ideas desde temprana edad, diciéndome que sería el pilar de la familia y que tendría que mantener a todos. También me hacía hacer tareas con él para que supiera cuál era la responsabilidad de un hombre. Tras casarme, prioricé mis responsabilidades como hombre de familia. Para garantizar una buena calidad de vida a mi familia y ayudar a mi hijo a establecerse, trabajé muchas horas para ganar dinero y cumplir con mi responsabilidad como padre. Todas las decisiones importantes pasaban por mí, y por muy cansado que estuviera o por muy difíciles que fueran las cosas, siempre hacía todo lo necesario sin cuestionármelo. Influenciado por los pensamientos tradicionales, siempre que había un conflicto entre mi familia y mi deber, daba prioridad a mi familia. Rechazaba los deberes para ganar más dinero y ahorrar para mi hijo. Incluso como líder de la iglesia, dividía mi tiempo entre mi deber y mi familia, y no podía dedicarme plenamente a mi deber. Más tarde, cuando tuve la oportunidad de ascender, también me resistí y la rechacé. Ahora me doy cuenta de que la cultura tradicional que Satanás nos ha inculcado se opone a Dios. Hace que las personas se alejen de Dios, lo traicionen y, finalmente, enfrenten la destrucción, al igual que Satanás. Una vez que me di cuenta de que Satanás había usado la cultura tradicional para corromperme, estuve dispuesto a cambiar mis hábitos y practicar según las palabras de Dios.

Esa noche, durante las prácticas devocionales, vi este pasaje: “Como alguien que cree en Dios y persigue la verdad y la salvación, deberías emplear la energía y el tiempo que te queda de vida en cumplir con tu deber y con aquello que Dios te ha encomendado; no deberías dedicar nada de tiempo a tus hijos. Tu vida no les pertenece y no debes consumirla en aras de su existencia o su supervivencia, ni en satisfacer tus expectativas respecto a ellos. En su lugar, deberías dedicarla al deber y a la tarea que Dios te ha encomendado, además de a la misión que deberías cumplir como ser creado. Aquí es donde radica el valor y el significado de tu vida. Si estás dispuesto a perder tu propia dignidad y a convertirte en esclavo de tus hijos, a preocuparte y hacer cualquier cosa por ellos para satisfacer tus propias expectativas hacia ellos, entonces todo esto carece de significado y valor, y no será recordado. Si insistes en hacerlo y no te desprendes de estas ideas y acciones, solo puede significar que no eres alguien que persigue la verdad, que no eres un ser creado apto y que eres bastante rebelde. No aprecias ni la vida ni el tiempo que Dios te da. Si gastas tu vida y tu tiempo solo en tu carne y tus afectos, y no en el deber que Dios te ha encomendado, tu existencia es innecesaria y carece de valor. No mereces vivir, no mereces disfrutar de la vida ni de todo lo que Él te ha concedido. Él solo te dio hijos para que disfrutaras del proceso de criarlos, para que ganaras experiencia de vida y conocimiento de ello como padre, para darte la oportunidad de experimentar algo especial y extraordinario en la vida humana, y luego permitir que tu descendencia se multiplicara… Por supuesto, también lo hizo para que cumplieras con la responsabilidad de un ser creado en calidad de padre. Es la responsabilidad y el rol como padre que Dios dispuso que cumplieras para con la próxima generación. Por una parte, es para que pasaras por este extraordinario proceso y, por otra, para que desempeñaras un papel en la reproducción de la siguiente generación. Una vez cumplida esta obligación, cuando tus hijos se convierten en adultos, si llegan a gozar de mucho éxito o si siguen siendo personas normales, sencillas y corrientes, nada tiene que ver contigo porque tú no determinas ni eliges y, desde luego, tampoco les concedes su destino, sino que lo ordena Dios. Dado que Él lo ha dispuesto, no debes entrometerte ni meter las narices en su vida ni en su supervivencia. Sus hábitos, sus rutinas diarias y su actitud ante la vida, cualquier estrategia de supervivencia que tengan, cualquier perspectiva de la vida y cualquier actitud ante el mundo son sus propias decisiones y no te conciernen. No tienes obligación alguna de corregirlos ni de sufrir por ellos para garantizar que sean felices todos los días. Todo esto es innecesario. […] Por tanto, la actitud más racional para los padres después de que crezcan sus hijos es la de desprenderse, dejar que experimenten la vida por sí mismos, permitirles vivir de manera independiente y afrontar, manejar y resolver por su propia cuenta los diversos desafíos de la existencia. Si buscan tu ayuda, y tienes la capacidad y las condiciones para dársela, por supuesto, puedes echarles una mano y aportarles la ayuda necesaria. Sin embargo, el requisito previo es que, sin importar la ayuda que les proporciones, ya sea financiera o psicológica, solo puede ser temporal y no puede cambiar ningún problema sustancial. Deben transitar su propia senda en la vida y no tienes la obligación de cargar con ninguno de sus asuntos o sus consecuencias. Esta es la actitud que los padres deben tener hacia sus hijos adultos(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad 1. Cómo perseguir la verdad (19)). Las palabras de Dios explicaban cómo los padres debían considerar las responsabilidades parentales. Cuando nuestros hijos son pequeños, tenemos la responsabilidad de criarlos bien. Pero una vez que crecen, debemos dejar que se valgan por sí mismos y dedicar nuestro tiempo a cumplir con nuestros deberes como seres creados. Si dedicamos todo nuestro tiempo y energía a nuestros hijos y familia, habremos perdido el sentido de la fe y no seremos dignos de vivir ante Dios. Dios me dio una familia e hijos para que pudiera ganar experiencia de vida en el proceso de criar a mis hijos. Esto incluye mi responsabilidad de criarlos y mi papel de garantizar la continuidad de nuestro pueblo. Si criaba bien a mis hijos, habría cumplido con mi responsabilidad. Además, la suerte de mis hijos está en manos de Dios. Por mucho que les proporcione bienes materiales y riquezas, no puedo cambiar su suerte. Algunos padres crían a sus hijos, pero no pueden ayudarlos a formar una familia y a emprender una carrera, pero aun así los niños salen adelante. Por el contrario, algunos padres se esfuerzan por ganar dinero para ayudar a sus hijos a establecerse, pero aun así las cosas no salen como deseaban. Por ejemplo, mi papá no me dejó una casa ni dinero, pero aun así logré casarme. Tampoco le di a mi hijo mucho dinero ni propiedades, pero aun así se graduó, consiguió un trabajo y es capaz de ganar dinero para cuidar de sí mismo. Puede que mi hija esté enferma, pero su futuro está en manos de Dios y yo no tengo ningún control real sobre eso. Ahora tengo muchas responsabilidades como líder en la iglesia, pero aún tengo muchas deficiencias y todavía me quedan muchos principios-verdad por aprender. Así que necesito dedicar más tiempo a mi deber, confiar en Dios, buscar la verdad en las áreas que no comprendo, y compartir más con mi hermano compañero para cumplir bien con mi deber. Cuando aún equilibraba mi tiempo entre mi familia y mi deber, varios asuntos familiares consumían mucho tiempo y energía. Ahora que me he ido de casa para cumplir con mi deber, estoy a cargo de varias iglesias y estoy expuesto a muchas personas y situaciones: todas ellas son buenas oportunidades para alcanzar la verdad. Si no aprovecho la oportunidad de ganar la verdad de estas situaciones, puede que no tenga otra oportunidad. Ahora tengo mucho trabajo que hacer cada día. Cuando no entiendo algo, oro a Dios, busco y comparto. En este tipo de entorno, tengo muchas oportunidades de acercarme a Dios. Siento paz y tranquilidad y ya no me preocupo por mis hijos. Agradezco a Dios por la oportunidad de hacer este deber.

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