Palabras diarias de Dios: Conocer la obra de Dios | Fragmento 226

10 Ago 2020

Ejerzo Mi autoridad sobre la tierra, desplegando Mi obra en su totalidad. Todo lo que está implícito en Mi obra se refleja sobre la faz de la tierra; la humanidad en la tierra, nunca ha sido capaz de captar Mis movimientos en el cielo, ni tampoco ha reflexionado exhaustivamente sobre las órbitas y trayectorias de Mi Espíritu. La gran mayoría de los seres humanos sólo captan las nimiedades que yacen fuera del espíritu, sin ser capaces de comprender el estado real del espíritu. Las exigencias que impongo a la humanidad no proceden del difuso Yo que soy en el cielo, o del Yo imponderable que soy en la tierra; hago exigencias apropiadas de acuerdo con la estatura del hombre en la tierra. Nunca he puesto a nadie en dificultades, como tampoco he pedido a nadie que “exprima su sangre” para complacerme. ¿Será que Mis demandas se limitan únicamente a estas condiciones? De la infinita cantidad de criaturas sobre la tierra, ¿cuáles no se someten a la disposición de las palabras que proceden de Mi boca? ¿Cuál de estas criaturas que se postre frente a Mí no es completamente incinerada por Mi palabra y Mi fuego ardiente? ¿Cuál de estas criaturas se atreve a pavonearse con orgullosa exaltación en Mi presencia? ¿Cuál de estas criaturas no se postra frente a Mí? ¿Soy Yo el Dios que se limita a imponer silencio a la creación? De la infinidad de cosas en la creación, elijo aquellas que satisfacen Mi intención; de la infinidad de seres humanos en la humanidad, elijo a quienes les importe Mi corazón. Elijo la mejor de todas las estrellas, añadiendo con ello un débil rayo de luz a Mi reino. Voy caminando sobre la tierra dispersando Mi fragancia por todas partes, y en cada lugar dejo impregnada Mi forma. Cada lugar reverbera con el sonido de Mi voz. La gente por doquier permanece nostálgica sobre las hermosas escenas del ayer, ya que toda la humanidad está recordando el pasado…

Toda la humanidad anhela ver Mi rostro, pero en cuanto a Mi descenso en persona sobre la tierra, todos son detestados a Mi venida, todos ahuyentan la luz para que no llegue, como si Yo fuera el enemigo del hombre en el cielo. El hombre me saluda con mirada defensiva y permanece constantemente alerta, profundamente asustado de que Yo pueda tener otros planes para él. Debido a que los seres humanos me consideran un amigo desconocido, se sienten como si Yo tuviese la intención de matarlos indiscriminadamente. Ante los ojos del hombre, Yo soy un antagonista mortal. Habiendo probado Mi calor en medio de la calamidad, el hombre, sin embargo, continúa sin darse cuenta de Mi amor, y se sigue empeñado en eludirme y desafiarme. Lejos de tomar ventaja al estar en tales condiciones, y tomar acciones en su contra, envuelvo al hombre en el calor de un abrazo, llenando su boca con dulzura y poniendo el alimento necesario en su estómago. Pero, cuando Mi airada cólera sacuda las montañas y los ríos, ya no voy, a causa de la cobardía del hombre, a concederle estas diferentes formas de socorro. En este instante, me llenaré de ira, negando a todos los seres vivos la oportunidad de arrepentirse y, abandonando toda esperanza del hombre, infligiré el castigo que tanto se merece. En ese momento, truenos y relámpagos destellarán y rugirán, como las olas del mar embravecido de ira, como diez mil montañas colapsando sobre la tierra. Por su rebeldía, la humanidad es derribada por los truenos y relámpagos, otras criaturas son eliminadas a causa de las explosiones de rayos y truenos, todo el universo desciende abruptamente en caos, y la creación es incapaz de recuperar el aliento primario de la vida. La infinidad de multitudes de la humanidad no pueden escapar del rugido del trueno; en medio de las luces de los relámpagos, los seres humanos, horda tras horda, se vuelcan sobre la corriente que fluye rápidamente, para ser arrastrados por los torrentes que caen en cascadas desde las montañas. De repente, en el lugar de refugio de la humanidad, converge un mundo de hombres. Los cadáveres pasan flotando sobre la superficie del océano. Toda la humanidad se aleja más de Mí a causa de Mi ira, porque el hombre ha ofendido la esencia de Mi Espíritu, y su rebelión me ha disgustado. Pero, en los lugares sin agua, otros hombres siguen disfrutando, entre risas y cantos, las promesas que Yo les he concedido.

Cuando toda la humanidad se calme, Yo emito un rayo de luz ante su mirada. Por consiguiente, los hombres se vuelven claros de mente y hay brillo en su mirada, y dejan de estar dispuestos a guardar silencio; por lo tanto, un sentimiento espiritual es convocado inmediatamente en sus corazones. En este momento, toda la humanidad es resucitada. Echando a un lado sus quejas tácitas, todos los hombres vienen ante Mí, habiendo ganado otra oportunidad para sobrevivir a través de las palabras que Yo predico. Esto se debe a que todos los seres humanos desean vivir sobre la faz de la tierra. Sin embargo, ¿quién de ellos ha tenido la intención de vivir por Mi causa? ¿Quién de ellos ha revelado alguna vez cosas espléndidas de sí mismo que me causen satisfacción? ¿Quién de ellos ha detectado un aroma atrayente en Mí? Los seres humanos están hechos de material áspero y poco refinado: en el exterior, parecen deslumbrar los ojos, pero en sus seres esenciales no me aman sinceramente, porque en los rincones más profundos del corazón humano nunca ha existido la menor medida de Mí. Al hombre le falta demasiado: comparándolo conmigo, parecería que estamos tan distantes como la tierra del cielo. Pero, aun así, Yo no ataco al hombre en sus puntos débiles y vulnerables, ni me burlo de él con desprecio por sus deficiencias. Mi mano ha estado obrando en la tierra desde hace miles de años, y todo el tiempo Mis ojos han estado cuidando toda la humanidad. Pero nunca he tomado despreocupadamente ninguna vida humana para jugar con ella como si fuera un juguete. Observo el esfuerzo del hombre y comprendo el precio que ha pagado. Estando de pie frente a Mí, no deseo tomar ventaja de la indefensión del hombre para darle un castigo, ni tampoco deseo conferirle cosas indeseables. En cambio, durante todo este tiempo sólo le he proporcionado y le he dado al hombre. Y así, lo que el hombre disfruta es totalmente debido a Mi gracia, en su totalidad es la abundancia que proviene de Mi mano. Porque estoy en la tierra, el hombre nunca ha tenido que sufrir los tormentos del hambre. Más bien, permito que el hombre reciba de Mi mano las cosas que él pueda disfrutar, y permito que la humanidad viva en Mis bendiciones. ¿No vive acaso toda la humanidad bajo Mi castigo? Al igual que las montañas mantienen en sus profundidades cosas de riqueza y abundancia, y las aguas en su inmensa capacidad contienen cosas para el disfrute, ¿acaso las personas que viven en Mi palabra no gozan hoy, aún más, del alimento que aprecian y degustan? Estoy en la tierra, y el hombre goza de Mis bendiciones en la tierra. Cuando deje la tierra atrás, que será también cuando Mi obra sea completada, en ese momento, la humanidad ya no recibirá ninguna concesión de Mí, debido a su debilidad.

La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Las palabras de Dios al universo entero, Capítulo 17

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