Dios mismo, el único III

La autoridad de Dios (II)

Hoy continuaremos con nuestra enseñanza sobre el tema de “Dios mismo, el único”. Ya hemos tenido dos enseñanzas sobre este tema, la primera de ellas concerniente a la autoridad de Dios, y la segunda referente a Su carácter justo. Tras escucharlas, ¿habéis obtenido un nuevo entendimiento de la identidad, el estatus y la esencia de Dios? ¿Os han ayudado estas perspectivas a conseguir un conocimiento más esencial y una certeza de la verdad de la existencia de Dios? Mi plan hoy consiste en desarrollar el tema de la “autoridad de Dios”.

Entender la autoridad de Dios desde las perspectivas macro y micro

La autoridad de Dios es única. Es la expresión característica y la esencia especial de la identidad de Dios mismo, que ningún ser creado o no creado posee; solo el Creador tiene esta clase de autoridad. Es decir, sólo el Creador —Dios, el único— se expresa de esta forma y tiene esta esencia. ¿Por qué deberíamos entonces hablar de la autoridad de Dios? ¿En qué difiere la autoridad de Dios mismo de la “autoridad” tal como la entiende el hombre en su mente? ¿Qué tiene de especial? ¿Por qué es particularmente importante hablar aquí de ella? Cada uno de vosotros debe considerar detenidamente este asunto. Para la mayoría de las personas, la “autoridad de Dios” es una idea vaga que cuesta mucho esfuerzo entender, y todo debate al respecto acaba, probablemente, siendo abstracto. Por lo tanto, invariablemente habrá una brecha entre el conocimiento de la autoridad de Dios que el hombre es capaz de poseer, y la esencia de la misma. Para cerrar esta brecha, todos deben llegar a conocer gradualmente la autoridad de Dios por medio de personas, acontecimientos, cosas y varios fenómenos dentro del alcance de los humanos, y dentro de su capacidad de entender su vida real. Aunque la expresión “la autoridad de Dios” pueda parecer insondable, la autoridad de Dios no es en absoluto abstracta. Él está presente con el hombre en cada minuto de su vida, guiándolo a través de cada día. Así, en la vida real, cada persona necesariamente verá y experimentará el aspecto más tangible de la autoridad de Dios. Este aspecto tangible es prueba suficiente de que la misma existe de verdad y permite que uno reconozca y comprenda totalmente la realidad de que Dios posee tal autoridad.

Dios lo creó todo, y por haberlo hecho, tiene soberanía sobre todas las cosas. Además de tener soberanía sobre todas las cosas, Él está en control de todo. ¿Qué significa esto, la idea de que “Dios está en control de todo”? ¿Cómo puede explicarse? ¿Cómo se aplica a la vida real? ¿Cómo se puede llegar a entender Su autoridad a partir del conocimiento de que “Dios tiene control sobre todo”? En esta expresión deberíamos ver que lo que Dios controla no es una parte de los planetas, ni de la creación, ni mucho menos una parte de la humanidad, sino todo: desde lo enorme a lo microscópico, desde lo visible a lo invisible, desde las estrellas en el cosmos a las cosas vivientes en la tierra, así como los microorganismos que no pueden verse a simple vista y los seres que existen de otras formas. Esta es la definición precisa del “todo” en la frase “Dios tiene el control sobre todo”; es el ámbito de Su autoridad, el alcance de Su soberanía y gobierno.

Antes de que esta humanidad naciese, el cosmos —todos los planetas y todas las estrellas en los cielos— ya existía. A nivel macro, estos cuerpos celestiales han estado orbitando regularmente, bajo el control de Dios, durante toda su existencia, sin importar cuántos años hayan sido. Qué planeta va a qué lugar, en qué momento particular; qué planeta realiza qué tarea, y cuándo; qué planeta gira por qué órbita, y cuándo desaparece o es reemplazado; todas estas cosas tienen lugar sin el más mínimo error. Las posiciones de los planetas y las distancias entre ellos siguen patrones estrictos, que pueden describirse con datos precisos; las sendas por los que viajan, la velocidad y los patrones de sus órbitas, los tiempos en que están en las diversas posiciones; todo esto puede cuantificarse con precisión y describirse por medio de leyes específicas. Durante eones, los planetas han seguido estas leyes sin la más mínima desviación. Ningún poder puede cambiar, o interrumpir sus órbitas o los patrones que siguen. Debido a que las leyes especiales que gobiernan su movimiento y los datos precisos que los describen están predestinados por la autoridad del Creador, estos obedecen estas leyes por su propia voluntad, bajo Su soberanía y Su control. A un nivel macro, no le resulta difícil al hombre descubrir algunos patrones, algunos datos y algunas leyes o fenómenos extraños e inexplicables. Aunque la humanidad no admite que Dios existe ni acepta que el Creador hizo y tiene soberanía sobre todas las cosas, además de no reconocer la existencia de Su autoridad, los científicos, astrónomos y físicos humanos están viendo, aun así, cada vez más que los principios y patrones que dictan la existencia y el movimiento de todas las cosas están gobernados y controlados por una inmensa y oculta energía oscura. Esta realidad obliga al hombre a afrontar y reconocer que existe un Todopoderoso en medio de estos patrones de movimiento, que lo orquesta todo. Su poder es extraordinario y, aunque nadie puede ver Su verdadero rostro, Él es soberano y lo controla todo en todo momento. Ningún hombre o fuerza puede llegar más allá de Su soberanía. Frente a esta realidad, el hombre debe reconocer que las leyes que gobiernan la existencia de todas las cosas no pueden ser controladas por los humanos, nadie puede cambiarlas; también debe admitir que los seres humanos no pueden entender del todo estas leyes, que no ocurren de manera natural, sino que son dictadas por un Soberano. Todas estas son expresiones de la autoridad de Dios que la humanidad puede percibir a un nivel general.

A un nivel micro, todas las montañas, lagos, mares y masas continentales que el hombre puede observar sobre la tierra, todas las estaciones que experimenta, todas las cosas que habitan la tierra, plantas, animales, microorganismos y seres humanos incluidos, están sujetos a la soberanía y el control de Dios. Bajo la soberanía y el control de Dios, todas las cosas nacen o desaparecen de acuerdo con Sus pensamientos; surgen ciertas leyes que gobiernan su existencia, crecen y se multiplican según ellas. Ningún ser humano o cosa está por encima de estas leyes. ¿Por qué ocurre esto? La única respuesta es: por la autoridad de Dios. O, dicho de otro modo, por Sus pensamientos y palabras; por las acciones personales de Dios mismo. Es decir, son la autoridad y la mente de Dios las que dan lugar a estas leyes; que cambian y se transforman de acuerdo con Sus pensamientos, y todos estos cambios y transformaciones ocurren o desaparecen por causa de Su plan. Por ejemplo, consideremos las epidemias. Se producen sin avisar. Nadie conoce su origen ni las razones exactas por las que ocurren, y siempre que una epidemia alcanza un lugar, los que están condenados no pueden escapar de la calamidad. La ciencia humana entiende que las epidemias son causadas por la propagación de microbios violentos o dañinos, y no puede predecir ni controlar su velocidad, alcance ni método de transmisión. Aunque las personas resisten las epidemias por todos los medios posibles, no pueden controlar qué personas o animales se ven inevitablemente afectados cuando brotan. Lo único que los seres humanos pueden hacer es intentar prevenirlas, resistirlas e investigarlas. Pero nadie conoce las causas principales que explican el comienzo o el final de ninguna epidemia particular, y nadie las puede controlar. Frente al brote y a la propagación de una epidemia, la primera medida que toman los seres humanos es desarrollar una vacuna; sin embargo, con frecuencia la epidemia se extingue por sí sola antes de que la vacuna esté lista. ¿Por qué desaparecen las epidemias? Algunos dicen que se han controlado los gérmenes, otros dicen que mueren por los cambios estacionales… En cuanto a si estas especulaciones descabelladas se sostienen, la ciencia no puede ofrecer explicación ni dar una respuesta precisa. La humanidad no solo debe lidiar con estas especulaciones, sino también con su falta de entendimiento de las epidemias y su miedo a ellas. Nadie sabe, en el análisis final, por qué empiezan o terminan. La humanidad nunca hallará respuesta, porque solo tiene fe en la ciencia y se basa por completo en ella, sin reconocer la autoridad del Creador ni aceptar Su soberanía.

Bajo la soberanía de Dios, todas las cosas nacen, viven y perecen debido a Su autoridad y a Su gestión. Algunas cosas vienen y van silenciosamente, y el hombre no puede decir de dónde vinieron ni comprender los patrones que siguen, y mucho menos entender las razones por las que vienen y van. Aunque el hombre puede ver con sus propios ojos todo lo que acaba pasando entre todas las cosas y puede oírlo con sus propios oídos y experimentarlo personalmente; aunque todo repercute en el hombre, y aunque el hombre capta subconscientemente la excepcionalidad, regularidad o incluso extrañeza relativas de los diversos fenómenos, sigue sin saber nada de lo que hay detrás de estas cosas que son las intenciones y los pensamientos del Creador. Detrás de estos fenómenos hay muchas historias, muchas verdades ocultas. Al haberse alejado el hombre del Creador y al no aceptar la realidad que Su autoridad gobierna todas las cosas, nunca conocerá ni comprenderá todo lo que ocurre bajo la soberanía de la autoridad del Creador. En su mayor parte, el control y la soberanía de Dios exceden los límites de la imaginación humana, del conocimiento humano, del entendimiento humano y de lo que la ciencia humana puede lograr; están por encima de las capacidades de la humanidad creada. Algunas personas dicen: “Si no has presenciado por ti mismo la soberanía de Dios, ¿cómo puedes creer que todo está sujeto a Su autoridad?”. Ver no siempre implica creer, ni tampoco reconocer y entender. ¿Entonces, de dónde viene la creencia? Puedo afirmar con seguridad que la creencia viene del grado y de la profundidad de la comprensión y la experiencia de la realidad y las causas fundamentales de las cosas por parte de las personas. Si crees que Dios existe, pero no puedes reconocer y mucho menos percibir la realidad del control y de la soberanía de Dios sobre todas las cosas, nunca admitirás en tu corazón que Él tiene este tipo de autoridad y que esta es única. Nunca aceptarás realmente que el Creador es tu Señor y tu Dios.

El porvenir de la humanidad y el porvenir del universo son inseparables de la soberanía del Creador

Todos vosotros sois adultos. Unos, de mediana edad; otros habéis entrado en la tercera edad. Habéis pasado de no creer en Dios a hacerlo, y de comenzar desde un principio a creer en Dios a aceptar Su palabra y experimentar Su obra. ¿Cuánto conocimiento tenéis de Su soberanía? ¿Qué perspectivas del porvenir humano habéis obtenido? ¿Puede uno conseguir todo lo que desea en la vida? ¿Cuántas cosas habéis sido capaces de cumplir como deseabais en las pocas décadas de vuestra existencia? ¿Cuántas cosas han ocurrido que nunca anticipasteis? ¿Cuántas vienen como sorpresas agradables? ¿Cuántas siguen esperando las personas con la expectativa de que darán fruto, aguardando inconscientemente el momento correcto, y la voluntad del cielo? ¿Cuántas cosas hacen que las personas se sientan desamparadas y perdidas con respecto a qué hacer? Todo el mundo está lleno de esperanzas respecto a su porvenir, y espera que todo en su vida vaya como desea, no tener escasez de alimentos o ropa, que su fortuna aumente de forma espectacular. Nadie quiere una vida pobre y modesta, llena de dificultades y sitiada por las calamidades. Pero las personas no pueden prever ni controlar estas cosas. Quizás, para algunos, el pasado no es más que un revoltijo de experiencias; nunca saben cuál es la voluntad del cielo ni se preocupan de ella. Viven su vida sin pensar, como los animales, día a día y sin preocuparse de cuál es el porvenir de la humanidad o de por qué están vivos los seres humanos ni de cómo deberían vivir. Estas personas alcanzan la vejez sin haber obtenido un entendimiento del porvenir humano, y hasta el momento de su muerte no tienen ni idea de en qué consiste la vida. Estas personas están muertas; son seres sin espíritu; son bestias. Aunque las personas viven dentro de la creación y obtienen disfrute de las muchas formas en las que el mundo satisface sus necesidades materiales; aunque ven que este mundo material avanza constantemente, su propia experiencia —lo que sus corazones y espíritus sienten y experimentan— no tiene nada que ver con las cosas materiales y nada material sustituye su experiencia. Esta es un reconocimiento en lo profundo del corazón, algo que no se puede ver a simple vista. Este reconocimiento se encuentra en el entendimiento y la percepción propios de la vida y del porvenir humanos. A menudo lleva a la comprensión de que un Soberano invisible está organizando todas las cosas, y que está orquestándolo todo para el hombre. En medio de todo esto, uno no puede sino aceptar las disposiciones y orquestaciones del sino ni admitir el camino que el Creador ha puesto por delante, Su soberanía sobre el porvenir de uno. Este es un hecho indiscutible. No importa qué profundo conocimiento y actitud se tenga sobre el porvenir, nadie puede cambiar este hecho.

Dónde irá una persona, qué hará, con quién o con qué se encontrará, qué dirá y qué le ocurrirá cada día, ¿puede la gente predecir alguna de estas cosas? Se puede decir que las personas no solo no pueden prever todos estos sucesos, sino que mucho menos pueden controlar el desarrollo de estas cosas. En la vida diaria de la gente, estos acontecimientos imprevisibles ocurren todo el tiempo; son hechos comunes. El acontecimiento de estos “asuntos triviales de la vida cotidiana” y los medios y los patrones de su desarrollo son recordatorios constantes para la especie humana de que nada ocurre al azar, y que el proceso del desarrollo y la inevitabilidad de cada suceso no pueden ser cambiados por la voluntad humana. El acontecimiento de cada suceso transmite una amonestación del Creador a la especie humana, y también envía el mensaje de que los seres humanos no pueden controlar sus propios sinos. Al mismo tiempo, es también una refutación de la ambición y el deseo de la especie humana de esperar en vano a tomar su sino en sus propias manos. Esta refutación es como una fuerte bofetada en la cara que recibe la especie humana una y otra vez, que obliga a las personas a reflexionar sobre quién exactamente tiene la soberanía sobre su sino y lo controla. Y, mientras sus ambiciones y deseos son frustrados y destrozados constantemente, la gente tampoco puede evitar ajustarse inconscientemente a las disposiciones del sino y aceptar la realidad, la voluntad del Cielo y la soberanía del Creador. Desde el reiterado acontecimiento de los “asuntos triviales de la vida cotidiana” a los sinos de las vidas enteras de todos los humanos, no hay nada que no revele la soberanía del Creador y sus disposiciones; no hay nada que no envíe el mensaje de que “la autoridad del Creador no puede sobrepasarse”, que no transmita esta verdad inmutable de que “la autoridad del Creador es suprema”.

Los sinos de la humanidad y de todas las cosas están íntimamente interconectados con la soberanía del Creador, inseparablemente vinculados con las orquestaciones del Creador; al final, son inseparables de Su autoridad. En las leyes de todas las cosas el hombre llega a comprender la orquestación del Creador y Su soberanía; en las normas de supervivencia de todas las cosas, llega a percibir Su gobierno; en los sinos de todas las cosas, saca conclusiones sobre las formas en las que el Creador ejerce Su soberanía y Su control sobre ellas; y en los ciclos de vida de los seres humanos y de todas las cosas el hombre realmente llega a experimentar las orquestaciones y disposiciones del Creador para todas las cosas y seres vivos, a presenciar realmente cómo las mismas sobrepasan a todas las leyes, reglas, e instituciones terrenales, y a todos los demás poderes y fuerzas. A la luz de esto, la humanidad se ve empujada a reconocer que ningún ser creado puede violar la soberanía del Creador, que ninguna fuerza puede perturbar ni alterar los acontecimientos y las cosas predestinados por Él. Bajo estas leyes y normas divinas, los seres humanos y todas las cosas viven y se propagan, generación tras generación. ¿No es esta la verdadera materialización de la autoridad del Creador? Aunque en las leyes objetivas el hombre ve Su soberanía y Su ordenación de todos los acontecimientos y cosas, ¿cuántas personas son capaces de comprender por completo el principio de la soberanía del Creador sobre todas las cosas? ¿Cuántas personas pueden saber, reconocer, aceptar, y someterse realmente a la soberanía y la organización de su propio porvenir por parte del Creador? ¿Quién, habiendo creído la realidad de la soberanía de Dios sobre todas las cosas, creerá y reconocerá realmente que el Creador también tiene soberanía sobre el porvenir de la vida de los hombres? ¿Quién puede comprender realmente el hecho de que el porvenir del hombre reposa en la palma del Creador? ¿Qué clase de actitud debe adoptar la humanidad respecto a Su soberanía, cuando se enfrenta al hecho de que Él gobierna y controla el porvenir de la humanidad? Esa es una decisión que debe tomar por sí mismo todo ser humano que se enfrente a esta realidad.

Las seis coyunturas en una vida humana

En su trayectoria vital, cada persona llega a una serie de coyunturas críticas. Estos son los pasos más fundamentales e importantes que determinan el sino de una persona en la vida. Lo que sigue es una breve descripción de estos hitos por los que toda persona debe pasar a lo largo de su vida.

La primera coyuntura: El nacimiento

El lugar de nacimiento de una persona, la familia en que nace, su género, su aspecto y el momento de su nacimiento son los detalles de la primera coyuntura de la vida de una persona.

Nadie puede elegir ciertos detalles de esta coyuntura; el Creador las ha predestinado desde mucho antes. No están influenciadas en modo alguno por el entorno externo, y ningún factor producido por el hombre puede alterar estas realidades que el Creador ha predeterminado. Que una persona nazca significa que Él ya ha cumplido el primer paso del sino que Él ha organizado para esa persona. Como Él ha predeterminado todos estos detalles con mucha antelación, nadie tiene el poder de modificar ninguno de ellos. Independientemente del porvenir subsiguiente de una persona, las condiciones de su nacimiento están predestinadas y permanecen como están; no están influenciadas de ninguna manera por el sino propio en la vida ni afectan en modo alguno la soberanía del Creador sobre el sino.

1) Nace una nueva vida de los planes del Creador

¿Qué detalles de la primera coyuntura —el lugar de nacimiento, la familia, el género, el aspecto físico, el momento del nacimiento— puede una persona elegir? Obviamente, el nacimiento es un acontecimiento pasivo: uno nace involuntariamente, en cierto lugar, en cierto momento, en cierta familia, con cierto aspecto físico; pasa a ser involuntariamente miembro de cierta familia, una rama de cierto árbol genealógico. En esta primera coyuntura de la vida no tiene elección, pues nace en un entorno fijado según los planes del Creador, en una familia específica, con un género y un aspecto específicos, y en un momento específico íntimamente vinculado con la trayectoria vital de una persona. ¿Qué puede hacer un ser humano en esta coyuntura crítica? Como se ha dicho, no puede escoger ninguno de estos detalles relativos a su nacimiento. De no ser por la predestinación del Creador y Su dirección, una vida recién nacida en este mundo no sabría adónde ir ni dónde quedarse; no tendría relaciones, no pertenecería a ningún lugar y no poseería un hogar real. Pero, debido a las disposiciones meticulosas del Creador, esta nueva vida tiene un lugar donde quedarse, unos padres, un lugar al que pertenece y familiares y así esa vida se embarca en su viaje. A lo largo de este proceso, la materialización de esta nueva vida queda determinada por los planes del Creador, y todo lo que llegará a poseer le es concedido por Él. De un cuerpo que flota libre sin nada a su nombre, se convierte gradualmente en un ser humano de carne y hueso, visible, tangible, en una de las creaciones de Dios, que piensa, respira y siente el calor y el frío; que puede participar en todas las actividades habituales de un ser creado en el mundo material y que pasará por todas las cosas que un ser humano creado debe experimentar en la vida. La predeterminación del nacimiento de una persona por el Creador significa que Él le concederá todas las cosas necesarias para sobrevivir; y que una persona nazca significa, de igual forma, que recibirá de Él todo lo necesario para la supervivencia, que desde ese momento en adelante vivirá en otra forma, provista por el Creador y sujeta a Su soberanía.

2) Por qué nacen diferentes seres humanos bajo diferentes circunstancias

A las personas les gusta imaginar con frecuencia que, si naciesen otra vez, lo harían en una familia ilustre; si fuesen mujeres, se parecerían a Blancanieves y todo el mundo las querría; y si fuesen hombres, serían el Príncipe Azul, a quien no le falta de nada, con todo el mundo pendiente de sus deseos. Algunos tienen a menudo muchas ilusiones respecto a su nacimiento y están insatisfechos con él, resentidos con su familia, con su aspecto, con su género y hasta con el momento de su nacimiento. Pero las personas nunca entienden por qué han nacido en una familia particular o por qué tienen cierto aspecto. No saben que, independientemente de dónde hayan nacido o del aspecto que tengan, deben desempeñar diversos roles y cumplir diferentes misiones en la gestión del Creador; este propósito nunca cambiará. A Sus ojos, el lugar de nacimiento, el género y el aspecto físico son, todos ellos, cosas temporales. Son una serie de minúsculas marcas, pequeños símbolos en cada fase de Su gestión de toda la humanidad. Y el destino y el final reales de una persona no están determinados por su nacimiento en ninguna de sus fases particulares, sino por la misión que él o ella cumple en su vida y por el juicio del Creador sobre ellos cuando Su plan de gestión se complete.

Se dice que existe una causa para cada efecto y que ningún efecto carece de causa. Por tanto, un nacimiento está necesariamente vinculado tanto a la vida propia presente como a la anterior. Si la muerte de una persona acaba con su tiempo de vida actual, su nacimiento es el comienzo de un nuevo ciclo; si un viejo ciclo representa la vida anterior de una persona, el nuevo ciclo es, naturalmente, su vida presente. Dado que el nacimiento está conectado con su vida pasada y con la presente, se deduce que la ubicación, la familia, el género, el aspecto y otros factores semejantes que están asociados con el nacimiento de la persona, están todos necesariamente relacionados con la vida pasada y presente. Esto significa que los factores del nacimiento de una persona no solo están influenciados por la vida anterior de esta, sino determinados por su porvenir en la vida presente, lo que explica la variedad de circunstancias diferentes en las que nacen las personas: unas nacen en familias pobres y otras en familias ricas. Unas son de origen común, otras tienen un linaje ilustre. Unas nacen en el sur, otras en el norte. Unas nacen en el desierto, otras en tierras verdes. El nacimiento de unas personas viene acompañado por vítores, risas y celebraciones; el de otras trae lágrimas, calamidad y aflicción. Unos nacen para ser apreciados, otros para ser dejados de lado como la mala hierba. Unos nacen con rasgos bellos, otros con rasgos torcidos. Unos son agradables a la vista, otros son feos. Unos nacen a medianoche, otros bajo el brillo del sol del mediodía… El nacimiento de personas de todo tipo está determinado por el porvenir que el Creador tiene guardado para ellas; su nacimiento determina su sino en la vida presente, así como los papeles que desempeñará y las misiones que cumplirá. Todo esto está sujeto a la soberanía del Creador, predestinado por Él; nadie puede escapar de su suerte predestinada, nadie puede cambiar su nacimiento y nadie puede elegir su sino.

La segunda coyuntura: El crecimiento

Dependiendo de la clase de familia donde hayan nacido, las personas crecen en diferentes entornos familiares y aprenden diferentes lecciones de sus padres. Estos factores determinan las condiciones en las cuales una persona llega a la edad adulta, y el crecimiento representa la segunda coyuntura crítica de la vida de una persona. Sobra decir que las personas tampoco tienen elección en esta coyuntura. También es algo fijado, organizado de antemano.

1) El Creador planeó las condiciones fijas para que cada persona madure

Una persona no puede elegir las personas, sucesos o cosas por los que están edificadas e influenciadas a medida que crecen. Uno no puede escoger qué conocimiento o habilidades adquiere, qué hábitos forma. Uno no tiene nada que decir respecto a quienes sean sus padres o familiares, en qué tipo de entorno crece; las relaciones de uno con las personas, los acontecimientos y las cosas a su alrededor, y cómo influyen estas en su desarrollo, están todos más allá de su control. ¿Quién decide entonces estas cosas? ¿Quién las organiza? Como las personas no tienen elección en el asunto, como no pueden decidir estas cosas por sí mismas, y como obviamente no se forman de manera natural, no hace falta decir que la formación de todas estas cosas, sucesos y cosas queda en las manos del Creador. Por supuesto, del mismo modo que Él organiza las circunstancias particulares del nacimiento de cada persona, también dispone las circunstancias específicas bajo las cuales crece. Si el nacimiento de una persona produce cambios en las personas, los acontecimientos y las cosas a su alrededor, entonces el crecimiento y el desarrollo de esa persona también les afectarán necesariamente. Por ejemplo, algunas personas nacen en familias pobres, pero crecen rodeadas de riquezas; otras nacen en familias acaudaladas, pero provocan que la fortuna de su familia disminuya hasta el punto de crecer en un entorno de pobreza. Ningún nacimiento está gobernado por una regla fija, y nadie crece bajo una serie inevitable y fija de circunstancias. Estas no son cosas que una persona pueda imaginar o controlar; son productos del sino de uno, y están determinadas por este. Por supuesto, estas cosas están determinadas en esencia por el sino que el Creador predestina para cada persona, están determinadas por la soberanía del Creador sobre el sino de esa persona y Sus planes para este.

2) Las diversas circunstancias bajo las cuales crecen las personas dan lugar a diferentes roles

Las circunstancias del nacimiento de una persona establecen, en un nivel básico, el entorno y las circunstancias en las que crece, y estas son del mismo modo un producto de las circunstancias de su nacimiento. Durante este tiempo, se empieza a aprender el lenguaje, y la mente comienza a encontrar y asimilar muchas cosas nuevas; en este proceso se crece constantemente. Las cosas que una persona oye con sus oídos, ve con sus ojos y absorbe con su mente llenan y animan gradualmente su mundo interior. Las personas, los acontecimientos y las cosas con los que uno entra en contacto, el sentido común, el conocimiento y las habilidades que uno aprende, así como las formas de pensar que influyen a uno, las que se le han inculcado o enseñado, guiarán e influirán el sino de una persona en la vida. El lenguaje que uno aprende cuando crece y la forma de pensar son inseparables del entorno en el que uno pasa su juventud, y este se compone de padres, hermanos y otras personas, acontecimientos y cosas a su alrededor. Por tanto, el curso del desarrollo de una persona queda determinado por el entorno en el que crece, y también depende de las personas, los acontecimientos y las cosas con los que entra en contacto durante ese período de tiempo. Ya que las condiciones en las que una persona crece son predestinadas con mucha antelación, el entorno en el que uno vive durante este proceso también está, por supuesto, predeterminado. No se decide por las elecciones y preferencias personales, sino de acuerdo con los planes del Creador, está determinado por Sus disposiciones cuidadosas y Su soberanía sobre el sino de la persona en la vida. Así pues, las personas que cualquier individuo encuentra en el curso de su crecimiento, y las cosas con las que entra en contacto, están todas naturalmente conectadas con las orquestaciones y los arreglos del Creador. Las personas no pueden prever estos tipos de interrelaciones complejas ni controlarlas, ni entenderlas. Muchas cosas y personas diferentes tienen influencia sobre el entorno en el que una persona crece, y ningún ser humano es capaz de organizar u orquestar una red tan inmensa de conexiones. Ninguna persona o cosa, excepto el Creador, puede controlar la aparición de todas las personas, acontecimientos y cosas, no puede mantener o controlar su desaparición y es precisamente esa inmensa red de conexiones la que da forma al desarrollo de una persona tal como el Creador lo haya predestinado y la que construye los diversos entornos en los que crecen las personas. Es lo que crea los diversos roles necesarios para la obra de gestión del Creador, estableciendo unos fundamentos sólidos y fuertes para que las personas cumplan con éxito sus misiones.

La tercera coyuntura: La independencia

Después de que una persona haya pasado por la niñez y la adolescencia, y llegue a la madurez gradual e inevitablemente, el siguiente paso para ella es despedirse por completo a su juventud, decir adiós a sus padres y afrontar el camino que tiene por delante como un adulto independiente. En este punto, debe hacer frente a todas las personas, acontecimientos y cosas que un adulto debe afrontar, todas las partes de su porvenir que pronto se presentarán. Esta es la tercera coyuntura por la que una persona debe pasar.

1) Después de volverse independiente, la persona empieza a experimentar la soberanía del Creador

Si el nacimiento y el crecimiento de una persona son el “período preparatorio” para su viaje en la vida, y coloca la piedra angular de su sino, su independencia es entonces el monólogo inicial de su sino en la vida. Si el nacimiento y el crecimiento de una persona son la riqueza que esta ha amasado en preparación para su sino en la vida, su independencia es cuando empieza a gastar esa riqueza o a aumentarla. Cuando uno deja a sus padres y pasa a ser independiente, las condiciones sociales a las que se enfrenta y el tipo de trabajo y profesión disponibles para él son decretados por el sino y no tienen nada que ver con sus progenitores. Algunas personas eligen una buena especialidad en la universidad y acaban encontrando un trabajo satisfactorio después de la graduación, dando una primera zancada triunfante en el viaje de su vida. Algunas personas aprenden y dominan muchas habilidades distintas, pero nunca encuentran un trabajo adecuado para ellas o nunca encuentran su posición, y mucho menos tienen una carrera; al principio del viaje de su vida se ven frustradas a cada paso, asediadas por los problemas, con sus perspectivas ensombrecidas y la vida incierta. Algunas personas se aplican diligentemente en sus estudios, pero se pierden por poco todas las oportunidades de recibir una educación superior; parecen destinadas a no conseguir nunca el éxito y su primera aspiración en el viaje de la vida se esfuma. Sin saber si el camino por delante es liso o pedregoso, sienten por primera vez lo lleno de variables que está el porvenir humano, y contemplan la vida con expectación y temor. A pesar de no tener una educación demasiado buena, algunos escriben libros y consiguen algo de fama; algunos, aunque casi analfabetos, hacen dinero en los negocios y son por tanto capaces de sustentarse por sí solos… Qué ocupación elegir, cómo ganarse la vida: ¿tienen las personas algún control sobre la toma de buenas o malas decisiones en estas cosas? ¿Son estas cosas acordes con sus deseos y decisiones de las personas? La mayoría de las personas tienen los siguientes deseos: trabajar menos y ganar más, no trabajar al sol ni bajo la lluvia, vestir bien, resplandecer y brillar en todas partes, estar por encima de los demás y honrar a sus ancestros. La gente anhela la perfección, pero cuando dan sus primeros pasos en el viaje de su vida, llegan a darse cuenta poco a poco de lo imperfecto que es el porvenir humano, y por primera vez comprenden realmente la realidad de que, aunque uno pueda hacer planes atrevidos para su futuro y, aunque pueda albergar audaces fantasías, nadie tiene la capacidad ni el poder para materializar sus propios sueños y nadie está en posición de controlar su propio futuro. Siempre habrá alguna distancia entre los sueños y las realidades a las que se debe hacer frente; las cosas nunca son como a uno le gustaría que fuesen, y frente a tales realidades las personas no pueden conseguir satisfacción ni contentamiento. Algunas personas llegarán hasta un punto inimaginable, realizarán grandes esfuerzos y sacrificios por el bien de su sustento y futuro, intentando cambiar su propio porvenir. Pero al final, aunque puedan materializar sus sueños y sus deseos a través de su propio trabajo duro, nunca pueden cambiar su suerte. Por muy obstinadamente que lo intenten nunca podrán superar lo que la suerte les ha asignado. Independientemente de las diferencias de capacidades, inteligencia y la fuerza de voluntad, las personas son todas iguales ante la suerte, que no hace distinción entre grandes y pequeños, altos y bajos, eminentes y humildes. A qué ocupación se dedica uno, qué se hace para vivir y cuánta riqueza se amasa en la vida es algo que no deciden los padres, los talentos, los esfuerzos ni las ambiciones de uno: es el Creador quien lo predestina.

2) Dejar a los padres y comenzar en serio a desempeñar el papel propio en el teatro de la vida

Cuando uno alcanza la madurez, puede dejar a sus padres y volar con sus propias alas. Es en ese momento cuando uno comienza a desempeñar verdaderamente su propio papel, cuando la niebla se levanta de la misión de uno en la vida y se va volviendo cada vez más clara. Nominalmente uno sigue estrechamente vinculado a sus padres, pero como su misión y el papel que desempeña en la vida no tienen nada que ver con su padre y su madre, en realidad ese vínculo íntimo se rompe conforme la persona se va independizando gradualmente. Desde una perspectiva biológica, las personas siguen sin poder evitar depender de sus padres subconscientemente, pero hablando de forma objetiva, una vez que han crecido por completo, han separado totalmente su vida de sus padres, y llevarán a cabo los roles que asuman de forma independiente. Además del nacimiento y la crianza, la responsabilidad de los padres en la vida de sus hijos es simplemente proveerle un entorno formal para que crezca en él, porque nada excepto la predestinación del Creador tiene influencia sobre el porvenir de la persona. Nadie puede controlar qué clase de futuro tendrá una persona; se ha predeterminado con mucha antelación, y ni siquiera los padres de uno pueden cambiar su porvenir. En lo que respecta a este, todo el mundo es independiente, y tiene el suyo propio. Por tanto, los padres no pueden evitar el porvenir de uno ni ejercer la más mínima influencia sobre el papel que uno desempeña en la vida. Podría decirse que la familia en la que uno está destinado a nacer, y el entorno en el que crece, no son nada más que las condiciones previas para cumplir su misión en la vida. No determinan en modo alguno el sino de la persona en la vida ni la clase de sino en el que cumplirá su misión. Y, por tanto, los padres no pueden ayudarle en el cumplimiento de su misión en la vida ni tampoco puede ningún familiar ayudarle a asumir su papel en la vida. Cómo cumple uno su misión y en qué tipo de entorno desempeña su papel está totalmente determinado por el sino de uno en la vida. En otras palabras, ninguna otra condición objetiva puede influenciar la misión de una persona, que es predestinada por el Creador. Todas las personas maduran en el entorno particular en el que crecen, y después poco a poco, paso a paso, emprenden sus propios caminos en la vida y cumplen los sinos planeados para ellas por el Creador. De manera natural e involuntaria entran en el inmenso mar de la humanidad y asumen sus propios puestos en la vida, donde comienzan a cumplir con sus responsabilidades como seres creados en aras de la predestinación y la soberanía del Creador.

La cuarta coyuntura: El matrimonio

Cuando uno se hace mayor y madura, se distancia más de sus padres y el entorno en el que nació y fue criado, y comienza a buscar una dirección para su vida y a perseguir sus propias metas vitales de forma distinta a la de sus padres. Durante este tiempo uno ya no necesita a sus padres, sino más bien un compañero o una compañera con quien pasar la vida, es decir, un cónyuge, una persona con la que el sino de uno está íntimamente entrelazado. De esta forma, el primer acontecimiento vital importante que uno afronta después de la independencia es el matrimonio, la cuarta coyuntura por la que uno debe pasar.

1) La elección individual no entra en el matrimonio

El matrimonio es un acontecimiento fundamental en la vida de cualquier persona; es el momento en el que uno comienza a asumir realmente diversos tipos de responsabilidades y a cumplir gradualmente diversos tipos de misiones. Las personas albergan muchas ilusiones sobre el matrimonio antes de experimentarlo por sí mismas, y todas ellas son bastante hermosas. Las mujeres imaginan que sus medias naranjas serán el Príncipe Azul, y los hombres imaginan que se casarán con Blancanieves. Estas fantasías muestran que cada persona tiene ciertos requisitos para el matrimonio, su propia serie de exigencias y estándares. Aunque en esta era malvada las personas son constantemente bombardeadas con mensajes distorsionados sobre el matrimonio, que crean aún más requisitos adicionales y les dan todo tipo de bagaje y extrañas actitudes, cualquier persona que lo haya experimentado sabe que no importa cómo uno lo entienda ni cuál sea su actitud al respecto: el matrimonio no es un asunto de elección individual.

Uno se encuentra con muchas personas en su vida, pero nadie sabe quién será su compañero o compañera en el matrimonio. Aunque todos tienen sus propias ideas y posturas personales en este asunto, nadie puede prever quién será finalmente su verdadera media naranja real, y las ideas propias sobre el asunto cuentan poco. Después de conocer a alguien que te gusta, puedes mostrar interés por ella; pero si este interés es recíproco o no, si puede llegar a ser tu pareja, no te toca a ti decidirlo. El objeto de tus afectos no es necesariamente la persona con la que podrás compartir tu vida; y, entretanto, alguien que nunca esperabas entra silenciosamente en tu vida y se convierte en tu pareja, el elemento más importante en tu sino, tu otra mitad, alguien a quien tu sino está inextricablemente vinculado. Y así, aunque hay millones de matrimonios en el mundo, cada uno de ellos es diferente: muchísimos matrimonios son poco satisfactorios, tantos otros son felices; muchos se extienden a lo largo de oriente y occidente, tantos otros, a lo largo del norte y el sur; tantos son uniones perfectas, tantos son de un mismo rango; tantos son felices y armoniosos, tantos son dolorosos y tristes; tantos son la envidia de los demás, tantos son incomprendidos y están mal vistos; tantos están llenos de alegría, tantos están inundados de lágrimas y provocan desesperación… En este sinfín de tipos de matrimonios, los seres humanos revelan lealtad y un compromiso vitalicio hacia el matrimonio; revelan amor, apego, e inseparabilidad, o resignación e incomprensión. Algunos traicionan su matrimonio, o incluso sienten odio hacia él. Tanto si el matrimonio en sí trae felicidad como dolor, la misión de cada uno dentro del mismo está predestinada por el Creador y no cambiará; esta misión es algo que todos deben completar. El sino de cada persona que se encuentra detrás de cada matrimonio es inmutable; el Creador lo predestinó con mucha antelación.

2) El matrimonio nace del sino de ambos cónyuges

El matrimonio es una importante coyuntura en la vida de una persona. Es el producto de su sino y un vínculo crucial en el mismo; no se fundamenta en la voluntad o las preferencias individuales de cualquier persona, y no está influenciado por ningún factor externo, sino que está determinado totalmente por los porvenires de las dos partes, por los arreglos y las predeterminaciones del Creador relativos a los sinos de ambos miembros de la pareja. En su superficie, el propósito del matrimonio es continuar la raza humana, pero en realidad el matrimonio no es otra cosa que un ritual por el que uno pasa en el proceso de cumplir su misión. En el matrimonio, las personas no desempeñan simplemente el papel de criar a la siguiente generación; adoptan los diversos roles necesarios para mantener un matrimonio y las misiones que esos roles requieren cumplir. Así como el nacimiento de uno influye en el cambio de las personas, los acontecimientos y las cosas a su alrededor, su matrimonio también afectará a estas personas, eventos y cosas y, además, los transformará a todos de diversas formas distintas.

Cuando uno pasa a ser independiente, comienza su propio viaje en la vida, que le lleva paso a paso hacia las personas, los acontecimientos y las cosas que tienen relación con su matrimonio. Al mismo tiempo, la otra persona que estará en ese matrimonio se está acercando, paso a paso, a esas mismas personas, acontecimientos y cosas. Bajo la soberanía del Creador, dos personas sin relación con sinos relacionados entran gradualmente en el matrimonio y pasan a ser, milagrosamente, una familia, “dos langostas agarrándose a la misma cuerda”. Por tanto, cuando uno entra en el matrimonio, su viaje en la vida influirá y tocará a la otra mitad y, de igual forma, el viaje en la vida del compañero o la compañera influirá y tocará el sino en la vida de uno. En otras palabras, los sinos humanos están interconectados, y nadie puede completar su misión en la vida o desempeñar su papel de forma completamente independiente de los demás. El nacimiento de uno tiene influencia en una inmensa cadena de relaciones; el crecimiento también implica una compleja cadena de relaciones; y, de forma parecida, un matrimonio existe y se mantiene inevitablemente dentro de una vasta y compleja red de relaciones humanas, implicando a cada miembro de esa red e influenciando el porvenir de todo aquel que forma parte de la misma. Un matrimonio no es el producto de las familias de ambos miembros, las circunstancias en las que crecieron, sus aspectos, sus edades, sus calibres, sus talentos ni cualquier otro factor; más bien, surge de una misión compartida y un sino relacionado. Este es el origen del matrimonio, un producto del sino humano orquestado y organizado por el Creador.

La quinta coyuntura: La descendencia

Después de casarse, uno comienza a criar a la siguiente generación. Uno no tiene nada que decir en cuanto al número o al tipo de hijos que tiene; esto también viene determinado por el sino de una persona, predestinado por el Creador. Esta es la quinta coyuntura por la que debe pasar una persona.

Si uno nace con el fin de cumplir la función del hijo de alguien, cría a la siguiente generación con el fin de cumplir la función del padre de alguien. Este cambio de papeles hace que uno experimente fases diferentes de la vida desde perspectivas distintas. También le proporciona a uno diferentes series de experiencias vitales a través de las cuales llega a conocer la soberanía del Creador, que es siempre representada de la misma manera, y a través de la que uno se encuentra con el hecho de que nadie puede sobrepasar o alterar la predestinación del Creador.

1) Uno no tiene control sobre lo que pasa con sus hijos

El nacimiento, el crecimiento y el matrimonio producen diversos tipos y diferentes grados de decepción. Algunas personas no están satisfechas con sus familias o sus propios aspectos físicos; a algunos no les gustan sus padres; otros están resentidos o tienen muchas quejas sobre el entorno en el que crecieron. Y, para la mayoría de las personas, entre todas estas decepciones, el matrimonio es la más insatisfactoria. Independientemente de lo insatisfecho que uno esté con su nacimiento, su crecimiento o su matrimonio, todo el que ha pasado por estas cosas sabe que uno no puede elegir dónde y cuándo nace, qué aspecto tiene, quiénes son sus padres ni quién es su cónyuge, sino que debe solamente aceptar la voluntad del cielo. Pero cuando llegue el momento de que las personas críen a la siguiente generación, proyectarán todos sus deseos no realizados en la primera mitad de sus vidas sobre sus descendientes, esperando que ellos compensen todas las decepciones de la primera mitad de sus propias vidas. Así, las personas se permiten toda clase de fantasías sobre sus hijos: que sus hijas crecerán hasta ser asombrosas bellezas y, sus hijos elegantes caballeros; que sus hijas serán cultas y talentosas, y sus hijos, brillantes estudiantes y atletas estrella; que sus hijas serán amables, virtuosas y equilibradas y, sus hijos, inteligentes, capaces y sensibles. Esperan que su descendencia, ya sean hijas o hijos, respetarán a sus mayores, serán considerados con sus padres, serán amados y alabados por todos… En este punto, las esperanzas de la vida brotan de nuevo, y se encienden nuevas pasiones en los corazones de las personas. Estas saben que están impotentes y desesperanzadas en esta vida, que no tendrán otra oportunidad, ni otra esperanza, de destacar sobre los demás, y que no tienen elección sino aceptar sus porvenires. Y, por tanto, proyectan todas sus esperanzas, sus deseos e ideales no realizados en la siguiente generación, esperando que sus descendientes puedan ayudarles a lograr sus sueños y materializar sus deseos; que sus hijas e hijos traigan gloria al apellido, sean importantes, ricos o famosos. En resumen, quieren que se disparen las fortunas de sus hijos. Los planes y las fantasías de las personas son perfectos; ¿no saben que el número de hijos que tienen, el aspecto de sus hijos, sus capacidades, etc., no es algo que ellos puedan decidir, que ni un poco de los porvenires de sus hijos está en sus manos? Los humanos no son señores de su propio porvenir, pero esperan cambiar los porvenires de la generación más joven; no tienen poder para escapar de sus propios sinos, pero intentan controlar los de sus hijos e hijas. ¿No están sobrevalorándose? ¿No es esto insensatez e ignorancia humanas? Las personas llegarán hasta donde sea por el bien de sus hijos, pero al final, los planes y deseos propios no pueden dictar cuántos hijos tiene o cómo son esos hijos. Algunas personas son pobres, pero engendran muchos hijos; algunas son ricas, pero no tienen ninguno. Algunos quieren una hija, pero se les niega ese deseo; algunos quieren un niño, pero son incapaces de tener un varón. Para algunos, los hijos son una bendición; para otros, una maldición. Algunas parejas son inteligentes, pero dan a luz hijos torpes; algunos padres son trabajadores y honestos, pero los hijos que crían son indolentes. Algunos padres son amables y rectos, pero tienen hijos que resultan ser astutos y maliciosos. Algunos padres están sanos de mente y cuerpo, pero dan a luz hijos discapacitados. Algunos padres son ordinarios y fracasados, pero tienen hijos que consiguen grandes éxitos. Algunos padres son de un estatus bajo, pero tienen hijos que llegan a ser eminencias…

2) Después de criar a la siguiente generación, las personas obtienen un nuevo entendimiento del sino

La mayoría de las personas que entra en el matrimonio lo hacen alrededor de los treinta años de edad, un momento en la vida en el que uno no tiene ningún entendimiento del sino humano todavía. Pero cuando las personas empiezan a criar a sus hijos, conforme sus descendientes crecen, ven a la nueva generación repetir la vida y todas las experiencias de la anterior, y ven sus propios pasados reflejados en ellos y se dan cuenta de que el camino recorrido por la generación más joven, como la suya, no puede planearse ni escogerse. Frente a esta realidad, no tienen elección sino admitir que el porvenir de cada persona está predestinado; y sin darse cuenta de ello dejan gradualmente de lado sus propios deseos, y las pasiones en sus corazones se consumen y mueren… Durante este período de tiempo, la gente, al haber pasado esencialmente los hitos importantes de la vida, ha obtenido un nuevo entendimiento de la vida, ha adoptado una nueva actitud. ¿Cuánto puede esperar del futuro una persona de esta edad y qué perspectivas tiene que esperar? ¿Qué mujer de cincuenta años sigue soñando con el Príncipe Azul? ¿Qué hombre de cincuenta años sigue buscando a su Blancanieves? ¿Qué mujer de mediana edad sigue esperando pasar de ser un patito feo a ser un cisne? ¿Tienen la mayoría de los hombres mayores la misma energía en su profesión que los jóvenes? En resumen, independientemente de si uno es un hombre o una mujer, cualquiera que viva hasta esta edad probablemente tenga una actitud relativamente racional y práctica hacia el matrimonio, la familia y los hijos. A esa persona no le quedan básicamente elecciones ni ansias de desafiar el sino. Hasta donde llega la experiencia humana, tan pronto como uno alcanza esta edad desarrolla naturalmente cierta actitud de “uno debe aceptar el sino; los hijos corren sus propias suertes; el sino humano es ordenado por el cielo”. La mayoría de las personas que no entienden la verdad, después de haber aguantado todas las vicisitudes, frustraciones y dificultades de este mundo, resumirán sus perspectivas de la vida humana con tres palabras: “¡Es el sino!”. Aunque esta frase sintetiza la comprensión de las personas mundanas del sino humano y la conclusión a la que llegan, aunque expresa la impotencia de la humanidad y podría describirse como incisiva y precisa, no tiene nada que ver con un entendimiento de la soberanía del Creador, y simplemente no sustituye el conocimiento de Su autoridad.

3) Creer en el sino no sustituye el conocimiento de la soberanía del Creador

Después de haber seguido a Dios durante tantos años, ¿existe una diferencia esencial entre vuestro conocimiento del sino y el de las personas mundanas? ¿Habéis entendido realmente la predestinación del Creador, y habéis llegado verdaderamente a conocer Su soberanía? Algunas personas tienen un entendimiento profundo y muy sentido de la frase “es el sino”, pero no creen en absoluto en la soberanía de Dios, no creen que Dios organiza y orquesta el sino humano, y no están dispuestas a someterse a Su soberanía. Esas personas están como a la deriva en el océano, lanzadas por las olas, llevadas por la corriente, sin otra elección que esperar pasivamente y resignarse al sino. Sin embargo, no reconocen que el porvenir humano está sujeto a la soberanía de Dios; no pueden llegar a conocerla por su propia iniciativa y, de ese modo, lograr el reconocimiento de la autoridad de Dios, someterse a Sus orquestaciones y arreglos, dejar de resistirse al sino y vivir bajo el cuidado, la protección y la dirección de Dios. En otras palabras, aceptar el sino no es lo mismo que someterse a la soberanía del Creador; creer en el sino no significa que uno acepte, reconozca y conozca la soberanía del Creador; creer en el sino es solo el reconocimiento de esta verdad y sus manifestaciones superficiales. Esto es distinto a conocer cómo gobierna el Creador el porvenir de la humanidad, a reconocer que el Creador es la fuente de dominio sobre los sinos de todas las cosas y, ciertamente, muy distinto a someterse a Sus orquestaciones y disposiciones para el sino de la humanidad. Si una persona solo cree en el sino, incluso si siente algo profundo al respecto, pero no es capaz aún de conocer y reconocer la soberanía del Creador sobre el sino de la humanidad, someterse a ella y aceptarla, entonces su vida no será más que una tragedia, una vida vivida en vano, un vacío; seguirán siendo incapaces de rendirse al dominio del Creador, de convertirse en un ser humano creado en el sentido más puro de la frase, y de disfrutar de Su aprobación. Una persona que conoce y experimenta verdaderamente la soberanía del Creador debería estar en un estado activo, no negativo ni impotente. Al mismo tiempo que acepta que todas las cosas están destinadas, debería poseer una definición precisa de la vida y el sino: que toda vida está sujeta a la soberanía del Creador. Cuando uno mira atrás el camino que ha recorrido, cuando uno rememora cada fase del viaje de su vida, ve que, en cada paso, ya fuera el viaje arduo o liso, Dios estaba dirigiendo su senda y planificándola. Fueron los arreglos meticulosos de Dios, Su planificación cuidadosa, los que llevaron a uno, inconscientemente, hasta hoy. ¡Se da cuenta de que poder aceptar la soberanía del Creador, recibir Su salvación, es la mayor bendición en la vida de una persona! Si una persona tiene una actitud negativa hacia el sino, demuestra que se está resistiendo a todo lo que Dios ha organizado para ella, que no tiene una actitud sumisa. Si uno tiene una actitud positiva hacia la soberanía de Dios sobre el sino humano, cuando mira atrás a su viaje, cuando experimenta verdaderamente la soberanía de Dios, deseará con más sinceridad someterse a todo lo que Dios ha organizado, tendrá más determinación y confianza para dejar que Dios orqueste su porvenir, para dejar de rebelarse contra Dios. Esto es porque ve que, cuando la gente no sabe en qué consiste el sino ni entiende la soberanía de Dios, está forcejeando y tropezando a través de la niebla basándose en su propia voluntad, y el viaje es demasiado arduo, demasiado descorazonador. Por tanto, cuando las personas se dan cuenta de que Dios es soberano sobre el sino humano, los inteligentes escogen conocer y aceptar la soberanía de Dios y decir adiós a los dolorosos días de “intentar construir una buena vida con sus propias manos”, en lugar de seguir luchando contra el sino y en lugar de seguir persiguiendo a su propia manera los supuestos objetivos de la vida. Cuando una persona no tiene a Dios, cuando no puede verlo, cuando no puede conocer claramente la soberanía de Dios, cada día carece de sentido, no tiene valor y es indescriptiblemente doloroso. Independientemente de dónde esté una persona y de cuál sea su trabajo, sus medios de subsistencia y los objetivos que persigue no le traen otra cosa que una angustia infinita y un dolor que es difícil de superar, de forma que no puede soportar echar la vista atrás hacia su pasado. Solo aceptando la soberanía del Creador, sometiéndose a Sus instrumentaciones y disposiciones y buscando la obtención de la verdadera vida humana, puede una persona librarse gradualmente de toda angustia y dolor y deshacerse poco a poco de todo el vacío de la vida humana.

4) Solo aquellos que se someten a la soberanía del Creador pueden alcanzar la verdadera libertad

Como las personas no conocen las orquestaciones y la soberanía de Dios, siempre afrontan el sino desafiantemente, con una actitud rebelde, y siempre quieren desechar la autoridad y la soberanía de Dios y las cosas que el sino les tiene guardadas, esperando en vano cambiar sus circunstancias actuales y alterar su porvenir. Pero nunca pueden tener éxito y se ven frustrados a cada paso. Esta lucha, que tiene lugar en lo profundo de su alma, les causa profundo dolor y este dolor se les mete en los huesos y, al mismo tiempo, los hace desperdiciar su vida. ¿Cuál es la causa de este dolor? ¿Es debido a la soberanía de Dios, o porque una persona nació sin suerte? Obviamente ninguna de las dos es cierta. En última instancia, es debido a las sendas que las personas toman, la forma en que eligen vivir su vida. Algunas personas pueden no haberse dado cuenta de estas cosas. Pero cuando conoces realmente, cuando verdaderamente llegas a reconocer que Dios tiene soberanía sobre el porvenir humano, cuando entiendes realmente que la soberanía y los arreglos de Dios sobre todas cosas de los que disfrutas proporcionan gran beneficio y protección, sientes que tu dolor empieza a aliviarse gradualmente, y todo tu ser se queda poco a poco relajado, libre, liberado. A juzgar por los estados de la mayoría de las personas, objetivamente, no pueden aceptar realmente el valor y el sentido prácticos de la soberanía del Creador sobre el sino humano, aunque en un nivel subjetivo no quieren seguir viviendo como antes y quieren aliviar su dolor; objetivamente, no pueden reconocer ni someterse realmente a la soberanía del Creador, y mucho menos saber cómo buscar y aceptar las orquestaciones y disposiciones del Creador. Así, si las personas no pueden reconocer realmente el hecho de que el Creador tiene soberanía sobre el sino humano y sobre todos los asuntos humanos, si no pueden someterse realmente a Su dominio, entonces será difícil para ellas no verse impulsadas y coartadas por la idea de que “el porvenir de uno está en sus propias manos”. Será difícil para ellas deshacerse del dolor de su intensa lucha contra el sino y la autoridad del Creador, y no hace falta decir que también será difícil para ellas estar verdaderamente liberadas y libres, convertirse en personas que adoran a Dios. Pero existe una forma muy simple de liberarse de este estado, que es decir adiós a la antigua forma de vida de uno, a los anteriores objetivos en la vida, resumir y diseccionar el estilo de vida, la visión de la vida, las búsquedas, los deseos y los ideales anteriores y compararlos después con las intenciones y las exigencias de Dios para el hombre, y ver si todos ellos son acordes con estas, si todos ellos transmiten los valores correctos de la vida, llevan a uno a un mayor entendimiento de la verdad, y le permiten vivir con humanidad y la semejanza de un ser humano. Cuando investigas repetidamente y diseccionas cuidadosamente los diversos objetivos que las personas persiguen en la vida y sus miles de formas diferentes de vivir, verás que ninguno de ellos encaja con el propósito original del Creador con el que creó a la humanidad. Todos ellos apartan a las personas de Su soberanía y Su cuidado; todos son trampas que provocan que las personas se vuelvan depravadas y que las llevan al infierno. Después de que reconozcas esto, tu tarea es dejar de lado tu antigua visión de la vida, mantenerte alejado de diversas trampas, dejar a Dios que se haga cargo de tu vida y haga arreglos para ti, es intentar someterte solamente a las orquestaciones y la dirección de Dios, vivir sin tener elección personal y convertirte en una persona que lo adora a Él. Esto suena fácil, pero es difícil de hacer. Algunos pueden soportar el dolor que ello conlleva, otros no. Algunos están dispuestos a obedecer, otros no. Los que no están dispuestos carecen del deseo y la determinación para hacerlo; son claramente conscientes de la soberanía de Dios, saben perfectamente bien que es Él quien planea y organiza el sino humano, pero siguen luchando por liberarse y sin reconciliarse con la idea de dejar sus porvenires en las manos de Dios y someterse a Su soberanía y, además, están resentidos con Sus orquestaciones y Sus disposiciones. Así, habrá siempre algunas personas que quieran ver por sí mismas de lo que son capaces; quieren cambiar sus porvenires con sus propias manos, o conseguir la felicidad con sus propias fuerzas, ver si pueden sobrepasar los límites de la autoridad de Dios y subir por encima de Su soberanía. La tragedia del hombre no es que busque una vida feliz ni que persiga fama y fortuna o luche contra su propio sino a través de la niebla, sino que después de haber visto la existencia del Creador, después de haber conocido la realidad de que Él tiene soberanía sobre el sino humano, siga sin retroceder de la senda equivocada, sin poder sacar los pies del fango, y endurezca su corazón persistiendo en sus errores. Preferiría quedarse revolcándose en el barro, compitiendo obstinadamente contra la soberanía del Creador, resistiéndose a ella hasta el amargo final, sin la más mínima pizca de remordimiento. Solo cuando yace quebrantado y sangrando decide finalmente rendirse y darse la vuelta. Esta es la auténtica tragedia del hombre. Así pues, digo que aquellos que deciden someterse son sabios, y aquellos que deciden luchar y huir son, sin duda, testarudos.

La sexta coyuntura: La muerte

Después de demasiado ajetreo, de muchas frustraciones y decepciones, después de muchas alegrías, tristezas y altibajos, después de tantos años inolvidables, después de ver las estaciones volver una y otra vez, uno ha pasado los hitos importantes de la vida sin darse cuenta, y en un santiamén se encuentra en sus últimos años de vida. Las señales del tiempo están marcadas por todo el cuerpo: uno ya no puede mantenerse erguido, el pelo oscuro se vuelve blanco, mientras que los ojos que una vez fueron brillantes y claros se vuelven oscuros y se nublan, y la piel tersa se llena de arrugas y manchas. La capacidad de oír se debilita, los dientes se sueltan y se caen, las reacciones se retrasan, los movimientos se enlentecen… En este punto, uno se ha despedido por completo de los años apasionados de su juventud y ha entrado en el crepúsculo de su vida: la vejez. Después, uno se enfrentará a la muerte, la última coyuntura en la vida humana.

1) Sólo el Creador tiene el poder de la vida y la muerte sobre el hombre

Si el nacimiento de uno fue destinado por su vida anterior, entonces su muerte señala el final de ese sino. Si el nacimiento de uno es el comienzo de su misión en esta vida, entonces la muerte señala el final de esa misión. Como el Creador ha establecido una serie fija de circunstancias para el nacimiento de cada persona, está claro que Él también ha organizado una serie fija de circunstancias para su muerte. En otras palabras, nadie nace por azar, ninguna muerte es repentina, y tanto el nacimiento como la muerte están necesariamente conectados con las vidas anterior y presente de uno. Cómo son las circunstancias del nacimiento de uno y cuáles son las circunstancias de su muerte están relacionadas con las predeterminaciones del Creador; este es el destino de una persona, su sino. Como hay muchas explicaciones para el nacimiento de una persona, también debe haber necesariamente diversas circunstancias especiales para la muerte de una persona. De esta forma, surgieron entre la especie humana distintas duraciones de la vida de cada persona y distintas formas y momentos de sus muertes. Algunos son fuertes y sanos, pero mueren jóvenes; otros son débiles y enfermizos, pero viven hasta la vejez y fallecen apaciblemente. Algunos mueren por causas no naturales; otros, por causas naturales. Algunos mueren lejos de casa, otros cierran los ojos por última vez con sus seres queridos a su lado. Algunos mueren en el aire, otros bajo tierra. Algunos se ahogan en el agua, otros perecen en desastres. Algunos mueren por la mañana y otros por la noche… Todo el mundo quiere un nacimiento ilustre, una vida brillante y una muerte gloriosa, pero nadie puede sobrepasar su propio destino, nadie puede escapar de la soberanía del Creador. Este es el sino humano. La gente puede hacer todo tipo de planes para su futuro, pero nadie puede planear cómo nace o la forma y el momento de su partida de este mundo. Aunque todas las personas hacen todo lo que pueden para evitar y resistirse a la llegada de la muerte, aun así, sin que lo sepan, la muerte se les acerca silenciosamente. Nadie sabe cuándo o cómo morirá, mucho menos dónde ocurrirá. Obviamente, el hombre no es el que tiene el poder supremo sobre la vida y la muerte, ni ningún ser vivo del mundo natural, sino el Creador, que posee una autoridad única. La vida y la muerte de la especie humana no son el producto de alguna ley del mundo natural, sino un resultado de la soberanía de la autoridad del Creador.

2) Quien no conozca la soberanía del Creador será afligido por el miedo a la muerte

Cuando uno entra en la vejez, el desafío que afronta no es proveer para una familia o establecer sus grandes ambiciones en la vida, sino cómo despedirse de su vida, cómo llegar al final de la misma, cómo poner el punto final a su propia existencia. Aunque superficialmente parece que las personas prestan poca atención a la muerte, nadie puede evitar explorar el tema, porque nadie sabe si hay otro mundo al otro lado de la muerte, un mundo que los humanos no pueden percibir ni sentir, uno del que no saben nada. Esto hace que las personas tengan miedo de mirar a la muerte de frente, tengan miedo de afrontarla como deberían hacerlo y, en su lugar, hacen todo lo que pueden para evitar el tema. Y así la muerte llena a cada persona de terror hacia ella, y añade un velo de misterio a esta realidad inevitable de la vida, ensombreciendo persistentemente el corazón de cada persona.

Cuando uno siente que su cuerpo se deteriora, que se está acercando a la muerte, siente un terror difuso, un miedo indescriptible. El miedo a la muerte hace que uno se sienta más solo y desamparado, y en este punto se pregunta: ¿De dónde vino el hombre? ¿Adónde irá? ¿Así es como va a morir, con la vida pasando a toda velocidad ante él? ¿Es este el período que señala el final de la vida? ¿Cuál es, al final, el significado de la vida? ¿Cuál es el valor de la vida, después de todo? ¿Consiste en tener fama y fortuna? ¿Consiste en criar una familia?… Independientemente de si uno ha pensado en estas preguntas específicas o no, de lo intenso que sea su miedo a la muerte, en lo profundo del corazón de cada persona siempre hay un deseo de investigar los misterios, un sentimiento de incomprensión sobre la vida, y mezclados con estos, un sentimentalismo sobre el mundo, una reticencia a marcharse. Quizás nadie pueda expresar con claridad qué es lo que el hombre teme, qué es lo que el hombre quiere buscar, qué es lo que le pone sentimental y en qué se muestra reticente a dejar atrás…

Como temen a la muerte, las personas tienen demasiadas preocupaciones; como temen a la muerte, hay demasiado que no pueden dejar atrás. Cuando están a punto de morir, algunas personas se inquietan por esto o aquello; se preocupan por sus hijos, sus seres queridos, su riqueza, como si por preocuparse pudiesen borrar el sufrimiento y el terror que la muerte trae, como si manteniendo una especie de intimidad con los vivos pudiesen escapar del desamparo y la soledad que acompañan a la muerte. En las profundidades del corazón humano reside un miedo vago, un miedo de ser separados de sus seres queridos, de nunca más posar la mirada en el cielo azul, de no poder mirar nunca más el mundo material. Un alma solitaria, acostumbrada a la compañía de sus seres queridos, es reticente a soltarse y partir, sola, hacia un mundo desconocido y extraño.

3) Una vida gastada buscando fama y fortuna deja a uno perdido frente a la muerte

Debido a la soberanía y la predestinación del Creador, un alma solitaria que empezó con absolutamente nada consigue unos padres y una familia, la oportunidad de ser miembro de la raza humana y de experimentar la vida humana y el viaje a través del mundo humano; también consigue la oportunidad de experimentar la soberanía del Creador, de llegar a conocer las maravillas de Su creación y, sobre todo, la oportunidad de conocer y rendirse a la autoridad del Creador. Sin embargo, la mayoría de las personas no aprovecha realmente esta oportunidad excepcional y fugaz. La gente agota toda una vida de energía luchando contra el sino, y se pasa toda su vida ajetreada intentando proveer para sus familias y yendo y viniendo apresuradamente en aras del prestigio y el beneficio. Las cosas que las personas valoran son el amor familiar, el dinero, la fama y la ganancia, y consideran que son las cosas más valiosas en la vida. Todas las personas se quejan de su mal sino, pero relegan en sus mentes las cuestiones que la gente debería entender y explorar más: por qué está vivo el hombre, cómo debería vivir y cuál es el valor y el sentido de la vida humana. Pasan toda su vida, por muy larga que esta sea, corriendo de acá para allá buscando fama y ganancia simplemente, hasta que su juventud se ha ido y se llenan de canas y arrugas, hasta que se dan cuenta de que la fama y la ganancia no pueden impedir que envejezcan, que el dinero no puede llenar el vacío de sus corazones, y hasta que entienden que nadie puede escapar de las leyes del nacimiento, el envejecimiento, la enfermedad y la muerte, y que nadie puede despojarse de los arreglos del sino. Solo cuando tienen que hacer frente a la coyuntura final de la vida comprenden verdaderamente que, aunque uno tenga una fortuna inmensa y muchos bienes, aunque uno sea un privilegiado y de alto rango, nadie puede escapar de la muerte y debe volver a su posición original: un alma solitaria, con nada a su nombre. Cuando la gente tiene padres, cree que ellos lo son todo; cuando tiene propiedades, piensa que el dinero es su sostén, que es el medio gracias al cual vive; cuando las personas tienen estatus, se aferran fuertemente a él y arriesgarían sus vidas por su causa. Sólo cuando las personas están a punto de dejar este mundo se dan cuenta de que las cosas que persiguieron durante sus vidas no son nada sino nubes fugaces, cosas que no pueden mantener, que no pueden llevarse consigo, que no pueden librarlas de la muerte, que no pueden proveer compañía ni consuelo a un alma solitaria en su viaje de regreso; mucho menos, ninguna de estas cosas pueden salvar a una persona y permitirle trascender la muerte. La fama y la fortuna que uno obtiene en el mundo material le dan satisfacción temporal, un placer pasajero, un falso sentido de comodidad; mientras tanto hacen que uno pierda su camino. Así, las personas, cuando dan vueltas en el inmenso mar de la humanidad, anhelando la paz, el consuelo y la tranquilidad del corazón, son engullidas una y otra vez por las olas. Cuando las personas tienen aún que averiguar las preguntas más cruciales de entender —de dónde vienen, por qué están vivas, adónde van, etc.—, son seducidas por la fama y la fortuna, confundidas y controladas por ellas e irrevocablemente perdidas. El tiempo vuela; los años pasan en un abrir y cerrar de ojos; antes de que uno se dé cuenta, ya ha dicho adiós a los mejores años de su vida. Cuando las personas están a punto de despedirse del mundo, llegan a la comprensión gradual de que todo en el mundo se aleja lentamente, que ya no tienen la fortaleza para aferrarse a nada de lo que era originalmente suyo; en ese momento sienten realmente que, después de todo, solo son como un recién nacido, un bebé que llora, sin poseer todavía absolutamente nada. En este punto, se ven empujadas a empezar a reflexionar sobre lo que han hecho en su vida, sobre cuál es el valor de estar vivo, cuál es el significado de estar vivo y por qué la gente vino al mundo. Y, precisamente en este punto, quieren conocer cada vez más si realmente hay una siguiente vida, si el Cielo existe realmente, si realmente hay retribución… Mientras más se acerque uno a la muerte, más querrá entender en qué consiste la vida; mientras más se acerque uno a la muerte, más vacío parecerá su corazón; mientras más se acerque uno a la muerte, más desamparado se sentirá; y así el miedo de uno a la muerte se incrementa día a día. Existen dos razones por las que estos sentimientos se manifiestan en la gente cuando se acerca a la muerte: primero, están a punto de perder la fama y la riqueza de las que han dependido sus vidas, a punto de dejar atrás todo lo que se puede ver en el mundo; y segundo, están a punto de hacer frente, completamente solas, a un mundo extraño, una esfera misteriosa y desconocida en la que tienen miedo de poner el pie, donde no tienen seres queridos ni ningún apoyo. Por estas dos razones, todo aquel que se enfrenta a la muerte se siente incómodo, experimenta pánico y una sensación de incertidumbre que nunca ha sentido antes. Solo cuando alguien ha alcanzado realmente este punto es consciente de que, cuando una persona entra en este mundo, primero debe comprender de dónde vienen los seres humanos, por qué están vivas las personas, quién tiene la soberanía sobre el sino humano y quién provee para la existencia humana y tiene soberanía sobre ella; este conocimiento es el capital a través del cual una persona vive, y es la base esencial para la supervivencia de una persona. No debería aprender primero cómo proveer para su propia familia, ni cómo perseguir fama y ganancia, ni cómo estar por encima del resto en un grupo, ni cómo vivir una vida más próspera, ni mucho menos cómo superar a los demás o cómo competir con facilidad en diversos tipos de competiciones. Aunque las diversas habilidades de supervivencia que las personas se pasan la vida tratando de dominar les permiten poseer abundantes comodidades materiales, nunca les aportan verdadera estabilidad y consuelo en el corazón. En su lugar, hacen que las personas pierdan constantemente el rumbo, tengan dificultades para controlarse y desaprovechen una oportunidad tras otra de aprender el sentido de la vida, al tiempo que dan lugar a problemas ocultos en las personas acerca de cómo enfrentar la muerte correctamente; las vidas de las personas se arruinan de esta manera. El Creador trata a todo el mundo de forma justa, da a cada uno toda una vida de oportunidades para experimentar y conocer Su soberanía, pero es solo cuando la muerte se acerca y su espectro es inminente, que uno comienza a ver la luz, y entonces ¡es demasiado tarde!

Las personas gastan su vida persiguiendo el dinero y la fama; se agarran a un clavo ardiendo, pensando que son sus únicos apoyos, como si teniéndolos pudiesen seguir viviendo, eximirse de la muerte. Pero solo cuando están cerca de morir se dan cuenta de cuán lejos están estas cosas de ellas, cuán débiles son frente a la muerte, cuán fácilmente se hacen añicos, cuán solas y desamparadas están, sin ningún lugar adónde ir. Son conscientes de que la vida no puede comprarse con dinero ni fama, que no importa cuán rica sea una persona, no importa cuán elevada sea su posición, todas son igualmente pobres e insignificantes frente a la muerte. Se dan cuenta de que el dinero no puede comprar la vida, que la fama no puede borrar la muerte, que ni el dinero ni la fama pueden alargar un solo minuto, un solo segundo, la vida de una persona. Mientras más piensan eso las personas, más anhelan seguir viviendo, mientras más piensan eso las personas, más temen el acercamiento de la muerte. Solo en este punto se dan cuenta realmente de que sus vidas no les pertenecen, de que no son ellas quienes las controlan, y de que no tienen nada que decir en cuanto a si viven o mueren, que todo esto está fuera de su control.

4) Ríndete al dominio del Creador y afronta la muerte con tranquilidad

En el momento en que una persona nace, un alma solitaria comienza su experiencia vital en la tierra, su experiencia de la autoridad del Creador que este ha organizado para ella. No es necesario decir que, para la persona, el alma, esta es una excelente oportunidad para obtener el conocimiento de la soberanía del Creador, de llegar a conocer Su autoridad y experimentarla personalmente. Las personas viven sus vidas dentro las leyes del sino establecidas para ellas por el Creador, y para cualquier persona razonable con conciencia, aceptar Su soberanía y llegar a conocer Su autoridad durante las décadas de su vida no es algo difícil de hacer. Por tanto, debería ser muy fácil para cada persona reconocer, a través de sus propias experiencias a lo largo de varias décadas, que todos los sinos humanos están predestinados, y debería ser fácil comprender o concretar lo que significa estar vivo. Al tiempo que uno adopte estas lecciones vitales, llegará gradualmente a entender de dónde viene la vida, a entender qué necesita realmente el corazón, qué llevará a uno al verdadero camino de la vida, cuáles deberían ser la misión y el objetivo de una vida humana. Uno reconocerá gradualmente que si uno no adora al Creador, si no se rinde a Su dominio, entonces cuando llegue el momento de enfrentarse a la muerte, cuando un alma está a punto de enfrentarse al Creador una vez más, su corazón se llenará de un temor y una intranquilidad ilimitadas. Si una persona ha estado en el mundo durante varias décadas y aún no ha entendido de dónde viene la vida humana, no ha reconocido aún en manos de quién está su porvenir, entonces no es de extrañar que no sea capaz de afrontar la muerte con calma. Una persona que ha adquirido el conocimiento de la soberanía del Creador en sus décadas de experiencia de la vida humana es una persona con una apreciación correcta del sentido y el valor de la vida; una persona con un conocimiento profundo del propósito de la vida. Este tipo de persona tiene una experiencia y entendimiento reales de la soberanía del Creador; e incluso más, es capaz de someterse a la autoridad del Creador. Tal persona entiende el sentido de la creación de la especie humana por parte del Creador, entiende que el hombre debería adorarlo, que todo lo que este posee viene de Él y regresará a Él algún día no muy lejano en el futuro. Este tipo de persona entiende que el Creador arregla el nacimiento del hombre y tiene soberanía sobre su muerte, y que tanto la vida como la muerte están predestinadas por la autoridad del Creador. Así, cuando uno comprende realmente estas cosas, será capaz de forma natural de afrontar la muerte con tranquilidad, de dejar de lado todas sus cosas externas con calma, de aceptar y someterse alegremente a todo lo que venga, y de dar la bienvenida a la última coyuntura de la vida arreglada por el Creador en lugar de temerla ciegamente y luchar contra ella ciegamente. Si uno ve la vida como una oportunidad para experimentar la soberanía del Creador y llegar a conocer Su autoridad, si uno ve su vida como una oportunidad excepcional para cumplir bien con su deber como ser humano creado y completar su misión, entonces tendrá sin duda la perspectiva correcta de la vida, tendrá una vida bendita y guiada por el Creador sin duda, andará en la luz del Creador sin duda, conocerá Su soberanía sin duda, se rendirá a Su dominio sin duda, se volverá un testigo de Sus obras milagrosas y Su autoridad sin duda. No hace falta decir que el Creador amará y aceptará necesariamente a tal persona, y solo una persona así puede tener una actitud calmada frente a la muerte, puede dar la bienvenida alegremente a la coyuntura final de la vida. Una persona que obviamente tuvo este tipo de actitud hacia la muerte es Job; estaba en posición de aceptar alegremente la coyuntura final de la vida, y habiendo llevado el viaje de su vida a una conclusión tranquila, habiendo completado su misión en la vida, regresó al lado del Creador.

5) Las búsquedas y los logros de Job en la vida le permiten afrontar la muerte con calma

En las escrituras se dice acerca de Job: “Y murió Job, anciano y lleno de días” (Job 42:17). Esto significa que cuando Job falleció, no tuvo remordimientos y no sintió dolor, sino que partió de este mundo con naturalidad. Como todo el mundo sabe, Job fue un hombre que temió a Dios y se apartó del mal cuando estaba vivo. Dios elogió sus acciones, las personas las recordaron, y se puede decir que su vida tuvo valor y sentido más que la de los demás. Job disfrutó de las bendiciones de Dios y fue llamado justo por Él sobre la tierra, y también fue probado por Dios y tentado por Satanás; se mantuvo firme en el testimonio de Dios y mereció ser calificado como una persona justa por Él. En las décadas posteriores a haber sido puesto a prueba por Dios, vivió una vida incluso más valiosa, llena de sentido, fundamentada y apacible que antes. Debido a sus obras justas, Dios lo puso a prueba, y también, debido a sus obras justas, Dios se le apareció y le habló directamente. Así, en los años posteriores tras haber sido puesto a prueba, Job entendió y apreció el valor de la vida de una forma más práctica, alcanzó un entendimiento más profundo de la soberanía del Creador, y obtuvo un conocimiento más preciso y definitivo de cómo el Creador da y quita Sus bendiciones. El libro de Job registra que Jehová Dios concedió a Job bendiciones incluso mayores que las que le había dado antes, colocándolo en una posición incluso mejor para conocer la soberanía del Creador y afrontar la muerte con calma. Así, cuando envejeció y afrontó la muerte, Job seguramente no habría estado preocupado por sus propiedades. No tenía preocupaciones, nada de lo que arrepentirse, y por supuesto no temía a la muerte; porque pasó toda su vida andando por el camino del temor de Dios y del apartarse del mal, y no tenía razón para preocuparse por su final. ¿Cuántas personas podrían actuar hoy de todas las formas en que Job lo hizo cuando afrontó su propia muerte? ¿Por qué no es nadie capaz de mantener esa actitud exterior tan simple? Sólo hay una razón: Job vivió su vida en la búsqueda subjetiva de la creencia, el reconocimiento y la sumisión a la soberanía de Dios, y fue con esta creencia, este reconocimiento y esta sumisión que él pasó por las coyunturas importantes en la vida, vivió sus últimos años y recibió la coyuntura final de su vida. Independientemente de lo que Job experimentó, sus búsquedas y objetivos en la vida no fueron dolorosos, sino alegres. Él no solo estaba feliz por las bendiciones o la aprobación concedidas a él por el Creador, sino más importante, por sus búsquedas y objetivos en la vida, por el conocimiento gradual y el entendimiento real de la soberanía del Creador que alcanzó a través del temor de Dios y del apartarse del mal, y además, por su experiencia personal como objeto de la soberanía del Creador, de las maravillosas obras de Dios y de las experiencias y memorias tiernas pero inolvidables de la interacción, la familiaridad y el entendimiento entre el hombre y Dios. Job estaba contento por el consuelo y la felicidad que vinieron como consecuencia de conocer las intenciones del Creador y por el temor que surgió después de ver que Él es grande, maravilloso, adorable y fiel. Job fue capaz de afrontar la muerte sin ningún sufrimiento porque sabía que, al morir, regresaría al lado del Creador. Y fueron sus búsquedas y logros en la vida lo que le permitieron afrontar la muerte con calma, afrontar la perspectiva del Creador llevándose su vida de vuelta tranquilamente, y, además, levantarse, impoluto y libre de preocupaciones, delante del Creador. ¿Pueden las personas hoy en día conseguir el tipo de felicidad que Job poseía? ¿Tenéis las condiciones necesarias para hacerlo? Puesto que las personas hoy en día tienen estas condiciones, ¿por qué son incapaces de vivir felizmente, como Job? ¿Por qué son incapaces de escapar del sufrimiento del temor de la muerte? Cuando afrontan la muerte, algunas personas pierden el control y orinan; otras tiemblan, se desmayan, arremeten contra el cielo y los hombres por igual, incluso gimen y lloran. Estas no son en absoluto las reacciones naturales que tienen lugar repentinamente cuando la muerte se acerca. Las personas se comportan de estas formas embarazosas principalmente porque, en lo profundo de sus corazones, temen a la muerte, porque no tienen un conocimiento y una apreciación claros de la soberanía de Dios y Sus arreglos, y mucho menos se someten realmente a ellos. Las personas reaccionan de esta manera porque no quieren otra cosa que organizar y gobernarlo todo por sí mismas, controlar sus propios porvenires, sus propias vidas y muertes, no es de extrañar, por tanto, que las personas no sean capaces de escapar del miedo a la muerte.

6) Sólo aceptando la soberanía del Creador puede uno regresar a Su lado

Si uno no tiene un conocimiento y una experiencia claros de la soberanía de Dios y de Sus disposiciones, su conocimiento del sino y de la muerte será necesariamente incoherente. Las personas no pueden ver claramente que todo esto descansa en la mano de Dios, no se dan cuenta de que Dios lo controla todo y tiene soberanía sobre todo, no reconocen que el hombre no puede desechar o escapar de esa soberanía. Por esta razón, cuando llega el momento de afrontar la muerte, no hay final para sus últimas palabras, preocupaciones y remordimientos. Están cargados con demasiado bagaje, demasiada reticencia, demasiada confusión. Esto causa que teman a la muerte. Para cualquier persona nacida en este mundo, el nacimiento es necesario y la muerte inevitable; nadie está por encima del transcurso de estas cosas. Si uno desea partir de este mundo sin dolor, si uno quiere ser capaz de afrontar la coyuntura final de la vida sin reticencias ni preocupaciones, el único camino es no dejar remordimientos. Y el único camino para partir sin remordimientos es conocer la soberanía del Creador, Su autoridad, y someterse a ellas. Solo de esta forma puede uno mantenerse lejos de los conflictos humanos, del mal, de la atadura de Satanás; solo de esta forma puede uno vivir una vida como la de Job, guiada y bendecida por el Creador, una vida libre y liberada, con valor y sentido, honesta y franca. Solo de esta forma puede uno someterse, como Job, a las pruebas y la privación del Creador, a las orquestaciones y arreglos del Creador. Solo de esta forma puede uno adorar al Creador toda su vida y ganarse Su aprobación, tal como Job hizo, y oír Su voz, verlo aparecerse. Solo de esta forma puede uno vivir y morir felizmente, como Job, sin dolor, sin preocupación, sin remordimientos. Solo de esta forma puede uno vivir en la luz, como Job, pasar cada una de las coyunturas de la vida en la luz, completar sin problemas su viaje en la luz, completar con éxito su misión —experimentar, aprender y llegar a conocer la soberanía del Creador como un ser creado— y morir en la luz, y permanecer desde entonces al lado del Creador como un ser humano creado y aprobado por Él.

No pierdas la oportunidad de conocer la soberanía del Creador

Las seis coyunturas descritas anteriormente son fases cruciales establecidas por el Creador a través de las cuales cada persona normal debe pasar en su vida. Desde una perspectiva humana, cada una de estas coyunturas es real; ninguna puede eludirse, y todas guardan relación con la predestinación del Creador y Su soberanía. Así pues, para un ser humano, cada una de estas coyunturas es un puesto de control importante, vosotros ahora os enfrentáis a la seria cuestión de cómo pasar a través de cada uno de ellos con éxito.

Las varias décadas que forman una vida humana no son ni largas ni cortas. Los veintitantos años entre el nacimiento y la mayoría de edad pasan en un abrir y cerrar de ojos y, aunque en este punto de la vida una persona se considera adulta, los individuos en este grupo de edad no saben casi nada sobre la vida y el sino humanos. Conforme adquieren más experiencia, avanzan gradualmente hacia la mediana edad. Las personas de treinta y cuarenta años adquieren una experiencia incipiente de la vida y el sino, pero sus ideas sobre estas cosas siguen siendo muy vagas. No es hasta los cuarenta que algunas personas comienzan a entender a la humanidad y el universo, que estos fueron creados por Dios, a comprender en qué consiste la vida humana, en qué consiste el sino humano. Algunas personas, aunque han sido desde mucho tiempo atrás seguidores de Dios y son ahora de mediana edad, siguen sin poder poseer un conocimiento y una definición precisos de la soberanía de Dios, mucho menos una verdadera sumisión. Algunas personas no se preocupan por otra cosa que no sea aspirar a recibir bendiciones y, aunque hayan vivido muchos años, no saben ni entienden en lo más mínimo la realidad de la soberanía del Creador sobre el sino humano y no han dado el menor paso para adentrarse en la lección práctica de someterse a las orquestaciones y disposiciones de Dios. Tales personas son totalmente insensatas y viven sus vidas en vano.

Si los períodos de una vida humana se dividen de acuerdo con el grado de experiencia de la gente y su conocimiento del sino humano, se pueden desglosar más o menos en tres fases. La primera es la juventud, los años entre el nacimiento y la mediana edad, o desde el nacimiento hasta los treinta años. La segunda es la maduración, desde la mediana edad hasta la vejez, o de los treinta hasta los sesenta. Y la tercera fase es el período de la madurez, que empieza desde la vejez, que comienza a los sesenta, hasta que uno parte del mundo. En otras palabras, desde el nacimiento hasta la mediana edad, el conocimiento del sino y la vida por parte de la mayoría de las personas se limita a imitar las ideas de otros; casi no tiene un contenido real, práctico. Durante este período, la perspectiva de uno sobre la vida y las formas en las que se relaciona con los demás son bastante superficiales e ingenuas. Este es el período juvenil de uno, sólo después de haber probado todas las alegrías y tristezas de la vida obtiene uno un entendimiento real del sino, llega uno a apreciar subconscientemente, en lo profundo de su corazón, gradualmente lo irreversible del sino, y a darse cuenta lentamente de que la soberanía del Creador sobre el sino humano existe realmente. Este es el período de maduración de la persona. Entra en el periodo de madurez cuando ha dejado de luchar contra el sino, y cuando ya no está dispuesto a ser arrastrado a los conflictos, sino que conoce su suerte en la vida, se somete a la voluntad del cielo, resume sus propios logros y errores en la vida y espera el juicio de su vida por parte del Creador. Considerando los diferentes tipos de experiencias y ganancias que una persona obtiene durante estos tres períodos, en circunstancias normales la ventana de oportunidad para conocer la soberanía del Creador no es muy grande. Si uno alcanza los sesenta, tiene sólo treinta años o así para conocer la soberanía de Dios; si uno quiere un período más grande de tiempo, eso solo es posible si su vida es lo suficientemente larga, si es capaz de vivir un siglo. Digo entonces que, de acuerdo a las leyes normales de la existencia humana, aunque es un proceso muy largo desde que uno encuentra por primera vez el tema de conocer la soberanía del Creador hasta que es capaz de reconocer la realidad de Su soberanía, y desde entonces hasta el punto en que es capaz de someterse a ella, si uno cuenta realmente los años, no hay más de treinta o cuarenta durante los cuales tiene la oportunidad de obtener estas recompensas. Y, a menudo, las personas se dejan llevar por sus deseos y sus ambiciones por recibir bendiciones, de manera que no pueden discernir dónde reside la esencia de la vida humana, no comprenden la importancia de conocer la soberanía del Creador. Estas personas no aprecian esta valiosa oportunidad de entrar en el mundo humano para experimentar la vida humana y la soberanía del Creador, y no se dan cuenta de lo inestimable que es para un ser creado recibir la dirección personal del Creador. Así pues, digo que esas personas que quieren que la obra de Dios acabe rápidamente, que desean que Dios organice el final del hombre tan pronto como sea posible, de forma que puedan contemplar inmediatamente Su persona real y obtener bendiciones tan pronto como sea posible, son culpables del peor tipo de desobediencia e insensatas en extremo. Mientras tanto, los sabios entre los hombres, los que poseen una mente sumamente aguda, son los que desean, durante su tiempo limitado, aprovechar esta oportunidad única de conocer la soberanía del Creador. Estos dos deseos diferentes exponen dos perspectivas y búsquedas inmensamente diferentes: aquellos que buscan bendiciones son egoístas y viles y nunca muestran consideración por las intenciones de Dios, nunca buscan conocer Su soberanía, no quieren someterse a ella, simplemente quieren vivir como les place. Son unos degenerados despreocupados y esta categoría de personas será destruida. Aquellos que buscan conocer a Dios son capaces de dejar de lado sus deseos, están dispuestos a someterse a la soberanía y los arreglos de Dios; intentan ser la clase de personas sumisas a la autoridad de Dios y satisfacer las intenciones de Dios. Tales personas viven en la luz, en medio de las bendiciones de Dios; serán elogiadas sin duda por Dios. Sea como sea, la decisión humana es inútil y los humanos no tienen nada que decir sobre cuánto durará la obra de Dios. Es mejor para las personas entregarse a merced de Dios y someterse a Su soberanía. Si no te entregas a Su merced, ¿qué puedes hacer? ¿Sufrirá Dios una pérdida como resultado? Si no te entregas a Su merced, sino que intentas estar a cargo, estás tomando una decisión insensata y eres el único que sufrirá una pérdida al final. Solo si las personas cooperan con Dios lo más pronto posible, sólo si se dan prisa en aceptar Sus orquestaciones, conocer Su autoridad, y reconocen todo lo que Él ha hecho por ellas, tendrán esperanza. Solo de esta manera no vivirán sus vidas en vano y alcanzarán la salvación.

Nadie puede cambiar el hecho de que Dios tiene soberanía sobre el sino humano

Después de escuchar todo lo que acabo de decir, ¿ha cambiado vuestra idea del sino? ¿Cómo entendéis la realidad de la soberanía de Dios sobre el porvenir humano? Dicho de forma simple, bajo la autoridad de Dios toda persona acepta activa o pasivamente Su soberanía y Sus disposiciones, y no importa cómo luche uno en el transcurso de su vida, no importa cuántos caminos torcidos ande, al final uno volverá a la órbita del sino que el Creador ha trazado para ellos. Esto es lo insuperable de la autoridad del Creador y la manera en la que Su autoridad controla y gobierna el universo. Esta cualidad de insuperable, esta forma de control y gobierno, son las responsables de las leyes que dictan las vidas de todas las cosas, que permiten a los humanos reencarnarse una y otra vez sin interferencia, que hacen que el mundo gire regularmente y se mueva hacia delante, día tras día, año tras año. Vosotros habéis presenciado todos estos hechos y los entendéis, superficial o profundamente, y la profundidad de vuestro entendimiento depende de vuestra experiencia y conocimiento de la verdad, y vuestro conocimiento de Dios. Cuán bien conoces la realidad-verdad, cuánto has experimentado las palabras de Dios, cuán bien conoces la esencia y el carácter de Dios, todo esto representa la profundidad de tu entendimiento de la soberanía y las disposiciones de Dios. ¿Depende la existencia de la soberanía y los arreglos de Dios de si los seres humanos se someten a ellas? ¿Es determinada la realidad de que Dios posee esta autoridad por el sometimiento o no de la humanidad a ella? La autoridad de Dios existe independientemente de las circunstancias. En todas las situaciones, Dios dicta y organiza cada sino humano y todas las cosas de acuerdo con Sus pensamientos y Sus deseos. Esto no cambiará como el resultado del cambio de los humanos; es independiente de la voluntad humana, no puede alterarse por ningún cambio en el tiempo, el espacio y la geografía, porque la autoridad de Dios es Su propia esencia. Si el hombre es capaz o no de conocer y aceptar la soberanía de Dios, y si es capaz o no de someterse a ella, ninguna de estas consideraciones cambia lo más mínimo la realidad de la soberanía de Dios sobre el sino humano. Es decir, no importa qué actitud adopte el hombre hacia la soberanía de Dios, simplemente no puede cambiar el hecho de que Dios tiene soberanía sobre el sino humano y sobre todas las cosas. Incluso si no te sometes a la soberanía de Dios, Él sigue dominando tu porvenir; aunque no conozcas Su soberanía, Su autoridad sigue existiendo. La autoridad de Dios y la realidad de Su soberanía sobre el sino humano son independientes de la voluntad humana, y no cambian de acuerdo con las preferencias y elecciones del hombre. La autoridad de Dios está en todas partes, en cada hora, en cada instante. El cielo y la tierra morirán, pero Su autoridad nunca lo hará, porque Él es Dios mismo, Él posee la autoridad única, y Su autoridad no se ve restringida o limitada por las personas, los acontecimientos o las cosas, por el espacio ni la geografía. A todas horas Dios ejerce Su autoridad, muestra Su poder, continúa Su obra de gestión como siempre; a todas horas gobierna todas las cosas, provee para todas las cosas, orquesta todas las cosas, justo como siempre lo ha hecho. Nadie puede cambiar esto. Es un hecho; ¡ha sido la verdad inmutable desde tiempo inmemorial!

La actitud y la práctica apropiadas para quien desea someterse a la autoridad de Dios

¿Con qué actitud debería conocer y considerar el hombre la autoridad de Dios y la realidad de la soberanía de Dios sobre el sino humano? Este es un problema real que se presenta ante cada persona. Al afrontar los problemas de la vida real, ¿cómo deberías conocer y entender la autoridad de Dios y Su soberanía? Cuando te enfrentes a estos problemas y no sepas cómo entender, gestionar ni experimentarlos, ¿qué actitud deberías adoptar para demostrar tu intención de someterte, tu deseo de someterte y la realidad de tu sumisión a la soberanía y las disposiciones de Dios? Primero debes aprender a esperar; después, debes aprender a buscar y, después, debes aprender a someterte. “Esperar” significa esperar el tiempo de Dios, a las personas, los acontecimientos y las cosas que Él ha organizado para ti, esperar que Sus intenciones te sean reveladas gradualmente. “Buscar” significa observar y aprender las intenciones sinceras de Dios para ti por medio de las personas, los acontecimientos y las cosas que Él ha establecido, entender las verdades relativas a ellos, lo que los humanos deben lograr y el camino que deben seguir, entender qué resultados quiere obtener Dios en los humanos y qué logros quiere conseguir en ellos. “Someterse”, por supuesto, se refiere a aceptar a las personas, los acontecimientos y las cosas que Dios ha orquestado, aceptar Su soberanía y, por medio de esto, llegar a conocer cómo el Creador tiene la soberanía sobre el porvenir del hombre, cómo provee al hombre con Su vida, cómo obra la verdad dentro del hombre. Todas las cosas bajo las disposiciones y la soberanía de Dios obedecen leyes naturales y, si te decides a dejar que Dios te lo organice todo y tenga la soberanía sobre ello, debes aprender a esperar, a buscar y a someterte. Esta es la actitud que toda persona que quiere someterse a la autoridad de Dios debe adoptar, la cualidad básica que debe poseer toda persona que quiera aceptar la soberanía y las disposiciones de Dios. Para tener tal actitud, para poseer tal cualidad, debéis trabajar más duro. Esta es la única manera de que podáis entrar en la verdadera realidad.

Aceptar a Dios como tu único Soberano es el primer paso para alcanzar la salvación

Las verdades relativas a la autoridad de Dios son verdades que toda persona debe considerar seriamente, experimentar y entender con su corazón; porque estas verdades tienen influencia sobre la vida de cada persona, sobre su pasado, presente y futuro, sobre las coyunturas cruciales por las que debe pasar en la vida, sobre el conocimiento de la soberanía de Dios por parte del hombre y la actitud con la que debería afrontar la autoridad de Dios y, naturalmente, sobre el destino final de cada persona. Así pues, es necesaria toda una vida de energía para conocerlas y entenderlas. Cuando te tomes en serio la autoridad de Dios, cuando aceptes Su soberanía, llegarás gradualmente a darte cuenta y entender de la verdad de la existencia de la autoridad de Dios. Pero si nunca reconoces Su autoridad ni aceptas Su soberanía, entonces no importa cuántos años vivas, no adquirirás el más mínimo conocimiento de la misma. Si no conoces ni entiendes realmente la autoridad de Dios, cuando alcances el final del camino, aunque hayas creído en Dios durante décadas, no tendrás nada que mostrar de tu vida y naturalmente no tendrás el más mínimo conocimiento de la soberanía de Dios sobre el porvenir humano. ¿No es esto algo muy triste? Así pues, no importa cuán lejos hayas caminado en la vida, qué edad tengas ahora, cuán largo sea el resto de tu viaje, primero debes reconocer la autoridad de Dios y tomártela en serio, y aceptar el hecho de que Dios es tu único Soberano. Alcanzar un conocimiento y un entendimiento claros y precisos de estas verdades relativas a la soberanía de Dios sobre el sino humano es una lección obligatoria para todos, es la clave para conocer la vida humana y alcanzar la verdad. Es también la vida y la lección básica de conocer a Dios, que todo el mundo debe afrontar cada día, que nadie puede evadir. Si alguien desea tomar atajos para llegar a esta meta, ¡entonces te digo ahora que eso es imposible! Si quieres escapar de la soberanía de Dios, ¡eso es aún más imposible! Dios es el único Señor del hombre, el único Soberano de su sino, y por tanto es imposible para el hombre tener soberanía sobre su propio porvenir, salirse de él. No importa lo grandes que sean las capacidades de uno, no se puede influenciar, mucho menos orquestar, organizar, controlar ni cambiar los sinos de los demás. Solo el único Dios mismo tiene soberanía sobre todas las cosas relativas al hombre. Porque solo el único Dios mismo posee la autoridad única que tiene soberanía sobre el porvenir humano, solo el Creador es el único Soberano del hombre. La autoridad de Dios tiene soberanía no solo sobre la humanidad creada, sino también sobre los seres no creados que ninguna persona puede ver, sobre las estrellas, sobre el cosmos. Este es un hecho indiscutible, un hecho que existe realmente, que ningún humano ni cosa pueden cambiar. Si alguno de vosotros sigue descontento con las cosas tal como están, y cree que tiene alguna habilidad o capacidad especiales, y piensa que puede tener suerte y cambiar sus circunstancias presentes o escapar de ellas; si intentas cambiar tu propio porvenir por medio del esfuerzo humano, y de este modo destacas sobre tus compañeros y consigues fama y fortuna; entonces te digo, estás dificultándote las cosas, solo estás buscando problemas, ¡estás cavando tu propia tumba! Un día, tarde o temprano, descubrirás que has tomado la decisión equivocada y que tus esfuerzos se han desperdiciado. Tu ambición, tu deseo de luchar contra el sino y tu conducta indignante, te llevarán por un camino sin retorno, y pagarás por esto un precio amargo. Aunque en este momento no veas la gravedad de las consecuencias, conforme continúes experimentando y apreciando más profundamente la verdad de que Dios es el Soberano del porvenir humano, tomarás conciencia lentamente de lo que estoy hablando hoy y sus implicaciones reales. Que de verdad tengas o no un corazón y un espíritu, que seas o no una persona que ama la verdad, depende de la clase de actitud que adoptes hacia la soberanía de Dios y la verdad. Y, naturalmente, esto determina si puedes conocer y entender verdaderamente la autoridad de Dios. Si nunca en tu vida has sentido la soberanía de Dios y Sus disposiciones, y mucho menos reconociste y aceptaste la autoridad de Dios, entonces serás totalmente inútil y sin duda Dios te desdeñará debido a la senda que has tomado y a la elección que has hecho. Pero aquellos que, en la obra de Dios, puedan aceptar Su prueba y Su soberanía, someterse a Su autoridad, y gradualmente obtener una experiencia real de Sus palabras, habrán alcanzado un conocimiento real de la autoridad de Dios, una apreciación real de Su soberanía, y se habrán rendido realmente al Creador. Solo tales personas se habrán salvado verdaderamente. Debido a que han conocido la soberanía de Dios, debido a que la han aceptado, tienen una comprensión real y precisa del hecho de que Dios es soberano sobre el sino humano y sumisión a tal hecho. Cuando afronten la muerte serán capaces, como Job, de tener una mente impertérrita con la muerte, de someterse a las instrumentaciones y disposiciones de Dios en todas las cosas, sin elección individual, sin deseos individuales. Solo una persona así podrá volver al lado del Creador como un verdadero ser humano creado.

17 de diciembre de 2013

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