Cómo perseguir la verdad (11)

¿Hasta dónde llegamos en nuestra enseñanza de la reunión anterior? Compartimos sobre el tema de “desprenderse” en relación con el matrimonio, que es una parte de “Cómo perseguir la verdad”. Hemos compartido acerca de este tema del matrimonio varias veces, ¿en qué nos centramos sobre todo la última vez? (Hablamos de desprenderse de las diversas fantasías sobre el matrimonio y de rectificar algunas ideas y entendimientos distorsionados que tiene la gente casada acerca de este, y también de cómo abordar correctamente el deseo sexual. Al final, compartimos que nuestra misión no es perseguir la felicidad en el matrimonio). Hablamos sobre el tema de “desprenderse de las diversas fantasías sobre el matrimonio”, ¿cuánto entendisteis y cuánto recordáis? ¿Acaso no compartimos principalmente sobre las distintas opiniones y deseos poco realistas, en absoluto prácticos, infantiles e irracionales que la gente posee respecto al matrimonio? (Sí). Comprenderlo y entenderlo correctamente, así como abordarlo de la manera adecuada, es la postura que la gente debe adoptar ante el matrimonio. No se debe tomar como si fuera un juego, ni tampoco como algo que sirva para satisfacer todas las fantasías y búsquedas irreales de uno. ¿Qué implican las diversas fantasías sobre el matrimonio? Existe cierta relación entre ellas y las distintas actitudes que tiene la gente hacia la vida y, lo que es más importante, guardan relación con los diferentes dichos, interpretaciones y actitudes hacia el matrimonio que la gente recibe del mundo y de la sociedad. Esos dichos, interpretaciones y actitudes son un sinfín de afirmaciones y puntos de vista poco realistas y falsos provenientes de la sociedad y de todos los pueblos de la humanidad. ¿Por qué es necesario que la gente se desprenda de ellos? Porque esas cosas proceden de la humanidad corrupta, constituyen todo tipo de puntos de vista y actitudes sobre este tema que han surgido del mundo perverso, y se desvían por completo de la definición y el concepto correctos del matrimonio que Dios ha ordenado para la humanidad. Tanto el concepto como la definición de este se centran más bien en las responsabilidades y obligaciones humanas, además de en la humanidad, la conciencia y la razón que la gente debería encarnar en la vida. La definición que da Dios del matrimonio insta ante todo a las personas a asumir correctamente sus responsabilidades en el ámbito matrimonial. Aunque no estés casado y tampoco ejerzas las responsabilidades propias del matrimonio, debes contar no obstante con una comprensión correcta de la definición que Dios otorga de este concepto. Eso por un lado. Por otro, Dios insta a las personas a prepararse para asumir las responsabilidades que les corresponden en el marco del matrimonio. Esta unión no es un juego, no es como un niño que juega a las casitas. Lo primero que debe tenerse en cuenta y asumirse como concepto es que el matrimonio es una muestra de responsabilidad. Más importante aún es prepararse o estar listo para las obligaciones que se deben cumplir en la humanidad normal de uno. ¿Y en qué se centran más los conceptos, el entendimiento y los dichos sobre el matrimonio procedentes de Satanás y del mundo perverso? En jugar con las emociones y los deseos sexuales, y en satisfacer el deseo físico y la curiosidad de la carne hacia el sexo opuesto, además de, por supuesto, en saciar la vanidad humana. Nunca hacen mención a la responsabilidad o la humanidad, y mucho menos a cómo las dos partes implicadas en el matrimonio según lo ordenado por Dios, es decir, la masculina y la femenina, deben asumir sus responsabilidades, cumplir con sus obligaciones y hacer bien todo lo que le corresponde a un hombre y a una mujer, dentro del contexto del matrimonio. Las distintas interpretaciones, dichos y actitudes respecto al matrimonio con las que el mundo adoctrina a la gente se centran más en la satisfacción de la emoción y el deseo humanos, así como en la exploración y la búsqueda de estos. Por lo tanto, si aceptas esos diversos dichos, entendimientos y actitudes en relación con el matrimonio que provienen de la sociedad, serás incapaz de evitar que esas ideas perversas te afecten. Para ser más precisos, te resultará imposible evitar que te corrompan esos puntos de vista sobre el matrimonio que proceden del mundo. En cuanto estos te hayan corrompido y afectado, ya no serás capaz de evitar que te controlen, y a su vez aceptarás que te engañen y manipulen, como les sucede a los incrédulos. Cuando estos aceptan tales ideas y puntos de vista, hablan de amor y de satisfacer sus deseos sexuales. De igual manera, una vez que tú los hayas aceptado sin reservas, hablarás de esos mismos temas. Resulta inevitable e ineludible. Mientras carezcas de la definición correcta de matrimonio y de la comprensión y actitudes acertadas respecto a este, aceptarás con naturalidad los diversos puntos de vista y dichos sobre ese tema que provienen del mundo, la sociedad y la humanidad. En tanto que los oigas, los veas, los conozcas y no dispongas de inmunidad para luchar contra ellos, sin saberlo te verás afectado por ese clima social y aceptarás sin darte cuenta esas opiniones y dichos sobre el matrimonio. Cuando aceptes tales cosas en tu interior, no podrás evitar que esas ideas y puntos de vista afecten a tu actitud hacia el matrimonio. Puesto que no vives en mitad de la nada, tiendes a caer bajo la influencia e incluso el control de los diversos dichos sobre el matrimonio que provienen del mundo, de la sociedad y de la humanidad. En cuanto te controlen, te resultará muy difícil librarte de ellos, y no podrás evitar fantasear sobre cómo debería ser tu propio matrimonio.

La vez anterior hablamos de las diversas fantasías sobre el matrimonio, y estas tienen su origen en los múltiples entendimientos y puntos de vista erróneos de la humanidad perversa acerca de esa cuestión. Cualquiera que persiga la verdad ha de desprenderse de esos entendimientos y puntos de vista, ya sean específicos o generales. Primero, se debe desprender de todas las variadas definiciones y comprensiones equivocadas del matrimonio. Segundo, ha de elegir correctamente a su pareja; y en tercer lugar, aquellos que ya están casados deben adoptar un enfoque correcto de su matrimonio. La palabra “correcto” se refiere aquí a la actitud y la responsabilidad que la gente debe tener hacia el matrimonio según los requerimientos e instrucciones de Dios. Las personas deben entender que el matrimonio no es un símbolo del amor, y que adentrarse en esa unión no equivale a entrar en un palacio matrimonial ni en una tumba, ni mucho menos consiste en un traje de novia, un anillo de diamantes, una iglesia, votos de amor eterno, cenas a la luz de las velas, romanticismo o un mundo solo de los dos; nada de eso significa matrimonio. Así pues, en relación con dicha cuestión, lo primero que debes hacer es eliminar las fantasías sobre el matrimonio que se han instaurado en tu corazón, así como las cosas simbólicas que surgen de tus fantasías sobre el matrimonio. Al compartir sobre la interpretación correcta del matrimonio y analizar las ideas distorsionadas al respecto que provienen del mundo perverso de Satanás, ¿no llegáis a tener un entendimiento más preciso de la definición de matrimonio? (Sí). En cuanto a los que no estáis casados, ¿no os quedáis más tranquilos respecto a ese tema al oír estas cosas? ¿Y no os ayuda a aumentar vuestra comprensión? (Sí). ¿En qué aspecto aumenta esta? (Mis fantasías previas sobre el matrimonio se limitaban a vaguedades, tales como flores, anillos de diamantes, vestidos de novia y votos de amor eterno. Tras escuchar la enseñanza de Dios, ahora comprendo que el matrimonio en realidad es algo que Él ha ordenado, y que consiste en que dos personas unidas sean capaces de mostrarse consideración mutua, cuidarse y responsabilizarse la una de la otra. Es un sentimiento de responsabilidad, y este punto de vista sobre el matrimonio es más práctico y no implica tales vaguedades). Vuestra comprensión ha mejorado, ¿verdad? En general, así ha sido. En lo que respecta a los detalles, ¿se ha producido algún ligero cambio en los estándares relativos a las cosas que antes admirabais y que os fascinaban? (Sí). Solíais hablar siempre de encontrar a un hombre alto, rico y guapo, o a una mujer de piel clara, rica y hermosa; ¿en qué os fijáis ahora? Como poco, en la humanidad de alguien, y en si es fiable y tiene sentido de la responsabilidad. Decidme, si alguien escoge a una pareja de acuerdo con ese rumbo, ese objetivo y ese método, ¿qué es más probable? ¿que disfruten de un matrimonio feliz o que sean infelices y se divorcien? (Es más probable que sean felices). En cierto modo, así es. ¿Por qué no decimos que esa clase de matrimonio tendrá garantizado al cien por cien la felicidad? ¿Cuántas razones hay para ello? Cuanto menos, una razón es que la gente puede cometer errores y no ver al otro con claridad antes de casarse. Otra razón es que, antes de la boda, puede que alguien tenga figuraciones fabulosas sobre el matrimonio y piense: “Tenemos personalidades compatibles y compartimos las mismas aspiraciones. Además, él me ha prometido que está dispuesto a asumir la responsabilidad y cumplir con sus obligaciones hacia mí después de que nos casemos, y que nunca me decepcionará”. No obstante, después de contraer matrimonio, no todo en la vida de casados va como desearían ni es perfecto. Además, algunas personas aman la verdad y las cosas positivas, mientras que otras pueden aparentar tener una humanidad que no es mala ni malvada, pero no sienten amor por las cosas positivas ni persiguen la verdad. Cuando están casados y viven juntos, ese escaso sentido de la responsabilidad o de la obligación que él alberga en su humanidad se va desgastando poco a poco, se transforma con el tiempo y deja ver su verdadera cara. Decidme, si en una pareja casada una persona persigue la verdad y la otra no, si tú lo haces de manera unilateral y él no lo hace en absoluto, ¿cuánto tiempo podrás soportarlo? (No mucho). Puedes tolerar y aguantar a regañadientes algunos hábitos de vida o pequeños defectos o carencias en su humanidad, pero con el paso del tiempo, dejaréis de compartir el mismo idioma o la misma búsqueda. Él no persigue la verdad ni ama las cosas positivas, y le suelen gustar las cosas salidas de las tendencias perversas mundanas. Poco a poco, habláis cada vez menos, vuestras aspiraciones se van distanciando entre sí y el deseo de cumplir con sus responsabilidades pronto se difumina. ¿Es feliz esa clase de matrimonio? (No). ¿Qué debes hacer si no eres feliz? (Si dos personas no pueden continuar juntas, deben separarse a la menor oportunidad). Correcto. ¿Cuánto tiempo transcurre desde que se tiene esa idea inicial hasta que se separan? Al principio, los dos se llevan bien, y tras pasar así un tiempo, empiezan a chocar. Entonces, se reconcilian, y cuando eso sucede, la mujer ve que el hombre no ha cambiado, así que aguanta, y tras pasar un tiempo haciéndolo, vuelven a discutir. Una vez que ese conflicto llega a su clímax, las cosas se vuelven a enfriar, y ella piensa: “No somos afines y no es como yo me imaginaba al principio. Vivir juntos es muy duro. ¿Deberíamos divorciarnos? Sin embargo, nos ha costado mucho llegar a este punto y hemos roto y vuelto a estar juntos muchas veces. No debo divorciarme con tanta facilidad. Simplemente debería aguantar. Vivir sola nunca es tan bueno como hacerlo con alguien”. Así que aguanta uno o dos años; cuanto más mira a su esposo, más insatisfecha se siente, y mientras más tiempo pasa, más frustrada se encuentra. Vivir juntos no la hace feliz, y cada vez hablan menos y están más distanciados. Ella observa que los defectos de él van en aumento y se da cuenta de que tiene cada vez menos ganas de aguantarlo y tolerarlo. Después de cinco o seis años, ya no puede soportarlo más, explota y quiere acabar definitivamente con él. Antes de decidirse a romper por completo, debe pensárselo bien de principio a fin y hacerse una idea clara y concisa de cómo será su vida después del divorcio. Cuando se lo ha pensado bien, no halla la suficiente determinación, pero lo medita varias veces más y decide dejar a su marido, a pesar de las reticencias, y piensa: “Me divorciaré de él. Vivir yo sola y en paz es mejor que esto”. Siempre están discutiendo y no se llevan bien. Lo que solía ser tolerable, ahora le resulta insoportable. Le basta con verlo para alterarse, se pone furiosa al oírle hablar. Su voz, su aspecto, su ropa, las cosas que usa: todo le revuelve el estómago y le provoca náuseas. Se ha llegado a un punto insoportable en el que se han convertido en extraños y tiene que divorciarse de él. ¿Cuál fue la premisa para llevarle a esa situación? Vivir juntos era demasiado duro, es mejor hacerlo sola. Cuando las cosas llegan a ese punto, la conexión con él ya ha desaparecido. Ya no existen sentimientos, ella se lo ha pensado mucho y ha llegado a una conclusión: es mejor vivir sola. Como suelen decir los incrédulos: “Cuando vives solo, no tienes que preocuparte de nadie más”. De otra forma, siempre estaría pensando en él, y preguntándose: “¿Habrá comido? ¿Estará bien vestido? ¿Estará durmiendo bien? ¿Le resultará agotador trabajar lejos de casa? ¿Le estarán presionando? ¿Cómo se sentirá?”. Siempre se tendría que estar preocupando por él. En cambio, ahora observa la paz que se siente al vivir sola, sin nadie en quien pensar o de quien preocuparse. No merece la pena vivir así por un hombre semejante. No merece su preocupación, su amor ni que se responsabilice de él, y no hay en él nada digno de amar. Al final, le pide el divorcio, el matrimonio se termina y nunca echa la vista atrás ni se arrepiente de su decisión. Existen los matrimonios así, ¿verdad? (Sí). También hay otros que surgen a raíz de diversos motivos, como por actos de bondad o rencor de una vida anterior. Como ya hemos comentado, hay quienes se juntan porque uno tiene una deuda con el otro. Dentro de la pareja, o bien la mujer le debe al hombre, o bien el hombre le debe a la mujer. Es posible que en una vida anterior uno se aprovechara o debiera demasiado, y por eso se juntan en esta para que esa persona pueda saldar su deuda. Hay muchos matrimonios así que son infelices, pero no pueden divorciarse. Ya se vean obligados a permanecer juntos porque tienen una familia o por sus hijos, o por cualquier otra razón, sea como sea, a la pareja le resulta imposible llevarse bien, siempre están peleando y discutiendo, y sus personalidades, intereses, aspiraciones y aficiones no son para nada afines. No se gustan y a ninguno de los dos les hace feliz vivir juntos, pero no se pueden divorciar, así que permanecen unidos hasta la muerte. Cuando el fin de sus días se acerca, todavía se burlan de su pareja y le dicen: “¡No quiero verte en la próxima vida!”. Se odian demasiado, ¿verdad? Sin embargo, Dios ordena que en la vida actual no pueden divorciarse. En relación con todas estas diferentes clases de matrimonio, con independencia de cómo sea su estructura o su origen, ya estés casado o no, debes siempre y en cualquier caso desprenderte de las diversas fantasías poco realistas e ingenuas que tengas sobre la cuestión. Has de afrontar el matrimonio de un modo correcto y no jugar con las emociones y los deseos de la gente, ni mucho menos quedarte atrapado en la maraña de puntos de vista incorrectos sobre el matrimonio con los que la sociedad te adoctrina, sin parar nunca de darle vueltas a lo que sientes al respecto. ¿Te ama tu pareja? ¿Sientes que te ama? ¿La sigues amando tú? ¿Cuánto amor albergas aún por ella? ¿Siente tu pareja todavía algo por ti? ¿Continúas sintiendo algo tú por ella? No hay necesidad de sentir esas cosas ni de darles tantas vueltas, ya que todas son ideas absurdas y sin sentido. Mientras más vueltas les des, más te parecerá que tu matrimonio está en crisis, y cuanto más caigas en esos pensamientos, más se demostrará que has quedado atrapado en la maraña del matrimonio, y desde luego no serás feliz ni albergarás ninguna sensación de seguridad. Esto se debe a que, cuando te sumerges en esas ideas, puntos de vista y pensamientos, tu matrimonio se deforma, tu humanidad se distorsiona, y quedas asimismo completamente controlado y secuestrado por las diversas ideas y opiniones sobre este tema que provienen de la sociedad. Por consiguiente, en relación con los diversos puntos de vista y dichos sobre el matrimonio que tienen su origen en la sociedad y la humanidad perversa, debes ser capaz de discernirlos con precisión, y también de rechazarlos. Da igual lo que digan los demás o cómo cambien sus dichos sobre el matrimonio, en última instancia, nadie debe renunciar a la definición que da Dios de este, ni a nadie le deben afectar los puntos de vista del mundo perverso al respecto ni debe permitir que estos le nublen los ojos. Dicho sin rodeos, el matrimonio es el comienzo de una etapa diferente en la vida de una persona, el paso de la adolescencia a la adultez. Es decir, cuando te conviertes en adulto entras en una etapa diferente de la vida, y en esta contraes matrimonio y vives con alguien que no tiene relación de sangre contigo. Desde el día que empiezas a vivir con esa persona, se supone que como marido o mujer debes asumir las responsabilidades y obligaciones de todo lo que implica la vida de casado y, además, debéis hacerlo juntos. Es decir, el matrimonio significa que alguien ha dejado a sus padres, ha dicho adiós a la vida de soltero y se ha adentrado con otra persona en una vida de dos. Se trata de una etapa en la que ambas personas afrontan juntas la vida. Entras en una nueva fase de la vida en la que, por supuesto, también harás frente a todo tipo de pruebas vitales. La forma en que te enfrentes a la vida dentro del marco del matrimonio y el modo en que tú y tu pareja afrontéis juntos todas las cosas que se presenten en dicho contexto posiblemente te pongan a prueba; podrían llevarte a la perfección o acabar en desastre. Por supuesto, también podrían ser fuentes de más experiencia en la vida, así como proporcionarte un entendimiento y una apreciación más profundos de esta, ¿verdad? (Cierto). Terminamos aquí nuestro resumen sobre el tema de poseer un entendimiento correcto sobre el matrimonio y las diversas fantasías sobre este.

La vez anterior compartimos sobre otro tema, el de que tu misión no es perseguir la felicidad conyugal. ¿En qué hicimos énfasis cuando hablamos sobre esa cuestión? (No hemos de confiar la felicidad de nuestra vida en la pareja, y no debemos hacer cosas para complacerla con el único fin de atraerla o proteger nuestro supuesto amor. No hemos de olvidar que somos seres creados y que las responsabilidades y obligaciones que debemos cumplir en el matrimonio no entran en conflicto con los deberes y responsabilidades que nos corresponde cumplir como seres creados). Para mucha gente, la felicidad de su vida depende del matrimonio, y su objetivo a la hora de buscar la felicidad consiste en lograr un matrimonio perfecto y feliz. Creen que si su matrimonio es feliz y ellos también lo son con su pareja, su vida será feliz, así que consideran la felicidad marital como la misión de toda una vida alcanzable mediante incansables esfuerzos. Por ese motivo, cuando se casan, muchos se devanan los sesos pensando multitud de cosas que hacer para mantener su matrimonio “como nuevo”. ¿Qué significa “como nuevo”? Como ellos dicen, significa que da igual el tiempo que lleven casados, los dos siempre se sienten unidos como siameses y nunca pueden alejarse el uno del otro, igual que cuando empezaron a salir, y siempre quieren estar juntos y no separarse nunca. Además, dondequiera que estén y en todo momento, siempre piensan en su pareja y la echan de menos, y tienen el corazón rebosante de la voz, la sonrisa, las palabras y las acciones del otro. Si no oyen la voz de su pareja durante un solo día, su corazón se siente desolado, y si pasan un solo día sin verla, parece que han perdido el alma. Creen que esos son los signos y señales de la felicidad conyugal. Por lo tanto, algunas de las llamadas amas de casa a tiempo completo se quedan en el hogar y piensan que esperar el regreso de su marido es la mayor felicidad. Si este no llega a casa a su hora, lo llaman, ¿y qué es lo primero que le preguntan? (¿A qué hora vas a llegar a casa?). Parece que oís esto a menudo; es una pregunta que está enraizada en lo más profundo de los corazones de muchos. Lo primero que preguntan es “¿A qué hora vas a llegar a casa?”. En cuanto formulan esta pregunta, reciban o no una respuesta precisa, queda de manifiesto lo enferma de amor que está una mujer en un matrimonio feliz. Se trata de una situación normal en las vidas de aquellos que buscan la felicidad en el matrimonio. Aguardan en casa tranquilamente a que su otra mitad vuelva del trabajo. Si salen, no se atreven a alejarse ni permanecer mucho tiempo fuera, por miedo a que su pareja vuelva a casa, se la encuentre vacía y se sienta muy dolida, decepcionada y contrariada. Son personas llenas de esperanza y fe en su búsqueda de la felicidad conyugal, y no se contienen a la hora de pagar cualquier precio por ella o de conseguirla a cambio de cualquier cosa. Incluso hay algunas que, después de empezar a creer en Dios, siguen buscando la felicidad conyugal igual que antes, procuran amar a su pareja y no cesan de preguntarle si las ama. Así pues, durante las reuniones, puede que una mujer se ponga a pensar: “¿Habrá llegado ya mi marido a casa? Si lo ha hecho, ¿habrá comido algo? ¿Estará cansado? Sigo aquí en esta reunión y me siento un poco intranquila. Me parece que le he defraudado un poco”. Cuando se dispone a asistir a la siguiente, le pregunta a su marido: “¿A qué hora crees que volverás? Si llegas mientras estoy en una reunión, ¿no te sentirás solo?”. Su marido responde: “¿Cómo no iba a sentirme solo? La casa está vacía y estoy solo. Por lo general, siempre estamos juntos y ahora de repente no hay nadie. ¿Por qué siempre tienes que acudir a las reuniones? Puedes ir, pero me gustaría que llegaras a casa antes que yo”. En el fondo, ella reconoce: “Oh, no me pide mucho, solo hace falta que esté en casa antes de que vuelva”. En la siguiente reunión, no para de mirar el reloj, y cuando ve que ya casi es hora de que su marido acabe de trabajar, no puede permanecer sentada más tiempo y dice: “Seguid vosotros, yo tengo que ocuparme de algo en casa, así que me tengo que ir”. Se apresura a volver a casa y piensa: “¡Bien, mi marido aún no ha vuelto! Me daré prisa para hacer de comer y arreglar un poco la casa, así cuando llegue verá que está todo limpio, olerá la comida y sabrá que hay alguien. Es maravilloso que podamos estar juntos a la hora de comer. Aunque perdí algo de tiempo en la reunión y escuché y adquirí menos enseñanzas, está muy bien poder llegar a casa antes que él y ofrecerle un plato caliente, y eso es fundamental para mantener un matrimonio feliz”. De ahí en adelante, suele hacer lo mismo en las reuniones, y cuando a veces alguna se alarga, llega a casa a toda prisa y ve que su marido ya está allí. Está un poco descontento y molesto con ella, y refunfuña: “¿No te puedes perder ni una reunión? ¿No sabes cómo me siento cuando no estás y vuelvo a casa y no te veo aquí? ¡Me molesta!”. A ella le conmueve mucho oír eso y piensa: “Lo que quiere decir es que me ama mucho y no puede vivir sin mí. Se molesta si ve que no estoy aquí. ¡Soy tan feliz! Aunque parece un poco enfadado, percibo el amor que siente por mí. La próxima vez lo tendré en cuenta y, por muchas horas que dure la reunión, volveré antes. No puedo decepcionar ese amor que me tiene. No importa que adquiera menos enseñanzas o escuche menos palabras de Dios en las reuniones”. A partir de entonces, en lo único que piensa cuando asiste a una reunión es en volver a casa para ser digna del amor de su esposo y para conservar la felicidad que persigue en su matrimonio. Tiene la ligera sensación de que no volver temprano a casa supondrá una decepción para el amor que su marido siente por ella, y se pregunta si él se irá por ahí a buscarse a otra y dejará de amarla como solía hacerlo si ella sigue actuando de ese modo. Cree que amar y ser amada siempre equivale a la felicidad, y conservar esa relación de amar y ser amada es su aspiración en la vida, algo que está decidida a perseguir, así que eso es lo que hace sin reservas ni dudas. Incluso hay algunas personas que, cuando tienen que cumplir con su deber lejos de casa, suelen decirle a su líder: “No puedo pasar la noche fuera. Estoy casada, así que mi marido se sentirá solo si no vuelvo a casa. No estaré cuando se despierte en mitad de la noche y eso le molestará. Tampoco me verá cuando abra los ojos por la mañana, y se sentirá dolido. Si no regreso a casa habitualmente, ¿no dudará de mi fidelidad y mi inocencia? Llegamos a un acuerdo cuando nos casamos: nos seríamos fieles el uno al otro. Pase lo que pase, he de mantener mi promesa. Quiero ser digna de él, ya que no hay nadie en el mundo que me ame igual. Por lo tanto, para demostrar mi inocencia y que le soy totalmente fiel, de ninguna manera puedo pasar la noche fuera de casa. No importa la cantidad de trabajo pendiente en la iglesia o lo urgente que sea el deber, debo volver a casa de noche por muy tarde que sea”. Dice que esto es para mantener su inocencia y fidelidad, pero es una mera formalidad, son solo palabras, de lo que realmente tiene miedo es de que su matrimonio acabe siendo infeliz y se rompa. Prefiere perder y abandonar el deber que se supone que debe cumplir con tal de mantener su felicidad conyugal, como si esta fuera su motivación y la fuente de todo lo que hace. Sin un matrimonio feliz, no puede cumplir con el deber de un ser creado ni tampoco ser uno aceptable. Considera que no decepcionar el amor que su marido siente por ella y seguir siendo amada son señales de la felicidad conyugal, además de los objetivos de vida que debe perseguir. Si de repente se da cuenta de que ya no es tan amada, o hace algo mal y defrauda el amor que su marido siente por ella, de modo que este se decepciona y disgusta con ella, le parecerá que se está volviendo loca, dejará de asistir a las reuniones o de leer las palabras de Dios, e incluso cuando la iglesia necesite que cumpla con algún deber, se inventará cualquier tipo de excusa para negarse. Por ejemplo, dirá que no se encuentra bien o que en casa hay algún asunto urgente, e incluso se inventará excusas absurdas y caprichosas para no tener que cumplir con el deber. Estas personas consideran la felicidad conyugal como algo de suma importancia en la vida. Algunas incluso entregan todo lo que está en su mano para mantener la felicidad de su matrimonio, no dudan en pagar cualquier precio por amarrar y conservar el corazón de su cónyuge para que este siempre las ame, y no pierden nunca ese sentimiento amoroso que tenían cuando se casaron ni los sentimientos que las embargaban en los comienzos respecto al matrimonio. Hay incluso algunas mujeres que hacen sacrificios aún mayores: las hay que se elevan el puente de la nariz, que se retocan la barbilla o se someten a una cirugía de aumento de pecho o de liposucción, soportando así todo tipo de dolor. Algunas llegan a pensar que tienen las pantorrillas demasiado gruesas, así que se operan para afinárselas, y terminan sufriendo daños en el sistema nervioso y ya no pueden mantenerse en pie. El marido de una mujer así, al ver esto, le dice: “Antes tenías las piernas gruesas, pero seguías siendo una persona normal. Ahora no puedes siquiera tenerte en pie y no vales para nada. ¡Quiero el divorcio!”. Ya ves, ha pagado un precio muy alto y eso es lo que ha conseguido a cambio. Asimismo, hay mujeres que se arreglan con elegancia todos los días, se perfuman y se empolvan la cara. Se aplican en el rostro todo tipo de cosméticos, como pintalabios, colorete y sombra de ojos, para así mantenerse jóvenes y bellas, resultarles atractivas a su pareja y hacer que esta las quiera como al principio. De la misma manera, los hombres también hacen muchos sacrificios en aras de la felicidad conyugal. Supongamos que le dicen a alguien: “Eres un creyente en Dios muy conocido. Son demasiadas las personas que te conocen aquí, así que eres vulnerable y es probable que te denuncien y te detengan, por lo que será mejor que te marches a cumplir con tu deber a otra parte”. Entonces se angustia y piensa: “Pero, si me marcho, ¿significará eso el fin de mi matrimonio? ¿Empezará todo a derrumbarse ahora? Si me voy de casa, ¿se irá mi mujer con otro? ¿Separaremos simplemente nuestros caminos de ahora en adelante? ¿No volveremos a estar juntos?”. Se altera al pensar en tales cosas, así que comienza a negociar y dice: “¿Me puedo quedar? Me vale con ir a casa una vez a la semana, ¡tengo que cuidar de mi familia!”. En realidad, no es en eso en lo que piensa. Tiene miedo de que su mujer se vaya con otro y nunca más vuelva a tener felicidad conyugal. El miedo y las preocupaciones le invaden el corazón, no quiere que se esfume la felicidad de su matrimonio ni que esta desaparezca así como así. En los corazones de tales personas, la felicidad conyugal es más importante que cualquier otra cosa, y sin ella les parece que se quedan por completo sin alma. Creen que: “El amor es lo más importante para que un matrimonio sea feliz. La felicidad de la unión entre mi mujer y yo se basa en que yo la amo a ella y ella me ama a mí, y por eso hemos durado tanto. Si me quedara sin amor y este se terminara a causa de mi creencia en Dios y del cumplimiento de mi deber, ¿no significaría eso que mi felicidad conyugal llegaría a su fin y se esfumaría y que ya no sería capaz de disfrutar de ella nunca más? ¿Qué será de nosotros sin tal felicidad? ¿Cómo será la vida de mi esposa sin mi amor? ¿Qué me sucederá a mí si pierdo el amor de mi mujer? ¿Pueden el cumplimiento del deber de un ser creado y la consecución de la misión del hombre ante Dios compensar esa pérdida?”. No lo saben, no tienen respuesta a esas preguntas y no entienden ese aspecto de la verdad. Por lo tanto, cuando la casa de Dios exige a aquellos que persiguen la felicidad en el matrimonio sobre todas las cosas que abandonen su hogar y vayan a un lugar lejano a difundir el evangelio y cumplir con su deber, estos se suelen sentir frustrados, impotentes e incluso intranquilos por el hecho de que pronto puedan perder su felicidad conyugal. Hay quienes abandonan su deber o se niegan a cumplirlo a fin de mantener esa felicidad, y otros incluso rechazan los importantes arreglos de la casa de Dios. También están los que a menudo intentan conocer los sentimientos de su pareja para conservar su felicidad conyugal. Si esta se siente ligeramente disgustada o muestra siquiera un atisbo de descontento o insatisfacción respecto a su fe, a la senda de fe en Dios que han tomado y al cumplimiento de su deber, cambian enseguida de rumbo y realizan concesiones. Es algo que hacen a menudo para mantener la felicidad conyugal, aunque eso signifique renunciar a la oportunidad de cumplir con su deber y no disponer de tiempo para reunirse, leer las palabras de Dios y practicar la devoción espiritual; es así como le demuestran a su cónyuge que están ahí, impiden que se sienta aislado y solo, y le manifiestan su amor. Prefieren hacer eso a perder o quedarse sin el amor de su pareja. Esto es así porque consideran que, si renuncian al amor de su cónyuge en aras de su fe o de la senda de fe en Dios que han tomado, significará que han abandonado su felicidad conyugal y que ya no serán capaces de sentirla, y entonces se convertirán en alguien solitario, penoso y lamentable. ¿Qué significa ser alguien lamentable y penoso? Significa que no cuenta con el amor o la adoración de otro. A pesar de que estas personas entienden parte de la doctrina y la importancia de la obra de salvación de Dios y, por supuesto, entienden que deben cumplir con el deber que les corresponde como ser creado, debido a que confían a su cónyuge su propia felicidad y también, naturalmente, supeditan esta a la conyugal, a pesar de que entienden y saben lo que han de hacer, siguen sin poder desprenderse de su búsqueda de la felicidad conyugal. Erróneamente, consideran que esa búsqueda es la misión que deben perseguir en esta vida, y de igual modo la conciben como la misión que un ser creado ha de perseguir y cumplir. ¿Acaso eso no es una equivocación? (Lo es).

¿Qué hay de malo en buscar la felicidad conyugal? ¿Se ajusta dicha búsqueda a la definición que Dios da del matrimonio y a lo que Él encomienda a las parejas casadas? (No). ¿Qué tiene de malo? Hay quien dice: “Dios dijo que no era bueno que el hombre viviera solo, así que le creó una esposa para hacerle compañía. ¿No es esa la definición de Dios del matrimonio? ¿No forma eso parte de la búsqueda de la felicidad conyugal? Dos personas que se acompañan y llevan a cabo sus responsabilidades mutuas, ¿qué tiene eso de malo?”. ¿Hay alguna diferencia entre cumplir con las propias responsabilidades en el marco del matrimonio y considerar de manera inflexible que tu misión es perseguir la felicidad conyugal? (Sí). ¿Cuál es el problema de esto último? (Consideran que su misión más importante es perseguir la felicidad conyugal, cuando en realidad la mayor responsabilidad que tiene el hombre en la vida es cumplir con su deber como ser creado ante el Creador. Han malinterpretado el objetivo que deben perseguir en la vida). ¿Alguien quiere añadir algo a esto? (Cuando una persona no puede adoptar un enfoque correcto de las responsabilidades y obligaciones que debe cumplir en el matrimonio, empleará su tiempo y energía en conservar esa unión. Sin embargo, el enfoque correcto en lo que se refiere a las responsabilidades en el matrimonio es, antes que nada, no olvidar que uno es un ser creado y que debe dedicar la mayoría de su tiempo a cumplir con el deber y aquello que Dios le encomienda, así como con la misión que Él le encarga. Luego debe llevar a cabo sus responsabilidades y obligaciones dentro del contexto del matrimonio. Se trata de dos cosas diferentes). ¿Es la búsqueda de la felicidad conyugal la meta que la gente debe perseguir en la vida después de casarse? ¿Tiene esto algo que ver con el matrimonio que Dios ha ordenado? (No). Dios le ha dado al hombre el matrimonio, y te ha concedido un entorno en el que puedes desempeñar las responsabilidades y obligaciones de un hombre o una mujer en el marco de este. Dios te ha dado el matrimonio, lo que significa que te ha concedido una pareja. Esta te acompañará hasta el fin de tus días y a lo largo de todas las etapas de tu vida. ¿Qué quiero decir con “acompañar”? Me refiero a que tu pareja te ayudará, te cuidará y compartirá contigo todo aquello que experimentes en la vida. Es decir, independientemente de a cuántas cosas te enfrentes, no lo harás solo, sino que ambos las afrontaréis juntos. Al vivir de esta manera, la existencia es en cierto modo más fácil y relajada, ya que ambas personas hacen lo que se supone que les corresponde, cada uno aporta sus habilidades y puntos fuertes e impulsa su vida. Es así de simple. Sin embargo, Dios nunca le hizo a la gente ninguna exigencia similar a: “Te he dado el matrimonio. Ahora estás casado, así que debes amar a tu pareja sin reservas hasta el final y adularla constantemente. Esa es tu misión”. Dios te ha concedido el matrimonio, una pareja y un entorno de vida diferente. En ese tipo de entorno y situación, Él hace que tu pareja comparta y lo afronte todo junto a ti, para que puedas vivir con mayor libertad y sencillez, mientras que al mismo tiempo te permite conocer una etapa diferente de la vida. Sin embargo, Dios no te ha vendido al matrimonio. ¿Qué quiero decir con esto? Dios no ha tomado tu vida, tu destino, tu misión, la senda que sigues en la vida, el rumbo que eliges en ella y el tipo de fe que tienes y se los ha dado a tu pareja para que decida por ti. Él no ha dicho que la clase de destino, las aspiraciones, la senda vital y la perspectiva de vida que tiene una mujer las deba decidir su marido, ni tampoco a la inversa, que la mujer deba decidir las de su esposo. Dios nunca ha dicho nada de eso ni ha ordenado las cosas así. Fíjate, ¿dijo Dios algo semejante cuando instituyó el matrimonio para la humanidad? (No). Dios nunca ha dicho que la misión de una mujer o un hombre en la vida sea perseguir la felicidad conyugal, ni que debas mantener la felicidad de tu matrimonio para cumplir la misión de tu vida y comportarte debidamente como un ser creado. Dios jamás ha dicho tal cosa. Ni tampoco: “Debes elegir tu senda de vida en el contexto del matrimonio. Que logres o no la salvación, dependerá de tu matrimonio y de tu cónyuge. Tu futuro en la vida y tu destino los decidirá tu pareja”. ¿Ha dicho Dios tal cosa alguna vez? (No). Dios te ha ordenado el matrimonio y te ha dado una pareja. Aunque te cases, tu identidad y estatus ante Él no cambiarán, seguirás siendo tú. Si eres una mujer, seguirás siendo eso ante Dios; si eres un hombre, eso es lo que serás ante Él. Sin embargo, hay una cosa que ambos compartís, y es que, con independencia de que seas hombre o mujer, todos sois seres creados ante el Creador. En el marco del matrimonio, os toleráis y os amáis el uno al otro, os ayudáis y apoyáis, y en eso consiste el cumplimiento de vuestras responsabilidades. No obstante, las responsabilidades y la misión que debes cumplir ante Dios no se pueden sustituir por aquellas que debes satisfacer con respecto a tu pareja. Por lo tanto, cuando exista un conflicto entre tus responsabilidades hacia tu pareja y el deber que un ser creado debe cumplir ante Dios, debes elegir este último y no el relacionado con tu cónyuge. Esta es la dirección y el objetivo que debes elegir y, por supuesto, también es la misión que debes cumplir. Sin embargo, hay quienes erróneamente convierten en su misión en la vida perseguir la felicidad conyugal o cumplir con las responsabilidades hacia su pareja, así como preocuparse por ella, cuidarla y amarla, y la consideran su cielo y su destino; eso es una equivocación. Tu destino reside bajo la soberanía de Dios y no lo rige tu pareja. El matrimonio no puede cambiar tu destino ni el hecho de que es Dios quien lo rige. En cuanto a la perspectiva de vida que debes tener y la senda que has de seguir, debes buscarlas en las enseñanzas y exigencias de las palabras de Dios. Esas cosas no dependen de tu pareja y no las decide ella. Aparte de cumplir con sus responsabilidades hacia ti, no debe tener control sobre tu destino, pedirte que cambies de rumbo en la vida, ni decidir qué senda debes seguir o qué perspectiva de vida has de tener, y mucho menos debe limitarte u obstaculizar tu búsqueda de la salvación. En lo que respecta al matrimonio, lo único que puede hacer la gente es aceptarlo de parte de Dios y atenerse a la definición de este que Él ha ordenado para el hombre, en la que tanto el marido como la mujer cumplen con sus responsabilidades y obligaciones el uno con el otro. Lo que no pueden hacer es decidir el destino ni la vida anterior, actual o futura de su pareja, y mucho menos la eternidad. Tu meta, tu destino y la senda que sigues solo los puede decidir el Creador. Por lo tanto, como ser creado, ya tengas el rol de mujer o de marido, la felicidad que debes perseguir en esta vida radica en que cumplas con el deber de un ser creado y logres la misión que le corresponde a uno. No radica en el propio matrimonio y ni mucho menos en el cumplimiento de las responsabilidades de una mujer o un marido en el marco de este. Por supuesto, algo que debes entender es que la senda que escoges seguir y la perspectiva de vida que adoptas no deben basarse en la felicidad conyugal, y menos aún las debe determinar uno u otro miembro de la pareja. Así pues, la gente que se casa y solo persigue la felicidad conyugal, y considera esta búsqueda como su misión, debería desprenderse de tales pensamientos y puntos de vista, cambiar el modo en el que practica y variar el rumbo de su vida. Vas a casarte y a vivir junto a tu pareja según lo dispuesto por Dios, eso es todo, y basta con llevar a cabo las responsabilidades de una esposa o un marido mientras ambos compartáis vuestra vida juntos. Respecto a qué senda sigas y qué perspectiva de vida adoptes, tu pareja no tiene obligación alguna al respecto y no tiene derecho a decidir esas cosas. Aunque ya estés casado y tengas un cónyuge, tu pretendido esposo solo puede portar el significado de haber sido ordenado por Dios. Solo puede cumplir con las responsabilidades de un cónyuge, y tú puedes elegir y decidir todo lo demás que no tiene relación con él. Por supuesto, y lo que es aún más importante, tus elecciones y decisiones no se deben basar en tus propias preferencias ni en tu entendimiento, sino más bien en las palabras de Dios. ¿Entiendes la enseñanza acerca de esta cuestión? (Sí). Por consiguiente, Dios no recordará las acciones de ningún miembro de la pareja que persiga la felicidad conyugal a toda costa o realice cualquier sacrificio en el marco del matrimonio. Da igual lo correcta o perfectamente que cumplas con tus obligaciones y responsabilidades hacia tu pareja, o hasta qué punto estés a la altura de sus expectativas. En otras palabras, no importa lo correcta o perfectamente que mantengas tu felicidad conyugal, o lo envidiable que esta sea; eso no significa que hayas cumplido con la misión de un ser creado ni demuestra que seas un ser creado a la altura de la norma. Tal vez seas la mujer o el marido perfectos, pero eso queda limitado al marco del matrimonio. El Creador mide la clase de persona que eres en función de cómo cumplas con el deber de un ser creado ante Él, el tipo de senda que sigas, tu perspectiva de vida, lo que persigas en esta y cómo cumplas con la misión de un ser creado. A partir de eso, Dios valora la senda que sigues como ser creado y tu destino futuro. Él no evalúa tales cosas en función de cómo cumplas con tus responsabilidades y obligaciones como esposa o marido, ni de si tu amor hacia tu pareja resulta de su agrado. Hoy he aportado estos detalles para concluir con el tema de que tu misión no es perseguir la felicidad conyugal. Como puedes ver, si no compartiera sobre estos temas, la gente podría creerse que los entiende y sabe algo sobre ellos, pero realmente, cuando les sucediera algo, se quedarían bloqueados y estancados en muchas cuestiones espinosas, por querer satisfacer las obligaciones de una esposa o un marido y al mismo tiempo querer cumplir con aquello que debe hacer un ser humano, un ser creado. Sin embargo, cómo gestionar aquellas situaciones en que ambas cosas entran en conflicto o se contradicen y obstaculizan mutuamente era algo que no había quedado del todo claro. ¿Queda claro ahora después de compartir de esta manera? (Sí). Existe una diferencia entre, por un lado, las cosas que la gente cree que son buenas y correctas en sus nociones, y por el otro, las que son positivas, correctas y buenas de acuerdo con la verdad. Una vez aclarado esto, la duda se despeja. Lo que la gente considera positivo y bueno suele estar lleno de nociones, figuraciones y sentimientos del hombre, y no guarda relación con la verdad. ¿Qué quiero decir con que “no guarda relación”? Me refiero a que no son la verdad. Si consideras las cosas falaces y las que no son la verdad como positivas y la verdad, y las sigues y te aferras con fuerza a ellas, porque para ti sí son la verdad, serás incapaz de recorrer la senda en busca de la verdad, y acabarás muy lejos de ella. ¿Y de quién es culpa eso?

El tema que acabamos de compartir se refería a que las personas deben desprenderse de su búsqueda de la felicidad conyugal, y a que es suficiente con cumplir con las responsabilidades dentro del marco del matrimonio. Hemos acabado de hablar sobre desprenderse de la felicidad conyugal, así que ahora vamos a compartir acerca de otro tema: no eres esclavo del matrimonio. Este es un asunto del que debemos hablar. ¿Qué cree alguna gente después de casarse? “Ahora mi vida discurre así. Estoy destinado a vivir con esta persona el resto de mis días. Mis padres y los mayores de mi familia no me servirán de apoyo para toda la vida, ni tampoco mis amigos. ¿Quién será mi apoyo de por vida, entonces? Dependeré el resto de mi existencia de la persona con la que me case”. Movidos por este tipo de pensamientos, muchos conceden gran importancia al matrimonio, pues creen que una vez casados tendrán una vida estable, un refugio acogedor y también alguien en quien confiar. Las mujeres dicen: “Gracias al matrimonio, tengo unos brazos fuertes en los que apoyarme”. Los hombres afirman: “Gracias al matrimonio, tengo un hogar apacible y ya no voy a la deriva; con solo pensar en eso, ya soy feliz. Fíjate en esos solteros que me rodean. Las mujeres se pasan el día vagando de un lado a otro sin nadie en quien confiar, sin un hogar estable, sin un hombro sobre el que llorar, y los hombres carecen de un hogar acogedor. ¡Qué pena dan!”. Así que, cuando piensan en su propia felicidad conyugal, les parece bastante plena y satisfactoria. Además de sentirse satisfechos, sienten que deben hacer algo por su matrimonio y por su hogar. Por eso, una vez casados, algunos están dispuestos a dedicarse al máximo a su vida matrimonial, y se disponen a esforzarse, luchar y trabajar duro por su unión. Algunos ganan dinero y sufren con desesperación y, desde luego, son todavía más los que confían la felicidad de su vida a su cónyuge. Creen que ser felices y dichosos en la vida depende de cómo sea su pareja, de si es buena persona, de si su personalidad y sus intereses coinciden con los suyos, de si es alguien que pueda llevar el pan a casa y sacar adelante una familia, cubrir sus necesidades básicas en el futuro y proporcionarles una familia feliz, estable y maravillosa, o reconfortarles cuando experimenten cualquier aflicción, tribulación, fracaso o contratiempo. A fin de constatar estas cosas, prestan especial atención a su pareja durante su convivencia juntos. Ponen gran cuidado y atención en observarla y advertir sus pensamientos, puntos de vista, palabras y conducta, así como cualquier movimiento que haga, además de cualquiera de sus puntos fuertes y debilidades. Recuerdan con detalle todos estos pensamientos, puntos de vista, palabras y conductas que revela su pareja en la vida, para así poder entenderla mejor. Al mismo tiempo, también esperan que esta los entienda mejor a ellos, y le permiten acceder a su corazón y entran a su vez en el suyo, para poder controlarse mejor el uno al otro, o para poder ser la primera persona en acudir al lado de su pareja cada vez que suceda algo, la primera en ayudar, en levantarse y apoyarla, en animarla y en ser su firme sostén. En semejantes condiciones de vida, el marido y la mujer rara vez intentan discernir qué clase de persona es su pareja, viven completamente sumergidos en los sentimientos que tienen hacia esta, los cuales usan para preocuparse por ella, tolerarla, sobrellevar todas sus faltas, defectos y aspiraciones, incluso hasta el punto de ponerse a su merced. Por ejemplo, un marido le dice a su mujer: “Tus reuniones duran mucho. Quédate media hora y luego vuelve a casa”. Ella responde: “Haré lo que pueda”. Como era de esperar, en la siguiente ocasión, pasa media hora en la reunión y se vuelve a casa. Entonces su marido le dice: “Eso está mejor. La próxima vez, preséntate y que te vean la cara, pero vuelve enseguida”. Ella responde: “Oh, ¡así que me echas mucho de menos! De acuerdo, haré lo que pueda”. En efecto, la siguiente vez que acude a una reunión, no lo decepciona, y vuelve a casa a los diez minutos aproximadamente. Su marido está muy contento y feliz, y exclama: “¡Eso está mejor!”. Si él quiere que vaya al este, ella no se atreve a ir al oeste; si él quiere que ría, ella no se atreve a llorar. Ve que está leyendo las palabras de Dios y escuchando himnos, y aborrece que lo haga, se siente disgustado y le dice: “¿De qué sirve que leas esas palabras y entones esas canciones todo el rato? ¿Puedes no hacer eso mientras estoy en casa?”. Ella responde: “Está bien, no las leeré más”. Ya no se atreve a leer las palabras de Dios ni a escuchar himnos. Ante las exigencias de su marido, acaba por comprender que a él no le gusta que crea en Dios ni que lea Sus palabras, así que le hace compañía cuando está en casa, ven la tele y comen juntos, charlan e incluso le presta sus oídos para que desahogue sus quejas. Se desvive por él con tal de que sea feliz. Cree que esas son las responsabilidades que le corresponden a un cónyuge. Entonces, ¿cuándo lee las palabras de Dios? Espera a que su marido se vaya, echa el cerrojo de la puerta y comienza a leer a toda prisa. Cuando oye a alguien llamar a la puerta, guarda rápido el libro y se asusta tanto que no se atreve a seguir leyendo. Al abrir, comprueba que no es su marido, que ha sido una falsa alarma, y sigue con su libro. Permanece en vilo, nerviosa y asustada, piensa: “¿Y si vuelve de verdad a casa? Lo mejor será que pare de leer de momento. Le voy a llamar para preguntarle dónde está y cuándo volverá”. Así que le llama y él contesta: “Hoy hay mucho trabajo, así que puede que no llegue a casa hasta las tres o las cuatro”. Eso la tranquiliza, pero ¿puede apaciguar su mente para ser capaz de leer las palabras de Dios? No, ya la tiene perturbada. Acude presurosa ante Dios para orar, ¿y qué es lo que dice? ¿Acaso confiesa que su creencia en Dios carece de fe, que le tiene miedo a su marido y que es incapaz de aplacar su mente para leer las palabras de Dios? Le parece que no puede decir tales cosas, así que calla ante Él. Sin embargo, cierra los ojos y junta las manos. Se calma y no se siente tan turbada, así que se pone a leer las palabras de Dios, pero estas no le calan. Piensa: “¿Por dónde iba leyendo? ¿Dónde me han llevado mis contemplaciones? He perdido el hilo por completo”. Mientras más lo piensa, más molesta e intranquila se siente: “Hoy ya no voy a leer más. No pasa nada si solo por esta vez no practico la devoción espiritual”. ¿Qué os parece? ¿Le va bien la vida? (No). ¿Es esto angustia o felicidad conyugal? (Angustia). Llegado este punto, alguien soltero diría: “Así que has ido de mal en peor, ¿no? El matrimonio no tiene nada de maravilloso, ¿verdad? Mira lo fabulosa que es mi vida, no tengo que preocuparme de nadie más, y no hay nadie que me impida asistir a las reuniones ni llevar a cabo mi deber cuando yo quiera”. Para que tu marido esté complacido contigo y acepte que leas de vez en cuando las palabras de Dios o acudas a alguna reunión, te levantas temprano todos los días para prepararle el desayuno, arreglar la casa, limpiar, alimentar a las gallinas, darle de comer al perro y hacer todo tipo de tareas agotadoras, incluso las que son más propias de los hombres. Para satisfacer a tu marido, trabajas sin descanso como una vieja criada. Antes de que regrese a casa, le sacas brillo a sus zapatos de piel y le dejas preparada las pantuflas, y cuando llega, te apresuras a cepillarle la ropa y le ayudas a quitarse el abrigo y colgarlo, mientras le preguntas: “Hoy hace mucho calor. ¿Estás acalorado? ¿Tienes sed? ¿Qué te apetece comer hoy? ¿Algo amargo o algo picante? ¿Quieres cambiarte? Quítate esa ropa para que te la lave”. Eres como una vieja criada o una esclava, ya has sobrepasado el ámbito de las responsabilidades que te corresponden en el marco del matrimonio. Estás a merced de tu marido y lo consideras tu señor. Es evidente que en una familia como esta existe una diferencia de estatus entre los dos cónyuges: una es la esclava, el otro es el amo; una es servil y humilde, el otro se muestra feroz y dominante; una se doblega y arrastra, el otro rebosa arrogancia. Resulta obvio que el estatus de las dos personas en el marco del matrimonio es desigual. ¿Por qué? ¿Acaso esta esclava no se está rebajando? (Sí). Eso es lo que hace. Has incumplido la responsabilidad con respecto al matrimonio que Dios ha ordenado para la humanidad, y te has pasado de la raya. Tu marido no asume ninguna responsabilidad ni hace nada y, sin embargo, sigues estando a merced de un cónyuge como él y te sometes a su autoridad; te conviertes de buen grado en su esclava y en su vieja criada para servirle y hacer de todo por él. ¿Qué clase de persona eres? ¿Quién es exactamente tu Señor? ¿Por qué no practicas de ese modo para Dios? Él ha ordenado que tu pareja te proporcione lo necesario para vivir; es lo que debe hacer, tú no le debes nada. Tú haces lo que se espera de ti y cumples con las responsabilidades y obligaciones que te corresponden, ¿y él? ¿Hace él lo que debe? En un matrimonio, no se trata de que el poderoso sea el amo y el que sea capaz de trabajar duro y hacer casi todo sea el esclavo. En dicha unión, ambos deben cumplir con sus responsabilidades respecto al otro y acompañarse. Las dos personas tienen una responsabilidad hacia la otra, y ambas tienen obligaciones que cumplir y cosas que hacer en el marco del matrimonio. Debes obrar según el rol que tengas. Sea cual sea este rol, has de hacer lo que te corresponde. Si no lo haces, significa que careces de la humanidad normal. En lenguaje coloquial, no vales ni un céntimo. Entonces, si alguien no vale ni un céntimo y aun así sigues estando a su merced y siendo voluntariamente su esclavo, eso es una necedad absoluta y te resta todo valor. ¿Qué tiene de malo creer en Dios? ¿Es tu creencia en Dios un acto de maldad? ¿Supone un problema leer las palabras de Dios? Hacer todas esas cosas es recto y honorable. ¿Qué demuestra el hecho de que el Gobierno persiga a las personas que creen en Dios? Demuestra que la humanidad es muy malvada, y representa a las fuerzas del mal y a Satanás. No representa a la verdad ni a Dios. Por consiguiente, creer en Dios no significa que estés por debajo de los demás ni que seas inferior a nadie. Todo lo contrario, tu creencia en Dios te hace ser más noble que la gente mundana, tu búsqueda de la verdad te convierte en honorable a ojos de Dios, y Él te considera la niña de Sus ojos. Sin embargo, te rebajas y te conviertes generosamente en esclavo de tu cónyuge con tal de halagar a la otra mitad de tu matrimonio. ¿Por qué no actúas así cuando cumples con el deber de un ser creado? ¿Por qué no eres capaz de gestionar eso? ¿Acaso no se trata de una expresión de la bajeza humana? (Sí).

Dios ha ordenado para ti el matrimonio a fin de que aprendas a cumplir con tus responsabilidades, a vivir apaciblemente junto a otra persona y a compartir la vida con esta, y de que experimentes cómo es compartir vida con tu pareja y aprendas a gestionar todo aquello que os vayáis encontrando juntos, de modo que tu vida crezca en riqueza y diversidad. Sin embargo, Él no te vende al matrimonio y, por supuesto, no te vende a tu pareja como si fueras su esclavo. No eres su esclavo, del mismo modo que tu pareja tampoco es tu amo. Sois iguales, solo tienes las responsabilidades de una mujer o un marido hacia tu pareja, y una vez cumples con ellas, Dios considera que eres un cónyuge satisfactorio. No hay nada que tu pareja tenga y tú no, y no eres peor que ella. Creer en Dios, perseguir la verdad, ser capaz de cumplir con tu deber, asistir a menudo a las reuniones, orar-leer las palabras de Dios y acudir ante Él son cosas que Dios acepta y que un ser creado debe llevar a cabo, y constituyen la vida normal que debe tener un ser creado. No hay nada vergonzoso en ello, ni tienes que sentirte en deuda con tu pareja porque vivas ese tipo de vida; no le debes nada. Si lo deseas, tienes la obligación de dar testimonio a tu pareja de la obra de Dios. Sin embargo, si no cree en Dios y no sigue la misma senda que tú, no hace falta ni tienes ninguna obligación de contarle o explicarle nada, ni de proporcionarle ninguna información sobre tu fe o la senda que sigues, y tampoco tiene ningún derecho a ese conocimiento. Su responsabilidad y obligación es apoyarte, animarte y defenderte. Si no puede hacerlo, carece de humanidad. ¿Por qué? Porque tú sigues la senda correcta, y por eso tu familia y tu pareja están bendecidos y disfrutan de la gracia de Dios junto a ti. Lo único justo es que tu cónyuge se sienta agradecido por ello, en lugar de discriminarte o acosarte a causa de tu fe o porque te estén persiguiendo, o de creer que deberías encargarte de más tareas del hogar y otras cosas, o que le debes algo. No le debes nada desde el punto de vista emocional ni espiritual, ni de ningún otro modo; te lo debe él a ti. Tu fe es el motivo de que disfrute de gracia y bendiciones adicionales por parte de Dios y de que obtenga tales cosas de manera excepcional. ¿Qué quiero decir con que “obtiene tales cosas de manera excepcional”? Alguien como él no merece tales cosas ni debería obtenerlas. ¿Por qué no? Como no sigue ni reconoce a Dios, recibe la gracia de la que disfruta a raíz de tu fe. Se beneficia a la vez que tú y disfruta contigo de las bendiciones, así que lo justo es que te lo agradezca. En otras palabras, ya que disfruta de esas bendiciones adicionales y esa gracia, debe cumplir más con sus responsabilidades y ser un mejor apoyo para ti en tu fe en Dios. Algunos negocios familiares funcionan bien y logran un gran éxito porque un integrante de la familia cree en Dios. Generan mucho dinero, la familia lleva una buena vida, disfruta de riqueza material y su calidad de vida aumenta. ¿Cómo surgieron todas esas cosas? ¿Podría conseguirlas tu familia si uno de sus miembros no creyera en Dios? Hay quien dice: “Dios ordenó que su destino fuera ser ricos”. No se equivoca, lo ordenó Dios, pero si en su familia no estuviera presente esa persona que cree en Él, el negocio no tendría semejante gracia ni estaría tan bendecido. Al tener cerca a ese creyente, a esa persona que tiene auténtica fe, que persigue con sinceridad a Dios y que está dispuesta a dedicarse y entregarse a Él, su cónyuge no creyente recibe de manera excepcional la gracia y las bendiciones. A Dios le resulta muy fácil hacer tal minucia. Aquellos que no creen siguen sin estar satisfechos, e incluso reprimen y acosan a los creyentes. La persecución a la que el país y la sociedad someten a los creyentes ya supone un desastre para estos, y sin embargo sus familiares van aún más lejos y ejercen mayor presión. Si, en tales circunstancias, sigues creyendo que los estás decepcionando y estás dispuesto a convertirte en un esclavo de tu matrimonio, has de saber que es algo que de ninguna manera deberías hacer. Que no apoyan tu creencia en Dios, de acuerdo; que no defienden tu creencia, de acuerdo también. Son libres de no hacerlo. Sin embargo, no deberían tratarte como a un esclavo por creer en Dios. No eres un esclavo, eres un ser humano, una persona digna y recta. Cuanto menos, eres un ser creado ante Dios, no el esclavo de nadie. Si has de ser esclavo de algo, que sea de la verdad, de Dios, no de una persona cualquiera, y ni mucho menos permitas que tu cónyuge sea tu amo. En lo que a relaciones mundanas se refiere, aparte de tus padres, tu cónyuge es lo más cercano que tienes en este mundo. No obstante, como crees en Dios, te trata como a un enemigo, te ataca y te hostiga. Se muestra contrario a que acudas a las reuniones y, en cuanto oye algún chisme, vuelve a casa para regañarte y tratarte mal. Incluso cuando estás orando o leyendo las palabras de Dios en casa sin que ello afecte para nada a su vida normal, te reprende y se enfrenta a ti igualmente, e incluso llega a golpearte. Decidme, ¿qué es eso? ¿Acaso no es un demonio? ¿Es esa la persona más cercana a ti? ¿Merece alguien semejante que cumplas ninguna responsabilidad hacia ella? (No). ¡Claro que no! Sin embargo, algunas personas que permanecen en esa clase de matrimonio continúan a merced de su pareja, dispuestas a sacrificarlo todo, incluido el tiempo que deberían pasar cumpliendo con su deber, la oportunidad de llevar a cabo este e incluso la de obtener la salvación. No deberían hacer esas cosas, y como poco, deberían renunciar a tales ideas. Aparte de a Dios, la gente no le debe nada a nadie. No les debes a tus padres, ni a tu marido, ni a tu mujer, ni a tus hijos, y mucho menos a tus amigos; no le debes nada a nadie. El origen de todo lo que la gente posee está en Dios, incluidos sus matrimonios. Si tenemos que hablar de deudas, la gente solo le debe a Dios. Por supuesto, Dios no exige que le retribuyas, solo que sigas la senda correcta en la vida. La principal intención de Dios respecto al matrimonio es que no pierdas la dignidad e integridad a causa de este, que no te conviertas en alguien que carezca de una senda correcta que perseguir, sin una perspectiva de vida o un rumbo de búsqueda propios; en una persona que llegue incluso a renunciar a perseguir la verdad, a la ocasión de lograr la salvación y a cualquier comisión o misión que Dios le encomiende, para en su lugar convertirte en un esclavo voluntario de tu matrimonio. Si es así como gestionas tu relación, hubiera sido mejor que no te casaras, y te habría ido mejor en la vida de soltero. Si no puedes deshacerte de esa clase de situación o estructura marital por mucho que hagas, lo mejor para ti sería desvincularte del matrimonio por completo y vivir como una persona libre. Como he dicho, el propósito de Dios al ordenar el matrimonio es que puedas tener una pareja, atravesar los altibajos de la vida y pasar por todas las fases de esta en su compañía, a fin de no estar ni sentirte solo en ninguna de ellas y de tener a alguien a tu lado en quien confíes tus pensamientos más profundos, que te consuele y te cuide. Sin embargo, Dios no usa el matrimonio para encadenarte ni atarte de pies y manos, de modo que no tengas derecho a elegir tu propia senda y te conviertas en esclavo de esa unión. Dios ha ordenado el matrimonio, y lo que ha dispuesto para ti es una pareja, no un amo, y no quiere que estés confinado en tu relación, sin tus propias aspiraciones y metas en la vida, sin un rumbo correcto en tus búsquedas y sin derecho a buscar la salvación. Por el contrario, estés casado o no, el mayor derecho que Dios te ha concedido es el de perseguir tus propias metas, establecer una perspectiva de vida correcta y buscar la salvación. Nadie puede arrebatarte ese derecho ni interferir en él, ni siquiera tu cónyuge. Entonces, aquellos que tengáis el rol de esclavo en vuestros matrimonios debéis desprenderos de esa manera de vivir. Despréndete de esas ideas o prácticas en las que deseas ser un esclavo en tu matrimonio y deja atrás esa situación. No permitas que tu pareja te constriña ni que te afecten, limiten, restrinjan o aten las emociones, puntos de vista, palabras, actitudes o incluso acciones de esta. Deja todo eso atrás y confía en Dios con valentía y audacia. Cuando quieras leer las palabras de Dios, hazlo; asiste a las reuniones cuando tengas que hacerlo, porque eres un ser humano, no un perro, y no necesitas que nadie regule tu comportamiento o te limite o controle tu vida. Es tu derecho elegir tus propias metas y el rumbo de tu vida; Dios te lo ha concedido, y caminas por la senda correcta. Lo más importante de todo es que, cuando la casa de Dios necesite que hagas un trabajo determinado, cuando te encargue un deber, has de renunciar a todo lo demás con obediencia, sin lugar a la elección ni reservas, y cumplir con el deber que te corresponde y llevar a cabo la misión que Dios te ha encomendado. Si ese trabajo te exige ausentarte de casa durante diez días o un mes, debes elegir cumplir bien con tu deber, llevar a cabo la comisión que Dios te ha encomendado y satisfacer el corazón de Dios: esa es la actitud, la determinación y el deseo que han de poseer quienes persiguen la verdad. Si ese trabajo requiere que te marches seis meses, un año o durante un periodo de tiempo indeterminado, debes obedientemente renunciar a tu familia y a tu cónyuge y marchar a cumplir la misión que Dios te ha encomendado. Esto es así porque en ese momento quien más te necesita es la obra de la casa de Dios y tu deber, no tu matrimonio ni tu pareja. Por consiguiente, no debes pensar que si estás casado debes ser esclavo de tu matrimonio, o que es una desgracia que este termine o se rompa. La verdad es que no se trata de una desgracia, y debes fijarte en las circunstancias en las que terminó la relación y cuál fue el arreglo de Dios. Si lo ordenó y rigió Dios, y no lo causó el hombre, será magnífico, un honor, porque habrás renunciado y puesto fin a tu matrimonio por una causa justa, en busca de satisfacer a Dios y cumplir tu misión como ser creado. Él lo recordará y aceptará, y por eso digo que es algo magnífico, no una desgracia. Aunque los matrimonios de algunas personas terminan porque su pareja las abandona o traiciona, o dicho coloquialmente, porque las plantan y les dan la patada, no tiene nada de vergonzoso. Al contrario, deberías decir: “Es un honor. ¿Por qué? Dios ordenó y determinó que mi matrimonio llegara hasta este punto y acabara así. La guía de Dios me llevó a dar este paso. Si Dios no hubiera propiciado que me echaran a la calle, yo no habría tenido ni la fe ni el coraje para dar este paso. ¡Gracias a la soberanía y la guía de Dios! ¡Toda la gloria sea para Dios!”. Es un honor. Puedes tener esa clase de experiencia en todo tipo de matrimonios, puedes elegir seguir la senda correcta bajo la guía de Dios, cumplir la misión que Él te ha encomendado, dejar a tu cónyuge partiendo de tal premisa y motivación, y dar por concluida tu relación conyugal, y eso es algo que merece una felicitación. Hay al menos una cosa que vale la pena celebrar, y es que ya no eres esclavo de tu matrimonio. Has escapado de la esclavitud de este, y ya no tienes que preocuparte, sentir dolor ni luchar porque seas esclavo de tu matrimonio y quieras liberarte de él pero no seas capaz de hacerlo. A partir de ese momento, has escapado, eres libre, y eso es algo bueno. Dicho esto, espero que aquellos cuyas relaciones hayan terminado de manera dolorosa en el pasado y aún estén sumidos en las tinieblas de este asunto puedan de verdad desprenderse de su matrimonio, de las sombras que este les ha dejado, del odio, de la rabia e incluso de la angustia que les ha producido, y ya no sientan dolor ni rabia por los sacrificios y esfuerzos que hicieron por su pareja y que esta les pagó con su infidelidad, su traición y su burla. Espero que dejes todo eso atrás, te alegres de no ser ya un esclavo de tu matrimonio, de no tener que hacer nada ni realizar sacrificios innecesarios por el amo que te esclavizaba, y en lugar de eso, bajo la guía y la soberanía de Dios, sigas la senda correcta en la vida, cumplas con tu deber como ser creado, y ya no estés contrariado ni tengas nada más de qué preocuparte. Por supuesto, no hay ya ninguna necesidad de preocuparse, inquietarse o angustiarse por tu cónyuge ni de ocupar la mente pensando en él. A partir de ahora todo irá bien, ya no necesitas discutir tus asuntos personales con él, ya no hace falta que te limite. Tan solo necesitas buscar la verdad, así como los principios y la base en las palabras de Dios. Ya eres libre y no eres esclavo de tu matrimonio. Es una suerte que hayas dejado atrás esa pesadilla, que te hayas presentado ante Dios sinceramente, que ya no te limite tu relación conyugal, y que dispongas de más tiempo para leer las palabras de Dios, asistir a reuniones y practicar la devoción espiritual. Eres completamente libre, sin tener que actuar de una determinada manera en función del estado de ánimo de nadie más, que escuchar ya las burlas de nadie ni que preocuparte por la actitud ni los sentimientos de nadie. Llevas vida de soltero, ¡es genial! Ya no eres un esclavo, puedes salir de ese entorno en el que tenías diversas responsabilidades que cumplir hacia la gente, puedes ser un auténtico ser creado, uno bajo el dominio del Creador, y cumplir con el deber que te corresponde como tal. ¡Qué maravilloso es hacer esto de una forma tan pura! Nunca más tendrás que discutir, preocuparte, molestarte, tolerar, soportar, sufrir o enfadarte por tu matrimonio, nunca más tendrás que vivir en ese ambiente odioso y en esa complicada situación. Es genial, todo eso es bueno y todo marcha bien. Cuando alguien se presenta ante el Creador, actúa y habla de acuerdo con las palabras de Dios y con los principios-verdad. Todo va bien, ya no surgen esas disputas turbias, y tu corazón puede apaciguarse. Todas esas cosas son buenas, pero es una lástima que algunas personas sigan dispuestas a ser esclavas en un entorno matrimonial tan detestable y no escapen ni lo dejen atrás. En cualquier caso, mantengo la esperanza de que, aunque no pongan fin a sus matrimonios y no vivan con rupturas conyugales a sus espaldas, al menos no sean esclavos en sus relaciones. Da igual quién sea tu cónyuge, qué talentos o humanidad posea, lo alto que sea su estatus o lo hábil y capaz que sea; sigue sin ser tu amo. Es tu cónyuge, tu igual. No es más noble que tú, no estás por debajo de él. Si no es capaz de cumplir con sus responsabilidades maritales, estás en tu derecho de reprendérselo, y es tu obligación gestionarlo y aleccionarlo. No te degrades a ti mismo ni permitas que se aproveche de ti porque creas que es demasiado poderoso o tengas miedo de que se canse de ti, te rechace o te abandone, o porque quieras mantener la continuidad de tu relación marital, al tiempo que te comprometes voluntariamente a ser su esclavo y la de tu matrimonio: eso no es lo apropiado. No es ese el comportamiento que se debe tener ni las responsabilidades que se han de cumplir en el marco del matrimonio. Dios no te pide que seas un esclavo ni tampoco que seas un amo. Lo único que te pide es que cumplas con tus responsabilidades, y es por ello que has de entender bien cuáles son las que debes cumplir en el matrimonio, y también se te requiere que entiendas bien y observes con claridad el rol que desempeñas en este. Si ese rol está distorsionado y no concuerda con la humanidad o con lo que Dios ha ordenado, debes examinarte a ti mismo y reflexionar sobre cómo salir de ese estado. Si se puede reprender a tu cónyuge, repréndele; si reprenderlo conlleva consecuencias desagradables para ti, debes tomar una decisión más prudente y adecuada. En cualquier caso, si deseas perseguir la verdad y alcanzar la salvación, debes renunciar a tus ideas o prácticas relacionadas con el hecho de ser un esclavo de tu matrimonio. No debes ser esclavo de tu matrimonio, sino que debes dejar atrás ese rol, convertirte en un ser humano auténtico, en un verdadero ser creado y, al mismo tiempo, cumplir con tu deber. ¿Lo has entendido? (Sí).

Acabamos de hablar acerca de la cuestión de que “la gente no debe ser esclava del matrimonio”, y les hemos dicho a las personas que deben desprenderse de los puntos de vista falaces sobre dicha unión. Es decir, algunos piensan que deben continuar con su matrimonio y hacen todo lo posible para impedir que este se rompa y se termine. A fin de conseguir su objetivo, realizan concesiones. Prefieren sacrificar muchas de sus aspiraciones positivas con tal de conservar su matrimonio, y están dispuestos a ser esclavos de este. Esta gente malinterpreta la existencia y la definición del matrimonio, y su actitud hacia él es la equivocada. Por consiguiente, han de desprenderse de tales pensamientos y puntos de vista erróneos, apartarse de esa clase de estado marital distorsionado, adoptar el enfoque adecuado al respecto y lidiar correctamente con esos problemas que afloran en el matrimonio; esa es la tercera renuncia que deben hacer las personas en relación con el matrimonio. A continuación, compartiremos sobre la cuarta cuestión que afecta a una relación conyugal: el matrimonio no es tu destino. Esto también es un problema. El hecho de que compartamos sobre esta cuestión demuestra que es un problema representativo como parte de las situaciones que se dan actualmente en las relaciones conyugales de las personas. Existe en todo tipo de circunstancias maritales. Además, también es una clase de actitud que la gente adopta hacia el matrimonio o un tipo de forma de vida, por lo que debemos hablar de este tema y dejarlo claro. Después de casarse, algunas mujeres creen que han encontrado al hombre perfecto. Les parece que pueden apoyarse y confiar en él, que puede ser un firme sostén para ellas en su senda de vida, y que se mostrará sólido y confiable cuando lo necesiten. Algunos hombres creen haber encontrado a la mujer adecuada. Es bella y generosa, amable y considerada, virtuosa y comprensiva. Creen que con ella tendrán una vida estable y un hogar tranquilo y acogedor. Al casarse, todo el mundo se cree afortunado y feliz. En esos momentos, la mayoría piensa que su pareja es un símbolo de la vida futura que ha elegido y que, por supuesto, su matrimonio es el destino que busca en esta vida. ¿Qué quiere decir eso? Significa que todos aquellos que se casan creen que el matrimonio es su destino, y una vez que lo contraen, que ese matrimonio es su destino. ¿Qué significa “destino”? Significa un punto de apoyo. Confían sus perspectivas, su futuro y su felicidad tanto a su matrimonio como a la pareja con la que se han casado, y de ahí que piensen que después de casarse nunca más les faltará de nada ni tendrán más preocupaciones. Esto se debe a que consideran que ya han encontrado su destino, y este lo conforman tanto su pareja como el hogar que construyen junto a esa persona. Al haber encontrado su destino, ya no necesitan perseguir ni esperar nada. Naturalmente, si se mira desde las posturas y los puntos de vista de la gente con respecto al matrimonio, eso es algo que resulta beneficioso para la estabilidad de la estructura conyugal. Al menos, si un hombre o una mujer tienen una pareja fija del género opuesto como cónyuge, dejarán de tener aventuras amorosas o de entablar nuevas relaciones sexuales con el género contrario, lo cual es beneficioso para la mayor parte de las parejas matrimoniales. Como mínimo, su corazón disfrutará de estabilidad en lo que respecta a las relaciones, se sentirá atraído hacia una pareja estable del sexo opuesto y se asentará en un entorno de vida básico con un cónyuge fijo, y eso es bueno. Sin embargo, si alguien se casa y considera el matrimonio como su destino, al tiempo que estima que todas sus aspiraciones, su perspectiva de vida, la senda que sigue en ella y lo que Dios exige de él son cosas superfluas relegadas a su tiempo libre, significa que tener imperceptiblemente el matrimonio como su destino no es algo bueno; al contrario, se convierte en un obstáculo, una barrera y un impedimento para alcanzar las metas correctas en la vida, para fijar una perspectiva de vida adecuada e incluso para buscar la salvación. El motivo es que, cuando alguien que se casa considera a su pareja como su destino y su devenir en esta vida, cree que las diversas emociones de su cónyuge, su felicidad e infelicidad, guardan relación con las suyas, y que su propia felicidad, infelicidad y otras emociones que experimenta están relacionadas con su pareja y, por lo tanto, la vida, la muerte, la felicidad y la alegría de su cónyuge van ligadas a las suyas. Así pues, la creencia de estas personas de que el matrimonio es el destino de su vida hace que su búsqueda de su senda de vida, de las cosas positivas y de la salvación sea muy lenta y pasiva. Si la pareja de alguien que sigue a Dios en su matrimonio escoge no seguirlo y prefiere perseguir cosas mundanas, esta decisión provoca un fuerte impacto en su pareja creyente. Por ejemplo, la esposa piensa que debe creer en Dios y perseguir la verdad, y que ha de renunciar a su trabajo y cumplir con su deber, entregarse y dedicarse a la casa de Dios, mientras que su esposo opina: “Creer en Dios es algo bueno, pero tenemos que vivir. Si los dos cumplimos con nuestro deber, ¿quién ganará dinero? ¿Quién traerá el pan a casa? ¿Quién mantendrá a la familia?”. Partiendo de esa perspectiva, él elige seguir trabajando y persiguiendo las cosas mundanas. No dice que no crea en Dios ni tampoco lo contrario. La esposa creyente siempre piensa: “Mi marido es mi destino. Estoy bien solo si él está bien. Si no, entonces yo tampoco estoy bien. Somos como saltamontes unidos con una misma cuerda. Compartimos las mismas alegrías y penas, y vivimos y morimos juntos. Yo voy donde él vaya. Ahora no estamos de acuerdo en qué senda elegir y han empezado a aparecer fisuras. ¿Cómo podemos reconciliarnos? Yo quiero seguir a Dios, pero a él no le interesa la fe. Si no cree en Dios, yo no podré progresar en mi propia fe y ya no me apetecerá seguir a Dios. Esto es así porque desde el principio lo consideré mi cielo, mi porvenir. No puedo dejarle. Si él no cree en Dios, ninguno de los dos creeremos, y si cree, entonces los dos lo haremos. Si él no cree en Dios, me parecerá que me falta algo, como si me hubieran arrancado el alma”. Este asunto le provoca ansiedad y preocupación todo el tiempo. Ora a menudo, con la esperanza de que su marido sea capaz de creer en Dios. Pero por mucho que ore, a él nada lo conmueve y jamás llega a creer en Dios. Se siente angustiada. ¿Qué puede hacer al respecto? No puede hacer nada, así que realiza un último intento, y cuando su marido está en casa, lo lleva a leer las palabras de Dios. El hombre las lee y la escucha mientras ella también lo hace sin mostrar rechazo, pero no participa activamente en la charla. Como son marido y mujer, no discute con ella. Cuando le pide que aprenda a cantar los himnos, se deja llevar y aprende a entonarlos, y después no dice si se los ha aprendido enteros ni si le gustan. Cuando le pide que asista a las reuniones, a veces acude junto a su esposa si tiene tiempo libre, pero normalmente está ocupado trabajando y ganando dinero. Nunca menciona nada relacionado con la fe en Dios, nunca toma la iniciativa para pedir asistir a una reunión o cumplir con un deber. En resumen, su respuesta ante todo el asunto es tibia. No se opone a la creencia en Dios, pero tampoco la apoya, y no muestra qué actitud tiene al respecto. La mujer que cree en Dios se toma esto muy a pecho, lo recuerda y dice: “Como somos una pareja casada y formamos una familia, si yo entro en el reino, él también debe entrar. Si no me sigue en mi fe, no podrá entrar en el reino ni alcanzar la salvación, y entonces yo tampoco querré seguir viviendo y desearé la muerte”. Aunque todavía no está muerta, siempre tiene en su corazón esa sensación de preocupación, dolor y tormento por este asunto, y piensa: “Si un día llegan los desastres y él perece en ellos, ¿qué será de mí? Ahora hay una epidemia muy grave. Si él sucumbe a esa enfermedad, yo dejaré de vivir. Él no dice ser contrario a mi creencia en Dios, pero ¿qué haré si un día empieza a decirme que no quiere que siga creyendo?”. Teme que, cuando llegue ese momento, siga a su marido y tome la decisión de no creer en Dios y traicionarlo. En su corazón, su marido es su alma, su vida; más aún, es su cielo, su todo. El marido que ella lleva en su corazón es quien más la ama, y ella es quien más ama a su marido. Sin embargo, ahora se enfrenta a un problema: ¿qué pasará si él se opone a su creencia en Dios y de nada sirven sus oraciones? Esto le inquieta mucho. Cuando se le exige que vaya a cumplir con su deber fuera de casa, aunque ella también desea cumplir con su deber en la casa de Dios, al enterarse de que para hacerlo debe dejar su hogar y viajar lejos, que ha de permanecer mucho tiempo fuera, siente una angustia indecible. ¿Por qué? Le preocupa que, si se marcha, su esposo no tenga a nadie que cuide de él, echarlo de menos y no poder evitar preocuparse por él. La invadirá la inquietud y la añoranza, e incluso tendrá la sensación de que no puede vivir sin tener a su marido a su lado, que perderá la esperanza y el rumbo en la vida, y que tampoco podrá cumplir con su deber con toda su alma. Basta que lo piense para que le duela el corazón, poco importa que esto ocurra de verdad. Por eso nunca se atreve a preguntar en la iglesia si puede cumplir con su deber en otro lugar, o si hay algún puesto que requiera pasar mucho tiempo fuera y pernoctar lejos de casa; no se atreve a presentarse para un trabajo así ni a aceptar una solicitud semejante. Simplemente, hace todo lo que está en su mano, como hacerles llegar cartas a sus hermanos y hermanas, o a veces los recibe en su casa como anfitriona de las reuniones, pero nunca se atreve a separarse de su marido durante un día entero. Si se da alguna circunstancia especial y él tiene que marcharse a un viaje de negocios o ausentarse unos días, se pasa llorando en casa los dos o tres días anteriores a su marcha, hasta que se le hinchan los ojos como tomates. ¿Por qué llora? Le preocupa que su marido muera en un accidente de avión y que ni siquiera aparezca su cuerpo, ¿y qué hará ella entonces? ¿Cómo vivirá y pasará los días? Desaparecerá su cielo, será como si le hubieran robado el corazón. Solo de pensarlo le sobreviene un miedo terrible, y por eso llora tanto. Su marido ni siquiera se ha ido aún y ella lleva dos o tres días entre sollozos, y seguirá llorando hasta su vuelta. Llora tanto que él se enfada y dice: “¿Qué diantres le pasa? Todavía no me he muerto y ya está llorando. ¿Me está maldiciendo para que me muera?”. No puede hacer nada, ella no deja de llorar y le dice: “No quiero que te vayas, no quiero perderte de vista”. Pone su suerte y su destino en manos del marido con el que contrajo matrimonio, y por muy tonta o infantil que sea esa forma de actuar, no cabe duda de que hay gente así. ¿Quiénes son más propensos a comportarse de ese modo? ¿Los hombres o las mujeres? (Las mujeres). Ellas pueden ser algo más débiles, así que hay más mujeres de ese estilo. Ya sea el hombre o la mujer el que abandone a su pareja, ¿puede el otro seguir viviendo? (Sí). Da igual quién deje a quién, ¿acaso es algo que puedas elegir? ¿Es algo que puedas controlar? (No). No es algo que puedas controlar, así que estás perdido en estúpidas fantasías y lloros, y te sientes molesto, preocupado y dolido. ¿Qué sentido tiene eso? (Ninguno). Esas personas creen que poder mirar a su pareja, tomarla de la mano y vivir con ella significa contar con un apoyo para toda la vida, lo que les aporta alivio y consuelo. Creen que la comida y la ropa no serán una preocupación, que no tendrán ninguna otra inquietud y que su pareja es su destino. Los incrédulos tienen el siguiente dicho: “Si te tengo en esta vida, no necesito nada más”. Así se sienten esas personas respecto a su matrimonio y su pareja en lo más profundo de su corazón; están felices cuando su pareja lo está, inquietas cuando su cónyuge está preocupado, y sufren cuando el otro también lo hace. Si su pareja muere, ya no quieren vivir más. ¿Y si su cónyuge se va y se enamora de otra? ¿Qué harían entonces? (No querrían vivir). Algunas renuncian a la vida y se suicidan, y otras pierden la cabeza. Decidme, ¿de qué va todo esto? ¿Qué clase de persona pierde la cabeza? Perder la cabeza demuestra que están poseídas. Algunas mujeres creen que su marido es su destino en la vida, y que una vez que han encontrado a un hombre así, nunca más volverán a amar a otro. Según una mujer así: “Si lo tengo a él en esta vida, no necesito nada más”. No obstante, su marido la decepciona, se marcha y ahora ama a otra, y ya no quiere saber nada de ella. ¿Qué pasa entonces? Empieza a odiar a absolutamente todos los miembros del sexo opuesto. Cuando ve a otro hombre, quiere escupirle, maldecirlo y golpearlo. Desarrolla tendencias violentas y se le distorsiona el sentido de la razón. Algunas llegan a perder la cabeza del todo. Estas son las consecuencias de que la gente no entienda correctamente el matrimonio.

Esta gente contempla el matrimonio como un símbolo de su exitosa búsqueda de la felicidad, además de como un destino y una meta en la vida que llevan mucho tiempo soñando y ahora han alcanzado. Para ellas, el matrimonio es el último de sus objetivos de vida, y sus aspiraciones en cuanto a este son compartir con su pareja los días que le queden, envejecer juntos, y vivir y morir juntos. Para constatar el pensamiento y la idea de que su matrimonio es su destino, hacen muchas cosas en la vida de casados que exceden a la racionalidad y el alcance de las responsabilidades de una persona, algunas tan extremas que llegan a perder la integridad, la dignidad y las metas que persiguen. Por ejemplo, siempre están pendientes de con quién está su pareja todos los días, qué hace cuando sale, si entabla algún contacto con otros miembros del sexo opuesto y si tiene interacciones o relaciones amistosas con mujeres que vayan más allá del ámbito de la amistad. También están las que se pasan mucho tiempo observando y poniendo a prueba la actitud de su pareja hacia ellas para certificar que las sigue teniendo en mente y amando. Asimismo, hay algunas mujeres que huelen la ropa de sus maridos cuando llegan a casa, comprueban que esta no presenta cabellos de otra y les revisan la camisa en busca de marcas de carmín. Además, les registran el teléfono para ver si encuentran números de mujeres que les resulten desconocidos, incluso comprueban cuántos contactos tienen, con quién se relacionan y si lo que les dicen cuando los llaman a diario es cierto. Por ejemplo, una mujer llama al marido y le pregunta: “¿Dónde estás? ¿Qué haces?”. Él responde: “Estoy en el trabajo, revisando documentos”. Ella le dice: “Hazle una foto a los documentos y mándamela”. Su marido hace lo que le pide y ella entonces le pregunta: “¿Quién está contigo en la oficina?”. Él contesta: “Estoy solo”. Ella insiste: “¿Me haces una videollamada para que vea quién más hay en la oficina?”. Él la llama y ella ve lo que parece ser una silueta de mujer alejándose, así que le acusa: “No es cierto. ¿Quién es esa mujer?”. Él responde: “Solo es la limpiadora”, a lo que ella contesta: “Ah, de acuerdo”. Solo entonces se relaja. Las personas así comprueban el teléfono de su marido, su paradero y qué está haciendo a todas horas del día. Tienen unas expectativas muy altas respecto a su matrimonio y unos sentimientos de inseguridad incluso mayores. Por supuesto, albergan un tremendo deseo de poseer y controlar a su cónyuge. Dado que están convencidas de que él es su destino y la persona con la que deben estar toda su vida, no pueden de ninguna manera permitir que suceda ningún desliz ni aparezca la menor fisura en el matrimonio, ni siquiera el más mínimo pequeño defecto o complicación; les es imposible tolerarlo. Así que dedican gran parte de su energía a vigilar a su pareja, a analizarla, a indagar sobre sus movimientos y su paradero y a controlarla. Por encima de todo, lo que son incapaces de soportar es que su cónyuge tenga una aventura. Montan una escena, se retuercen, lloran, arman un escándalo y amenazan con el suicidio. Algunas llegan a traer sus problemas a las reuniones y discuten estrategias con los hermanos y hermanas. Dicen: “Es mi primer amor, el hombre al que más quiero. No he tomado de la mano ni tocado la piel de otro en toda mi vida. Él es el único, es mi cielo y el hombre destinado a mí en esta vida. Se ha ido con otra y soy incapaz de asimilar lo que me ha hecho”. Alguien le dice: “¿De qué te sirve no poder asimilarlo? ¿Puedes cambiar lo que ha ocurrido? Los demás se dieron cuenta hace mucho de esa predilección de tu marido”. Ella responde: “Tenga o no esa predilección, yo no puedo aceptar lo que ha sucedido. ¿Quién me ayuda a encontrar una manera de castigarlo y tratar de impedir que su amante ocupe mi lugar?”. Ya veis, está tan alterada que trae sus problemas a las reuniones y habla de ellos. ¿Eso es compartir? Eso es desahogarse con comentarios inapropiados, lanzar mensajes negativos y propagar información negativa. Es asunto tuyo, y si te vas a casa, cierras la puerta, le golpeas y te pones a discutir con él, es cosa tuya, pero no debes presentarte en las reuniones con tus problemas ni hablar de ellos. Si quieres buscar la verdad en una reunión, puedes decir: “Me ha ocurrido esto, ¿cómo puedo salir adelante de esta situación y no verme limitada por mi esposo? ¿Cómo hago para que este tema no afecte a mi fe en Dios y al cumplimiento de mi deber?”. Está bien que busques la verdad, pero lo que no debes hacer es ir a una reunión y hablar sobre tus disputas. ¿Por qué no? Te has topado con este problema y ahora te encuentras en las circunstancias de vida actuales a causa de tu entendimiento incorrecto del matrimonio. Por consiguiente, quieres compartir tales conflictos y sus consecuencias ante tus hermanos y hermanas, y eso no solo causa un impacto en los demás, sino que tampoco te beneficia a ti. Aunque hables sobre tus desavenencias, la mayoría de la gente no entiende la verdad ni tiene estatura, y la única ayuda que pueden ofrecerte es sugerirte alguna idea y hacer un análisis de lo sucedido. No solo es que no puedan ayudarte a lograr nada positivo, sino que consiguen todo lo contrario: empeorar las cosas y aumentar la gravedad y complicación del problema. La mayoría de las personas están confusas y no entienden la verdad ni las intenciones de Dios. ¿Acaso dichas personas son capaces de proporcionarte una ayuda que te resulte beneficiosa y tenga valor? Alguien dice: “Siempre serás su mujer a ojos de la ley. La maldad nunca puede vencer a la justicia”. ¿Es esa la verdad? (No). Otro dice: “Ponte en tu sitio y que su amante se quede en el suyo. ¡Entonces veremos si ocupa tu lugar!”. ¿Es esa la verdad? (No). ¿Te alegra oír a la gente decir esas cosas o te pone furiosa? ¿Te las dicen para enojarte o para que entiendas la verdad y tengas una senda de práctica? Alguien afirma: “Lo comprendo perfectamente. Hoy en día no quedan hombres buenos. Cualquiera con dinero se vuelve malo”. ¿Es esa la verdad? (No). Y entonces otro dice: “No debes tolerarlo. Has de hacerle saber a esa amante que no te dejarás avasallar tan fácilmente. Demuéstrale quién manda. Preséntate en su trabajo y cuéntaselo a todo el mundo; monta una escena y di que es la amante de tu marido. Eres su mujer ante la ley y seguro que todo el mundo se pone de tu parte y no de la suya. Oblígala a quitarse del medio y apartarse”. ¿Es esa la verdad? (No). ¿Acaso estas afirmaciones no son un reflejo de las comprensiones falaces que tiene la mayoría de la gente? (Sí). Alguien más alza la voz, de un modo un tanto reservado, y dice: “Ha estado contigo toda la vida. ¿Todavía no estás harta de él? Si quiere estar con otra, deja que lo haga. Mientras lleve dinero a casa y tengas para comer y beber, bastará, ¿no crees? Deberías estar contenta, ya no lo tendrás siempre ahí molestando. ¿No es suficiente con que siga volviendo a casa y reconociendo que es su hogar? ¿Qué te tiene tan enfadada? En realidad, estás sacando provecho de esto”. Suena reconfortante, ¿pero es esa la verdad? (No). ¿Acaso una persona decente diría alguna de esas cosas? (No). Cuando la intención no es la de sembrar la discordia o provocar un enfrentamiento, es la de calmar las cosas y adquirir un compromiso carente de principios. ¿Existe en lo anterior una sola palabra que refleje una perspectiva correcta y acorde con la verdad que debería adoptar la esposa con respecto al asunto? (No). ¿Acaso no dice la mayoría de la gente cosas semejantes? (Sí). ¿Qué prueba esto? (Que la mayoría de la gente está bastante confusa, y que las ideas que propone no sirven de ayuda). La mayoría de la gente está confusa y no persigue ni comprende la verdad. En cualquier caso, no entienden qué es la verdad ni qué le demanda Dios al hombre. En cuanto al tema concreto del matrimonio, la gente simplemente no entiende cómo debe abordar los problemas que surgen en este a partir de la definición y las palabras de Dios sobre el matrimonio, de una manera que se ajuste a Sus intenciones y no desemboque en impulsividad.

Sea cual sea el problema que te encuentres, ya sea grande o pequeño, debes enfocarlo con las palabras de Dios como base y la verdad por criterio. Así pues, ¿qué base tienen las palabras de Dios respecto a estos problemas que se dan en el matrimonio? ¿Cuál es el criterio de la verdad? Tu cónyuge no es fiel a tu matrimonio, y ese es su problema. Sin embargo, no puedes permitir que ese problema impida que adoptes la actitud correcta y el sentido de la responsabilidad hacia el matrimonio. Él es el transgresor, pero no puedes tolerar que sus transgresiones afecten a la actitud que tú has de tener con respecto al matrimonio. Crees que él es tu destino, pero eso es solo algo que tienes en la cabeza, y de hecho no es así. Dios tampoco requirió ni ordenó nunca que esto fuera así. Lo que sucede es que insistes en creer que él es tu destino, tu alma gemela, y lo haces desde el afecto, desde el deseo humano, y siendo más precisos, desde la impulsividad humana. Es una equivocación que insistas en tal creencia. Da igual en qué creyeras antes, en todo caso debes cambiar ahora de rumbo y observar cuáles son los pensamientos y actitudes correctos que Dios exige que tengan las personas. ¿Cómo debes afrontar el hecho de que tu cónyuge te haya sido infiel? No deberías discutir ni causar problemas, así como tampoco montar una escena ni retorcerte por el suelo. Cuando te suceda algo así, debes entender que el cielo no se va a desplomar ni el sueño de tu destino se va a destruir, ni por supuesto significa que tu matrimonio deba acabarse ni romperse, y ni mucho menos quiere decir que tu relación haya fracasado o haya llegado al final del camino. Lo que pasa es que todas las personas tienen actitudes corruptas, y como están influenciadas por las tendencias perversas y las prácticas comunes del mundo y no tienen inmunidad para defenderse contra esas tendencias perversas, no pueden evitar cometer errores, ser infieles, tener una aventura en sus matrimonios y decepcionar a su pareja. Si contemplas el problema desde esa perspectiva, no es para tanto. Todas las familias maritales están influenciadas por el entorno general del mundo y por las tendencias perversas y las prácticas comunes de la sociedad. Asimismo, desde una perspectiva individual, las personas tienen deseos sexuales, y también influye en ellas ese fenómeno de las aventuras amorosas entre hombres y mujeres que se ve en las películas y las series de televisión, así como la tendencia de la pornografía en la sociedad. A la gente le resulta complicado atenerse a los principios que deben defender. En otras palabras, les cuesta mantener una base moral. Se rompen con facilidad los límites del deseo sexual, que en sí mismo no es corrupto, pero las actitudes de la gente sí lo son, y si a ello le sumamos que las personas viven en este tipo de entorno general, es fácil que cometan errores en las relaciones entre hombres y mujeres, y eso es algo que debes entender con claridad. Nadie con una actitud corrupta puede resistirse a la tentación o la seducción en esta clase de entorno general. El deseo sexual humano puede desbordarse en cualquier momento y lugar, y así es como la gente cae en la infidelidad cuando y donde sea. El motivo no es que exista un problema con el deseo sexual en sí, sino que algo falla en las personas. Se servirán de sus deseos sexuales para hacer cosas que provoquen que pierdan su moralidad, ética e integridad, como ser infieles, tener aventuras, amantes, etcétera. Si como creyente en Dios puedes considerar esas cosas de manera correcta, deberías gestionarlas con racionalidad. Eres un ser humano corrupto, y él también lo es, así que no debes exigirle que sea como tú y se mantenga fiel solo porque tú seas capaz de hacerlo, ni tampoco pedirle que no sea nunca infiel. Cuando suceda algo semejante, debes afrontarlo de la manera adecuada. ¿Por qué? Todo el mundo tiene la oportunidad de encontrarse en tal entorno o con esa tentación. No importa que vigiles a tu cónyuge como un halcón que vigila a su presa; cuanto más de cerca lo vigiles, más rápido y antes pasará lo que tenga que pasar. Esto se debe a que todo el mundo tiene actitudes corruptas y vive en el entorno general de una sociedad perversa, y hay muy pocas personas que no sean promiscuas. Lo único que les impide serlo es su situación o su estado. No hay muchas cosas en las que los humanos sean superiores a las bestias. Al menos, una bestia reacciona con naturalidad a sus instintos sexuales, pero no sucede lo mismo con los seres humanos. Estos pueden caer de manera consciente en la promiscuidad y el incesto; solo las personas pueden sucumbir a la promiscuidad. Por lo tanto, en el entorno general de esta sociedad perversa, no solo aquellos que no creen en Dios pueden hacer estas cosas, sino que prácticamente cualquiera es capaz de ello. Es un hecho irrebatible y un problema ineludible. Entonces, ya que una cosa así puede sucederle a cualquiera, ¿por qué no permites que le suceda a tu marido? En realidad, es algo muy normal. Lo que pasa es que estás tan implicada emocionalmente con él que, cuando rompe contigo y te deja, no eres capaz de superarlo ni soportarlo. Si algo así le pasara a otra, sonreirías irónicamente y pensarías: “Es normal. ¿Acaso no es así todo el mundo en la sociedad?”. ¿Cómo es ese dicho? ¿Ese de un pastel? (Todo el mundo quiere su pedazo de pastel, y también comérselo). No son más que palabras y elementos populares propios de las tendencias perversas del mundo. Para un hombre, es algo digno de admiración. Si no tuviera pastel ni pudiera comerse ninguno, se evidenciaría su incapacidad y la gente se reirá de él. Así pues, cuando le sucede algo así a una mujer, puede montar una escena, retorcerse, descargar su rabia, llorar, crear problemas, dejar de comer por lo que ha ocurrido, querer ir en busca de la muerte, colgarse de una cuerda y suicidarse. Algunas se enfadan tanto que pierden la cabeza. Esto está relacionado de un modo imperceptible con su actitud hacia el matrimonio, y por supuesto también de manera directa con su idea de que “su esposo es su destino”. La mujer cree que, al romper su matrimonio, su marido ha destruido la encomienda y esa maravillosa aspiración de su destino de vida. El hecho de que él fuera el primero en destruir el equilibrio de la relación y en romper las reglas, ya que la dejó, vulneró los votos del matrimonio y tornó su precioso sueño en una pesadilla, hace que ella se exprese así y se precipite a tales conductas extremas. Si la gente aceptara de Dios el correcto entendimiento del matrimonio, se comportaría de manera un tanto más racional. Cuando a alguien normal le suceda algo así, sentirá dolor, llorará y sufrirá, pero cuando se calme y piense en las palabras de Dios, en el entorno general de la sociedad, y luego en la situación actual, en el hecho de que todo el mundo tiene actitudes corruptas, afrontará el asunto de manera racional y correcta, y lo dejará atrás en lugar de aferrarse a él como un perro a su hueso. ¿A qué me refiero con “dejarlo atrás”? Quiero decir que, ya que tu marido ha hecho eso y ha sido infiel en tu matrimonio, debes aceptarlo, sentarte con él para hablar de ello y preguntarle: “¿Qué planes tienes? ¿Qué vamos a hacer ahora? ¿Vamos a continuar con nuestro matrimonio o vamos a darlo por terminado y vivir por separado?”. Sentaos y hablad, no hace falta pelearse ni causar problemas. Si tu marido insiste en acabar con la relación, no pasa nada. Los incrédulos suelen decir: “Hay muchos peces en el mar”, “Los hombres son como los autobuses, siempre pasa otro pronto”, y hay otro dicho parecido, ¿cuál es? “No renuncies a todo el bosque por culpa de un solo árbol”. Y no es solo que ese árbol sea feo, además está podrido por dentro. ¿Tienen razón estos dichos? Son cosas de las que se sirven los incrédulos para consolarse, pero ¿tienen algo que ver con la verdad? (No). ¿Cuál debería ser entonces el pensamiento y el punto de vista correctos? Cuando experimentes un suceso de ese tipo, lo primero es evitar la impulsividad. Debes contener la rabia y decir: “Vamos a calmarnos y hablar. ¿Qué planes tienes?”. Él contesta: “Mi idea es seguir intentándolo contigo”. Y tú entonces le respondes: “Si es así, sigamos intentándolo. No tengas más aventuras, cumple con tus responsabilidades como marido y podremos dar este asunto por zanjado. Si no eres capaz de eso, romperemos y separaremos nuestros caminos. Puede que Dios haya ordenado que nuestro matrimonio acabe aquí. Si es así, estoy dispuesta a someterme a lo que Él ha dispuesto. Puedes seguir el camino ancho; yo seguiré la senda de la fe en Dios y no nos perjudicaremos el uno al otro. Yo no te obstaculizaré y tú no deberías limitarme. Mi suerte no depende de ti y tú no eres mi destino. Dios decide por mí ambas cosas. La parada a la que llegue en esta vida será la última, y supondrá alcanzar mi destino. Debo preguntarle a Dios, Él lo sabe, Él tiene la soberanía, y deseo someterme a Sus instrumentaciones y arreglos. En cualquier caso, si no quieres continuar con nuestro matrimonio, nos separaremos en paz. Aunque no tengo ninguna habilidad en particular y esta familia depende de ti en lo económico, puedo seguir viviendo sin ti y me irá bien. Dios no permite que un gorrión se muera de hambre, así que imagina lo que hará por mí, un ser humano vivo. Tengo manos y pies, y puedo cuidar de mí misma. No tienes que preocuparte. Si Dios ha ordenado que esté sola el resto de mis días sin ti a mi lado, estoy dispuesta a someterme y a aceptar ese hecho sin quejarme”. ¿Acaso no es bueno afrontar así la situación? (Sí). Es estupendo, ¿verdad? No hace falta discutir ni pelearse, y mucho menos ocasionar infinitos problemas al respecto y que todo el mundo se acabe enterando; no es necesario hacer nada de eso. Un matrimonio solo es asunto tuyo y de tu marido, de nadie más. Si surge algún conflicto entre vosotros, los dos debéis resolverlo y afrontar las consecuencias. Como alguien que cree en Dios, debes someterte a Sus instrumentaciones y arreglos sin que importe el desenlace. Por supuesto, en lo que respecta al matrimonio, no importan las fisuras que aparezcan o qué consecuencias se produzcan, tanto si este continúa como si no, y ya te embarques en una nueva vida en tu relación o esta termine en ese preciso instante, tu matrimonio no es tu destino, como tampoco lo es tu esposo. Apareció en tu vida y tu existencia porque Dios lo ordenó y para desempeñar el rol de compañero en tu camino por la vida. Si te puede acompañar hasta el final del camino y llegar hasta allí contigo, entonces no existe nada mejor que eso, y deberías agradecerle a Dios por Su gracia. Si aparece un problema durante el matrimonio, si surgen fisuras o algo que no te guste y al final la relación llega a su fin, no significa que ya no tengas un destino, que tu vida se haya sumido en la oscuridad o que no haya luz ni tengas futuro. Puede que el fin del matrimonio suponga el comienzo de una vida más maravillosa. Todo está en manos de Dios, y Él se encarga de instrumentarlo y arreglarlo. Es posible que el fin de tu matrimonio te aporte una mayor comprensión y apreciación de este, un entendimiento más profundo. Desde luego, podría convertirse en un importante punto de inflexión para tus objetivos vitales, el rumbo de tu vida y la senda por la que caminas. No te aportará recuerdos sombríos y ni mucho menos dolorosos, así como tampoco experiencias y resultados negativos, sino más bien experiencias positivas y activas que no podrías haber tenido si siguieras casado. Si tu matrimonio continuara, tal vez vivirías para siempre esa vida vulgar, mediocre y deslucida hasta el fin de tus días. El hecho de que la relación se rompa y termine no es necesariamente algo malo. Antes te limitaban la felicidad y las responsabilidades de tu matrimonio, así como las emociones o la manera de vivir siempre pendiente de tu cónyuge, de atenderlo, tenerlo en consideración, cuidarlo y preocuparte por él. Sin embargo, a partir del día en que termina tu matrimonio, todas las circunstancias de tu vida, tus objetivos de supervivencia y tus búsquedas vitales experimentan una transformación profunda y completa, y hay que precisar que esta se produce a raíz del fin de tu relación. Es posible que Dios quiera que obtengas ese resultado, ese cambio y esa transición mediante el matrimonio que ha ordenado para ti, y tal es la intención de Dios al guiarte a poner fin a este. Aunque te hayan herido y hayas tomado una senda tortuosa, y a pesar de que hayas tenido que hacer algunos sacrificios y concesiones innecesarios dentro del marco del matrimonio, lo que al final recibes no se puede obtener en la vida conyugal. Por lo tanto, sea como fuere, lo correcto es desprenderse del pensamiento y la opinión de que “el matrimonio es tu destino”. Tanto si tu relación conyugal continúa como si está experimentando una crisis o ruptura o ya se ha terminado, sea cual sea la situación, el matrimonio en sí mismo no es tu destino. Eso es algo que la gente debe entender.

Nadie debería albergar ni el pensamiento ni el punto de vista de que “el matrimonio es el destino de una persona”. Esto supone una gran amenaza para tu libertad y tu derecho a elegir tu senda en la vida. ¿A qué me refiero con “amenaza”? ¿Por qué uso esta palabra? Quiero decir que, cada vez que hagas una elección, digas algo o aceptes cualquier punto de vista, si guarda relación con la felicidad conyugal o con la integridad de tu matrimonio, o incluso con la idea de que tu pareja sea tu destino y tu principal apoyo, estarás atado de pies y manos e incluso serás muy cauto y cuidadoso. De manera imperceptible, ese pensamiento y ese punto de vista limitarán o incluso llegarán a despojarte de tu libre albedrío y de tu derecho a escoger tu senda en la vida y a perseguir las cosas positivas y la verdad, y por lo tanto irá disminuyendo gradualmente la frecuencia con la que te presentes ante Dios. ¿En qué se traduce el hecho de que irá disminuyendo la frecuencia con la que te presentes ante Dios? Tus esperanzas de lograr la salvación decrecerán y las circunstancias de tu vida serán miserables, lamentables, oscuras y sórdidas. ¿Y eso por qué? Porque has depositado todas tus esperanzas, tus expectativas y los objetivos y el rumbo de tu vida en la pareja con la que te casaste, y la consideras tu todo. Precisamente porque la consideras tu todo, tu pareja te despoja de la totalidad de tus derechos, confunde y obstaculiza tu visión, te roba tu integridad y tu dignidad, tu pensamiento normal y tu racionalidad, y te priva del derecho a creer en Dios, a seguir la senda adecuada por la vida, a adoptar la perspectiva correcta y a perseguir la salvación. A su vez, todos esos derechos que tienes los rige y controla tu cónyuge, y por eso digo que tales personas viven de manera lamentable, sórdida y vil. En el momento en el que el cónyuge de alguien se siente un poco infeliz sobre cualquier cosa o incómodo de alguna manera, hasta el punto de asegurar que algo no va bien en su corazón, se asusta tanto que no puede comer ni dormir durante días, e incluso se presenta ante Dios y ora en un mar de lágrimas. Nunca se había sentido tan alterado y angustiado por algo en toda su vida; está realmente preocupado. Cuando sucede algo así, es como si estuviera a punto de morir. ¿Por qué? Cree que el cielo está a punto de desplomarse, que se quedará sin su principal apoyo y que eso significa que estará también acabado. No cree que la vida y la muerte de una persona estén en manos del Creador, y le asusta enormemente que Dios le arrebate a su cónyuge, que provoque que lo pierda tanto a él como a su apoyo, su cielo y su alma; esta forma de ser es muy rebelde. Dios te concedió un matrimonio, y en cuanto tienes tu apoyo y tu pareja, te olvidas de Él y ya no lo quieres. Tu pareja se ha convertido en tu Dios, tu señor y tu sostén. Se trata de una traición, y es el acto más rebelde que uno puede realizar contra Dios. Los hay incluso que, cuando su pareja se enfada un poco o se pone enferma, se asustan tanto que no asisten a las reuniones durante muchos días. No se lo cuentan a nadie ni le ceden a otro su deber para que cumpla con él, simplemente desaparecen como si se los hubiera tragado la tierra. La vida y la muerte de su cónyuge es lo que más les preocupa e importa en la vida, y nada podría ser más trascendental que eso. Para ellos es más importante que Dios, que Su comisión y que el deber. Las personas así pierden la identidad, la valía y el significado que deberían tener como seres creados ante Dios, y Él las detesta. Dios solo te ha otorgado una vida estable y una pareja para que puedas vivir mejor y tener a alguien que te cuide y esté a tu lado, no para que te olvides de Él y de Sus palabras o abandones tu obligación de cumplir con tu deber y tu objetivo de vida de perseguir la salvación una vez que tengas cónyuge, y luego vivas para este. Si de veras obras de ese modo, si realmente vives así, espero que cambies de rumbo lo antes posible. Da igual lo importante que sea alguien para ti o lo importante que sea esa persona en tu vida, tu existencia o tu senda de vida; no es tu destino, porque solo es un ser humano corrupto. Dios ha dispuesto para ti a tu cónyuge actual, y puedes vivir junto a él. Si a Dios le cambiara el estado de ánimo y dispusiera para ti a otro, podrías vivir de igual modo. Por lo tanto, tu cónyuge actual no es único ni inigualable, y tampoco es tu destino. Dios es el Único al que se le encomienda tu destino y también el de la humanidad. Puedes seguir sobreviviendo y continuar con vida si dejas a tus padres, y por supuesto igual sucede si dejas a tu pareja. Tus padres no son tu destino, ni tampoco lo es tu pareja. No debes olvidar las cosas más importantes de la vida solo porque tengas una pareja, alguien en quien confiar tu espíritu, tu alma y tu carne. Si olvidas a Dios, si olvidas lo que Él te ha encomendado, el deber que debe cumplir un ser creado y cuál es tu identidad, habrás perdido toda conciencia y razón. Con independencia de cómo sea ahora tu vida, hayas contraído matrimonio o no, tu identidad ante el Creador nunca cambiará. Nadie puede ser tu destino, y no puedes encomendarte a cualquiera. Solo Dios puede proporcionarte un destino apropiado. Él es el Único al que se le encomienda la supervivencia de la humanidad, y esto siempre será así. ¿Queda claro? (Sí).

Vamos a terminar aquí nuestra charla sobre el matrimonio. Si deseáis expresar vuestras propias ideas, puntos de vista o dar voz a vuestros sentimientos, os ruego que lo hagáis ahora. (Yo solía tener esos puntos de vista y pensamientos de que el matrimonio era el destino de una persona. Pensaba que, si mi cónyuge tuviera una aventura, me sentiría desesperada y no podría seguir viviendo. He sabido de algunos hermanos y hermanas que también habían tenido experiencias así, y pasar por algo parecido era muy doloroso. No obstante, tras escuchar hoy la enseñanza de Dios, puedo enfocar correctamente este asunto. En primer lugar, Dios mencionó que en esta sociedad perversa, las personas, los acontecimientos y las cosas del mundo exterior pueden seducir a la gente, y resulta muy fácil que cometan errores, por lo que ahora puedo entender ese tipo de cosas. En segundo lugar, también debemos adoptar un enfoque correcto hacia nuestros cónyuges. Nuestra pareja matrimonial no es nuestro destino en la vida. Solo Dios es nuestro destino, y solo confiando en Él podemos seguir viviendo de verdad. Me parece que ahora tengo una nueva comprensión del asunto). Excelente. Todos los puntos de vista y actitudes con respecto a la verdad sobre los que hablamos tienen como objetivo permitir que las personas se deshagan de todo tipo de pensamientos y puntos de vista distorsionados, incorrectos y negativos. Luego se comparten para que, cuando se enfrenten con una cuestión similar, salgan reforzadas gracias a los pensamientos y puntos de vista adecuados, puedan tomar la senda correcta de práctica, no se extravíen y Satanás deje de desorientarlas y controlarlas. Se comparten para que la gente no haga cosas extremas, para que puedan aceptar todas las cosas de Dios y someterse a Sus arreglos en todo, y para que sean auténticos seres creados. Así es como se debe ser. Bien, dejemos aquí nuestra charla por hoy. ¡Adiós!

4 de febrero de 2023

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