76. Mi motivación por las bendiciones se reveló a través de la enfermedad
Dios Todopoderoso dice: “En su creencia en Dios, lo que las personas buscan es obtener bendiciones para el futuro; este es el objetivo de su fe. Todo el mundo tiene esta intención y esta esperanza, pero la corrupción en su naturaleza debe resolverse por medio de pruebas. En los aspectos en los que no estás purificado, en esos aspectos debes ser refinado: este es el arreglo de Dios. Dios crea un entorno para ti y te fuerza a ser refinado en ese entorno para que puedas conocer tu propia corrupción. Finalmente, llegas a un punto en el que preferirías morir y renunciar a tus planes y deseos, y someterte a la soberanía y el arreglo de Dios. Por tanto, si las personas no pasan por varios años de refinamiento, si no soportan una cierta cantidad de sufrimiento, no serán capaces de deshacerse de la esclavitud de la corrupción de la carne en sus pensamientos y en su corazón. En aquellos aspectos en los que sigues sujeto a la esclavitud de Satanás y en los que todavía tienes tus propios deseos y tus propias exigencias, esos son los aspectos en los que debes sufrir. Solo a través del sufrimiento pueden aprenderse lecciones; es decir, puede obtenerse la verdad y comprenderse la voluntad de Dios. De hecho, muchas verdades se entienden al experimentar pruebas dolorosas. Nadie puede comprender la voluntad de Dios, reconocer la omnipotencia de Dios y Su sabiduría o apreciar el carácter justo de Dios cuando se encuentra en un entorno cómodo y fácil o cuando las circunstancias son favorables. ¡Eso sería imposible!” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Cómo debe uno satisfacer a Dios en medio de las pruebas). Leer este pasaje me recuerda una experiencia en la que sufrí una enfermedad. Hubo algo de dolor y muchas lágrimas en ese entonces, pero llegué a entender algunas verdades, dejé de buscar tantas bendiciones en mi fe, y aprendí algunas lecciones de este sufrimiento y sentí que era también una bendición de Dios.
Acepté la obra de Dios Todopoderoso de los últimos días en 2010. Todavía estaba en la escuela secundaria en esa época. Las palabras de Dios me mostraron que el hombre fue creado por Dios y que creer en Él y adorarlo es la senda correcta, la senda con más valor y significado. Comencé a asistir a las reuniones de la iglesia, y nunca me perdía una, sin importar el clima. También hacía todo lo posible para predicar el evangelio a mis amigos y familiares. Me sentía realizado todos los días y muy en paz.
Un año después, fui al hospital para un chequeo y me enteré de que tenía hepatitis B. El médico dijo que era difícil de curar y que podía convertirse en cáncer si empeoraba. Ante la repentina noticia de esta enfermedad, me quedé completamente paralizado. Sentía frío en la cara y me temblaban las manos. De repente, mi futuro parecía muy incierto. Ese día me sentí realmente deprimido camino a casa. No paraba de llorar. Me preguntaba: “¿Cómo pude enfermarme así? ¿Por qué no puedo estar sano como todos los demás?”. Solía pensar que, si creía en Dios, Él me protegería de las enfermedades. ¡Sería maravilloso cumplir con mi deber en paz en la casa de Dios! Pero ahora estaba enfermo, sin saber si alguna vez mejoraría, y, si empeoraba, incluso podría morirme. Esos pensamientos me molestaron mucho y muchas veces me postré ante Dios en oración. Le pedí a Dios fe y fuerza, que me guiara y esclareciera para entender Su voluntad, para saber cómo superar esta situación.
Cuando mis hermanos y hermanas se enteraron, vinieron a apoyarme y me leyeron un pasaje de las palabras de Dios: “Cuando la enfermedad llega, esto es el amor de Dios, y ciertamente alberga dentro Sus buenas intenciones. Aunque tu cuerpo padezca un poco de sufrimiento, no consideres las ideas de Satanás. Alaba a Dios en medio de la enfermedad y disfruta a Dios en medio de tu alabanza. No flaquees ante la enfermedad, sigue buscando una y otra vez y nunca te rindas, y Dios te iluminará con Su luz. ¿Cómo era la fe de Job? ¡Dios Todopoderoso es un médico omnipotente! Vivir en la enfermedad es estar enfermo, pero vivir en el espíritu es estar sano. Mientras tengas aliento, Dios no te dejará morir” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Declaraciones de Cristo en el principio, Capítulo 6). Al leer este pasaje, supe en mi corazón que el que empeorara o no, estaba en manos de Dios, ¡Dios gobierna todo! Todas mis preocupaciones e inquietudes eran totalmente innecesarias. Ahora que tenía la enfermedad, realmente tenía que confiar y mirar a Dios. Me mejorase o no, no podía culpar a Dios, sino someterme a Su gobierno. Así que, desde entonces, oré mucho a Dios por mi enfermedad y fui a hacer el tratamiento también. Seis meses después, fui al hospital para otro chequeo. El médico dijo que estaba mejorando y que ahora estaba bajo control, por lo que ya no necesitaba tratamiento. Estaba emocionado de escuchar esto, y no paraba de decir: “¡Gracias a Dios! ¡Gracias a Dios!”. Realmente no supe qué decirle a Dios, ¡pero sabía que esto era debido a Su bondad y bendición!
Fui a la universidad en 2012, pero me denunciaron por compartir el evangelio en el campus, así que me expulsaron. Fue un momento muy difícil para mí. Después de todo, había estudiado arduamente 12 años para llegar allí. Pero luego pensé en Dios encarnado expresando la verdad y trabajando para salvar al hombre, y en que podemos ser salvos solo si creemos en Dios y buscamos la verdad. Los grandes desastres llegarían pronto, así que tenía miedo de ser arrastrado si no cumplía con mi deber y hacía buenas obras. Pensé: “Olvídate de la universidad. Haré todo lo posible para buscar la verdad y cumplir con mi deber en la iglesia”. Unos días después, salí de casa y comencé a cumplir con mi deber en la iglesia. Independientemente del deber que me asignaran, lo asumía con gusto y sin quejas. Incluso frente a la represión y los furiosos arrestos del PCCh y tras casi ser atrapado dos veces por la policía, no tenía miedo, seguía difundiendo el evangelio y dando testimonio de Dios. Sentía que Dios solo me protegería si seguía cumpliendo con mi deber y que esa era la única forma de tener un buen destino.
En febrero de 2015 me trasladaron fuera de la ciudad para cumplir con mi deber. Un día, la líder me pidió que fuera al hospital para un chequeo, como precaución para no infectar a los demás. Cuando escuché esto, pensé: “Han pasado casi cinco años desde mi último chequeo. Mi enfermedad podría haber empeorado durante este tiempo. Si la infección avanza seriamente o se convierte en cáncer, entonces no podré seguir cumpliendo con mi deber”. Este pensamiento me hizo sentir muy infeliz. También tenía mucho miedo y sabía que no podría aceptarlo. Fui al hospital al día siguiente, pero me puse muy nervioso cuando llegué. Pensé: “Si se ha convertido en cáncer o es una infección seria, ¿podrán curarme aquí? ¿Qué haré si no pueden?”. Oré a Dios en ese momento y dije que obedecería sin importar lo que pasara. Pero luego el médico dijo que tenía una arritmia, y volví a ponerme muy ansioso, y pensaba: “¿Es una señal de que estoy enfermo? ¿Por qué más tendría una arritmia?”. Al observar muy de cerca el rostro preocupado del doctor, me di cuenta de que las cosas no se veían bien para mí. El doctor no dijo mucho más, pero tomó una muestra de sangre y me dijo que me fuera a casa y esperara.
A medida que se acercaba el día para tener los resultados, la ansiedad regresó. Tenía miedo de recibir malas noticias y no sentía que pudiera enfrentarlas. Solo quería volver a estar bien. Fui al hospital para buscar los resultados una semana después. El médico dijo que mi sangre ahora estaba repleta de hepatitis B, y se había convertido en hepatitis aguda. Dijo que era muy contagiosa y que necesitaba tratamiento urgente. Pensé: “Se acabó. ¿Podré cumplir con mi deber ahora? ¿Podré asistir a las reuniones y vivir la vida de iglesia?”. De camino a casa, solo podía pensar en mi enfermedad, y me agotaba al andar en bicicleta. Ya en casa, estaba buscando tratamientos en línea, cuando leí que la hepatitis aguda puede llevar a las personas al coma y que luego mueren en pocos días. Me asusté mucho y pensé: “¿Me va a pasar esto? Si me muero así, ¿no será el fin de mi fe? Todos los demás hermanos y hermanas están muy sanos. ¿Por qué soy el único que está enfermo? ¿Por qué tengo que ser tan diferente a los demás?”. Cada vez envidiaba más a los demás. No les preocupaba ninguna enfermedad y podían cumplir con sus deberes en paz. Estaban haciendo buenas obras y serían salvos por Dios. Luego estaba yo. Estaba enfermo, y no tenía idea de si alguna vez podría volver a cumplir con mi deber. Si no podía, ¿sería abandonado y hundido en los desastres? Me echaron de la universidad por mi fe y renuncié a mi futuro en el mundo; nunca tuve novia y me fui de casa para cumplir con mi deber. Si Dios me abandonara y me eliminara de todos modos, ¿no significaría que todo lo que había dado en mi fe todos estos años había sido en vano? Si volviera a casa ahora, el PCCh me arrestaría. Definitivamente me atraparían y me enviarían a la cárcel.... Estos pensamientos me hacían sentir cada vez más molesto y desanimado. Me preguntaba: “Dios, ¿estás usando esta enfermedad para exponerme y eliminarme?”. No podía evitar llorar. Me estaba sintiendo muy débil y no tenía interés en cumplir con mi deber ni en hacer ninguna otra cosa. Ni siquiera quería comer. Me sentía totalmente exhausto. Con todo mi dolor, me postré ante Dios en oración: “Dios Todopoderoso, me siento muy débil y tengo mucho dolor. No puedo dejar de pensar en mi futuro. Siento que ya no tengo un destino. Querido Dios, sé que has permitido que me pasara esta enfermedad. Por favor, esclaréceme y guíame para entender Tu voluntad”.
Entonces me vino a la mente un pasaje de las palabras de Dios: “Para todas las personas, el refinamiento es penosísimo y muy difícil de aceptar, sin embargo, es durante el refinamiento cuando Dios deja claro el carácter justo que tiene hacia el hombre y hace público lo que le exige y le provee mayor esclarecimiento, además de una poda y un trato más reales. Por medio de la comparación entre los hechos y la verdad, le da al hombre un mayor conocimiento de sí mismo y de la verdad y le otorga una mayor comprensión de la voluntad de Dios, permitiéndole así tener un amor más sincero y puro por Dios. Esas son las metas que tiene Dios cuando lleva a cabo el refinamiento. Toda la obra que Dios realiza en el hombre tiene sus propias metas y significados; Él no obra sin sentido ni tampoco hace una obra que no sea beneficiosa para el hombre. El refinamiento no implica quitar a las personas de delante de Dios ni tampoco destruirlas en el infierno. En cambio, consiste en cambiar el carácter del hombre durante el refinamiento, cambiar sus intenciones y sus antiguos puntos de vista, cambiar su amor por Dios y toda su vida” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Solo experimentando el refinamiento puede el hombre poseer el verdadero amor). Al reflexionar sobre estas palabras, entendí que dentro de esta enfermedad estaba la buena voluntad de Dios. Él estaba utilizando esta situación para exponer mi corrupción y ayudarme a conocerme a mí misma y enseñarme una lección. Pensé en cómo Dios había permitido que le sucedieran esas pruebas a Job. Aunque padecía dolores físicos, Dios no se los estaba infligiendo para quitarle la vida, sino para perfeccionar su fe y permitir que Job conociera mejor a Dios. Dios no había permitido que enfermara para exponerme y eliminarme, sino para purificar las manchas de mi fe y hacerme amarlo y obedecerlo de verdad. No podía culpar a Dios, sino que tenía que examinar los motivos equivocados detrás de mi fe, y de qué manera estaba desobedeciendo y me estaba resistiendo a Dios. Habiendo entendido la voluntad de Dios, me sentí mucho más positivo. Oré de nuevo a Dios, me tranquilicé e hice una adecuada reflexión personal.
En mi búsqueda, leí estas palabras de Dios: “Muchos creen en Mí solo para que pueda sanarlos. Muchos creen en Mí solo para que use Mis poderes para expulsar espíritus inmundos de sus cuerpos, y muchos creen en Mí simplemente para poder recibir de Mí paz y gozo. Muchos creen en Mí solo para exigir de Mí una mayor riqueza material. Muchos creen en Mí solo para pasar esta vida en paz y estar sanos y salvos en el mundo por venir. Muchos creen en Mí para evitar el sufrimiento del infierno y recibir las bendiciones del cielo. Muchos creen en Mí solo por una comodidad temporal, sin embargo no buscan obtener nada en el mundo venidero. Cuando hice descender Mi furia sobre el hombre y le quité todo el gozo y la paz que antes poseía, el hombre se volvió confuso. Cuando le di al hombre el sufrimiento del infierno y recuperé las bendiciones del cielo, la vergüenza del hombre se convirtió en ira. Cuando el hombre me pidió que lo sanara, Yo no le presté atención y sentí aborrecimiento hacia él; el hombre se alejó de Mí para en su lugar buscar el camino de la medicina maligna y la hechicería. Cuando le quité al hombre todo lo que me había exigido, todos desaparecieron sin dejar rastro. Así, digo que el hombre tiene fe en Mí porque doy demasiada gracia y tiene demasiado que ganar” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. ¿Qué sabes de la fe?). “La relación del hombre con Dios es, simplemente, de puro interés personal. Es la relación entre el receptor y el dador de bendiciones. Para decirlo con claridad, es similar a la relación entre empleado y empleador. El primero solo trabaja para recibir las recompensas otorgadas por el segundo. En una relación como esta, no hay afecto; solo una transacción. No hay un amar y ser amado; solo caridad y misericordia. No hay comprensión; solo engaño y reprimida indignación. No hay intimidad; solo un abismo que no se puede cruzar” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Apéndice III: El hombre sólo puede salvarse en medio de la gestión de Dios). Al leer las palabras de Dios, me di cuenta de que no había tratado a Dios como Dios en mi fe. Solo pensaba en Dios como un dispensador de bendiciones. Por eso, cuando me enfermé, mis primeros pensamientos fueron mis perspectivas de futuro y si mejoraría o no, y busqué en Internet sobre la enfermedad y cómo podría tratarse. Perdí todo interés en cumplir con mi deber. Cuando empeoró, culpé a Dios por ser injusto, por no protegerme, por dejar que me enfermara, e incluso lamenté haber dejado mis estudios, mi familia y mi juventud por mi deber. Al reflexionar sobre mí mismo, me pregunté: “¿Cómo pude renunciar a todo para cumplir con mi deber durante estos años de fe?”. Me di cuenta de que era porque tenía la perspectiva equivocada. Había creído que, mientras hiciera sacrificios por Dios y cumpliera bien con mi deber, entonces Dios debería bendecirme, curar mi enfermedad y mantenerme a salvo del peligro. Entonces escaparía de los desastres y no moriría, sobreviviría y tendría un buen final y destino. Esa es la única razón por la que estaba dispuesto a sufrir y pagar un precio por cumplir con mi deber. Mi motivación para creer en Dios y cumplir con mi deber era recibir bendiciones. Cuando mi estado se agravó, mis esperanzas de ser bendecido se desvanecieron, y mi determinación de perseguir la verdad y la motivación para cumplir con mi deber desaparecieron. Incluso discutí con Dios en mi corazón. Me di cuenta de que solo buscaba bendiciones en mi fe. Cuando me enfermé, solo pensé en mis propias perspectivas de futuro y tuve en cuenta mis propios intereses: no busqué la voluntad de Dios en absoluto, sino que incluso culpé, malinterpreté y traicioné a Dios. ¡Fui tan egoísta y despreciable! Todos estos pensamientos realmente habían herido y decepcionado a Dios. Los hechos me mostraron que mi fe no era para cumplir con el deber de un ser creado, ni para buscar la verdad. Era solo para tener una vida pacífica y tener un buen final y destino. Quería intercambiar mi sufrimiento con Dios a cambio de futuras recompensas y bendiciones. ¿No estaba usando a Dios y tratando de engañarlo? Pablo trabajó muchos años y sufrió muchísimo y fue martirizado al final, pero no estaba trabajando para cumplir con el deber de un ser creado. Lo hizo para ser recompensado y coronado. Finalmente me di cuenta de que estaba caminando por la misma senda que Pablo. Dios es santo y justo. ¿Cómo podría permitir que alguien tan decidido a negociar y tan decidido a engañarlo como yo entrara en Su reino? Al reflexionar sobre esto, finalmente entendí que esta enfermedad que estaba sufriendo ahora estaba exponiendo mi motivación para ganar bendiciones. Sin esto, aún ignoraría todos los motivos y manchas en mi fe y que caminaba por la senda de Pablo, una senda condenada por Dios. Con este pensamiento, no me sentí tan molesto por tener esta enfermedad, sino que le agradecí a Dios por exponerme y salvarme de esta manera. En la superficie era una enfermedad, algo malo, pero el verdadero amor y la salvación de Dios estaban escondidos dentro. Dios me estaba guiando por la senda correcta de la fe para purificar todas las manchas en ella.
Mientras contemplaba todo esto, pensé: “Dios se encarnó y está expresando la verdad para purificar y salvar al hombre. Él nos da vida desinteresadamente y no pide nada a cambio”. Sentí lo hermoso y bueno que es el corazón de Dios. Luego pensé: disfrutaba de la gracia y de las bendiciones de Dios, era regado y alimentado tanto por Sus palabras, pero no dedicaba ningún pensamiento a retribuir Su amor, trataba de negociar con Él en mi deber, y, cuando me enfermé, culpé y malinterpreté a Dios. Me sentí tan avergonzado y apenado ante este pensamiento. ¡Me odiaba a mí mismo por ser tan egoísta y despreciable! Dios estaba escudriñando mis pensamientos más íntimos constantemente mientras Satanás observaba cómo me comportaba. No podía ser el hazmerreír de Satanás. Tenía que estar del lado de Dios, someterme a Sus arreglos y aprender bien las lecciones. Entonces oré a Dios: “Dios, quiero olvidar mi deseo de bendiciones y no pensar más en mi futuro. Ya sea que me mejore o no, deseo obedecerte y mantenerme firme en el testimonio para Ti para humillar a Satanás”. Me sentí mucho más tranquilo después de mi oración y ya no pensé tanto en mí. Luego leí un pasaje de las palabras de Dios: “Dios nos permite vivir, así que debemos cumplir correctamente con el deber. Cada día que vivimos debemos llevar a cabo nuestro deber. Debemos considerar la comisión de Dios como nuestra principal tarea y desempeñar nuestro deber como si fuera el asunto más importante en la vida. Aunque no tratemos de cumplir con el deber a la perfección, actuamos en conciencia, con lo que Satanás se queda sin poder lanzar acusaciones contra nosotros y, sin cargo de conciencia, podemos llegar a satisfacer a Dios y no tener ningún remordimiento. Esta es la actitud con la que debe considerar su deber aquel que crea en Dios” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Los cinco estados necesarios para ir por el camino correcto en la fe propia). No sabía si mejoraría o no, pero podía cumplir con el deber que Dios me dio. Después de eso, mi enfermedad no me detuvo y pude cumplir con mi deber de todo corazón.
Regresé al hospital luego para ver cómo iba mi enfermedad. El médico dijo que estaba bien y que mi función hepática era normal. Mi sangre estaba muy infectada, pero todo lo demás estaba bien. Hizo hincapié en decirme que no me preocupara y que solo necesitaba un tratamiento normal. Cuando el médico dijo esto, ¡no pude evitar agradecer a Dios en mi corazón! Sentí que Dios se apiadó de mí. Era tan egoísta y mezquino, solo buscaba ganar algo, quería algo de Dios a cambio de cumplir con algún deber, lo engañaba y le causaba repugnancia, pero Él pasó por alto mi rebeldía. Siguió usando Sus palabras para esclarecerme y guiarme para experimentar Su obra, para que pudiera conocer los motivos y puntos de vista equivocados en mi fe. ¡Realmente sentí cuán grande es el amor de Dios! Después de eso, puse todo mi empeño en cumplir con mi deber. Pensaba que había aprendido algunas lecciones al sufrir esta enfermedad y que mi estatura había crecido un poco. Así que me sorprendió ser expuesto una vez más cuando Dios arregló una prueba para mí.
Un mes después, mi líder me pidió que fuera al hospital para otro chequeo. Dijo que, si mi enfermedad era muy contagiosa, entonces tendría que alejarme de los demás. Escucharla decir esto fue muy perturbador, como si una piedra gigante presionara mi pecho. Mi mente comenzó a acelerarse: “Si me mantengo alejado de los demás, no podré ir a reuniones ni vivir la vida de iglesia. ¿Y qué haré si un día me enfermo gravemente y nadie se entera? Cuando lleguen los grandes desastres, los hermanos y hermanas podrán reunirse y hablar, y ayudarse y apoyarse mutuamente. Pero yo estaré totalmente por mi cuenta. ¿Podré mantenerme firme?”. Cuanto más lo pensaba, más me deprimía. La líder me habló y me dijo que aprendiera a someterme al gobierno de Dios. Ella dijo que tenía que buscar más la voluntad de Dios en esta situación y, como Job, alabar a Dios ya sea que me encontrara con una bendición o una calamidad. Escuchar esto me conmovió y recordé mi experiencia de la vez anterior. Me di cuenta de que Dios había permitido esto y de que lo primero que tenía que hacer era someterme. Luego vi un video de lectura de las palabras de Dios. Dios Todopoderoso dice: “Job no habló de negocios con Dios, y no le pidió ni le exigió nada. Alababa Su nombre por el gran poder y autoridad de este en Su dominio de todas las cosas, y no dependía de si obtenía bendiciones o si el desastre lo golpeaba. Job creía que, independientemente de que Dios bendiga a las personas o acarree el desastre sobre ellas, Su poder y Su autoridad no cambiarán; y así, cualesquiera que sean las circunstancias de la persona, debería alabar el nombre de Dios. Que Dios bendiga al hombre se debe a Su soberanía, y también cuando el desastre cae sobre él. El poder y la autoridad divinos dominan y organizan todo lo del hombre; los caprichos de la fortuna del ser humano son la manifestación de estos, e independientemente del punto de vista que se tenga, se debería alabar el nombre de Dios. Esto es lo que Job experimentó y llegó a conocer durante los años de su vida. Todos sus pensamientos y sus actos llegaron a los oídos de Dios, y a Su presencia, y Él los consideró importantes. Dios estimaba este conocimiento de Job, y le valoraba a él por tener un corazón así, que siempre aguardaba el mandato de Dios, en todas partes, y cualesquiera que fueran el momento o el lugar aceptaba lo que le sobreviniera. Job no le ponía exigencias a Dios. Lo que se exigía a sí mismo era esperar, aceptar, afrontar, y obedecer todas las disposiciones que procedieran de Él; creía que esa era su obligación, y que era precisamente lo que Él quería” (La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. La obra de Dios, el carácter de Dios y Dios mismo II). Mientras miraba esto, me sentí realmente avergonzado de mí mismo. Que Job ensalzara el nombre de Dios no eran apenas palabras vacías. Su alabanza provenía desde el fondo de su corazón. Job conocía la autoridad de Dios, Su omnipotencia y soberanía, por eso le temía en su corazón y pudo tratarlo verdaderamente como a Dios. Por eso no se quejó ni tuvo ninguna exigencia, sin importar lo que Dios orquestara y arreglara. Job no trató de negociar con Dios. Simplemente obedeció, tanto si se encontraba con una bendición como con una calamidad. Consideraba que obedecer a Dios era más importante que su propia vida. Pensé en mí: ¿Por qué traté de negociar con Dios una y otra vez, persiguiendo obstinadamente las bendiciones? Porque Dios no tenía un lugar en mi corazón, porque yo no tenía temor de Dios en mi corazón. Le daba demasiada importancia a mi futuro y a recibir bendiciones, y por eso no me sometí a Dios en absoluto cuando me enfermé. Pude disfrutar de algunas bendiciones por la gracia de Dios, y fue el gobierno de Dios lo que me trajo esta enfermedad. Dios me había dado todo lo que tenía, así que si Él me lo quitaba todo, ¡eso también sería la justicia de Dios! Soy menos que una hormiga, ¿qué me hizo creer que podía discutir con Dios? Así que resolví ante Dios que estaría dispuesto a someterme a Sus orquestaciones y arreglos. Si tenía que estar aislado de los demás, que así fuera. Dondequiera que Dios me pusiera, incluso si sucediera una calamidad, no me quejaría. Dondequiera que estuviera, cumpliría con mi deber de pagar el amor de Dios. Luego fui al hospital para mi chequeo. Me sentía un poco nervioso de camino hacia allí. Seguí orando a Dios en mi corazón y contemplando Sus palabras. Ese viaje en bicicleta al hospital se sintió muy sencillo. Cuando llegué, el médico dijo: “¡Felicidades! El mes pasado había 1.700 millones de unidades del virus por mililitro de sangre. Ahora, solo hay 560 mil y no es tan contagioso”. También dijo lo grandioso que era ver tal disminución en solo un mes. Al escuchar esto, me sentí lleno de gratitud hacia Dios. Él estaba a mi lado, gobernando y arreglando todas las cosas. ¡Es tan maravilloso y práctico!
Pasar por esta enfermedad hizo que mi deseo de bendiciones y mis despreciables motivos fueran claros como el agua. Entendí un poco las opiniones equivocadas sobre la búsqueda que había tenido y mi carácter corrupto. También pude apreciar en forma práctica la soberanía de Dios. Todo esto vino de experimentar el juicio y el castigo. Ahora no pienso en cuándo estaré totalmente curado de la hepatitis. Solo quiero someterme a los arreglos y orquestaciones de Dios, y llevar a cabo mi deber bien en medio de esta situación. ¡Gracias a Dios!