89. Descubrí cómo son mis padres
Desde pequeña, siempre vi a mis padres como ejemplo para creer en Dios. Tenía la impresión de que eran muy fervientes en la fe y dispuestos a sacrificarse. Poco después de aceptar la obra de Dios Todopoderoso en los últimos días, mi mamá dejó un trabajo buenísimo para cumplir con su deber a tiempo completo. Como tenía habilidades y conocimiento y estaba dispuesta a pagar un precio, siempre tenía deberes importantes en la iglesia. Después, un judas traicionó a nuestra familia, por lo que mis padres se escondieron conmigo, que todavía era pequeña, para esquivar la detención del PCCh. Con todo, siguieron cumpliendo con el deber. Al mismo tiempo, llevaban una vida sencilla, y su conducta en general parecía devota y espiritual, y los miembros de la iglesia solían decir que mis padres tenían buena humanidad, que eran auténticos creyentes y personas que buscaban la verdad. Me tuve que separar de mis padres cuando tenía 10 años por la opresión del partido y, aunque era imposible seguir viéndonos, siempre mantuve esta hermosa impresión de ellos. Los admiraba y adoraba mucho y creía que tenían una tremenda fe, que, con todos sus sacrificios, debían de buscar la verdad y de tener buena humanidad, y que Dios debía de mirarlos con buenos ojos. Creía, incluso, que eran unas personas que podrían salvarse. Estaba orgullosísima de tener unos padres así.
Más adelante, todos terminamos huyendo al exterior por la persecución del partido. Cuando contacté con ellos al poco tiempo, descubrí que seguían cumpliendo con el deber en el exterior. Sobre todo al descubrir que mi mamá había sido la supervisora de varios proyectos, la admiré todavía más. Mis padres habían sido creyentes durante muchos años y habían vivido muchas cosas, y ahora realizaban unos deberes muy importantes. Tenía la certeza de que eran buscadores de la verdad, que tenían estatura, así que, posteriormente, siempre que tenía cualquier clase de estado o dificultad podía ir a pedirles ayuda. Era estupendo.
Posteriormente, de vez en cuando hablábamos de cómo estábamos. En una ocasión, mi papá dijo que estaba haciendo una tarea que, en su opinión, no requería conocimientos técnicos y que siempre esperaba cambiar de deber. Casualmente, yo me encontraba en el mismo estado en ese momento, por lo que hablamos y compartimos algunas palabras de Dios en las cuales entrar juntos. Poco después, al comer y beber de las palabras de Dios, llegué a darme cuenta de que era quisquillosa respecto a mi deber y que estaba dispuesta a cumplir deberes que me permitieran conseguir reputación y beneficios, pero que si no obtenía tales cosas era descuidada. Era muy egoísta, despreciable, y no tenía un corazón sincero hacia Dios. Llegué a odiarme y despreciarme y conseguí salir de aquel estado. Sin embargo, mi papá seguía atorado en ese estado y no era capaz de motivarse para cumplir con el deber. Estaba confundida. Puesto que él era creyente desde hacía más de una década, debía de tener cierta estatura, entonces ¿por qué no podía corregir este problema de ser quisquilloso con el deber? También me di cuenta de que, a menudo, cuando les hablaba a mis padres de mis dificultades y problemas, si bien me enviaban palabras de Dios y compartían su opinión sobre las cosas, lo que decían no resolvía mis problemas realmente. Empecé a tener la vaga sensación de que en realidad no comprendían la verdad como yo había imaginado. Más tarde, todos los hermanos y hermanas estaban escribiendo artículos de experiencias para dar testimonio de Dios. Supuse que, como creyentes veteranos, mis padres debían de tener muchas experiencias, especialmente mi mamá. Un anticristo la había oprimido y ella había sido incorrectamente expulsada de la iglesia, pero continuó difundiendo el evangelio lo mejor que podía. Después de su readmisión en la iglesia, lo daba todo en cualquier deber que tuviera. También había atravesado la experiencia de ser destituida y trasladada varias veces, con lo que debía de tener gran cantidad de experiencias. Pensé que debía escribir sobre dichas experiencias lo antes posible para dar testimonio de Dios. Así pues, comencé a instar a mi madre a que redactara un artículo cuanto antes pudiera, pero ella no hacía más que evitarlo alegando que quería, pero que estaba demasiado ocupada en el deber y no lograba la tranquilidad para hacerlo. Yo no dejaba de presionarla, pero no escribió nada. Una vez me dijo que quería escribir un artículo, pero que no era capaz de organizar sus ideas y que no sabía por dónde empezar, por lo que quería hablarlo conmigo. Me alegré mucho. Tenía muchas ganas de escuchar todas sus experiencias a lo largo de los años. No obstante, me sorprendió mucho que, tras hablar de las cosas que le habían ocurrido y de la corrupción que había exhibido, no hablara de un entendimiento real, sino que, en cambio, dijo muchas cosas negativas con las que se limitaba a sí misma. Parecía que le resultaba muy doloroso recordar algunas de sus experiencias pasadas, como si se hubiera sometido sin otra opción. No habló de que hubiera alcanzado nada real con ello. Me sentí muy molesta tras nuestra charla. Pensaba que, si verdaderamente hubiera entendido o aprendido algo, por muy dolorosa o negativa que fuera la experiencia en su momento, siempre que ella comiera y bebiera de las palabras de Dios, buscara la verdad, llegara a comprender Su voluntad y adquiriera un verdadero conocimiento de sí misma y de Dios, entonces al final habría alguna sensación de dulzura o cierto gozo. Sin embargo, al hablar de sus experiencias pasadas aún parecía muy angustiada y negativa, y al parecer su comprensión de sí misma era profundamente sentimental y poco práctica. ¿Eso quería decir que le faltaba experiencia real? De pronto caí en la cuenta de que con razón era tan reacia a escribir un artículo de testimonio de Dios. Que no tenía tiempo no era más que un pretexto. Lo central era que no había alcanzado la verdad ni había logrado ningún beneficio real, por lo que no podía escribir un testimonio vivencial. En cuanto a mi papá, si bien estaba dispuesto a practicar la escritura de artículos, sus intentos estaban llenos de banalidades y no contenían mucho sobre su verdadero autoconocimiento ni sobre lo que había aprendido de sus experiencias. No parecía encajar con sus años de fe. Recordé unas palabras de Dios: “Que puedas salvarte no depende de tu antigüedad ni de cuántos años lleves trabajando, y ni mucho menos de cuántas acreditaciones hayas acumulado. Más bien depende de si tu búsqueda ha dado fruto. Debes saber que quienes se salvan son los ‘árboles’ que dan fruto, no los árboles con follaje exuberante y abundantes flores que aún no dan fruto. Aunque hayas pasado muchos años vagando por las calles, ¿qué importa eso? ¿Dónde está tu testimonio?” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Práctica (7)). Eso me supuso una llamada de atención. Es verdad. Sin importar cuánto tiempo una persona haya creído en Dios, cuánto trabajo haya hecho o cuántas cosas haya vivido, si no alcanza nada a partir de aquello por lo que ha pasado y si no ha alcanzado la verdad y no es capaz de dar testimonio, eso significa que le falta la vida. Esa clase de persona jamás podrá salvarse, aunque crea hasta el mismísimo final. No puedo describir lo que sentí cuando me di cuenta de esto. Por primera vez se deshizo la imagen que tenía de mis padres como personas que “comprendían la verdad” y “tenían estatura”. No lo entendía. Tras todos esos años de fe y todos sus sacrificios, ¿por qué no habían alcanzado aún la verdad? En privado, no pude evitar romper en llanto. Si bien después ya no los admiraba tanto, seguía pensando que, de todas formas, tras todos aquellos años de sacrificio, eso al menos significaba que tenían una humanidad digna y eran auténticos creyentes. Si ahora eran capaces de cumplir bien con un deber y de empezar a buscar la verdad, todavía podían salvarse. Sin embargo, ocurrieron cosas que me hicieron volver a cambiar de opinión sobre ellos.
Un día descubrí que a mi papá lo habían destituido porque siempre era negligente, evitaba las tareas dificultosas y no lograba buenos resultados. Al poco tiempo descubrí que también habían destituido a mi mamá por tener poca humanidad, no defender los intereses de la iglesia, por tener un carácter sumamente arrogante y no desempeñar un papel positivo en el deber. En su momento me quedé impactada y casi no me lo creía, pensaba: “¿Cómo pudo suceder? ¿No ser capaz de cumplir con un deber no equivale, básicamente, a ser puesto en evidencia y descartado? ¿Tienen poca humanidad? Todos los que conocían a mis padres antes siempre decían que tenían excelente humanidad; si no, ¿cómo habrían podido sacrificar tanto?”. Muy confundida, no paraban de aflorar en mí todo tipo de preocupaciones y temores. Me preguntaba qué tal estaban, si estaban angustiados o sufriendo. Cuanto más lo pensaba, más triste y deprimida me sentía. A pesar de que sabía que la iglesia debía de haber dispuesto eso según los principios y que era lo que correspondía, me costaba aceptarlo, pues pensaba: “Mis padres han creído en Dios durante tantos años, han pasado por mucho, han tenido que esconderse debido a la persecución del PCCh, y desde que yo era pequeña, hemos estado separados más tiempo del que llevamos juntos. Tenía la gran esperanza de poder reunirnos en el reino una vez concluida la obra de Dios. Pero ahora… Tras atravesar tantos años de adversidad y de trabajar tanto, ¿cómo pudieron destituirlos tan fácilmente?”. Cuanto más lo pensaba, más me entristecía, incapaz de evitar romper en llanto nuevamente. Durante esos días, no dejaba de suspirar y no tenía ninguna motivación en el deber. Cada vez que pensaba en el asunto, me sentía mal y las fuerzas me abandonaban por completo. Era como si de pronto hubiera perdido toda motivación para buscar. Sabía que mi estado era incorrecto y no paraba de decirme de forma racional: “La destitución de mis padres debe haber sido correcta, Dios es justo”. No obstante, no lo podía admitir en mi interior y no podía evitar tratar de razonar con Dios, pensando: “Hay hermanos y hermanas que no han contribuido realmente a la obra de la iglesia ni han cumplido con ningún deber importante, y siguen cumpliendo su deber, entonces ¿por qué han destituido a mis padres? Fueran cuales fueran sus problemas, aunque no hubieran logrado nada en todos aquellos años, se habían esforzado; así pues, ¿no pueden darles otra oportunidad a tenor de su sufrimiento y del trabajo que han realizado?”. Sabía que mi estado era incorrecto, pero mi corazón permanecía inflexible, y no tenía motivación para buscar la verdad. Así pues, me presenté ante Dios a orar: “Dios mío, estoy sufriendo mucho. Te pido que me esclarezcas y me guíes para que pueda comprender Tu voluntad”.
Luego fui a preguntarle a una hermana cómo resolver mi estado y no pude evitar llorar mientras se lo explicaba todo. Me dijo: “A tus padres los destituyeron, pero no los echaron ni los expulsaron. ¿Por qué te alteras tanto? Deberías ver que esto contiene el amor de Dios. Dios les está dando la oportunidad de arrepentirse”. Finalmente abrí los ojos frente a sus palabras. Era cierto. Dios jamás ha afirmado que la destitución signifique que se haya puesto en evidencia o se haya descartado a alguien. Muchos hermanos y hermanas no empiezan a reflexionar, a sentir pesar, a arrepentirse sinceramente y a cambiar hasta que no los destituyen. Después de eso, vuelven a asumir un deber en la iglesia. De todos modos, tener un deber no garantiza que puedas salvarte. Si no buscas la verdad, es posible que Dios todavía te descarte. En realidad, con la destitución, Dios les dio a mis padres la oportunidad de reflexionar y arrepentirse, pero yo había creído que ser destituidos era lo mismo que ser puestos en evidencia y descartados. Este punto de vista no concuerda con la verdad. Al pensarlo de esta forma, me sentí un poco mejor, pero luego, cada vez que lo reflexionaba, seguía muy alterada. Seguía pensando que la iglesia había sido demasiado dura con ellos.
Después leí las palabras de Dios: “Cuanto más entendimiento te falte en una determinada materia, más debes tener un corazón piadoso y temeroso de Dios, y presentarte ante Dios con frecuencia para buscar Su voluntad y la verdad. Cuando no entiendes las cosas, necesitas el esclarecimiento y la guía de Dios. Cuando te encuentras con cosas que no entiendes, necesitas pedirle a Dios que obre más en ti. Estos son los buenos propósitos de Dios. Cuanto más te presentes ante Dios, más cerca estará tu corazón de Él. ¿Y no es cierto que, cuanto más cerca está tu corazón de Dios, más habitará Dios en él? Mientras más presente está Dios en el corazón de una persona, mejor se volverá su búsqueda, la senda que camine y el estado en su corazón” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Atesorar las palabras de Dios es la base de la fe en Dios). Me sentí un poco más tranquila tras leer las palabras de Dios. Él afirma que, cuanto menos entiendas algo, más debes buscar la verdad con un corazón temeroso de Dios. Esta es la única manera de que tu estado continúe mejorando. Al pensar en la destitución de mis padres, supe por la doctrina que lo apropiado era que la iglesia hiciera eso, y que no debía quejarme o emitir juicios; trataba de no mortificarme por ello, pero realmente seguía sin resolver mis malentendidos y mi alejamiento de Dios. Cada vez que pensaba en el asunto, aún tenía este sentimiento inexplicable de angustia y dolor. En ese momento, llegué a entender que, cuando nos encontramos con algo que no entendemos o comprendemos, hemos de buscar activamente la verdad, no atenernos a las normas y refrenarnos y, desorientados, pasar por alto las cosas; así no se pueden resolver los problemas. A decir verdad, realmente no conocía muy bien a mis padres. Solo veía que por fuera parecía que se sacrificaban y se esforzaban, y escuchaba que los demás hablaban bien de ellos, pero eso era algo muy limitado y sesgado. Debía escuchar más de lo que decían de ellos los hermanos y hermanas con quienes habían estado en contacto últimamente, no basarme únicamente en mis sentimientos. Comencé a analizar al detalle la conducta de mis padres en el deber. Leí sus artículos y las evaluaciones que les habían hecho. Decían que mi papá era negligente en el deber y que eludía cualquier dificultad, y que no estaba dispuesto a esforzarse mucho en nada que supusiera un padecimiento físico, y que si bien tenía habilidades, siempre era pasivo en el deber y no conseguía mucho. Lo habían destituido y trasladado varias veces, pero no cumplió bien con ninguno de esos deberes a los cuales lo habían trasladado. Más tarde, cuando predicaba el evangelio, siguió siendo negligente y eludía el esfuerzo. No hacía nada si no lo vigilaba el supervisor. Cuando los hermanos y hermanas le señalaban los problemas en su deber, él no hacía introspección, y siempre ponía por excusa que se estaba haciendo mayor y tenía problemas de salud, y que ese deber no era para él, por lo que era normal que hubiera problemas, y que los demás esperaban demasiado de él. En consecuencia, lo destituyeron por no conseguir nunca buenos resultados en el deber. Y si bien mi mamá parecía muy activa y capaz de pagar un precio en el deber, solo hacía un trabajo superficial y en realidad no hacía más que salir del paso la mayor parte del tiempo. No hacía un trabajo práctico, y demoraba el progreso de la obra. Aunque trabajaba muchísimo, había muchos problemas que acarrearon grandes perjuicios a los intereses de la casa de Dios. Además, siempre se cubría las espaldas y protegía sus propios intereses en vez de los de la iglesia. Por ejemplo, cuando era necesario ocuparse de inmediato de ciertas cosas y era conveniente que fuera ella, pero enviaba a otra persona por miedo a ofender a alguien, con lo que se demoraba el trabajo de la iglesia. Los hermanos y hermanas también decían que tenía un carácter muy arrogante y que era obstinada. Se apoyaba en su experiencia para hacer lo que quería sin debatir las cosas con nadie. También era incapaz de aceptar las sugerencias ajenas, era acaparadora de su propio trabajo y carente de transparencia, y los hermanos y hermanas no estaban seguros de los pormenores específicos de muchas cosas que hacía. Y en cuanto alguien hacía algo que no coincidía con sus deseos, afloraba su mal genio y lo reprendía airadamente, con lo que hacía que la persona se sintiera limitada por ella. Un hermano se sintió tan limitado que le comentó: “Hermana, me falta aptitud. Debe de ser una gran molestia para ti trabajar conmigo. Lo siento”. Y otros comentaban: “De no ser por mi deber, jamás querría relacionarme con alguien como ella”. No estaba dispuesta a aceptar que los demás le señalaran sus problemas. También tenía muchos prejuicios y renuencia hacia la hermana que supervisaba su trabajo. Constantemente creía que los demás siempre le complicaban la vida y que eran incapaces de tratarla de manera justa. Quedé impactada al leer estas evaluaciones. No quería creerme que mis padres fueran realmente de esa manera.
Posteriormente, leí lo siguiente en las palabras de Dios: “Tanto la conciencia como la razón deben ser componentes de la humanidad de una persona. Ambas son las más fundamentales e importantes. ¿Qué clase de persona es la que carece de conciencia y no tiene la razón de la humanidad normal? Hablando en términos generales, es una persona que carece de humanidad, una persona de una humanidad extremadamente pobre. Entrando en más detalle, ¿qué manifestaciones de humanidad perdida exhibe esta persona? Prueba a analizar qué características se hallan en tales personas y qué manifestaciones específicas presentan. (Son egoístas y mezquinas). Las personas egoístas y mezquinas son superficiales en sus acciones y se mantienen alejadas de las cosas que no les conciernen de manera personal. No consideran los intereses de la casa de Dios ni muestran consideración por la voluntad de Dios. No asumen ninguna carga de desempeñar sus deberes o de dar testimonio de Dios y no poseen ningún sentido de responsabilidad” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Entregando el corazón a Dios, se puede obtener la verdad). “Cuando una persona tiene una buena humanidad, un corazón verdadero, una conciencia y una razón, estas no son cosas vacías y vagas que no se pueden ver ni tocar, sino que son cosas que se pueden descubrir en cualquier parte de la vida cotidiana; todas son cosas de la realidad. Digamos que una persona es fantástica y perfecta: ¿es eso algo que puedes ver? No puedes ver, tocar ni siquiera imaginar lo que es ser perfecto o fantástico. Pero si dices que alguien es egoísta, ¿puedes ver las acciones de esa persona y si corresponde a la descripción? Si alguien es supuestamente honesto con un corazón verdadero, ¿puedes ver este comportamiento? Si alguien es supuestamente taimado, deshonesto y vil, ¿puedes ver estas cosas? Incluso si cierras los ojos, puedes sentir si la humanidad de la persona es normal o despreciable a través de lo que dice y de cómo actúa. Así que, ‘buena o mala humanidad’ no es una frase vacía. Por ejemplo, el egoísmo y la bajeza, la deshonestidad y el engaño, la arrogancia y la santurronería son todas cosas que puedes captar en la vida real cuando entras en contacto con una persona; estos son los elementos negativos de la humanidad. Así pues, ¿se pueden percibir los elementos positivos de la humanidad que las personas deben poseer, como la honestidad y un amor de la verdad, en la vida diaria? Si alguien tiene el esclarecimiento del Espíritu Santo; si puede recibir la guía de Dios; si tiene la obra del Espíritu Santo, ¿puedes ver todas estas cosas? ¿Puedes discernirlas todas? ¿Qué condiciones debe reunir una persona para recibir el esclarecimiento del Espíritu Santo y la guía de Dios y actuar según los principios verdad en todo? Debe tener un corazón honesto, amar la verdad, buscarla en todo y ser capaz de practicarla una vez que la comprenda. Reunir estas condiciones implica tener el esclarecimiento del Espíritu Santo, comprender las palabras de Dios y ser capaz de poner la verdad en práctica con facilidad. Si una persona no es honesta y no ama la verdad de corazón, tendrá dificultades para recibir la obra del Espíritu Santo y, aunque le enseñes la verdad, no dará resultado. ¿Cómo saber si alguien es una persona honesta? No debes observar únicamente si miente y engaña, sino que lo principal es observar si es capaz de aceptar la verdad y de ponerla en práctica. Eso es lo más crucial. La casa de Dios siempre ha descartado a gente y a estas alturas ya ha descartado a mucha. No era gente honesta, sino taimada. Amaba las cosas injustas y no amaba la verdad en absoluto. Por muchos años que creyera en Dios, no era capaz de comprender la verdad ni de entrar en la realidad, y menos aún de transformarse verdaderamente. Por tanto, su descarte fue inevitable. Al entrar en contacto con una persona, ¿en qué te fijas primero? Fíjate en sus palabras y actos para ver si es honesta, en si ama la verdad y es capaz de aceptarla. Todo esto es crucial. Básicamente, puedes apreciar la esencia de una persona siempre y cuando seas capaz de determinar si es una persona honesta, capaz de aceptar la verdad y de ponerla en práctica. Si la boca de la persona está llena de palabras melodiosas pero no hace nada real; cuando llega el momento de hacer algo real, solo piensa en sí misma y nunca piensa en los demás, ¿qué clase de humanidad es esa entonces? (Egoísmo y bajeza. No tiene humanidad). ¿Es fácil para una persona sin humanidad obtener la verdad? Es difícil para ella. […] No prestes atención a lo que dice la gente así; debes ver qué vive, qué revela y cuál es su actitud cuando lleva a cabo sus deberes, así como cuál es su condición interna y qué ama. Si su amor por su propia fama y ganancia excede su lealtad a Dios, si su amor por su propia fama y ganancia excede los intereses de la casa de Dios, o excede la consideración que muestra por Dios, entonces ¿acaso esta gente posee humanidad? No se trata de personas con humanidad. Tanto los demás como Dios pueden observar su comportamiento. Es muy difícil que tales personas ganen la verdad” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Entregando el corazón a Dios, se puede obtener la verdad). En las palabras de Dios descubrí que, para evaluar si la humanidad de alguien es buena o mala, tenemos que fijarnos en su actitud hacia el deber y hacia la verdad. Los que tienen buena humanidad aman la verdad y piensan en la voluntad de Dios en el deber. Se ocupan de forma responsable de su deber, son confiables y protegen los intereses de la iglesia. Los que tienen poca humanidad son muy egoístas y viles, y solo piensan en sus intereses. Salen del paso en el deber, tratan de holgazanear, y se les va la fuerza por la boca sin trabajar realmente. Puede que incluso ignoren o traicionen los intereses de la iglesia en aras de proteger los suyos. Al observar la conducta de mis padres a la luz de las palabras de Dios, comprobé que realmente no eran la gente de buena humanidad que yo había creído. Por ejemplo, mi papá, aunque hacía ciertos sacrificios superficiales, no tenía una carga en el deber, sino que era negligente y eludía el esfuerzo. Cuando había que pagar un precio, se buscaba montones de excusas para atender la carne y no pensaba en las necesidades de la iglesia. En el deber, precisaba de una vigilancia y una insistencia constantes. Era muy pasivo. En cuanto a mi mamá, aunque estaba ocupada constantemente, era capaz de sufrir y de pagar un precio por el deber y parecía trabajar algo, sus deberes no daban ningún resultado real y solamente los realizaba para impresionar. Parecía sumamente ocupada y concentrada en la eficiencia, pero en verdad solo aspiraba a los beneficios rápidos y todo era por su reputación y estatus. Carecía de un corazón temeroso de Dios en su trabajo y esto provocó grandes perjuicios a los intereses de la iglesia. En lo que atañía a los intereses de la iglesia, ella sabía que era la mejor persona para el trabajo, pero se empeñaba en que se ocuparan otros. Noté que no protegía en absoluto los intereses de la iglesia en materias cruciales y que no era del mismo sentir que Dios. Descubrí que ella había realizado muchas tareas y había pagado un gran precio, pero yo no me fijaba en sus motivaciones al pagar ese precio ni en si había alcanzado algo cumpliendo esas tareas, si realmente había contribuido en algo a la iglesia ni si, verdaderamente, había hecho más mal que bien. Finalmente comprendí que la evaluación de si la humanidad de alguien es buena o mala no se trata de cuántos sacrificios o esfuerzos parece haber realizado, sino más bien de si sus motivaciones son correctas o no, de si piensa sinceramente en la obra de la iglesia o hace las cosas por su reputación y estatus. La gente de buena humanidad genuina quizá no comprenda la verdad, pero tiene buen corazón y obedece a su conciencia. Es del mismo sentir que la casa de Dios y puede proteger los intereses de la iglesia cuando suceden cosas, por lo que puede lograr buenos resultados. Sin embargo, en cuanto a la gente de poca humanidad, por más que parezca sufrir y afanarse o por muy bien que hable, en realidad, es superficial en todo lo que hace y solo tiene en cuenta y planifica en función de sus intereses sin pensar sinceramente para nada en los de la iglesia, por lo cual se equivoca mucho en el trabajo y en verdad no logra nada real. Quizá esa gente haga algunas cosas confiando temporalmente en sus dones o en su experiencia, pero, a largo plazo, los perjuicios derivados de usar a esta clase de persona superan los beneficios porque su humanidad y su temperamento no están a la altura. No es confiable y no trabaja de verdad. Nunca sabes cuándo podría ocasionar perjuicios a la obra de la iglesia. Cuando me percaté de ello, me convencí totalmente de que mis padres carecían de buena humanidad.
Siempre había pensado en lo mucho a lo que renunciaron en su fe, incluida una vida muy acomodada, y en que habían cumplido con el deber de forma constante durante casi dos décadas de desafíos, así que, aunque no buscaran la verdad, al menos eran auténticos creyentes y personas de buena humanidad. No obstante, en realidad hay muchísima gente capaz de aparentar que soporta la dificultad, pero las motivaciones y la esencia de cada uno pueden variar. No veía qué los impulsaba a sufrir y esforzarse ni si habían logrado algo en el deber en realidad. Solo me fijaba en sus sacrificios y esfuerzos superficiales y creía que eran auténticos creyentes de buena humanidad. Mi punto de vista era muy superficial y necio. Como creyentes durante todos estos años, si bien hemos padecido la persecución del Partido Comunista y el dolor de que nuestras familias se han destruido, también hemos gozado mucho de la gracia de Dios. Dios no solo nos concede muchísimas verdades, sino también abundante sustento para nuestras necesidades en la vida. Alguien que de verdad tiene conciencia y razón debe hacer todo lo posible por cumplir con el deber y retribuirle a Dios Su amor. Sin embargo, tras todos esos años de fe y de entender tanta doctrina, mis padres aún no tenían el sentido más elemental de la carga ni de la responsabilidad que deberían haber tenido hacia el deber. Ni siquiera protegían los intereses de la iglesia. A tenor de su conducta, que la iglesia los destituyera fue por completo la justicia de Dios. Ocuparse de ellos de esta manera no solo fue bueno para la obra de la iglesia, sino también para ellos. Si tropezar y fracasar de ese modo podía servirles para hacer introspección, conocerse y volverse a Dios, para cambiar de actitud hacia el deber, eso sería su salvación y un punto de inflexión en su senda de fe. De continuar actuando como lo hacían, sin introspección, arrepentimiento ni ninguna clase de transformación, realmente podían quedar revelados y descartados. Recordé unas palabras de Dios: “La cantidad de sufrimiento que una persona debe soportar y la distancia que debe recorrer en su senda están ordenadas por Dios, y, en realidad, nadie puede ayudar a alguien más” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. La senda… (6)). En este punto, lo único que podía hacer era señalar los problemas que descubriera y esforzarme al máximo por ayudarlos, pero en cuanto a la senda por la que optaran, yo no debía preocuparme por eso. Al entender estas cosas me sentí mucho más iluminada por dentro, y dejé de sentirme mal o angustiada por ellos. Fui capaz de abordar el asunto correctamente.
Luego leí más palabras de Dios: “Debes saber qué tipo de personas deseo; los impuros no tienen permitido entrar en el reino, ni mancillar el suelo santo. Aunque puedes haber realizado muchas obras y obrado durante muchos años, si al final sigues siendo deplorablemente inmundo, entonces ¡será intolerable para la ley del Cielo que desees entrar en Mi reino! Desde la fundación del mundo hasta hoy, nunca he ofrecido acceso fácil a Mi reino a cualquiera que se gana Mi favor. Esta es una norma celestial ¡y nadie puede quebrantarla!” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. El éxito o el fracaso dependen de la senda que el hombre camine). “Yo decido el destino de cada persona, no con base en su edad, antigüedad, cantidad de sufrimiento ni, mucho menos, según el grado de compasión que provoca, sino con base en si posee la verdad. No hay otra opción que esta. Debéis daros cuenta de que todos aquellos que no hacen la voluntad de Dios serán también castigados. Este es un hecho inmutable” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Prepara suficientes buenas obras para tu destino). Estos pasajes me resultaron muy conmovedores. El único criterio de Dios para juzgar si puede salvar a las personas es si estas están en posesión de la verdad y han transformado su carácter. Dios ha obrado todos estos años y ha expresado muchísimas verdades, con lo que ha enseñado de forma concreta y detallada la senda para entrar en la realidad verdad y alcanzar la salvación. Siempre que alguien sea capaz de amar y aceptar la verdad, hay esperanza de que alcance la salvación de Dios. Sin embargo, si alguien se conforma con hacer sacrificios superficiales incluso después de años de fe, sin practicar la verdad ni transformar su carácter corrupto en absoluto, entonces no acepta la verdad, sino que está harto de ella. Alguien así, por más que se sacrifique, por muchos años que trabaje o por muchos deberes importantes que haya realizado, si no ha alcanzado la verdad y vida ni ha transformado su carácter corrupto al final, y sigue resistiéndose a Dios y rebelándose contra Él, perturbando e interrumpiendo la labor de la iglesia, no puede salvarse. Dios castigará a aquellos que cometan mucha maldad, lo que viene determinado por el carácter justo de Dios. Al pensar en eso, tuve más claro cómo llegaron mis padres a este punto. Si bien habían renunciado a su hogar y su empleo y se habían esforzado, no amaban la verdad. Eran superficiales y caprichosos en el deber y no hacían introspección ni se conocían a sí mismos en función de las palabras de Dios. Cuando los hermanos y hermanas les señalaban sus problemas, ellos no se sometían, ponían excusas, y pensaban que la otra persona intentaba complicarles la vida y que los demás esperaban demasiado de ellos. Esto me demostró que estaban hartos de la verdad y no la aceptaban, razón por la cual no se había transformado su carácter corrupto ni siquiera tras sus muchos años de fe. Por el contrario, a medida que acumulaban tiempo como creyentes y de trabajo, su carácter arrogante se agravó cada vez más. Por su actitud hacia la verdad, vi que todos sus sacrificios no estaban destinados a alcanzar la verdad y vida, sino que los hacían a regañadientes por las bendiciones. Eran como Pablo, que todo lo hacía para hacer un trato con Dios. No era un auténtico creyente que se esforzara sinceramente por Él. Me quedó claro por fin que el hecho de que alguien crea sinceramente en Dios, tenga buena humanidad y pueda salvarse, o no, debe juzgarse por su actitud hacia la verdad. No es correcto juzgarlo por la cantidad de sacrificios superficiales que haya hecho, cuánto haya trabajado o qué clase de deberes haya realizado. Aunque puede que algunos hermanos y hermanas no contribuyan mucho a la iglesia y que su deber parezca insignificante, son incondicionales en el deber y se vuelcan en él con todo el corazón y la fuerza. En el deber, se centran en buscar la verdad y en reflexionar sobre su carácter corrupto, y tras reconocer esto, pueden arrepentirse personalmente, practicar la verdad y transformar su carácter corrupto. Esta clase de persona es capaz de mantenerse firme en la casa de Dios. Cuanto más lo pensaba, más pude apreciar que Dios es justo de verdad. Dios nunca ha cambiado de criterio para evaluar a la gente. Lo que pasa es que yo tenía ilusiones vanas sobre la salvación. Siempre había creído que Dios no debía abandonar ni descartar a quienes en apariencia hubieran hecho grandes sacrificios y esfuerzos, aunque no hubieran contribuido nada. No obstante, a partir del caso de mis padres, vi realmente la justicia de Dios. Dios no hace las cosas según las emociones o las nociones y fantasías del hombre, sino que utiliza los criterios de la verdad para juzgar y observar a cada persona. Ni siquiera las que han tenido cargos importantes en la casa de Dios son ninguna excepción. Al darme cuenta de estas cosas, sentí el corazón más iluminado y más libre.
Leí un par de pasajes más de las palabras de Dios. Dios dice: “Un día, cuando comprendas algo de la verdad, ya no pensarás que tu madre es la mejor persona ni tus padres las mejores personas. Te darás cuenta de que ellos también son miembros de la raza humana corrupta y de que sus actitudes corruptas son iguales. Lo único que los diferencia es su consanguinidad contigo. Si no creen en Dios, son lo mismo que los incrédulos. Ya no los mirarás desde la perspectiva de un familiar ni desde la de tu relación carnal, sino desde el lado de la verdad. ¿Cuáles son los principales aspectos en que debes fijarte? Debes fijarte en sus opiniones sobre la fe en Dios, en sus opiniones sobre el mundo, en sus opiniones acerca de cómo abordar los asuntos y, ante todo, en sus actitudes hacia Dios. Si evalúas estos aspectos con precisión, verás claro si son buenas o malas personas. Puede que un día veas con claridad que son personas con actitudes corruptas, igual que tú. Puede quedarte incluso más claro que no son las personas bondadosas, con verdadero amor por ti que imaginabas que eran, y que en absoluto saben guiarte hacia la verdad ni hacia la senda correcta en la vida. Puede que veas claro que lo que han hecho por ti no te resulta de gran provecho y que no te sirve de nada a la hora de tomar la senda correcta en la vida. Puede que también descubras que muchas de sus prácticas y opiniones son contrarias a la verdad, que son de la carne y que esto hace que los desprecies y sientas aversión y odio. Si llegas a ver estas cosas, entonces podrás considerar a tus padres en tu interior de la manera correcta y ya no los echarás de menos, no te preocuparán, ni serás incapaz de vivir separado de ellos. Habrán concluido su misión como padres, así que ya no los considerarás las personas más cercanas a ti ni los idolatrarás. Por el contrario, los considerarás gente normal, y en ese momento te librarás por completo de la esclavitud de las emociones y te desprenderás verdaderamente de ellas y del afecto familiar” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo si se corrige el propio carácter corrupto es posible labrar una auténtica transformación). “Muchas personas padecen un innecesario sufrimiento emocional; de hecho, todo esto es un sufrimiento innecesario e inútil. ¿Por qué digo esto? Las personas siempre están limitadas por sus emociones, así que son incapaces de practicar la verdad y someterse a Dios. Además, estar constreñido por emociones no es en absoluto beneficioso para cumplir el deber propio o seguir a Dios, y por si fuera poco es un enorme obstáculo para la entrada en la vida. Por tanto, sufrir limitaciones emocionales no tiene sentido, y Dios no lo recuerda. Entonces, ¿cómo te liberas de este sufrimiento sin sentido? Has de entender la verdad y desentrañar y comprender la esencia de esas relaciones carnales; entonces te resultará fácil liberarte de sentirte constreñido por las emociones de la carne. […] Satanás quiere usar el afecto para constreñir y atar a las personas. Si estas no entienden la verdad, resulta fácil engañarlas. Muy a menudo, son infelices, lloran, sufren adversidades y hacen sacrificios, todo por causa de sus padres y de sus seres queridos. Están sumidos en la ignorancia; lo asumen y cosechan lo que siembran. Sufrir estas cosas carece de valor, es un esfuerzo inútil que Dios no recordará en absoluto, y se podría decir que están viviendo un infierno. Cuando comprendas realmente la verdad y desentrañes la esencia de esas cosas, serás libre; sentirás que tu sufrimiento anterior era ingenuo e ignorante. No culparás a nadie más, solo a tu propia ceguera, a tu necedad y al hecho de que no comprendiste la verdad ni viste las cosas con claridad” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo si se corrige el propio carácter corrupto es posible labrar una auténtica transformación). La lectura de las palabras de Dios fue muy emotiva para mí. ¡Qué bien nos comprende Dios! Todo mi llanto y mi sufrimiento innecesario se debieron a que era demasiado sentimental y no veía las cosas con claridad. Antes no comprendía la verdad ni tenía discernimiento acerca de mis padres, y creía que eran estupendos y admirables, mi ejemplo, y que debía procurar ser como ellos. Incluso pensaba que eran unas personas que comprendían la verdad y que estaban cerca de salvarse, pero al observarlos a la luz de las palabras de Dios y de la verdad, finalmente comprendí lo tremendamente equivocado de mi punto de vista y por fin logré cierto discernimiento de la clase de personas que eran en realidad. Vi en ellos muchas cosas que no solo no admiraba, sino que despreciaba. Dejé de adorarlos y admirarlos y de sufrir y llorar por ellos. Llegué a ser capaz de apreciarlos de forma objetiva y precisa.
Gracias a la revelación de esta situación, finalmente descubrí que era demasiado sentimental. Cuando vivía inmersa en los afectos carnales, solamente pensaba en cuánta angustia y sufrimiento podrían sentir mis padres y no aceptaba la manera en que la iglesia se había ocupado de ellos. Era sumamente reacia y hasta me quejaba de que Dios no era justo. Ahora comprendo por qué Dios detesta los lazos sentimentales entre los seres humanos: porque cuando la gente vive con estas emociones, confunde lo correcto y lo incorrecto, el bien y el mal, se aleja de Dios y se rebela contra Él. Antes no me conocía. Cuando veía a los hermanos y hermanas que lloraban durante días porque a sus familiares los habían destituido, echado o expulsado, yo los despreciaba. Pensaba que, si alguna vez me pasaba a mí algo así, no sería tan débil. Sin embargo, cuando realmente afronté eso mismo, fui mucho más débil que nadie y me vine abajo. No me limité a llorar unas pocas veces, sino que me sumí en la negatividad y eso repercutió en mi deber. Era verdaderamente necia e ingenua, y, además, un tanto irracional. Con esta experiencia finalmente logré entender un poco a esos hermanos y hermanas a quienes les costaba librarse de sus emociones y me avergoncé un poco de mi ignorancia y jactancia del pasado. También aprendí que hay una verdad que buscar en todo lo que sucede, que siempre hay una oportunidad de cultivar el discernimiento y aprender una lección, y que es preciso que tratemos a todos los que nos rodean, incluidos nuestros padres, según las palabras de Dios y la verdad. Entonces no los trataremos en función de nuestras emociones y fantasías ni haremos nada que se resista a Dios. ¡Gracias a Dios!