26. Reflexiones tras enfermar durante la pandemia
Al poco de aceptar el evangelio de Dios Todopoderoso de los últimos días, aprendí en las palabras de Dios que, cuando Él vaya a acabar Su obra de los últimos días, nos sobrevendrán grandes desastres para premiar a los buenos y castigar a los malvados. Quienes hicieron el mal y se opusieron a Dios serán aniquilados en los desastres, mientras que aquellos que aceptaron el juicio de las palabras de Dios y se purificaron serán protegidos y guardados por Él en los desastres e introducidos en Su reino para gozar de bendiciones eternas. Entonces pensé que sería de gran bendición entrar en el reino y ganar la vida eterna y que tenía que valorar esta oportunidad única en la vida, cumplir bien mi deber y esforzarme por Dios para que, al término de Su obra, reúna las condiciones para perdurar. Por ello, dejé mi empleo y me puse a difundir el evangelio. Al ver que los desastres siguen en aumento, en un momento tan decisivo, quería hacer más buenas acciones y compartir con más gente el evangelio de Dios de los últimos días para contribuir a la difusión del evangelio del reino. Así, volqué toda mi energía en predicar el evangelio, ocupada de sol a sol todos los días. Cada vez más gente aceptaba la obra de Dios de los últimos días en mi distrito, con lo que no paraban de fundarse iglesias. Estos resultados me dejaron muy satisfecha de mí misma. Creía que no podrían pasar inadvertidas mis aportaciones a la labor evangelizadora. Y con el estallido de la pandemia que asolaba el mundo y el creciente número de contagios, yo me sentía totalmente tranquila. Pensaba que, al esforzarme por Dios en el deber, por muy extendida que estuviera, a mí no me afectaría. Sin embargo, un contagio inesperado del virus de la pandemia hizo añicos mis nociones y fantasías. Tuve que reflexionar sobre las motivaciones e impurezas en mi fe a lo largo de los años.
En mayo de 2021, de pronto empecé a toser un día, luego me dio fiebre y me notaba débil por todo el cuerpo. Al principio creía haber contraído un resfriado y no me importó mucho, pero los síntomas continuaron durante una semana sin desaparecer. Una hermana advirtió que mis síntomas eran muy similares a los del coronavirus y le preocupó que lo hubiera contraído, por lo que me aconsejó que fuera al hospital a hacerme un chequeo. No le hice mucho caso. A mi parecer, trabajaba largas jornadas, sufría y pagaba un precio por mi deber y lograba buenos resultados en él. Además, no había hecho el mal y perturbado el trabajo de la iglesia; ¿cómo iba a contraer el virus? Pero los resultados del chequeo fueron justo lo contrario de lo que esperaba. Di positivo. Caminé a casa aturdida, totalmente incapaz de encontrarle lógica al hecho de haber contraído el virus. Si llevaba años cumpliendo un deber, ¿por qué no me protegía Dios? ¿Qué pensarían de mí los hermanos y hermanas si se enteraban? ¿Creerían que había ofendido a Dios y que Él me estaba castigando? Pero yo no creía haber hecho el mal y perturbado la labor de la iglesia. Ya habían muerto millones de personas en todo el mundo desde que estallara la pandemia el año anterior. ¿Iba a morir ahora que yo también estaba contagiada? Con la obra de Dios a punto de concluir, si moría entonces, ¿no quedarían en nada todos mis años de esfuerzos? Luego no participaría de ninguna bendición en el futuro reino. Cuanto más lo pensaba, más me alteraba, y no sabía cómo sobrevivir a esta situación. Oré clamando a Dios: “Dios mío, Tú has permitido que contraiga este virus; esta debe de ser Tu benevolencia. Como es imposible que Tú falles, debo de haberme rebelado y opuesto a Ti de algún modo. Sin embargo, no sé cómo ofendí Tu carácter. Te pido esclarecimiento para saber en qué fallé. Deseo arrepentirme”. Después recordé un pasaje de las palabras de Dios. “¿Cómo se debe experimentar el comienzo de una enfermedad? Debes acudir ante Dios para orar y tratar de captar Su voluntad, y examinar qué hiciste mal y qué corrupciones hay dentro de ti que se tienen todavía que resolver. No puedes resolver tus actitudes corruptas sin dolor. La gente debe ser atemperada mediante el dolor; solo entonces dejarán de ser disolutos y vivirán ante Dios en todo momento. Cuando se enfrentan al sufrimiento, las personas siempre oran. No piensan en comida, ropa o placer; siempre oran en su corazón y examinan si han hecho algo malo durante este tiempo. La mayoría de las veces, cuando te sobreviene una enfermedad grave o inusual y esta te causa un gran dolor, esto no es algo que te suceda por accidente; tanto si estás enfermo como si estás sano, la voluntad de Dios está detrás de todo” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. En la fe en Dios, lo más importante es alcanzar la verdad). El oportuno esclarecimiento de las palabras de Dios me mostró que mi contagio no fue al azar, sino que se debió íntegramente a la soberanía y las disposiciones de Dios. Tenía que buscar la voluntad de Dios y hacer introspección. No podía quejarme y culpar a Dios pasara lo que pasara. Los siguientes días, de cuarentena en casa, me sinceré con los hermanos y hermanas acerca de toda corrupción que revelara, me conocí a mí misma y hallé una senda de práctica y entrada en las palabras de Dios. Además, sin importar cómo me sintiera físicamente, seguía predicando el evangelio por internet. Un par de días después me sentía mucho mejor, ya casi no tosía, tenía una temperatura normal y había recuperado la energía y la fuerza. Realmente contenta, creí que Dios había visto mi obediencia y arrepentimiento, por lo que había velado por mí. Al pensarlo, se calmó un poco mi intranquilidad, pero, al día siguiente, de pronto noté opresión y malestar en el pecho y no podía parar de toser. Luego me dio fiebre y se me debilitó todo el cuerpo. Sentí una oleada de pánico. Desde que me diagnosticaran, no había culpado a Dios y había seguido con mi deber. ¿Cómo podía haber enfermado aún más? Como no había medicamentos para tratarlo, si Dios no me salvaba, seguro que moría. Me daba mucho miedo la idea de morir; no podía resignarme a ello. Llevaba más de diez años siguiendo a Dios, había dejado mi hogar y mi empleo y dedicaba largas jornadas al deber. Había sufrido mucho y pagado bastante precio. ¿Dios no recordaba todo eso? Si moría, jamás contemplaría la belleza del reino ni gozaría de sus bendiciones. Cuanto más lo pensaba, más me deprimía. Todavía cumplía con el deber, pero no tenía energía dentro de mí y me enojaba mucho cuando tenía más que hacer. Me daba prisa con ello para poder descansar. Antes, trabajaba en el deber de sol a sol y creía que Dios me protegía, pero ahora que Él no lo hacía, tenía que pensar en mi bienestar y cuidar de mi salud. Para mi recuperación no sería bueno estresarme y cansarme demasiado. En las reuniones, los demás hermanos y hermanas tenían mucha vitalidad y podían hablar sin cesar, pero yo me ponía a toser siempre que hablaba y no podía respirar cuando leía las palabras de Dios. Muy molesta, no podía evitar tratar de razonar con Dios: “Dios mío, suelo ser muy diligente en el deber, seria y responsable. Del resto, algunos no llegan a mi altura en el suyo. Todos están sanos y cumplen con el deber, ¿y por qué soy yo la que tiene el virus? Si esta es una prueba Tuya, pero hay otros en la iglesia que buscan más la verdad que yo, ¿por qué no se enfrentan a esto? Si este es Tu castigo, yo no he hecho el mal, ni perturbado el trabajo de la iglesia ni ofendido Tu carácter. Dios mío, continúo queriendo cumplir mi deber y me gusta el que tengo. No lo he cumplido lo suficiente; quiero seguir viviendo y cumpliendo un deber. Oh, Dios, ahora cumplo un deber importante y aún puedo rendirte servicio. Te pido protección para poder seguir viviendo y sirviéndote”. Al pensar eso, me vino a la mente con gran claridad un pasaje de las palabras de Dios: “¿En qué te basas tú, un ser creado, para imponer exigencias a Dios? La gente no está en condiciones de imponer exigencias a Dios. No hay nada más irracional que imponer exigencias a Dios. Él hará lo que deba hacer y Su carácter es justo. La justicia no es en modo alguno imparcial ni razonable; no se trata de igualitarismo, de concederte lo que merezcas en función de cuánto hayas trabajado, de pagarte por el trabajo que hayas hecho ni de darte lo que merezcas a tenor de tu esfuerzo, esto no es justicia, es simplemente ser imparcial y razonable. Muy pocas personas son capaces de conocer el carácter justo de Dios. Supongamos que Dios hubiera eliminado a Job después de que este diera testimonio de Él: ¿Sería esto justo? De hecho, lo sería. ¿Por qué se denomina justicia a esto? ¿Cómo ve la gente la justicia? Si algo concuerda con las nociones de la gente, a esta le resulta muy fácil decir que Dios es justo; sin embargo, si considera que no concuerda con sus nociones —si es algo que no comprende—, le resultará difícil decir que Dios es justo. Si Dios hubiera destruido a Job en aquel entonces, la gente no habría dicho que Él era justo. En realidad, no obstante, tanto si la gente ha sido corrompida como si no, y si lo ha sido profundamente, ¿tiene que justificarse Dios cuando la destruye? ¿Debe explicar a las personas en qué se basa para hacerlo? ¿Debe Dios decirle a la gente las reglas que Él ha ordenado? No hay necesidad de ello. A ojos de Dios, a alguien que es corrupto y que es susceptible de oponerse a Dios, no tiene ningún valor; da igual cómo lo maneje Dios, siempre estará bien, y todo está dispuesto por Él. Si fueras desagradable a ojos de Dios, si dijera que no le resultas útil tras tu testimonio y, por consiguiente, te destruyera, ¿sería esta también Su justicia? Lo sería. […] Todo cuanto hace Dios es justo. Aunque pueda resultarles incomprensible a los humanos, no deben juzgarlo a su antojo. Si alguna cosa que haga les parece irracional o tienen nociones al respecto y por eso dicen que no es justo, están siendo completamente irracionales” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Al meditar las palabras de Dios, lo sentía cara a cara conmigo, reprendiéndome, y cada palabra iba directa al corazón. ¿No estaba culpando a Dios por injusto e inicuo? ¿No estaba negociando y poniendo excusas y condiciones ante Él? Como había logrado cosas en mis años de sufrimiento y esfuerzo en el deber, creía que Dios debía protegerme de caer en el desastre y que esa sería Su justicia, pero, en realidad, eran únicamente mis nociones y fantasías, nada conformes con la verdad. Dios es el Señor de la Creación, y yo, un ser creado. Todo cuanto disfruto viene de Dios y Él también me dio la vida. De Él dependen mi destino y el tiempo que me permita vivir. Como ser creado, debía someterme a ello y aceptarlo. ¿Qué derecho tenía a razonar con Dios y poner condiciones? Yo había tenido fe todos esos años y disfrutado muchísimo del riego y sustento de la verdad de Dios, y seguía sin tener gratitud. Ahora que había contraído el virus y afrontaba la amenaza de la muerte, razonaba con Dios y me resistía a Él culpándolo de ser injusto. ¿Dónde estaban mi conciencia y mi razón? A medida que lo pensaba me sentía más culpable y avergonzada, y me arrodillé ante Dios en oración: “¡Dios mío, qué irracional soy! Tú me creaste, soy un ser creado. Debo someterme a todas Tus instrumentaciones y disposiciones. Es lo correcto y natural. Has permitido que contraiga este virus con posible riesgo de muerte. Como no quería morir, no quería someterme, discutía contigo, te culpaba por no actuar correctamente y te pedía que me dejaras seguir viva. No tenía ningún sometimiento ni razón. ¡Qué rebelde! Dios mío, quiero hacer introspección y arrepentirme ante Ti”.
Los siguientes días me sentía muy mal siempre que pensaba en mis quejas y malentendidos sobre Dios. Sobre todo al recordar que, cuando mi enfermedad se agravó, yo me resistía a Él, discutía con Él, me volví negativa, holgazaneaba, iba tirando en el deber y posponía las cosas, me sentía aún más culpable e incómoda. Cuando no estaba enferma ni había crisis, proclamaba la justicia de Dios y que todo ser creado tenía que someterse a lo dispuesto por el Señor de la creación. ¿Por qué demostré tanta rebeldía y resistencia cuando enfermé? Leí unas palabras de Dios en mis devociones. “La relación del hombre con Dios es, simplemente, de puro interés personal. Es la relación entre el receptor y el dador de bendiciones. Para decirlo con claridad, es similar a la relación entre empleado y empleador. El primero solo trabaja para recibir las recompensas otorgadas por el segundo. En una relación como esta, no hay afecto; solo una transacción. No hay un amar y ser amado; solo caridad y misericordia. No hay comprensión; solo engaño y reprimida indignación. No hay intimidad; solo un abismo que no se puede cruzar” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. El hombre sólo puede salvarse en medio de la gestión de Dios). “En la mente de los anticristos, mientras la gente sea capaz de cumplir un deber, pague un precio y sufra unas pocas dificultades, debe ser bendecida por Dios. Y así, después de un tiempo de trabajo en la iglesia, empiezan a hacer balance de cuáles son los trabajos que han hecho para esta, qué contribuciones han realizado a la casa de Dios, y qué han hecho por los hermanos y hermanas. Todo esto lo tienen muy presente, tratando de adivinar las gracias y bendiciones que les reportará Dios, para determinar si tiene algún valor hacer tales cosas. ¿Por qué se preocupan por este tipo de cosas? ¿Qué es lo que buscan en el fondo de su corazón? ¿Cuál es el objetivo de su fe en Dios? Desde el principio, su fe en Dios se debe a que buscan las bendiciones. Y no importa cuántos años llevan escuchando sermones, ni cuántas palabras de Dios han comido y bebido, ni cuántas doctrinas han entendido, nunca dejarán de lado su deseo y motivación de ser bendecidos. Si les pides que sean un ser creado obediente y que acepten la regla y las disposiciones de Dios, dirán: ‘Eso no tiene nada que ver conmigo, no es por lo que debería esforzarme. A lo que debería aspirar es a que, cuando haya librado la lucha, cuando haya hecho el esfuerzo necesario y haya sufrido las dificultades requeridas, una vez que haya hecho todo según lo que Dios pide, Dios debería recompensarme y permitir que me quede, seré coronado en el reino, y ocuparé una posición más alta que el pueblo de Dios; como poco regiré dos o tres ciudades’. Esto es lo que más preocupa a los anticristos. No importa cómo la casa de Dios comunique la verdad, sus motivaciones y deseos no pueden disiparse; son el mismo tipo de persona que Pablo. ¿No existe un tipo de carácter malvado y perverso escondido dentro de una transacción tan evidente? Algunos religiosos dicen: ‘Nuestra generación sigue a Dios por la senda de la cruz. Esto se debe a que Dios nos eligió, y por eso tenemos derecho a ser bendecidos. Hemos sufrido y pagado un precio, y hemos bebido vino de la copa amarga. Algunos de nosotros incluso hemos sido arrestados y condenados a la cárcel. Después de sufrir todas estas penurias, de escuchar tantos sermones y de aprender tanto sobre la Biblia, si un día no somos bendecidos, iremos al tercer cielo y razonaremos con Dios’. ¿Habéis oído alguna vez semejante cosa? Afirman que irán al tercer cielo a razonar con Dios; ¿cuán atrevido es eso? ¿No os da miedo solo oírlo? ¿Quién se atreve a intentar razonar con Dios? […] ¿No son tales personas arcángeles? ¿No son Satanás? Puedes razonar con quien quieras, pero no con Dios. No debes hacer eso, no debes tener esos pensamientos. Las bendiciones vienen de Dios, Él se las puede conceder a quien quiera. Incluso si cumples con los requisitos para recibir las bendiciones, cuando Dios no te las conceda, no debes tratar de razonar con Él. El universo entero y toda la humanidad están en manos de Dios, Él tiene la última palabra, eres un ser humano insignificante, y aun así te atreves a razonar con Dios. ¿Cómo puedes ser tan presuntuoso? Será mejor que te mires en el espejo para ver quién eres. Si te atreves a clamar contra el Creador y a enfrentarte con él, ¿acaso no estás buscando tu propia muerte? ‘Si un día no somos bendecidos, iremos al tercer cielo y razonaremos con Dios’. Con estas palabras, estás clamando abiertamente contra Dios. ¿Qué clase de lugar es el tercer cielo? Se trata de la morada de Dios. Atreverse a ir al tercer cielo para intentar razonar con Dios es como asaltar el palacio. ¿No es así? Algunos dicen: ‘¿Qué relevancia tiene esto para los anticristos?’ Es de la mayor relevancia, porque aquellos que desearían ir al tercer cielo para razonar con Dios son anticristos; solo los anticristos pronunciarían tales palabras, esas palabras son la voz que habita en el fondo del corazón de los anticristos y son su maldad” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 7: Son malvados, insidiosos y mentirosos (II)). Me dio vergüeza la revelación de Dios y vi que, en mis años de sufrimiento y de pagar un precio en el deber, no pretendía para nada pensar en la voluntad de Dios ni cumplir el deber de un ser creado para retribuirle Su amor. Lo hacía a cambio de las bendiciones de Dios, para entrar en el reino y gozar de bendiciones eternas. Consideraba el cumplimiento del deber un medio para escapar al desastre y ser bendecida por Dios, una baza y un capital para negociar con Él. Por eso calculaba en mi fuero interno cuánto había hecho, a cuántos había convertido, cuánto había sufrido y qué precios pagado. Cuanto más calculaba, más creía haber aportado un servicio meritorio y que era apta para recibir la protección de Dios en el desastre y perdurar. Jamás imaginé que de pronto me contagiaría del virus. Culpé y malinterpreté a Dios y no busqué el modo de someterme a Él en la enfermedad, sino que pensé en qué podía hacer para recibir Su visto bueno a fin de que Él me protegiera y yo mejorara enseguida. Por ello, cuando, por el contrario, empeoró mi enfermedad, me desalenté con respecto a Dios. Lo culpé de no protegerme, de ser injusto conmigo. Los hechos demostraban que con mi fe y mi deber solo pretendía recibir bendiciones y que no era sincera con Dios. Lo utilizaba a Él para alcanzar mi objetivo de recibir bendiciones a base de hacer tratos con Él y engañarlo. ¡Qué egoísta y astuta! En la Era de la Gracia, Pablo difundió el evangelio del Señor por toda Europa, sufrió mucho y pagó un alto precio, pero todo cuanto daba solo era para entrar al reino de los cielos y ser premiado. Afirmó: “He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, he guardado la fe. En el futuro me está reservada la corona de justicia” (2 Timoteo 4:7-8). Eso significaba realmente que, si Dios no le daba una corona, no era justo. El mundo religioso está hondamente influido por estas palabras de Pablo. Todos cuantos trabajan y sufren en pro del Señor lo hacen para ir al cielo y ser bendecidos. Discuten con Dios si no los bendice. Yo era como ellos, ¿no? Entonces sentí miedo. Nunca imaginé que revelaría ese tipo de carácter. Si no me hubiera revelado esa situación, no habría descubierto que tenía un carácter de anticristo tan grave. Recordé unas palabras de Dios: “He impuesto al hombre un estándar muy estricto todo este tiempo. Si tu lealtad viene acompañada de intenciones y condiciones, entonces preferiría no tener tu supuesta lealtad, porque Yo aborrezco a los que me engañan por medio de sus intenciones y me chantajean con condiciones. Solo deseo que el hombre me sea absolutamente leal y que haga todas las cosas en aras de una sola frase, la fe, y para demostrar esa fe. Desprecio vuestro uso de halagos para alegrarme, porque Yo siempre os he tratado con sinceridad, por lo que deseo que vosotros también actuéis con una fe verdadera hacia Mí” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. ¿Eres un verdadero creyente en Dios?). En las palabras de Dios percibí que Su carácter es justo y santo y que no tolera ofensa. Dios obra para salvar a la humanidad y quiere sinceridad y devoción del hombre. Si los esfuerzos de la gente albergan motivaciones, impurezas, negociaciones o engaños, Él no solo no les da Su visto bueno, sino que le asquean, le repugnan y los condena. Como Pablo, que al final no fue bendecido por Dios, sino enviado al castigo del infierno. También debía de repugnar y asquear a Dios que mi deber albergara la impureza de una transacción. Mi enfermedad reveló plenamente el carácter justo y santo de Dios. Acto seguido, acepté totalmente la enfermedad y me sometí a ella de corazón.
Luego leí otro pasaje de las palabras de Dios: “Como ser creado, cuando te presentas ante el Creador, debes cumplir con tu deber. Eso es lo correcto y es la responsabilidad que tienes sobre tus hombros. Basado en que los seres creados cumplen con su deber, el Creador ha realizado una mayor obra entre la humanidad. Ha cumplido una etapa más de obra en la humanidad. ¿Y qué obra es esa? Proporciona la verdad a la humanidad, permitiéndole recibirla de Él mientras cumple con su deber, para así deshacerse de su carácter corrupto y ser purificada. Así, satisface la voluntad de Dios y se embarca en la senda correcta de la vida, y al final, es capaz de temer a Dios y evitar el mal, conseguir la salvación completa y dejar de someterse a las aflicciones de Satanás. Este es el objetivo que Dios desearía que la humanidad consiguiera al final al cumplir su deber. Por tanto, durante el proceso de llevar a cabo tu deber, Dios no solo te hace ver claramente alguna cosa y comprender un poco de la verdad, ni solo te permite disfrutar de la gracia y las bendiciones que recibes al cumplir con tu deber como ser creado. En cambio, te permite ser purificado y salvado y, en última instancia, que llegues a vivir en la luz del rostro del Creador” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 9: Cumplen con su deber solo para distinguirse a sí mismos y satisfacer sus propios intereses y ambiciones; nunca consideran los intereses de la casa de Dios, e incluso los venden a cambio de su propia gloria (VII)). Las palabras de Dios me conmovieron mucho. Cumplir un deber es una responsabilidad y una obligación que un ser creado no puede eludir y, sobre todo, una senda para alcanzar la verdad y la transformación del carácter. En el deber, Dios dispone toda clase de situaciones que revelan el carácter corrupto de la gente; entonces, con el juicio y las revelaciones de Su palabra y con Su disciplina, Él nos permite entender nuestra corrupción y transformarnos para que Satanás ya no nos corrompa y lastime más. Esta es la benevolencia de Dios. Durante mis años en el deber, había exhibido mucha corrupción en los entornos dispuestos por Dios. Había logrado entender un poco mis actitudes corruptas y comenzado a detestarme, a arrepentirme y transformarme y a tener algo de semejanza humana. Había aprendido mucho en el deber, pero seguía sin estar agradecida. En cambio, utilizaba el deber como baza a cambio de bendiciones, un pase para salir de los desastres, y trataba a Dios como si pudiera engañarlo y utilizarlo. ¡Era despreciable! Dios ha expresado muchísimas verdades, pero yo no las valoraba y no pensaba más que en recibir bendiciones, escapar al desastre, entrar en el reino y ser premiada. Era muy malvada. Oré y juré a Dios que dejaría de cumplir mi deber para ser bendecida y que, por el contrario, buscaría la verdad en él para retribuirle Su amor. Leí otro pasaje de las palabras de Dios que me dio una senda de práctica. “Si, en tu fe en Dios y tu búsqueda de la verdad, eres capaz de decir: ‘Ante cualquier enfermedad o acontecimiento desagradable que Dios permita que me suceda, haga Dios lo que haga, debo obedecer y mantenerme en mi sitio como un ser creado. Ante todo, he de poner en práctica este aspecto de la verdad, la obediencia, debo aplicarlo y vivir la realidad de la obediencia a Dios. Además, no debo dejar de lado la comisión de Dios para mí ni el deber que he de llevar a cabo. Debo cumplir con el deber hasta mi último aliento’, ¿esto no es dar testimonio? Con esta determinación y este estado, ¿puedes quejarte igualmente de Dios? No. En ese momento vas a pensar para tus adentros: ‘Dios me da este aliento, me ha provisto y protegido todos estos años, me ha quitado mucho dolor, me ha otorgado abundante gracia y muchas verdades. He comprendido verdades y misterios que la gente de varias generaciones no ha comprendido. ¡He recibido tanto de Dios que debo corresponderlo! Antes tenía muy poca estatura, no entendía nada y todo lo que hacía hería a Dios. Puede que más adelante no tenga otra oportunidad de corresponder a Dios. Me quede el tiempo de vida que me quede, debo ofrecer a Dios la poca fuerza que tengo y hacer lo que pueda por Él para que vea que todos estos años en que me ha provisto no han sido en vano, sino que han dado fruto. Quiero reconfortar a Dios y no herirlo ni decepcionarlo más’. ¿Qué te parece pensar así? No pienses en cómo salvarte o escapar, en plan: ‘¿Cuándo se curará esta enfermedad? Cuando se cure, haré todo lo posible por cumplir con el deber y ser devoto. ¿Cómo puedo ser devoto estando enfermo? ¿Cómo puedo cumplir con el deber de un ser creado?’. Mientras te quede aliento, ¿no puedes cumplir con el deber? Mientras te quede aliento, ¿eres capaz de no avergonzar a Dios? Mientras te quede aliento, mientras tengas la mente lúcida, ¿eres capaz de no quejarte de Dios? (Sí). Es fácil decir ‘sí’ ahora, pero no será tan fácil cuando te suceda realmente. Por eso debéis buscar la verdad, esforzaros con ella a menudo y pasar más tiempo reflexionando: ‘¿Cómo puedo satisfacer la voluntad de Dios? ¿Cómo puedo corresponder Su amor? ¿Cómo puedo cumplir con el deber de un ser creado?’. ¿Qué es un ser creado? ¿Es escuchar las palabras de Dios la única responsabilidad de un ser creado? No; lo es vivir las palabras de Dios. Dios te ha otorgado gran parte de la verdad, del camino y de la vida para que puedas vivir estas cosas y dar testimonio de Él. Eso ha de hacer un ser creado, y es tu responsabilidad y obligación” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. El único camino que hay es la lectura de las palabras de Dios y la meditación de la verdad de manera frecuente). Las palabras de Dios me conmueven mucho. Dios es el Señor de la Creación, y yo, un ser creado, así que mi destino está en Sus manos. Permitió que me sobreviniera esta enfermedad, con lo que, viviera o muriera, debía someterme a Su soberanía y Sus disposiciones. Ese es el razonamiento básico que ha de tener un ser creado. Y es un deber que debe cumplir todo ser creado. En cualquier momento, pase lo que pase, mientras respire, debo cumplir con el deber. Había gozado enormemente del amor de Dios a lo largo de los años, pero, al no buscar la verdad, siempre me rebelaba contra Él y lo lastimaba; le debía muchísimo. Ahora, mientras viva debo cumplir mi deber para retribuirle Su amor. Los siguientes días, todos ellos pensaba en cómo cumplir bien mi deber para satisfacer a Dios. La hermana que tenía por compañera era nueva en el deber y no conocía muchos principios de predicación del evangelio, por lo que surgieron varios problemas. Yo la ayudaba y guiaba por internet. También leía en silencio las palabras de Dios y le cantaba himnos de alabanza. Continuaba tosiendo y con fiebre, pero la enfermedad ya no me frenaba y dejé de pensar en si moriría o no. Sabía que mi destino estaba en manos de Dios y que Su soberanía determinaba cuánto viviría. Trataría de cumplir bien mi deber y de retribuirle Su amor hasta el último día que Él me permitiera vivir, me sometería y no volvería a quejarme hasta el día que Él decidiera que muriera.
Una noche no podía parar de toser, tenía la garganta llena de flemas, también tenía fiebre y me dolía todo el cuerpo. Estaba tan incómoda en la cama que daba vueltas sin poder dormir. Me pregunté: “¿Voy a morir? Una vez que concilie el sueño, ¿volveré a despertar alguna vez?”. Me angustiaba mucho la idea de la muerte, y pensar que, en lo sucesivo, quizá no tendría más ocasiones de leer las palabras de Dios me hacía llorar sin parar. Me levanté, encendí la computadora y leí este pasaje de las palabras de Dios: “Dios ha predeterminado la duración de la vida de cada persona. Una enfermedad puede parecer terminal desde el punto de vista médico, pero desde el de Dios, si tu vida debe continuar y aún no ha llegado tu hora, entonces no podrías morir ni aunque quisieras. Si Dios te ha encargado una comisión, y tu misión no ha terminado, entonces no morirás ni siquiera de una enfermedad que se supone que es fatal: Dios no se te llevará todavía. Aunque no ores, ni te cuides o te tomes en serio tu enfermedad, aunque no busques tratamiento o tal vez lo retrases, no puedes morir. Esto es especialmente cierto para aquellos que han recibido una comisión de Dios. Cuando su misión aún no se ha completado, con independencia de la enfermedad que les sobrevenga, no han de morir de inmediato, sino que han de vivir hasta el momento final del cumplimiento de la misión. ¿Tienes fe en esto? […] En realidad, tanto si intentas negociar para conseguir más tiempo, como si no te tomas en serio tu enfermedad en absoluto, desde el punto de vista de Dios, si puedes cumplir con tu deber y sigues siendo útil, si Dios ha decidido utilizarte, entonces no morirás. No podrás morir aunque lo desees. Pero si causas problemas, y cometes toda clase de actos malvados y ofendes el carácter de Dios, morirás rápidamente; tu vida será truncada. El tiempo de vida de todas las personas lo determinó Dios antes de la creación del mundo. Si pueden obedecer los arreglos y orquestaciones de Dios, entonces, ya sufran o no enfermedades, o tengan buena o mala salud, vivirán la cantidad de años predeterminada por Dios. ¿Tienes fe en esto?” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Al leer las palabras de Dios, percibí Su amor y misericordia y estaba emocionadísima. Entendí algo más la voluntad de Dios. Que pudiera nacer en los últimos días, creer en Dios y cumplir un deber venía determinado por Dios y, además, es una misión que Él me dio. Si mi misión concluyera, tendría que morir aunque no enfermara. Si no, no moriría aunque tuviera una enfermedad que debería matarme. No sabía qué me aguardaba, pero sí que debía poner mi vida en las manos de Dios y obedecer Sus disposiciones. Pensando que podía morir en cualquier momento, sentí muchas ganas de volver a hablar a Dios de corazón. Me arrodillé y le oré: “¡Oh, Dios mío! Gracias por elegirme para que viniera a Tu casa y por dejarme oír Tu voz. Recibir el riego y sustento de gran parte de Tus palabras me ha permitido aprender muchas verdades y conocer los principios para ser una persona. Creo que mi vida no ha sido en vano. Pero estoy muy corrompida y siempre rebelándome contra Ti y lastimándote. No he buscado bien la verdad ni cumplido sinceramente mi deber para retribuirte Tu amor. Tampoco te he dado nunca ni pizca de consuelo. Te debo muchísimo. No sé si tendré más ocasiones de retribuirte Tu amor. Si vivo, quiero buscar en serio la verdad y cumplir mi deber para satisfacerte…”.
Esa noche me dormí sin darme cuenta. Nada más despertar al día siguiente, me sentía totalmente relajada, como si nunca hubiera enfermado. Mi garganta se sentía bien, sin excesos de flema. Enseguida me tomé la temperatura y vi que había vuelto a la normalidad. Muy conmovida, supe que se trataba de la misericordia y la protección de Dios hacia mí. Aunque exhibí mucha rebeldía y resistencia cuando contraje el coronavirus, Dios no me trató según mis transgresiones, sino que siguió velando por mí. Sin poder contener el llanto, di gracias y alabanza a Dios.
Transcurrieron dos meses, en los que mi temperatura permaneció normal. No reapareció el virus y, sin darme cuenta, me había recuperado del todo. Muchos han muerto en esta pandemia, y yo sobreviví únicamente gracias al cuidado y la salvación admirables de Dios para conmigo. El contagio de este virus puso al descubierto las motivaciones e impurezas en mi fe y mi deber, con lo que descubrí mi vil motivación de negociar con Dios a cambio de bendiciones, y llegué a entenderme y a repugnarme en cierta medida. También adquirí una experiencia y un entendimiento prácticos del carácter santo y justo de Dios, y me sometí a Su soberanía y Sus disposiciones. Experimenté cierta refinación y cierto dolor en esta situación, pero aprendí mucho, cosas que no podría aprender en una situación cómoda. Siempre que recuerdo lo que coseché de esta experiencia, me embargan la gratitud y la alabanza hacia Dios. ¡Doy gracias a Dios por Su amor y Su salvación!