39. 75 días detenido

Por Zhao Liang, China

Un día, en septiembre de 2009, dos hermanas y yo fuimos a predicar el evangelio a un líder religioso. Sin embargo, el líder lo rechazó y convocó a más de diez miembros de su iglesia, quienes nos golpearon y nos llevaron a la comisaría local. En ese momento, me asusté mucho y me preocupaba que la policía nos torturara. Sabía que el PCCh odiaba y se resistía a Dios por encima de todo, y que podían matar con impunidad a los creyentes que capturaran. Habían torturado a muchos hermanos y hermanas después de arrestarlos, y a algunos incluso los habían matado a golpes o dejado lisiados. Me preocupaba que, debido a mi pequeña estatura, no iba a poder soportar la tortura de los policías, así que fingí que era mudo. Cuando me preguntaron de dónde era, quién era el líder de mi iglesia y quién me había enviado allí a predicar el evangelio, no dije ni una palabra. Entonces, me hicieron hacer una sentadilla. Pero, tras mantener la sentadilla por un rato, ya no me aguantaron más las piernas y me caí al suelo. Dos policías me dieron patadas y pisotones a voleo, y me ordenaron que me levantara y volviera a hacer la sentadilla. Tras pasar un rato más haciendo la sentadilla, me empezaron a doler las piernas y me empezó a sudar todo el cuerpo. Un policía me dijo con sorna: “¿Cómo te sientes? Te gusta, ¿verdad? Si no empiezas a hablar, te haremos seguir haciendo sentadillas”. El otro policía exclamó de manera vulgar: “Eres bastante testarudo, ¿no? Supongo que tendremos que hacerlo por las malas. ¡Sé que puedo abrirte la boca a la fuerza!”. Tras decir eso, me puso unas botellas de cerveza detrás de las rodillas y dijo: “Si estas botellas se caen, te espera una paliza”. Pasado un tiempo, no pude mantener la sentadilla y las botellas de cerveza se cayeron al suelo con un estruendo. Me tiraron al suelo de una patada y me siguieron pateando y pisoteando brutalmente. Sentía un dolor insoportable en las piernas, la espalda, los hombros y la cintura, y me hice un ovillo, atormentado por la agonía que sentía en el corazón. Dado que la constitución china garantiza explícitamente la libertad religiosa, tenemos el derecho legal de creer en Dios y predicar el evangelio, pero el PCCh nos sigue persiguiendo y atormentado constantemente. ¡Son verdaderamente malvados! En ese momento, recordé cómo habían perseguido a los discípulos del Señor Jesús: a Esteban lo lapidaron por defender el camino del Señor, mientras que a Pedro lo encarcelaron por predicar el evangelio y dar testimonio de Dios, y finalmente lo crucificaron cabeza abajo. Pensé en cómo Dios dijo: “Bienaventurados aquellos que han sido perseguidos por causa de la justicia, pues de ellos es el reino de los cielos(Mateo 5:10). Estas historias me infundieron mucho ánimo. Los santos de todas las épocas habían sufrido una enorme persecución por predicar el evangelio del Señor e incluso se habían convertido en mártires por Dios. Habían dado un testimonio grande y rotundo, pero yo me había vuelto débil y estaba agonizando después de sufrir tan solo un poco de persecución y tormento. Lo que yo había experimentado no se comparaba en lo más mínimo con lo que habían vivido los santos de épocas anteriores. Tenía valor y significado que me persiguieran y atormentaran por predicar el evangelio del reino de Dios. Tras darme cuenta de eso, ya no sentí dolor y recuperé la fe. Oré en silencio a Dios y le pedí que me diera la voluntad necesaria para soportar el sufrimiento, no rendirme ante Satanás y mantenerme firme en mi testimonio para glorificar a Dios.

Cuando la policía vio que aún no estaba dispuesto a hablar, me impidieron dormir. Los dos policías se turnaron para vigilarme y, apenas veían que cerraba los ojos, me daban una patada. Alrededor de la una de la mañana, otros dos oficiales que acababan de comenzar su turno me llevaron a la sala principal de la comisaría y me hicieron sentar en el suelo. Uno de los oficiales gritó con furia: “He oído que eres muy testarudo y que no quieres decirnos nada sobre tu fe en Dios. ¡Supongo que tendré que darte una pequeña lección para hacerte hablar!”. Con eso, me tiró al suelo de una patada brutal y me puso su pie sobre la cabeza, presionando con fuerza. Me dolía muchísimo cómo su pie se me estaba clavando en la cabeza y sentí que iba a hacerme trizas el cráneo. El otro oficial me puso el pie en el pecho y presionó, y de inmediato sentí un dolor insoportable y que no podía respirar. Tras eso, me pisoteó con fuerza los muslos y las pantorrillas. Sentía una agonía total por dentro y pensé: “Aunque no soy una persona de gran importancia o alto estatus en este mundo, nunca antes había vivido la humillación de que me pisoteen”. Seguí orando a Dios y pidiéndole que me diera la fuerza para soportar ese sufrimiento y mantenerme firme en mi testimonio. Tras orar, recordé cómo el Señor Jesús había sido crucificado: Llevaba una corona de espinas, los soldados romanos lo humillaron, se mofaron de Él y lo azotaron hasta que el cuerpo le quedó como un entramado de heridas, y finalmente lo crucificaron brutalmente. Pensé en las palabras de Dios que dicen: “En el camino hacia Jerusalén, Jesús estaba sufriendo, como si le estuvieran retorciendo un cuchillo en el corazón, pero no tenía la más mínima intención de faltar a Su palabra; siempre había una poderosa fuerza que lo empujaba hacia adelante hacia el lugar de Su crucifixión. Finalmente, fue clavado en la cruz y se convirtió en semejanza de carne de pecado, completando la obra de redención de la humanidad. Se liberó de los grilletes de la muerte y el Hades. Delante de Él, la mortalidad, el infierno y el Hades perdieron su poder, y Él los venció. Vivió treinta y tres años a lo largo de los cuales siempre se esforzó al máximo por complacer las intenciones de Dios según la obra de Dios en ese momento, sin considerar jamás Su propia ganancia o pérdida personal y pensando siempre en las intenciones de Dios Padre(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Cómo servir en armonía con las intenciones de Dios). Pensé en cómo el Señor Jesús es el Señor de la creación y el Rey del universo, pero a pesar de tener un estatus tan grandioso y honorable, estuvo dispuesto a sufrir y a que lo humillaran para redimir a la humanidad. Entonces, ¿qué era un poco de sufrimiento y humillación para un ser humano asqueroso y corrupto como yo, sin más valor que una simple hormiga? Era una bendición tener la oportunidad de soportar ese sufrimiento y dar testimonio de Dios, por lo que debía estar feliz. Al darme cuenta de esto, recuperé la motivación y tuve la voluntad de soportar mi sufrimiento. Tras eso, cambiaron a otro tipo de tortura. Un policía encendió un cigarrillo y me lo metió en la nariz. Luego, me puso un vaso en la cabeza y me dijo: “Si el cigarrillo o el vaso caen al suelo, te las verás conmigo”. Cuando el cigarrillo casi se había consumido hasta llegarme a la nariz, exhalé por las fosas nasales para expulsarlo. Apenas el oficial vio que el cigarrillo caía al suelo, me dio patadas y pisotones, y luego agarró cuatro o cinco puñados de arroz con cáscara, me los puso en el cuello y me levantó el cuello de la camisa para que el arroz con cáscara cayera por dentro. De inmediato sentí una sensación de picazón por todo el cuerpo que era difícil de soportar. A eso de las cinco de la mañana llegaron dos oficiales. Cuando les informaron que no había revelado ninguna información, uno de ellos sacó un cinturón del bolso y comenzó a azotarme brutalmente con la hebilla del cinturón en el dorso de las manos, las espinillas y las rodillas. La azotaina me dejó con un dolor abrasador. Como aún seguía sin hablar después de que me azotasen más de veinte veces, se dieron por vencidos y se fueron.

En la tarde del segundo día, me enviaron al centro de detención del municipio. Un oficial del centro de detención les dijo a los reclusos: “Este es un creyente a quien hemos atrapado haciendo proselitismo y no nos quiere decir nada. ¡Cuídenlo bien, muy bien!”. Los reclusos me rodearon y me amenazaron con la mirada. Todos tenían el torso desnudo y algunos incluso tenían tatuajes, lo cual me intimidó un poco. Los oficiales en la comisaría ya me habían torturado y tenía el cuerpo cubierto de heridas. Ahora estaba frente a una banda entera de reclusos malvados y de aspecto feroz. Si seguían torturándome, ¿podría soportar mi cuerpo el abuso? Si no podía soportar el tormento y traicionaba a Dios como Judas, y luego me maldecían y castigaban, ¿no sería mi fe en Dios un fracaso total? Sería mejor estrellarme la cabeza contra la pared y acabar con mi vida antes que traicionar a Dios. En ese momento, recordé un pasaje de las palabras de Dios: “El sufrimiento de algunas personas llega al extremo y piensan en la muerte. Este no es el verdadero amor hacia Dios; ¡esas personas son cobardes, no perseveran, son débiles e impotentes! Dios está ansioso de que el hombre lo ame, pero cuanto más ame el hombre a Dios, mayor es su sufrimiento, y cuanto más el hombre lo ame, mayores son sus pruebas. […] Por lo tanto, durante estos últimos días debéis dar testimonio de Dios. No importa qué tan grande sea vuestro sufrimiento, debéis caminar hasta el final e, incluso hasta vuestro último suspiro, debéis seguir siendo fieles a Dios y dejar que Él os instrumente; solo esto es amar verdaderamente a Dios y solo esto es el testimonio firme y rotundo(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Solo al experimentar pruebas dolorosas puedes conocer la hermosura de Dios). Las palabras de Dios me ayudaron a darme cuenta de que aquellos que desean morir cuando enfrentan grandes sufrimientos y adversidades son cobardes, el hazmerreír de Satanás y no pueden satisfacer la intención de Dios. Antes de que me arrestaran, yo hablaba más que nadie sobre amar a Dios, satisfacerlo y dar testimonio de Él. Pero cuando me torturaron y empecé a sufrir, me volví negativo y débil, y quería usar la muerte para escaparme de todo. ¿Dónde estaba mi estatura? Al darme cuenta, me sentí increíblemente avergonzado y culpable. Oré en silencio a Dios: “Oh Dios, no importa cómo me atormenten, siempre confiaré en Ti y me mantendré firme en mi testimonio”.

Bajo las órdenes de la policía, el jefe de los reclusos exigió saber mi nombre y dirección. Gruñó vilmente: “Eres creyente y preso político, así que tus crímenes son aún más graves que los de un asesino. Si no hablas, ¡ya verás lo que te haré!”. Pero no le dije ni una palabra. Al ver que no tenía ninguna intención de hablar, se levantó y me retorció los brazos, mientras otros dos reclusos me aplastaban los tobillos. Luego, otros cuatro o cinco reclusos se turnaron para golpearme en las pantorrillas y los muslos. Cada puñetazo era insoportablemente doloroso y sentía que no iba a poder aguantar mucho más. Pensé para mí mismo: “¿Estos reclusos me torturarán hasta matarme?”. Clamé continuamente a Dios para pedirle que me protegiera y me diera la fuerza necesaria para soportar el tormento de esos demonios. Tras orar, recordé cómo el Señor Jesús dijo: “Y no temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; más bien temed a aquel que puede hacer perecer tanto el alma como el cuerpo en el infierno(Mateo 10:28). En verdad, esos demonios ciertamente eran violentos, pero solo podían destruir y atormentar mi cuerpo, y no podían matar mi alma. Además, la muerte del cuerpo no es una muerte verdadera. Que el PCCh me persiguiera y asesinara por dar testimonio de Dios significaba que estaba siendo perseguido por la causa de la justicia, y Dios aprueba tales actos. Recordé un himno: “Llevo la exhortación de Dios en el corazón y nunca me arrodillaré ante Satanás. Aunque nos corten la cabeza y corra la sangre, el pueblo de Dios no perderá el coraje. Daré un rotundo testimonio de Dios y humillaré a los diablos y a Satanás. Dios predestina el dolor y las adversidades. Le seré fiel y me someteré a Él hasta la muerte. Nunca más haré que Dios llore ni se preocupe. Ofrendaré mi amor y lealtad a Dios y completaré mi misión para glorificarlo.(Seguir al Cordero y cantar nuevos cánticos, Deseo ver el día en que Dios gane la gloria). Mientras meditaba sobre la letra del himno, creció en mi interior la voluntad de soportar todo sufrimiento y mantenerme firme en mi testimonio de Dios. Después de la paliza, tenía las piernas muy hinchadas y cubiertas de moretones negros y verdes. El más más mínimo roce intensificaba el dolor. Debido a las graves lesiones que había sufrido en los músculos de las piernas, no podía agacharme, por lo que tenía que sentarme en el borde de la letrina para poder ir al baño. Las brutales palizas se volvieron un suceso habitual. Uno de los reclusos, que había sido boxeador, me usaba como saco de boxeo para practicar sus puñetazos y golpes con el puño abierto, y me solía dar manotazos en el cuello. Cada vez que se preparaba y me daba un manotazo en el cuello, me sentía mareado. También había un recluso con un aspecto especialmente feroz, que me inmovilizaba en la cama, me agarraba el cuello fuertemente con ambas manos y me estrangulaba hasta el borde de la muerte cuando veía que no revelaba ninguna información sobre mi fe en Dios, sin importar cuánto me torturaran. En varias ocasiones, el jefe de los reclusos y sus secuaces envolvían cerillas en bolas de algodón y luego me las colocaban entre los dedos de las manos y los pies, y les prendían fuego. El fuego me quemaba los dedos de las manos y los pies, que me quedaban con un dolor abrasador. El jefe de los reclusos luego me pisaba a propósito los dedos quemados hasta que la sangre me brotaba de las heridas. Cada vez que los reclusos me atormentaban y torturaban, yo clamaba y oraba a Dios para pedirle que me diera fuerza. Solo gracias a la guía de Dios pude soportar el tormento reiterado que me infligieron esos demonios.

Un día, a finales de noviembre, la fiscalía me sometió a un cuarto juicio, pero yo seguía negándome a hablar. Un oficial le dijo al jefe de los reclusos: “No nos dirá nada y la fiscalía se está hartando. Tienes que sacarle alguna información, sea como sea”. Tras eso, el jefe de los reclusos ordenó a cuatro o cinco de ellos que me desnudaran, luego prendió fuego a un cuenco de plástico e hizo que las gotas de plástico caliente derretido cayeran sobre mi piel. Cada gota me hacía retorcerme de dolor. Era tan lacerante que no podía aguantarlo. Forcejeaba contra ellos violentamente, pero me tenían inmovilizado, así que no podía moverme. Clamé a Dios reiteradamente con el corazón y le dije: “Dios mío, no puedo soportarlo más. Te ruego que me protejas. Dame la fuerza y voluntad necesarias para soportar este sufrimiento, para que no me rinda ante Satanás y pueda mantenerme firme en mi testimonio de Ti hasta la muerte”. Pensé otra vez en cómo los soldados romanos habían crucificado vivo al Señor Jesús, en cómo su sangre goteaba lentamente y se secaba. A pesar de Su grandeza y honor, Dios en lo alto se hizo carne y soportó un sufrimiento inaguantable en la tierra para salvar a la humanidad. Dios era inocente y no merecía tal sufrimiento, pero lo soportó todo en silencio para salvar al hombre. Dado que yo era solo un ser humano corrupto, soportar ese ínfimo sufrimiento no era gran cosa en absoluto. En China, donde se ve a Dios como enemigo, es difícil evitar sufrir la persecución si uno quiere seguir a Dios y alcanzar la verdad y vida. Pero vale la pena y tiene sentido sufrir, porque es para obtener la verdad y la salvación. Ese brutal tormento me permitió ver con claridad la esencia malvada del PCCh, que odia la verdad y aborrece a Dios. Se resiste a Dios, aflige con crueldad a las personas y no es más que espíritus malignos y demonios. Al darme cuenta de todo esto, empecé a odiar aún más al gran dragón rojo. ¡Cuanto más me perseguían, más confiaba en Dios para mantenerme firme en mi testimonio y humillarlos! Luché contra el dolor y conseguí superar ese calvario de alguna manera. Esa noche, mientras los reclusos dormían, hice un recuento de mis heridas. Tenía los muslos y las pantorrillas cubiertos de moretones. Tenía el pecho quemado y la piel ensangrentada y desfigurada. Todo mi cuerpo estaba cubierto de quemaduras. Pensé para mí mismo: “Me han dejado en semejante estado. ¿Podré soportarlo si me vuelven a torturar así mañana?”. Me estremecí al pensar en el dolor insoportable que me esperaba y sentí que me iba a estallar la cabeza. Sentía que la situación ya había superado el límite de lo que mi cuerpo podía soportar y que estaba al borde del colapso. Oré de inmediato a Dios: “Dios mío, tengo el corazón aterrorizado y no creo que pueda soportar mucho más. Te ruego que me des la fuerza para mantenerme firme”. Después de orar, recordé las palabras de Dios, que dicen: “La fe es como un puente de un solo tronco: aquellos que se aferran miserablemente a la vida tendrán dificultades para cruzarlo, pero aquellos que están dispuestos a sacrificarse pueden pasar con paso seguro y sin preocupación. Si el hombre alberga pensamientos asustadizos y de temor es porque Satanás lo ha timado por miedo a que crucemos el puente de la fe para entrar en Dios(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Declaraciones de Cristo en el principio, Capítulo 6). Las palabras de Dios me mostraron una senda a seguir: solo al confiar en la fe y poner mi vida en juego podía superar esto con seguridad y sin preocupaciones. ¿Acaso no estaba cayendo en la trampa de Satanás al vivir en la cobardía y el miedo? Oré a Dios, ya sin estar dispuesto a vivir con miedo ni a que Satanás hiciera el ridículo de mí. Estaba listo para ponerme completamente en Sus manos y me mantendría firme en mi testimonio y humillaría a Satanás, incluso si eso significaba que me mataran a golpes. Sentí una sensación de alivio y tenía la fe para enfrentar cualquier cosa que viniera después. En ese momento, recordé un himno llamado “Alzarse en la oscuridad y la opresión”: “La cruel persecución del gran dragón rojo me ha hecho calar el rostro de Satanás. Mediante numerosas pruebas y tribulaciones, he llegado a ver la sabiduría y omnipotencia de Dios. Al haber llegado a entender la verdad y haber obtenido fe, ¿cómo podría contentarme con no seguir a Dios? Odio profundamente a Satanás e incluso más al gran dragón rojo. Vivir donde reina el rey demonio es vivir en una prisión. Satanás me persigue, no hay lugar seguro para residir. Definitivamente creer en Dios y adorarlo es lo que hay que hacer. Habiendo elegido amar a Dios, seré fiel hasta el final. El rey demonio Satanás es sumamente cruel, es de veras desvergonzado y despreciable. Veo claramente el semblante demoniaco de Satanás y mi corazón ama incluso más a Cristo. Nunca prolongaré una existencia innoble al hincar la rodilla ante Satanás y traicionar a Dios. Sufriré toda clase de adversidades y dolor y sobreviviré a la noche más oscura. Para dar consuelo al corazón de Dios, daré un testimonio victorioso.” (Seguir al Cordero y cantar nuevos cánticos). Ese himno me afectó profundamente y, cuanto más lo cantaba, más animado me sentía. Solo después de que el PCCh me persiguiera brutalmente pude ver con claridad su esencia demoníaca y cruel, que se resiste a Dios. Como creyentes en Dios, caminamos por la senda correcta de la vida, predicamos el evangelio, damos testimonio de Dios y permitimos que otras personas reciban la salvación de Dios. Este acto es justo, pero el PCCh arresta y persigue con desenfreno a los creyentes, y tortura a quienes captura hasta dejarlos al borde de la muerte para hacerlos traicionar a Dios y lograr el objetivo del PCCh de tener poder y control sobre las personas para siempre. ¡El PCCh no es más que una pandilla de demonios que odian a Dios y la verdad! Una vez que vi lo repulsivo y malvado que realmente es el PCCh, lo odié con todo mi corazón, renuncié a él y decidí que nunca me rendiría ante él.

Al día siguiente, cuando el jefe de los reclusos vio que tenía la piel del pecho destrozada por las quemaduras, se preocupó un poco y dijo a los otros reclusos: “No podemos torturarlo más. Si lo matamos, la culpa recaerá sobre nosotros y nos alargarán las condenas”. Cuando oí esto, sentí que Dios me había abierto una salida y le di gracias en silencio. Finalmente, la policía no pudo encontrar ninguna evidencia para acusarme, pero insistieron en acusarme de “alterar el orden social”, por lo cual me condenaron a 75 días en la cárcel.

Tuve que soportar el terrible sufrimiento y la persecución a manos del PCCh, pero las palabras de Dios me esclarecieron y guiaron a cada paso del camino, llenándome de fe y fuerza, y asegurando que pudiera mantenerme firme durante esas tribulaciones. Sin la protección de Dios y la guía de Sus palabras, me podrían haber torturado hasta la muerte en cualquier momento. Al mismo tiempo, llegué a ver cómo Dios gobierna y rige soberano sobre todas las cosas. No importa lo brutal y descontrolado que sea Satanás, es solamente el oponente que Dios ya ha derrotado. Tal como dicen las palabras de Dios Todopoderoso: “Independientemente de lo ‘poderoso’, lo audaz y ambicioso que sea, de lo grande que sea su capacidad de infligir daño, del amplio espectro de las técnicas con las que corrompe y atrae al hombre, lo ingeniosos que sean los trucos y las artimañas con las que intimida al hombre y de lo cambiante que sea la forma en la que existe, nunca ha sido capaz de crear una simple cosa viva ni de establecer leyes o normas para la existencia de todas las cosas, ni de gobernar y controlar ningún objeto, animado o inanimado. En el cosmos y el firmamento no existe una sola persona u objeto que hayan nacido de él, o que existan por él; no hay una sola persona u objeto gobernados o controlados por él. Por el contrario, no solo tiene que vivir bajo el dominio de Dios, sino que, además, debe someterse a todas Sus órdenes y Sus mandatos. Sin el permiso de Dios, le resulta difícil incluso tocar una gota de agua o un grano de arena sobre la tierra; ni siquiera es libre para mover a las hormigas sobre la tierra, y mucho menos a la humanidad creada por Dios. A los ojos de Dios, Satanás es inferior a los lirios del campo, a las aves que vuelan en el aire, a los peces del mar y a los gusanos de la tierra. Su papel, entre todas las cosas, es servir a todas las cosas, a la especie humana y a la obra de Dios y a Su plan de gestión. Independientemente de lo maligna que es su naturaleza y lo malvado de su esencia, lo único que puede hacer es respetar sumisamente su función: estar al servicio de Dios, y proveer un contraste para Él. Tales son la sustancia y la posición de Satanás. Su esencia está desconectada de la vida, del poder, de la autoridad; ¡es un simple juguete en las manos de Dios, tan sólo una máquina a Su servicio!(La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. Dios mismo, el único I).

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