47. Reflexiones sobre el anhelo de estatus

Por Jianchi, Corea del Sur

Esto ocurrió en 2019, cuando me eligieron líder de la iglesia. Por entonces, sobre todo, supervisaba las producciones en video. Al aprender de un par de líderes de equipo, poco a poco dominé algunos principios de producción y me formé mi propia perspectiva. En los debates, algunos puntos que planteaba recibían la aprobación de todos. Conforme mejoraban los videos que producíamos, venían hermanos y hermanas de otras iglesias a aprender de nosotros. Tenía una gran sensación de logro y pensaba: “No solo sé abordar el trabajo de la iglesia, sino también identificar problemas en las producciones en video. Si algo desconcierta a los de la iglesia, suelen pedirme consejo. En general, creo ser un líder apto”.

Más adelante, mi compañero no era capaz de abordar el trabajo, lo cambiaron a otro y la hermana Lisa se convirtió en mi nueva compañera. Empecé a hacer cálculos: Lisa enseñaba con más perspicacia que yo, pero yo llevaba más tiempo en la producción de videos y tenía más experiencia. Ella no podía igualar mis habilidades y era un poco despreocupada de palabra y obra. En conjunto, yo aún le llevaba ventaja y, principalmente, señalaba el camino en nuestro trabajo. Pero conforme Lisa fue conociendo mejor la labor de la iglesia, se volvió más eficaz en comunión y en la resolución de problemas. Los hermanos y hermanas empezaron a acudir a ella con todas sus preguntas y yo ya no era el único que destacaba en la iglesia. Al ver que Lisa era diligente y responsable en su trabajo y que enseñaba las palabras de Dios de forma más práctica que yo, comencé a sentirme amenazado sin saberlo. Y especialmente cuando observaba que los líderes de equipo solían aprobar sus ideas, me ponía todavía más celoso. De seguir así las cosas, tarde o temprano me robaría el protagonismo y yo me volvería cada vez más insignificante. Eso no sería bueno, pensé. Tenía que hallar el modo de superarla.

Después, cuando debatíamos el trabajo con los líderes de equipo, me aseguraba de ser el primero en compartir mis ideas. Una vez, debatiendo un problema de un video, yo di un consejo, pero a los otros no les pareció que fuera una cuestión de principios, por lo que echaron por tierra mi idea y cambiaron de tema. Me sentí un poco humillado. Si tenía una buena idea, ¿por qué no podía transmitirla? Me bloqueé en el momento más decisivo. Demostré que no estaba al nivel de Lisa cayendo en mi propia trampa. Mientras Lisa estaba enseñando, sentí que yo había quedado fatal y me puse aún más celoso. En una ocasión, tras un debate, se me acercó en privado un líder de equipo, y me dijo: “Estos días pareces algo turbado. Te apresuras a hablar el primero sin entender qué se está debatiendo, cosa que interrumpe nuestro proceso de reflexión. Luego tenemos que explicártelo todo de nuevo y eso demora el progreso de nuestra labor. Tienes que recapacitar al respecto”. Me quedé sumamente abatido por esto. Antes se aceptaban la mayoría de mis ideas en los debates con los líderes de equipo. Sin embargo, desde la llegada de Lisa, había ido perdiendo estatus entre los otros, a nadie le importaba lo que decía, y hasta interrumpía el trabajo de la iglesia. ¿Cómo podía siquiera dar la cara? No solo no reflexioné, sino que culpé de todo a Lisa. Estuve varios días enfadado por ello, más y más deprimido, y cada vez era menos eficaz en mi trabajo. Una vez vino una líder superior a comunicarme que se le iba a asignar a Lisa parte del trabajo que supervisaba yo. No me hizo gracia, pero no dije nada. Pensé: “Tras este cambio, es obvio que Lisa supervisará la mayor parte del trabajo de la iglesia y yo seré un ayudante. ¿Creerán los otros que se le asignó el trabajo a ella por no saber ocuparme yo? Yo dirigía y formaba parte de todo el trabajo de la iglesia, pero Lisa ya me ha robado todo el protagonismo. Mientras ella esté aquí, yo seguiré al margen”. Cuanto más lo pensaba, peor me sentía, y me fui triste de la oficina. De vuelta en la residencia, me eché como un vago en la cama, sin poder admitir esta nueva realidad. La aptitud y capacidad de trabajo de Lisa no eran mejores que las mías. Además, yo había supervisado mucho tiempo los trabajos en video y tenía experiencia; por tanto, ¿por qué salía ganando ella? No podía dejarme reprimir así. ¡Tenía que recuperar a toda costa mi reputación y mi estatus! A partir de entonces, no dejé de esperar que Lisa fallara para poder abrirme paso nuevamente. En una ocasión, Lisa no contactó conmigo cuando iba a debatir el trabajo con los líderes de equipo, y se inició el trabajo sin que yo lo supiera. Aproveché para lanzarle un ataque pasivo-agresivo por sus actuaciones arbitrarias y descargué toda mi frustración acumulada. Dije que era un mero figurante y que ya no tenía ni voz ni voto en el trabajo de los líderes de equipo. Conforme hablaba, Lisa se estaba ruborizando visiblemente. Pese a que aproveché para descargar mis frustraciones, en el fondo seguía muy en tinieblas y deprimido. Por entonces inició un proyecto nuestra líder, pero, por varios motivos, se avanzó poco en él. En realidad, yo tenía mucho tiempo para ayudar en el proyecto, pero pensé: “Lisa es la supervisora principal de este proyecto, por lo que, aunque se haga bien, no se me atribuirá ningún mérito a mí. Para el caso, que lo haga Lisa. Será incluso mejor si fracasa: así le perderán el respeto”. En esa época competía constantemente por la reputación y el beneficio personal. No llevaba ninguna carga en la labor de la iglesia y solamente actuaba por inercia. Tampoco sabía resolver problemas en el trabajo y cada vez surgían más problemas en el mío. Ante esto, yo no hacía introspección y me exasperaba cada vez más. Solía fijarme en los errores de los demás y reñirlos, lo que interrumpía el trabajo. Cuando se enteró la líder superior, habló conmigo y me expuso mi problema. Pero yo protesté para mis adentros: “No soy el único responsable de que el trabajo no obtenga resultados. ¿Por qué me señala a mí?”. En aquel entonces no me conocía a mí mismo y echaba toda la culpa a Lisa; también a los líderes de equipo por no actuar con principios. Tras no admitir las reiteradas enseñanzas de la líder y no hacer un trabajo práctico, me destituyó. Después de mi destitución, me sentía vacío por dentro, angustiado y abatido. Por ello, oré a Dios para pedirle que me guiara para aprender de esta situación.

Luego leí dos pasajes de las palabras de Dios que me aportaron autoconocimiento. Dios Todopoderoso dice: “¿Y cuál es la expresión característica del anticristo en cualquier grupo? Es la siguiente: ‘¡Debo competir! ¡Competir! ¡Competir!’. De hecho, esta gente no necesariamente quiere alcanzar el estatus más alto ni tener un elevado grado de control sobre la gente, lo que pasa es que, en su interior, tiene un determinado carácter, una mentalidad determinada, que les instruye a hacerlo. ¿Qué mentalidad es esta? La de ‘¡Debo competir! ¡Competir! ¡Competir!’. ¿Por qué ‘competir’ tres veces y no solo una? (La competición se ha convertido en su vida, viven para ello). Este es su carácter. Nacieron con un carácter salvajemente arrogante y difícil de contener. Se ven a sí mismos como mejores que el resto y son engreídos hasta el extremo. Nadie puede limitar este increíblemente arrogante carácter suyo, ni ellos mismos son capaces de controlarlo. Así que su vida es todo lucha y competición. ¿Por qué luchan y compiten? En su naturaleza está competir por el prestigio, el estatus, el respeto y sus propios intereses. Da igual los métodos que usen, en cuanto que todo el mundo se someta a ellos, y mientras obtengan beneficios y estatus para sí, habrán alcanzado su objetivo. Su voluntad de competir no es un entretenimiento temporal, es un tipo de carácter que viene de una naturaleza satánica. Es igual que el carácter del gran dragón rojo que lucha contra el Cielo, lucha contra la tierra y contra la gente. Pero, cuando los anticristos luchan y compiten con otros en la iglesia, ¿qué quieren? Sin duda, compiten por prestigio y estatus. Y cuando ganan estatus, ¿de qué les sirve? ¿De qué les vale que los otros les escuchen, admiren y veneren? Ni siquiera los propios anticristos pueden explicarlo. En realidad, les gusta disfrutar del prestigio y el estatus, que todo el mundo les sonría y que les saluden con halagos y lisonjas. Así que, cada vez que un anticristo va a la iglesia, hace una cosa: lucha y compite con los demás. Incluso si ganan poder y estatus, no les basta. Para proteger su estatus y asegurar su poder, continúan luchando y compitiendo con los demás. Se comportarán así hasta que mueran. Entonces, la filosofía de los anticristos es: ‘Mientras estés vivo, no pares de luchar’. Si una persona así de malvada existe en la iglesia, ¿perturbará a los hermanos y las hermanas? Por ejemplo, si todo el mundo está comiendo y bebiendo las palabras de Dios y comunicando la verdad con calma, la atmósfera será de paz y el ambiente será agradable. En un momento así, el anticristo montará en cólera. Se pondrá celoso de aquellos que comuniquen la verdad y le odiarán. Empezará a atacar y hacer juicios sobre ellos. ¿Acaso no perturba eso la atmósfera pacífica? Se trata de una persona malvada que perturba y repugna a los demás. Así son los anticristos. Algunas veces, los anticristos no buscan destruir o derrotar a los que compiten con ellos y los reprimen. Mientras obtengan prestigio, estatus, orgullo y respeto, y hagan que la gente los admire, habrán logrado su objetivo(La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 9 (III)). “Cuanto más luches, más oscuridad te rodeará, los celos y el odio dentro de tu corazón aumentarán y tu deseo de obtener se hará más fuerte. Cuanto más fuerte sea tu deseo de obtener, menos capaz serás de lograrlo, y tu odio aumentará por no poder lograrlo. A medida que tu odio aumente, te volverás más oscuro por dentro. Cuanto más oscuro seas por dentro más pobremente llevarás a cabo tu deber; cuanto más pobremente lleves a cabo tu deber, menos útil serás para la casa de Dios. Este es un círculo vicioso interconectado. Si nunca puedes cumplir bien con el deber, serás descartado poco a poco(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. La libertad y la liberación solo se obtienen desechando la propia corrupción). Al meditar las palabras de Dios, vi que el hecho de que compitiera por la reputación y la ganancia era como el carácter de un anticristo, expuesto por Dios. Desde que comprobé que Lisa lograba mejores resultados que yo y que se había ganado el respeto de los hermanos y hermanas, estalló en mí el impulso silencioso de demostrar que no era mejor que yo, que no me superaría. No podía pensar más que en cómo inclinar la balanza a mi favor. Al debatir el trabajo, interrumpía para expresar mis ideas con el único deseo de lucirme y hacer sombra a Lisa, sin pensar lo más mínimo en si eso repercutiría en nuestra labor. Y cuando la líder superior assignó parte de mi trabajo a Lisa, me puse aún más celoso, pues creía que me había robado el protagonismo. Comenzaron a aflorar mis intenciones malignas: empecé a buscar la ocasión de aprovechar los errores y descuidos de Lisa y de descargar mis frustraciones internas para alcanzar mis objetivos sin importarme cuánto perjuicio le ocasionara. Cuando determinado proyecto no avanzaba, pese a tener claro dónde radicaban los problemas y tener tiempo para ayudar, no me apeteció tomarme la molestia, sabedor de que Lisa lo supervisaba. Llegué a esperar que fracasara y quedara mal. Vi que deseaba la reputación y el estatus en exceso, que era cruel y que no protegía para nada el trabajo de la iglesia. Competía por la reputación y la ganancia tratando siempre de superar a los demás y sin pensar en mi deber. Casi se había paralizado el trabajo que supervisaba y yo había caído en tinieblas. Esta “rivalidad” me había atrapado en un círculo vicioso. Como señala Dios, “Si nunca puedes cumplir bien con el deber, serás descartado poco a poco”. Sumí el trabajo de la iglesia en el caos y ni siquiera pensaba hacer introspección. De seguir así, a saber de qué conducta disruptiva podía ser capaz. A lo peor, tal vez fuera descartado. Por suerte me destituyeron antes de que me rebajara a cometer el mal. Con esto, Dios me dio la ocasión de hacer introspección y conocerme, y trató con mi deseo de reputación y estatus. Entendí que esta fue la salvación de Dios y Su manera de protegerme. Di gracias a Dios y mi estado mejoró mucho. Decidí personalmente cumplir con mi deber de forma práctica y dejar de competir por la reputación y la ganancia.

Después era mucho más discreto en el deber. Incluso cuando me asignaban trabajos generales y tenía que hacer tareas sueltas mediocres, estaba dispuesto a someterme, sabedor de que, ya que Dios me daba esta oportunidad de arrepentirme, debía cumplir con el deber de manera práctica. Pronto se inició otro proyecto de video y, para mi sorpresa, todos me eligieron a mí para producirlo. Valoré la oportunidad e investigué y busqué los principios pertinentes con esmero. Al poco tiempo empezó a salir bien el video y, en vista del resultado, me sentía bastante satisfecho de mí mismo. Se recrudeció mi deseo de reputación y estatus. Pensé: “Pude haber sido destituido del cargo de líder, pero a toda persona con talento le llega su hora. He de aprovechar para poner mis puntos fuertes en acción y demostrar mi talento”. Razoné: “Puede que a Lisa se le dé mejor que a mí enseñar la verdad y resolver problemas, pero yo la supero en competencias profesionales. Siempre y cuando dedique tiempo a producir bien este video, todos verán mi mejoría y puede que me reelijan líder y gane la batalla a Lisa”.

Un día oí que el trabajo estaba progresando despacio y que la líder había podado a gente por unos videos que vulneraban los principios. Al enterarme, me alegré un poco del mal ajeno: “Ya ves, el trabajo de producción de videos no ha mejorado desde mi destitución. Está peor que antes. Antes yo podía detectar problemas y dar ideas, así que mejor que ellos no progresen. Ahora ven que no era que yo no hiciera bien el trabajo, sino que tampoco lo hacía Lisa”. Luego supe que Lisa se hallaba en un mal estado últimamente: sus enseñanzas en las reuniones carecían de luz, y a los demás los asolaban los problemas y estaban negativos. Pensé para mis adentros: “De seguir así, tal vez surja un problema grave en el trabajo en video y destituyan a Lisa. Quizá entonces me elijan líder y pueda continuar supervisando este trabajo”. Así pues, seguí trabajando en el video mientras vigilaba la situación de Lisa. Cuando supe que Lisa había aprendido del trato y la poda, que su estado había mejorado, que, con los fracasos y reveses, los hermanos y hermanas habían captado ciertos principios y que estaban logrando mejores resultados, me sentí algo decepcionado y deprimido. Sobre todo cuando, en una reunión, Lisa habló de lo que había aprendido y experimentado a lo largo de todo esto y recibió la aprobación de todos, yo me disgusté todavía más. Dentro de mí brotaron pensamientos de celos y odio. Sentí que no había esperanza para mi regreso. Luego no podía motivarme y me distraía mientras producía el video. Días más tarde, el video estaba terminado. Sin embargo, para mi sorpresa, mi líder advirtió un gran problema en él durante su revisión, asignó la edición a otra persona y a mí no me asignó más deberes. Eso me tomó totalmente por sorpresa. Sin la producción de videos, me habían quitado la única cosa de la que podía presumir. Mientras los demás hermanos y hermanas estaban ocupados en el deber, yo no tenía nada que hacer, y eso llamaba la atención. Me sentía realmente fatal: estaba solo, deprimido, angustiado y asolado por el sufrimiento. Entre lágrimas, oré a Dios: “Amado Dios, sé que estoy afrontando esta situación por Tu justicia. Tras mi destitución, no hice introspección ni me conocí verdaderamente, sino que busqué el modo de volver a escena y lucirme. Soy maligno y arrogante y te he disgustado. Ya no puedo cumplir con ningún deber y me he convertido en un gorrón en la iglesia. Oh, Dios mío, no quiero competir más por la reputación y la ganancia. Te pido esclarecimiento y que me permitas conocerme realmente para que pueda despreciarme y renunciar a mí mismo y dejar de volver a las andadas”.

Después encontré otro pasaje de las palabras de Dios: “Los anticristos consideran que su propio estatus y reputación son más importantes que cualquier otra cosa. Estas personas no solo son taimadas, intrigantes y malvadas, sino también extremadamente despiadadas. ¿Qué hacen cuando detectan que su estatus está en peligro o cuando han perdido su lugar en el corazón de la gente, su respaldo y afecto, cuando esa gente ya no les venera ni admira, cuando han caído en la ignominia? De repente, cambian. En cuanto pierden su estatus, se vuelven reacios a cumplir cualquier deber, todo lo que hacen es chapucero, y no tienen ningún interés en hacer nada. Pero esta no es su peor expresión. ¿Cuál es entonces? En cuanto estas personas pierden su estatus, y nadie las admira ni se deja engatusar por ellas, salen el odio, los celos y la venganza. No solo no tienen temor de Dios, sino que también carecen de un ápice de obediencia. En sus corazones, asimismo, son propensos a odiar a la casa de Dios, a la iglesia, y a los líderes y obreros, anhelan que la obra de la iglesia tenga problemas o se paralice, quieren reírse de la iglesia y de los hermanos y hermanas. También odian a cualquiera que busque la verdad y tema a Dios. Atacan y se burlan de cualquiera que sea fiel a su deber y esté dispuesto a pagar un precio. Este es el carácter de los anticristos, ¿acaso no es despiadado? Se trata claramente de gente malvada; en esencia, los anticristos son personas malvadas. Incluso cuando las reuniones se celebran online, si ven que la señal es buena, maldicen por lo bajo y se dicen: ‘Espero que se caiga la señal, es mejor que nadie pueda oír los sermones’. ¿Qué es esta gente? (Son diablos). ¡Son diablos! Desde luego, no es la gente de la casa de Dios(La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 9 (II)). Dios expone lo cruel que es la naturaleza de un anticristo. En cuanto pierde el estatus y el respaldo de los demás, no solo comienza a actuar por inercia en el deber, sino que, además, se llena de odio y celos y se vuelve vengativo, mientras anhela que surjan problemas en el trabajo de la iglesia para poder reírse maliciosamente de la casa de Dios y de los demás. Vi que mis conductas eran como las reveladas por Dios. Tras mi destitución y la pérdida de mi estatus, me volví celoso y vengativo. Cuando supe que habían surgido problemas en el trabajo supervisado por Lisa y que trataron con ella, me alegré en secreto y no veía la hora de que surgiera un problema grave por el que la destituyeran para poder sustituirla yo. Cuando supe que había mejorado el estado de Lisa, que los otros habían aprendido algo y que el trabajo de la iglesia había dado un giro favorable, me deprimí. Me comportaba como un anticristo. Solo los anticristos y el diablo, Satanás, odian a Dios y la verdad, con la esperanza de que se paralice el trabajo de la iglesia y todo el mundo se vuelva negativo, pierda la salvación de Dios y, finalmente, caiga en el infierno con ellos. Pese a ser un miembro de la iglesia que había recibido tantísimo sustento de las palabras de Dios, aspiraba a la reputación y al estatus, en vez de buscar la verdad, interrumpía el trabajo de la iglesia y no me arrepentía. Y como no se había cumplido mi deseo de estatus, esperaba que surgieran problemas en el trabajo de la iglesia para que Lisa no quedara mejor que yo. Eran unas ideas tóxicas y despreciables. El pueblo de la casa de Dios debe sentirse espiritualmente unido a Él. Le alegra que más gente busque la verdad, cumpla bien con el deber y escuche la voluntad de Dios. Cuando se obstaculiza el trabajo de la iglesia, decide mantenerlo. Sin embargo, yo vi que surgieron problemas en la producción de videos y que los demás se volvían pasivos, pero no los ayudé a resolver sus problemas y hasta me reí maliciosamente. Cuando mejoró su estado y la producción de videos empezó a reactivarse, yo, de hecho, me sentí triste. Mis ideas eran verdaderamente tóxicas. No protegía para nada el trabajo de la iglesia y no era digno de la casa de Dios. ¿Cómo era tan sinvergüenza como para creer que debían nombrarme líder?

Más tarde leí otro pasaje de las palabras de Dios que me ayudó a comprender mi carácter satánico. Dios Todopoderoso dice: “Que nadie se crea perfecto, distinguido, noble o diferente a los demás; todo eso está generado por el carácter arrogante del hombre y su ignorancia. Pensar siempre que uno es diferente sucede a causa de tener un carácter arrogante; no ser nunca capaz de aceptar sus defectos ni enfrentar sus errores y fallas es a causa del carácter arrogante; no permitir nunca que otros sean más altos o que sean mejores que uno, eso lo causa el carácter arrogante; no permitir nunca que otros sean superiores o más fuertes que ellos está causado por un carácter arrogante; no permitir nunca que otros tengan mejores ideas, sugerencias y puntos de vista y, cuando las tienen, volverse negativos, no querer hablar, sentirse afligidos, desalentados y molestos, todo eso lo causa el carácter arrogante. El carácter arrogante puede hacerte proteger tu reputación, volverte incapaz de aceptar la guía de los demás, incapaz de confrontar tus propios defectos e incapaz de aceptar tus propias fallas y errores. Es más, cuando alguien es mejor que tú, esto puede provocar que surja odio y celos en tu corazón y te puedes sentir oprimido, tanto, que ni siquiera sientes ganas de cumplir con tu deber y te vuelves descuidado al hacerlo. El carácter arrogante puede hacer que estas conductas y prácticas surjan en ti(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Los principios que deben guiar el comportamiento de una persona). Hice introspección a la luz de las palabras de Dios: siempre trataba de competir contra Lisa porque no comprendía realmente mi carácter arrogante ni sabía cómo era yo en realidad. Siempre había creído que era competente y que tenía abundante experiencia. Orgulloso de ello, me creía mejor que Lisa en estas áreas. Pensaba que bastaba con estas cualificaciones para hacer bien el trabajo, por lo que, cuando Lisa logró mejores resultados que yo en su deber y la líder superior le asignó algunos de mis deberes, me disgusté, pues creía que ella no era mejor que yo. Llegué a desear volver a escena después de mi destitución. Al echar la vista atrás, vi que solo tenía un poquito más de conocimiento y experiencia en el trabajo y que podía aconsejar en las producciones de video, pero eso no implicaba que fuera apropiado para ser líder. El principal trabajo de un líder es guiar a otros para que coman y beban de las palabras de Dios y entren en la verdad y resolver todo problema que surja en la iglesia para garantizar el flujo normal de trabajo dentro de ella. Sin embargo yo, como líder, no resolvía problemas prácticos. Cuando los líderes de equipo discrepaban, solían discutir y ninguno cedía, yo no sabía cómo hablar de la verdad para resolver el problema y restaurar la armonía. Además, cuando algunos hermanos y hermanas se volvían pasivos y necesitaban que se les enseñaran las palabras de Dios para sustentarlos, mi experiencia era deficiente, a mis enseñanzas les faltaba profundidad y no resolvía sus problemas. No estaba a la altura en ningún aspecto del trabajo de la iglesia. Puede que Lisa hubiera tenido deficiencias en cuanto a capacidad de trabajo, pero sabía resolver todo tipo de dificultades que surgían en la labor de la iglesia. La líder superior le asignó algunos trabajos por el bien de la iglesia, pero yo era demasiado arrogante y no tenía mucha idea de mis capacidades. Era obvio que no era rival para Lisa, pese a lo cual creía que sí y no cedía, y siempre estaba compitiendo. ¡Era injustificadamente arrogante! Luego descubrí este pasaje de las palabras de Dios: “No hay nada que Dios aborrezca más que el que la gente vaya en pos del estatus, pues la búsqueda de estatus representa un carácter satánico, es una senda equivocada, nace de la corrupción de Satanás, es algo que Dios condena y, concretamente, lo que Él juzga y purifica. No hay nada que Dios desprecie más que el que la gente vaya en pos del estatus, pero tú sigues compitiendo obstinadamente por él, lo valoras y proteges indefectiblemente y siempre tratas de hacerte con él. Y, por naturaleza, ¿no es todo esto antagónico a Dios? Dios no dispone que la gente tenga estatus; Él la provee de la verdad, el camino, y la vida, y al final la convierte en criaturas aceptables de Dios, pequeñas e insignificantes criaturas de Dios, no en personas con estatus y prestigio veneradas por miles de personas. Por ello, se mire por donde se mire, la búsqueda del estatus es un callejón sin salida. Por muy razonable que sea tu excusa para buscar el estatus, esta senda sigue siendo equivocada y Dios no la elogia. Por más que lo intentes o por mucho que sea el precio que pagues, si deseas estatus, Dios no te lo dará; si no te lo da Dios, fracasarás en tu lucha por conseguirlo, y si sigues luchando, solo se producirá un resultado: que serás revelado y descartado, lo cual es un callejón sin salida(La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 9 (III)). Tras leer esto, me quedé horrorizado con mis actuaciones, especialmente después de leer este apartado: “Si deseas estatus, Dios no te lo dará; si no te lo da Dios, fracasarás en tu lucha por conseguirlo, y si sigues luchando, solo se producirá un resultado: que serás revelado y descartado, lo cual es un callejón sin salida”. Con las palabras de Dios descubrí que Su carácter justo es inofendible. La iglesia me había dado la oportunidad de cumplir con este deber para que aprendiera a buscar la verdad en él y, a la larga, me convirtiera en un ser creado apto. No obstante, yo competía continuamente por el estatus. ¿No me oponía adrede a las exigencias de Dios? No hay nada que Dios desprecie más. Pese a haber cumplido con este deber en la iglesia durante mucho tiempo, cuando me pidieron que creara un video, no supe hacerlo bien. Cuando obteníamos buenos resultados en los videos mientras yo era líder, todo se debía a la guía del Espíritu Santo y a los esfuerzos del equipo, no a mis aportaciones. Pero yo llevaba estos logros como si llevara una corona en la cabeza y no dejaba que me arrebataran la gloria, mientras competía sin cesar por la reputación y sumía la labor de la iglesia en el caos. Todo lo que hacía era malvado, contrario a Dios y repugnante para Él. Me acordé entonces de una compañera que había tenido un año antes. Tenía unas ganas irrefrenables de estatus y reputación y se aferraba a su autoridad. Reprimía y atacaba a cualquiera que amenazara su puesto, y hasta saboteaba el trabajo de la iglesia sin inmutarse con tal de preservar su estatus. Posteriormente la revelaron como anticristo por toda su maldad y fue expulsada. En cuanto a mí, era obvio que no hacía un trabajo práctico, pese a lo cual deseaba competir, cosa que perturbaba e interrumpía el trabajo de la iglesia. Si no me arrepentía y continuaba así, probablemente me descartaría Dios. Consciente de esto, oré a Dios: “Oh, Dios mío, la iglesia me dio la oportunidad de formarme como líder, pero no me ocupaba del deber y no iba por la senda correcta, sino que competía por la reputación y la ganancia. Todos mis pensamientos y actos han sido malvados y, si soy castigado, será algo totalmente merecido. Amado Dios, ya no quiero vivir de una forma tan despreciable. ¡Quiero arrepentirme y empezar de cero!”.

Días después, mi líder me envió un mensaje para decirme que se me había asignado un papel en el video de un himno y pedirme que antes me lo aprendiera. Me emocioné mucho con el mensaje. Di gracias a Dios de todo corazón por darme otra oportunidad. El himno que debía aprenderme se titulaba “La compasión de Dios hacia la humanidad”. Leí estas palabras de Dios: “Aunque la ciudad de Nínive estaba llena de personas tan corruptas, malvadas y violentas como las de Sodoma, su arrepentimiento causó que Dios cambiase de opinión y decidiese no destruirlas. Debido a que la manera en que trataron las palabras e instrucciones de Dios demostró una actitud en marcado contraste con la de los ciudadanos de Sodoma, y debido a su honesta sumisión a Dios y honesto arrepentimiento por sus pecados, así como su comportamiento verdadero y sincero en todos los sentidos, Dios expresó una vez más Su propia compasión sincera al concedérsela. Lo que Dios otorga a la humanidad y Su compasión por esta son imposibles de copiar, y es imposible para ninguna persona poseer la misericordia de Dios, Su tolerancia y Sus sentimientos sinceros hacia la humanidad(La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. Dios mismo, el único II). Con las palabras de Dios descubrí Su propósito de salvar a la humanidad. Dios se enfureció e iba a aniquilar al pueblo de Nínive por su corrupción y su maldad, pero, cuando los ninivitas se arrepintieron sinceramente ante Él, aplacó Su ira y no los aniquiló. Con esto comprendí que Dios valora el arrepentimiento sincero de la gente. Pese a haber interrumpido el trabajo de la iglesia y haber cometido transgresiones, Dios no me descartó. Con mi destitución, mi trato y mi poda, me obligó a reflexionar. Todo esto fue la salvación de Dios. No podía continuar viviendo en el lamento y la pasividad. Tenía que arrepentirme ante Dios, buscar la verdad y corregir mi carácter corrupto para no cometer más el mal y dejar de resistirme a Dios.

Una vez, en mis devociones, leí un pasaje de las palabras de Dios que me dio una senda de práctica. Dios Todopoderoso dice: “Renunciar a la reputación y el estatus no es fácil; depende de que la gente busque la verdad. Solo entendiendo la verdad puede alguien llegar a conocerse a sí mismo, ver con claridad el vacío de buscar la reputación y el estatus, y reconocer la verdad de la corrupción de la humanidad. Solo entonces puede uno abandonar de verdad el estatus y la reputación. No es fácil deshacerse de un carácter corrupto. Tal vez hayas reconocido que careces de la verdad, que estás lleno de defectos y revelas demasiada corrupción, sin embargo no dedicas ningún esfuerzo a buscar la verdad, y te disfrazas hipócritamente, llevando a la gente a creer que puedes hacer cualquier cosa. Eso es ponerte en peligro, lo pagarás tarde o temprano. Debes admitir que careces de la verdad, y ser lo bastante valiente para afrontar la realidad. Eres débil, revelas corrupción, y estás lleno de toda clase de deficiencias. Es lo normal, ya que eres una persona corriente, no eres sobrehumano ni omnipotente, y eso es algo que has de reconocer. […] Cuando tienes el impulso y el deseo constantes de competir por el estatus, debes darte cuenta de los males a los que te llevará este tipo de estado si no lo resuelves. Así que no pierdas tiempo en buscar la verdad, elimina tu deseo de competir por el estatus antes de que crezca y madure, y reemplázalo con la práctica de la verdad. Cuando practiques la verdad, tu deseo de competir por el estatus disminuirá y no interferirás con el trabajo de la iglesia. De esta manera, Dios recordará tus acciones y las alabará(La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 9 (III)). Con las palabras de Dios descubrí que, para dejar realmente de lado el deseo de reputación y estatus, primero has de conocerte, saber admitir activamente tus fallos y dejar que los demás vean tu situación real. Cuando regrese el deseo de competir, debes orar conscientemente a Dios, renunciar a ti mismo y cooperar con otros. Entonces podrás cumplir bien con el deber. Yo no me centraba en la reflexión y el autoconocimiento. Me ponía sumamente celoso, no hablaba activamente de mi estado y no buscaba la verdad para corregirlo. Por ello, mi lucha por la reputación y la ganancia interrumpía la labor de la iglesia. En adelante tenía que actuar de acuerdo con las palabras de Dios. Después, me sinceraba conscientemente sobre mi estado en el deber y, de manera activa, procuraba aprender de mis compañeros. Con el tiempo observé que todos los hermanos y hermanas tenían ciertos puntos fuertes de los que yo carecía. Me sentí todavía más avergonzado de mi arrogancia e ignorancia. Recordé que había sido competitivo y había rivalizado por la reputación, lo que había perjudicado la labor de la iglesia, y sentí aún más pesar. Oré en silencio a Dios: “Oh, Dios mío, con la revelación y la destitución he adquirido una mínima conciencia. Antes competía por la reputación y la ganancia sin pensar en los intereses de la iglesia. No solo interrumpía la labor de la iglesia; también perjudicaba a mis hermanos y hermanas. ¡No soy digno de ser calificado de humano! En lo sucesivo, estoy dispuesto a practicar de acuerdo con Tus palabras, a aprender de los puntos fuertes de otros y a colaborar con ellos en armonía en mi deber”.

Posteriormente surgieron problemas en un nuevo proyecto de video, y la líder superior nos asignó a Lisa y a mí a resolverlos juntos. Esta vez no competí contra Lisa mientras éramos compañeros. Debatía activamente con ella, le pedía consejo cuando surgían problemas y no seguía adelante hasta que no estábamos de acuerdo. En ocasiones, cuando las ideas de Lisa eran más claras y más perspicaces que las mías, intentaba justificarme inconscientemente. Pero enseguida veía que estaba compitiendo de nuevo, oraba a Dios y renunciaba a mí mismo, admitía las sugerencias de Lisa y las meditaba y buscaba diligentemente. Entendía que, en realidad, las ideas de Lisa eran mejores que las mías y era capaz de admitirlas sinceramente. Me sentía muy tranquilo y en paz practicando de este modo. Las palabras de Dios me enseñaron a colaborar correctamente y a vivir con semejanza humana.

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