56. La Palabra conquista toda mentira

Por Ye Qiu, China

En junio me eligieron diaconisa de riego. Un día, la hermana Cheng Lin y yo fuimos a celebrar una reunión de nuevos fieles. Los nuevos creyentes tienen muchas nociones. Temía que mi enseñanza fuera poco clara y que no se resolvieran sus problemas, así que le pedí antes al líder que me ayudara a buscar pasajes de las palabras de Dios sobre sus nociones. El día de la reunión, mientras enseñaba las palabras de Dios que había preparado sobre las nociones de los nuevos, percibí el esclarecimiento y la guía del Espíritu Santo y se corrigieron sus nociones. Cuando íbamos a terminar, me preguntó Cheng Lin: “Tus respuestas a las preguntas de los nuevos fueron muy detalladas hoy. ¿Hablaste antes con el líder?”. Al escucharla, comencé a pensar rápido. Dado que yo era nueva en ese deber, ¿sospechaba ella que mi actuación ese día no reflejaba mi nivel real? Sin embargo, temía que, si era sincera, Cheng Lin descubriera mi estatura real y creyera que no era una obrera capaz. Si descubría que había sacado la mayor parte de mis enseñanzas del líder, ¿seguiría admirándome? Pensé para mis adentros que no podía contarle la verdad. Así pues, respondí: “No”. En cuanto lo dije, noté que había ido en contra de mi conciencia. Claro que el líder y yo ya lo habíamos hablado, pero miré a Cheng Lin a los ojos y contesté que no. ¿No estaba mintiendo adrede? Si el líder se pasaba un día y Cheng Lin le preguntaba, mi mentira quedaría al descubierto: ¡qué humillante! Todos me dirían que era muy astuta. Cuanto más lo pensaba, más me incomodaba. Esa noche me acosté y dormí a ratos. Al día siguiente me dispuse a sincerarme con ella, pero tenía las palabras en la punta de la lengua y no me salían. Temía que Cheng Lin me despreciara si se lo contaba y que me creyera una inexperta demasiado centrada en el reconocimiento y el estatus. Tal vez dijera que era muy taimada como para mentir en algo tan pequeño. No dije nada tras considerar todo aquello. De camino a casa recordé unas palabras de Dios: “Debéis saber que a Dios le gustan los que son honestos(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Tres advertencias). Me sentí aún más culpable. No sabía decir una sola verdad. ¿Cómo podría ser una persona honesta del agrado de Dios? Me sentí fatal, como si un gran peso me destrozara el corazón. Me pregunté: Si sé muy bien que Dios detesta a los mentirosos traicioneros, ¿por qué cuesta tanto decir la verdad?

Mientras reflexionaba pensé que no había mentido únicamente en una cosa. Solía ser igual en otras cosas. En una ocasión, el líder nos preguntó que a cuántos nuevos fieles podríamos regar al mes. Yo era nueva en el trabajo y no comprendía del todo sus principios, así que no podía aceptar muchos, pero, si decía la verdad, temía que el líder dijera que tenía carencias y que no estaba a la altura del trabajo. Por ello, inflé un poquito mi cifra. Mi cifra era lo bastante alta, pero yo todavía no estaba tranquila. Temía que luego se demostrara que me faltaba autoconocimiento o que, más grave todavía, se demorara la entrada en la vida de los nuevos, pero ya lo había dicho y me daba vergüenza sincerarme con el líder. Tenía que hacer de tripas corazón y continuar. Días antes, el líder me había preguntado cuánto había tardado en resolver el problema de un nuevo fiel. Como al principio no había entendido la noción de ese nuevo fiel, hablé con él varias veces. Cuando me preguntó por ello el líder, temí que, si le contaba la verdad, él dijera que me faltaba aptitud. Que un problema tan pequeño requiriera muchas enseñanzas podría dar la imagen de que era inexperta e ineficiente. Por preservar mi imagen, mentí diciendo que se resolvió con una única enseñanza. Más tarde me sentía inquieta, con miedo a quedar en evidencia algún día. Al recordar mi conducta, vi que mentía mucho para preservar mi imagen y dar buena impresión a la gente. Vivía en tinieblas y sufriendo, muy alejada de los criterios de Dios para ser alguien honesto. Me acordé de los hermanos y hermanas que se esforzaban por ser honestos y corregir su naturaleza astuta. Algunos hasta habían escrito testimonios personales. Pero yo, después de años en la fe, todavía mentía mucho y carecía de toda honestidad. De seguir así en mi fe, seguro que Dios me descartaría. Enseguida oré: “Dios mío, hace años que creo en Ti. Todavía continúo mintiendo y engañando cuando mis intereses se ven implicados, cosa que te disgusta. No quiero seguir así. Por favor, guíame para resolver mi problema con la mentira”.

Leí un pasaje en mis devociones. “En su día a día, la gente dice muchas cosas sin sentido, falsas, ignorantes, estúpidas y con el fin de justificarse. En el fondo, dice estas cosas en aras de su propio orgullo, para satisfacer su vanidad. Que diga estas falsedades es la manifestación de su carácter corrupto. Al corregir esta corrupción se purificará tu corazón, lo que te hará cada vez más puro y honesto. En realidad, toda persona sabe por qué miente: por sus intereses, su imagen, su vanidad y su estatus. Y, al compararse con los demás, juegan en otra liga. En consecuencia, los demás revelan y descubren sus mentiras, con lo que pierde su imagen, integridad y dignidad. Es el resultado de mentir demasiado. Cuando mientes demasiado, cada palabra que dices está contaminada. Todo es falso y nada puede ser verdadero ni real. Aunque no pierdas tu imagen cuando mientas, tú ya te avergüenzas por dentro. Te remuerde la conciencia y te desprecias y menosprecias. ‘¿Por qué vivo de forma tan lamentable? ¿En serio cuesta tanto decir una sola cosa honesta? ¿Necesito contar estas mentiras nada más que por mi imagen? ¿Por qué es tan agotador vivir así?’. Puedes vivir de una manera que no sea agotadora. Si practicas la honestidad, puedes vivir fácil y libremente, pero cuando optas por mentir para proteger tu imagen y tu vanidad, tu vida es muy agotadora y dolorosa, lo que supone un dolor autoinfligido. ¿Qué imagen consigues tener por mentir? Es algo vacío, algo carente de todo valor. Cuando mientes traicionas tu integridad y dignidad. Estas mentiras le cuestan a la gente su dignidad, le cuestan su temperamento, y a Dios le parecen desagradables y aborrecibles. ¿Valen la pena? En absoluto. ¿Es esta la senda correcta? No. Los que mienten a menudo viven atrapados en su carácter satánico y bajo el dominio de Satanás, no en la luz ni ante Dios. A menudo tienes que pensar en cómo decir una mentira y después en cómo encubrirla, y si no la encubres lo suficientemente bien, la mentira saldrá a la luz, así que tienes que devanarte los sesos para encontrar una tapadera. ¿No es esta una manera agotadora de vivir? Demasiado agotadora. ¿Vale la pena? En absoluto. ¿Qué sentido tiene devanarse los sesos para mentir y encubrirlo solo por la vanidad y el estatus? Al final lo pensarás y te dirás: ‘¿Qué necesidad tengo de hacerme pasar a mí mismo por esto? Es demasiado agotador mentir y encubrirlo. Así no funcionan las cosas. Es más fácil ser una persona honesta’. Quieres ser una persona honesta, pero no puedes dejar de lado tu imagen, tu vanidad y tus intereses. Solamente sabes mentir y defender estas cosas con mentiras. […] Puede que pienses que con mentiras puedes proteger tu reputación deseada, tu estatus y tu vanidad, pero es un gran error. Las mentiras no solo no protegen tu vanidad y tu dignidad personal, sino que, además, más en serio, te hacen perder ocasiones de practicar la verdad y de ser honesto. Aunque defiendas tu reputación y tu vanidad en el momento, lo que pierdes es la verdad y traicionas a Dios, con lo que pierdes por completo la oportunidad de ganar Su salvación y ser perfeccionado. Esta es la mayor pérdida y un pesar eterno(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo si se es honesto es posible vivir como un auténtico ser humano). Todas las palabras de Dios describían mi estado real. Siempre mentía y engañaba para proteger mi vanidad y mi orgullo. Aparentaba, lo cual era una manera agotadora de vivir que me provocaba tristeza. Cuando empecé a regar a nuevos creyentes, Cheng Lin vio que no enseñaba mal y me preguntó si había hablado con el líder. Una pregunta muy normal. Podría haber contestado con un simple “sí”. Sin embargo, temí que me despreciara si le contaba la verdad. Pensando en mi reputación, mentí adrede. Asimismo, cuando el líder nos preguntó que a cuántos nuevos fieles podríamos regar al mes, no respondí en función de mi capacidad real. Temía que el líder dijera que era una incompetente si daba una cifra baja, por lo que la inflé a propósito. Luego me preocupaba no poder ocuparme de ello; me agotaba el estrés en el deber. También era así cuando regaba a nuevos creyentes. Con mi comprensión superficial de la verdad, tuve que hablar muchas veces con el nuevo fiel para resolver su problema, pero, como estaba pensando en lo que opinaría el líder de mí, le dije a este que solo tuve que enseñarle una vez. Había mentido y engañado una y otra vez con tal proteger mi vanidad y mi orgullo, para que otros me miraran con buenos ojos. ¡Qué taimada y falsa! Creía que, si no contaba la verdad, los demás y el líder no conocerían mi auténtico nivel y yo podría preservar mi imagen, pero Dios lo ve todo. Puedo engañar a otra gente, pero jamás a Dios. Luego de un tiempo, todos discernirían cómo era yo. Verían que era alguien carente de la realidad de la verdad y que mentía constantemente. En realidad, me sentía fatal tras mentir. Temía que, algún día, mi mentira quedara al descubierto y se viera cómo era yo. No solo quedaría mal, sino que seguro que los demás dejarían de confiar en mí. A la larga, la preocupación y la inquietud me atormentaban. Era agotador. Estaba en tinieblas y sufriendo. Al mentir y engañar continuamente, y no practicar la verdad y ser honesta, no solo se resentía mi vida, sino que vivía sin dignidad alguna, cosa que disgusta a Dios. Recordé lo que señaló el Señor Jesús: “Sea vuestro hablar: ‘Sí, sí’ o ‘No, no’; y lo que es más de esto, procede del mal(Mateo 5:37). “Sois de vuestro padre el diablo y queréis hacer los deseos de vuestro padre. Él fue un homicida desde el principio, y no se ha mantenido en la verdad porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, habla de su propia naturaleza, porque es mentiroso y el padre de la mentira(Juan 8:44). A Dios le agradan los honestos y detesta a los astutos. Debería haber hablado y actuado según las palabras de Dios, sin rodeos. Sí significa sí, y no significa no, pero yo mentía reiteradamente para preservar mi imagen. ¿En qué se diferencia eso del diablo, Satanás? El diablo siempre miente, nunca dice nada sincero. Yo también había mentido bastante hasta entonces. Si no me arrepentía, seguro que Dios me descartaría. Me devanaba los sesos por mis mentiras y mi falsa imagen con el fin de preservar mi imagen y gozar de beneficios inmediatos, pero, a consecuencia de ello, Dios estaba disgustado, la gente me rechazaba y yo sufría. Era absurdo.

Seguí haciendo introspección y leí algo en las palabras de Dios. “Cuando las personas engañan, ¿qué intenciones se derivan de ello? ¿Y cuál es el objetivo? Sin excepción, se trata de ganar estatus y prestigio; en pocas palabras, es por el bien de sus propios intereses. ¿Y qué subyace en la búsqueda de intereses? En que la gente considera sus intereses de mayor importancia que todo lo demás. Engaña en beneficio propio, con lo que revela su carácter engañoso. ¿De qué modo debe resolverse este problema? En primer lugar, debes identificar y saber qué son los intereses, qué le aportan a la gente y cuáles son las consecuencias de afanarse por ellos. Si no eres capaz de averiguarlo, renunciar a ellos será más fácil de decir que de hacer. Si la gente no comprende la verdad, nada le resultará más complicado que renunciar a sus intereses. Eso se debe a que sus filosofías de vida son ‘cada hombre para sí mismo, y sálvese quien pueda’ y ‘hazte rico o muere en el intento’. Obviamente, solo vive para sus intereses. La gente piensa que, sin sus intereses, si los pierde, no podrá sobrevivir, como si su supervivencia fuera inseparable de sus intereses, y por eso la mayoría de la gente está ciega a todo lo que no sean sus intereses. Los considera superiores a todo lo demás, solamente vive para sus intereses, y conseguir que renuncie a ellos es como pedirle que renuncie a su propia vida(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. El conocimiento del propio carácter es la base de su transformación). “Puede que una persona astuta sea consciente de que lo es, de que le gusta mentir y no le gusta decir la verdad, y de que siempre trata de ocultar a los demás lo que hace; no obstante, se deleita en ello, mientras piensa: ‘Vivir así es genial. Embauco constantemente a los demás, pero ellos no son capaces de hacerme lo mismo a mí. Casi siempre estoy satisfecho en lo que se refiere a mis intereses, mi orgullo, mi estatus y mi vanidad. Las cosas marchan según mis planes, perfectamente, sin contratiempos, y nadie se da cuenta de nada’. ¿Acaso quiere ser honesta una persona de este tipo? No. Esta persona cree que el engaño y la perversidad son inteligencia y sabiduría, cosas positivas. Valora estas cosas y no soporta la idea de prescindir de ellas. ‘Es la forma ideal de comportarse y una manera cómoda de vivir’, piensa. ‘Solo así tiene valor la vida y me envidiarán y admirarán los demás. Sería necio e idiota de mi parte no vivir de acuerdo con las filosofías satánicas. Siempre estaría sufriendo pérdidas: me intimidarían, discriminarían y tratarían como a un lacayo. No vale de nada vivir de ese modo. ¡Nunca seré una persona honesta!’. ¿Renunciará este tipo de persona a su carácter astuto y practicará la honestidad? En absoluto. […] No siente amor por las cosas positivas, no anhela la luz y no ama el camino de Dios ni la verdad. Desea seguir las tendencias del mundo, está enamorada del estatus y el prestigio, le encanta destacar entre los demás, es defensora del estatus y el prestigio, venera a los grandes y famosos, pero en realidad venera a demonios y a Satanás. En el fondo no busca la verdad ni las cosas positivas, sino que aboga por el aprendizaje. En su corazón no aprueba a los que buscan la verdad y dan testimonio de Dios, sino que aprueba y admira a la gente con talentos y dones especiales. No camina por la senda de la fe en Dios y de la búsqueda de la verdad, sino que va en pos del estatus, el prestigio y el poder, se esfuerza por ser una persona indescifrable y astuta, trata de integrarse en las altas esferas de la sociedad para convertirse en una figura famosa. Quiere ser recibida con idolatría y parabienes allá donde vaya; quiere ser un ídolo para la gente. Esa es la clase de persona que quiere ser. ¿Qué clase de camino es este? El camino de los demonios, la senda del mal. No es el camino que toma un creyente. Para defraudar la confianza personal de la gente, para hacer que la adore y siga, se vale de las filosofías de Satanás, de su lógica; se vale de todas sus tretas, de todos los ardides, en todos los escenarios. Esta no es la senda que deben seguir los que creen en Dios; no solo no se salvarán estas personas, sino que también recibirán el castigo de Dios; no cabe la menor duda(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. No es posible salvarse por la fe en la religión ni por participar en ceremonias religiosas). Las palabras de Dios me mostraban por qué era capaz de mentir y engañar reiteradamente y por qué nunca me atrevía a abrirme y ser honesta: porque tengo una naturaleza astuta. Estaba harta de la verdad y no amaba las cosas positivas. Mi prioridad no era alcanzar la verdad, ser una persona que alegrara a Dios, sino que valoraba filosofías satánicas como “cada hombre para sí mismo, y sálvese quien pueda”, “al igual que un árbol vive por su corteza, el hombre vive por su imagen” y “uno no logra el éxito sin mentir”, así como mi imagen y mis intereses. De pequeña tenía un pariente que solo hizo secundaria, pero afirmaba ser graduado universitario. Cuando era obvio que no tenía cierta competencia, se ensalzaba diciendo que la había estudiado. Cuando mentía y fingía de esa forma, la gente no solo no lo despreciaba, sino que lo respetaba y admiraba. Eso me influyó. Sin darme cuenta, en el fondo me parecían bien esas estrategias satánicas. Creía que, a veces, una mentira podía resolver realmente un asunto. No solo podías recibir admiración, sino, tal vez, lograr lo que quisieras. Por eso seguí viviendo de acuerdo con esta idea tras llegar a la casa de Dios. Si algo incumbía a mi imagen o mis intereses, no podía evitar mentir, engañar y fingir. Ni siquiera cuando me sentía culpable por mentir me atrevía a sincerarme con todos, por miedo a que, de ser franca, vieran cómo era y pensaran mal de mí. La idea de pasar esa vergüenza… ¡Venga ya! Prefería vivir en tinieblas y desdicha a soltar una palabra cierta, con lo que me volví cada vez más falsa y astuta. Así es el Partido Comunista. Por muchas cosas malvadas y escandalosas que haga, nunca las saca a la luz, sino que embauca al mundo con mentiras. Da una imagen de grande, glorioso y correcto para inducir a error al pueblo, para engañar a la plebe. Qué despreciable y malvado. ¿No eran mis mentiras y mi astucia básicamente las mismas que las del Partido Comunista? Esto me recordó unas palabras de Dios: “¿Qué clase de camino es este? El camino de los demonios, la senda del mal. No es el camino que toma un creyente. Para defraudar la confianza personal de la gente, para hacer que la adore y siga, se vale de las filosofías de Satanás, de su lógica; se vale de todas sus tretas, de todos los ardides, en todos los escenarios. Esta no es la senda que deben seguir los que creen en Dios; no solo no se salvarán estas personas, sino que también recibirán el castigo de Dios; no cabe la menor duda”. Dios es fiel. Dios nos exige honestidad para poder ganarnos finalmente Su salvación, pero Satanás descarría y corrompe a la gente con toda clase de filosofías y falacias, por lo que mentimos y engañamos constantemente en pos de la reputación y el estatus, y cada vez somos más falsos y astutos. Al final caeremos al infierno y seremos castigados junto con Satanás. Vi clara entonces la motivación astuta y ruin de Satanás. Lo odié de todo corazón y estaba dispuesta a procurar ser honesta.

Luego leí otra cosa en las palabras de Dios: “Que Dios les pida a las personas que sean honestas demuestra que verdaderamente aborrece y detesta a los taimados. La aversión de Dios a las personas taimadas es una aversión a su manera de hacer las cosas, a su carácter, a sus intenciones y a sus métodos de engaño; a Dios le disgustan todas estas cosas. Si las personas taimadas son capaces de aceptar la verdad, reconocen sus actitudes taimadas y están dispuestas a aceptar la salvación de Dios, entonces también tienen la esperanza de ser salvadas, porque Dios trata a todas las personas por igual, tal como lo hace la verdad. Por eso, si queremos llegar a ser nosotros los que agrademos a Dios, lo primero que debemos hacer es cambiar de principios de conducta: no podemos seguir viviendo de acuerdo con las filosofías satánicas, no podemos seguir valiéndonos de la mentira y el engaño, debemos desechar todas las mentiras y volvernos honestos; de este modo cambiará la visión que Dios tiene de nosotros. Antes, la gente siempre se basaba en mentiras, engaños y tretas mientras vivía con los demás, y utilizaba las filosofías satánicas como base de su existencia, su vida y fundamento de la conducta humana. Esto era algo que Dios despreciaba. Entre los incrédulos, si hablas con franqueza, dices la verdad y eres una persona honesta, serás calumniado, juzgado y rechazado. Por tanto, sigues las tendencias mundanas, vives conforme a las filosofías satánicas, te vuelves cada vez más hábil para mentir y más taimado. También aprendes a utilizar medios infames para lograr tus objetivos y protegerte. Te vuelves cada vez más próspero en el mundo de Satanás, y como resultado, te hundes cada vez más en el pecado hasta que no puedes salir de él. Las cosas son precisamente lo contrario en la casa de Dios. Cuanto más mientas y juegues a ser astuto, más se cansará de ti el pueblo escogido de Dios y te rechazará. Si te niegas a arrepentirte y sigues aferrándote a las filosofías y a la lógica satánicas, y te vales de ardides y tramas elaboradas para disimular y encubrirte a ti mismo, entonces es muy probable que seas revelado y descartado. Esto es porque Dios odia a la gente taimada. Solo la gente honesta puede prosperar en la casa de Dios, y la gente taimada acabará siendo rechazada y descartada. Todo esto está predestinado por Dios(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. La práctica verdaderamente fundamental de ser una persona honesta). “Aceptar la verdad y conocerte a ti mismo es la senda para el crecimiento en tu vida y para la salvación, supone la oportunidad de presentarte ante Dios para aceptar Su escrutinio y aceptar el juicio y castigo de Dios y ganar la vida y la verdad. Si renuncias a buscar la verdad en aras de la búsqueda del estatus y el prestigio y de tus propios intereses, esto equivale a renunciar a la oportunidad de recibir el juicio y castigo de Dios y alcanzar la salvación. Eliges el estatus y el prestigio y tus propios intereses, pero a lo que renuncias es a la verdad, y lo que pierdes es la vida y la oportunidad de ser salvado. ¿Qué significa más? Si eliges tus propios intereses y abandonas la verdad, ¿acaso no eres tonto? Hablando sin rodeos, es una gran pérdida a cambio de una pequeña ventaja. El prestigio, el estatus, el dinero y los intereses son todos temporales, todos ellos son efímeros, mientras que la verdad y la vida son eternas e inmutables. Si la gente resuelve su carácter corrupto que les hace buscar el estatus y el prestigio, entonces tiene la esperanza de alcanzar la salvación. Además, la verdad que recibe la gente es eterna; ni Satanás ni nadie puede quitársela. Tú has renunciado a tus intereses, pero lo que has ganado es la verdad y la salvación; estos resultados son tuyos. Te los has ganado para ti mismo. Si la gente opta por practicar la verdad, entonces, aunque haya perdido sus intereses, va a recibir la salvación de Dios y la vida eterna. Esas personas son las más inteligentes. Si la gente se beneficia a costa de la verdad, lo que pierde es la vida y la salvación de Dios; esas personas son las más estúpidas(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. El conocimiento del propio carácter es la base de su transformación). Las palabras de Dios me recordaron que solo una persona honesta puede salvarse y entrar en el reino de los cielos. Los astutos terminan siendo revelados y descartados por Dios. La senda que elija alguien y el tipo de persona que sea repercuten directamente en su destino final. Pero yo estaba muy ciega. En vez de amar la verdad, me centraba tanto en conservar mi imagen que mentía reiteradamente y fingía. Después no tenía el valor de sincerarme y continuaba sin abordar las mentiras más fundamentales. No había transformado mi carácter ni un ápice. Si seguía así en mi fe, ¿cómo podría salvarme Dios? Vi que no tiene ningún valor preocuparse por la reputación y buscar el beneficio personal. De esa manera, quizá te ganes la admiración y el respaldo ajenos, pero no vale la pena disgustar a Dios con mentiras constantes y perder la ocasión de salvarte.

En mi búsqueda de la senda hacia la honestidad, vi estas palabras de Dios: “Debes buscar la verdad para resolver cualquier problema que surja, sea el que sea, y bajo ningún concepto simular o dar una imagen falsa ante los demás. Tus defectos, carencias, fallos y actitudes corruptas… sé totalmente abierto acerca de todos ellos y compártelos. No te los guardes dentro. Aprender a abrirse es el primer paso para entrar en la vida y el primer obstáculo, el más difícil de superar. Una vez que lo has superado, es fácil entrar en la verdad. ¿Qué significa dar este paso? Significa que estás abriendo tu corazón y mostrando todo lo que tienes, bueno o malo, positivo o negativo; que te estás descubriendo ante los demás y ante Dios; que no le estás ocultando nada a Dios ni estás disimulando ni disfrazando nada, libre de mentiras y trampas, y que estás siendo igualmente sincero y honesto con otras personas. De esta manera, vives en la luz y no solo Dios te escrutará, sino que también otras personas podrán comprobar que actúas con principios y cierto grado de transparencia. No necesitas ningún método para proteger tu reputación, imagen y estatus, ni necesitas encubrir o disfrazar tus errores. No es necesario que hagas estos esfuerzos inútiles. Si puedes dejar de lado estas cosas, estarás muy relajado, vivirás sin estar encadenado y sin dolor y completamente en la luz(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Con las palabras de Dios aprendí que, para ser una persona honesta y hablar sinceramente, cuando algo incumba a mi orgullo o a mis intereses, primero debo orar y aceptar el escrutinio de Dios. Sean cuales sean mis fallos o defectos o la corrupción que exhiba, no puedo ocultarlos ni negarlos. Solo si muestro mi yo real y busco la verdad puede resolverse poco a poco este problema con la mentira. Sea cual sea la corrupción que exhiba y los fallos y defectos que tenga, en realidad Dios los ve bien claros, así que no puedo encubrirlos con mentiras y disimulos. Aunque otras personas no me conozcan bien al principio, con el tiempo todo el mundo tendrá claro cómo soy. Y, aunque era responsable de la labor de riego, era nueva en ese deber y aún tenía muchos fallos. Cuando no captara bien las nociones o los problemas de un nuevo, o no supiera enseñar claramente una verdad que no conocía bien, era una estrategia normal, nada vergonzosa, pedir ayuda a un líder. Era preciso que abordara abiertamente mis defectos y tuviera el valor de decir la verdad, practicarla y ser honesta. Ese es el camino correcto que hay que seguir. Se me iluminó el corazón al pensarlo. Oré y me arrepentí ante Dios. Dejaría de hablar y actuar en pro de mi reputación y mis intereses y, en cambio, practicaría según las palabras de Dios. Después vi a la hermana Cheng Lin y le conté todos mis problemas con la mentira. Me sentí muy relajada y libre. Yo sabía que cuidaba mucho mi imagen, y siempre me importaba lo que opinaran de mí. Cuando surgían las cosas, tendía a proteger mi reputación y mis intereses y no podía evitar mentir. No dejé de orar a Dios para pedirle que velara por mí, de modo que, cuando fuera a mentir, fuera consciente de ello y enseguida pudiera cambiar para convertirme en una persona sincera y honesta.

Una vez, en una reunión con un líder, este pidió a todos opinión sobre el problema de un nuevo creyente. Me sentía sumamente nerviosa. Estaba presente un líder. Él conocía mejor que yo la verdad y los principios. Quedaría claro al instante si yo era capaz de identificar el problema, si tenía razón o no, y si había alguna anomalía. Si no descubría el meollo del asunto o no lo resolvía, ¿qué opinaría de mí el líder? Conforme lo pensaba, más tensa estaba, y no podía calmarme y pensarlo bien. Recordé entonces unas palabras de Dios: “No necesitas ningún método para proteger tu reputación, imagen y estatus, ni necesitas encubrir o disfrazar tus errores. No es necesario que hagas estos esfuerzos inútiles. Si puedes dejar de lado estas cosas, estarás muy relajado, vivirás sin estar encadenado y sin dolor y completamente en la luz(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Pensé: “Cierto. Debo ser honesta y decir la verdad. Vea o no el problema, o si me equivoco en algo, debo ser franca de todos modos, sin encubrir, simular, fingir ni pensar en la opinión del líder sobre mí. Lo que importa es practicar la verdad y ser una persona honesta ante Dios”. Con estos pensamientos me calmé. Luego fui capaz de compartir mi opinión. Tras escuchar, el líder habló de las cosas que habíamos pasado por alto. Aprendí mucho de este tipo de diálogo. Luego, en el riego, cuando me topaba con problemas que no entendía, le consultaba al líder, que me ayudaba en aquello en lo que yo fallara. Aprendí muchísimo más de esto.

Con esta experiencia percibí lo maravilloso que es decir la verdad como Dios manda. Es muy relajante y liberador. Ya no vivo con el malestar y el dolor de mentir. ¡Le estoy muy agradecida a Dios! De no haber quedado en evidencia en estas situaciones o no haber sido juzgada y revelada por las palabras de Dios, jamás habría logrado esta comprensión y esta transformación.

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