26. Una dolorosa lección por codiciar la comodidad
A finales de 2017, me eligieron líder de la iglesia. Me sentí un poco presionada porque era la primera vez que cumplía con este deber, pero sabía que mi capacidad para desempeñarlo era Dios mostrándome Su gracia y Su exaltación, así que estaba dispuesta a asumir el papel. Al principio, cuando los hermanos y las hermanas tenían problemas, confiaba en Dios y buscaba los principios-verdad para resolverlos. A veces trabajaba hasta altas horas de la noche sin sentir que fuera difícil o agotador. Con el paso del tiempo, se vio cierta mejora en diversos aspectos del trabajo de la iglesia, y llegué a comprender algunos de los principios relacionados con este deber, lo que alivió parte de la presión que sentía.
El tiempo pasó volando y, en marzo de 2021, la carga de trabajo era mayor porque los miembros de la iglesia habían aumentado, y empecé a sentirme presionada. La hermana Jing Yuan, con quien cooperaba en ese momento, era una recién llegada. Todavía no era buena en el trabajo y tendía a ser negativa cuando se enfrentaba a dificultades. Por eso, la mayor parte del trabajo de la iglesia recayó sobre mí. Al principio, pude abordar los asuntos adecuadamente, pensaba que como Jing Yuan llevaba poco tiempo como creyente y no podía manejar el trabajo, estaba bien que yo hiciera más. Durante el día, estaba ocupada con las reuniones para la implementación del trabajo y resolviendo los problemas de los hermanos y hermanas. Cuando llegaba a casa por la noche, también tenía que resumir las desviaciones y los problemas del trabajo. Tras hacer esto durante mucho tiempo, llegué a sentir que ser líder era demasiado difícil y agotador, y que no me quedaba tiempo libre. Mi salud era precaria, había tenido cáncer y hacía pocos años me había recuperado. El médico me había recomendado que descansara mucho. Pensé: “Estoy tan ocupada todos los días; si sigo agotándome así, ¿no volveré a enfermarme? Si eso ocurre, no solo sufrirá mi cuerpo, sino que también podría morir”. Al pensar en esto, me sentí muy preocupada, y no quería continuar con mi deber como líder. Quería cambiar a un deber más fácil para tener un poco más de tiempo para descansar. Muchas veces quise escribir mi carta de renuncia, pero, cada vez que lo pensaba, me sentía algo culpable. En la iglesia no había nadie adecuado para ser líder, entonces, ¿qué pasaría con la obra de la iglesia si renunciaba? Más adelante, me dediqué a poner en práctica el trabajo evangélico, y descubrí que los hermanos y las hermanas tenían muchos puntos de vista erróneos que les eran de estorbo. Al principio, pude dedicar esfuerzos a enseñar y resolver asuntos, pero al cabo de un tiempo, los resultados del trabajo evangélico aún eran deficientes. Cada vez que pensaba en el tiempo y el esfuerzo que tendría que dedicar a resumir las desviaciones y resolver problemas, y en cómo tendría que continuar el seguimiento y la resolución de los problemas de los destinatarios potenciales del evangelio, y en todo el trabajo que había por hacer, me sentía cansada. Pensaba: “Ya tengo mucho trabajo, ¿cómo se supone que podré ocuparme de todo? ¿Qué sucederá si mi cuerpo colapsa? Mi cuerpo es mío. Tengo que tomármelo con calma. No puedo agotarme así”. De modo que, cada vez que me reunía con los hermanos y hermanas, preguntaba en pocas palabras si había algún destinatario potencial del evangelio a quien predicar, decía unas cuantas palabras de doctrina y me iba. Poco después, el liderazgo superior envió una carta en la que decía que la razón por la que el trabajo evangélico no daba resultados era porque la líder no realizaba un trabajo real. Me sentí un poco alterada, y pensé: “El trabajo evangélico es mi responsabilidad, y la falta de resultados se relaciona de manera directa conmigo”. También me sentí un poco reprimida, y pensé que sería mejor hacer una tarea de una sola faceta, como regar a los nuevos fieles de la iglesia, ya que así podría relajarme un poco y no cansarme tanto. Ser líder era un trabajo muy duro, y si el trabajo no se hacía bien, yo tenía que asumir la responsabilidad. Sentí que debía admitir mi responsabilidad y renunciar. Así que, cuando me reuní con la líder superior, me quejé de mis dificultades y penurias. Alegué que me faltaba el calibre necesario para cumplir con este deber, y que el que yo ocupara una posición de liderazgo retrasaba la entrada en la vida de los hermanos y hermanas, afectaba la obra de la iglesia, y que esto era cometer el mal. La líder no aceptó mi renuncia y en su lugar me ofreció enseñanza y ayuda. Me di cuenta de que no me faltaba calibre, sino que estaba demasiado preocupada por mi propia carne. Y cada vez que pensaba en padecer sufrimiento físico, aún temía que mi cuerpo colapsara, y me preguntaba qué pasaría si mi antigua condición regresara y yo muriera. Aunque parecía que cumplía con mis deberes, sufría y me sentía reprimida. Más adelante, la hermana encargada del trabajo evangélico me dijo: “Los malos resultados del trabajo evangélico de tu iglesia están en directa relación contigo”. No reflexioné sobre mí misma, y en su lugar me inventé excusas y justificaciones. Alegué que me faltaba calibre y que no podía manejar el trabajo. Después de eso, me mantuve pasiva en mi deber.
Un día, en junio de 2021, fui arrestada por la policía durante una reunión. En ese momento, me di cuenta de que Dios me estaba reprendiendo. Siempre había sido pasiva en mi deber, me preocupaba de manera constante por mi carne, quería renunciar y no quería cumplir con el deber de una líder. Ahora había perdido la oportunidad de cumplir con mi deber. Sentí que Dios había usado esta situación para revocar mi cualificación para cumplir con mi deber, y mi corazón se llenó de tormento. Luego, gracias a la protección de Dios, pronto me pusieron en libertad. Para evitar que me vigilaran y que me detuviera la policía, tuve que esconderme durante un tiempo y no pude salir a cumplir con mi deber. Sufrí mucho y me sentí muy negativa. Me preguntaba si esta situación significaba que Dios me estaba revelando y que ya no me quería. Posteriormente, leí un pasaje de la palabra de Dios y comprendí cuál era Su intención. Dios dice: “A veces, Dios usa determinado asunto para revelarte o disciplinarte. Entonces, ¿significa esto que se te ha descartado? ¿Significa que ha llegado tu fin? No. […] En realidad, en muchos casos, la preocupación de la gente proviene de sus intereses personales. En general, se trata del temor a no tener ningún desenlace. Siempre piensa: ‘¿Y si Dios me revela, descarta y rechaza?’. Se trata de tu mala interpretación de Dios; son solo tus conjeturas parciales. Tienes que llegar a comprender cuál es la intención de Dios. Él no revela a la gente para descartarla. La revela para poner de manifiesto sus defectos, sus errores y su esencia-naturaleza, para que se conozca a sí misma y pueda arrepentirse sinceramente; la revelación propiamente dicha es para que la gente crezca en la vida. Sin un entendimiento puro, la gente tiende a malinterpretar a Dios y volverse negativa y débil, o incluso puede sucumbir a la desesperación. De hecho, la revelación por parte de Dios no implica necesariamente que vaya a descartar a la persona. Lo hace para ayudarte a conocer tu propia corrupción y lograr que te arrepientas. A menudo, como la gente es rebelde y no busca la verdad para encontrar una solución cuando revela corrupción, Dios debe ejercer Su disciplina. Por ello, en ocasiones revela a la gente poniendo en evidencia su fealdad y su lamentable estado y permitiéndole conocerse a sí misma, lo que le ayuda a crecer en la vida. Revelar a la gente tiene dos implicaciones distintas. Para los malvados, ser revelados implica el descarte. Para los que son capaces de aceptar la verdad, es un recordatorio y una advertencia; les obliga a hacer introspección, a descubrir su verdadero estado y a dejar de ser díscolos e imprudentes, pues seguir así sería peligroso. Revelar de este modo a la gente es recordarle que, cuando cumpla con el deber, no sea atolondrada y descuidada, que no deje de tomarse las cosas con seriedad, que no se conforme con ser solo un poco eficaz creyendo haber cumplido con el deber a nivel aceptable, cuando, a decir verdad, en comparación con lo que exige Dios, no llega ni de lejos y, sin embargo, sigue siendo autocomplaciente y cree que lo hace bien. En tales circunstancias, Dios disciplina, amonesta y advierte a la gente. Algunas veces, Dios revela su fealdad, lo que, evidentemente, sirve de recordatorio. En esos momentos has de hacer introspección: es insuficiente cumplir con el deber de esta forma, hay rebeldía de por medio, hay demasiadas cosas negativas en ello, es totalmente superficial y, si no te arrepientes, corresponde que seas castigado. De vez en cuando, cuando Dios te disciplina o te revela, eso no implica necesariamente que te vaya a descartar. Hay que plantear correctamente esta cuestión. Incluso si eres descartado, debes aceptarlo y someterte a ello, y apresurarte a reflexionar y arrepentirte” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo a base de practicar la verdad y someterse a Dios se puede lograr transformar el carácter). Las palabras de Dios disiparon mi malentendido sobre Él. Había pensado que la causa de haber sido arrestada y perder mi deber era que Dios estaba utilizando esta situación para ponerme en evidencia y descartarme, pero, en realidad, esta situación era un recordatorio y una advertencia de Su parte, y me impulsó a reflexionar sobre mí misma. Siempre me había quejado de las dificultades y las penurias, y codiciaba la comodidad en lugar de hacer un trabajo real en mi deber, lo que no hacía más que entorpecer la obra. Si no me hubiera ocurrido esta situación, no habría reflexionado sobre mí misma y habría seguido tratando mi deber a la ligera. Esto habría causado pérdidas irreparables a la obra y enojado a Dios, lo que sin duda habría provocado que me descartaran. Sabía que debía reflexionar a fondo sobre mí misma y arrepentirme de verdad, ya que esto estaba de acuerdo con la intención de Dios. No podía seguir malinterpretando a Dios. Así que empecé a reflexionar. Oré a Dios y le pedí que me guiara para aprender una lección a partir de este asunto.
Más adelante, leí estas palabras de Dios: “Al hacer un deber, la gente siempre escoge el trabajo liviano, el menos cansado y que no implique desafiar a las condiciones climáticas a la intemperie. Eso implica elegir trabajos fáciles y eludir los complicados, y se trata de una manifestación de codicia de las comodidades de la carne. ¿Qué más? (Quejarse siempre cuando el deber es un poco duro, un poco agotador, cuando implica pagar un precio). (Preocuparse por la comida y la ropa, y por los placeres carnales). Todas estas son manifestaciones de codicia de las comodidades de la carne. Cuando una persona así ve que una tarea es demasiado laboriosa o arriesgada, se la endosa a otra; se limita a hacer el trabajo con tranquilidad, y pone excusas, dice que tiene escaso calibre, que le falta capacidad de trabajo y no puede emprender esta tarea, si bien el verdadero motivo es que codicia las comodidades de la carne. No desea sufrir, sea cual sea el trabajo que haga o el deber que cumpla. […] También están los que siempre se quejan de las dificultades mientras hacen su deber, que no quieren esforzarse, que, en cuanto tienen un poco de tiempo muerto, descansan, charlan distraídos o disfrutan del ocio y el entretenimiento. Y cuando el trabajo se intensifica y rompe el ritmo y la rutina de sus vidas, se sienten infelices e insatisfechos por ello. Gruñen y se quejan, y se vuelven negligentes al hacer su deber. Esto es codiciar las comodidades de la carne, ¿verdad? […] Por muy ajetreado que sea el trabajo de la iglesia o por muy entretenidos que sean sus deberes, la rutina y la normalidad de sus vidas jamás se ven interrumpidas. Nunca descuidan ninguno de los pequeños detalles de la vida de la carne y los controlan perfectamente; son muy estrictas y serias al respecto. Sin embargo, al abordar el trabajo de la casa de Dios, por muy importante que sea el asunto, y aunque este pueda afectar a la seguridad de los hermanos y hermanas, lo abordan negligentemente. Ni siquiera se preocupan de aquellas cosas que competen a la comisión de Dios ni al deber que han de hacer. No asumen ninguna responsabilidad. Esto es entregarse a las comodidades de la carne, ¿no? ¿Son las personas que se entregan a las comodidades de la carne aptas para desempeñar un deber? En cuanto alguien saca el tema de hacer su deber o habla de pagar un precio y de sufrir penurias, no paran de negar con la cabeza. Tienen demasiados problemas, les embargan las quejas y están llenas de negatividad. Esas personas son inútiles, no están cualificadas para hacer su deber y se las debería descartar” (La Palabra, Vol. V. Las responsabilidades de los líderes y obreros. Las responsabilidades de los líderes y obreros (2)). “Esto es así porque lo que refleja de un modo más perceptible el vínculo que te une a Dios es cómo tratas los asuntos que Él te confía y el deber que Él te asigna, además de la postura que adoptas. Este es el problema más visible y práctico. Dios está a la espera; quiere conocer tu postura. En esta coyuntura tan decisiva, debes apresurarte en darle a conocer a Dios tu postura, aceptar Su comisión y cumplir bien con tu deber. Cuando hayas captado este punto fundamental y desempeñado bien la comisión que Dios te ha encargado, tu relación con Él será normal. Si cuando Dios te confía una tarea o te dice que cumplas con cierto deber adoptas una postura superficial y apática, si no te lo tomas en serio, ¿no es eso precisamente lo contrario de dedicar todo tu corazón y tus fuerzas? ¿Puedes cumplir bien con tu deber así? Desde luego que no. No cumplirás adecuadamente con tu deber. Por tanto, la postura que adoptas cuando cumples con tu deber tiene una importancia fundamental, como la tienen el método y la senda que eliges. A aquellos que no cumplen bien con sus deberes se les descarta, nada importa los años que lleven creyendo en Dios” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Mientras reflexionaba sobre las palabras de Dios, sentí como si me hubieran traspasado el corazón, como si Dios estuviera delante de mí juzgándome. Dios encarga comisiones a las personas con la esperanza de que puedan cumplirlas de todo corazón y con todas sus fuerzas. No obstante, yo había tenido una actitud despectiva hacia mi deber, y no había cumplido con mis responsabilidades en absoluto. Cuando mis deberes se volvían algo agitados o había dificultades que me obligaban a reflexionar o a pagar un precio, codiciaba la comodidad y me quejaba. No estaba dispuesta a soportar las dificultades ni a pagar un precio. Hasta quería renunciar y eludir mis deberes. Recordé cuando asumí por primera vez el deber como líder en la iglesia. Aunque había mucho trabajo por hacer, confié en Dios y pagué un precio real. Dios me guio, y hubo algunos avances en la obra. Tiempo después, a medida que aumentaba la cantidad de miembros de la iglesia, también aumentaba el trabajo para hacer, y la hermana con la que trabajaba era todavía una recién llegada, así que la mayor parte del trabajo de la iglesia requería mi participación personal. Estaba ocupada día y noche, y sentía que estaba sufriendo físicamente. Me preocupaba esencialmente que mi cáncer pudiera reaparecer, así que ya no quería poner mi corazón en mis deberes. Al ver que el trabajo evangélico no avanzaba, me quejaba de las dificultades y penurias, y ponía excusas de que no podía manejar el trabajo porque me faltaba calibre. Siempre trataba de eludir mis responsabilidades para tener un deber más fácil. La verdad era que, si hubiera estado dispuesta a pagar un precio, habría podido hacer bien el trabajo. Sin embargo, temía a los problemas, y no quería hacer el esfuerzo de buscar las palabras de Dios para resolver las dificultades de los hermanos y hermanas. Temía que mi cuerpo colapsara, por lo que me limitaba a observar el lento progreso de la obra de manera indiferente. El resultado fue un trabajo evangélico ineficaz durante meses, lo cual fue consecuencia de codiciar excesivamente la comodidad. A pesar de ello, cuando la hermana me podó, no reflexioné, sino que intenté justificarme. Dios detestaba y le repugnaba la actitud que tenía hacia mis deberes. Así que utilizó esta situación para ponerles un fin a mis deberes, y revelar plenamente Su carácter justo. Sin embargo, no reflexioné sobre mí misma y pensé que Dios usaba esta situación para ponerme en evidencia y descartarme, y vivía en la incomprensión. ¡No comprendía en absoluto las buenas intenciones de Dios! Al darme cuenta de esto, me sentí profundamente en deuda con Dios, y oré: “Oh Dios, no he cumplido con mis responsabilidades, y, cuando enfrenté dificultades, me quejé. Me he preocupado solo por mi carne y he temido el agotamiento. No tuve en cuenta Tu intención en absoluto. Ahora reconozco mi rebeldía y estoy dispuesta a arrepentirme. No sé si tendré la oportunidad de cumplir con mis deberes en el futuro, pero si la tengo, estoy dispuesta a considerar Tu intención, y a no buscar más la comodidad física”.
Luego de esto, me calmé, leí las palabras de Dios y oré. Reflexioné sobre por qué no estaba dispuesta a sufrir o pagar un precio en mis deberes. Más tarde, leí un pasaje de las palabras de Dios: “Esperas que tu fe en Dios no acarree ningún reto o tribulación ni la más mínima dificultad. Siempre buscas aquellas cosas que no tienen valor y no le otorgas ningún valor a la vida, poniendo en cambio tus propios pensamientos extravagantes antes que la verdad. ¡Eres tan despreciable! Vives como un cerdo, ¿qué diferencia hay entre tú y los cerdos y los perros? ¿No son bestias todos los que no persiguen la verdad y, en cambio, aman la carne? ¿No son cadáveres vivientes todos esos muertos sin espíritu? ¿Cuántas palabras se han hablado entre vosotros? ¿Se ha hecho solo un poco de obra entre vosotros? ¿Cuánto he provisto entre vosotros? ¿Y por qué no lo has obtenido? ¿De qué tienes que quejarte? ¿No será que no has obtenido nada porque estás demasiado enamorado de la carne? ¿Y no es porque tus pensamientos son muy extravagantes? ¿No es porque eres muy estúpido? Si no puedes obtener estas bendiciones, ¿puedes culpar a Dios por no salvarte? […] Un cobarde como tú, que siempre busca la carne, ¿tiene corazón, tiene espíritu? ¿No eres una bestia? Yo te doy el camino verdadero sin pedirte nada a cambio, pero no buscas. ¿Eres uno de los que creen en Dios?” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Las experiencias de Pedro: su conocimiento del castigo y del juicio). Dios pone al descubierto que, cuando las personas enfrentan dificultades en sus deberes, se quejan y no están dispuestas a hacerlos, dichas personas que buscan la comodidad son como cerdos. Lo único que saben hacer es atiborrarse de comida, bebida y sueño, sin ninguna aspiración positiva. Mientras reflexionaba sobre las palabras de Dios, vi que yo era exactamente así. Cumplir con el deber de líder era para mí una oportunidad de practicar, que me permitía buscar la verdad y ponerme al hombro el trabajo cuando surgían dificultades. Pero cuando vi que ser líder significaba asumir muchas preocupaciones y trabajo duro, sentía resistencia. Igualmente, cuando el trabajo evangélico era ineficaz y me exigía sufrir y pagar un precio, solo me preocupaba por mi cuerpo, pues temía que el agotamiento hiciera reaparecer el cáncer. Así que seguía poniendo excusas y deseaba renunciar. Me di cuenta de que yo no tenía conciencia ni sentido de la responsabilidad. Había sido irresponsable con mis deberes y los había tomado a la ligera, lo que había dado como resultado que el trabajo evangélico no avanzara. Tampoco fui de ayuda para los hermanos y hermanas. Aunque no me agoté, retrasé la obra de la iglesia. Había sido una persona egoísta y poco fiable, ¿cómo no iba Dios a odiarme y sentir repulsión hacia mí? Recordé cuando la iglesia tenía menos miembros. Aunque había muchas tareas y ciertas dificultades en el trabajo, al pagar un precio, después de un tiempo el trabajo dio signos de mejoría, y llegué a comprender algunos principios-verdad. A medida que aumentaron los miembros de la iglesia y aparecieron algunos problemas en el trabajo, yo no estaba dispuesta a pagar un precio o buscar la verdad para resolverlos, porque temía que mi cuerpo colapsara. En consecuencia, no solo el trabajo resultó ineficaz, sino que tampoco aprendí ninguna verdad. Dios pagó un precio muy alto por mí, organizó diversas situaciones para purificar y cambiar mi carácter corrupto, y me dio la oportunidad de aprender la verdad a través de mis deberes. Sin embargo, cuando me enfrenté a dificultades que implicaban sufrimiento físico, retrocedí. Esto significaba que no solo defraudé la esmerada intención de Dios, sino que también causé pérdidas en la obra de la iglesia, y dejé transgresiones a mi paso. Me sentí muy culpable y oré a Dios con deseos de arrepentirme.
Después de orar, recordé un pasaje de las palabras de Dios: “Cómo consideras las comisiones de Dios es de extrema importancia y un asunto muy serio. Si no puedes llevar a cabo lo que Dios les ha confiado a las personas, no eres apto para vivir en Su presencia y deberías ser castigado. Es perfectamente natural y está justificado que los seres humanos deban completar cualquier comisión que Dios les confíe. Esa es la responsabilidad suprema del hombre, y es tan importante como sus propias vidas. Si no te tomas en serio las comisiones de Dios, lo estás traicionando de la forma más grave. En esto eres más lamentable que Judas y debes ser maldecido” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Cómo conocer la naturaleza del hombre). Era cierto. Había sido displicente, había sentido reticencia y carecido de un sentido de la carga hacia mis deberes. Esto fue una grave traición a Dios, y yo había sido más deplorable que Judas. Judas vendió al Señor Jesús por sus propios intereses y, en ese momento, Dios no lo sermoneó mucho. Pero hoy, había leído tantas palabras de Dios, y entendía algunas verdades y las intenciones de Dios para salvar a la gente. Sin embargo, en lugar de hacer todo lo posible para cumplir con mis deberes y así retribuir el amor de Dios, hice caso a mi carne y fui irresponsable con la obra de la iglesia. ¿No eran mis acciones más repugnantes que las de Judas? En mis deberes, solo tuve en cuenta mi carne, siempre tomé el camino fácil, y descuidé completamente la obra de la iglesia. Mi comportamiento representaba una traición a Dios, y merecía que Dios me maldijera y castigara. La verdad es que, si hubiera sido más diligente en mis deberes y hubiera estado dispuesta a esforzarme y pagar un precio, entonces el trabajo evangélico no habría sido ineficaz durante meses. Había tratado mis deberes a la ligera y retrasado el trabajo evangélico. ¡Era una transgresión grave! Al darme cuenta de esto, sentí miedo. Reflexioné sobre el hecho de que Dios odiaba y le repugnaba la actitud que tenía hacia mis deberes y que merecía que me maldijeran. Pero Dios no me trató según mis acciones. Al contrario, utilizó que el PCCh me arrestara para obligarme a presentarme ante Él con la finalidad de que reflexionara sobre mi carácter corrupto y lo reconociera. Todo esto con la esperanza de que pudiera rebelarme contra mi carne y volverme a Él. Estaba dispuesta a aceptar el juicio de Dios y a arrepentirme ante Él. En el futuro, por muy agotadores o difíciles que fueran mis deberes, no los eludiría; solo quería dar mi mejor esfuerzo para hacerlos.
Más tarde, para hacer frente a mi miedo constante a que mi cuerpo colapsara y a mi estado de temor a la muerte, leí más palabras de Dios que resolvieron mis preocupaciones. Dios dice: “De hecho, si uno realmente tiene fe en Dios en su corazón, debe saber antes que nada que la duración de la vida de una persona está en manos de Dios. El momento del nacimiento y la muerte de una persona está predestinado por Dios” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). “Algunas personas hacen todo lo posible, y usan diversos métodos para tratar sus enfermedades, pero, sin importar qué tratamiento se use, no pueden curarse. Mientras más se tratan, más se agrava su enfermedad. En lugar de orar a Dios para averiguar exactamente qué está sucediendo con la enfermedad, y buscar la causa subyacente, toman el asunto en sus propias manos. Terminan empleando muchos métodos y gastando bastante dinero, pero aun así, no se curan de su enfermedad. Luego, una vez que han abandonado el tratamiento, la enfermedad se cura por sí sola inesperadamente después de un tiempo y no saben cómo sucedió. Algunas personas desarrollan una enfermedad común y realmente no les preocupa, pero un día su afección empeora y mueren repentinamente. ¿Por qué sucede esto? Las personas no pueden comprenderlo; en realidad, desde el punto de vista de Dios, esto se debe a que la misión de esa persona en este mundo ya se había completado, y Él se la llevó. A menudo se dice: ‘Las personas no mueren si no están enfermas’. ¿Es esto realmente cierto? Ha habido personas que, al someterse a examen en el hospital, no se les encontró ninguna enfermedad. Estaban totalmente sanas, pero resulta que murieron unos pocos días después. A esto se le llama ‘morir sin enfermedad’. Hay muchos casos de personas así. Esto significa que una persona ha llegado al final de su vida, y que ha sido llevada de vuelta al reino espiritual. Algunas personas han sobrevivido al cáncer y a la tuberculosis y aun así han vivido hasta los setenta u ochenta años. Hay bastantes personas así. Todo esto depende de los designios de Dios. Tener este entendimiento es profesar una verdadera fe en Dios” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Por las palabras de Dios, comprendí que si mi enfermedad volverá y si moriré están en las manos de Dios, y que no son cosas que yo pueda controlar. Al igual que mi cáncer no fue producto de mi propia voluntad, cuando me enfermé y me recuperé, todo fue predestinado por Dios. Lo que debo hacer es someterme a la soberanía y a las disposiciones de Dios y cumplir bien con mi deber, y no preocuparme en vano por la vida y la muerte. Siempre me había preocupado que agotarme al cumplir mis deberes causara el regreso de mi enfermedad y que muriera. No había tenido un sentido de carga por mis deberes, y había retrasado la obra de la iglesia. En ese momento comprendí que la vida y la muerte de una persona están en manos de Dios, y que independientemente de si mi cáncer volvía, tenía que hacer bien mis deberes, y que, si Dios permitía que la muerte me sobreviniera, debía tener una actitud de aceptación y sumisión, lo cual está conforme a la intención de Dios.
También pensé en cómo trató Noé la comisión de Dios. Dios dice: “Ante toda clase de problemas, dificultades y desafíos, Noé no retrocedió. Cuando a menudo fracasaban algunas de sus tareas de ingeniería más difíciles y estas sufrían daños, a pesar de que sentía disgusto y preocupación en el corazón, cuando pensaba en las palabras de Dios, cuando recordaba cada palabra que Dios le había ordenado y cómo Él lo había elevado, solía sentirse extremadamente motivado: ‘No puedo rendirme, no puedo ignorar lo que Dios me ha ordenado y encomendado hacer. Esta es la comisión de Dios, y puesto que la acepté, dado que oí las palabras que Dios pronunció y Su voz, y como acepté esto de parte de Él, debo someterme completamente, que es lo que debería hacer un ser humano’. Así que, sin importar el tipo de dificultades a las que se enfrentara, la clase de burlas o calumnias con las que se encontrara, y por muy agotado que estuviera su cuerpo y muy cansado que se sintiera, no abandonó lo que le había encomendado Dios, y tuvo siempre en mente cada una de las palabras de lo que Él había dicho y ordenado. Por mucho que cambiara su entorno y por muy grandes que fueran las dificultades que afrontara, confiaba en que nada de eso sería eterno, que solo las palabras de Dios perdurarían para siempre, y que únicamente se cumpliría con toda certeza aquello que Dios había ordenado hacer. Noé poseía verdadera fe en Dios y la sumisión que debía tener, y siguió construyendo el arca que Dios le había pedido construir. Día tras día, año tras año, Noé envejeció, pero su fe no disminuyó ni se produjo ningún cambio en su actitud ni en su determinación de completar la comisión de Dios. Aunque hubo momentos en los que su cuerpo se sintió cansado y exhausto, cayó enfermo y su corazón se debilitó, su determinación y perseverancia a la hora de completar la comisión de Dios y someterse a Sus palabras no decrecieron. Durante los años en que Noé construyó el arca, estuvo practicando la escucha de las palabras que Dios había pronunciado y la sumisión a estas, y también practicó una verdad importante de un ser creado y una persona corriente que debe completar la comisión de Dios” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Digresión tres: Cómo obedecieron Noé y Abraham las palabras de Dios y se sometieron a Él (II)). A partir de las palabras de Dios, vi que Noé fue capaz de considerar la intención de Dios. Ante la enorme dificultad de construir el arca, aunque su cuerpo tuvo que soportar mucho sufrimiento, no retrocedió. Al contrario, perseveró en la comisión que Dios le encomendó día tras día durante cien años, hasta que se construyó el arca. Al comparar la práctica de Noé con la mía, me sentí muy avergonzada y humillada. No había persistido en mi deber, sino que, en cambio, me había quejado de las dificultades y adversidades y solo pensaba en mi cuerpo todo el tiempo. Yo no era en modo alguno comparable a Noé, solo era una persona sin conciencia. Tuve cáncer y me curé con la protección de Dios, y durante estos años de cumplir con mis deberes, la enfermedad no había vuelto. No obstante, en lugar de tratar de retribuir el amor de Dios, siempre pensaba en mi carne, me preocupaba que mi cáncer volviera, y siempre buscaba la comodidad física. Más de una vez, hasta quise eludir mi deber. No tenía lealtad hacia Dios, había sido realmente egoísta y despreciable, ¡sin humanidad ni razón! Cuanto más pensaba en esto, más culpable me sentía, y me sentía poco digna de la exaltación y la salvación de Dios. Tenía que seguir el ejemplo de Noé y dejar de hacer caso a mi carne. Si se me daba otra oportunidad de cumplir con mis deberes, tenía que valorarla.
Tiempo después, el liderazgo superior me asignó supervisar el trabajo de una iglesia de recién llegados. Me sentí muy feliz, pues sabía que Dios me estaba dando la oportunidad de arrepentirme. Cuando llegué a la iglesia de los recién llegados, vi que los resultados del trabajo eran deficientes. En particular, el trabajo evangélico aún no había progresado, y el equipo estaba escaso de personal. Esto me hizo sentir que las dificultades eran enormes, y pensé: “Hacer bien este trabajo requerirá mucho esfuerzo, así como el estudio y dominio de varios principios de trabajo. Mi salud no es muy buena, ¿y si mi cuerpo colapsa?”. Así que no quería pagar un precio. Pero me di cuenta de que mi forma de pensar era equivocada. Entonces, oré a Dios: “Oh Dios, no quiero seguir haciendo caso a mi carne cuando el trabajo de la iglesia se enfrenta a dificultades, debo tener conciencia y razón para cooperar contigo, por favor guíame. Estoy dispuesta a trabajar al unísono con los hermanos y hermanas para hacer bien la obra”. Después de eso, me esforcé por encontrar casas de acogida adecuadas cuando vi que no había lugares de reunión, para que mis hermanos y hermanas pudieran vivir una vida de iglesia. También me sentía preocupada cuando veía a hermanos y hermanas predicando el evangelio que vivían con dificultades. Pero pensé que predicar el evangelio es la intención de Dios, y que no podía retroceder ante las dificultades, así que busqué las palabras de Dios para resolver los estados de los hermanos y hermanas, y hablé sobre cómo Noé había tratado la comisión de Dios. Así los hermanos y hermanas comprendieron la importancia de predicar el evangelio y la urgente intención de Dios. Después de mi charla, el estado de los hermanos y hermanas mejoró, y se mostraron dispuestos a realizar el trabajo evangélico. Al cabo de un tiempo, el trabajo evangélico mostró cierta mejoría en comparación con épocas anteriores. Todo ocurrió gracias a la guía de Dios.
Por medio de esta experiencia, comprendí la esencia y las consecuencias de codiciar la comodidad, y también adquirí cierta comprensión del carácter justo de Dios. En la actualidad, puedo corregir mi actitud y sentirme responsable de mis deberes. Este resultado se debe a las palabras de Dios. ¡Gracias a Dios!