39. Resolver la arrogancia no es fácil
En 2020, el trabajo evangélico de nuestra iglesia no estaba dando buenos resultados, por lo que el diácono del evangelio fue destituido y me eligieron a mí para reemplazarlo. Al enterarme de la noticia, me preocupé y me sentí feliz a la vez, y pensé para mis adentros: “Que los hermanos y hermanas me escogieran significa que tengo potencial. He estado difundiendo el evangelio durante varios años, pero nunca antes había sido diácono del evangelio. Ahora que finalmente tengo la oportunidad, necesito trabajar duro y mostrar mis habilidades a todos”. Los días que siguieron, trabajé con los hermanos y hermanas en la difusión del evangelio, haciendo resúmenes constantemente y corrigiendo desviaciones del trabajo anterior, y a menudo buscaba la enseñanza de otros sobre asuntos que no comprendía. Después de un tiempo, el trabajo evangélico mostró una mejora sustancial. Los líderes nos alentaron a seguir con el buen trabajo y los hermanos y hermanas me elogiaron por tener recursos y buen calibre. Mi vanidad estaba muy satisfecha. Pensé para mis adentros: “Como fui yo quien revirtió la situación en el trabajo evangélico, parece que mi calibre en verdad es mucho mayor que el del diácono del evangelio anterior”. Me sentía muy satisfecho conmigo mismo, como si me hubiera convertido en la columna vertebral del trabajo evangélico de la iglesia y fuera indispensable. Con el tiempo, me volví más y más arrogante e ignoraba las sugerencias de los hermanos y hermanas, y tomaba solo todas las decisiones. Cuando discutíamos el trabajo, las decisiones por lo general eran aprobadas por todos, pero se frenaban cuando dependían de mí. Siempre pensaba que mis propias ideas eran las correctas e insistía en descartar los otros puntos de vista y adoptar el mío. Una vez, estábamos predicando a un pastor de una denominación religiosa y, cuando la diaconisa del evangelio anterior se enteró de esto, me advirtió que esta persona tenía un carácter arrogante y un entendimiento relativamente distorsionado, lo que dificultaba que pudiera aceptar el camino verdadero; entonces, sugería predicarles a otros antes. Pero yo me negué a escuchar y pensé: “Este pastor ha creído en el Señor por muchos años y tiene muchas nociones religiosas, así que es normal si no puede aceptar la verdad enseguida. Además, a ti te han destituido, lo que prueba que eras menos capaz que yo en este deber. Ahora el diácono del evangelio soy yo y tengo una experiencia considerable en la predicación, ¡que creo que esta vez tendré éxito!”. Inesperadamente, después de varios días de enseñanza, el pastor seguía teniendo muchas nociones. En este punto, el líder y los hermanos y hermanas que cooperaban sugirieron: “Sería mejor dejar de insistir y predicar primero a otros destinatarios potenciales del evangelio”. Oír esto me contrarió y pensé: “¿Acaso están cuestionando mis habilidades de trabajo? ¿No pareceré un inepto si ahora voy a predicar a los otros?”. También desestimé el consejo del líder y pensé: “Aunque eres un líder y has cumplido tu deber durante más tiempo que yo, en lo que respecta a las habilidades profesionales y a la experiencia práctica, yo sigo siendo mejor. Tus sugerencias puede que tampoco sean adecuadas”. Así que continué enseñando al pastor. Al final, el pastor no solo terminó rechazando el evangelio, sino que acordonó toda su iglesia para evitar que los creyentes investigaran el camino verdadero. Yo estaba anonadado. No me atreví a discutir cuando el líder me expuso y me podó, y solo pude admitir con obediencia que había sido demasiado arrogante y que había obstruido y trastornado el trabajo evangélico. Sin embargo, este contratiempo no me hizo abrir los ojos y en el fondo sentía que había sido solo un fracaso menor que no reflejaba mis habilidades para el trabajo, así que solo me comporté durante unos días; después de eso, volví a mis modos anteriores sin cooperar con otros en mis deberes. Cuando el resto no seguía mis sugerencias en las discusiones de trabajo, me sentía infeliz y a menudo mostraba una mala actitud. Con el tiempo, afecté a todos y vivían reprimidos. Los resultados de nuestros deberes también continuaron decayendo. El líder me podó en repetidas ocasiones por mi carácter arrogante y me diseccionó y expuso con dureza, pero cada vez que me podaban, yo solo podía controlarme por un tiempo y mis viejos hábitos retornaban luego. Más tarde, el líder vio que mi carácter era demasiado arrogante, que yo actuaba de forma arbitraria en mis deberes y que no aceptaba la poda, y que estaba ocasionando obstrucciones en la obra de la iglesia, así que me destituyeron.
Yo tenía muy en claro que ser destituido era el carácter justo de Dios que recaía sobre mí y que debía aceptarlo y obedecerlo, pero me sentía algo abatido. Cuando pensaba en cómo, durante los seis meses anteriores, a pesar de todas las podas que había enfrentado, mi carácter corrupto no había cambiado mucho, concluí que yo no era una persona que persiguiera la verdad y que mi carácter corrupto tal vez nunca sería susceptible de cambio. Un día, mientras comía, me encontré a dos hermanos. Ellos supieron que me habían destituido, así que compartieron sus propias experiencias para darme apoyo y ayudarme. Dijeron que ellos antes también habían sido arrogantes, sentenciosos y arbitrarios en sus deberes, y que solo después de haber sido destituidos se presentaron ante Dios e hicieron introspección para ganar algo de entendimiento sobre la verdad de su corrupción. Se arrepintieron profundamente y se aborrecieron a sí mismos, y ya no quisieron vivir de acuerdo a su carácter satánico. Después de sus experiencias, se dieron cuenta de que, sin el juicio, castigo, reprensión y disciplina de Dios, no habrían llegado a conocerse a ellos mismos ni a arrepentirse ante Dios. La franca enseñanza de los hermanos me conmovió profundamente y supe que éste era Dios que me alentaba y me ayudaba por medio de ellos. Ya no debía ser negativo. Tenía que hacer introspección y perseguir un cambio de carácter.
Desde ese entonces, leía a consciencia más de las palabras de Dios y reflexionaba sobre mis acciones y mi conducta. Leí dos pasajes de las palabras de Dios: “Algunos nunca buscan la verdad mientras cumplen con los deberes. Simplemente hacen lo que les place, actuando de acuerdo con sus fantasías y siempre arbitrarios e imprudentes. Es tan sencillo como que no caminan por la senda de práctica de la verdad. ¿Qué supone ser ‘arbitrario e imprudente’? Supone actuar ante un problema como creas conveniente, sin un proceso de reflexión o búsqueda. Nada de lo que diga cualquiera te toca el corazón o te hace cambiar de idea. Ni siquiera aceptas la verdad cuando te la comparten, te mantienes en tus propias opiniones, no escuchas cuando otras personas dicen algo correcto, crees que eres tú el que tiene razón y te aferras a tus propias ideas. Aunque tu pensamiento sea correcto, deberías tener también en consideración las opiniones de otras personas. Y si no haces esto en absoluto, ¿acaso no es eso ser extremadamente sentencioso? A las personas que son extremadamente sentenciosas y obstinadas no les resulta fácil aceptar la verdad. Si haces algo mal y te critican, diciéndote: ‘¡No lo haces conforme a la verdad!’, tú respondes: ‘Aunque sea así, lo voy a hacer igualmente’, y entonces encuentras alguna razón para hacerles pensar que es lo correcto. Si te lo reprochan y dicen: ‘Que actúes así provoca trastornos, y dañará la obra de la iglesia’, tú no solo no escuchas, sino que además no dejas de poner excusas como: ‘Yo creo que es la manera adecuada, así que voy a hacerlo así’. ¿Qué carácter es este? (Arrogancia). Es arrogancia. Una naturaleza arrogante te convierte en obstinado. Si tienes una naturaleza arrogante, te comportarás de manera arbitraria e imprudente e ignorarás lo que dicen los demás” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). “Veo que a muchos se les suben los humos cuando demuestran algún talento en el deber. Cuando demuestran ciertas habilidades, se creen muy impactantes, viven de esas habilidades y no se esfuerzan más. No escuchan a los demás, digan lo que digan, porque piensan que esas pequeñas cosas que tienen son la verdad y que ellos son lo máximo. ¿Qué carácter es este? Un carácter arrogante. Les falta demasiada razón. ¿Puede una persona cumplir correctamente con su deber si tiene un carácter arrogante? ¿Puede ser sumiso a Dios y seguirlo hasta el final? Esto es aún más difícil. […] Algunos siempre están presumiendo. Cuando a los demás les parece desagradable, los critican por arrogantes. Sin embargo, ellos no lo admiten; siguen pensando que tienen talento y habilidad. ¿Qué carácter es este? Un exceso de arrogancia y sentenciosidad. ¿Pueden tener sed de la verdad las personas así de arrogantes y sentenciosas? ¿Pueden perseguir la verdad? Si nunca son capaces de conocerse a sí mismas y no se despojan de su carácter corrupto, ¿pueden cumplir correctamente con su deber? Claro que no” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. El conocimiento del propio carácter es la base de su transformación). Después de leer las palabras de Dios, sentí como un pinchazo en el corazón. Las palabras de Dios exponían mi estado verdadero. Había sido tan arrogante y obstinado, cumplía mis deberes sin buscar la verdad y actuaba basándome en mis propias imaginaciones y preferencias. Hacía lo que me venía en gana. Solo porque tenía algo de experiencia por haber predicado el evangelio durante mucho tiempo y haber obtenido algunos resultados me volví presumido y trataba todo eso como un capital personal; pensaba que tenía el mejor calibre del grupo y que mi juicio era más acertado que el de los demás, por lo que actuaba arbitrariamente según mi propia voluntad y, sin importar lo que dijera el resto, siempre tenía mi propia base teórica para refutarlos, como si yo fuera el único con ideas, mientras los otros solo eran personas ordinarias, ignorantes y sin capacidad de pensamiento. ¿Dónde estaba mi razón como persona normal? Al recordar cuando predicaba el evangelio a aquel pastor religioso, el líder y los hermanos y hermanas con los que cooperaba me hicieron sugerencias y dijeron que esta persona era arrogante y tenía un entendimiento distorsionado, lo que dificultaba que aceptara la verdad, y por ello sugirieron que debía predicar a otros primero. Pero yo sentí que tenía experiencia y que podía juzgar correctamente a las personas, así que actué con obstinación. Al final, los hechos demostraron que yo carecía de discernimiento sobre las personas y que no seguía los principios al predicar el evangelio, y eso afectó gravemente el trabajo evangélico. Pero aún al enfrentar un fracaso tan obvio, yo seguía sin hacer una introspección correcta y solo lo tomaba como un error pasajero. ¡Me había vuelto tan insensible! Ahora, al leer las palabras de Dios, comenzaba a ver mis problemas con más claridad. Mi fracaso radicaba en ser demasiado arrogante y sentencioso, y en tener una visión exagerada de mi persona. Si tuviera algo de razón y autoconocimiento, si buscara la verdad, escuchara las sugerencias de los hermanos y hermanas y cooperara con todos, no habría cometido estos errores que trastornaron y perturbaron el trabajo evangélico. Cuanto más pensaba en ello, más me odiaba a mí mismo. ¿Cómo pude haber tenido tanta autoconfianza? Leí que la palabra de Dios dice: “¿Pueden tener sed de la verdad las personas así de arrogantes y sentenciosas? ¿Pueden perseguir la verdad? Si nunca son capaces de conocerse a sí mismas y no se despojan de su carácter corrupto, ¿pueden cumplir correctamente con su deber? Claro que no”. Comencé a entender que una persona arrogante verdaderamente no puede cumplir bien su deber. Como no anhelaba la verdad en mi corazón, cuando enfrentaba acontecimientos, me resultaba imposible buscar activamente la verdad. Aunque pude hacer algo de trabajo por un tiempo, si no cambiaba mi carácter satánico, solo podría rebelarme contra Dios y resistirme a Él inconscientemente. Aunque el entendimiento que tenía de mi persona era escaso, me sentía aún muy agradecido. Esto era algo de lo que no me había percatado antes de ser destituido, y agradecía a Dios con sinceridad por Su esclarecimiento, Su guía, Su reprensión y Su disciplina.
En los días que siguieron, comencé a enfocarme en colaborar con los hermanos y hermanas en mi deber y a entrar más en los principios. Pero, sorpresivamente, con el tiempo comencé a reincidir en mis antiguos problemas. En particular, cuando estaba seguro de tener razón y cuando los hermanos y hermanas no aceptaban mis sugerencias, estallaba de manera impulsiva y no podía resistirme a discutir con ellos. Siempre quería convencer a todos de hacer las cosas a mi manera y, si fallaba, me enfurruñaba. Más tarde, veía que otros puntos de vista tenían sus méritos y me sentía arrepentido. Vivir repetidamente con las ataduras de un carácter corrupto me afligía mucho. Oré a Dios sobre esto y le pedí que me esclareciera y guiara. Después, encontré palabras de Dios para comer y beber, que exponían la naturaleza de la arrogancia humana. Las palabras de Dios dicen: “Ser arrogante y sentencioso es el carácter satánico más ostensible del hombre, y si la gente no acepta la verdad, no tendrá manera de purificarlo. Todas las personas tienen un carácter arrogante y sentencioso, y siempre son engreídas. Más allá de lo que piensen o digan, o de cómo vean las cosas, siempre creen que sus puntos de vista y sus actitudes son correctos, y que lo que dicen los demás no es tan bueno ni tan correcto como lo que ellas dicen. Siempre se aferran a sus opiniones y, sin importar quién hable, no lo escuchan. Aunque lo que esa persona diga sea correcto o concuerde con la verdad, no lo aceptan; solo aparentarán estar escuchando, pero en realidad no adoptarán la idea y, cuando llegue el momento de actuar, seguirán haciendo las cosas a su manera, creyendo siempre que lo que dicen es correcto y razonable. Es posible que lo que tú digas, en efecto, sea correcto y razonable, o que lo que hayas hecho sea correcto e irreprochable, pero ¿qué clase de carácter has revelado? ¿No es arrogante y sentencioso? Si no desechas este carácter arrogante y sentencioso, ¿no afectará el cumplimiento de tu deber? ¿No afectará tu práctica de la verdad? Si no resuelves tu carácter arrogante y sentencioso, ¿no te causará graves reveses en lo sucesivo? Sin duda que sufrirás reveses, eso es inevitable. Decidme, ¿puede Dios ver tal comportamiento del hombre? ¡Dios es más que capaz de verlo! Él no solo escruta las profundidades del corazón de las personas, también observa cada una de sus palabras y actos en todo momento y lugar. ¿Qué dirá Dios cuando vea este comportamiento tuyo? Él dirá: ‘¡Eres intransigente! Es entendible que puedas aferrarte a tus ideas cuando no sepas que estás equivocado, pero cuando claramente sí lo sabes y de todos modos te aferras a ellas, y morirías antes que arrepentirte, no eres más que un necio obstinado y estás en problemas. Si, más allá de quién formule una sugerencia, tú siempre adoptas una actitud negativa y reticente al respecto y no aceptas ni siquiera un poco de la verdad, y si tu corazón es completamente reticente, está cerrado y es despectivo, entonces eres muy ridículo, ¡eres una persona absurda! ¡Eres muy difícil de tratar!’. ¿En qué aspecto eres difícil de tratar? Porque lo que expresas no es un enfoque ni un comportamiento erróneo, sino que es una revelación de tu carácter. ¿Una revelación de qué carácter? Un carácter en el cual sientes aversión por la verdad y la odias. Una vez que se te ha identificado como una persona que odia la verdad, a ojos de Dios estás en problemas, y Él te desdeñará e ignorará” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo si se vive a menudo ante Dios es posible tener una relación normal con Él). Después de leer las palabras de Dios, sentí como un pinchazo en el corazón. Vi que yo era exactamente la clase de persona obstinada, intransigente y arrogante que Dios describía. Una persona con razón normal se hubiera restringido más después de algunos fracasos y exposiciones y, al enfrentarse a los acontecimientos, habría pensado y buscado más, y no se habría atrevido a insistir tanto en sus propias opiniones. Pero si una persona es arrogante, sentenciosa e irracional, sin importar cuántos fracasos encuentre, estas cosas no alcanzarán su corazón y, en el fondo, seguirá sintiendo que tiene razón. No puede desprenderse de sí misma para escuchar las opiniones de otros y, aunque sabe que otros tienen razón, se sigue aferrando a sus propios puntos de vista con obstinación. Yo era exactamente esa clase de persona. Al recordar mi época de diácono del evangelio, cuando estaba seguro sobre algo, nadie podía hacer flaquear mi postura; incluso cuando admitía que otros tenían razón, someterme de inmediato era muy difícil para mí. Siempre pensaba: “Tienen razón, pero yo tengo más razón. Mi razonamiento es más sólido que el suyo y mis opiniones son más certeras y profundas. ¿Por qué debería escucharlos a ustedes?”. Así que solía discutir con todos tercamente; sin importar si el resto estuviera en lo cierto o no, mientras no concordara con mis propios deseos, yo no podía aceptarlo. ¿No me estaba poniendo a mí mismo en el centro? Siempre quería que las personas se sometieran a mí y me escucharan, y me veía como alguien elevado y grandioso. ¿Acaso no trataba mis propias opiniones como si fueran la verdad? Antes, solo admitía que no amaba ni perseguía la verdad, pero ahora, después de leer lo que Dios dice sobre cómo las personas son siempre obstinadas, intransigentes y arrogantes, y que nunca aceptan las palabras de los demás, me di cuenta de que ese tipo de personas siente aversión por la verdad. En ese momento, supe que mi problema era en verdad muy grave. Las sugerencias que me hicieron los hermanos y hermanas fueron hechas con un sentimiento de responsabilidad por la obra de la casa de Dios y, si yo hubiera sido capaz de aceptarlas y buscar la verdad junto a todos, habría sido beneficioso tanto para mí como para la obra de la iglesia. Pero yo no sabía distinguir lo que estaba bien de lo que estaba mal, así que no solo no aceptaba estas cuestiones, sino que además enfatizaba mi propia corrección y hacía que todos me escucharan, como si aceptar las sugerencias de otros me hiciera parecer incompetente, ignorante y menospreciado. Me di cuenta de que no amaba las cosas positivas ni aceptaba la verdad para nada. Al aferrarme a mí mismo con tanta obstinación, era incapaz de cooperar con nadie. ¿Acaso no terminaría siendo descartado por Dios y rechazado por todos?
Después, leí más de las palabras de Dios: “Puede que seas la persona con más conocimientos sobre tu profesión y que seas el número uno en cuanto a capacidades, pero ese es un don que Dios te ha dado y deberías usarlo para cumplir tu deber y hacer uso de tus fortalezas. No importa lo capacitado o talentoso seas, no puedes asumir el trabajo solo; un deber se cumple más eficazmente si todos son capaces de adquirir las habilidades y los conocimientos de una profesión. Como dice el dicho, un hombre capaz necesita el apoyo de otras tres personas. No importa lo capaz que sea una persona, sin la ayuda de los demás, no alcanza. Por lo tanto, nadie debería ser arrogante ni debería desear actuar o tomar decisiones por sí mismo. Las personas deberían rebelarse contra la carne, dejar de lado sus propias ideas y opiniones y trabajar en armonía con todos los demás” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. El correcto cumplimiento del deber requiere de una cooperación armoniosa). Por las palabras de Dios comprendí que cada una de nuestras experiencias personales, nuestro entendimiento y nuestras percepciones son muy limitados. Dios quiere que presentemos la parte de nosotros mismos que poseamos, no para que persigamos ser superiores o una persona perfecta que pueda echarse al hombro la totalidad del trabajo. Sin importar cuán capaz sea una persona, sus habilidades siguen siendo limitadas y, a veces, pueden ser propensos a ir por sus propios caminos y trastornar la obra de la iglesia. Solo cuando los hermanos y hermanas trabajan juntos con un mismo pensamiento y sentir, cooperando en armonía, amparándose juntos en Dios para buscar la verdad y obtener el esclarecimiento y la guía del Espíritu Santo, y cada uno presentando sus propias fortalezas, los deberes pueden lograr mejores resultados. Después de darme cuenta de estas cosas, comencé a enfocarme más en escuchar las opiniones del resto y aprender de sus fortalezas. Cuando mi mentalidad cambió, vi que los hermanos y hermanas que me rodeaban tenían sus propias fortalezas de las que yo carecía. Algunos hermanos y hermanas se enfocan en comprender la intención de Dios y buscar la verdad al enfrentar acontecimientos, y aprenden lecciones tanto de las situaciones buenas como de las malas; otros son meticulosos y responsables en sus deberes, y se enfocan en poner su esfuerzo en los principios; algunos pueden tener un calibre promedio, pero son humildes y están dispuestos a aprender del resto, y son capaces de aceptar la guía y ayuda de los otros y, de esa forma, pueden progresar con el tiempo. En cambio, aunque yo tenía algunos dones y aptitud, no me enfocaba en orar a Dios ni en buscar los principios-verdad al enfrentarme a las situaciones, y solo me centraba en poner esfuerzo en mi trabajo. Me fiaba de mi propio intelecto y conocimiento para analizar lo que estaba bien y mal, y trabajaba basándome en los dones y el calibre, así que casi nunca era capaz de ver la guía de Dios. Al fiarme de mis dones, gané algunas personas cuando evangelizaba, pero no le daba la gloria a Dios. En cambio, ponía la corona sobre mi propia cabeza y pensaba que todo era debido a mis propias habilidades y mi calibre. Como resultado, mi carácter se volvió cada vez más arrogante, ignoraba a los otros y no tenía lugar para Dios en mi corazón. Todos los días parecía ocupado, pero no tenía ningún entendimiento de mi propio carácter corrupto y no progresaba en la entrada en la vida, y así, a fin de cuentas, perdí la bendición y la guía de Dios en mis deberes. Vi que no someterme a la verdad y ser siempre arrogante y terco, ¡es una pérdida enorme!
Unos días después, encontré parte de una enseñanza de Dios que aclaró aún más las cosas en mi corazón. Dios dice: “Para que la gente obtenga un continuo crecimiento en la vida y logre un cambio en su carácter-vida, debe experimentar juicio, castigo y poda mientras hace su deber; una vez que alcanza el punto de conocerse de veras a sí misma, empieza a cambiar. ¿Cómo se experimenta esto de manera específica? Para empezar, teniendo una mentalidad de sumisión en todo lo que te sucede. Tener una mentalidad de sumisión es el primer obstáculo que superar y la primera condición que deben cumplir las personas. Esto es muy crucial. […] Aunque la gente cree en Dios, su entendimiento de la verdad es demasiado superficial y sigue sin darse cuenta de que, cuando acude ante Dios, debe ser consciente de su lugar. ¿En qué consiste ser consciente del lugar de uno? Por muy importante que seas, por alta que sea tu posición o grandes que sean tus capacidades, mientras seas un ser creado, el primer precepto cuando acudas ante Dios es someterte a Él, someterte al Creador. Hay quien dice: ‘Antes he logrado grandes méritos’. Entonces, ¿deberías someterte a Dios? Aunque hayas logrado grandes méritos, sigues siendo un ser creado. Dios es el Creador. Tu principal responsabilidad es someterte a Dios. Diga lo que diga Dios, debes someterte por completo, no deberías elegir por tu cuenta. ¿Es esta la verdad más elevada? Lo es, así como la más fundamental. Sin embargo, la mayoría de las personas, incluso después de creer en Dios durante diez o veinte años, siguen sin entender esta verdad fundamental de someterse a Dios. ¿Cuál es aquí el problema? Si la gente no entiende siquiera que la verdad más crucial al creer en Dios es someterse a Él, ¿qué verdades podría entender acaso? Sabes quién es el Creador y estás dispuesto a acudir ante Él, pero no sabes que someterte a Dios es tu responsabilidad, tu obligación y tu deber, que es la razón y el instinto que deberías poseer como ser humano. Si no entiendes siquiera la verdad más fundamental de creer en Él, entonces, ¿acaso no son palabras vacías que digas que entiendes la verdad? Lo único que entiendes es doctrina vacía; por eso eres capaz de escrutar a Dios, tener nociones y malentendidos respecto a Él, ser suspicaz con Él, juzgarlo, discutir con Él y oponerte a Él; surgen todas estas revelaciones de corrupción y estas acciones de resistencia hacia Dios. Si las personas no entienden la verdad de someterse a Él, no es posible resolver las diversas actitudes corruptas que revelan” (La comunión de Dios). Al meditar en las palabras de Dios, me conmoví profundamente. En realidad, las personas, los acontecimientos y las cosas que a diario no están de acuerdo con nuestros deseos (esto incluye las distintas opiniones y sugerencias de los hermanos y hermanas, ser podado, criticado y reprendido, junto con las dificultades, reveses y fracasos en nuestros deberes), ¿no está todo bajo la soberanía y los arreglos de Dios? Como creyente, al enfrentar distintos acontecimientos, lo primero que debo hacer es someterme y buscar la verdad para aprender lecciones de ello. Sin embargo, yo veía estas cosas que no estaban de acuerdo con mis deseos como problemas y obstáculos, y mis sentimientos iniciales eran de resistencia, impaciencia y rechazo a aceptarlas, y no consideraba por qué otros no apoyaban mis opiniones, o ni siquiera si mis opiniones concordaban con la verdad. Aún cuando a veces aceptaba a regañadientes las sugerencias de otros, seguía sintiéndome resentido, como si no me quedara otra opción; carecía hasta de la más básica actitud de sumisión. En mis deberes, siempre actuaba de acuerdo a mi carácter arrogante, actuaba arbitrariamente y tomaba las decisiones por mi cuenta, sin dejar lugar para Dios en mi corazón y sin someterme a Él para nada. ¿Qué me diferenciaba de un no creyente? Necesitaba aprender a someterme a Dios y a la verdad en todos los aspectos, y a dejar de lado mis propias intenciones durante el proceso de la sumisión para que mi carácter arrogante pudiera transformarse.
Más tarde, al trabajar con hermanos y hermanas, me enfocaba a consciencia en entrar en la verdad de la sumisión a Dios y la cooperación en armonía con otros y, al enfrentarme a las situaciones, sin importar si estaban de acuerdo a mis deseos o no, primero practicaba aceptarlo de parte de Dios y mantener una actitud de sumisión. Dejé de apurarme para juzgar las sugerencias de los hermanos y hermanas y discutía y buscaba con los demás. Al hablar sobre el trabajo, si veía que las sugerencias de los hermanos y hermanas no estaban de acuerdo con mis propias opiniones, aunque me sentía inquieto, oraba a Dios y le pedía que me mantuviera en un estado de sumisión ante todo, y veía los méritos en sus sugerencias. Aunque las sugerencias aún no eran perfectas o específicas, continuábamos discutiendo y compartiendo sobre el tema y, a medida que todos compartían a su turno, mi corazón se esclarecía cada vez más. Experimenté que someterme a la verdad y actuar de acuerdo a las palabras de Dios en todas las cosas de veras me permite ver la guía y las acciones de Dios; esta práctica le da alegría y gozo a mi corazón, y también me ayuda a aprender de las fortalezas de otros. Esto era tan diferente de mi antigua obstinación y arrogancia. Este pequeño cambio me ha dado fe, y ya no emito veredictos sobre mí mismo. Creo que, siempre y cuando esté dispuesto a pagar un precio y a esforzarme por la verdad, mi carácter corrupto de seguro cambiará. ¡Gracias a Dios por Su salvación!