59. Crecer en medio de las tormentas

Por Mi Xue, China

Un día de marzo de 2013, un par de hermanas y yo regresamos a casa después de una reunión y, cuando entramos, vimos que la casa era un completo desastre. Pensamos que era probable que la policía hubiera registrado el lugar, así que nos mudamos de inmediato. Justo después de mudarnos, algunas personas de la comunidad irrumpieron en casa con la policía. La policía nos acorraló en la sala de estar y luego se puso a registrar el lugar. Cuando vi que no había nadie mirándome, conseguí romper una tarjeta SIM que tenía en el bolsillo. Uno de los policías se dio cuenta y me obligó a abrir la mano. Al ver la tarjeta rota, me gritó enojado: “Puede que parezca joven, pero sabe un par de cosas. Llévensela para interrogarla”. También ordenó a una agente que me registrara y luego nos metieron en un coche patrulla. Estaba bastante asustada, así que oré a Dios: “Dios, no sé dónde me llevan ni cómo me van a torturar. Te ruego que me guíes y me des fe. Por mucho que sufra, no seré una judas. No te traicionaré”. Después de orar, me calmé de a poco.

La policía me llevó a una sala de interrogatorios en la estación y me ordenó que levantara los brazos y me pusiera en cuclillas. Después de unos minutos, no me aguantaban más los brazos, me temblaban las piernas y sentía una opresión en el pecho, así que me desplomé en el suelo. Luego, me pusieron en una silla de tortura llamada silla de tigre y me amarraron con fuerza los pies a las patas de la silla. Un poco más tarde, una agente regordeta de investigación criminal trajo unos documentos a la sala y me dijo: “Estamos llevando a cabo una importante operación nacional de arrestos y barremos a creyentes en Dios Todopoderoso, como tú. Tenemos a todos sus líderes y hemos desmantelado su iglesia. ¿Qué sentido tiene resistirte? Habla y podrás irte”. Al oír esto, me di cuenta de que era uno de los trucos de Satanás y que solo estaba tratando de que me convierta en una judas. No podía caer en su trampa. Aunque hubieran arrestado a muchos hermanos y hermanas, no podrían desmantelar la obra de Dios con tanta facilidad. Le repliqué: “Dios Todopoderoso dice: ‘Confiamos en que ningún país ni ningún poder puede interponerse en el camino de lo que Dios quiere lograr. Aquellos que obstruyen Su obra, se resisten a Su palabra y perturban y perjudican Su plan terminarán castigados por Él’” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Apéndice II: Dios preside el porvenir de toda la humanidad). Al oírme, solo dio un bufido, negó con la cabeza y salió de la sala. Entonces, otro agente comenzó a interrogarme: “¿Cuándo empezaste a ser religiosa? ¿Cuánto tiempo llevas en esta zona? ¿Con quién has estado en contacto? ¿Dónde has estado quedándote?”. Cuando no dije una palabra, me amenazó: “Si no hablas, simplemente te mataremos a golpes y enterraremos tu cadáver en las montañas”. Pensé que esas personas matan a la gente como si fueran pollos y que no les importa en absoluto la vida humana. Me pregunté si realmente me matarían a golpes. Sentía mucho miedo y oré en silencio a Dios. Luego, recordé estas palabras suyas: “No tengas miedo de esto y aquello, el Dios Todopoderoso de los ejércitos sin duda estará contigo; Él es vuestra fuerza de respaldo y es vuestro escudo(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Declaraciones de Cristo en el principio, Capítulo 26). Sabía que era verdad que Dios es mi escudo y que Él gobierna todo. Mi cuerpo y alma estaban en Sus manos, así que no dependía de la policía si me mataban a golpes o no. Este pensamiento me dio fe y fortaleza. Tras eso, la policía no paró de interrogarme sin descanso, pero no les dije nada.

A primera hora de la mañana del tercer día, uno de ellos dijo: “¿Ya estás lista para hablar?”. No dije una palabra. Furioso, me agarró del cuello de la camisa y me dio una bofetada que me hizo zumbar los oídos y arder la cara. Luego, cuando no estaba prestando atención, hizo un rollo en forma de tubo con unos papeles y me dio en los ojos, lo que me dolió tanto que sentí que se me iban a salir. Cerré los ojos por instinto. Un agente dijo enojado: “¡Abre los ojos!”. Abrí los ojos lentamente, pero no podía ver nada. Solo después de 10 minutos pude empezar a ver algunas cosas. Me dolían mucho los ojos y solo quería cerrarlos. Como creían que tenía sueño, los policías me golpeaban la cabeza con una botella de agua y, a veces, me daban patadas en la cabeza y en los brazos. Para mantenerme despierta, me ataron el pelo y las manos con velcro al respaldo de la silla de tigre. Tenía que mantener la cabeza erguida. Para tratar de aliviar el dolor, simplemente me esforzaba para recostarme contra la silla de tigre. Estaba mareada, me dolía el cuerpo, tenía palpitaciones y me sentía fatal. Tenía miedo de no poder resistir, así que no paré de clamar a Dios: “Dios, te ruego que me des la determinación para sufrir, te ruego que me des fe. ¡Nunca me postraré ante Satanás!”. En mi dolor, pensé en algunas de las palabras de Dios: “El gran dragón rojo persigue a Dios y es Su enemigo, y por lo tanto, en esta tierra, la gente es sometida a humillación y persecución debido a su fe en Dios, y estas palabras se cumplirán en este grupo de personas, vosotros. Al embarcarse en una tierra que se opone a Dios, toda Su obra se enfrenta a tremendos obstáculos y muchas de Sus palabras no se pueden cumplir enseguida; así, la gente es refinada a causa de las palabras de Dios, lo que también forma parte del sufrimiento(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. ¿Es la obra de Dios tan sencilla como el hombre imagina?). Las palabras de Dios me permitieron ver que el Partido Comunista es el enemigo de Dios y que odian a Dios y la verdad. Quieren hacer todo lo posible para impedirnos creer en Dios y usan varios métodos crueles de tortura para que lo traicionemos. Nací en el país del gran dragón rojo, así que esto es algo que debo padecer. Pero, a través de la opresión del Partido Comunista, vi lo malvado que es y cómo, en esencia, se opone a Dios. Quería rechazar a Satanás aún más y volverme hacia Dios, mantenerme firme en mi testimonio por mi fe, para humillar a Satanás y verlo derrotado. Tener esa oportunidad de dar testimonio de Dios era Su bendición y un favor especial. Entender esto me dio fe y ya no me pareció tan difícil.

Después de eso, empezaron a interrogarme de nuevo y, cuando permanecí en silencio, me amenazaron: “Cuanto antes hables, más fácil será. Te daremos cinco minutos”. Luego, me pusieron enfrente un cronómetro. Mientras veía pasar el tiempo, cada minuto, cada segundo, oraba sin parar a Dios: “Dios, no sé qué van a hacerme estos demonios. Te ruego que me protejas. No venderé a mis hermanos y hermanas, pase lo que pase”. Pasaron cinco minutos y, al ver que no iba a hablar, uno de ellos me esposó las manos a la espalda, me agarró del cuello de la camisa y puso su rostro muy cerca del mío. Luego, me preguntó con vehemencia quién era el líder de la iglesia y con quién había estado en contacto. Seguí en silencio, así que encendió un cigarrillo y me sopló el humo en la cara, una y otra vez. El humo me hacía querer vomitar y las lágrimas me corrían por el rostro. Luego, me dio una tremenda bofetada que me impactó en el oído derecho y me dejó sorda. Al ver que aún no hablaba, abrió los ojos de par en par con furia y me apretó el cuello con ambas manos, mientras decía: “¿Vas a hablar o qué? Si no lo haces, te estrangularé. Nunca me olvidarás, tendrás pesadillas conmigo dándote una paliza todas las noches”. Me estranguló hasta que casi no pude respirar y sentí que estaba a punto de dar mi último aliento. Le dije que, aunque me estrangulara, no sabía nada. Luego, un agente alto entró e hizo una seña al que me estrangulaba para indicarle que había cámaras de seguridad, así que debía llevarme a una esquina de la habitación para golpearme. Finalmente, conseguí tomar aire. Me sacó a rastras de la silla de tigre y, tirando de las esposas, me lanzó a una esquina. Luego, me azotó la cabeza contra la pared. Lo hizo tantas veces que perdí la cuenta y, la última vez, me estrelló la cabeza contra una placa que estaba colgada en la pared. Sentí como si me hubiera hecho una hendidura en la cabeza por los golpes y simplemente caí al suelo con un ruido sordo. Sentí que el mundo daba vueltas, como si tuviera la cabeza a punto de explotar, y tenía el corazón hecho trizas. No podía abrir los ojos y sentía que me asfixiaba. Era increíblemente doloroso. Oré a Dios: “Dios, te ruego que me quites la vida para no tener que sufrir más este tormento”. Después de un tiempo, apenas pude abrir los ojos y me pregunté: “¿Por qué no estoy muerta?”. Entonces, me di cuenta de que no debía haberle pedido a Dios que me quitara la vida y que había sido una petición irrazonable. Él quería que yo siguiera viviendo, que permaneciera firme en mi testimonio y humillara a Satanás. Pero yo deseaba morir para escapar de ese sufrimiento. Eso no era dar testimonio. Me sentí algo culpable al darme cuenta de ello. Justo entonces, oí a un policía gritar: “¡Levántate! ¡Levántate!”. Cuando no respondí, me dio una patada y dijo: “¿Te haces la muerta?”. Oré en silencio: “¡Dios, estos demonios me están torturando para que te traicione! Te ruego que me des fe. Permaneceré firme en mi testimonio, aunque me cueste la vida”. Uno de ellos me agarró de la ropa por los hombros y me levantó a medias para luego dejarme caer al suelo pesadamente. Me dolían mucho las manos y la espalda por haber estado esposada todo ese tiempo, así que me acurruqué en el suelo para intentar aliviar un poco el dolor. Un agente me levantó y me puso contra la pared, me obligó a mantenerme erguida y me dio una patada en el muslo izquierdo antes de que pudiera reaccionar. Me doblé del dolor y me gritó: “¡Ponte de pie!”. Pero me dolía tanto todo el cuerpo que no había forma de que pudiera levantarme. Entonces, me dio una patada en la cintura y me dejó sin aliento por un momento. Sentí como si me hubieran apuñalado. Otro agente me arrastró de nuevo a la esquina y me abofeteó y me hizo sangrar las comisuras de la boca. Luego, encendió un cigarrillo y dijo: “Si sigues callada, voy a quemarte la cara con este cigarrillo y quedarás desfigurada”. Entonces, me lo acercó mucho al rostro. Al sentir el calor del cigarrillo, me asusté mucho y pensé: “Si me quema, me dejará cicatrices terribles y seré objeto de burlas y habladurías dondequiera que vaya”. Me parecía terrible pensar que la gente me señalara con el dedo y hablara de mí. Entonces, recordé estas palabras de Dios: “Los buenos soldados del reino no están entrenados para ser un grupo de personas que solo puedan hablar de la realidad o alardear, sino más bien están entrenadas para vivir las palabras de Dios en todo momento, para permanecer inquebrantables a pesar de los contratiempos a los que se enfrenten, y vivir constantemente de acuerdo con las palabras de Dios y no volver al mundo. Esta es la realidad de la que Dios habla; esta es la exigencia de Dios para el hombre(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Solo se posee la realidad si se pone en práctica la verdad). Las palabras de Dios me permitieron entender que un verdadero creyente, sin importar qué suceda, puede mantenerse firme en su fe en Dios sin rendirse jamás ante las fuerzas de la oscuridad ni traicionar a Dios. La policía quería amenazarme con desfigurarme para que traicionara a Dios, así que no podía caer en esa trampa. Además, aunque quedara desfigurada, si no era una judas y me mantenía firme en mi testimonio, podría obtener la aprobación de Dios y sentir paz en mi corazón. Si traicionaba a Dios para protegerme, estaría prolongando una existencia innoble y mi conciencia nunca estaría en paz. Eso sería insoportable. Pensé en una parte de un himno de la iglesia: “Llevo la exhortación de Dios en el corazón y nunca me arrodillaré ante Satanás. Aunque nos corten la cabeza y corra la sangre, el pueblo de Dios no perderá el coraje. Daré un rotundo testimonio de Dios y humillaré a los diablos y a Satanás(Seguir al Cordero y cantar nuevos cánticos, Deseo ver el día de la gloria de Dios). Sentí una oleada de fe y el valor para enfrentar la tortura de los agentes. Cerré los ojos y oré en silencio: “¡Dios! No importa cómo me torturen, aunque me quemen la cara, permaneceré firme en mi testimonio. Te ruego que me des la fe y la determinación para poder sufrir”. Entonces, apreté los dientes y cerré los puños. El agente pensó que era por miedo y comenzó a reírse como loco. Abrí los ojos y le eché una mirada furibunda. Él dijo con una sonrisa fría: “Me lo he pensado mejor. Te voy a quemar la lengua para que ni siquiera puedas hablar”. Mientras lo decía, intentó abrirme la boca a la fuerza, pero no lo consiguió, por mucho que lo intentó. Furioso, me agarró de los hombros y me pisoteó los pies. Luego, saltó sobre mis pies y me los aplastó de un lado a otro. A continuación, me agarró las esposas y tironeó de un lado a otro, dejándome de puntillas. Sentía un dolor terrible en las muñecas, como si mis brazos fueran a desprenderse. Él dijo con sorna: “¿No es todopoderoso tu dios? ¡Haz que venga a salvarte!”. Oré a Dios y clamé por Él sin parar. Me sentía llena de odio hacia esos demonios.

Cuando se cansó, se apoyó en la mesa a fumar. Me pregunté qué otros métodos de tortura iban a usar conmigo y si acabaría muerta. Si así fuera, esperaba que fuera rápido, porque ese infierno en vida por el que me estaban haciendo pasar era insoportable. No sabía cuándo acabaría todo. Cuanto más lo pensaba, más miedo sentía y pensé: “Nunca podría vender a los líderes de la iglesia ni a los hermanos y hermanas, así que tal vez podría contarles solamente cómo me hice creyente y terminar con esto. Así, tal vez dejen de golpearme”. Entonces pensé: “Mis padres son creyentes. Si se los cuento, ellos se verán implicados y algunos hermanos y hermanas también. Eso me convertiría en una judas y Dios me castigaría”. Entonces, recordé este himno de las palabras de Dios: “La fe es como un puente de un solo tronco: aquellos que se aferran miserablemente a la vida tendrán dificultades para cruzarlo, pero aquellos que están dispuestos a sacrificarse pueden pasar con paso seguro y sin preocupación. Si el hombre alberga pensamientos asustadizos y de temor es porque Satanás lo ha timado por miedo a que crucemos el puente de la fe para entrar en Dios. Satanás está intentando por todos los medios posibles enviarnos sus pensamientos. Debemos orar en todo momento para que Dios nos ilumine y nos esclarezca, y siempre debemos confiar en Dios para purgar el veneno de Satanás que hay dentro de nosotros, practicar en nuestro espíritu en todo instante cómo acercarnos a Dios y dejar que Dios domine todo nuestro ser(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Declaraciones de Cristo en el principio, Capítulo 6). Las palabras de Dios me permitieron darme cuenta de que, por cobardía, pensar en contarles cómo había llegado a creer en Dios era rendirme a las artimañas de Satanás. Vi que realmente carecía de fe en Dios y de determinación para padecer el sufrimiento. No había llegado hasta ese punto por mi estatura, sino porque las palabras de Dios me habían guiado paso a paso. En ese momento, debía apoyarme realmente en Dios, tener fe e, independientemente de cómo me torturaran, nunca debía traicionarlo. Dije una oración en mi corazón: “Dios mío, estoy dispuesta a poner mi vida en Tus manos y aceptaré Tus arreglos. No seré una judas, aunque me torturen hasta la muerte”. Entonces, para mi sorpresa, el jefe de los policías los llamó y se retiraron. Di gracias a Dios en silencio.

Poco tiempo después, un agente vino a la puerta, me sacó una foto y dijo: “Voy a poner tu foto en Internet y te convertiré en una ‘celebridad’ para que todos tus amigos, familiares y todas las personas vean el aspecto que tienes ahora y que ustedes, los creyentes, están locos”. Eso no me asustó en absoluto y respondí: “¿No son ustedes los que me han hecho lucir así? Poner esa foto en Internet solo hará que todos vean la verdad sobre cómo persiguen a los cristianos”. Una agente dijo: “Bueno, estoy convencida. Realmente no sé cómo es ese dios de ustedes ni de dónde sacan la fuerza. Después de todo esto, todavía insistes en mantener tu fe. Nunca imaginé que alguien tan joven pudiera ser tan fuerte”. Di gracias a Dios en mi corazón al oírla decir eso. Entonces, pensé en estas palabras de Dios: “La fuerza de vida de Dios puede prevalecer sobre cualquier poder; es más, sobrepasa cualquier poder. Su vida es eterna, Su poder es extraordinario y Su fuerza de vida no puede ser aplastada por ningún ser creado ni fuerza enemiga(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Solo el Cristo de los últimos días le puede dar al hombre el camino de la vida eterna). Todos esos días, cuando me habían atormentado y torturado, había sentido cobardía y debilidad, y hasta había querido morirme para escaparme de todo, pero Dios me acompañó, me protegió y fueron Sus palabras las que me dieron fe y fortaleza y me guiaron a superar toda esa brutal tortura. Di gracias sinceras a Dios.

Cuando una agente me llevó al baño un poco después, me dijo: “Te van a volver a interrogar pronto. Deberías hablar y ya. De lo contrario, te meterán en prisión durante años y saldrás tullida después de una temporada ahí dentro. ¿Sabes cómo tratan a las presas? Las mujeres golpean a otras mujeres y te azotarán la entrepierna con varas de madera. Si te agarran, tu vida estará arruinada”. Al oírla decir esto, me llené de odio y miedo. Realmente no sabía si podría seguir adelante si quedara discapacitada con poco más de 20 años. Como era hija única, mis padres no tendrían a nadie en quien apoyarse si así fuera. Entonces, recordé estas palabras de Dios: “Abraham ofreció a Isaac, ¿qué habéis ofrecido vosotros? Job lo ofreció todo, ¿qué habéis ofrecido vosotros? Muchas personas se han sacrificado a sí mismas, han entregado su vida y derramado sangre con el fin de buscar el camino verdadero. ¿Habéis pagado ese precio?(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. La relevancia de salvar a los descendientes de Moab). Abraham pudo ofrendar a su único hijo y, cuando Job pasó por las pruebas, perdió todo lo que tenía, le salieron llagas en todo el cuerpo, sus amigos y su esposa se burlaron de él, pero nunca se quejó de Dios. Se mantuvo firme en su testimonio. Job y Abraham tenían verdadera fe en Dios y dieron un rotundo testimonio durante las pruebas. Yo tenía que seguir su ejemplo, dar testimonio y humillar a Satanás, por mucho que sufriera. Dije esta oración a Dios en silencio: “Dios, creo que absolutamente todas las cosas están bajo Tu soberanía, así que está en Tus manos si quedo discapacitada. No importa lo que me suceda ni cuánto sufra, estoy dispuesta a mantenerme firme en mi testimonio y satisfacerte”. Entonces, le dije a la agente: “Eso sería inadmisible. Mi conciencia nunca estaría en paz si vendiera a mis hermanos y hermanas. Aunque me condenen, nunca haré algo que vaya en contra de mi conciencia”. Al oír esto, me llevó de vuelta a la sala de interrogatorios sin mediar palabra.

Temprano por la mañana del 1 de abril, la policía vino a interrogarme de nuevo, pero yo seguía sin decirles nada. Alrededor de las dos de la tarde de ese día, me subieron a un furgón policial para llevarme a un centro de lavado de cerebro. Canté en secreto en mi corazón el himno de las palabras de Dios, Uno debería aferrarse a su sinceridad hacia Dios durante todo el camino: “Si las personas no tienen confianza alguna, no es fácil para ellas continuar por esta senda. Todos pueden ver ahora que la obra de Dios no está conforme en lo más mínimo con las nociones e imaginaciones de las personas. Dios ha hecho tanta obra y ha pronunciado tantas palabras y, aunque la gente reconozca que son la verdad, podría ser susceptible a que las nociones sobre Dios sugieran en ella. Si la gente desea comprender la verdad y ganarla, debe tener la confianza y la fuerza de voluntad para ser capaces de apoyar lo que ya han visto y lo que han obtenido en sus experiencias. Independientemente de lo que Dios haga en las personas, estas deben defender lo que ellas mismas poseen, ser sinceras ante Él, y serle fieles a Él hasta el final. Este es el deber de la humanidad. Las personas deben mantener aquello que deberían hacer(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Debes mantener tu lealtad a Dios). Ya sabía que tener fe significaría ser oprimida y tener que sufrir. Había decidido mantenerme firme en mi testimonio y satisfacer a Dios, independientemente del tipo de opresión o sufrimiento enfrentara, pero, cuando realmente lo enfrenté, me di cuenta de que mantenerme firme en mi testimonio no era tan sencillo como había pensado. No se trataba solo de ser entusiasta, sino que requería tener fe y la determinación de sufrir. Dios me estaba poniendo en ese entorno brutal a modo de una prueba para perfeccionar mi fe, purificarme y salvarme. Creía que Dios me guiaría, sin importar lo que sucediera. Mientras cantaba el himno, mi fe creció y sabía que, independientemente de cómo me torturaran, tenía que apoyarme en Dios para superarlo y seguirlo a Él hasta el final.

Cuando llegamos al centro de lavado de cerebro, la policía asignó a dos agentes para que me vigilaran las 24 horas del día, me hicieran preguntas sobre la iglesia, me lavaran el cerebro y consiguieran que escribiera algo que renegara de mi fe. En la mañana del tercer día, dijeron que me iban a mostrar un video que habían grabado en mi pueblo natal. En ese momento, mi corazón dio un vuelco y me pregunté si habían registrado mi casa y si mis padres estaban en apuros. Me preocupaba que algunos hermanos y hermanas de la iglesia que había allí hubieran sido afectados. Estaba cada vez más asustada. No podía estarme quieta en la silla y sentía como si se me hubieran dormido las extremidades. Oré a Dios en mi corazón. En el video, mi padre aparecía con el rostro algo amarillento e hinchado. Me dijo un par de cosas y me alentó con sutileza para que me apoyara en Dios y me mantuviera firme en mi testimonio. Al oírlo, rompí a llorar y me sentí fatal. También me di cuenta de que la policía estaba tratando de aprovecharse de mis vínculos afectivos para hacer que traicionara a Dios, así que odié al Partido Comunista con todo el corazón. Pensé en algo que Dios dijo: “¿Libertad religiosa? ¿Los derechos e intereses legítimos de los ciudadanos? ¡Todos son trucos para tapar el pecado!(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. La obra y la entrada (8)). El Partido Comunista hace falsas promesas sobre la libertad de credo, pero, en realidad, arresta y persigue a los cristianos de forma desenfrenada, los tortura brutalmente y se inventa cargos para sentenciarlos. Innumerables cristianos se ven obligados a huir constantemente y son incapaces de ver a sus padres o criar a sus hijos. Todo esto lo perpetra el Partido Comunista. El Partido es el principal culpable de destrozar los hogares cristianos. Los agentes se pusieron de pie a un lado y sonrieron de forma siniestra al verme llorar, ya que pensaban que era seguro que después de eso hablaría. Pero, como seguí guardando silencio, golpearon la mesa, me insultaron y se marcharon enfurecidos.

Un par de agentes volvieron a interrogarme un mes después, me mostraron fotos y me dijeron que identificara a hermanos y hermanas. Uno de ellos dijo: “Si no confiesas nada, te castigaremos por los crímenes de otras personas y ya veremos cuántos años te podemos dar. Serán unos 8 o 10 años. ¡Entonces ya veremos qué tan fuerte eres!”. Otro trató de tentarme y me dijo: “Si colaboras con nosotros y declaras por escrito que has renunciado a tu religión, haremos lo que quieras”. No cedí, así que volvió a intentar tentarme: “Sé que tus padres no tienen más hijos y que trabajaron muy duro para criarte. Quizás ahora no te importe recibir una sentencia larga, pero te deprimirás cuando finalmente llegue ese día y ya será demasiado tarde para arrepentirte. Tienes dos opciones: 1. Renuncia a tu religión y niega a Dios Todopoderoso, y te llevaremos directamente a casa. 2. Insiste en mantener tu fe y ve a la cárcel. La decisión depende de ti. Te conviene pensártelo con cuidado”. Me sentía un poco en conflicto. Si escribía esa declaración en la que renegaba de mi fe, eso sería una traición a Dios; pero, si elegía mi fe, iría a la cárcel. ¿Volvería a ver a mis padres alguna vez? Si iba a la cárcel, seguro que la gente juzgaría a mis padres y sus familiares y amigos no creyentes los atacarían. Sería muy duro para ellos. En el video, el rostro de mi padre parecía amarillo e hinchado. ¿Acaso tenía problemas de salud? Al pensar en eso, me sentí cada vez más deprimida. Estaba realmente en apuros, así que oré: “Dios, no puedo traicionarte, pero no puedo desprenderme de mis padres. Dios, ¿qué debo hacer?”. Justo entonces se me vinieron a la mente estas palabras de Dios: “No importa quién huya, tú no puedes. Otras personas no creen, pero tú debes hacerlo. Otras personas abandonan a Dios, pero tú debes defenderlo y dar testimonio de Él. Otros difaman a Dios, pero tú no puedes. […] Debes corresponder a Su amor y tener conciencia, porque Dios es inocente(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. La relevancia de salvar a los descendientes de Moab). “Debes tener conciencia”, estas palabras no paraban de sonarme en los oídos. En todos mis años de fe, había disfrutado de muchísima gracia de Dios. También había aprendido algunas verdades y sabía el tipo de persona que debía ser. Había recibido mucho de Dios. Traicionarlo sería algo inadmisible. Pero era agonizante tener que elegir entre Dios, por un lado, y mis padres, por el otro. Se estaba librando una batalla especialmente encarnizada en mi corazón. Dije una oración en silencio para pedirle a Dios que me guiara y me diera fe. Después de orar, se me vinieron a la mente estas palabras de Dios: “¿Acaso no hay muchos entre vosotros que han fluctuado entre lo correcto y lo incorrecto? En las competencias entre lo positivo y lo negativo, lo blanco y lo negro, seguramente sois conscientes de las elecciones que habéis hecho entre la familia y Dios, los hijos y Dios, la paz y la alteración, la riqueza y la pobreza, el estatus y lo ordinario, ser apoyados y ser rechazados, y así sucesivamente. Entre una familia pacífica y una fracturada, elegisteis la primera, y sin ninguna vacilación; entre la riqueza y el deber, de nuevo elegisteis la primera, aun careciendo de la voluntad de regresar a la orilla; entre el lujo y la pobreza, elegisteis lo primero; entre vuestros hijos e hijas, esposa, marido y Yo, elegisteis lo primero; y entre la noción y la verdad, una vez más, elegisteis la primera. Al enfrentarme a toda forma de acciones malvadas de vuestra parte, simplemente he perdido la fe en vosotros. Estoy absolutamente asombrado de que vuestro corazón se resista tanto a ablandarse. […] Si se os pidiera que eligierais de nuevo, ¿cuál sería, entonces, vuestra postura? ¿Seguiría siendo lo primero? ¿Seguiríais dándome decepciones y una tristeza miserable? ¿Seguirían vuestros corazones teniendo solo un ápice de calidez? ¿Seguiríais sin ser conscientes de qué hacer para consolar a Mi corazón? En este momento, ¿qué escogéis?(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. ¿A quién eres leal?). Sentí como si Dios estuviera justo a mi lado, esperando que respondiera. Sabía que no podía traicionarlo solo para satisfacer mis afectos humanos y mantener la armonía familiar. Dios es todopoderoso, y la salud y la vida de mis padres estaban en Sus manos. Que me preocupara constantemente por ellos solo demostraba que carecía de fe en Dios. Puede que no pudiéramos vernos, pero sabía que, mientras nos apoyáramos en Dios, Él nos guiaría. Este pensamiento restauró mi fe y me sentí preparada para rebelarme contra mi carne y complacer a Dios. Dije una oración: “Dios mío, estoy dispuesta a poner a mis padres en Tus manos y someterme a Tus orquestaciones y arreglos”. Entonces, apreté los puños, me puse de pie y dije: “He tomado mi decisión e iré con Dios Todopoderoso. Él es el único Dios verdadero que creó el cielo, la tierra y todas las cosas, y es el Señor Jesús que ha regresado. Nunca negaré a Dios”. Me sentí completamente en paz una vez que dije esto. Si no hubiera sido porque las palabras de Dios me guiaban, realmente me habría costado mucho vencer la tentación de Satanás. El agente mostró su ferocidad apenas vio lo decidida que estaba. Estrelló una gruesa pila de papeles sobre la mesa y me dio un fuerte bofetón. Luego me gritó: “¡Eres un caso perdido! ¿Crees que no nos enteraremos de nada solo porque no hables? Te lo voy a dejar muy claro: ya llevábamos siguiéndolos durante tres meses, ¿crees que no lo sabemos todo sobre ustedes? Solo queremos ver si te vas a portar bien, así que piénsatelo”. Le dije: “No negaré a Dios ni lo traicionaré, aunque eso signifique ir a la cárcel”. Tras eso, me llevaron a un centro de detención municipal.

Allí, solía tenía mucha fiebre, se me hinchaban los pies y las manos y me hacían sentarme con las piernas cruzadas durante dos horas todos los días. Durante el interrogatorio me habían pateado en la cintura y eso me había dañado el riñón, así que esa zona me dolía tanto que no podía sentarme erguida. Era muy difícil aguantar hasta que podía irme a dormir cada día y, a pesar de ello, a menudo me despertaban para hacer el turno nocturno. Después de un par de semanas, empecé a tener dificultades para orinar, tenía el vientre hinchado y me dolía, y también me dolía la cintura. Además, todos los días, alrededor de las 6 o 7 de la tarde, me subía la fiebre y se me ponía colorada la cara. Un médico me examinó y me dijo que tenía un quiste en el riñón izquierdo que medía casi una pulgada de ancho y que estaba inflamado. Cuando me dolía mucho, oraba a Dios, me acercaba a Él y cantaba himnos para alabarlo. Luego, sin darme cuenta, me olvidaba del dolor. Después de pasar 27 días en el centro de detención, me dejaron en libertad provisional bajo fianza y pensé, con ingenuidad, que realmente podría irme a casa. Pero, para mi sorpresa, la policía de mi ciudad natal y los funcionarios del gobierno local me llevaron directamente a otro centro de lavado de cerebro donde pasé 48 días de conversión y lavado de cerebro, y luego me llevaron a la comisaría local para registrarme. El jefe de policía me llamó a su oficina y me dijo: “Estás en libertad provisional bajo fianza, así que tu caso está pendiente. Durante un año, no tienes permitido salir de la ciudad. Incluso si tienes que hacer un recado en un lugar cercano, tienes que venir aquí primero a informarnos y solicitar permiso, y debes estar lista para comparecer aquí en cualquier momento”. Aunque había regresado a casa, aún no tenía ninguna libertad y siempre había alguien que me seguía cada vez que iba a la ciudad. Después de unos meses así, no tuve más remedio que abandonar mi hogar para cumplir mi deber. La policía envió al secretario del partido de nuestra aldea a buscarme a casa e indagar sobre el estado de mi religión. Le dijo a mi familia que me arrestarían de nuevo si seguía practicando mi fe y que tenía que comparecer en la comisaría. Me enfurecí cuando me enteré de esto. Pensé: “Voy a creer en Dios pase lo que pase y, no solo eso, ¡sino que voy a renunciar a todo para predicar el evangelio y dar testimonio de Dios! Definitivamente seguiré adelante confiando en Dios”. ¡Gracias a Dios!

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