60. No hay rango ni distinción entre deberes
En febrero de 2019, me destituyeron de mi deber de liderazgo porque aspiraba a obtener estatus y reputación en lugar de hacer trabajo real. El día después de mi destitución, el esposo de la hermana de mi familia de acogida resultó herido en un accidente y ella tuvo que regresar a casa para cuidarlo. La supervisora dispuso que yo asumiera temporalmente los deberes de acogida de la hermana. Me dije a mí misma: “Si los hermanos y hermanas descubren que tras mi destitución solo me dedico al deber de acogida, a cocinar, hacer recados y entregar mensajes, ¿qué pensarán de mí? Seguro que me menosprecian. ¿Cómo puedo salvar las apariencias?”. Pero al pensar que solo era un deber temporal, accedí a hacerlo por el momento. Sin embargo, cuando tras varias semanas no encontraron a nadie adecuado para sustituirme, la supervisora compartió conmigo y me pidió que continuara con los deberes de acogida. Cuando escuché esto, el corazón me dio un vuelco, pues pensé: “¿Por qué disponer las cosas de esta manera? Si los hermanos y hermanas que me conocen se enteran de que me encargaré de los deberes de acogida a largo plazo, seguro que me menospreciarán. ¿Acaso no pensarán que no soy alguien que persigue la verdad y que soy una inútil y solo sirvo para trabajos manuales y deberes de acogida? ¿Cómo podré salvar mi reputación? Es más, antes de que me destituyeran, cooperé con algunas hermanas para cumplir con nuestros deberes. Y ahora estoy aquí, simplemente cocinando. ¡Qué diferencia! ¡Qué humillación!”. Al pensar en esto, ya no quise dedicarme a los deberes de acogida. La supervisora vio que mi estado no era bueno y compartió su propia experiencia de cuando la destituyeron. Me di cuenta de que todo deber procede de la soberanía y los arreglos de Dios, de modo que me sometí. Pero aquella noche, di vueltas en la cama sin poder dormir. Pensé: “Desde que descubrí a Dios, la mayoría de mis deberes han sido como líder u obrera. Nunca imaginé que acabaría haciendo meros trabajos ocasionales y cocinando. ¿Qué pensarán de mí los hermanos y hermanas que me conocen si lo descubren? ¡Sería tan humillante!”. Vi a las hermanas platicando sobre el trabajo y recordé que, cuando era líder, solía participar en las discusiones con ellas. Pero ahora, aquí estaba yo, me pasaba los días lavando platos, cocinando e incluso limpiando. ¡Qué diferencia! Vivía en un estado equivocado y, cuanto más lo pensaba, más doloroso se volvía. Después, cada vez que hacía este trabajo sucio, temía que las hermanas me despreciaran, así que me apresuraba a hacerlas cuando no estaban cerca. Sentía que hacer este tipo de trabajo sucio era humillante. Mi corazón estaba lleno de dolor y sufrimiento, y las lágrimas me cubrían el rostro sin poder evitarlo.
Una vez, la supervisora me pidió que sacara la basura al marcharme. Al oír esto, me sentí muy reacia y pensé: “¿Por quién me tomas? Antes cooperábamos juntas y ahora me das órdenes así”. Cuanto más lo pensaba, peor me sentía. Estaba muy triste por dentro. Me presenté ante Dios y oré, le pedí que me esclareciera y me guiara para conocerme a mí misma y entender Sus intenciones. Más tarde, leí estas palabras de Dios: “¿Cuál es la actitud que debes tener hacia el deber, la que se puede considerar correcta y acorde con las intenciones de Dios? En primer lugar, no puedes analizar quién lo ha dispuesto, ni qué categoría de liderazgo lo ha asignado; has de aceptarlo de Dios. No puedes analizar esto, has de aceptarlo de Dios. Es una condición. Además, sea cual sea tu deber, no discrimines entre lo superior y lo inferior. Supongamos que dices: ‘Aunque esta tarea es una comisión proveniente de Dios y la obra de Su casa, si la hago, la gente podría menospreciarme. Otros llevan a cabo una obra que les permite destacar. Se me ha asignado esta tarea que no me permite destacar, sino que me hace trabajar entre bastidores, ¡es injusto! No haré este deber. Mi deber tiene que hacerme destacar ante los demás y permitirme forjarme un nombre, y aunque no me forje un nombre o me haga destacar, aun así, debería poder recibir algún beneficio de él y sentirme cómodo físicamente’. ¿Es aceptable esta actitud? Ser quisquilloso es no aceptar cosas de Dios; es tomar decisiones de acuerdo con tus propias preferencias. Esto no es aceptar tu deber; es rechazarlo, es una manifestación de tu rebeldía contra Dios. Tal quisquillosidad es adulterada con tus propias preferencias y deseos. Cuando consideras tus propios beneficios, tu reputación y otras cosas similares, tu actitud hacia tu deber no es de sumisión. ¿Qué actitud debes tener ante tu deber? Primero, no lo debes analizar ni tratar de determinar quién fue el que te lo asignó, sino que debes aceptarlo de Dios como un deber encargado por Él, y has de obedecer la instrumentación y los arreglos de Dios y aceptar de Él tu deber. Segundo, no discrimines entre lo superior y lo inferior, y no te preocupes por su naturaleza: que te permita destacar o no, que se haga delante de la gente o entre bastidores. No tomes en consideración estas cosas. Existe además otra actitud: la sumisión y la cooperación activa” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. ¿Cuál es el adecuado cumplimiento del deber?). “Ser capaz de soportar la adversidad cuando uno cumple con su deber no es tarea fácil. Tampoco es fácil realizar bien una clase particular de trabajo. Es seguro que la verdad de las palabras de Dios está obrando en el interior de las personas que pueden hacer estas cosas. No quiere decir que estas personas nacieron sin miedo a la adversidad y a la fatiga. ¿Dónde encontrar una persona así? Todas estas personas tienen algo de motivación, y tienen algo de la verdad de las palabras de Dios como su fundamento. Cuando encaran sus deberes, su perspectiva y puntos de vista cambian; llevar a cabo sus deberes se vuelve más fácil y soportar alguna adversidad y fatiga de la carne comienza a parecerles insignificante. Aquellos que no entienden la verdad y cuya perspectiva de las cosas no ha cambiado viven de acuerdo a las ideas, conceptos, deseos egoístas y preferencias personales del hombre, por lo que son renuentes y no están dispuestos a cumplir con sus deberes. Por ejemplo, cuando se trata de realizar un trabajo desagradable y agotador, algunas personas dicen: ‘Obedeceré los arreglos de la casa de Dios. Cualquier deber que la iglesia me encomiende, lo cumpliré, sin importar si es desagradable o agotador, si es extraordinario o poco interesante. No tengo exigencias, y lo aceptaré como mi deber. Esta es la comisión que Dios me ha confiado, y las dificultades que debo afrontar son un poco de suciedad y fatiga’. Como resultado, cuando están comprometidas con su trabajo, no sienten que estén soportando ninguna penuria en absoluto. Mientras que otros pueden encontrar que ese trabajo es desagradable y fatigoso, ellos sienten que es fácil, porque sus corazones están calmos e imperturbables. Lo están haciendo para Dios, así que no sienten que sea dificultoso. Algunas personas consideran que hacer un trabajo desagradable, fatigoso o poco interesante es un insulto a su estatus y temperamento. Lo perciben como si los demás no los respetaran, los acosaran o los despreciaran. Como resultado, incluso cuando se enfrentan a las mismas tareas y carga de trabajo, les resulta extenuante. Cualquier cosa que hagan, la llevan a cabo con un sentido de resentimiento en sus corazones y sienten que las cosas no son como ellos desean que sean o que no son satisfactorias. En su interior, están llenas de negatividad y resistencia. ¿Por qué son negativas y reacias? ¿Cuál es la raíz de esto? La mayoría de las veces, es porque cumplir con sus deberes no les genera un salario, se siente como trabajar gratis. Si hubiera recompensas, podría ser aceptable para ellos, pero no saben si las obtendrán o no. Por lo tanto, las personas sienten que cumplir con sus deberes no vale la pena, equiparándolo a trabajar gratis, por lo que a menudo se vuelven negativas y renuentes cuando se trata de cumplir los deberes. ¿No es este el caso? Hablando francamente, estas personas no quieren cumplir los deberes” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Dios expone que algunas personas, al recibir ciertos deberes, no los aceptan de parte de Dios y, en cambio, los eligen según sus propias preferencias. Aceptan aquellos que les permiten destacar, pero sienten resistencia hacia los que no les aportan reconocimiento y los rechazan. No tienen una actitud de sumisión en sus deberes. Lo que Dios expuso reflejaba exactamente mi estado. Yo creía que ser líder venía con el derecho a hablar y que, dondequiera que fuese, mis hermanos y hermanas me admirarían, así que estaba dispuesta a hacer ese deber. Sin embargo, el deber de acogida me parecía de los más bajos y que solo consistía en trabajos manuales, así que no pude someterme a él. Sentía que este deber me humillaba y que me estaban tratando injustamente. Cuando la supervisora me pidió que limpiara el patio y que sacara la basura, me costó aceptarlo. Sentí que me faltaba al respeto al mandarme de esa manera, y me molestó. Consideraba los niveles de estatus como un indicador de la dignidad de una persona. Creía que desempeñar el deber de una líder era como ser jefe o gerente de una empresa, que venía acompañado de estatus y posición y que todo el mundo admiraba a estas personas dondequiera que fuesen, y yo las envidiaba. Cuando escuché hablar del deber de acogida, me pareció que solo se trataba de hacer tareas y cocinar, algo similar al trabajo servil, y pensaba que a quienes realizaban este deber se los consideraba inferiores y se los despreciaba en todas partes. Lo encontré muy humillante. Llevaba creyendo en Dios tantos años, pero aún sostenía las opiniones de los no creyentes. ¡Tenía unos puntos de vista realmente absurdos! En la casa de Dios, todos son iguales en sus deberes. No hay distinción entre deberes inferiores o superiores, nobles o humildes, grandes o pequeños. Ya sea el deber de liderazgo o el de acogida, todos provienen de Dios. Solo cumplen distintas funciones y debemos aceptarlos y someternos a ellos como seres creados. Pero yo solo tenía en cuenta mis propios intereses y orgullo en el desempeño de mis deberes. No los consideraba para nada una comisión de Dios. Como el deber de acogida no me permitía destacarme, sentía resistencia hacia él. No tenía sentido de la responsabilidad hacia mis deberes y hacía las cosas de manera superficial. ¡Me di cuenta de que era egoísta y despreciable, y que no tenía razón ni conciencia!
Más tarde, leí más de las palabras de Dios: “Nacido en una tierra tan inmunda, el hombre ha sido infectado de extrema gravedad por la sociedad, influenciado por una ética feudal y educado en ‘institutos de educación superior’. Un pensamiento retrógrado, una moral corrupta, una visión mezquina de la vida, una filosofía despreciable para los asuntos mundanos, una existencia completamente inútil y un estilo de vida y costumbres depravados, todas estas cosas han penetrado fuertemente en el corazón del hombre, y han socavado y atacado severamente su conciencia. Como resultado, el hombre está cada vez más distante de Dios, y se opone cada vez más a Él. El carácter del hombre se vuelve más cruel día tras día, y no hay una sola persona que voluntariamente renuncie a algo por Dios; ni una sola persona que voluntariamente se someta a Dios, y, menos aún, una sola persona que busque voluntariamente la aparición de Dios. En vez de ello, bajo el poder de Satanás, el hombre no hace más que buscar el placer, entregándose a la corrupción de la carne en la tierra del lodo. Incluso cuando escuchan la verdad, aquellos que viven en la oscuridad no consideran ponerla en práctica ni tampoco muestran interés en buscar a Dios, aun cuando hayan contemplado Su aparición. ¿Cómo podría una humanidad tan depravada tener alguna posibilidad de salvación? ¿Cómo podría una humanidad tan decadente vivir en la luz?” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Tener un carácter invariable es estar enemistado con Dios). Las palabras de Dios pusieron al descubierto la raíz de por qué no podía someterme a Él. Desde temprana edad, había estado influenciada por venenos satánicos como: “El orgullo es tan necesario para la gente como respirar” y “El hombre lucha hacia arriba; el agua fluye hacia abajo”. Y esos criterios habían llegado a guiar mi forma de comportarme y actuar. Creía que uno debía vivir para su orgullo y que, para vivir con dignidad, una persona debía ser admirada dondequiera que fuera. También quería realizar un trabajo que me permitiera destacar y que los demás me admirasen, y pensaba que esta era la forma de vivir con dignidad y valor. Pero, para mí, hacer trabajos sucios o sin reconocimiento resultaba humillante y degradante, así que no estaba dispuesta a aceptarlos. Antes de descubrir a Dios, me guiaba por esos puntos de vista, siempre quería vivir mejor que los demás. Despreciaba a los granjeros y contribuyentes de mano de obra que ganaban dinero trabajando arduamente; me parecía que llevar una tienda de ropa era más respetable que el trabajo físico y me permitía llevar la cabeza bien alta ante los demás e incluso hacer que mis familiares y parientes me vieran con otros ojos. Después de encontrar a Dios, seguía viviendo bajo estos venenos satánicos mientras cumplía con mis deberes en la iglesia. Realizar el deber de liderazgo alimentaba mi vanidad y mi orgullo, y hacía que mis hermanos y hermanas me admiraran, lo cual me hacía feliz. Incluso estaba dispuesta a soportar adversidades y agotamiento por ello. Pero tras realizar el deber de liderazgo, seguí buscando la admiración de los demás, tratando siempre de proteger mi orgullo y mi estatus. No hacía ningún trabajo real, por eso me destituyeron. Cuando me asignaron de nuevo un deber, no lo supe valorar. Además de no reflexionar sobre las razones de mi fracaso, seguía pensando en mi orgullo y estatus. Creía que realizar los deberes de acogida era vergonzoso, e incluso cuando lo acepté a regañadientes, lo hice de manera superficial mientras sentía resistencia. No tenía conciencia ni razón en absoluto. Puse mi orgullo y estatus por encima de todo, y aunque sabía que nadie más podía asumir los deberes de acogida, aun así quería rechazarlos y eludirlos. No tuve en cuenta los intereses de la iglesia en absoluto, ni tampoco me preocupé por mis deberes y responsabilidades. ¡Fui sumamente egoísta! Si no me arrepentía, Dios acabaría por despreciarme y descartarme. Me di cuenta de las consecuencias nocivas de perseguir el orgullo y el estatus, y me dispuse a arrepentirme ante Dios, a abandonar mi orgullo y estatus, y a someterme a la soberanía y los arreglos de Dios, cumpliendo bien con los deberes de acogida.
Después de aquello, ya no me sentí tan reacia a realizarlos. A veces incluso podía abrirme y compartir con las hermanas, y me sentía más libre y liberada. Vi que mis hermanas no me despreciaban por realizar el deber de acogida y realmente aprendí que, en la casa de Dios, no hay distinción entre deberes bajos o elevados. Simplemente, hay funciones diferentes. Luego, leí más de las palabras de Dios: “En la casa de Dios, cuando se dispone que hagas algo, ya sea que implique alguna penuria o trabajo extenuante, y sea que te agrade o no, es tu deber. Si puedes considerarlo una comisión y responsabilidad que Dios te ha dado, entonces eres relevante en Su obra de salvar al hombre. Y si lo que haces y el deber que cumples son relevantes para la obra de Dios de salvar al hombre, y puedes aceptar seria y sinceramente la comisión que Dios te ha dado, ¿cómo te considerará Él? Te considerará un miembro de Su familia. ¿Es eso una bendición o una maldición? (Una bendición). Es una gran bendición” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. ¿Cuál es el adecuado cumplimiento del deber?). “¿Cuál es vuestra función como seres creados? Esto se relaciona con la práctica y el deber de una persona. Eres un ser creado, y si Dios te dio el don del canto y la casa de Dios dispone que cantes, debes cantar bien. Si tienes el don de predicar el evangelio y la casa de Dios dispone que prediques el evangelio, entonces debes hacerlo bien. Cuando el pueblo escogido de Dios te elige como líder, debes asumir la comisión de liderazgo y conducir al pueblo escogido de Dios para que coma y beba Sus palabras, compartir la verdad y entrar en la realidad. Así, habrás cumplido bien con tu deber. ¡La comisión que Dios le da al hombre es sumamente importante y significativa! Así pues, ¿cómo debes asumir esta comisión y cumplir con tu función? Esta es una de las cuestiones más importantes que enfrentas, y debes elegir. Podría decirse que este es un momento crucial que determina si puedes obtener la verdad y ser perfeccionado por Dios” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo al entender la verdad se pueden conocer los hechos de Dios). Gracias a las palabras de Dios, hallé una senda de práctica y comprendí la postura que los seres creados deben asumir ante Dios y la razón correcta que debemos tener. Independientemente del deber que nos asigne la iglesia, ya sea el de acogida o cualquier otro, debemos someternos incondicionalmente a Dios. Esta es la razón correcta que debemos tener. No importa el tamaño del deber, si podemos someternos y tratarlo como una responsabilidad venida de Dios, confiar en Él y hacer lo posible para cumplirlo, obtendremos ganancias. Por ejemplo, algunos hermanos y hermanas llevan a cabo deberes menos visibles y no pretenden destacar. Se enfocan en buscar la verdad y en realizar sus deberes de acuerdo a los principios, y aun así consiguen progresar. Si alguien no persigue la verdad ni se somete mientras desempeña su deber, entonces, por muy impresionante que este parezca, si no gana la verdad ni transforma su carácter, está resistiéndose a Dios, y, al final, Dios lo descartará. En la casa de Dios, cada deber es importante e indispensable. Del mismo modo que una máquina no puede funcionar si le falta un solo tornillo. Los deberes de acogida pueden parecer insignificantes, pero si nadie los llevara a cabo, los hermanos y hermanas no dispondrían de un entorno sereno donde reunirse y cumplir con sus deberes. Al comprender esto, empecé a valorar mi deber de acogida con todo mi corazón y me dispuse a cooperar de manera adecuada.
A partir de ese momento, cada vez que tenía intenciones incorrectas en mi deber, oraba conscientemente a Dios para rebelarme contra mí misma. Después de cumplir con mi deber cada día, me sosegaba, leía las palabras de Dios y escribía notas devocionales. Tenía más tiempo para estar cerca de Dios. Poco a poco, mi estado mejoró y llegué a sentir que este deber era bastante bueno. Realmente experimenté las cuidadosas intenciones de Dios, porque todos Sus arreglos y orquestaciones tienen como propósito purificarnos y transformarnos. Dios no hace favoritismos, y sea cual sea el deber de una persona, mientras lo acepte de Su parte y esté dispuesta a someterse y perseguir la verdad, obtendrá ganancias.
Al reflexionar sobre esta experiencia, en silencio le di las gracias a Dios en mi corazón. Dios dispuso este entorno para que cumpliera con el deber de acogida, me podó por mi deseo de orgullo y estatus, y corrigió mis ideas falaces sobre cómo abordar mi deber. Esto era lo que mi vida necesitaba, el amor de Dios. También comprendí que los deberes no se clasifican en función de su importancia o valor, y que, no importa cuál realicemos, son la función que los seres creados debemos desempeñar. No deberíamos cumplir con ellos según nuestras preferencias personales, tampoco deberíamos ser selectivos. Debemos someternos a los arreglos y soberanía de Dios, porque esto es lo que significa tener humanidad y razón. La comprensión y la transformación que he alcanzado han sido fruto de la guía de las palabras de Dios.