66. Romper con el complejo de inferioridad
En 2022, yo regaba a los recién llegados a la iglesia y sabía que esto era la exaltación de Dios, así que tomé la decisión de aprovechar esa oportunidad de formación y de contribuir a la difusión del evangelio del reino. Más adelante, colaboré con la hermana Zhang Xin. Vi que comunicaba la verdad con bastante claridad, regaba a los recién llegados según las necesidades de cada uno y resolvía sus problemas específicos. A veces, yo no podía ver con claridad ciertos asuntos, pero ella podía comunicarse y resolverlos fácilmente. Por esa razón, sentí que era una persona que entendía la verdad y poseía la realidad y que yo era mediocre comparada con ella. La admiraba y la envidiaba. Pensé: “¡Zhang Xin comprende tanto! Las cosas que yo sé son insignificantes en comparación. Si compartiéramos en una reunión, ¿pensaría que mi nivel es muy bajo y me vería como soy realmente?”. Así pues, cuando comentábamos los asuntos juntas, la escuchaba compartir como si escuchara la radio y yo decía muy poco, para evitar que se riera de mí por mi plática poco profunda. Más tarde, noté que ella solía presumir en las reuniones hablando de cosas como que los estados de los recién llegados que cierta hermana había regado eran malos; que, cuando ella llegó, los ayudó a volver al buen camino; que, cuando vio que algunos hermanos y hermanas se habían vuelto negativos, les compartió la verdad para sacarlos de su negatividad y malentendidos y cómo ayudó cuando los líderes de la iglesia estaban abrumados con la obra de la iglesia. Quise señalarle esto a Zhang Xin, pero luego pensé: “Ella verdaderamente tiene experiencias reales y sus pláticas resuelven los problemas de manera eficaz. ¿Qué pensará de mí si señalo sus problemas de manera incorrecta?”. Así que no mencioné sus problemas.
Luego, cuando un supervisor dijo algo sin tener en cuenta los sentimientos de Zhang Xin, ella desarrolló un prejuicio contra él y empezó a analizar demasiado a las personas y las cosas. Quería hablar con ella y señalarle sus problemas, pero, luego pensé: “Zhang Xin entiende la verdad mejor que yo, ¿aun así necesita mi guía? ¿No estaría presumiendo frente a una experta? Yo misma no puedo ver las cosas con claridad, y mi comprensión de la verdad es demasiado superficial. Si compartiera de manera poco clara, ¿no vería cómo soy realmente?”. Pensé en el asunto una y otra vez, pero terminé callándome la boca. Cerca del mediodía, por casualidad leí un pasaje de las palabras de Dios que era bastante relevante para su estado. Estaba a punto de tener una plática con ella cuando de pronto pensé: “Zhang Xin comprende las palabras de Dios mucho mejor que yo, ¿necesita mis pláticas cuando ya lo sabe todo? Sería mejor dejar que ella misma lea las palabras de Dios. Esto la ayudaría y no dejaría en evidencia mis deficiencias”. Con esto en mente, le dije: “Este pasaje de las palabras de Dios es realmente bueno, léelo”. Aguardé con la esperanza de que ella reconociera su estado incorrecto después de leer el pasaje, pero, para mi sorpresa, no dijo nada después de leerlo. Yo estaba un poco decepcionada y quería hablar con ella, pero, después, pensé: “Mi comprensión de las palabras de Dios es demasiado superficial, y no podría compartirle nada práctico. Debería tener al menos un poco de autoconocimiento”. Con esto en mente, abandoné de inmediato la idea de hablar con Zhang Xin, y pensé que, aunque ella vivía con un carácter corrupto, de a poco, reconocería y resolvería sus problemas por sí sola, ya que entendía mucho. Sin embargo, las cosas no resultaron como yo imaginaba. Zhang Xin seguía mencionando el asunto con frecuencia, pero no reconocía sus problemas, en cambio, por sus pláticas, la gente pensaba que el problema era el supervisor y que sus revelaciones de corrupción tenían algún motivo. En ocasiones, también mencionaba este asunto en las reuniones y eso causaba perturbaciones. Tenía muchas ganas de hablar con ella sobre esos temas, pero, cada vez que intentaba hacerlo, sentía como si algo se me quedara atascado en la garganta. Siempre sentía que Zhang Xin entendía mucho más que yo y que hablar con ella sería como enseñarle a cocer un huevo a mi madre. Decidí no hablar con ella después de todo, y el asunto quedó así. Más adelante, un líder vino a una reunión y tuvo una enseñanza en la que los problemas de Zhang Xin quedaron al descubierto, y ella los aceptó. Solo entonces comencé a reflexionar sobre mí misma.
Unos días después, leí las palabras de Dios y comprendí un poco mi estado. Dios Todopoderoso dice: “No importa lo que les ocurra, cuando los cobardes se encuentran con alguna dificultad, reculan. ¿Por qué lo hacen? Un motivo es su sentimiento de inferioridad. Como se sienten inferiores y no se atreven a presentarse ante la gente, ni siquiera pueden contraer las obligaciones y responsabilidades que les corresponden, ni pueden asumir lo que realmente son capaces de lograr dentro del ámbito de su propia capacidad y calibre y del de la experiencia de su propia humanidad. Este sentimiento de inferioridad afecta a todos los aspectos de su humanidad, afecta a su personalidad y, por supuesto, también afecta a su temperamento. Cuando están rodeados de otras personas, rara vez expresan sus propias opiniones, y casi nunca los oyes aclarar su propio punto de vista u opinión. En cuanto se encuentran con un problema, no se atreven a hablar, sino que se retraen y dan marcha atrás. En aquellos momentos en los que hay poca gente, se sienten valientes para sentarse entre ellos, pero cuando hay mucha, buscan un rincón y se dirigen hacia donde apenas da la luz, sin atreverse a mezclarse con los demás. Siempre que sienten que les gustaría decir algo de un modo positivo y activo y expresar sus propios puntos de vista y opiniones para demostrar que lo que piensan es correcto, no tienen siquiera el valor de hacerlo. Cuandoquiera que tienen esas ideas, su sentimiento de inferioridad aflora de golpe y los controla, los ahoga y les dice: ‘No digas nada, no sirves para nada. No expreses tus puntos de vista, guárdate tus ideas para ti. Si en tu corazón albergas algo que realmente quieras decir, anótalo en el ordenador y mastícalo tú solo. No debes permitir que nadie más lo sepa. ¿Y si te equivocas? ¡Sería muy embarazoso!’. Esta voz sigue diciéndote que no hagas o digas esto o aquello y hace que te tragues cualquier palabra que quieras decir. Cuando deseas decir algo que llevas mucho tiempo pensando, te bates en retirada y no te atreves a decirlo, o te avergüenzas de hacerlo, creyendo que no deberías; y si lo haces, sientes como si hubieras infringido alguna regla o vulnerado la ley. Y cuando un día expresas de forma activa tu propia opinión, en el fondo te sientes incomparablemente perturbado e inquieto. Aunque esta enorme sensación de malestar se desvanece poco a poco, tu sentimiento de inferioridad asfixia lentamente las ideas, intenciones y planes que tienes de querer hablar, de querer expresar tus propios puntos de vista, de querer ser una persona normal igual que los demás. Los que no te entienden creen que eres una persona de pocas palabras, callada, de carácter tímido, alguien a quien no le gusta destacar entre los demás. Cuando hablas delante de mucha gente, te sientes avergonzado y te ruborizas; eres algo introvertido y, en realidad, solo tú sabes que te sientes inferior. […] Hay quien dice: ‘No me creo inferior y no estoy bajo ningún tipo de limitación. Nunca nadie me ha provocado o menospreciado, ni tampoco me han sofocado. Vivo con mucha libertad, así que ¿no significa eso que no tengo tal sentimiento de inferioridad?’. ¿Es eso correcto? (No, a veces seguimos teniendo ese sentimiento de inferioridad). Puede que en mayor o menor medida lo sigas teniendo. Puede que no predomine en lo más íntimo de tu corazón, pero en algunos casos puede surgir en un momento. Por ejemplo, te topas con alguien a quien idolatras, con mucho más talento que tú, más habilidades y dones especiales que tú, más dominante, autoritario y malvado, alguien más alto y atractivo que tú, con estatus en la sociedad, rico, con más educación y rango más elevado, alguien que es mayor y que ha creído en Dios desde hace más tiempo, con más experiencia y realidad en su fe en Dios, y entonces no puedes evitar que surja en ti el sentimiento de inferioridad. Cuando surge ese sentimiento, se desvanece eso de que ‘vives con mucha libertad’, te vuelves tímido y pierdes la calma, meditas cómo formular tus palabras, tu expresión facial se vuelve antinatural, te sientes restringido en tus palabras y movimientos, y empiezas a envolverte en ti mismo. Estas y otras manifestaciones se producen debido a la aparición de tu sentimiento de inferioridad” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (1)). A partir de la revelación de las palabras de Dios, he visto que las personas con sentimientos de inferioridad siempre piensan que no son tan buenas como los demás y por eso no se atreven a expresar sus opiniones. En particular, cuando se encuentran con personas que son más capaces y dotadas que ellas, se vuelven aún más tímidas y se acobardan e, incluso si advierten problemas en la otra persona, no se atreven a mencionarlos. Son demasiado cautelosas y aprensivas y, por lo tanto, incapaces de proteger los intereses de la iglesia. Al reflexionar sobre mi colaboración con Zhang Xin, cuando vi que ella entendía más, comunicaba bien, y, en particular, podía resolver todos los problemas que planteaban los recién llegados y tenía una senda clara en sus pláticas, sentí que ella entendía las realidades-verdad y que, en comparación, yo estaba muy por detrás. Lo que yo sabía parecía totalmente insignificante comparado con lo que Zhang Xin entendía y hasta me daba vergüenza mencionar esas cosas en las pláticas. Frente a ella, me sentía como una estudiante de primaria que solo debía escucharla atentamente, lo que me hacía vivir sintiéndome inferior. Debido a mis sentimientos de inferioridad, cuando discutíamos los problemas, yo me limitaba a escuchar sin decir nada. En general, me limitaba a escucharla y no expresaba mis propias opiniones. A menudo, veía que Zhang Xin presumía, pero me abstenía de señalarlo y ayudar. Pensaba que ella entendía las realidades-verdad, y su deber estaba dando resultados, y que era normal que revelara un poco de carácter corrupto. Zhang Xin analizaba demasiado a las personas y las cosas y desarrolló prejuicios contra el supervisor. Yo sabía que debía hablar con ella para ayudarla a reflexionar y a aprender una lección de todo eso. No obstante, consideraba que ella se daba cuenta de las cosas mejor que yo, que mi conocimiento y comprensión eran simplemente mediocres y que no estaba al mismo nivel que ella, así que sentía que no era apta para hablar con ella. Debido a mi complejo de inferioridad, no me atrevía a hablar ni siquiera cuando veía sus problemas, me volvía tímida y me acobardaba ante ella e incluso abandoné la idea de compartir las pocas opiniones que tenía. De hecho, como personas con racionalidad normal, no importa lo bien que comuniquemos. Si encontramos un problema, debemos cumplir con nuestra responsabilidad y hablar sobre él tanto como sea posible. Esto también es poner en práctica un aspecto de la verdad. Sin embargo, debido a mis sentimientos de inferioridad, no me atrevía a decir nada sobre los problemas de Zhang Xin ni a señalarlos y no hice lo que podría haber hecho. Al darme cuenta de esto, me sentí muy arrepentida. Oré a Dios en mi interior y decidí comunicar y ayudar con cualquier problema que viera en los demás, sin importar quién fuera la otra persona, y no estar sometida a los sentimientos de inferioridad.
Después, también oré y busqué en mi corazón por qué me sentía tan inferior ante personas mejores que yo. En una reunión, hablé sobre mi estado. Una hermana señaló mis problemas diciendo que yo le daba demasiada importancia a mi vanidad y estatus y que temía que por hablar los pudiera perder y me menospreciaran. Después de escuchar la orientación de la hermana, me concentré conscientemente en comer y beber las palabras de Dios sobre este tema. Un día, leí un pasaje de las palabras de Dios: “En vez de buscar la verdad, la mayoría de la gente tiene sus propios planes mezquinos. Sus propios intereses, su imagen y el lugar o posición que ocupan en la mente de los demás tienen gran importancia para ellos. Estas son las únicas cosas que aprecian. Se aferran a ellas con mucha fuerza y las consideran como su propia vida. Y cómo los vea o los trate Dios tiene para ellos una importancia secundaria. Es algo que, de momento, ignoran. Lo único que les importa es si son el jefe del grupo, si otros los admiran y si sus palabras tienen peso. Su primera preocupación es la de ocupar esa posición. Cuando se encuentran en un grupo, casi todas las personas buscan este tipo de posición, este tipo de oportunidades. Si tienen un gran talento, por supuesto que quieren estar en lo más alto; si tienen una capacidad normal, querrán tener una posición superior en el grupo; y si están en una posición baja, siendo de calibre y habilidades normales, también desearán que los demás los admiren, no querrán que los miren por encima del hombro. La imagen y la dignidad de estas personas es donde marcan el límite: tienen que aferrarse a tales cosas. Puede que no tengan integridad, y no posean ni la aprobación ni la aceptación de Dios, pero en absoluto pueden perder entre los demás el respeto, el estatus o la estima por los que se han esforzado. Ese es el carácter de Satanás. Sin embargo, las personas no son conscientes de ello. Creen que tienen que aferrarse a ese poquito de imagen hasta el final. No son conscientes de que solo cuando renuncien por completo a estas cosas vanas y superficiales y las den de lado, se convertirán en una persona real. Si una persona protege como a su vida estas cosas que deberían desecharse, su vida está perdida. Desconocen lo que está en juego. Y así, cuando actúan, siempre se guardan algo, siempre tratan de proteger su propia imagen y estatus, los colocan en primer lugar, hablan solo para sus propios fines, para su propia defensa espuria. Lo hacen todo para ellos mismos” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). A partir de las palabras de Dios, vi que la humanidad corrupta es extremadamente aficionada a su vanidad y a su estatus, y quiere tener buena imagen en el corazón de las personas. También comprobé que los que tienen habilidades y fuertes capacidades de trabajo quieren un estatus elevado entre los demás y que estos los tengan en alta estima. Incluso aquellos con habilidades de trabajo medianas no están dispuestos a estar bajo las órdenes de los demás o a que los menosprecien e, incluso si eso implica sacrificar los intereses de la iglesia, quieren mantener su vanidad y estatus. Ese era el tipo de estado en el que me encontraba. Aunque sabía que tenía muy escasas habilidades de trabajo, cuando me enfrentaba a las situaciones, pensaba primero en mi vanidad y estatus. Aunque no pudiera ganarme la admiración de los demás, al menos no quería que me menospreciaran. Sentía que eso era vivir con dignidad e integridad. Vivía de acuerdo a las leyes de supervivencia de Satanás, como: “El orgullo es tan necesario para la gente como respirar” y “El hombre deja su reputación allá por donde va, de la misma manera que un ganso grazna allá por donde vuela”. Valoraba mucho mi vanidad y estatus y quería mantenerlos en todo momento. Incluso si no era tan buena como los demás, quería dejar una buena impresión de mí. Siempre me había preocupado mucho lo que opinaban los demás de mí. Cuando me encontraba con personas que no eran tan buenas como yo, no tenía ninguna aprensión y podía expresar libremente mis opiniones. Sin embargo, cuando veía a personas que eran mejores que yo en varios aspectos, adoptaba una estrategia de evasión y hacía todo lo posible para no hablar; ocultaba mis defectos y debilidades y no dejaba que los demás vieran mis aspectos negativos para que al menos me evaluaran positivamente cuando me mencionaban. De lo contrario, ¡terminaría perdiendo prestigio! Recordé una ocasión en la que una hermana de acogida vivía en un estado negativo y pude compartir las palabras de Dios con ella. Compartí todo lo que sabía, sin ninguna aprensión, y el estado de la hermana mejoró después de mi plática. Sin embargo, cuando se trataba de Zhang Xin, veía que ella era mejor que yo en todos los aspectos y por eso temía que me menospreciara. Incluso cuando advertía algunos problemas, no me atrevía a señalarlos. Era como si me amordazaran. Esto no solo no ayudó a la entrada en la vida de Zhang Xin, sino que también afectó la obra de la iglesia. ¡Le había dado demasiada importancia a mi propia vanidad y estatus! Al darme cuenta de esto, sentí un gran remordimiento, y oré ante Dios: “Dios, no quiero seguir así. Estoy dispuesta a arrepentirme y te pido que me guíes para resolver mis problemas”.
Después, leí un pasaje de las palabras de Dios: “Todo el mundo es igual ante la verdad y no hay distinciones de edad o de inferioridad o nobleza entre aquellos que hacen su deber en la casa de Dios. Todo el mundo es igual ante su deber, lo único que sucede es que hacen diferentes trabajos. No hay distinciones entre ellos en función de quién tiene antigüedad. Ante la verdad, todo el mundo debería mantener el corazón humilde, sumiso y receptivo. Todos deberían poseer esta razón y esta actitud” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 9 (VIII)). Las palabras de Dios nos dicen que, ante la verdad, todos somos iguales, que no hay estatus alto o bajo, ni distinción en cuanto a cualificaciones. Cuando los hermanos y hermanas colaboran en los deberes, todos deben participar y expresar activamente sus puntos de vista ante las situaciones. Deben contribuir con lo que puedan, incluso si su plática es superficial; al detectar problemas, deben plantearlos a tiempo para proteger la obra de la iglesia, en lugar de permanecer como espectadores. Esta es la actitud que todo creyente en Dios debería tener. Al igual que en mi colaboración con Zhang Xin, aunque ella comunicaba la verdad con más claridad que yo, también tenía defectos y revelaba corrupción. Cuando vi que revelaba corrupción o que hablaba y actuaba de maneras que perjudicaban la obra de la iglesia, no debí quedarme de brazos cruzados, sino haber hablado sobre lo que veía y entendía y cumplir con mi responsabilidad. Sin embargo, veía a las personas y las cosas desde una perspectiva mundana, creía en distinciones de estatus alto y bajo, cualificaciones, fortalezas y debilidades entre las personas, donde los débiles nunca se creen cualificados para plantear objeciones contra los fuertes y, cuando lo hacen, se considera que no saben cuál es su lugar e incluso los pueden excluir. ¡Mi perspectiva era verdaderamente absurda! De hecho, incluso que alguien sea un iluminado a la hora de comunicar y tenga cierto entendimiento de la verdad, no significa que sea perfecto. Como todas las personas tienen un carácter corrupto y a menudo revelan corrupción al ser arrogantes, engreídas y actuar a su manera, es necesario que se corrijan y ayuden mutuamente. Este es un acto de rectitud que mantiene los intereses de la casa de Dios y beneficia la vida de las personas.
De ahí en adelante, cuando cumplía con mi deber, a menudo oraba a Dios y ya no me preocupaba por las ganancias o pérdidas en mi vanidad o estatus. Cuando interactuaba con los hermanos y hermanas, sin importar si la otra persona era superior a mí, la trataba de manera correcta y siempre que notaba que se hacían cosas que no reflejaban los principios-verdad, las señalaba, investigaba y compartía con todos. Cuando practicaba así, me sentía especialmente aliviada y liberada. Después, me encontré con la hermana Liu Hui, quien me había regado unos años antes. Ella había estado cumpliendo con sus deberes durante mucho tiempo y podía comunicar bien y, en aquella época, la envidiaba. Esta vez, cuando interactué con Liu Hui nuevamente, se comunicaba de manera clara y organizada. Al compararme con ella, todavía me sentía ineficiente. Una vez, había una hermana que siempre se quejaba cuando alguien la podaba. Liu Hui le habló de las consecuencias de seguir así y la hermana, después de escucharla, se asustó mucho. Sin embargo, sentí que la manera en que Liu Hui resolvió el problema no proporcionaba ninguna senda y que ella no se había concentrado en aplicar las palabras de Dios ni testimoniarlas y, por eso, no logró el efecto de dar testimonio de Dios. Quise señalárselo, pero, luego pensé: “Aunque cumplo el deber de liderazgo, todavía hay una gran brecha entre nosotras y Liu Hui probablemente ya habrá considerado lo que quiero decirle. Mejor no digo nada”. En ese momento, me di cuenta de que, una vez más, estaba constreñida por sentimientos de inferioridad. Ante mis ojos pasaron las escenas de mi fracaso en el cumplimiento de mis deberes debido a mis sentimientos de inferioridad. Y pensé: “Ya no puedo vivir con este complejo de inferioridad y tengo que desprenderme de mi vanidad y mi estatus. No importa cómo me vea Liu Hui, necesito compartir lo que comprendo y entrar con mis hermanas sin remordimientos”. Así que señalé los problemas que había advertido. Después de escuchar, Liu Hui dijo que lo que había dicho era correcto y que complementar los puntos fuertes de cada una y cooperar armoniosamente de esta forma era muy bueno y beneficioso para su entrada en la vida. Pude salir de ese estado de sentirme inferior y desprenderme de mi vanidad y estatus; este cambio fue el resultado de la obra de Dios. ¡Gracias a Dios!