7. ¿Es correcto juzgar las cosas según la suerte?

Por Ruonan, China

En agosto de 2023, nos eligieron a la hermana Xu Xin y a mí como supervisoras para el trabajo evangélico. Xu Xin quedó a cargo de la iglesia de Chengbei y yo de la iglesia de Chengnan. El trabajo evangélico en la iglesia de Chengnan no era muy eficaz. Unos años antes fui responsable del trabajo evangélico en esa iglesia y los resultados nunca fueron muy buenos, así que, cuando me asignaron de nuevo a esta iglesia, me sentí un poco reticente. Pero luego pensé: “Han pasado algunos años, puede que la eficacia del trabajo haya mejorado algo a estas alturas”. De modo que comencé a meterme de lleno en el frenético trabajo.

En poco tiempo, llegó el momento de resumir el trabajo. Vi que los resultados aún no eran buenos, que los trabajadores evangélicos no captaban los principios ni comprendían muy claramente las verdades relacionadas con predicar el evangelio y que no había progreso en el cultivo de los trabajadores evangélicos ni de los regadores. Después de que la líder se enterara de la situación, nos escribió para compartir y señalar nuestros problemas y nos recordó que, si el trabajo no era eficaz, debíamos reflexionar sobre si estábamos haciendo trabajo real. También mencionó que los resultados de la iglesia de Chengbei eran mejores y me aconsejó buscar y aprender de ellos. Después de leer la carta, pensé: “A Xu Xin y a mí nos encomendaron supervisar el trabajo evangélico al mismo tiempo, pero Xu Xin tuvo la suerte de que le asignaran una iglesia con mejores resultados, mientras que a mí me destinaron a una iglesia con resultados más pobres. Acabo de empezar y ya me han señalado muchos problemas. ¡Qué mala suerte! Si los resultados siguen siendo malos, la supervisora dirá que no soy capaz de hacer el trabajo. ¡Eso sería tremendamente vergonzoso! ¡De verdad, no tengo suerte!”. Durante ese tiempo, los resultados de la obra evangélica en nuestra iglesia siguieron siendo pobres. Algunas personas que buscaban el camino verdadero incluso tenían nociones después de haber sido influenciadas por rumores infundados y no se atrevían a investigar. Algunos trabajadores evangélicos no compartían con claridad las preguntas planteadas por los destinatarios potenciales del evangelio, así que me escribieron para pedirme ayuda y respondí a cada uno de ellos, pero seguía sin haber mejoras visibles en el trabajo. Esto me hizo creer aún más que tenía mala suerte. Y pensé: “¿Cómo he terminado cargando con semejante iglesia? ¿Qué pensará la supervisora de mí? ¿Dirá que no hago un trabajo real y que soy perezosa en mi deber?”. Cuanto más pensaba en ello, más abatida estaba. Me invadieron emociones negativas y perdí el interés por todo lo que hacía. Un día, me di cuenta de que un trabajador evangélico estaba en un mal estado y eso afectaba a su rendimiento en el deber, pero no quería preocuparme por eso y pensé: “Como tengo mala suerte, por mucho que trabaje, los resultados seguirán siendo los mismos”. Así que no resolví el problema con una charla a tiempo. Cuando alguien me escribía preguntándome sobre el trabajo, no respondía durante varios días y no estaba dispuesta a buscar ni a pensar en los problemas que surgían en el trabajo. Al final de cada día, me sentía vacía por dentro y como si mi corazón se hubiera alejado de Dios. Ni siquiera sabía qué decir cuando oraba. Sabía que no resolver este estado sería peligroso, así que busqué conscientemente la verdad para resolver mis problemas.

Un día durante mis devocionales, encontré un pasaje de las palabras de Dios que coincidía perfectamente con mi estado. Dios dice: “¿Qué problema hay con las personas que siempre piensan que no tienen suerte? Siempre usan el estándar de la suerte para medir si sus acciones son acertadas o equivocadas, y para sopesar qué senda deben tomar, las cosas que han de experimentar y cualquier problema que afronten. ¿Es eso acertado o equivocado? (Equivocado). Describen las cosas malas como mala suerte y las buenas como buena suerte o beneficiosas. ¿Es acertada o equivocada esta perspectiva? (Equivocada). Medir las cosas desde ese tipo de perspectiva es una equivocación. Se trata de un método y estándar extremo e incorrecto para evaluar las cosas. Esta clase de método conduce a menudo a las personas a sumirse en la depresión, y suele volverlas intranquilas, como si nada les fuera bien y nunca consiguieran lo que quieren, lo cual las lleva a sentirse siempre ansiosas, irritables e intranquilas. Cuando estas emociones negativas no se resuelven, tales personas se hunden en una constante depresión y sienten que Dios no las favorece. Consideran que Dios trata a los demás con gracia, mientras que a ellas no, y que cuida de los demás, pero no de ellas. ¿Por qué siempre me siento intranquilo y ansioso? ¿Por qué siempre me pasan cosas malas? ¿Por qué nunca me llegan cosas buenas? ¡Al menos una vez, solo pido eso!’. Cuando percibes las cosas con este tipo de pensamiento y perspectiva equivocados, caerás en la trampa de la buena y la mala suerte. Al caer continuamente en esta trampa, te sentirás siempre deprimido. En mitad de esta depresión, serás especialmente sensible a si las cosas que te ocurren se deben a la buena o la mala suerte. Cuando esto ocurre, se demuestra que esta perspectiva y esta idea de la buena y la mala suerte se han apoderado de ti. Cuando estás controlado por este tipo de perspectiva, tus puntos de vista y tu actitud hacia las personas, los acontecimientos y las cosas ya no entran dentro del rango de la conciencia y la razón de la humanidad normal, sino que se han precipitado hacia una especie de extremo. Cuando caes en este extremo, no sales de la depresión. Seguirás deprimiéndote una y otra vez, y aunque normalmente no te sientas deprimido, en cuanto algo vaya mal, en cuanto sientas que ha ocurrido algo desafortunado, te sumirás inmediatamente en la depresión. Esta depresión afectará a tu juicio y toma de decisiones normales, e incluso a tu felicidad, ira, tristeza y alegría. Cuando afecte a tu felicidad, ira, tristeza y alegría, perturbará y destruirá el cumplimiento de tu deber, así como tu voluntad y deseo de seguir a Dios. Si se destruyen estas cosas positivas, las pocas verdades que has llegado a comprender se desvanecerán en el aire y no te servirán absolutamente de nada. Por eso, cuando caigas en este círculo vicioso, te será difícil poner en práctica los pocos principios-verdad que entiendes. Solo cuando sientas que la suerte está de tu lado, cuando no estés reprimido por la depresión, podrás pagar un poco de precio a regañadientes, sufrir algunas adversidades y mostrar una pizca de sinceridad mientras haces las cosas que estás dispuesto a hacer. En cuanto sientes que la suerte te ha abandonado y que vuelven a ocurrirte cosas desafortunadas, la depresión vuelve a apoderarse de ti y la sinceridad, la lealtad y la voluntad de soportar las adversidades te abandonan de inmediato. Por tanto, las personas que piensan que tienen mala suerte o que se toman muy en serio la suerte se asemejan a las que piensan que su sino es malo. Suelen tener emociones muy extremas; en concreto, suelen caer en emociones negativas como la depresión. Son especialmente negativos y débiles, e incluso son propensos a los cambios de humor. Cuando se sienten afortunados, están llenos de alegría, repletos de energía, y pueden soportar adversidades y pagar un precio; pueden dormir menos por la noche y comer menos durante el día, están dispuestos a sufrir cualquier adversidad y, si se entusiasman por un instante, están encantados de ofrecer su vida. Sin embargo, en el momento en que sienten que no han tenido suerte últimamente, cuando nada parece irles bien en absoluto, la emoción de la depresión se apodera enseguida de su corazón. Los votos y los propósitos que habían hecho antes quedan anulados; de repente son como un balón desinflado, incapaces de reunir ninguna energía, o como un amasijo de papilla, sin ganas de hacer ni decir nada en absoluto. Piensan: ‘Los principios-verdad, perseguir la verdad, alcanzar la salvación, someterse a Dios… nada de eso tiene que ver conmigo. Tengo mala suerte y es inútil, por muchas verdades que practique o por mucho precio que pague, nunca alcanzaré la salvación. Estoy acabado. Soy como un amuleto de la mala suerte, un individuo desafortunado. Bueno, que así sea, tengo mala suerte en cualquier caso’. Mira, en un momento están como un balón tan lleno de aire que parece a punto de estallar, y al rato están desinflados. ¿Acaso eso no es problemático? ¿Cómo surge este problema? ¿Cuál es la causa fundamental? Siempre están pendientes de su propia suerte, como si estuvieran atentos a la bolsa, de si sube o baja, de si es un mercado al alza o a la baja. Siempre están neuróticos, increíblemente sensibles al asunto de su suerte, y son increíblemente testarudos. Este tipo de personas extremas suelen sumirse en la emoción de la depresión porque se preocupan demasiado por su propia suerte y viven en función de sus estados de ánimo(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (2)). De las palabras de Dios comprendí que mi estado abatido se debía a que siempre partía de puntos de vista erróneos, como la suerte y la mala fortuna, para juzgar los entornos que Dios disponía para mí. Siempre pensé que cumplir con un deber sin presiones ni dificultades, en el que no tuviera que sufrir ni pagar un precio e incluso en el que los demás me admiraran y me elogiaran significaba que tenía buena suerte. Si mi deber siempre implicaba dificultades, el trabajo no daba resultados o me podaban, consideraba que era mala suerte. Estaba abatida y perdía la motivación para cumplir con mi deber. Mi trabajo fue ineficaz y la líder nos proporcionó orientación, nos ayudó y nos aconsejó para que aprendiéramos de la iglesia con mejores resultados. Fue algo positivo, ya que me animó a reflexionar, a comprenderme a mí misma y a sintetizar los problemas y las desviaciones en mi trabajo y corregirlos a tiempo. Esto beneficiaría tanto a mi entrada en la vida como a la obra de la iglesia. No obstante, como estos resultados ineficaces afectaban a mi reputación y estatus, pensé que todo se debía a mi mala suerte. Vi que la iglesia de la que se encargaba Xu Xin tenía buenos resultados y que ella recibía la estima y el reconocimiento de la líder, así que sentí envidia y pensé que ella tenía suerte. Más tarde, vi los bajos resultados del trabajo evangélico en la iglesia de la que yo era responsable y me convencí aún más de que yo no tenía suerte. Siempre utilicé esta visión errónea de la buena y la mala suerte para considerar los entornos que Dios disponía para mí. Cuando me enfrentaba a situaciones indeseables, me quejaba y pensaba que Dios favorecía a Xu Xin y no me concedía Su gracia a mí, vivía con emociones negativas y me volví pasiva y reticente. Los no creyentes, que no creen en Dios ni comprenden la verdad, siempre usan la buena y la mala suerte para juzgar todo lo que les sucede. Se sienten afortunados cuando logran fama, ganancias, riqueza o ascensos y se quejan de la injusticia del cielo o culpan a los demás cuando las cosas no salen bien. Sin embargo, como creyente en Dios, sabía claramente que todo lo que me sucede, parezca bueno o malo desde una perspectiva humana, corresponde a la soberanía y las disposiciones de Dios y contiene lecciones que necesito aprender, pero no lo acepté de parte de Dios. En cambio, usé el punto de vista de los no creyentes para juzgar los entornos que Dios dispuso para mí. Era totalmente absurdo; ¡eran las opiniones de un incrédulo! Al darme cuenta de esto, me sentí profundamente avergonzada y quise buscar la verdad para corregir ese punto de vista incorrecto.

Después, leí estos pasajes de las palabras de Dios: “Volviendo al tema de la buena y la mala suerte, ahora todo el mundo sabe que este dicho de la suerte no se sostiene, y que no es ni buena ni mala. Las personas, los acontecimientos y las cosas con las que te encuentres, ya sean buenos o malos, vienen todos determinados por la soberanía y los arreglos de Dios, así que debes afrontarlos como es debido. Acepta de Dios lo bueno, y acepta de Él también lo malo. No digas que tienes suerte cuando suceden cosas buenas, y que tienes mala suerte cuando suceden cosas malas. Solo se puede decir que hay lecciones que la gente debe aprender dentro de todas esas cosas, y no deben rechazarlas ni evitarlas. Agradece a Dios las cosas buenas, pero también agradécele las cosas malas, porque todas son arreglos Suyos. Las personas, los acontecimientos, las cosas y los entornos buenos proporcionan lecciones de las que se debe aprender, pero hay aún más que aprender de las personas, los acontecimientos, las cosas y los entornos malos. Todas estas experiencias y episodios deberían formar parte de nuestra vida. La gente no debería utilizar la idea de suerte para evaluarlos(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (2)). “Si renuncias a la idea de la suerte que tienes o que no tienes, y tratas las cosas con calma y corrección, te darás cuenta de que la mayoría de las cosas no son tan desfavorables o difíciles de afrontar. Cuando te desprendes de tus ambiciones y deseos, cuando paras de rechazar o evitar cualquier infortunio que recae sobre ti, y dejas de evaluar tales cosas según la suerte que tengas o que te falte, muchas de las cosas que solías percibir como desafortunadas y malas, ahora pensarás que son buenas; las cosas malas se tornarán en buenas. Tu mentalidad y la manera que tienes de ver las cosas cambiarán, lo cual te permitirá tener una sensación distinta sobre tus experiencias de vida, y al mismo tiempo cosechar recompensas diferentes. Esta es una experiencia extraordinaria, que te acarreará recompensas inimaginables. Es algo bueno, no es malo(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (2)). A partir de las palabras de Dios, comprendí que todo lo que me ocurre, aunque parezca bueno o malo desde una perspectiva humana, sucede bajo la soberanía de Dios y tiene Su intención detrás. Debería aceptar las cosas de parte de Dios y someterme, buscando la verdad y aprendiendo lecciones. Esta es la actitud y la práctica que debería tener. Pensé en José, a quien sus hermanos vendieron como esclavo en Egipto y sufrió muchas penurias. Si bien esto no parecía algo bueno, José finalmente se convirtió en el principal administrador de Egipto. Durante la hambruna, José escapó del sufrimiento del hambre y estuvo bajo el cuidado y la protección de Dios. Más tarde, los hermanos de José llegaron a Egipto a comprar grano y sus familias enteras se trasladaron al país. Sus descendientes vivieron ahí durante cuatrocientos años. Esto me hizo ver que algunas cosas que parecen desafortunadas desde una perspectiva humana no son necesariamente malas y que en todas ellas se encuentran las buenas intenciones de Dios. Igual que aquella vez en la que me asignaron supervisar la iglesia de Chengnan. Por un lado, se debió a las necesidades del trabajo, ya que conocía más al personal de esta iglesia y tenía más experiencia en el trabajo evangélico que Xu Xin, por lo que esa disposición beneficiaría la obra de la iglesia. Por otro lado, era necesaria para mi entrada en la vida. Me encantaba disfrutar de la comodidad física y no era buena buscando la verdad al enfrentarme a los problemas. Además, la iglesia de la cual era responsable tenía muchos problemas y dificultades, lo que me exigía esforzarme, buscar, reflexionar, comunicar y sintetizar más las cosas. Esto me permitiría evitar tener una vida centrada en la carne y volverme complaciente. Dios dispuso este entorno según mis puntos fatales; ¡esta fue Su salvación para mí! También pensé en cómo unos años antes había sido responsable de esta iglesia y que, en aquel entonces, no hice un trabajo real. Cuando veía que los hermanos y hermanas obtenían malos resultados en su deber, solo los desdeñaba y juzgaba y no les ofrecía ninguna ayuda para su entrada en la vida. Había dejado arrepentimiento y deudas en mi camino y ahora tenía la oportunidad de volver a ser responsable de su trabajo. Era una oportunidad para compensar mis transgresiones pasadas. Debía corregir mi actitud hacia mi deber de manera oportuna y cooperar lo máximo posible sin dejar ningún arrepentimiento a mi paso. En ese momento, sentí que la oportunidad que Dios me daba de supervisar esta iglesia era necesaria para mi vida y mostraba las buenas intenciones de Dios. Ya no podía ver las cosas desde la perspectiva de los no creyentes ni resistirme a los entornos que Dios disponía. La verdad es que el entorno que Dios dispone, sin importar cuál sea, es necesario para nuestras vidas y que no existe la buena o la mala suerte. Cuando dejé de juzgar a las personas, los acontecimientos y las cosas según la suerte y, en cambio, los contemplé en función de las palabras de Dios, me sentí aliviada y dejé de vivir con emociones negativas.

También me pregunté por qué siempre pensaba que enfrentarme a situaciones indeseables significaba que tenía mala suerte y seguía esperando que me sucedieran cosas buenas. Igualmente, me pregunté a qué carácter corrupto obedecía esto. Durante mis devocionales, leí las palabras de Dios: “Entonces, ¿cuáles son los pensamientos y las perspectivas de las personas que utilizan la suerte para valorar si las cosas son buenas o malas? ¿Cuál es la esencia de esas personas? ¿Por qué prestan tanta atención a la buena y a la mala suerte? Las personas que se centran mucho en la suerte, ¿esperan que esta sea buena o que sea mala? (Esperan que sea buena). Así es. De hecho, buscan la buena suerte y que les ocurran cosas buenas, y simplemente se aprovechan de ellas y se benefician. No les importa cuánto sufran los demás, ni cuántas adversidades o dificultades otros tengan que soportar. No quieren que les ocurra nada que perciban como desafortunado. En otras palabras, no quieren que les ocurra nada malo: ni contratiempos, ni fracasos, ni situaciones embarazosas, ni ser podados, ni perder nada, ni salir perdiendo, ni ser engañados. Si algo de eso ocurre, lo consideran mala suerte. No importa quién lo haya dispuesto, si ocurren cosas malas, se trata de mala suerte. Esperan que todas las cosas buenas les ocurran a ellos, desde ser ascendidos, destacar entre el resto y beneficiarse a costa de los demás, hasta obtener ganancias de algo, ganar mucho dinero o convertirse en un funcionario de alto rango, y piensan que en eso consiste la buena suerte. Siempre valoran a las personas, los acontecimientos y las cosas con los que se encuentran en función de la suerte. Buscan la buena suerte, no la mala. En cuanto lo más mínimo sale mal, se enfadan, se disgustan y se quedan insatisfechos. Dicho sin rodeos, este tipo de personas son egoístas. Buscan beneficiarse a costa de los demás, obtener ganancias para sí mismos, llegar a la cima y destacar entre el resto. Se darían por satisfechos si todo lo bueno les ocurriera solo a ellos. Esta es su esencia-naturaleza; es su verdadero rostro(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (2)). De las palabras de Dios comprendí que las personas que se quejan constantemente de su mala suerte son individuos egoístas centrados en sus propios intereses. Esas personas siempre quieren que les pasen cosas buenas, para que todo fluya, lograr el éxito profesional, destacar y alcanzar la gloria y no enfrentarse a ningún contratiempo o fracaso. Incluso en su deber en la casa de Dios quieren disfrutar de los resultados sin esforzarse y no están dispuestas a sufrir ni a pagar el precio que exige cumplir con sus deberes y se resisten a que las poden. Empiezan a quejarse tan pronto como experimentan cualquier pérdida de prestigio o una ligera insatisfacción. Al reflexionar sobre mí misma, me di cuenta de que yo era así. Cada vez que encontraba dificultades en mis deberes o me enfrentaba a reveses o fracasos o me podaban, me quejaba del entorno que Dios había dispuesto para mí. Siempre deseaba ganar reputación y fama sin preocuparme ni soportar adversidades y vivir cómodamente. La iglesia de Chengnan de la cual era responsable tenía muchos problemas, faltaba eficacia en el trabajo y a menudo terminaban podándonos. Por eso, pensé que no era beneficioso ser responsable de una iglesia así y que por mucho que hiciera cada día, los demás no lo verían. Entonces tuve una sensación de resentimiento y me volví negativa y holgazana. Vi que los estados de los hermanos y hermanas habían empeorado y afectaban a sus deberes, pero no me importó y no estaba dispuesta a abordar los problemas en el trabajo. Me apoyé en filosofías satánicas, tales como: “No muevas un dedo si no hay recompensa” y “Nadie trabaja por nada” y me convertí en una persona egoísta, interesada, despreciable e infame. Al pensar en cómo la iglesia me había cultivado para ser supervisora y me había proporcionado muchas oportunidades para formarme y ahora me asignaba supervisar una iglesia con escasos resultados en el trabajo evangélico, debería haber considerado la intención de Dios e implicarme activamente en mi deber para resolver los problemas y las dificultades en el trabajo. Pero, en lugar de eso, me quejé por miedo al sufrimiento físico y a quedar mal y no hice mis deberes. No había estado cumpliendo con mis deberes para satisfacer a Dios, sino para perseguir el disfrute físico, la fama y el estatus. ¡Había sido tan egoísta y despreciable! Al darme cuenta de esto, me sentí profundamente culpable y ya no quería perseguir mis propios intereses. Deseaba tener en cuenta la intención de Dios y confiar en Él para cumplir con mis responsabilidades. Más adelante, al ver a trabajadores evangélicos que se enfrentaban a dificultades y problemas o no comprendían los principios del evangelio, ya no me quejaba, sino que escribía cartas para comunicarme reiteradamente y, cuando veía que sus estados eran bajos, compartía las palabras de Dios con ellos para ayudarlos y apoyarlos. Cuando practicaba así, sentía que cada día era gratificante, y que estaba haciendo progresos.

Un día, recibí una carta de una trabajadora evangélica de la iglesia de Chengnan que decía que su compañera, la hermana Jing’an, había renunciado porque sentía que su calibre no estaba a la altura de las tareas de sus deberes. Unos días después, recibí otra carta de una líder de equipo que decía que el estado de la hermana Wei Zhen también era malo y que vivía con un carácter corrupto y no estaba dispuesta a evangelizar. Además, la líder de equipo dijo: “Yo también estoy pasando dificultades y no sé cómo cooperar…”. Al ver esos problemas, me sentí realmente frustrada y pensé: “¿Por qué tenéis tantos problemas? Os faltan resultados laborales, pero os sobran problemas. Un día uno de vosotros renuncia y, al día siguiente, otro está en un estado bajo. Solo resolver vuestros estados requiere mucho esfuerzo. ¿Cómo se supone que voy a encontrar tiempo para evangelizar? Eso sin mencionar el sufrimiento físico y, lo más importante, ¿qué pensará la supervisora de mí si el trabajo es ineficaz? Esta iglesia tiene tantos problemas… ¡realmente no tengo suerte!”. Me di cuenta de que mi estado era incorrecto, así que busqué las palabras de Dios sobre este tema. Leí las palabras de Dios: “¿Es fácil salir de ella? En realidad, es fácil. Basta con desprenderse de las perspectivas erróneas, no esperar que todo vaya bien, exactamente como uno quiere o sin problemas. No temas, no te resistas ni rechaces las cosas que salen mal. Al contrario, despréndete de tu resistencia, cálmate y preséntate ante Dios con una actitud de sumisión, y acepta todo lo que Dios disponga. No busques lo que se llama ‘buena suerte’, y no rechaces la denominada ‘mala suerte’. Entrega tu corazón y todo tu ser a Dios, deja que Él actúe y orqueste, y sométete a Sus instrumentaciones y arreglos. Dios te dará lo que necesites y cuando lo necesites en su justa medida. Él orquestará los entornos, las personas, los acontecimientos y las cosas que requieras, de acuerdo con tus necesidades y carencias, para que puedas aprender las lecciones que debes de las personas, los acontecimientos y las cosas con los que te cruces. Por supuesto, la condición previa para todo esto es que tengas una mentalidad de sumisión hacia las instrumentaciones y arreglos de Dios. Por tanto, no busques la perfección; no rechaces ni tengas miedo de que ocurran cosas no deseadas, embarazosas o desfavorables; y no utilices tu depresión para resistirte en tu interior a que ocurran cosas malas(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (2)). A partir de las palabras de Dios comprendí que en estas situaciones está presente la buena intención de Dios. Debería empezar por someterme y buscar la intención de Dios y no reaccionar resistiéndome, quejándome o refunfuñando tan pronto como algo afecta a mi reputación o a mis intereses físicos y vivir con emociones negativas. Esta no es la actitud que debería tener hacia mis deberes. En ese momento, tres hermanas eran negativas y débiles. Vivían con actitudes corruptas y no podían evitarlas, lo cual era muy doloroso y, si no se resolvía a tiempo con una charla, no solo afectaría al trabajo evangélico, sino que también retrasaría su entrada en la vida. En vez de haber actuado despectivamente con ellas, debí compartir con ellas y ayudarlas con amor y cumplir así mi responsabilidad. Así que les escribí de inmediato para compartir mis experiencias y enseñanzas con ellas y las ayudé a comprender las intenciones de Dios y a dejar de vivir con dificultades. También compartí mis experiencias y progresos en la evangelización. Unos días después, recibí una carta que decía que sus estados habían mejorado al comer y beber las palabras de Dios y que podían volver a cumplir con sus deberes con normalidad. Al ver tales resultados, tuve una gran sensación de tranquilidad y mi fe se fortaleció. Todo está en manos de Dios y, sin importar las dificultades o reveses que Dios disponga para mí, debo confiar en Él para experimentarlos, buscar la verdad y entrar en ella en todas las cosas. Esta es la actitud que debería tener hacia mis deberes. ¡No habría podido alcanzar estos logros y esta comprensión en un estado de comodidad!

Después de esta experiencia, me di cuenta de que juzgar las cosas por la buena o la mala suerte es totalmente absurdo. Al mismo tiempo, también descubrí que el entorno que Dios dispone para mí cada día, independientemente de si lo percibo como bueno o contrario a mis deseos, siempre contiene lecciones que tengo que aprender. Todos esos entornos son necesarios para mi entrada en la vida y en ellos se encuentra la buena intención de Dios. Debo esforzarme mucho por perseguir la verdad y llegar al punto en que pueda contemplar a las personas y las cosas según el estándar de las palabras de Dios y entrar en la realidad de las palabras de Dios lo antes posible.

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