98. Qué se escondía detrás de la máscara
En mayo de 2023, diseñaba pósters en la iglesia. La líder observó que mis habilidades no estaban nada mal y me ascendió a líder de equipo. Que ella reconociera mi potencial fue muy satisfactorio para mí, pero también tenía algunas preocupaciones. Antes, solo era miembro de un equipo y no tener tantas habilidades en ese rol no era tan grave; pero ahora que era líder de equipo, los requerimientos eran más altos. ¿Mi nivel de habilidad en ese momento estaría a la altura de esos requerimientos? ¡No poder encargarme del trabajo y ser destituida sería muy vergonzoso! Cuando no era líder de equipo, mis hermanos y hermanas tenían una buena impresión de mí. Pero, si conocieran mi nivel de habilidad real, ¿pensarían que solo había estado aparentando y que no tenía talento real? ¿Eso no destruiría la buena impresión que tenían de mí? Justo entonces, la líder señaló algunos problemas en el póster de una película que yo había diseñado. Me sentí muy avergonzada y me preocupó lo que ella pudiera pensar de mí. ¿Creería que mis habilidades eran demasiado pobres como para poder brindar guía y supervisión? Con eso en mente, encontré una solución intermedia. Cuando se discutieran problemas, no compartiría primero mi opinión, sino que dejaría que el resto hablara antes. Si la opinión de todos coincidía, los imitaría, y si no, daría una opinión vaga. De esta forma, aunque se cometieran errores, mis defectos no estarían expuestos y no quedaría mal. En una ocasión, estábamos discutiendo sobre un diseño. Pensaba que había algunos problemas con la composición, pero no estaba segura. Me preocupaba equivocarme y que me menospreciaran, así que no tomé la iniciativa para compartir. Luego, cuando la líder me pidió mi opinión, me puse nerviosa pero, en apariencia, me mostré calma. Dije: “Opino igual que los demás; no veo otros problemas”. La líder asintió y no dijo nada más. Recordé que no fui capaz ni siquiera de decir: “No entiendo, no tengo una opinión definida sobre este asunto”. Me sentí un poco molesta, pero no lo pensé mucho más y seguí adelante.
Al día siguiente, la líder y yo discutimos un plan de diseño. Yo estaba un poco nerviosa. Observé el diseño largo rato, pero no me atreví a compartir mi opinión. Temía cómo me vería la líder si me equivocaba. En otra ocasión, descubrí problemas con un diseño pero no tenía una solución. Quería hablar con honestidad, pero me preocupaba lo que la líder pensaría de mí si lo hacía. ¿Se preguntaría por qué no era capaz siquiera de solucionar un problema tan simple? ¿Pensaría que mis habilidades tenían muchas carencias? Con esto en mente, no hablé con honestidad. Simulé estar sumida en mis pensamientos y dije a la líder: “Necesito más tiempo para pensar sobre este diseño. ¿Por qué no me dices qué piensas tú primero?”. La líder compartió sus pensamientos basados en los principios y me preguntó qué opinaba. Sentí que el suelo bajo mis pies se desmoronaba. Quería ser honesta, pero mi boca parecía sellada. Al final, dije: “Estaba pensando justamente en eso”. Después de decirlo, me sentí angustiada como si acabara de tragarme una mosca muerta. Estaba claro que no sabía cómo modificar adecuadamente el diseño, pero, sin embargo, fingía saber qué hacer para mostrar que era capaz y que podía analizar el problema. ¿No estaba tratando de engañar a la gente y embaucarla? Me sentía realmente angustiada. Al final del día, estaba exhausta y no había ganado nada.
Durante mis prácticas devocionales, me pregunté: “Revisar los diseños con la líder puede ser una oportunidad para mejorar mis habilidades. Esto es algo bueno, pero entonces, ¿por qué me siento tan cansada en lugar de liberada?”. Luego, leí que las palabras de Dios dicen: “Ocupar el lugar que le corresponde a un ser creado y ser una persona corriente, ¿es eso fácil de hacer? (No es fácil). ¿Dónde radica la dificultad? En que a las personas siempre les parece que tienen la cabeza coronada con muchas aureolas y títulos. Además, se otorgan a sí mismas la identidad y estatus de grandes figuras y superhombres, y participan en todas esas prácticas fingidas y falsas y espectáculos simulados. Si no te desprendes de esas cosas, si tus palabras y actos están siempre limitados y controlados por ellas, te resultará difícil entrar en la realidad de la palabra de Dios. Te costará no impacientarte por hallar soluciones para lo que no entiendes y llevar esas cuestiones ante Dios más a menudo, así como ofrecerle un corazón sincero. No serás capaz de hacerlo. La razón exacta es que tu estatus, tus títulos, tu identidad y todo lo demás son falsos e inciertos, ya que se oponen y contradicen las palabras de Dios; son cosas que te atan de tal manera que no puedes presentarte ante Él. ¿Qué te aportan? Hacen que se te dé bien disfrazarte, fingir que entiendes, que eres inteligente, una gran figura, una celebridad, alguien capaz, sabio y que incluso lo sabe todo, que es capaz de todo y que puede hacer cualquier cosa. Eso hace que los demás te adoren y te admiren. Acudirán a ti con todos sus problemas, confiarán en ti y te admirarán. Por lo tanto, es como ponerte al fuego para que te asen. Decidme, ¿es agradable estar asándote al fuego? (No). No lo entiendes, pero no te atreves a confesarlo. No puedes desentrañarlo, pero no te atreves a decirlo. Es obvio que cometiste un error, pero no te atreves a admitirlo. Tu corazón está angustiado, pero no te atreves a decir: ‘Esta vez es de verdad mi culpa. Tengo una deuda con Dios y con mis hermanos y hermanas. He causado un enorme agravio a la casa de Dios, pero carezco de valor para ponerme delante de todos y admitirlo’. ¿Por qué no te atreves a hablar? Tu creencia es que: ‘Tengo que vivir conforme a la reputación y la aureola que me han concedido mis hermanos y hermanas. No puedo traicionar la alta estima y confianza que tienen en mí, mucho menos las ansiosas expectativas que han depositado en mí a lo largo de tantos años. Por tanto, he de seguir fingiendo’. ¿Cómo es ese disfraz? Te has convertido a ti mismo en una gran figura y un superhombre. Los hermanos y hermanas quieren acudir a ti para preguntarte, consultarte e incluso buscar tu consejo sobre cualquier problema al que se enfrentan. Parece que ni siquiera pueden vivir sin ti. Sin embargo, ¿no sientes angustia en el corazón?” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Atesorar las palabras de Dios es la base de la fe en Dios). Las palabras de Dios exponían mi estado verdadero. Nunca me sentí liberada al discutir planes de diseño con la líder. El motivo principal era que mi naturaleza era verdaderamente arrogante y que no me permitía cometer errores, ni mucho menos ser incapaz de comprender o hacer algo. Me trataba con demasiada dureza. Desde que me habían ascendido a líder de equipo, la líder tenía una buena impresión de mí y me valoraba, así que me preocupaba que exponer demasiados defectos en mi trabajo afectaría cómo me veían los demás. Sobre todo después de que hubo problemas con mi diseño del póster para una película, me volví aún más cautelosa. Dejaba que el resto compartiera sus opiniones primero para evitar exponer demasiados de mis propios problemas. Cuando la líder y yo revisábamos diseños juntas, yo era capaz de detectar algunos problemas, pero temía estar equivocada y no hablaba con honestidad. Algunas veces claramente no tenía un plan para arreglar las cosas, pero, para evitar que la líder me menospreciara, fingía estar muy informada, me hacía eco de su opinión y decía que veía las cosas de igual manera. Era todo una fachada. Estaba siendo descaradamente engañosa. Ni siquiera me atrevía a decir: “No entiendo, esto no lo tengo claro”. Todo el tiempo encubría mis defectos para no quedar mal. ¡Mi preocupación por la reputación y el estatus era demasiado grande! La verdad era que, como recién comenzaba a formarme, cometer errores era perfectamente normal. Mi nivel real de habilidades estaba a la vista de todos y no había necesidad de ocultarlo. Aunque los hermanos y hermanas vieran mis defectos, no me menospreciaban sino que me ayudaban. Pero yo insistía en fingir que sabía todo y podía hacerlo todo. Me esforcé al máximo para ocultar mis deficiencias y defectos. ¡Era tan tonta e ignorante! No dejaba de esconderme y no podía ser honesta cuando interactuaba con los demás. ¡Vivir así era tan hipócrita, escurridizo y falso!
Luego, leí más de las palabras de Dios: “Independientemente del contexto, sea cual sea el deber que desempeñe, el anticristo tratará de dar la impresión de que no es débil, de que siempre es fuerte, que está lleno de fe y que nunca es negativo, de modo que las personas nunca vean su verdadera estatura o su auténtica actitud hacia Dios. […] Si ocurre algo importante, y alguien les pregunta qué entienden del suceso, son reticentes a revelar su opinión y, en cambio, dejan que primero hablen los demás. Su reticencia tiene sus motivos: si no se trata de que no tengan una opinión, tienen miedo de que su opinión esté equivocada, de que si la expresan, los demás la refuten y los hagan sentirse avergonzados, y por eso no la comentan; y si no tienen una opinión, siendo incapaces de percibir el asunto con claridad, no se atreven a hablar en forma arbitraria, pues temen que la gente se ría de su error, con lo que el silencio es su única opción. En síntesis, no expresan sus opiniones abiertamente por temor a dejar en evidencia cómo son realmente, a permitir que la gente se dé cuenta de que son pobres y lamentables, y así se vea afectada la imagen que tienen de ellos. Así pues, una vez que todo el mundo ya ha compartido sus opiniones, ideas y conocimientos, se apropian de ciertas afirmaciones más elevadas y factibles que sacan a relucir como si se tratara de sus propios puntos de vista y discernimientos. Los resumen y los comparten con todo el mundo, con lo que adquieren alto estatus en el corazón de los demás. Los anticristos son astutos hasta el extremo: a la hora de expresar un punto de vista, nunca se sinceran ni dejan que los demás vean su verdadero estado, ni le dan a entender lo que piensan en realidad, cómo están de aptitud, humanidad y capacidad de comprensión, y si tienen auténtico conocimiento de la verdad. Así, al tiempo que presumen y fingen ser espirituales y personas perfectas, hacen lo imposible por disimular su verdadero rostro y su verdadera estatura. Nunca revelan sus debilidades a los hermanos y hermanas ni hacen el intento de conocer sus defectos y fallos; por el contrario, hacen lo imposible por disimularlos” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 9 (X)). Por las palabras de Dios vi que los anticristos, sin importar el deber que cumplan o la situación en la que se encuentren, nunca expresan fácilmente sus opiniones cuando les ocurre algo. No dejan que otros sepan su estado verdadero ni tampoco que conozcan su aptitud o humanidad, ya que temen exponer sus debilidades. Para ocultar sus defectos, incluso llegan a apropiarse de las buenas sugerencias e ideas de los demás, las resumen y presentan como propias, y hacen que el resto piense equivocadamente que tienen perspicacia y aptitud. De esta forma, llegan a la meta de que los demás los admiren y adoren. Cuando me comparé con esto, ¡ví que mi comportamiento era exactamente igual al de un anticristo! Cuando la líder y yo descutíamos el plan de un diseño, temía que ella pensara que mis habilidades profesionales eran pobres. Entonces, cuando daba mi opinión, me esforzaba para ser vaga, simulaba entender y copiaba a la líder. Actuaba como si compartiera la misma opinión que ella y lo usaba para ocultar mis defectos. Haciendo memoria, siempre había cumplido mi deber de esta manera: para proteger mi imagen y mi estatus en los corazones de las personas, nunca quería que los otros vieran mis defectos o deficiencias. Claramente había problemas que se podrían haber solucionado con rapidez si hablaba con alguien informado, pero yo pensaba que buscar la ayuda de otros me haría ver incompetente e inferior. Por eso, prefería buscar materiales y luchar por encontrar la solución yo misma y en secreto, y no pedía consejo a nadie. Esto hacía que la eficiencia del trabajo fuera baja y provocaba demoras en otras tareas. Siempre quise aparentar ser alguien que sabía todo y podía hacer cualquier cosa, y simulaba ante los demás. ¿No estaba desorientando a la gente? Los anticristos siempre se esconden y se disfrazan de esta manera. Engañan y desorientan a las personas ocultando su verdadera estatura, y las atraen ante sí. ¿En qué se diferenciaba mi comportamiento del de un anticristo? ¡Lo que estaba revelando era el carácter de un anticristo! Darme cuenta de esto me asustó. Sentía que, si no cambiaba, sería revelada y descartada. Oré rápidamente a Dios, dispuesta a arrepentirme y cambiar. Ya no quería ocultarme ni engañar a los demás para proteger mi orgullo y mi imagen.
Luego, busqué una senda de práctica basada en mis problemas. Leí que las palabras de Dios dicen: “Debes buscar la verdad para resolver cualquier problema que surja, sea el que sea, y bajo ningún concepto simular o dar una imagen falsa ante los demás. Tus defectos, carencias, fallos y actitudes corruptas… sé totalmente abierto acerca de todos ellos y compártelos. No te los guardes dentro. Aprender a abrirse es el primer paso para la entrada en la vida y el primer obstáculo, el más difícil de superar. Una vez que lo has superado, es fácil entrar en la verdad. ¿Qué significa dar este paso? Significa que estás abriendo tu corazón y mostrando todo lo que tienes, bueno o malo, positivo o negativo; que te estás descubriendo ante los demás y ante Dios; que no le estás ocultando nada a Dios ni estás disimulando ni disfrazando nada, libre de mentiras y falsedades, y que estás siendo igualmente sincero y honesto con otras personas. De esta manera, vives en la luz y no solo Dios te escrutará, sino que otras personas podrán comprobar que actúas con principios y cierto grado de transparencia. No necesitas ningún método para proteger tu reputación, imagen y estatus, ni necesitas encubrir o disfrazar tus errores. No es necesario que hagas estos esfuerzos inútiles. Si puedes dejar de lado estas cosas, estarás muy relajado, vivirás sin limitaciones ni dolor y completamente en la luz” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Por las palabras de Dios, encontré una senda de práctica. Si en el cumplimiento del deber uno encuentra asuntos que no puede comprender o manejar, debe sincerarse, buscar más la ayuda de los otros y ser una persona honesta. Uno debe ser auténtico y no proteger su propia reputación. De esa forma, se puede estar de acuerdo con las intenciones de Dios y progresar. Pero yo solo había pensado en mi orgullo y constantemente escondía mis defectos y me ocultaba. No consideraba si el trabajo se estaba realizando bien ni cómo mejorar mis habilidades profesionales. Hasta ese punto, no había captado principios, mis habilidades no habían mejorado y no estaba cumpliendo mi deber acorde al estándar. ¿Qué sentido tenía limitarme a tratar de preservar mi orgullo? Si seguía los requerimientos de Dios y actuaba como una persona honesta, aunque mi reputación tal vez sufriera un poco, podría mejorar mis habilidades, hacer mejor mis deberes, y Dios estaría satisfecho. ¿Eso no sería mucho mejor? Al pensar esto, oré a Dios dispuesta a arrepentirme. Luego, al comunicarme con todos, dejé de ocultarme si no comprendía algo, y activamente planteé preguntas al grupo para discutirlas. Practicar de esta forma me hizo sentir liberada y gané algo de los demás.
Después, hice algo de búsqueda y me pregunté: “¿Por qué no podía ver correctamente mis defectos cuando me ascendieron a líder de equipo? ¿Qué opiniones incorrectas me controlaban?”. Mientras buscaba, leí las palabras de Dios: “Cuando alguien es elegido líder por los hermanos y hermanas, o la casa de Dios lo asciende para que lleve a cabo determinado trabajo o deber, esto no significa que tenga un estatus o una posición especiales, que las verdades que comprenda sean más profundas y más numerosas que las de otras personas, y ni mucho menos que esta persona sea capaz de someterse a Dios y no traicionarlo. Desde luego, tampoco significa que conozca a Dios y que sea una persona temerosa de Él. De hecho, no ha logrado nada de esto. El ascenso y el cultivo son solamente ascenso y cultivo en el sentido simple, y no es lo mismo que Dios los haya predestinado y aprobado. […] Entonces, ¿qué objetivo y significado tiene ascender y cultivar a alguien? El de que se asciende a esta persona, como individuo, para que practique y para que se la riegue y la forme especialmente, de modo que se la capacite para comprender los principios-verdad y los principios, medios y métodos para hacer cosas diferentes y resolver diversos problemas, así como para manejar y lidiar con los diversos tipos de entornos y personas con los que se topan, conforme a las intenciones de Dios y de una manera que proteja los intereses de la casa de Dios. A juzgar por estos puntos, ¿cuentan las personas con talento a las que asciende y cultiva la casa de Dios con la capacidad adecuada para emprender el trabajo y hacer bien su deber durante el período de ascenso y cultivo o antes de este? Por supuesto que no. En este caso, es inevitable que, durante el período de cultivo, estas personas experimenten la poda, el juicio y el castigo, sean desenmascaradas y hasta despedidas; es normal, en eso consiste ser formado y cultivado” (La Palabra, Vol. V. Las responsabilidades de los líderes y obreros. Las responsabilidades de los líderes y obreros (5)). Por las palabras de Dios comprendí que, cuando la casa de Dios asciende y cultiva a alguien, no significa que esa persona ya comprenda la verdad y tenga realidad, o que capte completamente los principios. El ascenso es solamente una oportunidad para formarse y requiere que las personas vean correctamente sus defectos. Yo me tenía en demasiada estima y pensaba que el ascenso a líder de equipo significaba que debía tener una mejor aptitud, mejores habilidades y más cualidades que los demás. Me ubiqué en un pedestal y, para evitar que los demás me calaran, aparenté y me escondí, y usé toda clase de trucos para ocultar mis deficiencias; incluso cuando compartía una opinión, sobrepensaba las cosas. No era transparente en mis interacciones con los demás y me autoexigía al punto del agotamiento. Al reflexionar, vi que el ascenso a líder de equipo solo era una oportunidad para formarme. Esta circunstancia me impulsó a perseguir la verdad y a cumplir mis deberes de acuerdo con los principios. Tener defectos y desviaciones al hacer mi deber era normal y podía aprovechar estas oportunidades para compensar mis defectos. De esa forma, por medio de la experiencia, podía comprender más verdades y captar más principios y, de a apoco, sería capaz de hacer mi deber acorde al estándar. En el futuro, debía ver mis defectos de forma adecuada y aprender a tener los pies sobre la tierra, y también debía esforzarme más en aprender principios y habilidades. Esto es lo que debía perseguir y en lo que debía entrar.
Una vez, la líder nos estaba guiando en nuestro trabajo y pidió nuestra opinión sobre un telón de fondo. Oí que las dos hermanas con las que colaboraba tenían opiniones distintas a la mía y pensé: “Las dos hermanas tienen la misma opinión. Si resulta que estoy equivocada, será muy vergonzoso. ¿Pensarán que carezco de aptitud y de buen gusto?”. Cuando medité esto, dudé y pensé: “Tal vez debería coincidir con las hermanas para no sentirme avergonzada si me equivoco”. Pero, en ese momento, recordé las palabras de Dios que había leído antes: “Debes buscar la verdad para resolver cualquier problema que surja, sea el que sea, y bajo ningún concepto simular o dar una imagen falsa ante los demás. Tus defectos, carencias, fallos y actitudes corruptas… sé totalmente abierto acerca de todos ellos y compártelos. No te los guardes dentro. […] No necesitas ningún método para proteger tu reputación, imagen y estatus, ni necesitas encubrir o disfrazar tus errores. No es necesario que hagas estos esfuerzos inútiles. Si puedes dejar de lado estas cosas, estarás muy relajado, vivirás sin limitaciones ni dolor y completamente en la luz” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Las palabras de Dios me dieron una senda de práctica. Sin importar si nuestras opiniones son correctas o no, debemos ofrecerlas para buscar y compartir si hay algo que no entendemos. Esto es lo que significa ser responsables en nuestro deber. Este pensamiento iluminó mi corazón y oré a Dios, dispuesta a hacer a un lado mi orgullo y decir la verdad. Para mi sorpresa, la líder coincidió con mi opinión y nos dio algunas directivas para hacer ajustes. Después de escuchar, tuve un entendimiento más claro. Sentí que no proteger mi orgullo y no ocultarme, ser honesta y decir la verdad le trajo paz y calma a mi corazón.
Ya no me limitaba mi orgullo y podía discutir con los hermanos y hermanas las cosas sobre las que no estaba segura de manera abierta y simple. Cuando la líder señalaba mis problemas, podía aceptarlos, ver mis defectos correctamente y buscar principios relevantes y conocimiento profesional para aprender. Después de un tiempo, mis habilidades técnicas progresaron un poco y los errores en mis deberes disminuyeron. Por medio de esta experiencia, me di cuenta realmente de que Dios bendice a las personas honestas y desdeña a las falsas, y que admitir mis deficiencias y defectos y practicar ser una persona honesta no es vergonzoso; practicar de esta forma trae paz y calma a mi corazón.