73 El juicio y el castigo revelan la salvación de Dios

1 Hoy Dios os juzga, os castiga y os condena, pero debes saber que el propósito de tu condena es que te conozcas a ti mismo. Él condena, maldice, juzga y castiga para que te puedas conocer a ti mismo, para que tu carácter pueda cambiar y, sobre todo, para que puedas conocer tu valía y ver que todas las acciones de Dios son justas y de acuerdo con Su carácter y los requisitos de Su obra, que Él obra acorde a Su plan para la salvación del hombre, y que Él es el Dios justo que ama, salva, juzga y castiga al hombre.

2 Si sólo sabes que eres de un estatus humilde, que estás corrompido y que eres desobediente, pero no sabes que Dios quiere poner en claro Su salvación por medio del juicio y el castigo que Él impone en ti hoy, entonces no tienes manera de ganar experiencia, ni mucho menos eres capaz de continuar hacia delante. Dios no ha venido ni a matar ni a destruir sino a juzgar, maldecir, castigar y salvar. Hasta que Su plan de gestión de 6000 años llegue a su término —antes de que revele el destino de cada categoría del hombre— la obra de Dios en la tierra será en aras de la salvación; el único propósito es hacer totalmente completos a aquellos que lo aman y hacerlos someterse bajo Su dominio.

Adaptado de La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Debes dejar de lado las bendiciones del estatus y entender la voluntad de Dios para traer la salvación al hombre

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Contemplando la aparición de Dios en Su juicio y Su castigo

Como cientos de millones de otros seguidores del Señor Jesucristo, nosotros acatamos las leyes y los mandamientos de la Biblia, gozamos la abundante gracia del Señor Jesucristo y nos reunimos, oramos, alabamos y servimos en el nombre del Señor Jesucristo, y todo esto lo hacemos bajo el cuidado y la protección del Señor. Muchas veces somos débiles y muchas veces fuertes. Creemos que todas nuestras acciones están en conformidad con las enseñanzas del Señor. Se sobreentiende, entonces, que también creemos que caminamos el camino de la obediencia a la voluntad del Padre que está en el cielo. Anhelamos el regreso del Señor Jesús, la gloriosa llegada del Señor Jesús, el fin de nuestra vida en la tierra, la aparición del reino, y todo lo que se predijo en el Libro de Apocalipsis: el Señor llega y trae el desastre, y recompensa a los buenos y castiga a los malvados, y se lleva en los aires a los que lo siguen y acogen Su regreso para que se encuentren con Él. Cada vez que pensamos en esto, no podemos evitar que la emoción nos embargue. Estamos agradecidos de haber nacido en los últimos días y somos lo suficientemente afortunados de ser testigos de la venida del Señor. Aunque hayamos sufrido persecución, es a cambio de “un peso de gloria que sobrepasa todo y que es eterno”; ¡qué bendición que así sea! Todo este anhelo y la gracia que otorga el Señor muchas veces nos vuelven más formales en la oración y nos reúnen con más frecuencia. Tal vez el año que entra, tal vez mañana o tal vez incluso antes, cuando el hombre no se lo espere, el Señor de repente llegará y aparecerá entre un grupo de personas que han estado esperándolo atentamente.

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