Las responsabilidades de los líderes y obreros (14)
¿Cuánto tiempo llevamos hablando sobre las responsabilidades de los líderes y obreros? (Cuatro meses y medio). Después de hablar sobre este tema durante un período tan largo, ¿tenéis ahora una idea algo más clara del trabajo específico que deberían realizar los líderes y obreros? (Sí, lo comprendemos de forma algo más clara). Deberíais tenerlo más claro que antes. Mi enseñanza es tan clara y específica que, si hay alguien que aún no lo entiende, eso significaría que tiene algún tipo de discapacidad intelectual, ¿no es cierto? (Sí). Al examinarlo ahora, ¿creéis que resulta fácil ser un buen líder u obrero? (No resulta fácil). ¿Qué cualidades se necesitan? (Uno ha de poseer el calibre y la humanidad requeridos para los líderes y obreros, así como la realidad-verdad y un sentido de la responsabilidad). Como mínimo, uno debe tener conciencia, razón y lealtad, y después calibre y capacidad de trabajo. Cuando una persona posee todas estas cualidades, puede ser un buen líder u obrero y cumplir con sus responsabilidades.
Punto 12: Detectar con prontitud y precisión a las diversas personas, acontecimientos y cosas que perturban y trastornan la obra de Dios y el orden normal de la iglesia; pararlos y restringirlos, y darles la vuelta a las cosas; asimismo, compartir la verdad de manera que el pueblo escogido de Dios desarrolle discernimiento por medio de estas cuestiones y aprenda de ellas (II)
En la última reunión, compartimos el duodécimo punto relativo a las responsabilidades de líderes y obreros: “Detectar con prontitud y precisión a las diversas personas, acontecimientos y cosas que perturban y trastornan la obra de Dios y el orden normal de la iglesia; pararlos y restringirlos, y darles la vuelta a las cosas; asimismo, compartir la verdad de manera que el pueblo escogido de Dios desarrolle discernimiento por medio de estas cuestiones y aprenda de ellas”. Dentro de este punto, primero hablamos fundamentalmente sobre qué personas, acontecimientos y cosas trastornan y perturban la obra de Dios y el orden normal de la iglesia. Si los líderes y obreros quieren desempeñar eficazmente la labor de parar y restringir a las diversas personas, acontecimientos y cosas que causan trastornos y perturbaciones en el seno de la iglesia, en primer lugar, deben conocer y averiguar cuáles de ellos trastornan y perturban la obra de Dios y el orden normal de la iglesia. A continuación, deben relacionarlo con las personas, acontecimientos y cosas tanto en la vida eclesiástica como en la obra de la iglesia reales y luego llevar a cabo distintas tareas como pararlos y restringirlos. Esto constituye un requisito para los líderes y obreros. En nuestra última reunión, hablamos sobre las diversas personas, acontecimientos y cosas que trastornan y perturban la obra de la iglesia y la vida eclesiástica, empezando por aquellos relacionados con la vida eclesiástica. Asimismo, clasificamos a las personas, acontecimientos y cosas en la vida eclesiástica cuya naturaleza es la de causar trastornos y perturbaciones. ¿Cuántas categorías había en total? (Once. La primera, desviarse del tema a menudo cuando se comparte la verdad; segunda, pronunciar palabras y doctrinas para desorientar a la gente y ganarse su estima; tercera, parlotear sobre cuestiones domésticas, establecer conexiones personales y ocuparse de los asuntos propios de uno; cuarta, formar camarillas; quinta, competir por el estatus; sexta, sembrar discordia; séptima, atacar y atormentar a la gente; octava, difundir nociones; novena, dar rienda suelta a la negatividad; décima, propagar rumores infundados; y undécima, violar los principios de elección). El sexto punto es “sembrar discordia”, que encierra una naturaleza de causar trastornos y perturbaciones; no obstante, comparado con las otras acciones malvadas, representa un problema menor. Si se cambia por “entablar relaciones impropias”, se señala una naturaleza más grave que la de sembrar discordia. El séptimo punto es atacar y atormentar a la gente. Si se cambia por “enzarzarse en ataques mutuos y riñas verbales”, ¿no señala algo de naturaleza más grave, aparte de ser más específico y preciso? (Sí). Los ataques mutuos y las riñas verbales constituyen un tipo de problema que surge habitualmente en la vida eclesiástica y que conlleva trastornos y perturbaciones. Modificar así estas dos categorías las hace más precisas y próximas a los problemas que surgen en la vida eclesiástica. El undécimo punto es la violación de los principios de elección. Sustituidlo por “manipular y sabotear las elecciones”. Se trata simplemente de un cambio en términos de nomenclatura; su naturaleza permanece igual, tan solo se intensifica su grado; ahora se relaciona más con la naturaleza de causar trastornos y perturbaciones.
Las diversas personas, acontecimientos y cosas que trastornan y perturban la vida de iglesia
V. Competir por el estatus
La última vez compartimos hasta el cuarto punto, la formación de camarillas. Vamos a continuar ahora con el quinto, competir por el estatus. La cuestión de competir por el estatus es un problema que surge a menudo en la vida de iglesia y es algo que no es poco común ver. ¿Qué estados, conductas y manifestaciones pertenecen a la práctica de competir por el estatus? ¿Qué manifestaciones de competir por el estatus pertenecen al problema del trastorno y perturbación de la obra de Dios y el orden normal de la iglesia? Da igual sobre qué tema o categoría hablemos, debe referirse a lo que se dice en el punto doce, sobre “las diversas personas, acontecimientos y cosas que trastornan y perturban la obra de Dios y el orden normal de la iglesia”. Debe alcanzar el nivel de tratarse de trastorno y perturbación, y debe ser de esta naturaleza, solo así merece la pena comunicarlo y diseccionarlo. ¿Qué manifestaciones de competir por el estatus se asocian con esta naturaleza de trastornar y perturbar la obra de la casa de Dios? La más común es competir con los líderes de la iglesia por el estatus, que se manifiesta principalmente en que se aprovechan de ciertas cosas sobre los líderes y sus errores para denigrarlos y condenarlos, y poner en evidencia a propósito sus revelaciones de corrupción y los fallos y defectos en su humanidad y calibre, en especial en lo que se refiere a desviaciones y errores que han cometido en su obra o al lidiar con las personas. Esta es la manifestación más común y flagrante de competir con los líderes de la iglesia por estatus. Además, a esta gente no le importa lo bien que realicen su trabajo los líderes de la iglesia, ni si actúan o no según los principios, ni si hay problemas o no con su humanidad; simplemente se muestran desafiantes hacia estos líderes. ¿Por qué? Porque ellos también quieren ser líderes de la iglesia; se trata de su ambición, su deseo y por eso son desafiantes. Da igual cómo trabajen o manejen los problemas los líderes de la iglesia, estas personas siempre se aprovechan de cosas sobre ellos, los juzgan y condenan, e incluso llegan al extremo de inflar las cosas de manera desproporcionada, distorsionar los hechos y exagerar las cosas al máximo. No usan los estándares que requiere la casa de Dios de los líderes y obreros para medir si estos líderes actúan conforme a los principios, si son personas correctas, si son gente que persigue la verdad ni si tienen conciencia y razón. No evalúan a los líderes según estos principios. En cambio, basándose en sus propias intenciones y objetivos, son siempre puntillosos y se inventan quejas, buscan cosas que echar en cara a los líderes u obreros, difunden rumores a sus espaldas sobre que hacen cosas que no se ajustan a la verdad, o ponen al descubierto sus defectos. Pueden decir, por ejemplo, que “tal líder cometió una vez un error y fue podado por lo Alto, y ninguno lo sabéis. ¿Veis? ¡Qué bien se les da aparentar!”. No tienen consideración ni les preocupa si este líder u obrero es objeto de cultivo por parte de la casa de Dios, ni si está a la altura, sencillamente siguen juzgándolos, retuercen los hechos, y hacen mezquindades en su contra a sus espaldas. ¿Y con qué fin hacen tales cosas? Para competir por el estatus, ¿verdad? Todo lo que dicen y hacen tiene un objetivo. No tienen consideración por la obra de la iglesia, y su evaluación de los líderes y obreros no se basa en las palabras de Dios ni en la verdad, menos aún en los arreglos de trabajo de la casa de Dios o en los principios que Dios requiere del hombre, sino en sus propias intenciones y objetivos. Replican a todo lo que dicen los líderes u obreros y ofrecen sus propias “percepciones”. Por mucho que lo que digan los líderes y obreros sea conforme a la verdad, no lo aceptan en lo más mínimo. Rechazan cualquier cosa que digan los líderes y obreros y postulan opiniones propias diferentes. En particular, cuando un líder o un obrero se abre y se expone, y habla de su autoconocimiento, se alegran especialmente y creen haber hallado su oportunidad. ¿Qué oportunidad? La de denigrar a este líder u obrero, hacer ver a todos que estos tienen un calibre escaso, que pueden ser débiles, que son también seres humanos corruptos, que a menudo también se equivocan en las cosas que hacen, y que no son mejores que los demás. Es su oportunidad para buscar algo que usar en contra de ese líder u obrero, para incitar a todo el mundo a condenarlos, derrocarlos y hundirlos. Y la motivación de todos estos comportamientos y acciones no es otra que competir por el estatus. Si se siguen los principios de elección y los principios para cultivar y usar a las personas en la casa de Dios, en circunstancias normales, tales individuos nunca saldrán elegidos como líderes u obreros. Es algo que han percibido y comprendido con claridad, de modo que recurren a cualquier medio para atacar y condenar a los líderes y obreros. Sean quienes sean, los desafían sin más, siempre se muestran quisquillosos y les dirigen comentarios irresponsables y críticos. Incluso aunque no haya nada de malo en las acciones o palabras de estos líderes y obreros, esos individuos siempre se las ingenian para sacarles algún fallo; de hecho, los problemas que señalan no son de principios, sino meras trivialidades. Entonces, ¿por qué se obcecan en estas cuestiones triviales? ¿Por qué son capaces de juzgar y condenar tan abiertamente a líderes y obreros por cosas así? Persiguen un único objetivo, que es competir por el poder y el estatus. No importa cómo hable la casa de Dios sobre las diversas manifestaciones de los falsos líderes y anticristos, nunca asocian dichas manifestaciones con ellos mismos, sino que las conectan exclusivamente con líderes y obreros en todos los niveles. Una vez que encuentran una coincidencia, piensan: “Ahora dispongo de pruebas; por fin he descubierto algo que puedo usar como palanca contra ellos y tengo una buena oportunidad”. Entonces se vuelven aún más desenfrenados a la hora de exponer, juzgar, hacer valoraciones críticas y condenar todas las acciones de estos líderes y obreros. Algunas de las cuestiones que plantean quizá parezcan algo problemáticas a primera vista, pero, cuando se miden con respecto a los principios, no son significativas. Así pues, ¿por qué las sacan a colación? El motivo no es otro que desenmascarar a los líderes y obreros, con el objetivo de condenarlos y derrotarlos. Si los líderes y obreros se dejan vencer por la negatividad, suplican clemencia y doblan la cerviz ante ellos, si los hermanos y hermanas observan que estos líderes son siempre negativos y débiles y que cometen errores frecuentes cuando actúan y no vuelven a elegirlos, si los hermanos y hermanas ya no escuchan con tanta atención cuando estos líderes comparten la verdad, y si la gente ya no coopera tan activa y seriamente con ellos a la hora de poner en práctica el trabajo, entonces aquellos que compiten por el estatus estarán contentos y tendrán una oportunidad de sacar provecho. Es la posibilidad que más desean ver, lo que más anhelan que ocurra. ¿Qué objetivo persiguen al hacer todo esto? No pretenden ayudar a los demás a comprender la verdad y a discernir a los falsos líderes y anticristos, ni guiar a las personas hacia Dios. En su lugar, pretenden derrotar y hundir a los líderes y obreros en aras de que todo el mundo los considere a ellos los candidatos más adecuados para servir como líderes. En este momento, habrán alcanzado su objetivo y solo tendrán que esperar a que los hermanos y hermanas los propongan como líderes. ¿Existen personas así en la iglesia? ¿Cómo es su carácter? Estos individuos tienen un carácter cruel, no aman en absoluto la verdad ni la practican; solo desean detentar el poder. ¿Qué ocurre con quienes comprenden parte de la verdad y poseen un cierto discernimiento? ¿Estarían dispuestos a permitir que tales personas ostentaran el poder? ¿Estarían dispuestos a someterse a su autoridad? (No). ¿Por qué no? Si la mayoría de la gente pudiera percibir con claridad la esencia-naturaleza de tales individuos, ¿aún los elegirán como líderes? (No). No lo harían, salvo que todos se acabaran de conocer y no tuvieran mucha relación entre sí. Sin embargo, una vez que se conozcan bien y perciban claramente qué individuos tienen un calibre escaso y son atolondrados, quiénes son malvados y tienen un carácter cruel y falso, quiénes están deseosos de competir por el estatus y caminan por la senda de los anticristos, quiénes pueden perseguir la verdad y cumplir con sus deberes lealmente, etcétera; una vez que capten la esencia-naturaleza y la categoría de las distintas personas, la elección de líderes será relativamente precisa y conforme a los principios.
¿A quién preferiría la mayoría de la gente elegir como líder, a alguien que siempre esté compitiendo por el estatus o a alguien cuyo calibre y capacidad de trabajo sean relativamente promedios, pero que sea una persona diligente y con los pies en la tierra? Cuando no está claro qué calidad humana tienen estos dos individuos, ni cuál es su esencia-naturaleza, ni qué senda recorren, ¿a quién preferiría elegir la mayoría como líder? (La mayoría elegiría al segundo, al que es una persona con los pies en la tierra). La mayoría de la gente elegiría al segundo. Las manifestaciones de quienes siempre están compitiendo por el estatus constituyen una prueba de su humanidad y esencia. ¿Acaso no puede la mayoría de la gente ver claramente y discernir sus manifestaciones? La gente dirá: “Este individuo siempre hace pasar malos ratos a la líder de la iglesia; sus ambiciones son alcanzar el estatus de líder, quiere reemplazarla como tal. Desde que ella fue elegida líder de la iglesia, ese individuo la tiene en su punto de mira y la encuentra desagradable. Siempre está replicándole y sacando fallos a cualquier cosa que ella haga, aprovechando lo que le sea posible; asimismo, la juzga y expone sus defectos a espaldas de ella. Sobre todo durante las reuniones o cuando habla sobre el trabajo, si por un momento ella no se expresa con claridad, él la interrumpe, mostrando una gran impaciencia. Llega a despreciarla, a ridiculizarla y a burlarse y reírse de ella; se lo pone difícil a cada ocasión y la mete en situaciones embarazosas”. Tras haber expuesto estas conductas ante todos, ¿no podrá la mayoría discernir a este individuo? (Sí). Entonces, ¿le beneficiará esto para ocupar el puesto de líder? Definitivamente no. ¿Aquellos que compiten por el estatus son inteligentes o tontos? Son claramente unos estúpidos, unos necios. Hay otra cuestión grave: ¡estos individuos son diablos y su naturaleza es inmutable! Su deseo de poder y estatus es incontrolable hasta el extremo de llegar a perder la cabeza, lo cual no es propio de la humanidad normal. Este deseo sobrepasa los límites de la racionalidad y la conciencia de la humanidad normal, alcanzando niveles sin escrúpulos. Estos individuos actuarán del mismo modo sea cual sea el momento, el lugar o el contexto, sin considerar las consecuencias y mucho menos el efecto de sus acciones. Estas son las manifestaciones y los enfoques más típicos de quienes compiten por el estatus. Cada vez que se celebra una reunión o una charla sobre el trabajo, en cuanto todos se juntan, estos individuos causan perturbaciones como moscas molestas y arruinan la vida eclesiástica y el orden normal de compartir la verdad. Tales comportamientos y enfoques encierran una naturaleza de causar trastornos y perturbaciones. ¿No se debería restringir a tales individuos? En casos graves, ¿no habría que echarlos o expulsarlos? (Sí). A veces, confiar únicamente en la fuerza de los líderes de la iglesia para restringir a las personas malvadas representa un esfuerzo algo pobre y aislado; ¿no resultaría más eficaz si, después de percibir claramente la gravedad de los trastornos y perturbaciones causados por la gente malvada y discernir completamente su esencia, los hermanos y hermanas se unieran a los líderes de la iglesia para parar y restringir a estos individuos? (Sí). Si alguien dice: “Restringir a la gente malvada es responsabilidad de los líderes y obreros, no tiene nada que ver con nosotros, los creyentes comunes. ¡No vamos a molestarnos! La gente malvada compite por el estatus con los líderes de la iglesia; compite por el estatus con quienes lo tienen. Nosotros no gozamos de ningún estatus; ellos no intentan quitarnos nada. En cualquier caso, no nos afecta. Que compitan por lo que quieran. Si los líderes de la iglesia tienen la capacidad de restringirlos, que lo hagan; si no, que los dejen en paz. ¿Qué tiene que ver esto con nosotros?”. ¿Este punto de vista es correcto? (No). ¿Por qué no? (Esas personas no defienden el orden normal de la iglesia). Para expresarlo en términos más apropiados, ¿a qué se refiere el orden normal de la iglesia? ¿No se refiere a la vida eclesiástica normal? (Sí). Implica una vida eclesiástica normal y ordenada; implica comer y beber de las palabras de Dios de forma disciplinada, lo cual significa que la gente pueda orar-leer y compartir la palabra de Dios, así como contar sus experiencias personales, en una vida eclesiástica donde obra el Espíritu Santo, donde Dios está presente y guía; y, al mismo tiempo, que también pueda recibir el esclarecimiento y la orientación del Espíritu Santo y ganar luz. Esto es lo que el pueblo escogido de Dios debería disfrutar en su vida eclesiástica. No debería tolerarse a los individuos que destruyen este orden normal, habría que pararlos y restringirlos conforme a los principios, lo cual no es solo responsabilidad y obligación de los líderes y obreros, sino también de todos cuantos comprenden la verdad y poseen discernimiento. Naturalmente, lo ideal sería que los líderes de la iglesia encabezaran esta labor, compartiendo con los hermanos y hermanas la naturaleza de las acciones de estos individuos, qué tipo de personas son en función de sus manifestaciones y cómo los hermanos y hermanas deberían discernirlos y calarlos. Si no se hace nada por restringir a estas personas malvadas, y todos los hermanos y hermanas se ven perturbados, desorientados y seducidos por ellos, de modo que al final son los líderes de la iglesia los que terminan aislados en lugar de estos individuos, entonces esta iglesia quedará paralizada y se sumirá inevitablemente en el caos. En tales circunstancias, ¿puede continuar la vida eclesiástica normal? Y, si no puede continuar, ¿seguirán siendo fructíferas las reuniones de la iglesia? ¿El pueblo escogido de Dios aún obtendrá algo de estas reuniones? Si el pueblo escogido de Dios no obtiene nada de ellas, ¿bendecirá Dios estas reuniones o las detestará? Las detestará, naturalmente. Una reunión sin la obra del Espíritu Santo y sin la bendición de Dios ya no puede considerarse vida eclesiástica, sino que se convierte más bien en el encuentro de un grupo social. ¿A alguien le gusta una vida eclesiástica desordenada? ¿Resulta edificante o beneficiosa para alguien? (No). Si, durante este periodo, ninguna de las reuniones te ha reportado nada en términos de entrada en la vida, entonces ese tiempo carece de valor o significado para ti; lo has desperdiciado. ¿No significa esto que tu entrada en la vida ha sufrido una pérdida? (Sí). Si durante una reunión hay personas malvadas que compiten por el estatus, riñen y discuten con un líder de la iglesia y, como consecuencia, la gente termina sintiéndose ansiosa y toda la reunión queda impregnada de una atmósfera repulsiva y llena de la energía perversa de Satanás, y si, además de debatir sobre quién lleva razón y quién se equivoca, nadie acude ante Dios a orar y buscar la verdad ni actúa conforme a los principios, ¿habrá aumentado o habrá disminuido tu fe en Dios después de una reunión de esta índole? ¿Habrás comprendido y ganado algo en lo que respecta a la verdad, o las disputas te habrán alterado la mente sin haber ganado nada en absoluto? Quizá pienses a veces: “No entiendo por qué la gente cree en Dios. ¿Qué sentido tiene? ¿Cómo puede esta gente comportarse de este modo? ¿Siguen siendo creyentes en Dios?”. Una única perturbación por parte de los satanases y diablos altera y enturbia el corazón de las personas, que sienten que creer en Dios no tiene sentido, no conocen el valor de la fe en Dios y su mente se dispersa. Si todos fueran capaces de mantenerse alerta y ser particularmente sensibles y agudos con respecto a estas cuestiones, en vez de estar adormecidos y torpes, cuando las personas malvadas dijeran o hicieran cosas en la vida eclesiástica por el afán de competir por el estatus, la mayoría de la gente se percataría enseguida de que existe un problema que necesita solución. Serán capaces de discernir con prontitud quién está manipulando estas situaciones y cuál es su esencia-carácter, se percatarán rápidamente de la seriedad del problema y lograrán parar y restringir a los malvados en un corto espacio de tiempo, los depurarán de la iglesia y evitarán que continúen perturbando y constriñendo a la gente en el seno de esta. ¿No sería esto beneficioso y edificante para la mayoría de las personas? (Sí).
Si os encontráis en situaciones en las que personas malvadas están compitiendo por el estatus, ¿cómo lidiaríais con ellas? ¿Cuál es el punto de vista mayoritario? (Frenaremos ese comportamiento). ¿Solo frenarlo? ¿Cómo? ¿Les prohibiréis hablar? ¿O les diréis: “¡No nos gusta lo que dices, conque en futuras reuniones hablarás menos!”? ¿Eso funcionará? ¿Os escucharán? (No). Entonces, ¿qué habría que hacer? Tienes que exponer y diseccionar a fondo sus intenciones, motivaciones y esencia-naturaleza de acuerdo con la palabra de Dios, de modo que los hermanos y hermanas puedan discernir y permanecer alerta ante tales individuos y la naturaleza de sus acciones, en lugar de ser complaciente y esperar a que los líderes y obreros de la iglesia desenmascaren a los malvados para posicionarte y decir: “Les deberían prohibir asistir a las reuniones”. ¿Está bien ser una persona complaciente? (No, no está bien). Al afrontar situaciones así, ¿acaso la mayoría de la gente no prefiere esquivar estas cuestiones y mantenerse al margen, en lugar de enfrentarse a esas personas malvadas, para evitar que se ofendan y que más adelante resulte incómodo interactuar con ellas? ¿No se adhiere la mayoría de la gente al principio para los asuntos mundanos de ser personas complacientes? (Sí). Pues eso constituye un problema. Supongamos que el ochenta por ciento de las personas de una iglesia son complacientes y, cuando ven que ciertos individuos malvados compiten por el estatus, las posiciones ventajosas y los cargos de líderes en la vida eclesiástica, nadie se alza para pararlos o restringirlos, y la mayoría sostiene el siguiente punto de vista: “Cuantos menos problemas, mejor. No puedo permitirme provocarlos, así que ¿por qué no los evito? Me mantendré alejado de ellos y se acabó. Deja que compitan; cuando llegue el momento, Dios los castigará. ¿Qué tiene que ver conmigo?”. En estas circunstancias, ¿puede ser aún fructífera la vida eclesiástica? La mayoría de la gente es perezosa y dependiente; una vez elegidos los líderes de la iglesia, consideran cumplida su labor y se limitan a esperar a que los líderes lo hagan todo. Si les preguntas si en su iglesia se han distribuido libros de las palabras de Dios, si se han producido trastornos o perturbaciones en la vida eclesiástica o si hay alguien que siempre pregona palabras y doctrinas o compite con los líderes por el estatus, responden: “Los líderes de la iglesia saben todo lo relativo a esas cosas. Yo no las conozco ni tengo por qué molestarme en ellas. Los líderes se encargarán de estas cuando llegue el momento”. No se preocupan ni indagan sobre nada, no están informados de nada, y ni conocen ni les importa ninguna de las personas, acontecimientos o cosas involucrados en la vida eclesiástica, los cuales deberían conocer. En lo que concierne a lo que estas personas malvadas que aparecen en la iglesia dicen y hacen cuando están compitiendo por el estatus, así como a las perturbaciones y efectos que causan en la vida eclesiástica, muestran una total indiferencia y no indagan ni preguntan acerca de estas cuestiones. Después de que todo haya terminado, si les preguntas si han ganado algún discernimiento, si pueden discernir a la gente malvada y cuáles son sus manifestaciones, no saben decir nada aparte de: “Pregunta a los líderes de la iglesia; ellos están enterados de todo”. ¿Una persona así no es una esclava? Es una esclava, una persona cobarde e inútil que vive una existencia vil. Las situaciones en las que los individuos malvados compiten por el estatus requieren discernimiento, manejo y resolución. No es una responsabilidad exclusiva de los líderes de la iglesia, sino compartida por todo el pueblo escogido de Dios. La mayoría de los líderes comprenden un mayor número de verdades que la persona promedio, permanecen alerta ante estos asuntos y pueden percibir los objetivos y la esencia de las acciones de estos individuos. Al mismo tiempo, la mayoría de la gente también debería aprender lecciones y crecer en discernimiento de forma práctica, así como unirse a otros miembros de la iglesia, aquellos que tienen sentido de la rectitud y comprenden y persiguen la verdad, para tomar las acciones apropiadas contra estos individuos malvados que perturban y trastornan la vida eclesiástica. Deberían aislarlos o echarlos en lugar de quedarse de brazos cruzados y limitarse a escuchar un poco de enseñanzas, ampliando algo sus horizontes y adquiriendo cierta conciencia del asunto en su corazón al afrontar estos problemas, dando así por cumplido su cometido. Esto es porque la vida eclesiástica no es algo que solo concierna a los líderes, y no solo recae en ellos la responsabilidad de llevar una buena vida eclesiástica y mantener un orden normal; se requiere el esfuerzo colectivo de todos los que se alzan para mantenerlo.
Los individuos que compiten por el estatus —el tipo mencionado en la quinta categoría— aparecen a menudo en el seno de la vida eclesiástica. Su manifestación más obvia se observa en que compiten por estatus con los líderes de la iglesia, y después también con aquellos que poseen buen calibre y comprenden la verdad con relativa pureza, aquellos que tienen entendimiento espiritual y aquellos que comprenden los principios-verdad entre los hermanos y hermanas, a menudo desafiándolos. Con frecuencia, estas personas comparten luz y algunas comprensiones puras en la vida eclesiástica, contando diversas experiencias personales que resultan valiosas y transmiten un conocimiento práctico, lo cual ayuda y edifica en gran medida a los hermanos y hermanas. Tras escuchar su enseñanza, los hermanos y hermanas disponen de una senda y saben cómo practicar y experimentar la palabra de Dios y cómo resolver sus propios problemas. Se sienten muy agradecidos por la guía de Dios y, al mismo tiempo, admiran y estiman a quienes poseen una comprensión pura de la verdad y experiencias prácticas. Por lo tanto, tienden a respetar mucho a estas personas y a arrimarse a ellas. El hecho de que en la vida eclesiástica surjan cosas positivas que agradan a Dios es lo último que quieren ver aquellos que compiten por el estatus. Cada vez que ven a alguien compartir experiencias prácticas, se inquietan, se ponen celosos y se sienten especialmente incómodos. En su incomodidad, exhiben una expresión de desafío, desdén e insatisfacción, y en su interior a menudo calculan cómo conseguir que quienes tienen experiencias prácticas y comprenden la verdad parezcan tontos, además de cómo hacer que los hermanos y hermanas perciban sus defectos y carencias y que dejen de tenerlos en alta estima y de arrimarse a ellos. Por lo tanto, aquellos que compiten por el estatus están destinados a decir ciertas cosas y llevar a cabo ciertas acciones. Atacan y excluyen a aquellas personas que comparten testimonios vivenciales, así como a aquellas cuya frecuente enseñanza de la verdad provee a los hermanos y hermanas y los ayuda a entrar en la vida. A menudo se aprovechan de las figuras positivas y exponen sus defectos con el objetivo de distanciar al pueblo escogido de Dios de todos aquellos que a menudo comparten la verdad y cuentan testimonios vivenciales. En resumen, aquellos que compiten por el estatus son personajes negativos que se infiltran en la iglesia y desempeñan el papel de lacayos de Satanás.
Había una hermana que cometió errores en sus relaciones íntimas cuando aún no creía en Dios y, tras convertirse en creyente, se arrepintió y no volvió a cometerlos. Sentía un especial remordimiento por sus transgresiones pasadas, de modo que se abrió y lo compartió con los hermanos y hermanas. ¿Cuál es el propósito y el principio de abrirse y compartir? Se trata de fomentar la comprensión mutua y eliminar las barreras internas entre los hermanos y hermanas. La mayoría, después de comprender la verdad, puede abrirse y compartir sus propias revelaciones de corrupción y transgresiones pasadas al mismo tiempo que expresa gratitud y alabanza por la salvación de Dios. ¿Abrirse y compartir así resulta apropiado? (Sí). Después de comprender la verdad, la mayoría de los hermanos y hermanas son capaces de abrirse y compartir de esta manera; ¿constituye esto un problema? (No). Es muy normal que la gente haya cometido algunos errores en lo concerniente a sus relaciones íntimas o en otros aspectos antes de llegar a creer en Dios. Algunas personas pueden hablar de esas equivocaciones, mientras que otras las ocultan y disimulan, y, por mucho que haya quienes pongan en práctica el acto de abrirse y desnudarse ante los demás, ellas se callan sus cosas. Creen que estos errores son trapos sucios de los que nadie puede enterarse, no vaya a ser que pierdan su reputación, su prestigio y su posición. Sin embargo, algunas personas conciben las cosas de forma distinta; creen que, puesto que han llegado a creer en Dios y han aceptado Su salvación, ahora deben abrirse y compartir sobre sus errores pasados, así como sobre las sendas equivocadas que han transitado, y sacarlas a la luz para diseccionarlas; creen que son cosas que han vivido como humanos corrompidos por Satanás. Ahora son capaces de abrirse, desnudarse ante los demás y compartir. Ya sea para resumir su pasado o para ponerle fin, el hecho de que puedan hacer esto demuestra cuál es la actitud de estas personas hacia la práctica de la verdad: están dispuestas a practicarla y tienen la determinación de hacerlo. La manera exacta de practicarla depende de la comprensión y determinación de cada uno. Sin embargo, abrirse y desnudarse ante los demás no constituye ningún error, y mucho menos un pecado. No debería emplearse para aprovecharse de nadie, y menos aún convertirse en una prueba que otros aprovechen para atacarlas. La mayoría de las personas pueden manejar este asunto de forma correcta; es decir, tienen una comprensión de él que es pura y conforme a los principios-verdad. Sin embargo, los individuos malvados albergan malas intenciones; insisten en aprovechar las confesiones de las personas para ridiculizarlas, jugar con ellas y juzgarlas. Son acciones malvadas que resultan bastante evidentes. Quienes son capaces de desnudarse ante los demás, abrirse y compartir su corrupción y las sendas equivocadas que han tomado poseen un corazón con hambre y sed de justicia en su enfoque de la verdad y de las palabras de Dios. En consecuencia, al leer las palabras de Dios, ganan inconscientemente varios conocimientos y percepciones prácticas que los ayudan a encontrar la senda de la práctica frente a las dificultades y la infinidad de situaciones que ocurren en sus vidas, lo cual conduce a una cierta comprensión vivencial genuina de la verdad. Compartir estas comprensiones vivenciales genuinas resulta edificante y útil para los demás; los hermanos y hermanas mirarán a estas personas con admiración y respeto y dirán: “Tus experiencias prácticas son realmente maravillosas. Después de escucharlas, siento una profunda empatía. Veo que tu forma de practicar la verdad es correcta y está bendecida por Dios. Yo también estoy dispuesto a desprenderme de mis propias nociones y prejuicios y soltar mi bagaje; quiero practicar la verdad de una forma sencilla y recibir, al igual que tú, el esclarecimiento y la guía de Dios. Esta es la senda correcta”. ¿No son bastante normales estas manifestaciones? ¿No resulta muy apropiado que surjan relaciones así entre los hermanos y hermanas? Se trata de un tipo de relación interpersonal que difiere del que se establece entre los que no creen en Dios; es una relación aprobada por Dios y que Él desea ver. Solo cuando existe una relación normal de este tipo entre los hermanos y hermanas, la vida eclesiástica también podrá ser normal. Sin embargo, siempre habrá personas malvadas o con intenciones maliciosas que se alzarán para atacar, denigrar y excluir a aquellos que cuentan con experiencias prácticas, a aquellos que tienen sed y hambre de la verdad y a aquellos que admiran y tienen en gran estima a las personas con experiencia. ¿Por qué los atacan? Su propósito no es otro que competir por un cierto estatus dentro de la iglesia. Como no aman la verdad ni la persiguen, se hacen pasar por buscadores de la verdad y se inventan experiencias falsas para desorientar a todos los demás y ganarse su estima. Esto significa que utilizan los métodos de Satanás para desorientar y controlar a la gente con el fin de conseguir el estatus y el poder deseados. Tales incidentes ocurren con frecuencia en iglesias de todas partes y son visibles para todos. Si descubrís que algunos hermanos y hermanas poseen parte de la realidad-verdad, que pueden compartir una genuina comprensión vivencial de las palabras de Dios durante las reuniones y se han granjeado los elogios de muchos, pero que, no obstante, por algún motivo, algunos los atacan, toman represalias contra ellos y los hunden en la miseria, entonces deberíais permanecer alerta y discernir qué clase de individuos tienen estas conductas. ¿Por qué se ataca y se excluye a menudo a quienes persiguen la verdad? ¿Qué está ocurriendo aquí en realidad? Esto indica, sin duda alguna, un problema.
En la vida eclesiástica, se debería prestar especial atención a quienes se dedican con frecuencia a sacar fallos a los líderes y obreros. Asimismo, ciertas personas suelen burlarse, ridiculizar o atacar a quienes persiguen relativamente la verdad y anhelan las palabras de Dios. También hay que vigilar y observar de cerca a estos personajes negativos para determinar cuáles serán sus próximas acciones. Si alguien expone los defectos de los líderes de la iglesia o ataca a personas que poseen la realidad-verdad sin un motivo justo mientras participa en la vida eclesiástica, no cabe duda de que existe un problema y una razón oculta; está claro que no es sin motivo. Los hermanos y hermanas deberían prestar seria atención a semejantes individuos, porque no se trata de un asunto menor. A veces, después de haber escuchado un testimonio de experiencia práctica y sentir un gozo pleno en el corazón, o después de haber ganado un poco de luz y entendimiento, cabe la posibilidad, sin embargo, de que uno se vea sumido en la confusión por ciertas palabras desorientadoras pronunciadas por gente malvada, de modo que pierden todo cuanto acaban de ganar. Justo cuando uno ha empezado a edificar un poco de fe, se ve perturbado por la gente malvada y retorna a su estado original; justo cuando empieza a desarrollar una cierta sed por la verdad y la palabra de Dios, junto con una cierta determinación para practicar la verdad, se ve perturbado por la gente malvada y pierde el ánimo y la motivación, y entonces lo que quiere es abandonar enseguida este lugar de conflicto. ¿Son graves estas consecuencias? Son gravísimas. Por lo tanto, si en la iglesia existe alguien que siempre crea polémicas por cosas que no se ajustan a sus deseos, discute sobre quién lleva razón, debate sobre qué está bien y qué está mal, e incluso cuestiona quién es superior o quién es inferior, entonces este individuo debería hacer saltar todas las alarmas. Observa qué papel desempeñan esos individuos en la iglesia y qué consecuencias generan, y a través de ello podrás desentrañar cuál es su esencia-naturaleza.
En la iglesia, se observa otra clase de manifestación de competir por el estatus, la cual implica trastornar y perturbar la vida eclesiástica y el trabajo de la iglesia. A veces, por ejemplo, cuando los hermanos y hermanas comparten juntos un problema, la charla de todos aporta cierta luz; cuanto más comparten, más claros y lúcidos se vuelven los principios-verdad, y no tardan en comprender la senda de la práctica. Sin embargo, quizá haya alguien que, de repente, plantee una “idea brillante”, una sugerencia suya, que rompa la fluidez de la charla y la lleve por otros derroteros, dejando inconclusa la enseñanza del tema principal. A simple vista, no parece que esté causando ninguna perturbación, ni mucho menos impidiendo que otros compartan la verdad, sino que no ha elegido el momento apropiado para sacar este tema. Al introducir un nuevo tema de debate a compartir en un momento crítico en el que se está compartiendo la verdad para solucionar un problema, el asunto anterior queda interrumpido antes de resolverse por completo. ¿No supone esto dejar la tarea a la mitad? ¿Acaso no retrasa esto la solución del problema? No solo no se soluciona el problema, sino que se retrasa la comprensión de la verdad por parte de la gente. ¿Son capaces de hacer esto las personas con razón? ¿Sería ir demasiado lejos asegurar que tales cosas trastornan y perturban la vida de la iglesia? No, no creo que sea ir demasiado lejos. Si se perturba una reunión como esta cuando se está compartiendo la verdad para resolver un problema: ¿acaso no es eso trastornar y perturbar deliberadamente la vida eclesiástica? Si alguien siempre mete las narices en momentos cruciales cuando se está compartiendo la verdad para resolver un problema, si siempre intenta acortar las cosas, no se trata entonces de un problema de falta de razón; se está perturbando deliberadamente la reunión mientras se está compartiendo la verdad para resolver un problema, este es el hecho malvado de trastornar y perturbar la vida eclesiástica, simple y llanamente, y solo los anticristos y la gente malvada, aquellos que odian la verdad, hacen tales cosas. No importa el contexto o las circunstancias, las personas así siempre tienen que soltar sus “ideas brillantes”, siempre quieren que los ojos se fijen en ellos, ser el foco de atención. No importa lo crucial e importante que sea el tema que la gente está compartiendo, tienen siempre que meter las narices, que desviar la atención de la gente y soltar ideas altisonantes con el deseo de parecer únicos. ¿Qué clase de artimaña están intentando hacer? ¿Acaso no es eso competir por el estatus? Quieren controlar la situación. No quieren que la gente tenga una mayor comprensión y más claridad de la verdad; lo que más les importa es que todo el mundo les preste atención, los escuche, los obedezca y hagan lo que ellos dicen. Eso es claramente competir por el estatus. A algunas personas, independientemente del trabajo que realicen, cuando les pides que compartan ideas y planes específicos para poner algo en práctica, así como los pasos concretos para llevarlo a cabo de forma detallada, no se les ocurre nada. Sin embargo, les gusta soltar ideas altisonantes, parecer poco convencionales y hacer cosas novedosas y deslumbrantes. Da igual cuál sea la situación en cuestión, en cuanto se les ocurre una idea novedosa, la presentan como una inspiración y se apresuran a proponerla para que los demás la acepten y den su conformidad, sin detenerse a meditarla con detenimiento. Pero, cuando finalmente les piden que especifiquen sendas concretas para ponerla en práctica, se quedan sin palabras. Carecen de aptitudes, pero aun así albergan el deseo de lucirse, siempre aspirando a hacerse notar. No están dispuestos a tener un papel secundario; no quieren ser un simple seguidor corriente más. Temen continuamente que los demás los miren por encima del hombro, por lo que quieren reafirmar su presencia en todo momento. De modo que siempre están soltando ideas altisonantes para hacerse notar. ¿Por qué actúan así? Cuando les viene una idea a la cabeza, la consideran buena y digna de ser puesta en práctica ciegamente, sin meditarla ni dejarla madurar. Y, al presentarla apresuradamente, otras personas no la entienden y, como es natural, plantean algunas preguntas. Incapaces de responder, insisten en que llevan razón y que todos deberían aceptar su opinión. ¿Qué clase de carácter es este? ¿Qué consecuencias acarreará su infundada perseverancia en sus propias opiniones? ¿Resulta beneficiosa o perturbadora para el trabajo de la iglesia? ¿Resulta beneficiosa o perjudicial para el pueblo escogido de Dios? Son capaces de decirlo sin ningún sentido de la responsabilidad; ¿cuál es su propósito? Solo buscan reafirmar su presencia. Temen que los demás no sepan que tienen “ideas brillantes”, que no sepan que tienen calibre, inteligencia y aptitudes; se afanan en conseguir ese reconocimiento para que la mayoría de la gente los tenga en alta estima. ¿Qué sucede al final? Hacen sugerencias precipitadas y, al principio, los demás piensan que realmente poseen algunas aptitudes, algo auténtico. Sin embargo, con el tiempo, se hace patente que no son más que unos zopencos, que, aunque carecen de verdaderos conocimientos o destrezas, quieren tener siempre la última palabra. Esto es competir por el estatus. Aun sin aptitudes reales, quieren llevar la voz cantante; siempre sueltan ideas altisonantes sin presentar ningún plan concreto, pues carecen de una senda de práctica específica. ¿Qué consecuencias se producirían si realmente les confiaran una labor? Seguramente generarían retrasos. ¿Por qué siempre buscan competir por el estatus, ostentar el poder, cuando no son capaces de lograr nada? Son unos zopencos, les falta un hervor; expresándolo en términos más elegantes, carecen por completo de razón. Entre los no creyentes existen demasiadas personas así, de mucha palabrería y poca acción. La mayoría de la gente sabe discernirlas un poco. Si alguien está continuamente soltando ideas altisonantes y quiere parecer innovador, uno debería andar con cautela para no dejarse engañar. Si en verdad hay alguien con ideas perspicaces y que, además, puede presentar un plan concreto, solo cabría aceptarlo si resulta viable; si se limita a soltar ideas altisonantes sin presentar planes concretos, entonces uno debería tratarlo con cautela. Habría que celebrar una charla para determinar si existe o no un camino viable para sus ideas. Si la mayoría considera que su idea es factible y tiene una senda de práctica, debería probarse durante una temporada para ver qué resultados se obtienen antes de tomar una decisión.
Independientemente del aspecto de la verdad que la iglesia comparta o del problema que resuelva, aparecerán personas de toda clase. Tras interactuar con ellas durante largo tiempo, uno percibe quién puede aceptar la verdad y la ama realmente y quiénes son los que trastornan, perturban y no atienden las tareas debidas. ¿Creéis que aquellos con afición a soltar ideas altisonantes y presentar ideas novedosas pueden aceptar la verdad y emprender el camino correcto de la fe en Dios? En mi opinión, no les resulta fácil. ¿Qué papel desempeñan estas personas en la vida eclesiástica? ¿Cuáles son las consecuencias de que a menudo suelten ideas altisonantes y no atiendan las tareas debidas? Trastorna y perturba la vida eclesiástica, algo que la mayoría de las personas puede observar, y, si la situación continúa, retrasará al pueblo escogido de Dios en la búsqueda de la verdad y la entrada en la realidad. Aunque quienes gustan de soltar ideas altisonantes no son necesariamente personas malvadas, las consecuencias de sus acciones resultan muy perjudiciales para la entrada en la vida del pueblo escogido de Dios y, al mismo tiempo, sus acciones también retrasan y afectan a la obra de la iglesia. Así pues, ¿cómo debería resolverse este problema? ¿Cómo se debería lidiar adecuadamente con las personas que gustan de soltar ideas altisonantes y presentar ideas novedosas? El primer método es este: si les gusta soltar ideas altisonantes y siempre tienen opiniones, déjales que hablen primero y luego ejerce el discernimiento. Da igual quiénes sean, todos tienen libertad para hablar y expresar sus opiniones; nadie debería restringirlo. Debería permitirse que cualquiera que verdaderamente tenga ideas y percepciones sensatas hable y las aclare, para que todos las vean, y luego compartir y debatir si son correctas, si se ajustan a los principios-verdad y si se pueden adoptar al menos en parte. Si vale la pena aprender de ellas y se puede obtener algún beneficio, eso es bueno; si, después de compartirlo y debatirlo, se determina que sus propuestas carecen de valor y no son recomendables, entonces deberían abandonarse. Con esta práctica, todos tendrán más discernimiento; cada vez que surja algo, todos sabrán cómo reflexionar sobre dicha cuestión y comprenderán mejor a las diversas personas. Esta práctica resulta beneficiosa para el pueblo escogido de Dios y no provocará perturbaciones en la obra de la iglesia; esta manera de practicar es correcta. El segundo método es el siguiente: cuando las sugerencias carezcan de valor y no reporten ningún beneficio aunque se hable sobre ellas y se debatan, deberían rechazarse directamente; no hace falta compartirlas ni debatirlas. Si una persona continúa planteando tales “ideas brillantes” y cuestiones inútiles hasta el punto de que el pueblo escogido de Dios se harte y no esté dispuesto a escucharla más, ¿no habría que limitar a esa persona? Lo mejor sería aconsejarle que mostrara una mayor razón, que se abstuviera de decir cosas que no deberían decirse para evitar afectar a los demás. Si esta persona carece de razón e insiste en seguir así, causando perturbaciones en la vida eclesiástica y haciendo que todos se sientan particularmente molestos, incluso furiosos, es que se trata de una persona malvada que perturba la vida eclesiástica. Hay que lidiar con ella de acuerdo con los principios de la casa de Dios para depurar la iglesia; lo apropiado es echarlo de esta. Decidme, ¿a qué clase de personas pertenecen casi todos aquellos que gustan de soltar ideas altisonantes? ¿Son de las que persiguen la verdad? ¿Se gastan sinceramente para Dios? Desde luego que no. Entonces, ¿qué propósito e intención albergan al causar tales perturbaciones en la vida eclesiástica? Esto requiere discernimiento. Si todos han adquirido ya una comprensión suficiente de este tipo de personas y saben que carecen de intelecto, calibre y razón —que son sencillamente unos zopencos—, la manera más apropiada de lidiar con ellas cuando expresan sus “ideas brillantes” es frenarlas y limitarlas, hacerlas callar. Si insisten en hablar, en causar perturbaciones en la vida eclesiástica, hay que echarlas de la iglesia para evitar más problemas. Hay quien dirá: “¿No supone esto arruinar sus posibilidades de ser salvadas?”. Decir esto es un error. ¿Podría Dios salvar a tales personas? ¿Las personas que tienen ese carácter pueden aceptar la verdad? ¿Pueden alcanzar la salvación sin aceptar la verdad en lo más mínimo? ¿No es sumamente tonto e ignorante no poder ver siquiera el fondo de tales asuntos? En cualquier caso, aquellos que causan frecuentes perturbaciones en la vida eclesiástica son personas malvadas y Dios no las salvará. Mantener en la iglesia a alguien a quien Dios no salvará, ¿no significa perjudicar deliberadamente al pueblo escogido de Dios? ¿Aman de verdad aquellos que se compadecen de tales personas malvadas? Yo creo que no; el suyo es un amor falso. La verdad es que pretenden perjudicar al pueblo escogido de Dios. Por lo tanto, Sus escogidos deben permanecer alerta ante cualquiera que defienda a las personas malvadas para no dejarse desorientar por sus palabras endiabladas. Algunos que gustan de soltar ideas altisonantes pueden causar perturbaciones en la vida eclesiástica al hacerlo continuamente, aunque no parezcan malvados y no perpetren actos claramente malvados; como mínimo, son tipos atolondrados. ¿Qué opináis, puede salvarse la gente atolondrada? Desde luego que no. Si los atolondrados perturban la vida eclesiástica sin cesar, también habría que echarlos de la iglesia. La gente atolondrada no acepta la verdad, son impenitentes incorregibles y persiguen el mismo fin que las personas malvadas. Sean malvadas o atolondradas, si trastornan y perturban a menudo la vida eclesiástica, no hacen caso de los consejos y hablan descontroladamente como un coche sin frenos, ¿no es señal de una razón anómala? ¿Cuáles serían las consecuencias a largo plazo si estos atolondrados siguieran perturbando la iglesia de esta manera? Además, ¿pueden arrepentirse de verdad? ¿Salva Dios a las personas atolondradas con razón anómala? Una vez que se comprenden por completo estas cuestiones, quedará claro cómo lidiar con estos individuos debidamente. Sin duda la gente atolondrada no ama la verdad, la cual queda fuera de su alcance. Los atolondrados no entienden el lenguaje humano; cabría decir que carecen de humanidad normal y están medio locos; en realidad, son sencillamente unos inútiles. ¿Pueden rendir un buen servicio? Cabe afirmar sin duda que ni siquiera son capaces de rendir un servicio que esté a la altura, porque su razón es precaria; son personas que no entienden ni jota. Si alguien desea mostrar amor a las personas atolondradas, deja que las apoye. La actitud de la casa de Dios hacia los atolondrados es que hay que echarlos. A quien no acepte la verdad en lo más mínimo, a quien no cumpla sinceramente con su deber y lo desempeñe siempre de forma negligente, hay que limitarlo si causa perturbaciones frecuentes en la vida eclesiástica. Si hay quien siente remordimientos y está dispuesto a arrepentirse, se le debería dar la oportunidad de hacerlo. Aquellos cuya esencia no pueda desentrañarse deberían permanecer temporalmente en la iglesia a fin de que el pueblo escogido de Dios pueda supervisarlos, observarlos y tener más discernimiento. Si hay quienes constantemente trastornan y perturban y, a pesar de haberlos podado, siguen siendo impenitentes incorregibles, continúan compitiendo por la fama y las ganancias y atacando y excluyendo a las figuras positivas —en especial atacando a quienes persiguen la verdad y pueden contar testimonios vivenciales, así como a quienes se gastan sinceramente para Dios y cumplen con sus deberes—, es que son individuos malvados y anticristos, son incrédulos. En tal caso, no se trata solo de frenarlos y limitarlos; hay que echarlos de la iglesia con prontitud para evitar futuros problemas. Esta forma de práctica es totalmente conforme a las intenciones de Dios.
Estas son, a grandes rasgos, las diversas manifestaciones de competir por el estatus, desde las menores hasta las más graves. Las manifestaciones menores se refieren principalmente a burlarse de los líderes y obreros con palabras duras, ser puntillosos y atacar su proactividad con el objetivo de destruirlos y desacreditarlos. Las manifestaciones más graves son oponerse directa y abiertamente a los líderes y obreros, buscar cosas que puedan usar en su contra y juzgarlos, condenarlos, atacarlos y excluirlos, para luego aislarlos y obligarlos a admitir su culpa y dimitir, con el fin de apoderarse de su estatus. Estos son los problemas más graves de trastorno y perturbación que se dan en la vida eclesiástica. Aquellos que claman abiertamente contra los líderes u obreros y compiten con ellos por el estatus son quienes perturban la obra de la iglesia y se resisten a Dios, son personas malvadas y anticristos, y no solo hay que frenarlos y limitarlos; si la situación es grave y es necesario deshacerse de ellos o expulsarlos, entonces hay que lidiar con ellos conforme a los principios. Existe también otra manifestación de competir por el estatus: excluir y atacar a los miembros de la iglesia que más persiguen la verdad. Puesto que las personas que persiguen la verdad poseen una comprensión pura, así como cuentan con experiencias y un conocimiento verdadero de las palabras de Dios y a menudo comunican la verdad para resolver problemas entre los hermanos y hermanas, de modo que edifican al pueblo escogido de Dios y gradualmente ganan prestigio en la iglesia, estas personas malvadas y anticristos las envidian y se muestran desafiantes contra ellas, las excluyen y atacan. Cualquier comportamiento que consista en atacar o excluir a las personas que persiguen la verdad constituye directamente un trastorno y una perturbación para la vida eclesiástica. Hay quienes quizá no apuntan directamente hacia los líderes de la iglesia, pero sí sienten una antipatía y un desdén especiales por los miembros de la iglesia que comprenden la verdad y cuentan con experiencias prácticas. También excluyen y oprimen a dichas personas, y a menudo se burlan de ellas y las ridiculizan, llegando incluso a tenderles trampas y maquinar contra ellas, etcétera. Si bien esta clase de problemas no son tan graves en cuanto a su naturaleza y circunstancias como el hecho de competir con los líderes de la iglesia por el estatus, también conllevan trastornos y perturbaciones en la vida eclesiástica, y deben frenarse y limitarse. Si los hermanos y hermanas de la iglesia, en su mayoría, se ven afectados y sumidos a menudo en la negatividad y la debilidad, si los problemas generan consecuencias de estas características, vienen a ser trastornos y perturbaciones. No solo hay que restringir al tipo de gente malvada que crea trastornos y perturbaciones, sino que, además, habría que enviarla al Grupo B para aislarla y que reflexione, o bien habría que echarla. Aquellos que participan en acciones que por su naturaleza causan trastornos y perturbaciones son personas que cometen el mal habitualmente. En lo referente a cómo tratar a quienes hacen el mal, debería distinguirse entre las personas malvadas que lo hacen con frecuencia y quienes lo hacen de manera ocasional. Los individuos que perpetran maldades muy diversas son anticristos; los que cometen malas acciones esporádicamente son de pobre humanidad. Si dos personas discuten o se enzarzan en riñas de vez en cuando porque tienen personalidades incompatibles, o porque tienen diferentes puntos de vista al hacer las cosas, o porque tienen formas de hablar distintas, pero la vida eclesiástica no se ve afectada, entonces no encierra una naturaleza de causar trastornos o perturbaciones; se trata de un caso distinto, no es como si fueran personas malvadas que trastornan y perturban la vida eclesiástica. Todas las cosas que por naturaleza causan trastornos y perturbaciones en la vida eclesiástica, de las cuales hemos estado hablando, son manifestaciones de maldad por parte de las personas malvadas. Cuando estas hacen el mal, es lo habitual. Odian a las personas que persiguen la verdad más que a ninguna otra cosa. Cuando ven que alguien que persigue la verdad es capaz de contar su propio testimonio vivencial y se granjea así una especial admiración por parte de los demás, la envidia los corroe, se llenan de odio y los ojos les arden de rabia. Quien reflexiona y se conoce a sí mismo, quien comparte sus experiencias prácticas y quien da testimonio de Dios se encuentra con la burla, la denigración, la opresión, la exclusión, el juicio e incluso la persecución por parte de estas personas malvadas. Acostumbran a actuar de esta manera. No permiten que nadie sea mejor que ellos, no soportan ver que hay personas mejores que ellos. Cuando ven a alguien mejor, se ponen celosos, se enfadan, se indignan y piensan en hacerle daño y atormentarlo. Esta gente ya ha causado graves trastornos y perturbaciones en la vida eclesiástica y en el orden de la iglesia, por lo que los líderes y obreros deben unir fuerzas con los hermanos y hermanas para desenmascarar, frenar y limitar a tales individuos. Si no resulta posible limitarlos y no se arrepienten ni cambian de rumbo después de haberles comunicado la verdad, es que son malvados, y las personas malvadas deberían ser medidas y tratadas conforme a los principios de la casa de Dios para depurar la iglesia. Si, al compartir, los líderes y obreros alcanzan un consenso y determinan que se trata de una persona malvada que perturba la iglesia, el asunto debería manejarse de acuerdo con los principios-verdad: habría que echarla de la iglesia. Debe acabarse la tolerancia hacia esas personas malvadas que perturban la vida eclesiástica. Si los líderes y obreros tienen claro que esto viene a ser alguien malvado causando perturbaciones y, sin embargo, aún fingen ignorancia y toleran a la persona malvada que está haciendo el mal y causando la perturbación, es que no están cumpliendo sus responsabilidades para con los hermanos y hermanas y están siendo desleales a Dios y a Su comisión.
Hay personas que, observando su aspecto, quizá parezcan estar bien, pero que en realidad tienen un coeficiente intelectual similar al de un zopenco. Hablan y actúan sin entender qué es lo apropiado, faltos de la racionalidad de la humanidad normal. Estas personas también disfrutan compitiendo por el estatus y la reputación, pugnando por tener la última palabra y disputándose el aprecio de los demás. En la vida eclesiástica, a menudo proponen opiniones y argumentos válidos en apariencia, pero falaces en la realidad, con el fin de granjearse la atención y el aprecio de la mayoría, perturbando los pensamientos de la gente, perturbando su correcta comprensión y conocimiento de las palabras de Dios y perturbando su interpretación positiva de todas las cosas. Cuando otros hablan sobre las palabras de Dios y su entendimiento puro, estas personas a menudo aparecen como bufones para hacer notar su presencia y acaparar la atención de todos, siempre deseosos de mostrar a los hermanos y hermanas que conocen uno o dos trucos y que son unos eruditos, muy cultos e instruidos, entre otras cosas. Aunque aún no tienen objetivos claros en cuanto a qué líder apuntar o el puesto por el que quieren competir, sus deseos y ambiciones son tan grandes que sus palabras y acciones han causado perturbaciones en la vida eclesiástica, por lo que también hay que restringirlos de acuerdo con la gravedad de la situación y de su naturaleza. Lo mejor sería compartirles primero la verdad para guiarlos correctamente y orientar su comportamiento, facilitando que vuelvan a enderezarse y que entiendan cómo vivir con normalidad la vida eclesiástica, cómo interactuar con los demás, cómo permanecer en el sitio que les corresponde y cómo ser racionales. Si se trata de una cuestión debida a su corta edad, su falta de perspicacia y su arrogancia juvenil, y si se han arrepentido tras repetidas enseñanzas, dándose cuenta de que sus acciones pasadas eran incorrectas y vergonzosas, que repugnaban y causaban problemas a todos, y han expresado sus disculpas y remordimientos, entonces no existe necesidad de recriminárselo; se les puede ayudar simplemente con amor. Sin embargo, si las malas acciones que perturbaron a todos no se debieron a una arrogancia juvenil o a una falta de comprensión de la verdad, sino que estuvieron impulsadas por motivos ocultos, y persisten en su conducta a pesar del desaliento repetido; y si, asimismo, ya los han podado y los hermanos y hermanas han hablado con ellos sobre la gravedad de la situación —les han ofrecido enseñanzas y ayuda desde aspectos tanto negativos como positivos— y aun así no pueden reconocer su propia esencia-naturaleza, no perciben la perturbación que sus acciones causan a los demás ni sus graves consecuencias y continúan creando perturbaciones y trastornos al llevar a cabo estas mismas acciones cada vez que tienen la oportunidad, en este caso está justificado tomar medidas más severas. Si, tras haberles concedido sobradas oportunidades para arrepentirse, no reflexionan ni intentan conocerse a sí mismos en lo más mínimo, y si no comprenden la verdad por más que se haya compartido con ellos, ni saben cómo actuar racionalmente y de acuerdo con los principios, sino que se aferran con obstinación a su propio estilo de hacer las cosas, es que existe un problema con estos individuos. Como mínimo, desde un punto de vista racional, carecen de la razón de una persona normal. Esto es viéndolo por encima. Si, al observarlo en términos de esencia, independientemente de cómo hayan compartido con ellos, no son capaces de reconocer la gravedad del asunto, ni de encontrar el sitio que les corresponde, ni de aceptar que compartan con ellos y los ayuden, ni de practicar conforme a la senda compartida por los hermanos y hermanas; si ni siquiera pueden lograr estas cosas, su problema no consiste solo en una falta de razón, sino que radica en su humanidad. Aunque parezca que causan trastornos y perturbaciones involuntariamente, desde luego sus actos no carecen de intención, sino que los perpetran con un propósito y motivos. Dejando a un lado cuáles podrían ser los motivos o el propósito de estos individuos, si sus palabras y acciones trastornan y perturban gravemente la entrada en la vida de los hermanos y hermanas, así como la vida eclesiástica, llevando a que muchas personas no ganen nada viviéndola, hasta al extremo de que otros no estén dispuestos a reunirse solo porque ellos se hallan presentes, o si cada vez que hablan la gente se desanima y quiere marcharse, entonces la naturaleza de este problema llega a ser grave. ¿Cómo habría que lidiar con estos individuos? Si siguen persistiendo en hacer estas cosas a pesar de que les hayan ofrecido enseñanzas y ayuda en numerosas ocasiones y les hayan dado oportunidades para arrepentirse, es que su esencia-naturaleza es problemática. No son auténticos creyentes en Dios y no pueden aceptar la verdad, sino que tienen otras intenciones ocultas. Observando su esencia-naturaleza, no cabe duda de que los trastornos y perturbaciones que causan a la vida eclesiástica no son involuntarios, sino que albergan un propósito y motivos. ¿Sería justo para el pueblo escogido de Dios, el cual vive la vida eclesiástica con normalidad, que les concedieran más oportunidades? (No). El problema con tales individuos ya se ha revelado hasta este punto; si les siguen concediendo oportunidades esperando que se arrepientan y, como resultado, terminan cometiendo más maldades, sumiendo a más gente en un estado de negatividad y debilidad, y sin tener salida, ¿quién compensará esta pérdida? Por lo tanto, si les han ofrecido enseñanzas y ayuda con amor, o se han tomado medidas para frenarlos y limitarlos, pero ni aun así cambian sus viejas costumbres y persisten en su conducta original, habría que lidiar con ellos de acuerdo con los principios: en los casos leves, habría que aislarlos; en los casos graves, habría que echarlos de la iglesia. ¿Qué os parece este principio? ¿Consiste en machacar a alguien sin piedad, sin darle la oportunidad de arrepentirse? ¿O en tomar una decisión arbitraria sin ejercer ningún discernimiento y sin comprender con claridad cuál es su verdadera esencia-naturaleza? (No). Si, a pesar de haberles ofrecido enseñanzas y ayuda y haberles dado la oportunidad de arrepentirse, estos individuos no han cambiado sus maneras ni su carácter en lo más mínimo ni se han arrepentido, siguiendo igual que antes —con la única diferencia de que lo que antes hacían abierta y visiblemente ahora lo hacen en secreto y furtivamente, pero la perturbación y el trastorno siguen siendo los mismos—, entonces la iglesia ya no puede mantenerlos en su seno. Tales individuos no son miembros de la casa de Dios; no pertenecen a Su rebaño. Su presencia en la casa de Dios no sirve más que para causar trastornos y perturbaciones; son lacayos de Satanás, no son hermanos o hermanas. Si siempre los tratas como si fueran hermanos o hermanas, sin dejar de brindarles apoyo y ayuda ni de compartir la verdad con ellos y al final resulta que has invertido en vano una gran cantidad de esfuerzo sin obtener ningún fruto, ¿no has hecho el tonto? Es algo más que el tonto; es una estupidez, ¡una estupidez absoluta!
Examinando la naturaleza de los problemas, las diversas manifestaciones y los tipos de personas, acontecimientos y cosas involucrados en la competición por el estatus pueden clasificarse básicamente en estas tres categorías. Competir por el estatus es un problema común en la vida eclesiástica, que surge en diferentes grupos de personas y en distintas facetas de esta. En cuanto a los que compiten por el estatus, en los casos leves se les debería ofrecer una extensa enseñanza de la verdad para brindarles apoyo y ayuda a fin de que puedan comprenderla, así como la oportunidad de arrepentirse. Si se trata de un caso grave, habría que vigilarlos de cerca y, en cuanto se descubra que hablan o actúan con el objetivo de lograr un determinado fin o propósito, habría que frenarlos y limitarlos de inmediato. En los casos de incluso mayor gravedad, habría que tratarlos y lidiar con ellos de acuerdo con los principios de la iglesia para echar y expulsar a la gente. Esta es la responsabilidad que deben cumplir los líderes y obreros cuando en la vida eclesiástica aparecen personas, acontecimientos y cosas involucrados en la competición por el estatus. Por supuesto, también se requiere que todos los hermanos y hermanas den un paso al frente y cooperen con los líderes y obreros en esta tarea, restringiendo colectivamente las diversas conductas y acciones de las personas malvadas que causan trastornos y perturbaciones; cerciorándose de que no vuelvan a producirse; esforzándose por garantizar que cada ocasión de la vida eclesiástica esté esclarecida por el Espíritu Santo, colmada de paz, alegría y la presencia de Dios, y tenga Su bendición y Su guía; esforzándose para que cada reunión sea un momento de gozo y ganancia. Esta es la mejor clase de vida eclesiástica, la que Dios desea ver. Acometer esta labor resulta relativamente complejo para los líderes y obreros, pues implica relaciones interpersonales, así como la reputación y los intereses de la gente y su nivel de comprensión de la verdad, lo cual plantea un desafío algo mayor. Sin embargo, cuando surjan problemas, no los evites, ni minimices las cuestiones importantes como si fueran nimias, pues al tratarlas como si fueran asuntos menores al final quedarán sin resolver; tampoco deberías recurrir a las filosofías para los asuntos mundanos y hacerles la vista gorda. Es más, no seas una persona complaciente y en su lugar trata a los diversos individuos que compiten por el estatus de acuerdo con los principios-verdad. ¿Ha quedado clara esta enseñanza? (Sí). Pues con esto concluye nuestra charla sobre el punto cinco.
VI. Entablar relaciones impropias
El sexto problema que trastorna y perturba la obra de Dios y el orden normal de la iglesia radica en el hecho de entablar relaciones impropias. Siempre que las personas entren en contacto y puedan reunirse, habrá vida comunitaria, de la cual surgirán relaciones diversas. Entonces, ¿cuáles de estas relaciones son procedentes y cuáles son impropias? Comentaremos primero qué constituye una relación procedente y luego hablaremos sobre las impropias. Cuando los hermanos y hermanas se encuentran y se saludan, quizá se digan cosas como: “¿Cómo te ha ido últimamente? ¿Estás bien de salud? ¿Tu hijo empieza el instituto el año que viene? ¿Cómo va el negocio de tu cónyuge?”. ¿Un saludo mutuo de este estilo se considera una relación procedente? (Sí). ¿Por qué lo dices? Porque, cuando se juntan por casualidad dos personas que llevan largo tiempo sin verse, intercambiar unas palabras de saludo representa la etiqueta más básica, así como la muestra más fundamental de preocupación y de saludo. Todo esto son palabras, acciones y temas relevantes que la gente menciona dentro de los límites de la humanidad normal. A juzgar por la conversación mantenida hasta ahora, salta a la vista que su relación es bastante procedente. Su diálogo se basa tanto en la etiqueta como en la humanidad normal y, a partir de estos dos puntos, se puede determinar que la relación que mantienen los dos interlocutores es procedente, representa una relación interpersonal normal. Si dos personas que se conocen muy bien fruncen el ceño cuando se encuentran y no se dirigen la palabra, y al mirarse sus ojos destilan hostilidad, ¿es esta una relación normal? (No, no lo es). ¿Por qué no? ¿Cómo debería definirse exactamente? Cuando dos personas se encuentran, pero no se saludan la una a la otra, ni siquiera intercambian un “hola”, ni mucho menos entablan una conversación y un diálogo normales, resulta obvio que sus manifestaciones no reflejan lo que se espera de la humanidad normal. No tienen una relación interpersonal normal; es un tanto retorcida, pero aun así no constituye una relación impropia, aún la separa un cierto margen. En general, cuando la relación entre las personas se establece sobre la base de la humanidad normal, donde los individuos pueden interactuar y asociarse con normalidad y conforme a los principios, así como ayudarse, apoyarse y proveerse unos a otros, todo indica que se trata de una relación procedente entre las personas. Significa manejar las situaciones de una manera parecida a la profesional, sin involucrarse en transacciones, sin que haya intereses enrevesados; es más, sin que exista odio y donde las acciones no estén movidas por deseos carnales. Todo esto pertenece al ámbito de las relaciones procedentes. ¿No se trata de un abanico muy amplio? Las relaciones interpersonales normales implican diálogo y comunicación dentro del ámbito de la humanidad normal, interactuar y relacionarse con los demás, así como trabajar juntos sobre la base de la conciencia y la razón de la humanidad normal. A un nivel superior, implica interactuar y relacionarse de acuerdo con los principios-verdad. Esto es una definición general de una relación interpersonal procedente entre la gente. Saludarse unos a otros al coincidir en un sitio es la forma más normal de interacción. Ser capaz de saludar y conversar normalmente sin darse aires, no presuponer que hay afecto donde no lo hay, no actuar con superioridad, hablar sin oprimir a los demás ni ensalzarse a uno mismo, hablar y comunicarse con normalidad: así es como deben hablar y comunicarse quienes poseen una humanidad normal, es la forma básica de interacción en las relaciones interpersonales normales. El pueblo escogido de Dios debería, como mínimo, poseer conciencia y razón, así como interactuar, relacionarse y trabajar con los demás de acuerdo con los principios y los estándares que Dios exige de las personas. Esto constituye el mejor enfoque. Esto puede satisfacer a Dios. Así pues, ¿cuáles son los principios-verdad que exige Dios? Que la gente sea comprensiva con los demás cuando estos se muestren débiles y negativos, que tenga consideración por su dolor y dificultades, y entonces indague sobre estas cosas, les ofrezca ayuda y apoyo, y les lea las palabras de Dios para ayudarles a resolver sus problemas, con lo que les permite entender las intenciones de Dios y dejar de ser débiles, y los lleva ante Dios. ¿Acaso esta forma de practicar no concuerda con los principios? Practicar de esta manera está en consonancia con los principios-verdad. Naturalmente, las relaciones de este tipo guardan incluso mayor conformidad con ellos. Cuando las personas trastornan y perturban de manera deliberada, o son superficiales en su deber de manera intencionada, si te das cuenta de ello y eres capaz de señalarles estas cosas, reprenderlas y ayudarlas de acuerdo con los principios, esto concuerda entonces con los principios-verdad. Si haces la vista gorda o toleras su comportamiento y las encubres, e incluso llegas a decirles cosas agradables para elogiarlas y aplaudirlas, tales formas de relacionarte con la gente, de tratar los asuntos y de lidiar con los problemas, están claramente en desacuerdo con los principios-verdad y no tienen ninguna base en las palabras de Dios. Así pues, estas formas de relacionarse con la gente y de gestionar los asuntos son claramente impropias, y esto realmente no es fácil de detectar si no se lo disecciona y discierne de acuerdo con las palabras de Dios. Es poco probable que las personas que no comprenden la verdad identifiquen estas cuestiones y, aunque reconozcan que son problemas, no les resultará fácil solucionarlos. Hemos dicho a menudo que el género humano corrupto vive según el carácter de Satanás, y estas manifestaciones dan prueba de ello. ¿Lo veis ahora con claridad?
Nuestra enseñanza de hoy se centra principalmente en exponer las manifestaciones de cuatro tipos de relaciones impropias que causan trastornos y perturbaciones en la vida eclesiástica. ¿Quiénes son los que entablan relaciones impropias en el seno de la iglesia? ¿En qué consiste exactamente una relación impropia? ¿Qué problemas involucra? Puesto que el tema principal de nuestra enseñanza se refiere a las diversas personas, acontecimientos y cosas que trastornan y perturban la obra de Dios y el orden normal de la iglesia, esta charla sobre las relaciones impropias se limita a aquellas que causan trastornos y perturbaciones a la vida eclesiástica. No vamos a agrupar de manera indiscriminada todos los tipos de relaciones impropias, y las cuestiones ajenas a la vida eclesiástica no nos incumben. Debéis comprender esta cuestión de una forma pura, sin desviaciones. Así pues, a la hora de entablar relaciones impropias, ¿qué asuntos y qué relaciones entre personas son impropias? ¿Qué relaciones impropias causan trastornos y perturbaciones tanto a la vida eclesiástica como a la mayoría de las personas? ¿Merece la pena compartir estos problemas? (Sí). Son cuestiones que deben abordarse claramente en nuestra enseñanza.
A. Relaciones impropias entre sexos
En la vida eclesiástica, ¿cuál es el tipo de relación impropia más común y fácil de entender e identificar? (Las relaciones entre sexos). Este es el primer aspecto que le viene a la cabeza a uno cuando piensa en una relación impropia. Algunas personas, siempre que están en grupo, coquetean con el sexo opuesto; hacen gestos y ademanes sugerentes, hablan de una manera especialmente expresiva y disfrutan al presumir. Para emplear un término inapropiado, es hacer alarde de la propia sexualidad. Ante el sexo opuesto, les gusta mostrarse ingeniosos, graciosos, románticos, caballerosos, heroicos, carismáticos y cultos, entre otras cualidades; disfrutan particularmente presumiendo. ¿Por qué presumen? No es para competir por el estatus, sino para atraer al sexo opuesto. Cuantos más miembros del sexo opuesto les prestan atención, echándoles miradas de admiración, veneración y adoración, más entusiasmados y enérgicos se ponen. Con el tiempo, a medida que participan en la vida eclesiástica y entran en contacto con más gente, se fijan en ciertas personas del sexo opuesto, con las que flirtean e intercambian miradas, a las que hablan a menudo de forma provocativa, rozando incluso el acoso sexual. ¿Es procedente esta clase de relación entre personas? (No). Esto constituye entablar relaciones impropias. Tales individuos incluso aprovechan los momentos de reunión para presumir, hablando de modo que parezcan especialmente ingeniosos y encantadores delante de la persona que les gusta o les interesa, con gestos y miradas sugerentes, luciendo expresiones de triunfo y entusiasmo, incluso pavoneándose. ¿Y con qué objetivo? Buscan seducir al sexo opuesto para entablar una relación impropia. A pesar de la repugnancia que sienten muchos hermanos y hermanas ante esta conducta, y a pesar de las numerosas advertencias por parte de quienes los rodean, aun así no se detienen y persisten en su imprudente seducción. Si esta relación impropia solo implica a dos personas que flirtean la una con la otra fuera de la vida eclesiástica y no afectan a esta ni a la obra de la iglesia, entonces la cuestión puede aparcarse por el momento. Sin embargo, si quienes entablan relaciones impropias adoptan de forma habitual estas conductas en el seno de la vida eclesiástica y perturban a los demás, hay que advertirles y limitarlos. Si siguen siendo incorregibles a pesar de recibir repetidas amonestaciones y ya han causado graves perturbaciones a la vida eclesiástica, habría que echarlos de la iglesia por medio de una votación del pueblo escogido de Dios. ¿Es adecuado este enfoque? (Sí). Aunque se trate solo de jóvenes que salen juntos como pareja con normalidad, también deberían comportarse con discreción durante las reuniones para no afectar a los demás. La iglesia es un lugar para rendir culto a Dios, orar-leer Sus palabras y vivir la vida eclesiástica; los afectos personales no deberían llevarse a la vida eclesiástica para perturbar a los demás, porque en ese caso, si afectan al estado de ánimo de las personas durante las reuniones y repercuten en su lectura de las palabras de Dios, así como en su comprensión y conocimiento de las mismas, provocando que haya más gente distraída y perturbada, entonces dicha relación se define como impropia. Incluso las relaciones amorosas legítimas, si causan perturbaciones a los demás, también se definirán como una relación impropia, por no hablar de seducir a una persona del sexo opuesto sin estar saliendo juntos como pareja. Por lo tanto, no se debería permitir ni consentir de manera tácita que haya personas que entablen relaciones impropias en el seno de la vida eclesiástica, sino que habría que advertirles, limitarlas e incluso deshacerse de ellas de acuerdo con los principios. Se trata de una labor que tienen que llevar a cabo los líderes y obreros. Si se descubre que alguien entabla relaciones impropias y ha causado perturbaciones a la mayoría de los miembros de la iglesia, de modo que su presencia conduce a que los demás se distraigan y se vean atrapados en pensamientos lujuriosos, provocando incluso que se rompan familias y que algunos nuevos creyentes pierdan el interés en las reuniones, en la lectura de las palabras de Dios o hasta en la fe misma y que se enamoren aún más de la persona a la que adoran y deseen fugarse con ella para vivir sus días juntos y abandonar su fe; si la gravedad de la situación ha aumentado hasta este extremo y, sin embargo, los líderes y obreros no se lo toman en serio, pensando que tan solo se trata de lujuria humana, que no es nada importante y que es algo que hacen todas las personas corrientes, sin reconocer la seriedad del problema ni mucho menos percatarse de hasta dónde puede llegar a crecer, y en su lugar lo ignoran, reaccionan a tales asuntos con particular adormecimiento y torpeza, lo que al final provoca efectos adversos a la mayoría de los miembros de la iglesia, entonces la naturaleza de estos incidentes constituye graves trastornos y perturbaciones. ¿Por qué digo que representa graves trastornos y perturbaciones? Porque estos incidentes perturban y dañan el orden normal de la vida eclesiástica. Por lo tanto, habría que limitar a tales individuos en el momento en que aparecen en la iglesia, da igual si son muchos o pocos, asegurando que se aborda cada caso y, si la situación es grave, habría que aislarlos. Si el aislamiento no produce resultados y continúan seduciendo al sexo opuesto, perturbando la vida eclesiástica y dañando el orden normal de la iglesia, habría que echarlos de esta de acuerdo con los principios. ¿Es adecuado este enfoque? (Sí). El impacto de estos asuntos en la vida eclesiástica y el trabajo de la iglesia resulta sumamente perjudicial; son como una plaga y debe erradicarse.
Todos aquellos que tienden a seducir al sexo opuesto lo hacen dondequiera que vayan, adoptan estos comportamientos sin descanso. Sus objetivos de seducción y acoso suelen ser personas jóvenes y atractivas, aunque a veces también incluyen a gente de mediana edad; buscan proactivamente oportunidades para seducir a cualquier persona que les parezca atractiva. Si tienen intención de seducir a otros, habrá quien no pueda resistir la incitación y caerá en ella, lo cual conduce con facilidad a relaciones impropias. Dado que la gente tiene una estatura demasiado pequeña y carece de auténtica fe en Dios, así como de comprensión de la verdad, ¿cómo podrían vencer estas tentaciones y resistir a tales incitaciones? Las personas son de una estatura demasiado pequeña; ante estas tentaciones e incitaciones se encuentran especialmente indefensas y débiles. Les resulta difícil no verse afectadas. Hubo un líder, un hombre, que trataba de seducir a cualquier mujer hermosa a la que veía; a veces no le bastaba con seducir a una; podía llegar a seducir a tres o cuatro mujeres, que quedaban cautivadas hasta el extremo de que perdían el apetito, no dormían e incluso perdían el deseo de cumplir con sus deberes. Tal era el “encanto” de este hombre. Si no hubiera hecho más que relacionarse con las personas de una manera normal, sin tratar de seducirlas a propósito, su influencia no se habría extendido tanto. Solo cuando interpretaba intencionadamente un papel y seducía a las mujeres ocurría que cada vez caían más en su juego y aumentaba el número de aquellas a las que seducía y que mantenían relaciones impropias con él. Se volvían incapaces de resistirse y caían en estas tentaciones. Este era el “encanto” de la lujuria; las acciones del hombre creaban tentaciones, incitaciones y perturbaciones para ambas partes. Un hombre que seduce a varias mujeres a la vez, ¿tiene un corazón desconcertado o qué? ¿A qué mujer atender antes, a cuál satisfacer primero? ¿No acabaría mentalmente agotado? (Sí). Si resultaba tan agotador, ¿por qué continuaba comportándose así? Esto es perversidad; este era el tipo de criatura que era; esta era su naturaleza. Una vez que seduce a las víctimas y estas caen en la tentación, ¿les es fácil escapar de ella? Una vez que caían en la tentación, resulta difícil escapar. Comer, dormir, pasear, cumplir con los deberes; no importa lo que hagan, en su cabeza solo caben pensamientos hacia esta persona, la cual les consume el corazón. ¡Son perturbaciones de suma gravedad! Después no hacen más que pensar en cómo complacer a esta persona, cómo lanzarse a ella, cómo conquistarla, cómo monopolizarla, cómo competir y luchar contra otros rivales. ¿Acaso no son estas las consecuencias de una perturbación? ¿Resulta fácil escapar de un estado semejante? (No resulta fácil). Las consecuencias llegan a ser graves. En este momento, ¿puede el corazón de uno seguir estando tranquilo ante Dios? Cuando leen las palabras de Dios, ¿pueden aún absorberlas? ¿Pueden aún recibir luz? Durante las reuniones, ¿tendrán aún el ánimo para pensar en las palabras de Dios y compartirlas, así como para escuchar a otros contándolas? No tendrán ese ánimo; su corazón estará lleno de lujuria, del objeto de su adoración, sin espacio para asuntos importantes; incluso Dios habrá desaparecido de su corazón. Lo que hacen a continuación es reflexionar sobre cómo experimentar el amor, cómo ser romántico, etcétera, de modo que el deseo de creer en Dios se pierde por completo. ¿Acaso estas consecuencias son buenas? ¿Acaso es esto lo que la gente quiere ver? (No). ¿Pueden las personas evitar las consecuencias que se producen cuando las seducen y caen en la tentación? ¿Pueden controlarlas? ¿Pueden ser ellas quienes decidan? ¿Pueden llegar al nivel de frenarse cuando lo deseen en su corazón? Nadie puede lograr eso. Esta es la consecuencia de las perturbaciones causadas por tales relaciones impropias. Cuando uno no lleva a Dios en el corazón y ya no desea leer Sus palabras, ¿cuáles son las consecuencias? ¿Aún hay esperanza de salvación? La esperanza de salvación se reduce a cero. Todo se pierde; las escasas doctrinas que antes se comprendían, la determinación y la resolución de gastarse para Dios, así como el deseo de ganar Su salvación se desechan; estas son las consecuencias. Las personas se alejan de Dios y lo rechazan en su corazón, pero Dios también las rechaza a ellas. Nadie que crea en Dios y lo siga quiere ver esta consecuencia; se trata de un hecho que ningún seguidor de Dios puede aceptar. Sin embargo, una vez que las personas caen en tales tentaciones y se ven atrapadas en la vorágine de las relaciones impropias, les resulta difícil desvincularse y aún más controlarse. Por lo tanto, dichas relaciones impropias deberían restringirse. En los casos graves, aquellos que de manera constante perturban y acosan a personas del sexo opuesto deberían ser depurados de la iglesia con prontitud y celeridad para que no perturben la vida eclesiástica y, sobre todo, para evitar que más personas caigan en la tentación. ¿Se trata de un enfoque razonable? (Sí).
En el duodécimo punto de las responsabilidades de los líderes y obreros, se establece que estos deben esforzarse al máximo en cada tarea para garantizar que el pueblo escogido de Dios pueda llevar una vida eclesiástica normal, salvaguardando a los hermanos y hermanas de cualquier interferencia o perturbación en ella. Esto significa proteger a todos los hermanos y hermanas que pueden llevar una vida eclesiástica normal. ¿Qué es lo que debería protegerse exactamente? Habría que proteger a los hermanos y hermanas para que, durante las reuniones, puedan presentarse ante Dios en quietud, así como orar-leer y compartir las palabras de Dios en paz; al mismo tiempo, los hermanos y hermanas deberían ser capaces de orar a Dios en unión de corazón y mente; buscar las intenciones de Dios, así como Su esclarecimiento e iluminación; ganar la presencia de Dios y recibir Sus bendiciones y Su guía. Este es el mayor y más importante interés de todos los hermanos y hermanas, el cual resulta esencial para todos; atañe a si pueden salvarse y tener un buen destino. Por lo tanto, se hace necesario restringir, aislar o expulsar rigurosamente a quienes entablan relaciones impropias en el seno de la iglesia; en particular, debe supervisarse de una manera estricta a quienes entablan relaciones entre sexos. ¿Qué conlleva la supervisión? Si se trata solo de un caso menor, habría que desenmascararlos y podarlos, frenarlos y limitarlos con prontitud, así como impedir que afecten a otros. Si se trata de un caso grave, es necesario actuar con decisión y sin vacilar; habría que echarlos de la iglesia lo antes posible para evitar que perturben a más gente. Si desean causar perturbaciones, que lo hagan en el mundo exterior, que perturben a quien quieran; basta con decir que no deberían perturbar a ninguno de los hermanos y hermanas en la vida eclesiástica que persiguen la verdad. Estos son el principio y el objetivo primordial de la labor de los líderes y obreros con respecto a esta duodécima responsabilidad.
B. Relaciones homosexuales
Respecto al tema de las relaciones impropias, acabamos de hablar principalmente sobre aquellas que se entablan entre sexos. Esto incluye seducir, tentar, presumir y coquetear con personas del sexo opuesto; acercarse activamente y tratar de intimar con ellas; y elegir a menudo, intencionadamente o no, un asiento cerca de ellas en las reuniones; además, la situación se agrava cuando no solo se intenta seducir a una persona, sino que también se pasa a otra si el primer intento fracasa, de modo que muchos miembros del sexo opuesto en la iglesia sufren acoso. Lo mencionado hasta ahora abarca las relaciones impropias entre personas de distinto sexo. Aparte de estas, también existen otras que se establecen entre personas del mismo sexo. Si dos personas del mismo sexo mantienen una relación en la que se llevan especialmente bien, se conocen desde hace largo tiempo y son muy íntimas, el hecho de que interactúen a menudo es apropiado. Sin embargo, una vez que se convierte en una relación lujuriosa de la carne, también debería tacharse de impropia. Si el contacto corporal entre dos personas del mismo sexo se da con frecuencia, incluso hasta el extremo de que entre ellas emplean por lo común un lenguaje de naturaleza provocativa y se las ve a menudo rodeándose con los brazos la una a la otra o exhibiendo conductas y manifestaciones más obvias, entonces, con el tiempo, se hará patente para todos: “No es que estos dos se ayuden entre sí o tengan personalidades compatibles; no interactúan dentro del ámbito de la humanidad normal. ¡Esto es homosexualidad!”. Ahora bien, la mayoría de la gente entiende que la homosexualidad es una relación impropia, más grave por naturaleza y más impropia que las que se dan entre personas de distinto sexo. Si en el seno de la iglesia existen relaciones semejantes, podrían propagarse como una plaga, provocando que algunos caigan en tentaciones y seducciones de esta índole. Algunos dicen haber practicado la homosexualidad en el pasado, pero que no fue algo voluntario. Al margen de si son homosexuales de verdad o de cuál sea su orientación sexual, si los han seducido y han caído en semejante tentación —dejando a un lado por ahora si lo hicieron voluntaria o pasivamente—, entonces, antes que nada, se han visto perturbados por ello. A juzgar por su afirmación, si no lo hicieron voluntariamente, es que fueron víctimas. Por lo tanto, si los homosexuales seducen e incitan a otros de su mismo sexo, quienes son tentados, aunque no sean necesariamente homosexuales, pueden llegar a serlo después de haber sido seducidos por uno. ¿Acaso no se trata de una situación peligrosa? ¿Por qué se dice que esas personas son homosexuales? Los heterosexuales que seducen a un gran número de personas se engloban dentro de la categoría de la promiscuidad, la cual constituye una relación impropia. Entonces, cuando dos personas del mismo sexo que mantienen una relación íntima y se llevan bien se cogen de la mano y se abrazan, lo cual es normal, ¿cómo se puede pasar de eso a que las lleguen a definir como homosexuales? Es por la relación sexual entre ellas; una vez que se alcanza este nivel de relación, se convierte en homosexual. Cuando se rodean los hombros con los brazos mutuamente, se cuelgan la una del cuello de la otra o se toman de la cintura, no se trata de un contacto corporal normal entre individuos del mismo sexo, sino de un contacto corporal motivado por la lujuria, que difiere en naturaleza y, por lo tanto, se engloba dentro de la categoría de las relaciones impropias. ¿Resultará edificante para la mayoría de los miembros de la iglesia ver a estos homosexuales o no? (No, no resulta edificante). ¿La mayoría de la gente se siente perturbada después de observar esto? Si no estuvieras enterado de la situación y te rodearan el cuello o la cintura con el brazo, o llegaran a darte un beso en la cara, ¿te sentirías perturbado? (Sí). Tras sentirte perturbado, ¿tendrías el corazón tranquilo, o estarías inquieto? (Me sentiría asqueado). Así pues, ¿quedaría una sensación de haber pecado? Si no entiendes exactamente cuál es la esencia de este tipo de asunto y cuando alguien de tu mismo sexo te toca o tiene un contacto físico contigo y después no piensas demasiado en ello, entonces no supone mayor problema. Sin embargo, si empiezas a pensar en ello y continúas dándole vueltas hasta que no puedes olvidarte de esta persona, de un modo similar a cuando uno echa de menos al sexo opuesto, no importa si te resistes o no en tu consciencia subjetiva, la aparición en tu fuero interno de tales pensamientos indica que ya has sido perturbado, ¿verdad? Por lo tanto, la naturaleza de las relaciones homosexuales, de este tipo de relación impropia, es mucho más grave. Hay quienes no consiguen ver la diferencia entre la promiscuidad entre heterosexuales y la homosexualidad, y tratan estas dos cuestiones como si fueran idénticas. En realidad, el problema de la homosexualidad es mucho más grave que la promiscuidad entre heterosexuales.
Si dentro de la iglesia aparecen individuos que mantienen relaciones homosexuales y no se los constriñe, supondrán una amenaza y causarán perturbaciones para todos. ¿Qué tipo de perturbaciones? Desde fuera, cuando la gente interactúa con ellos, la mayoría no puede detectar que exista algún problema con su humanidad, pero una relación prolongada enturbia sus pensamientos y oscurece sus corazones. Creer en Dios ya no les entusiasma y, aunque no hallen ningún problema en particular, ya no están dispuestos a creer en Dios, pierden el interés por leer las palabras de Dios, se sienten cada vez más alejados de Él en sus corazones y se plantean la malvada idea de abandonar su fe. Por lo tanto, tales relaciones homosexuales impropias dentro de la iglesia no solo deberían frenarse y limitarse; también habría que depurar de la iglesia con prontitud a quienes las entablan. Esto es absoluto. En cuanto se descubre a estos individuos, da igual qué deberes lleven a cabo o qué estatus tengan, ¡hay que depurarlos de la iglesia de inmediato, sin mostrar tolerancia alguna! Este es el precepto de la iglesia. ¿Por qué existe este precepto? Se basa en fundamentos sólidos. Dios creó a los seres humanos como varón y hembra; después de crear a Adán, su compañera fue Eva, no otro Adán. Tomar esta medida contra quienes mantienen relaciones homosexuales se basa en las palabras de Dios, y es absolutamente acertada. Habrá quien diga: “¿Por qué no se les concede a estas personas la oportunidad de arrepentirse? Son jóvenes; ¿no habría que dejar que cometan actos absurdos?”. ¡No! Otros actos absurdos podrían abordarse de forma diferente dependiendo de las circunstancias y su naturaleza, pero este hecho ridículo en particular no es en absoluto un hecho ridículo cualquiera; ¡no puede tolerarse de ninguna manera, y cualquiera que cometa un acto semejante dentro de la iglesia debe ser depurado con prontitud! Si una iglesia entera estuviera compuesta de homosexuales, habría que depurarlos a todos. No se necesita una iglesia semejante, ¡ni una sola! Este es el principio. Algunos dirán: “Hay quienes mantienen una relación homosexual con una sola persona, pero no han seducido a otras ni han empezado a perturbar a nadie más. ¿Habría que lidiar con estos individuos y deshacerse de ellos?”. Si de verdad son homosexuales, dejar que permanezcan en la iglesia equivaldría a poner una bomba de relojería entre el pueblo escogido de Dios: estallará tarde o temprano. Que no hayan perturbado, seducido o acosado a ningún individuo del mismo sexo no significa que no lo hagan en el futuro. Quizá no hayan encontrado aún a alguien que los atraiga, alguien que les guste, o quizá no sea el momento adecuado y todavía les falte una familiaridad y comprensión mutuas. Pero, una vez que llegue el momento propicio y adecuado para esas personas, darán el paso. Por lo tanto, no se debe tolerar ni permitir nunca jamás que tales individuos permanezcan en el seno de la iglesia, ya que son antinaturales y no humanos. La iglesia no quiere a personas semejantes. Esta forma de tratar a quienes mantienen tales relaciones impropias no es incorrecta ni excesiva. Sin embargo, hay quien dice: “Algunos homosexuales parecen muy buenas personas; no han hecho nada malo, acatan las leyes y los preceptos, muestran respeto a los ancianos y amor por los jóvenes, siempre realizan buenas obras, algunos incluso poseen dones y destrezas y otros son especialmente caritativos y serviciales en la iglesia. Deberíamos permitir que se queden en ella”. ¿Esta idea es correcta? (No). Independientemente de si tus ideas son correctas o están equivocadas, debes ser capaz de desentrañar la naturaleza de los homosexuales. El principio de práctica de la iglesia para los individuos envueltos en relaciones homosexuales consiste en echarlos. Se trata de un decreto administrativo que nadie puede vulnerar; todos deben practicar de acuerdo con este principio.
Las manifestaciones de estos dos tipos de relaciones impropias que acabamos de compartir son las más fáciles de discernir, desentrañar y clasificar para la gente. En lo que respecta a quienes entablan tales relaciones impropias, por un lado, los líderes y obreros deben cumplir con sus responsabilidades y lidiar con ellos tomando medidas para frenarlos, limitarlos, aislarlos y echarlos. Por otro, los hermanos y hermanas también deberían discernir a quienes mantienen estos dos tipos de relaciones impropias y alejarse de ellos, para evitar que los seduzcan y caer en la tentación, lo cual podría afectar a su fe en Dios y a su búsqueda de la verdad para alcanzar la salvación. Una vez que te hacen caer en la tentación, resulta difícil escapar de ella. La mayoría debería ser capaz de discernir a estos dos tipos de personas. No os comportéis como hace la gente en la sociedad, que finge no ver quién flirtea con quién, sin adoptar un punto de vista o postura correctos hacia quienes practican la promiscuidad, capaces de interactuar normalmente con esos individuos siempre que no estén implicados sus propios intereses, hablando como de costumbre, como si no pasara nada. ¿Tienen principios estas personas en lo que respecta a cómo tratan a los demás? En absoluto. Todos los no creyentes viven según las filosofías para los asuntos mundanos, se esfuerzan por no ofender a nadie para protegerse a sí mismos, pero la casa de Dios es totalmente distinta a la sociedad no creyente. En la casa de Dios, la verdad tiene poder. Dios exige que las personas traten a los demás de acuerdo con los principios-verdad. Todos en el pueblo escogido de Dios aceptan la verdad, se equipan con ella y la usan para discernir y tratar a los demás, no solo para mantener la vida de iglesia y proteger a los hermanos y hermanas, sino, lo que es más importante, para protegerse a sí mismos del sufrimiento de la tentación y evitar que los arrastren a ella. Cuanto antes puedas discernir y distanciarte de esos individuos, más protegido y lejos de la tentación podrás estar. Así es como deberías tratar a los individuos que entablan relaciones impropias, lo cual es conforme a los principios-verdad y está en consonancia con las intenciones de Dios.
C. Relaciones impropias de intereses creados
Otro tipo de relación impropia es la que se basa en intereses creados. Las personas hacen cosas como adularse, ensalzarse, alabarse y congraciarse unas entre otras por interés. Llevar una conducta tan torcida y una atmósfera tan perversa a la vida de iglesia afecta gravemente a quienes leen en silencio las palabras de Dios o escuchan las experiencias compartidas. Una vez que se establece una relación de intereses creados, los individuos involucrados a menudo dirán o harán cosas en su propio beneficio, que van en contra de sus deseos. Por ejemplo, si alguien observa que otra persona podría beneficiar a sus negocios o intereses de alguna manera, quizá la elija como líder, la proponga para un deber específico o esté de acuerdo con cualquier cosa que diga, afirmando que esa persona está en lo cierto, sin importar si es conforme a la verdad, en aras de granjearse su favor. Para hacer esto último, hacen muchas cosas que no se ajustan con los principios y se oponen a la verdad, lo cual perturba al pueblo escogido de Dios a la hora de discernir a las personas, acontecimientos y cosas, así como a la hora de entrar en la verdad. Describen lo erróneo y distorsionado como correcto, describen nociones y figuraciones humanas como si fueran conformes a las intenciones de Dios, etcétera, de tal modo que perturban los pensamientos de las personas, así como la meta y la dirección correctas de su búsqueda. Todos estos comportamientos se derivan de la relación de intereses creados que mantienen. Para proteger y conservar sus intereses personales, son capaces de hablar en contra de su conciencia y de actuar en contra de los principios. Lo que dicen y hacen perturba y destruye la vida de iglesia, lo cual lleva con el tiempo a que cada vez haya más personas incapaces de compartir y orar-leer las palabras de Dios o contar experiencias personales de una manera normal y ordenada, con lo que la gente sufrirá pérdidas relativas a la entrada en la vida. Cuando las personas comparten sus propios entendimientos vivenciales, a menudo se topan con interferencias de las relaciones de intereses creados de la gente, que pueden ser de tipo verbal, conductuales o concernientes a las metas y direcciones. Cuando la gente comparte la verdad y ora-lee las palabras de Dios, a menudo sufre interrupciones, hacen que se desvíe del tema y se ve afectada en diversos grados. Por lo tanto, habría que restringir a quienes entablan relaciones impropias de intereses creados y conductas asociadas. Ante esta situación, los líderes de la iglesia no deberían hacer la vista gorda, ni consentir de ninguna manera tales maldades, ni tolerar que ocurran dentro de la vida de iglesia. Por el contrario, deberían permanecer alerta y perceptivos para frenarlos y limitarlos con prontitud.
Entablar relaciones impropias de intereses creados es algo que ocurre con frecuencia dentro de la iglesia. Por ejemplo, si alguien planea presentarse a las elecciones para ser el próximo líder de la iglesia, podría atraer a un grupo de personas y comunicarles sus ideas. Estas personas, que no son tontas, insinúan: “Si te elegimos, ¿qué beneficios obtendremos?”. Así se forma entre ellas una relación basada en intereses creados. Para defender estos intereses creados, en las reuniones a menudo adoptan la misma postura sobre las cuestiones. Sin que los demás se percaten de la situación ni conozcan el trasfondo, siempre hablan de lo buena que es una persona, de cómo Dios permite y bendice lo que hace otra, de quién ha hecho ofrendas y cuánto ha ofrendado y de qué contribuciones ha hecho cada cual a la casa de Dios, a menudo cantándose alabanzas mutuas y elogiándose las unas a las otras. En la vida de iglesia, suelen emitir estas cosas al servicio del consenso que han alcanzado previamente para defender sus intereses comunes. Por ejemplo, alguien podría decir: “Si me eliges como líder, una vez que asuma el cargo te nombraré responsable de grupo”. ¿Acaso no están todos buscando un beneficio personal? Para hacer realidad sus intereses, ¿no tienen que decir ciertas cosas o realizar ciertas acciones? De este modo, exhiben un abanico de manifestaciones durante las reuniones, todas orientadas a defender el consenso alcanzado previamente, así como los intereses involucrados. Antes de lograr su objetivo, la mayor parte de sus acciones están motivadas por intereses. Así pues, ¿no son bastante impropias las intenciones y propósitos que hay detrás de todo lo que dicen y hacen? ¿Acaso no es impropia la relación que se establece entre estas personas? ¿No deberían restringirse estas relaciones impropias en el seno de la iglesia? Hay quien pregunta: “¿Cómo podemos restringirlas si no se descubren?”. Estas actividades, a menos que no se lleven a cabo, una vez emprendidas pueden descubrirse y se pondrán al descubierto. Si la gente comparte adecuadamente la verdad y sus experiencias y comprensiones personales, sin mezclar nada ajeno a la verdad, todo el mundo lo percibirá. Asimismo, podrán discernir las adulteraciones que se produzcan. Por lo tanto, las diversas relaciones transaccionales que surgen en la iglesia en aras de mantener los intereses mutuos también deberían limitarse; como mínimo, habría que advertir a los implicados y compartir con ellos para hacer que reconozcan sus propios problemas y comprendan las graves consecuencias de participar en tales actividades, al tiempo que se permite a los hermanos y hermanas discernir la naturaleza de estos asuntos. ¿Qué efecto tiene esta clase de actividades en la mayoría de la gente? Induce a pensar que no existe mucha diferencia entre la iglesia y la sociedad, que ambas son lugares donde todos se aprovechan unos de otros y llevan a cabo transacciones buscando el beneficio propio. Este comportamiento no es una perturbación moderada sin más, sino que perturba gravemente la vida de iglesia. Decidme, ¿es una buena persona aquella que atrae continuamente a la gente para obtener sus votos y emplea medios inusuales para manipular las elecciones y obtener el puesto de líder? Está claro que los líderes elegidos de esta manera no son buenas personas. ¿Pueden esperar algo bueno los hermanos y hermanas que han caído en sus garras? Si alguien se convierte en líder por medios inusuales en vez de ser elegido de acuerdo con los principios, cabe afirmar con certeza que no se trata de una buena persona. Si se le permite liderar, eso equivaldría a entregar abiertamente a los hermanos y hermanas a una persona malvada, a un anticristo, y la mayoría de la gente acabaría efectivamente en manos de Satanás; en tal situación, los frutos de su vida de iglesia serán evidentes. Este es un tipo de relación impropia vinculada a intereses. Ya sea entre grupos o entre individuos, cuando las relaciones entre las personas implican intereses, sus acciones se inclinarán más hacia la obtención de un beneficio personal en lugar de ajustarse a los principios para defender los intereses de la casa de Dios. Tales relaciones no se cimentan en la conciencia y la razón de la humanidad normal, sino que son contrarias a ellas y, sobre todo, a los principios-verdad. Todo cuanto dicen, hacen y demuestran, junto con sus intenciones, propósitos, motivaciones y orígenes, entre otras cosas, está movido por intereses; por lo tanto, cabe definir estas relaciones como impropias. Puesto que la formación de estas relaciones perturba la vida de iglesia del pueblo escogido de Dios, dificultando que la mayoría de la gente lea las palabras de Dios y comparta la verdad en quietud ante Dios, las relaciones impropias deberían restringirse en el seno de la iglesia. Para los casos graves que constituyen el comportamiento de personas malvadas, habría que emitir advertencias y, si de todas formas los implicados no se arrepienten, habría que echarlos de la iglesia.
D. Odio entre individuos
Las relaciones interpersonales impropias tienen varias manifestaciones. Otra de ellas es el odio personal. Por ejemplo, pueden surgir fricciones o disputas en el seno de las familias entre suegras y nueras, entre cuñadas o entre hermanos, o pueden surgir entre vecinos. A veces incluso llegan a transformarse en odio y estas personas, como adversarias, no son capaces de colaborar o trabajar juntas, hasta el punto de que ni siquiera pueden mirarse a la cara y discuten y pelean cada vez que se ven. Cuando se encuentran en las reuniones, su corazón también se llena de odio y son incapaces de callarse ante Dios para disfrutar de Su palabra, reflexionar y llegar a conocerse a sí mismas, y desde luego son incapaces de olvidarse de sus prejuicios y odios para tener una reunión normal. En su lugar, cada vez que se encuentran, se enzarzan en peleas y refriegas, exponen los defectos del otro, se atacan mutuamente e incluso se insultan, lo cual tiene un impacto profundamente negativo en el pueblo escogido de Dios. Esas personas son incrédulas, son no creyentes. Quienes creen sinceramente en Dios y aman la verdad, sin importar lo que ocurra, o con quién tengan disputas, o hacia quién alberguen prejuicios, son capaces de buscar la verdad, reflexionar y conocerse a sí mismos, así como solucionar los diversos asuntos de acuerdo con los principios-verdad. Si han hecho algo mal y están en deuda con alguien, pueden disculparse proactivamente y admitir sus errores; de ninguna manera recurrirán a provocar discusiones o problemas en las reuniones. Enzarzarse en disputas y causar alborotos en la iglesia es totalmente indigno del decoro de los santos; tal comportamiento deshonra gravemente a Dios. Las personas que actúan así carecen en gran medida de humanidad, conciencia y razón; de ninguna manera son auténticos creyentes en Dios. Este problema es relativamente más común entre los nuevos creyentes. Como estos no comprenden la verdad y su carácter corrupto aún no se ha purificado, es fácil que se vean envueltos en disputas sobre muchas cosas y que incluso dejen aflorar su impetuosidad y se metan en peleas. Si no se resuelve este carácter corrupto, las personas albergarán odio en su corazón y, aun cuando participen en la vida de iglesia, seguirán enzarzándose en disputas interminables con esta impetuosidad y este odio; lo cual afecta a la vida de iglesia, tiene un impacto sobre el pueblo escogido de Dios que come y bebe de Su palabra, lo alaba y comparte su entendimiento vivencial de las palabras de Dios. Asimismo, afecta directamente a la entrada en la vida del pueblo escogido de Dios. Algunos nuevos creyentes se enredan en disputas con facilidad por desacuerdos sobre cuestiones menores. Por ejemplo, antes de que comience una reunión, quizá algunos quieran cantar un himno, mientras que otros prefieran uno distinto; hasta una cuestión tan trivial puede desembocar fácilmente en disputas. De manera similar, a veces las diferencias de opinión sobre un cierto tema enseguida se convierten en debates; incluso un discurso desconsiderado puede desencadenar riñas si alguien se ofende. Esta clase de incidentes son comunes entre los nuevos creyentes. Las disputas que surgen durante las reuniones perturban por naturaleza la vida de iglesia. ¿Acaso esto no perturba también al pueblo escogido de Dios? Aquellos con tendencia a discutir y debatir sobre qué está bien y qué está mal son los que perturban con mayor facilidad la vida de iglesia. Solo se preocupan por satisfacer su propia vanidad y su reputación sin contemplar los intereses del pueblo escogido de Dios. Actuando así, ¿no causan perturbaciones en la vida eclesiástica? (Sí). La iglesia es un lugar donde los hermanos y hermanas se reúnen para comer, beber y disfrutar las palabras de Dios; es un lugar para someterse a Él y rendirle culto. No es en absoluto el sitio para desahogar agravios personales, ni mucho menos para pelear o discutir sobre qué está bien y qué está mal. Cuando estas personas causan perturbaciones así, ¿qué consecuencias se derivan? Resulta directamente en una falta de gozo durante las reuniones; conduce a que el pueblo escogido de Dios no pueda obtener edificación de la vida y hasta imposibilita que la mayoría de la gente encuentre la paz, por lo que sufre de una manera indescriptible. Con el tiempo, algunos se vuelven pasivos y débiles, incluso se muestran reacios a asistir a las reuniones. Se trata de una situación común en la mayoría de las iglesias, y es algo que todo el pueblo escogido de Dios ha experimentado. Entonces, ¿cómo debería resolverse el problema de las frecuentes discusiones y peleas en las reuniones? Hay que seleccionar y leer juntos múltiples veces durante las reuniones varios pasajes de las palabras de Dios que guarden relación con el problema; después, todos deberían hablar sobre la verdad y contar su comprensión. Este enfoque puede producir ciertos resultados. No solo aquellos con tendencia a discutir pueden reconocer sus transgresiones y sentir remordimiento, sino que también los espectadores pueden reflexionar sobre si han revelado su carácter corrupto en situaciones similares y si son capaces de discutir con otros; de este modo, los espectadores también pueden llegar a conocerse a sí mismos. Tanto si uno se enzarza en disputas como si no, después de leer varios pasajes de las palabras de Dios unas cuantas veces, podrá reconocer su propio carácter corrupto y observar que vivir de acuerdo con este significa realmente que se carece de conciencia y de razón y que no se tiene el menor atisbo de humanidad. Los efectos de vivir la vida de iglesia de esta forma no son malos, ¿cierto? Aunque pueda haber disputas al principio de una reunión, si después todos leen las palabras de Dios, se callan ante Él para reflexionar sobre sí mismos, solucionan los problemas con la verdad y se arrepienten genuinamente —si se obtienen estos resultados—, es que se trata de una vida de iglesia normal. Por lo tanto, cualquier cosa que ocurra durante las reuniones no es necesariamente mala; mientras todos se unan de corazón y mente para buscar la verdad y lean juntos varios pasajes relevantes de las palabras de Dios unas cuantas veces, aunque los problemas no se logren resolver por completo, la gente podrá percibirlos en cierto modo y tener cierto discernimiento; todos se beneficiarán de esto. ¿Diríais que una vida de iglesia así es difícil de conseguir? Se trata de convertir algo malo en algo bueno, es una especie de suerte en el fondo. Sin embargo, esto no debería llevar a la gente a abogar por la idea de que las disputas y las discusiones son deseables en la vida de iglesia; no se puede abogar por esto en absoluto. Las disputas y las discusiones pueden desencadenar fácilmente arrebatos impetuosos y conflictos, lo cual es malo para todos y provoca una angustia personal a los implicados. Por lo tanto, el mejor enfoque para resolver los problemas consiste en buscar la verdad, y la comprensión de esta permite prevenir de una manera eficaz que ocurran incidentes similares en el futuro. Cuando surjan fricciones y choques, las personas sensatas deberían adoptar una actitud paciente y tolerante. Puesto que ellas también tienen un carácter corrupto y pueden herir fácilmente a otros, cuando lo revelan deberían orar a Dios rápidamente y buscar la verdad para resolver las cuestiones. De este modo, a la hora de la reunión, el odio y el resentimiento personal se habrán disipado, lo cual producirá una sensación de liberación en su corazón y facilitará una convivencia amistosa con los hermanos y hermanas, fomentando así una cooperación armoniosa. En cualquier momento que alguien vea a un hermano o hermana revelar su carácter corrupto, debería brindarle ayuda con amor en lugar de juzgarlo, condenarlo o rechazarlo. Podría ocurrir que, después de uno o dos intentos de ayuda, los problemas no se solucionen, pero aun así se requiere paciencia y tolerancia. Mientras no perturben la vida de iglesia ni hagan el mal a propósito, habría que tratarlos con paciencia y tolerancia hasta el final; llegará un día en que entren en razón. Si alguien tiene una humanidad malvada y rechaza cualquier ayuda, sin aceptar la verdad independientemente de cómo se comparta, es que no cree sinceramente en Dios, y con tales individuos uno debe guardar las distancias. Si perturban repetidas veces la vida de iglesia, habría que tratarlos y lidiar con ellos de acuerdo con los principios. Si no son personas malvadas, sino que simplemente revelan a menudo su carácter corrupto, con odio hacia sí mismas aunque impotentes para hacer otra cosa en el momento, habría que apoyarlas con amor; ayudarlas a comprender la verdad, así como a discernir y reconocer sus revelaciones de corrupción, de modo que estas puedan ir disminuyendo paulatinamente. Si los hermanos y hermanas solo se ven afectados por estas personas de forma esporádica, cabría disculparlas. Mientras no existan problemas graves con su humanidad ni sean personas malvadas o falsas, habría que apoyarlas y ayudarlas compartiendo la verdad. Si pueden aceptar la verdad, se las debería tratar con amor. Sin embargo, si se niegan a arrepentirse y ejercen un impacto negativo sobre la vida de iglesia durante un largo periodo, los líderes de la iglesia deberían emitir advertencias e imponer restricciones. Si persisten en su negativa a aceptar la verdad, es que son personas malvadas. Las personas malvadas no pueden llevarse bien con nadie, son manzanas podridas y demonios. Mantenerlas en la iglesia solo causará trastornos y perturbaciones. Por lo tanto, a quienes se niegan a cambiar a pesar de las repetidas amonestaciones habría que tratarlos como a personas malvadas y echarlos de la iglesia. Cualquier persona que suela perturbar la vida de la iglesia y la entrada en la vida del pueblo escogido de Dios es una incrédula y una persona malvada, y se la debe echar de la iglesia. Al margen de quién sea la persona o de cómo haya actuado en el pasado, si perturba a menudo el trabajo y la vida de la iglesia, se niega a que la poden y siempre se justifica con argumentos erróneos, se la debe echar de la iglesia. La intención exclusiva de este enfoque es mantener el progreso normal de la obra de la iglesia y proteger los intereses del pueblo escogido de Dios, en consonancia total con los principios-verdad y Sus intenciones. Las disputas y los alborotos irrazonables de unos pocos individuos malvados no deben afectar a la entrada en la vida del pueblo escogido de Dios ni a la obra de la iglesia; no vale la pena y también es injusto para el pueblo escogido de Dios.
Si hay gente malvada que suele causar perturbaciones en la iglesia, con lo que la vida de la iglesia se vuelve ineficaz, la mejor solución es clasificar a las personas y dividir las reuniones en grupos distintos: los que aman la verdad y cumplen sus deberes con sinceridad se reúnen juntos; los que quieren perseguir la verdad, pero no cumplen sus deberes se reúnen juntos; y los que adoran causar trastornos y perturbaciones, chismorrear sobre otros y juzgarlos y condenarlos se reúnen juntos. Así, la iglesia puede dividirse principalmente en tres grupos de personas, podría decirse que se divide según el tipo de gente; de este modo, se asegura que estos grupos no interfieran entre sí durante las reuniones. Por muy temerarias que sean al cometer fechorías, las personas con mala humanidad no afectarán a nadie, sino que solo se perjudicarán a sí mismas. Algunos tienen un carácter cruel. Si alguien dice algo que los perjudica u ofende, lo odiarán y tratarán de encontrar la manera de atacarlo y represaliarlo. Al margen de cómo se comparta la verdad con ellos, o de cómo los poden, no lo aceptan. Morirían antes que arrepentirse y siguen perturbando la vida de la iglesia. Esto demuestra que son malvados. No podemos seguir tolerando este tipo de personas malvadas. Se las debe echar de la iglesia según los principios-verdad. Esta es la única manera de resolver por completo este problema. No importan los errores que hayan cometido ni las cosas malas que hayan hecho, estas personas con actitudes crueles no permitirán que nadie las deje en evidencia ni las pode. Si alguien las pone al descubierto y las ofende, se enfurecerán, tomarán represalias y nunca pasarán página. No tienen paciencia ni tolerancia hacia otros ni son capaces de tener aguante con ellos. ¿En qué principio se basa su conducta? “Prefiero traicionar a ser traicionado”. En otras palabras, no toleran que nadie las ofenda. ¿Acaso no es esta la lógica de la gente malvada? Esta es exactamente la lógica de la gente malvada. Nadie puede ofender a estos individuos. Para ellos, resulta inaceptable que alguien los irrite lo más mínimo y odian a todo aquel que lo hace. Irán detrás de esa persona sin cesar y nunca pasarán página; así es la gente malvada. Deberías aislar o echar a los malvados tan pronto descubras que tienen la esencia de las personas malvadas, antes de que puedan hacer un gran mal. De esta manera se minimizará el daño que cometan; es la opción inteligente. Si los líderes y obreros esperan a que una persona malvada cause algún tipo de desastre para ocuparse de ella, son pasivos. Eso demostraría que los líderes y obreros son muy estúpidos y que carecen de principios en sus acciones. Algunos líderes y obreros son así de memos e ignorantes. Insisten en esperar hasta tener pruebas concluyentes antes de tratar a la gente malvada porque piensan que esa es la única manera de tener la conciencia tranquila. Pero, de hecho, no se necesitan pruebas concluyentes para estar seguro de que alguien es malvado. Es posible deducirlo por sus palabras y acciones cotidianas. Cuando estés seguro de que alguien es malvado, puedes comenzar por restringirlo o aislarlo. De este modo, te asegurarás de que no se vean perjudicadas ni la obra de la iglesia ni la entrada en la vida del pueblo escogido de Dios. Algunos líderes y obreros no pueden discernir quién es malvado ni tratar a la gente malvada de manera oportuna. Como resultado se ven afectadas la obra y la vida de la iglesia y se entorpece la entrada en la vida del pueblo escogido de Dios. Esto es ridículo. Así es como los falsos líderes llevan a cabo su trabajo. Primero, les falta discernimiento y, segundo, son personas complacientes que temen ofender a otros. Cuando sirven como líderes, estos individuos, en primer lugar, no pueden hacer ningún trabajo real y, en segundo lugar, perjudican al pueblo escogido de Dios. Ni siquiera pueden resolver con prontitud el problema de las perturbaciones que causa la gente malvada ni proteger a los hermanos y hermanas; estas personas no son aptas para ser líderes y obreros. Dime, si se identifica a alguien malvado, ¿sigue habiendo necesidad de compartir la verdad con él para ayudarlo? (No). No hace falta darle una oportunidad. Algunos tienen demasiado “amor” y siempre dan a los malvados una oportunidad para arrepentirse, pero ¿puede esto tener algún efecto? ¿Es conforme a los principios de las palabras de Dios? ¿Has conocido a alguna persona malvada que pueda arrepentirse realmente? Nadie ha visto nunca eso. Esperar que la gente malvada se arrepienta es como compadecerse de serpientes venenosas, de bestias salvajes. Esto se debe a que, sobre la base de la esencia de los malvados, se puede determinar que estos nunca amarán las cosas positivas ni aceptarán la verdad ni se arrepentirán. No encontrarás la palabra “arrepentimiento” en su diccionario. Al margen de cómo compartas la verdad con ellos, no dejarán de lado sus propios motivos e intereses, encontrarán diversas razones y excusas para justificarse y nadie podrá persuadirlos. Si sufren una pérdida, será algo insoportable para ellos y fastidiarán sin cesar a los demás por ello. ¿Cómo puede arrepentirse realmente esta gente, que no está dispuesta a sufrir ninguna pérdida? Aquellos que priorizan sus propios intereses por encima de todo son personas sumamente egoístas; son malvadas y nunca se arrepentirán. Si ya has percibido por completo que alguien así es malvado y, de todos modos, le das una oportunidad de arrepentirse, ¿acaso no es eso una estupidez? Es lo mismo que ponerse una serpiente helada en el pecho para que se caliente, solo para que te pueda morder después. Únicamente un tonto cometería tal estupidez. En la iglesia, el hecho de que los escogidos de Dios odien a los malvados es un fenómeno normal, porque la gente malvada carece de humanidad y siempre hace cosas inmorales. Odiar a los malvados es la mentalidad correcta. Forma parte de lo que la gente debería poseer en su humanidad normal.
Dime, ¿qué tipo de persona es aquella que no siente amor alguno por los hermanos y hermanas? ¿Por qué ni siquiera mantiene una mínima relación interpersonal normal con ellos? Esta clase de persona, sin importar con quién interactúe, solo asocia estas interacciones con intereses y transacciones. Si no existen intereses ni transacciones, no se molesta en relacionarse con las personas. ¿No se trata de un tipo de persona malvada? Algunas personas no persiguen la verdad y se limitan a vivir de acuerdo con sus sentimientos. Se acercan a quienes las tratan bien y consideran buenos a quienes las ayudan. Tales personas tampoco establecen relaciones interpersonales normales. Viven únicamente en función de sus sentimientos, de modo que, ¿son capaces de tratar a los hermanos y hermanas de manera justa y equitativa? Es absolutamente imposible. Por lo tanto, aquel que no tiene una relación interpersonal normal con los hermanos y hermanas, o con aquellos que creen en Dios de manera sincera, no posee conciencia ni razón, carece de una humanidad normal y, sin lugar a duda, no ama la verdad. Estas personas no son diferentes a la gentuza insignificante entre los no creyentes; interactúan con quienes les resultan beneficiosos y al resto los ignoran. Además, cuando ven a alguien que persigue la verdad o que puede compartir testimonios vivenciales —alguien a quien todos admiran y aprecian—, sienten celos y odio, y hacen todo lo posible por reunir argumentos con los que juzgar y criticar a estos individuos que persiguen la verdad. ¿No es así como actúan las personas malvadas? Tales personas carecen de conciencia y razón, y son peores que las bestias. No pueden tratar a los demás adecuadamente, llevarse bien con otros de manera normal ni construir relaciones interpersonales naturales con el pueblo escogido de Dios e incluso son capaces de odiar a quienes persiguen la verdad. Estos individuos deben de sentirse muy solos y aislados en su interior, y deben de culpar constantemente al mundo y los demás. ¿Qué alegría o sentido tiene su vida? Tienen un carácter cruel y, sin importar con quién interactúen, pueden llegar a odiarlos por problemas sin importancia, condenarlos y tomar represalias contra ellos, y causarles desgracias. Estos individuos malvados son completos diablos, y cada día que permanecen en la iglesia le ocasionan desastres. Si se quedan por mucho tiempo, las calamidades serán interminables. Solo cuando la iglesia los eche será posible evitar tales catástrofes. Además, están aquellos que por fuera parecen civilizados, pero que sienten una especial debilidad por los beneficios. Así, su fe en Dios también es para sacar provecho. Si llevan un tiempo sin aprovecharse indebidamente de nada, se les nubla el rostro de pesadumbre, como si alguien les debiera una buena suma de dinero. Cualquiera que observe su rostro resentido y desalentado se ve al instante afectado emocionalmente. ¿Qué efecto creéis que tendría este rostro si apareciera en la vida de iglesia? No cabe duda de que la mayoría del pueblo escogido de Dios se sentiría incómoda al observarlo y su lectura de las palabras de Dios y su enseñanza de la verdad se verían perturbadas y afectadas en diversos grados. En especial, a aquellos que aún no se han afianzado en el camino verdadero, ¡la visión frecuente de este rostro perpetuamente sombrío les afectaría con demasiada facilidad! En la iglesia debería haber más gente de personalidad alegre, que hable de forma sencilla y abierta, así como más personas cuyo corazón rebose paz y júbilo y que posean un espíritu libre y liberado. Esto haría que la vida de iglesia fuera placentera. Aquellos amargados que están permanentemente deprimidos deberían orar a Dios en casa y cambiar de mentalidad antes de asistir a las reuniones. De este modo, estarán de buen humor y ganarán algo de estas. Además, eso también beneficiará a los demás; como mínimo, estos últimos no sufrirán perturbaciones. Para garantizar que el pueblo escogido de Dios pueda disfrutar de una vida de iglesia normal, los líderes y obreros deberían aprender a compartir la verdad para solucionar los problemas. Si alguien acude a una reunión con el rostro sombrío, los líderes y obreros tendrían que dar un paso al frente y preguntar: “¿Necesitas ayuda?”. Esto se llama ayudar proactivamente a los demás por amor. Si los líderes y obreros observan que alguien tiene un problema y no le hacen caso, lo evitan y guardan las distancias con esos “amargados” sin compartir la verdad para iluminarles el día, es que no están realizando una labor real. Para llevar a cabo la obra de la iglesia con eficacia, los líderes y obreros deben, ante todo, aprender a ser los confidentes del pueblo escogido de Dios, lo que para los no creyentes sería algo parecido a un funcionario del gobierno comprensivo. Hay personas que no están dispuestas a desempeñar ese papel y prefieren ser siempre espectadores; ¿así cómo pueden guiar al pueblo escogido de Dios a vivir una buena vida de iglesia? De hecho, los problemas que alguien lleva en el corazón pueden reflejarse hasta cierto punto en su expresión facial. Que alguien tenga siempre el rostro sombrío seguramente significa que su corazón está en tinieblas, sin un atisbo de luz. Si se pasa el día entero enfrascado en discusiones sobre qué está bien y qué está mal, ¿aún podría su rostro lucir una sonrisa? Estas personas siempre tienen el rostro cubierto de nubes oscuras, sin un rayo de sol, lo cual también afecta al cumplimiento de su deber. Si los líderes y obreros tardan en abordar y resolver esta cuestión, provocando que los hermanos y hermanas sufran perturbaciones constantes y una miseria indecible, esto demostraría que los líderes y obreros son incapaces de desempeñar una labor real, incapaces de solucionar problemas con la verdad y unos completos inútiles. Si los líderes y obreros comprenden la verdad y pueden identificar los problemas de los hermanos y hermanas, así como brindarles apoyo y ayuda a tiempo, si son capaces de ayudar a la gente no solo a solucionar sus problemas, sino también a comprender los principios-verdad y cumplir bien con su deber, entonces su desempeño del deber y el manejo de los asuntos serán eficientes y la obra de la iglesia no se verá afectada. Si los líderes y obreros no pueden identificar y solucionar problemas con prontitud, esto afecta a la obra de la iglesia. Si, por no poder identificar y lidiar con los problemas, perjudican la obra de la iglesia y obstaculizan la entrada en la vida del pueblo escogido de Dios, ¿no le han fallado a Dios y a Su pueblo escogido? ¿No carecen de principios para lidiar con los asuntos? Abordar los problemas con prontitud y sin vacilar después de ver su esencia es lo que se llama cumplir con las responsabilidades y ser leal, lo cual significa cumplir con el deber de una manera que cumpla con el estándar.
El tema de la enseñanza de hoy se ha centrado en el sexto punto, entablar relaciones impropias. Los problemas de este tipo que surgen en la vida de iglesia son básicamente los siguientes: las relaciones impropias entre sexos, las relaciones entre personas del mismo sexo, las relaciones de intereses creados y el odio entre individuos. Todas estas relaciones, ya estén basadas en la lujuria carnal, en los intereses carnales o en los enredos sentimentales de la carne, se engloban dentro de la categoría de relaciones impropias porque exceden el ámbito de la conciencia y la razón de la humanidad normal. La existencia de estas relaciones impropias puede perturbar a la gente hasta cierto grado. Lo más grave es que pueden perturbar la entrada en la vida de las personas, su búsqueda de la verdad y su búsqueda del conocimiento de Dios. Los diversos tipos de relaciones impropias no se originan en la conciencia ni en la razón y van en contra de la humanidad normal. Cuando las personas viven envueltas en estas relaciones anormales, les resulta difícil aceptar y practicar la verdad, lo cual también las perturba a la hora de vivir la vida de iglesia y perseguir el crecimiento de la vida, así como perturba el orden de la vida de iglesia. Esto perjudica la entrada en la vida del pueblo escogido de Dios y también puede dañar la obra de la iglesia. Por todo ello, es imperativo que los líderes y obreros identifiquen y lidien con estos problemas con prontitud.
En cuanto a las relaciones impropias, ya hemos enumerado distintas situaciones y las hemos clasificado. ¿Podéis poner ejemplos para practicar el discernimiento? ¿Cuál es el propósito de aprender a discernir? Es permitiros discernir y definir la esencia de las personas, acontecimientos y cosas a fin de que podáis emitir juicios precisos y luego tratarlas de acuerdo con los principios. Este es el resultado final. ¿Hay alguien que haya dicho lo siguiente? “Te pasas todo el día hablando de estos asuntos de lo que está bien y lo que está mal, de estos asuntos cotidianos. Ya no estamos dispuestos a escucharlos, ya ni siquiera queremos asistir a las reuniones. ¿No deberías estar hablando sobre la verdad? ¿Por qué hablas siempre de estas situaciones?”. ¿Habéis reparado en personas así? ¿Qué clase de personas son? (Personas que carecen de entendimiento espiritual). A pesar de que compartimos de esta forma, siguen sin poder comprender la verdad; no tienen la inteligencia de una persona normal; esos individuos son unos completos inútiles. ¿Deberían hacerle escuchar sermones a alguien cuya inteligencia no alcanza el nivel humano? Quizá propongan: “Las reuniones siempre giran en torno a compartir la verdad, siempre se habla de cosas como practicar la verdad… Ya me he cansado de escucharlo. No estoy dispuesto a volver a reuniones”. Si realmente sostienen ese punto de vista, son personas que sienten aversión por la verdad. Con tales personas, la casa de Dios no insiste en su asistencia; las echa enseguida. Si ellas mismas no están dispuestas a asistir a las reuniones ni se muestran receptivas a lo que se dice en ellas, no insistimos; no queremos causarles molestias. Las personas así, aunque crean en Dios toda su vida, no comprenderán la verdad ni entrarán en la realidad; supone malgastar esfuerzos. Si les gusta escuchar conocimientos teológicos, pues que vayan y los estudien; un día, cuando no obtengan la verdad como vida, se arrepentirán.
29 de mayo de 2021