Apocalipsis 3:20: ¿A qué se refiere “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo”?

16 Abr 2019

Xiao Fei

El Señor Jesús nos enseñó: “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá” (Mateo 7:7). El Apocalipsis 3:20 profetiza: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él y él conmigo”. Entonces, ¿cómo nos llamará el Señor cuando regrese y cómo hemos de recibirlo en ese momento? Estas son las preguntas que todos los que creemos en el Señor deben reflexionar.

Cuando vino el Señor Jesús a realizar la obra de redención en la Era de la Gracia, por todo el territorio de Judea se difundieron las noticias de los milagros obrados por el Señor, así como Su palabra. Su nombre también causó una gran conmoción en todos los territorios judíos y, para la gente de la época, el Señor Jesús que guiaba a Sus discípulos para que predicaran el evangelio del reino celestial allá donde fueran era el Señor que llamaba a su puerta. El Señor Jesús manifestó: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado(Mateo 4:17). El Señor espera que las personas se presenten ante Él para arrepentirse y confesar sus pecados. Con ello recibirán la absolución de sus pecados, el hombre se liberará de la maldición y condena de la ley, y Dios lo redimirá. En aquel tiempo, muchos judíos presenciaron los milagros llevados a cabo por el Señor Jesús. Asimismo, se percataron de la autoridad y el poder de la palabra del Señor, de tal envergadura que pudo alimentar a 5000 personas con cinco panes y dos peces. Con una sola palabra, el Señor Jesús también pudo calmar el viento y el mar y hacer que Lázaro se levantara de la tumba cuando llevaba cuatro días muerto… Todo cuanto decía el Señor Jesús se cumplía y realizaba, con lo cual comprobamos la autoridad y el poder de la palabra del Señor. Las palabras con las que el Señor Jesús enseñaba a la gente y las que empleaba para reprender a los fariseos eran la verdad, no unas palabras que los seres humanos seamos capaces de proferir. Las palabras del Señor Jesús y las cosas que hacía revelaban el carácter de Dios y lo que Dios tiene y es. Manifestaban la autoridad y el poder de Dios y hacían temblar el corazón del hombre. Podría afirmarse que los judíos de aquella época ya habían oído que el Señor estaba llamando, pero ¿qué consideración le dieron al Señor?

Los sacerdotes, escribas y fariseos judíos de aquel tiempo tenían claro que la totalidad de las palabras y de los milagros del Señor Jesús provenían de Dios, pero en absoluto tenían un corazón que venerara a Dios. No buscaban ni investigaban la obra del Señor Jesús; por el contrario, se limitaban a aferrarse a pies juntillas a las palabras de las profecías bíblicas, creyendo que el que habría de venir se llamaría Emmanuel o Mesías y nacería de una virgen. Al ver que María tenía un esposo, concluyeron que el Señor Jesús no era la inmaculada concepción del Espíritu Santo ni había nacido de una virgen. Asimismo, juzgando de forma arbitraria, afirmaron que el Señor Jesús era hijo de un carpintero y nada más que una persona totalmente corriente. Utilizaron estos juicios para negar y condenar al Señor Jesús. Incluso llegaron a blasfemar contra Él y a alegar que expulsaba a los demonios por Belcebú, príncipe de los demonios. Acabaron confabulándose con el Gobierno romano para crucificarlo. La mayoría de los judíos creían que el Señor Jesús debería haber nacido en un palacio, que sería su rey y los lideraría para echar al régimen romano. Cuando los fariseos difundían rumores y calumnias y condenaban al Señor Jesús, ellos obedecían ciegamente sin el menor discernimiento. Entre la salvación del Señor Jesús y las calumnias que decían los fariseos, la mayoría de los judíos optaron por hacer caso a las falsedades y rotundas mentiras de aquellos y rechazar el camino predicado por el Señor Jesús. Cuando el Señor llamó a su puerta, le bloquearon el acceso a sus corazones. Tal como expresó el Señor Jesús: “Y en ellos se cumple la profecía de Isaías que dice: ‘Al oir oireis, y no entendereis; y viendo vereis, y no percibireis; porque el corazon de este pueblo se ha vuelto insensible y con dificultad oyen con sus oidos; y sus ojos han cerrado, no sea que vean con los ojos, y oigan con los oidos, y entiendan con el corazon, y se conviertan, y yo los sane’(Mateo 13:14–15). Como se negó a escuchar la voz del Señor y no aceptó Su obra de redención, el pueblo judío perdió la ocasión de seguir al Señor Jesús. A consecuencia de su oposición a Dios, recibió Su castigo, que le acarreó a la nación de Israel dos mil años de subyugación. Por el contrario, los discípulos que siguieron al Señor Jesús en aquel tiempo, como Pedro, Juan, Santiago y Bartolomé, tenían un corazón amante de la verdad. No se amparaban en sus nociones y fantasías en sus consideraciones sobre la palabra y la obra del Señor Jesús, sino que buscaban concienzudamente, las estudiaban con detenimiento y recibían el esclarecimiento del Espíritu Santo. Oyeron la voz de Dios y reconocieron que el Señor Jesús era el Mesías que había de venir, por lo que fueron al compás de las huellas del Señor y recibieron Su salvación. Es evidente que el fracaso de los fariseos y los judíos radicó en el hecho de que se basaron exclusivamente en el sentido literal de las profecías bíblicas para entender y reconocer la manifestación y obra de Dios. En consecuencia, eran personas que creían en Dios, pero se oponían a Él. Con ello comprobamos que si aquellos que creen en Dios consideran la nueva obra de Dios en función de sus nociones y fantasías, no sólo no podrán recibir la venida de Dios, sino que, además, se convertirán muy fácilmente en creyentes en Dios opuestos a Él. ¿Cuán lamentable sería eso? El Señor Jesús declaró: “Bienaventurados los pobres en espíritu, pues de ellos es el reino de los cielos. […] Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, pues ellos serán saciados(Mateo 5:3,6). En este punto entendemos que solamente podemos recibir el regreso del Señor si somos capaces de ser como por ejemplo Pedro y Juan, de tener un corazón sediento y hambriento de justicia cuando oigamos la voz del Señor y de buscarla e investigarla activamente.

En la actualidad, las profecías de la segunda venida del Señor se han cumplido en lo esencial. Cuando vuelva el Señor en los últimos días, debemos estar más vigilantes y preparados, prestar atención a la voz de Dios y tener un corazón que busque y tenga sed de justicia para aguardar la llamada del Señor a nuestra puerta, que podría llegar en cualquier momento. Esta es la única manera en que podemos recibir la segunda venida del Señor. El Señor Jesús dijo: “Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis soportar. Pero cuando El, el Espíritu de verdad, venga, os guiará a toda la verdad,” (Juan 16:12–13). Y en Apocalipsis, capítulos 2 y 3, se profetiza en numerosas ocasiones que: “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias”. En la Biblia apreciamos que, cuando regrese el Señor Jesús, expresará Su palabra y realizará una nueva obra. Esta es la llamada del Señor a nuestra puerta: el Señor llama con Su palabra a la puerta de nuestro corazón. Todos los que oyen las palabras del Señor, buscan activamente y escuchan Su voz con atención son las vírgenes prudentes. En cuanto reconocen la voz del Señor son capaces de recibir Su regreso y de aceptar el riego y la provisión de la palabra de Dios. Con ello se cumple la palabra de Dios: “Y aun sobre los siervos y las siervas derramaré mi Espíritu en esos días(Joel 2:29). El Señor es fiel y seguro que esta vez permitirá que oigan Su voz todos aquellos que lo anhelan y buscan. Sin embargo, es difícil que los seres humanos comprendamos la sabiduría de Dios y la manera en que el Señor llamará a la puerta a Su regreso no será como nos parece en nuestras nociones y fantasías. Quizá alguien nos avise “¡Ha regresado el Señor!”, tal como nos advirtió el Señor Jesús: “Pero a medianoche se oyó un clamor: ‘¡Aquí está el novio! Salid a recibirlo’” (Mateo 25:6). También es posible que oigamos la voz de Dios proveniente de las iglesias que difunden el evangelio del regreso del Señor o a través de Internet, la radio, Facebook u otro medio, y que veamos que Dios habla a todas las iglesias. Pese a ello, sea cual sea la manera en que el Señor llame a nuestra puerta, de ningún modo hemos de dar a Su llamada la misma consideración que le dieron los judíos. No debemos negarnos a buscar e investigar Su llamada basándonos en nuestras nociones y fantasías; menos aún hacer caso ciegamente a las mentiras y los rumores y creérnoslos. Al hacerlo rechazaríamos la llamada del Señor y perderíamos la oportunidad de recibirlo y ser elevados al reino celestial. El Apocalipsis lo profetiza: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él y él conmigo(Apocalipsis 3:20). El Señor Jesús señala: “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá(Mateo 7:7). La voluntad del Señor es que todos lleguemos a ser vírgenes prudentes y velemos siempre para escuchar Su voz. Cuando oigamos la voz del Señor hemos de examinarla con una mentalidad abierta y estudiarla con ahínco, y cuando reconozcamos la voz de Dios debemos salir a toda prisa a recibir al Señor. Mientras tengamos un corazón de búsqueda, no cabe duda de que Dios nos abrirá los ojos del espíritu. Así podremos ser elevados ante el trono de Dios ¡y asistir al banquete del Cordero!

¡Toda la gloria le pertenece a Dios!

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