La difícil decisión de una chica de 21 años
Cuando era pequeña, mis padres me decían que Dios había creado al hombre, y por ello este debía vivir adorando al Creador. Cuando crecí, empecé a ir a reuniones. Durante el año 2017 a mi madre la expulsaron por ser una persona malvada, porque trastornaba y perturbaba la obra de la iglesia, era muy terca y se negaba a arrepentirse. A partir de aquel momento, ya no me apoyaba tanto en la fe. Empecé la universidad en 2018, y siempre que volvía a casa o mi mamá me llamaba, me decía que estudiase mucho y me preguntaba cuáles eran mis planes para los estudios y en la vida. Casi nunca mencionaba mi fe en Dios y además, yo estaba ocupada con los estudios y rara vez comía y bebía las palabras de Dios, así que poco a poco fui alejándome de Él. Solía sentirme vacía y exhausta con frecuencia.
Un día, estando en casa durante las vacaciones de Navidad de 2020, leí un pasaje de las palabras de Dios: “Dios no se limita a pagar un precio por cada persona en las décadas que van desde su nacimiento hasta el presente. Según lo ve Dios, has venido a este mundo innumerables veces y te has reencarnado infinitas veces. ¿Quién se encarga de ello? Dios es el responsable. Tú no puedes saber estas cosas. Cada vez que vienes a este mundo, Dios se ocupa personalmente de hacer los arreglos para ti: Él dispone cuántos años vivirás, el tipo de familia en la que nacerás, cuándo construirás un hogar y una carrera, así como lo que vas a hacer en este mundo y cómo te ganarás la vida. Dios dispone para ti una manera de ganarte la vida, para que puedas cumplir sin obstáculos tu misión en esta vida. Y en cuanto a lo que debes hacer en tu próxima encarnación, Dios dispone y te concede esa vida según lo que debes tener y lo que se te debe dar… Dios ha dispuesto estos arreglos para ti muchas veces, y por fin has nacido en la era de los últimos días, en tu familia actual. Dios dispuso para ti un entorno en el que pudieras creer en Él, te permitió oír Su voz y volver ante Él, y que fueras capaz de seguirle y cumplir un deber en Su casa. Gracias a esta guía de Dios, has vivido hasta hoy. […] Dios se hace plenamente responsable de cada alma que se reencarna. Él trabaja cuidadosamente, pagando el precio de Su vida, para guiar a cada persona y organizar cada una de sus vidas. Dios se esfuerza y paga un precio de esta manera por el bien del hombre, y le otorga todas estas verdades y esta vida. Si las personas no cumplen con el deber de los seres creados en estos últimos días, y no regresan ante el Creador; si al final, por muchas vidas y generaciones que hayan vivido, no cumplen bien con sus deberes y no satisfacen las exigencias de Dios, ¿no sería entonces demasiado grande la deuda de las personas con Dios? ¿No serían indignos de todos los precios que ha pagado Dios? Su carencia de conciencia sería tal que no merecerían ser llamados personas, ya que su deuda con Dios sería demasiado grande. Por tanto, en esta vida —y no me refiero a tus vidas anteriores, sino a esta—, si no eres capaz de renunciar a las cosas que amas o a cosas externas por el bien de tu misión, como a los placeres materiales y al amor y la alegría de la familia, si no renuncias a los placeres de la carne en aras de los precios que Dios paga por ti o para corresponder a Su amor, entonces eres realmente malvado. De hecho, cualquier precio que pagues por Dios vale la pena. Comparado con el precio que Dios paga por ti, ¿qué representa la pequeña cantidad que ofreces o gastas tú? ¿A cuánto asciende lo poco que sufres? ¿Sabes cuánto ha sufrido Dios? Lo poco que tú sufres ni siquiera es digno de mención cuando se compara con lo que Dios ha sufrido. Además, al cumplir ahora con tu deber, estás recibiendo la verdad y la vida, y al final sobrevivirás y entrarás en el reino de Dios. ¡Qué gran bendición es esa! Mientras sigues a Dios, no importa si sufres o pagas un precio, en realidad estás obrando con Dios. Sea lo que sea lo que Él nos pida que hagamos, escuchamos las palabras de Dios y practicamos de acuerdo con ellas. No te rebeles contra Dios ni hagas nada que le cause dolor. Para obrar con Dios, debes sufrir un poco y renunciar a algunas cosas y dejarlas de lado. Debes renunciar a la fama, la ganancia, al estatus, al dinero y a los placeres mundanos; incluso debes renunciar a cosas como el matrimonio, el trabajo y tus expectativas sobre el mundo. ¿Sabe Dios si has renunciado a estas cosas? ¿Es Él capaz de ver todo esto? (Sí). ¿Qué hará Dios cuando vea que has renunciado a estas cosas? (Él se sentirá reconfortado y complacido). Dios no solo estará complacido y dirá: ‘Los precios que pagué han dado fruto. La gente está dispuesta a obrar junto a Mí, tienen esa determinación, y Yo los he ganado’. Ya sea que Dios esté contento o feliz, satisfecho o reconfortado, esa no es Su única actitud. Él también actúa, y quiere ver los resultados que logra Su obra, pues de lo contrario lo que les exige a las personas no tendría sentido. La gracia, el amor y la misericordia que Dios le muestra al hombre no son meramente una clase de actitud; son también un hecho. ¿Qué hecho es ese? Que Dios pone Sus palabras en ti, esclareciéndote, para que veas lo que es hermoso en Él y en qué consiste este mundo, para que tu corazón se llene de luz, y te permite así entender Sus palabras y la verdad. De esta manera, sin saberlo, obtienes la verdad. Dios hace mucho trabajo en ti de una manera muy real, permitiéndote ganar la verdad. Cuando ganas la verdad, cuando ganas esa cosa tan preciosa que es la vida eterna, las intenciones de Dios quedan satisfechas. Cuando Dios ve que las personas persiguen la verdad y están dispuestas a cooperar con Él, se siente feliz y contento. Entonces tiene una actitud, y mientras tiene esa actitud, se pone a obrar y aprueba y bendice al hombre. Dice: ‘Te recompensaré con las bendiciones que mereces’. Y entonces habrás ganado la verdad y la vida. Cuando conozcas al Creador y te hayas ganado Su aprecio, ¿seguirás sintiendo un vacío en tu corazón? No. Te sentirás realizado y tendrás una sensación de disfrute. ¿No es esto lo que significa que la vida de uno tenga valor? Es la vida más valiosa y significativa” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Es de gran importancia pagar el precio por alcanzar la verdad). De las palabras de Dios entendí que todo lo que el hombre posee viene de Él, que hoy estamos vivos únicamente porque Dios nos cuida y nos protege, y que las personas tienen consciencia y llevan vidas significativas solamente cuando cumplen bien su deber como seres creados. El hecho de nacer en los últimos días y tener la suerte de escuchar la voz de Dios estaba predestinado por Él antes de los tiempos, junto con las responsabilidades y la misión que yo debía cumplir. Aunque había seguido a mis padres en la fe desde que era pequeña, nunca había cumplido un deber. Quería asumir uno cuando empezase la universidad, pero no podía abandonar mis estudios ni mis perspectivas de futuro. Solo asistía a las reuniones, ya que ese era el precepto, pero mi corazón estaba lejos de Dios. Echando la vista atrás, la gente con la que me relacionaba en la universidad eran casi todos no creyentes, y con el tiempo empecé a seguir tendencias perversas como comer, beber y divertirme. Cada vez pasaba menos tiempo comiendo y bebiendo las palabras de Dios y además me fui volviendo cada vez más egoísta y falsa. No me diferenciaba en nada de los que no creían en Dios. Pensé en sus palabras: “El único modo de que la gente madure en la vida pasa por buscar la verdad para resolver los problemas mientras cumple con un deber” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad 1. Qué significa perseguir la verdad (1)). Comprendí que solo cumpliendo nuestro deber y experimentando la obra de Dios podemos alcanzar la verdad y seguir creciendo en la vida y, en última instancia, ser ganados por Dios. ¿Cómo podemos alcanzar la salvación si no cumplimos nuestro deber y en vez de eso perseguimos las tendencias mundanas? Después, por casualidad, escuché un himno de las palabras de Dios: “¡Despertad, hermanos! ¡Despertad, hermanas! Mi día no se retrasará; ¡el tiempo es vida, y aprovechar el tiempo es salvar la vida! ¡El tiempo no está muy lejos! Si reprobáis los exámenes de ingreso para la universidad, podéis estudiar e intentar otra vez cuantas veces queráis. Sin embargo, Mi día no tolerará más demora. ¡Recordad! ¡Recordad! Os exhorto con estas buenas palabras. El fin del mundo se desarrolla ante vuestros propios ojos, y grandes desastres se acercan rápidamente. ¿Qué es más importante: vuestra vida o dormir, comer, beber y vestirse? Ha llegado el momento de que sopeséis estas cosas” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Declaraciones de Cristo en el principio, Capítulo 30). Tras escuchar este himno, me di cuenta de que no me quedaba mucho tiempo para cumplir un deber. Cuando hice los exámenes para entrar en la universidad, pude haberme quedado en el instituto un año más y hacer los exámenes otra vez en caso de haber suspendido. Pero solo hay una oportunidad de que Dios nos salve y, si la perdemos, la perdemos para siempre. También consideré lo grave que había sido la pandemia y que, sin la ayuda y la protección de Dios, podíamos morir en cualquier momento. Sentí que la pandemia había sido la manera de Dios de enviarme una advertencia. Llevaba años siguiendo tendencias mundanas y desperdicié mucho tiempo. Perdí muchísimas oportunidades de cumplir un deber y alcanzar la verdad. Ahora no quería perder ninguna oportunidad más. Si no usaba este tiempo precioso para cumplir un deber y realizar más buenas obras, me arrastraría el desastre y sería demasiado tarde para lamentarme. Ahora sentía una urgencia cada vez mayor de cumplir mi deber, y, cuando terminó el confinamiento de la pandemia, empecé a cumplir el deber de regar a los recién llegados.
Como todavía estábamos en pandemia, tenía clases online y no eran muchas, así que podía asistir a clase y cumplir mi deber. Nunca pensé que esto iba a entristecer a mi mamá, porque ella quería que encontrase un trabajo a tiempo parcial para mi tiempo libre. Una noche, me preguntó enfadadísima: “Te dije que buscases un trabajo, ¿en qué estás pensando?”. Le contesté: “Mi plan es seguir cumpliendo mi deber”. Se enojó muchísimo y dijó: “No te estoy pidiendo que dejes tu deber; puedes hacerlo y también trabajar al mismo tiempo. No debes tomarte la fe tan en serio. No seas como yo, lo dejé todo para que al final terminaran echándome”. Pensé para mí: “¿Acaso aferrarse al mundo y también creer en Dios no es intentar tener ambas cosas? ¡Eso no es tener fe sincera en Dios! Además, que dejases tu trabajo y a tu familia y que te echasen de la iglesia son dos cosas distintas. Te echaron porque hacías todo tipo de cosas malvadas y te negabas a arrepentirte”. Así que le respondí a mi mamá: “Ahora estoy estudiando. Si también trabajo, ¿cuándo tendré tiempo para cumplir mi deber? No voy a buscar empleo”. Mi mamá me reprendió diciendo: “Ya veo que no vas a escuchar nada de lo que te diga. ¿No te das cuenta de que solo quiero lo mejor para ti?”. Respondí: “Sobre las demás cosas, te escucho, pero no sobre esto”. Se enfadó tanto que agarró mi computadora portátil y la destrozó. Me ofendí muchísimo y no entendía por qué le había dado semejante arrebato. Después, siempre que quería ir a una reunión o cumplir mi deber, me ponía tareas. A veces, salía corriendo de casa y se enfadaba conmigo y me retaba.
Un día me preguntó: “¿Qué planes tienes para el futuro?”. Le contesté: “He decidido cumplir mi deber en la casa de Dios”. Al ver que le estaba dando prioridad a mi deber, me dijo con una mirada severa: “Te he criado todos estos años y nada bueno ha salido de ello. Me hubiera ido mejor teniendo un perro. Al menos el perro me movería la cola cuando le doy de comer. ¿Qué recibo a cambio de todo el esfuerzo que he hecho por ti? Vete. Vete a donde quieras. ¡No quiero parásitos en esta casa!”. Al escuchar esto, me quedé petrificada y pensé: “Simplemente creo en Dios, no he hecho nada malo y aun así quieres que me vaya”. Mi mamá continuó diciendo: “Si insistes en seguir tu fe y en cumplir tu deber, la familia se romperá. A partir de este día, no tendré hija y tú no tendrás madre. ¡Te habré criado para nada!”. Me sentí tan dolida y ofendida cuando dijo eso que pensé: “Mi mamá creía en Dios, ¿no se supone que debería apoyarme? ¿Por qué me lo impide?”. Sentí que tenía ante mí dos caminos: el camino de creer en Dios y cumplir mi deber y terminar mi relación con mi mamá, y el camino de satisfacer mi afecto, traicionando a Dios y no pudiendo cumplir mi deber nunca más. Al enfrentarme a esa elección, sentí que mi corazón estaba dividido en dos. Quería muchísimo a mi mamá. Me había dado mucho amor toda la vida. Era capaz de prescindir de comer bien y de comprarse ropa nueva para darme a mí lo mejor. Era la persona más importante para mí. Pero tampoco podía abandonar a Dios. Dios me había dado la vida. Fue Él quien me dio el aliento de vida, quien me cuidó y protegió cuando crecía. Mi salud nunca fue buena y enfermaba a menudo. Sin el cuidado y la protección de Dios, habría muerto hace tiempo y no estaría hoy aquí. Si abandonaba a mi mamá, al menos podría vivir. Pero, si abandonaba a Dios, ¿no me volvería una muerta en vida? ¿Qué sentido tendría la vida entonces? Sabía que tenía que escoger creer en Dios, pero, si lo hacía, ¿no dejaría de tener madre en el futuro? Mi cálida y maravillosa familia desaparecería. Sentía mucha presión por parte de mi mamá. ¿Por qué tenía que ser una cosa o la otra? ¿Por qué tenía que tomar esa decisión? Luego, pensé en un pasaje de las palabras de Dios que había leído antes: “En cada paso de la obra que Dios hace en las personas, externamente parece que se producen interacciones entre ellas, como nacidas de disposiciones humanas o de la perturbación humana. Sin embargo, detrás de bambalinas, cada etapa de la obra y todo lo que acontece es una apuesta hecha por Satanás ante Dios y exige que las personas se mantengan firmes en su testimonio de Dios. Mira cuando Job fue probado, por ejemplo: detrás de escena, Satanás estaba haciendo una apuesta con Dios, y lo que aconteció a Job fue obra de los hombres y la perturbación de estos. Detrás de cada paso de la obra que Dios hace en vosotros está la apuesta de Satanás con Él, detrás de todo ello hay una batalla” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Solo amar a Dios es realmente creer en Él). Las palabras de Dios me ayudaron a comprender que, aunque en apariencia parecía que mi mamá me estuviera presionando y obligándome a elegir, detrás de todo esto había una batalla espiritual. Era también la tentación de Satanás. Satanás sabía cuál era mi punto débil y utilizó el cariño para presionarme y que abandonara mi fe. Si hubiera seguido a mi mamá y abandonado mi fe y mi deber, habría caído en la trampa de Satanás y perdido mi oportunidad de salvación. Aunque me echara o no de casa, no podía traicionar a Dios y abandonar mi deber por cariño. Recordé más de las palabras de Dios: “Cuando te enfrentas a las pruebas, debes satisfacer a Dios, a pesar de cualquier reticencia a deshacerte de algo que amas o del llanto amargo. Solo esto es amor y fe verdaderos” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Los que serán hechos perfectos deben someterse al refinamiento). Mi corazón encontró la fuerza. Daba igual a qué me fuese a enfrentar en el futuro, confiaría en Dios para continuar. Así que le dije a mi mamá: “Siempre he querido a esta familia y a papá y a ti. Prefiero comer menos y gastar menos y ser buena hija para vosotros. Si no cumplo tus requisitos, entonces es que no tengo la capacidad de hacerlo. Esto es lo más que puedo ofrecer. Pero creer en Dios y cumplir mi deber es la senda correcta y no puedo abandonar”. Mi mamá se enfadó como nunca y poco después se fue a vivir de alquiler a otro sitio.
De vez en cuando, mi mamá me recibía en su casa y hablábamos. Una vez me dijo: “Tu padre no está bien de salud. Tienes que pensar en él. ¿Qué harás si un día se enferma? Nunca dije que no pudieses creer en Dios. Fulanito y menganita creen en Dios y también trabajan, ¿no? No debes tomarte la fe tan en serio. ¿No estoy pensando simplemente en tu futuro cuando te digo que busques un trabajo?”. Me alteré muchísimo. Mi padre no estaba muy bien de salud desde hacía unos años. Si se hubiese enfermado, ¿qué habría hecho yo como hija sin dinero para ayudarlo? Cuanto más lo pensaba, más triste me ponía. En mi corazón, seguía orándole a Dios diciendo: “Oh, Dios, protégeme de las trampas de Satanás. Quiero satisfacerte a Ti, pero soy débil. Pronto me derrumbaré ante este asedio. Dame fe para detectar las estratagemas de Satanás y mantenerme firme en mi testimonio de Ti”. Después de orar, me vinieron a la cabeza las palabras de Dios: “¿Por qué no las encomiendas a Mis manos? ¿No tienes suficiente fe en Mí? ¿O es que tienes miedo de que Yo haga disposiciones inapropiadas para ti?” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Declaraciones de Cristo en el principio, Capítulo 59). Estas palabras me trajeron de repente luz al corazón. Dios tiene soberanía sobre todo, y Él controla nuestras vidas y muertes. ¿Cuánto más aún Él es soberano sobre si alguien se enferma o no? Si en el futuro mi padre se enfermaba o su salud empeoraba, no era algo que yo pudiera controlar. Debería dejarlo en manos de Dios y someterme a Su soberanía y Sus arreglos. También entendí que mi mamá se había convertido en lacaya de Satanás. Si ser dura conmigo no funcionaba, intentaba acercarse suavemente, utilizando cada medio posible para tentarme y atraerme y que traicionara a Dios. Así que le dije a mi mamá: “Ya soy adulta. Puedo pensar por mí misma y tomar mis propias decisiones. He puesto mi fe en Dios. Mi fe es mucho más que decir que lo reconozco a Él y que creo en Él en mi corazón. ¿Realmente tengo fe en Dios si no cumplo mi deber? Me da igual cómo crean en Dios esas otras personas que mencionaste. Si se van en declive, ¿debería seguirlos yo también? No es que no tenga conciencia. Es que tengo conciencia para saber qué hacer y qué no”. Después de escuchar eso, mi mamá se quedó callada. Yo sabía que esas palabras no podían haber salido de mí. Era Dios quien me guiaba para contraatacar las estratagemas de Satanás.
Aun así, me sentía muy disgustada de camino a casa. Mi mamá siguió hablando conmigo una y otra vez, y yo no entendía por qué siempre tenía que comportarse así conmigo o por qué siempre quería hacerme elegir entre mi fe y mi padre y ella. ¿Cuándo iba a terminar todo esto? No quería pasar por esto otra vez. Mientras caminaba, pensé en un pasaje de las palabras de Dios: “Cuando Dios obra para refinar al hombre, este sufre. Mientras mayor sea el refinamiento de una persona, mayor será el corazón amante de Dios que posea, y más del poder de Dios se revelará en ella. En cambio, cuanto menos refinamiento recibe una persona, menor será el corazón amante de Dios que posea y menos poder de Dios se revelará en ella. Cuanto mayor sea el refinamiento y el dolor de una persona así, y más grande el tormento que experimente, en más profundo se convertirá su amor por Dios, más auténtica se hará su fe hacia Él y más profundo será su conocimiento de Él” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Los que serán hechos perfectos deben someterse al refinamiento). Reflexioné sobre este pasaje de las palabras de Dios mientras caminaba y, sin darme cuenta, sentí que mi corazón se avivaba. Esto es precisamente porque ahora he elegido la senda de la fe que Satanás estaba intentando obstaculizarme. Si no creía en Dios y no elegía cumplir mi deber, no me estaría refinando de esta manera. Pensé en la cantidad de hermanos y hermanas que sufrieron persecución y obstáculos por parte de sus familias por creer en Dios, pero que nunca abandonaron ni su fe ni su deber. En vez de eso, oraban a Dios y confiaban en Él para mantenerse firmes en el testimonio. Yo ahora había elegido seguir a Dios y cumplir mi deber como ser creado. Pero no había manera de que Satanás me dejase ir tan fácilmente, así que intentó apartarme de Dios a través de mi mamá y su persecución continua. Dios también estaba utilizando esta persecución para perfeccionar mi fe en Él para que así aprendiera a apoyarme en Él y a mantenerme firme en el testimonio. En cuanto lo entendí, me sentí conmovida. Dios no me había abandonado cuando me sentía negativa, sino que había usado Sus palabras para guiarme, lo que me permitió mantenerme firme y que Satanás no me desorientara ni me sedujera. Sentí que Dios estaba junto a mí, guiándome de la mano. Me sentí muy firme y apoyada y tenía la fe necesaria para superar la situación.
Un mes y medio más tarde, mi mamá volvió a casa. Una mañana, vino a mi dormitorio y me preguntó que qué pensaba sobre conseguir un trabajo. Le dije: “No he cambiado de opinión. Elijo cumplir mi deber en la casa de Dios”. Me llamó miserable desagradecida y vino a atacarme llena de rabia. No me acuerdo exactamente de cuántas veces me abofeteó. Incluso me agarró por el cuello y me golpeó la cabeza contra la pared. Solo se detuvo cuando yo estaba a punto de dejar de respirar. De verdad que no podía entender por qué me estaba haciendo esto. ¿Acaso no estaba simplemente creyendo en Dios y cumpliendo mi deber? No estaba haciendo nada malo. Mientras me golpeaba, pensé en los hermanos y hermanas torturados cruelmente por el gran dragón rojo. El gran dragón rojo es el rey de los diablos y atormenta muchísimo a los hermanos y hermanas. Pero esta era mi mamá. Era la persona más cercana a mí y que me golpease como lo hizo… No sentí dolor físico, sino que me rompió el corazón.
Pronto llegó la primavera de 2021. Un día, acababa de llegar a casa de cumplir mi deber y mi mamá empezó a pelearse conmigo a propósito por cosas triviales. Vino a pegarme de nuevo y gritó: “Te he criado todos estos años y nada bueno ha salido de ello. Ya que así son las cosas, vete de aquí. ¡Lárgate! Voy a fingir que no eres mi hija. ¡Que no saliste de mí!”. Pensé: “La única manera de poder cumplir mi deber es marcharme. Pero, siendo sincera, tampoco quiero abandonar a mis padres. Marcharme significaría vivir sola. No tenía ese valor en absoluto. Cuando pensé en que iba a convertirme en alguien sin familia, me afectó muchísimo. Si me obligaban y abandonaba mi fe, podría conservar mi casa, pero había disfrutado mucho de la gracia de Dios y había comido y bebido muchas de Sus palabras. ¿Dónde quedaría mi conciencia si no podía cumplir mi deber?”. En ese momento, estaba tan disgustada que me sentía como si alguien me hubiese clavado un cuchillo en el corazón. Con muchísimo dolor, pensé en morir. Pensé que, si moría, no tendría que sufrir ese dolor. Cuando estaba sufriendo al máximo, leí las palabras de Dios: “En la actualidad la mayoría de las personas no tienen ese conocimiento. Creen que sufrir no tiene valor, que el mundo reniega de ellas, que su vida familiar es problemática, que Dios no las ama y que sus perspectivas son sombrías. El sufrimiento de algunas personas llega al extremo y piensan en la muerte. Este no es el verdadero amor hacia Dios; ¡esas personas son cobardes, no perseveran, son débiles e impotentes! Dios está ansioso de que el hombre lo ame, pero cuanto más ame el hombre a Dios, mayor es su sufrimiento, y cuanto más el hombre lo ame, mayores son sus pruebas. Si tú lo amas, entonces todo tipo de sufrimiento te sobrevendrá, y, si no, entonces tal vez todo marchará sin problemas para ti y a tu alrededor todo estará tranquilo. Cuando amas a Dios, sentirás que mucho de lo que hay a tu alrededor es insuperable, y como tu estatura es muy pequeña, serás refinado; además, serás incapaz de satisfacer a Dios y siempre sentirás que las intenciones de Dios son demasiado elevadas, que están más allá del alcance del hombre. Por todo esto serás refinado: como hay mucha debilidad dentro de ti y mucho que es incapaz de satisfacer las intenciones de Dios, serás refinado internamente. Sin embargo vosotros debéis ver con claridad que la purificación sólo se logra a través del refinamiento. Por lo tanto, durante estos últimos días debéis dar testimonio de Dios. No importa qué tan grande sea vuestro sufrimiento, debéis caminar hasta el final e, incluso hasta vuestro último suspiro, debéis seguir siendo fieles a Dios y dejar que Él os instrumente; solo esto es amar verdaderamente a Dios y solo esto es el testimonio firme y rotundo. […] A partir de la mucha obra de Dios se puede ver que Dios realmente ama al hombre, aunque los ojos del espíritu del hombre todavía tienen que ser completamente abiertos y él no es capaz de ver claramente mucho de la obra de Dios ni Sus intenciones ni las muchas cosas que son preciosas acerca de Dios; el hombre tiene muy poco amor sincero por Dios. Tú has creído en Dios a lo largo de todo este tiempo y hoy Dios ha cerrado todos los medios de escape. Hablando de manera realista, no tienes opción sino tomar el camino correcto, la senda correcta hacia la cual el juicio severo y la salvación suprema de Dios te han llevado. Solo después de experimentar dificultades y refinamiento, el hombre sabe que Dios es hermoso. Después de haber experimentado hasta el día de hoy, se puede decir que el hombre ha llegado a conocer parte de la hermosura de Dios, pero esto sigue sin ser suficiente porque el hombre es demasiado deficiente. El hombre debe experimentar más de la maravillosa obra de Dios y más de todo el refinamiento del sufrimiento que Dios ha dispuesto. Solo entonces puede cambiar el carácter de vida del hombre” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Solo al experimentar pruebas dolorosas puedes conocer la hermosura de Dios). Sentí un dolor inmenso tras leer esto. Enfrentar el sufrimiento es el amor de Dios, pero siempre sentía que la situación era demasiado dolorosa y no quería seguir soportándola. Realmente era muy frágil. Dije que quería seguir cumpliendo mi deber, pero cuando las cosas se pusieron difíciles, quise retroceder e incluso pensé en morirme. ¿Acaso no era precisamente que estaba cayendo en la estratagema de Satanás? Todavía tendría a Dios si me iba de casa. Era la situación ideal para prepararme para vivir sola y aprender a apoyarme en Dios cuando aparecen los problemas. Era beneficioso para mi vida. En cuanto comprendí la intención de Dios, mi corazón dejó de sufrir. Estaba dispuesta a atravesar la situación actual. Me arrodillé, oré a Dios y le dije: “Oh, Dios, no importa lo difícil que se ponga el camino, seguiré adelante con resolución. Te pido que me guíes”. Tras haber orado, me sentí con mucha más paz y calma. Al día siguiente, le dije a mi mamá que alquilaría un lugar. Inesperadamente, su actitud cambió de repente y me habló por propia voluntad. Su actitud se suavizó muchísimo durante los siguientes días. Pensé en Abraham. Dios le dijo que sacrificase a su hijo predilecto y, aunque era reacio a hacerlo, cuando se dispuso a ello, Dios no lo aceptó. Lo que Dios quería de Abraham era su sinceridad y obediencia. Reflexionando sobre esta experiencia, sentí que Dios me estaba poniendo a prueba. En cuanto me decidí a cumplir mi deber, Satanás ya no tenía recursos y finalmente pude hacerlo sin dificultades.
Más adelante, leí más palabras de Dios y llegué a discernir mejor a mi mamá. Dios Todopoderoso dice: “Aquellos entre los hermanos y hermanas que siempre están dando rienda suelta a su negatividad son lacayos de Satanás y perturban a la iglesia. Tales personas deben ser expulsadas y descartadas un día. En su creencia en Dios, si las personas no tienen un corazón temeroso de Dios, si no tienen un corazón sumiso a Dios, entonces no solo no podrán hacer ninguna obra para Él, sino que, por el contrario, se convertirán en quienes perturban Su obra y se resisten a Él. Creer en Dios, pero no someterse a Él ni temerlo y, más bien, resistirse a Él, es la mayor desgracia para un creyente. Si los creyentes son tan casuales y desenfrenados en sus palabras y su conducta como lo son los no creyentes, entonces son todavía más perversos que los no creyentes; son demonios arquetípicos. Aquellos que dan rienda suelta a su conversación venenosa y maliciosa dentro de la iglesia, que difunden rumores, fomentan la desarmonía y forman grupitos entre los hermanos y hermanas deberían haber sido expulsados de la iglesia. Sin embargo, como esta es una era diferente de la obra de Dios, estas personas son restringidas, pues sin duda serán descartadas. Todos los que han sido corrompidos por Satanás tienen un carácter corrupto. Algunos no tienen nada más que un carácter corrupto, mientras que otros son diferentes: no solo tienen un carácter satánico corrupto, sino que su naturaleza también es extremadamente malévola. No solo sus palabras y acciones revelan su carácter corrupto y satánico; además, estas personas son los auténticos diablos y satanases. Su comportamiento trastorna y perturba la obra de Dios, perturba la entrada en la vida de los hermanos y hermanas y daña la vida normal de la iglesia. Tarde o temprano, estos lobos con piel de oveja deben ser depurados; debe adoptarse una actitud despiadada, una actitud de rechazo hacia estos lacayos de Satanás. Solo esto es estar del lado de Dios y aquellos que no lo hagan se están revolcando en el fango con Satanás. Las personas que genuinamente creen en Dios siempre lo tienen en su corazón y siempre llevan en su interior un corazón temeroso de Dios, un corazón amante de Dios. Aquellos que creen en Dios deben hacer las cosas con cautela y prudencia, y todo lo que hagan debe estar de acuerdo con los requisitos de Dios y ser capaz de satisfacer Su corazón. No deben ser obstinados y hacer lo que les plazca; eso no corresponde al decoro santo. Las personas no deben desbocarse y ondear el estandarte de Dios por todas partes al tiempo que van fanfarroneando y estafando por todos lados; este es el tipo de conducta más rebelde. Las familias tienen sus reglas, y las naciones, sus leyes; ¿acaso no ocurre con más razón en la casa de Dios? ¿Acaso no tiene estándares todavía más estrictos? ¿No tiene todavía más decretos administrativos? Las personas son libres de hacer lo que quieran, pero los decretos administrativos de Dios no pueden alterarse a voluntad. Dios es un Dios que no tolera las ofensas por parte de los humanos; Él es un Dios que condena a muerte a las personas. ¿Acaso las personas realmente no lo saben ya?” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Una advertencia a los que no practican la verdad). Vi que lo que Dios estaba exponiendo era, precisamente, el comportamiento de mi mamá. Nunca antes había discernido a mi mamá, y pensaba que ella me entendería y me apoyaría en mi fe y al cumplir mi deber. Gracias a su oposición y obstáculos comencé a ver su esencia de persona malvada. Ella lo entendía todo y aun así me perseguía y obsticulizaba mi fe. Esto venía determinado por su esencia, que aborrece a Dios. Puede que antes me desorientara su apariencia y pensaba que, como había creído en Dios muchos años, abandonado a su familia y su carrera y sufrido mucho, que era una verdadera creyente, y, aunque la habían echado de la iglesia, quizás algún día cambiaría. Pero, de hecho, no solo no se arrepintió, sino que pasó a tener nociones sobre la casa de Dios y aireaba su negatividad, incluso poniéndome obstáculos a mí para que no creyese en Dios ni cumpliese mi deber, y quería que me asiera del mundo y creyese en Dios al mismo tiempo. Parecía que pensaba en mí, pero, en esencia, quería apartarme de Dios y que perdiese mi oportunidad de salvación. Conocía mi punto débil, que me daba miedo perder mi casa, así que usó todos los medios posibles para perseguirme por mi fe. Si no hacía lo que ella decía, me atacaba diciéndome groserías e incluso me agredía físicamente. Vi que la naturaleza de mi mamá era la de una persona que odiaba la verdad y que era hostil a Dios. También vi que las relaciones interpersonales estaban basadas en el interés. Cuando elegí cumplir mi deber y no podía buscar un trabajo, lo que ella quería, se puso en mi contra y me agredió y retó, quiso repudiarme e incluso me echó de casa. Vi que no me quería de verdad. En cuanto tuve cierto discernimiento acerca de la esencia de mi mamá, mi corazón pudo desprenderse del amor que sentía por ella.
Viví esta situación durante un año y Dios me guió para superar la perturbación y la persecución de mi mamá. Siento que hay poder y autoridad en las palabras de Dios. Me condujeron a salir de la negatividad y debilidad una y otra vez, y también llegué a discernir un poco la verdadera esencia de mi mamá, una persona malvada. Le doy gracias a Dios por salvarme.