La dura lección que aprendí por presumir

31 Ene 2022

Por Min Rui, China

Pasé a ser líder en 2009. Cada vez que la líder por encima de mí venía a celebrar una reunión, todos la rodeaban y le pedían que les hablara de sus problemas. Le tenía mucha envidia. Me preguntaba cuándo sabría enseñar así de bien las palabras de Dios y que todos me apoyen y se agrupen en torno a mí. Me parecía que sería increíble. Más tarde ese año, el Partido Comunista lanzó otra gran operación de detenciones y la cosa se puso peligrosa. Los líderes ya no podían venir a celebrar reuniones con nosotros. Pensaba que como los líderes superiores solían regarnos, por muy bien que yo enseñara, los demás probablemente creían que solo repetía lo que aquellos decían, pero, dado que no iban a venir, era mi ocasión de mostrar mis auténticas habilidades. Tenía que aprender más sobre las palabras de Dios para demostrar a todos que sabía enseñar y resolver problemas igual de bien que ellos, que podía lidiar con todo igual de bien sin su ayuda. Recibiría entonces el apoyo y el visto bueno de todos. Así, empecé a madrugar mucho para leer las palabras de Dios y a devanarme los sesos para descifrar la clave y enseñar un nuevo entendimiento con el que ayudar a todo el mundo. En las reuniones siempre pensaba qué decir para aportar esclarecimiento a la gente, de modo que esta creyera que yo era apta y perspicaz, y mis enseñanzas, motivadoras, y me viera con otros ojos. Siempre dejaba que los demás hablaran primero y luego compartía yo mi entendimiento para que mi enseñanza fuera la de mayor amplitud y esclarecimiento.

En una reunión de colaboradores, descubrí que algunos líderes de equipo eran vagos e irresponsables en el deber y que iban atrasados en el trabajo. Esto me puso algo nerviosa, y pensé que tenía que buscar palabras de Dios que les mostraran el rumbo de Su obra y los apremiaran en el deber, y así sabrían que les había ayudado mi enseñanza. Les leí unas palabras de Dios sobre cómo entender Su obra en los últimos días, me aclaré la garganta y dije: “Dios ha aparecido y expresa la verdad. Es una oportunidad imperdible e impagable de ser perfeccionados. Si nos relajamos y perdemos el tiempo vagueando en el deber, perderemos la ocasión de convertirnos en vencedores y caeremos en los desastres, ¡entre el llanto y el crujir de dientes!”. A medida que me volvía más vehemente, escuchaban más atentos y dijeron que dejarían de vaguear y cumplirían bien con el deber. Emocionada, una hermana señaló que había leído mucho este pasaje de las palabras de Dios, pero que realmente no las había entendido. Mi enseñanza le dio una sensación de apremio, y dejaría de actuar por inercia y de buscar la comodidad en el deber. para lanzarse a su labor. Como no quería que todos pensaran que solo repetía lo dicho por los demás líderes, les dije que era preciso que meditáramos en serio las palabras de Dios y que, en unas circunstancias tan difíciles, cuando los líderes superiores no podían reunirse con nosotros y no había quien nos regara, teníamos que orar a Dios y meditar seriamente Sus palabras. Él nos daría guía y esclarecimiento. Otra hermana manifestó, admirada: “Tienes mucha aptitud y entiendes las palabras de Dios. Yo no tengo tu agudeza”. Le dije que Dios no tiene favoritos y que solo teníamos que pagar un precio, pero, en el fondo, estaba complacida conmigo misma. Parecía que mis esfuerzos no habían sido vanos, que sabía resolver problemas reales. Quería seguir trabajando para que todos me admiraran aún más.

Después, una hermana comentó que su familia se había dejado engañar por las mentiras del Partido Comunista y que no le permitía ir a reuniones ni cumplir con ningún deber por miedo a que la detuvieran. Estaba en apuros y no sabía cómo salir de eso. Conté cómo había logrado reconocer las trampas del gran dragón rojo, que dejé los estudios de Medicina y cómo había superado los obstáculos de mi familia para cumplir con el deber. Con gran sentimiento, les conté cómo había sufrido. Les dije entonces que, en ese momento, los líderes me valoraron y cultivaron, lo que había aprendido y cómo había madurado. Había comprobado que Dios no tiene favoritismos por nadie, pero que si nos esforzamos sinceramente, nos bendice. Después, algunos de los presentes comentaron que no habría sido fácil para mí dejarlo todo por mi deber siendo tan joven y que, en comparación, sus luchas apenas lo eran y que no buscaban lo suficiente. Aunque respondí que fueron las palabras de Dios las que me dieron fortaleza para dejarlo todo por Él, realmente creía buscar mejor. Así pues, tras esta reunión, los hermanos y hermanas empezaron a admirarme más. Yo también disfrutaba con su idolatría. Me desvivía por esforzarme más con las palabras de Dios y por pensar en cómo enseñar para que me admiraran todavía más. En las reuniones, cuando un hermano o hermana señalaba alguna dificultad, me apresuraba a buscar las palabras de Dios adecuadas, todos elogiaban mis enseñanzas y mi capacidad de resolver problemas prácticos y yo estaba en la gloria. A mi parecer, quizá sí tenía una gran aptitud, sabía enseñar bien, y hasta sin ayuda de los líderes sabía resolver igualmente los problemas de la gente. Me sentía muy orgullosa de mí misma tras recorrer las iglesias. Creía haber resuelto muchos problemas y que a todos les gustaba oír mis enseñanzas. Pensaba que realmente sabía hacer un trabajo práctico y quería dar lo mejor de mí a los colaboradores para que vieran la eficacia de mis enseñanzas. Por ello, les conté de muy buena gana cómo había enseñado las palabras de Dios para resolver los problemas de todo el mundo, como si eso fuera algo de valor. Me estaba animando más y los otros me escuchaban y tomaban apuntes, totalmente motivados, y me preguntaban de qué pasajes de las palabras de Dios había hablado, con miedo a perderse algún detalle. La hermana Li dijo “Tienes una aptitud tremenda y enseñas muy bien. Mantienes las reuniones aunque los líderes no puedan venir y ahora enseñas mejor. Sin tus reuniones habituales, no sabríamos cómo hablar con los demás”. Estaba rebosante de admiración. Me alegró todavía más oír esto y me pareció que por fin veían lo capaz que era. Repetir lo que otros digan no sirve de nada: yo sabía arreglar problemas, y esa era una habilidad real. Posteriormente, mis colaboradores empezaron a venirme con sus preguntas y problemas para consultarme. Les enseñaba las palabras de Dios y, ante sus miradas de aprecio, sentía que todo giraba en torno a mí.

Les caía muy bien a todos por entonces. En la siguiente reunión, una hermana me vio en la bici, se apresuró a ayudarme a aparcarla y todos se agruparon en torno a mí cuando entré para pedirme ayuda con esto o aquello o cómo corregir determinado estado. Ayudé incansablemente a todos. Así continuaron las cosas y algunos hermanos y hermanas dejaron de orar y de buscar la verdad sobre sus problemaas, y venían directamente a pedirme consejo. Incluso mi compañera y otros colaboradores se esperaban a mis enseñanzas para hacer las cosas y seguían mis consejos absolutamente en todo. Aún estaba muy satisfecha de mí misma. Me creía estupenda, protagonista en la iglesia. Una vez, un colaborador dijo que un diácono de evangelización de una de las iglesias era muy arrogante, que no seguía los principios ni escuchaba a nadie. Reflexioné que las palabras de Dios son tan autorizadas que él tenía que obedecerlas por muy arrogante que fuera. No me pareció buena su enseñanza; evidentemente, la labor de la iglesia requería más habilidad. Decidí ir para que aprendieran de mí a resolver el problema. Así pues, convoqué una reunión de diáconos y, muy severa, leí unas palabras de Dios sobre la arrogancia y terquedad de los anticristos. El diácono de evangelización se sentó a un lado con la cabeza agachada como un delincuente condenado. Al contemplar esto, me deleité todavía más en mi capacidad de encontrar palabras de Dios acertadas. Luego analicé la naturaleza de sus actos y las inevitables consecuencias si continuaba así. Reconoció muy dócilmente sus errores y afirmó que quería empezar a seguir los principios. Yo pensaba que a la gente como él había que tratarla con las palabras más duras de Dios. Cuando regresé y me reuní con todos, no tardé en contarles que mi enseñanza había convencido al diácono de evangelización y describí toda la escena con gran detalle. Todos estaban aún más impresionados con mi habilidad para encontrar el pasaje adecuado y estaba eufórica, como si tuviera la realidad de la verdad y nada pudiera vencerme. Sin embargo, tras la reunión, me escandalizó que un líder de equipo dijera que una nueva hermana le había comentado, después de nuestra última reunión, que Cristo estaba en las iglesias, regando y pastoreando a la gente, y que yo enseñaba tan bien que se preguntaba si acaso yo era Dios. Estaba escandalizada. ¿Cómo podía estar tan ciega? ¡Yo era un ser humano corrupto! Les enseñé de inmediato la diferencia entre la esencia de Cristo y la de los seres humanos corruptos, pero me sentía muy inquieta. ¿Atraía a la gente ante mí, y no ante Dios? ¿Cómo podía suceder algo así, si yo enseñaba las palabras de Dios? No obstante, pensé que eso quizá se debió a que ella era una recién llegada que no comprendía la verdad. La mayoría de los demás me apoyaban y les gustaban mis enseñanzas porque les eran útiles. Al replantearlo de ese modo, no me lo tomé tan en serio ni hice introspección, sino que seguí así, con todo entusiasmo, disfrutando de los elogios y la admiración de todos.

Sin darme cuenta, era marzo de 2010, y un día, cerca de la casa de un anfitrión, unos policías de civil enviados allí me detuvieron por tráfico de drogas. Me soltaron al darse cuenta de que no era la persona que buscaban, pero sospechaban de mí. Para proteger a otros miembros, la iglesia me suspendió del deber y me hizo cortar temporalmente todo contacto con los demás. Al principio, la hermana con quien formaba equipo seguía viniendo cada noche a preguntarme por todos los problemas de la iglesia. Y me decía que, cuando hablaba con los demás, la menospreciaban y no le hacían ni caso. Se sentía mal, como que no podía ocuparse sola de todo. Seguí sin hacer introspección, pero continué enseñándole la voluntad de Dios: que no se preocupara por la reputación, sino que confiara en Él, y también le indiqué cómo hablar para resolver esos problemas. Me preguntaba si debía decirle a mi líder que mi problema de seguridad no era tan grave, por lo que quizá podía empezar de nuevo en el deber, pues la iglesia me necesitaba. Sin embargo, días después, ella me dijo que el líder había tratado con ella por adularme y preguntarme de todo sin centrarse en buscar los principios de la verdad y sin llevar a Dios en el corazón. El líder habló de la naturaleza y las consecuencias de aquello y subrayó que nadie podía contactar conmigo por si me vigilaba la policía. Comprendí entonces que no me habían suspendido del deber por casualidad, sino que la ira de Dios había venido sobre mí, que Él había dispuesto que me retiraran del servicio. Me presenté ante Dios a recapacitar y todos esos momentos en que otros me habían elogiado y habían anhelado mis enseñanzas pasaron por delante de mis ojos. Escruté mi corazón preguntándome si los hermanos y hermanas realmente me apoyaban por la calidad de mis enseñanzas. De ser eso cierto, tras todo aquel tiempo, ¿por qué no comprendían la verdad ni actuaban según los principios? ¿Por qué no oraban y confiaban en Dios, sino en mí, en los tiempos difíciles? ¿No estaba ocupando el lugar de Dios? En ese momento empecé a asustarme. Mientras reflexionaba al respecto, leí un par de pasajes de las palabras de Dios. “En lo que respecta a todos vosotros, si se os entregara una iglesia y nadie os supervisara durante seis meses, empezaríais a descarriaros. Si nadie te supervisara durante un año, la alejarías y descarriarías. Si pasaran dos años y siguiera sin haber alguien que te supervisara, conducirías a sus miembros ante ti. ¿Por qué ocurre esto? ¿Alguna vez habéis considerado esta pregunta? ¿Podríais actuar así? Vuestro conocimiento solo puede proveer a las personas durante un cierto tiempo. Conforme pasa el tiempo, si sigues diciendo lo mismo, algunas personas podrán darse cuenta; dirán que eres demasiado superficial, que verdaderamente careces de profundidad. La única opción que tendrás será intentar engañar a las personas predicando doctrinas. Si siempre actúas así, los que están por debajo de ti seguirán tus métodos, tus pasos y tu modelo para creer en Dios y experimentar, y pondrán esas palabras y doctrinas en práctica. Al final, como sigues predicando y predicando, llegarán a usarte como ejemplo. Tomas la iniciativa al hablar de doctrinas, así que los que están por debajo de ti aprenderán doctrinas de ti y, conforme las cosas avancen, habrás tomado la senda equivocada. Quienes están por debajo de ti tomarán la senda que tú tomes; todos aprenderán de ti y te seguirán, así que tú sentirás: ‘Ahora soy poderoso; muchas personas me escuchan y la iglesia está a mi entera disposición’. Esta naturaleza de traición dentro del hombre hace que, sin darte cuenta, conviertas a Dios en una mera figura decorativa, y tú mismo entonces formas algún tipo de denominación. ¿Cómo surgen diferentes denominaciones? Lo hacen de esta manera(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo buscar la verdad es creer verdaderamente en Dios). “Todos los que van cuesta abajo se exaltan a sí mismos, y dan testimonio de sí mismos. Van por ahí jactándose de sí mismos, autoengrandeciéndose y no han tomado a Dios en serio en absoluto. ¿Tenéis alguna experiencia respecto a lo que estoy diciendo? Muchas personas dan constantemente testimonio de sí mismas: ‘he sufrido de esta o aquella forma, he hecho tal y cual obra, Dios me ha tratado de esta forma y de aquella, me pidió que hiciera esto o lo otro; Él me tiene una estima especial; ahora soy de esta forma y de aquella’. Hablan deliberadamente en un tono concreto y adoptan determinadas posturas. En última instancia, alguna gente acaba creyendo que estas personas son Dios. Una vez han llegado a ese punto, ya hace mucho tiempo que el Espíritu Santo los habrá abandonado. Aunque, por ahora, son ignorados y no expulsados, su destino está definido y lo único que pueden hacer es esperar su castigo(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Las personas le ponen demasiadas exigencias a Dios). Las palabras del juicio de Dios me resultaron muy incisivas y me atenazó una sensación real de miedo. Me percaté de que yo era lo descrito en las palabras de Dios. Las enseñaba con cierto aire, cierta escenificación, pues les impartía a los demás mi conocimiento literal de ellas y mi comprensión doctrinal y les indicaba cómo hacer las cosas, qué practicar. Para todos ellos, mis enseñanzas eran la norma, no buscaban la guía de Dios, y esperaban a que yo les enseñara. Siempre compartía mi experiencia, y aprovechaba toda oportunidad para hablar y hablar de mis sacrificios y sufrimientos a fin de que me admiraran todos. ¿No me enaltecía, presumía y atraía a la gente ante mí? Dios me encumbró a líder para que buscara la verdad para resolver los problemas, para que lo enalteciera, diera testimonio de Él y llevara a la gente ante Él. Pero yo quería estar en el corazón de la gente, así que leía constantemente las palabras de Dios, no para buscar y practicar la verdad a fin de resolver mis problemas, sino para dotarme de conocimientos literales que lucir ante otros. Me devanaba los sesos para idear algún entendimiento novedoso, y planeaba ser la última en hablar para resumirlo todo y parecer ingeniosa. Aprovechaba la resolución de problemas para presumir y hacer que me admiraran mientras disfrutaba de mi estatus. Hasta me creía superior, y juzgaba a los demás con las palabras de Dios y les ordenaba duramente que las practicaran para asentar mi prestigio. Era un mero ser creado, una persona corrupta, pero, para que me admiraran, leía las palabras de Dios con cierto aire, como si fuera el propio Dios, mientras juzgaba a la gente con Sus duras palabras para que se rebajara a mi autoridad. Me hacía pasar por Dios. No actuaba como un ser humano, sino como un demonio, Satanás. Luego me di cuenta de lo sumamente malvada y desvergonzada que era. No era una persona corrupta normal, ¡sino un Satanás viviente que debía ser condenado al infierno! Sin embargo, aún presumía descaradamente ante todos de mi habilidad para enseñar, por lo que, cuando los demás se topaban con un problema, en vez de orar y buscar la verdad, esperaban a que yo lo arreglara, e incluso cuando me suspendieron del deber, la hermana con quien trabajaba se ponía en peligro cada día para venir a consultarme el trabajo de la iglesia. No tenía los principios de la verdad en nada. Los hermanos y hermanas la despreciaban a ella porque consideraban mejores mis enseñanzas y no aceptaban su liderazgo. Atraía a todos a mí. Me asusté más al darme cuenta de que extraviaba a la gente como un anticristo, pues la atraía a mí, con lo que instauré mi propio reino. Cada vez tenía más clara la gravedad de mi problema.

Leí otro pasaje de las palabras de Dios. Dios dice: “Los más rebeldes de todos son los que intencionalmente desafían a Dios y se le resisten. Ellos son Sus enemigos y los anticristos. Su actitud siempre es de hostilidad hacia la nueva obra de Dios; nunca tienen la mínima tendencia a someterse y jamás se han sometido o humillado de buen grado. Se exaltan a sí mismos ante los demás y nunca se someten a nadie. Delante de Dios, consideran que son los mejores para predicar la palabra y los más hábiles para obrar en los demás. Nunca desechan los ‘tesoros’ que poseen, sino que los tratan como herencias familiares a las que adorar y las usan para predicar a los demás y sermonear a los necios que los idolatran. De hecho, hay una cierta cantidad de personas de este tipo en la iglesia. Se podría decir que son ‘héroes indómitos’, que, generación tras generación, residen temporalmente en la casa de Dios. Consideran que predicar la palabra (doctrina) es su tarea suprema. Año tras año y generación tras generación, se dedican vehementemente a hacer que su deber ‘sagrado e inquebrantable’ se cumpla. Nadie se atreve a tocarlos; ni una sola persona se atreve a reprenderlos abiertamente. Se convierten en ‘reyes’ en la casa de Dios y causan estragos mientras oprimen a los demás, era tras era. Este grupo de demonios busca unirse y derribar Mi obra; ¿cómo puedo permitir que estos demonios vivientes existan delante de Mis ojos? Ni siquiera quienes obedecen a medias pueden seguir hasta el final, ¡cuánto menos estos tiranos que no tienen ni una pizca de obediencia en su corazón!(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Los que obedecen a Dios con un corazón sincero, con seguridad serán ganados por Él). Estas duras palabras de juicio de Dios parecían como que Él estuviera justo ahí declarando mi resultado final y yo, paralizada, me hundiera. Siempre pontificaba mi comprensión literal de las palabras de Dios y aprovechaba la comunión para resolver los problemas de la gente para descarriarla mientras, a cada paso, me engrandecía y engrandecía mi habilidad para enseñar la verdad a fin de que me admiraran, confiaran en mí y dependieran de mi liderazgo. Llegaron a confundirme con Dios. Al igual que un anticristo, ¿no ocupaba el lugar de Dios en el corazón de la gente? Que Dios se encarne para salvar a la humanidad es una oportunidad inaudita y todo el mundo tiene la suerte de haber hallado al Dios verdadero, pero yo aprovechaba la ocasión de cumplir con un deber para afianzarme robándole a Dios Su pueblo sin saberlo y ocupando Su lugar en sus corazones. Me consideraban su ama y se habían olvidado del sustento, la guía y las bendiciones de Dios. Les estaba robando a los hermanos y hermanas su oportunidad de salvarse. Jamás imaginé que podría caer tan bajo y comportarme como la reina del mambo. Me llené entonces de culpa y pesar y me desprecié de veras. Postrada ante Dios, confesé: “¡Dios mío, merezco Tu maldición! Me enaltezco, presumo y atraigo a Tu pueblo a mí. Si no se hubiera mostrado Tu justicia con mi suspensión del deber, a saber cuánta más maldad habría cometido. Hace más de un año que soy líder de la iglesia y no solo no he ayudado a los demás a comprenderte, sino que, a modo de obstáculo, los he mantenido lejos de Ti, con lo que los he descarriado. Flaco favor les he hecho y, sobre todo, no soy digna de Tu salvación. Ni siquiera merezco vivir, y sí cualquier castigo de Ti…”. Durante un tiempo, apenas dejé de llorar. Creí haber abierto de veras la puerta del infierno, que Dios me iba a delatar y eliminar, y hasta esperaba que Él acabara conmigo lo antes posible para que no viviera en contra de Él.

En plena desdicha, leí un pasaje de las palabras de Dios. Dios dice: “Mientras ahora conservéis una mínima esperanza, entonces, independientemente de que Dios recuerde o no vuestras transgresiones pasadas, ¿qué mentalidad deberíais mantener? ‘Debo buscar un cambio en mi carácter, procurar entender a Dios, que Satanás no me engañe de nuevo y no hacer nada que deshonre el nombre de Dios’. ¿Qué ámbitos fundamentales determinan si alguien puede o no ser salvado y si tiene o no alguna esperanza? El quid de la cuestión, después de haber oído un sermón, es que puedas o no entender la verdad, que puedas o no ponerla en práctica y que puedas o no cambiar. Estos son los ámbitos fundamentales. Si solo sientes remordimientos y haces lo que te viene en gana, del mismo modo de siempre, no solo sin buscar la verdad, sino aferrándote todavía a los viejos puntos de vista y a las viejas prácticas, y además careciendo por completo de comprensión, yendo cada vez a peor, entonces no te quedará esperanza y habrá que darte por perdido. Con un mayor conocimiento de Dios y un conocimiento más profundo de ti mismo, tendrás un dominio más acentuado de ti mismo. Mientras más minucioso sea el conocimiento de tu propia naturaleza, más capaz serás de protegerte. Y tras condensar tus experiencias y las lecciones que has aprendido, ya no volverás a fallar. En realidad, todo el mundo tiene mancha, pero sencillamente no se le ha hecho responsable de ella. Todo el mundo los tiene; los de algunos son pequeños, los de otros son grandes; algunos hablan con claridad y otros ocultan cosas. Algunas personas hacen cosas de las que otros están al tanto y otras actúan sin que los demás lo sepan. Hay mancha en todos y todos manifiestan ciertas actitudes corruptas, como la arrogancia o la santurronería, cometen algunas transgresiones o equivocaciones en su trabajo o muestran alguna rebeldía ocasional. Y todo esto es perdonable, e inevitable para la humanidad corrupta. Pero, una vez que la gente entiende la verdad, es evitable y es posible no transgredir más, ya no hay necesidad de preocuparse nunca por las transgresiones anteriores. La clave es si la gente se ha arrepentido, si ha cambiado de verdad: aquellos que se arrepienten y cambian son los que se salvan, mientras que los que ni se arrepienten ni cambian durante el proceso, deben ser eliminados. Si, después de entender la verdad, las personas siguen transgrediendo a sabiendas, si no se arrepienten de nada, no cambian en absoluto y nada funciona, por mucho que se les pode, se les trate o se les advierta, tales personas están entonces más allá de la salvación(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Para servir a Dios uno debería caminar por la senda de Pedro). Este pasaje me resultó muy conmovedor y me llenó de culpa. Recordé toda mi maldad. No me había arrepentido realmente y aún malinterpretaba a Dios. Eso era carente de conciencia e irracional de mi parte. A Dios no le importa cuánta corrupción revelemos. La clave es si somos capaces de aceptar la verdad, si realmente nos arrepentimos y transformamos. Supe que tenía que dejar de malinterpretar a Dios, sobreponerme, buscar la verdad y hacer introspección en serio. Solo así podría dejar de presumir y enaltecerme. Sin importar qué hubiera decidido Dios para mí, tenía que buscar la verdad y entrar en ella, buscar la transformación y dejar de oponerme y lastimar a Dios. Al darme cuenta de todo eso, no me sentí tan deprimida y me puse a buscar palabras pertinentes de Dios.

Había un par de pasajes que me ayudaron a entender mejor mi arrogancia. Dios dice: “Algunas personas idolatran de manera particular a Pablo: les gusta salir a pronunciar discursos y hacer obra, les gusta reunirse y hablar; les gusta que las personas las escuchen, las adoren y las rodeen. Les gusta tener estatus en el corazón de los demás y aprecian que otros valoren la imagen que muestran. Analicemos su naturaleza a partir de estos comportamientos: ¿Cuál es su naturaleza? Si de verdad se comportan así, entonces basta para mostrar que son arrogantes y engreídos. No adoran a Dios en absoluto; buscan un estatus elevado y desean tener autoridad sobre otros, poseerlos, y tener estatus en sus mentes. Esta es la imagen clásica de Satanás. Los aspectos de su naturaleza que más destacan son la arrogancia y el engreimiento, la negativa a adorar a Dios, y un deseo de ser adorados por los demás. Tales comportamientos pueden darte una visión muy clara de su naturaleza(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Cómo conocer la naturaleza del hombre). “Si realmente posees la verdad en ti, la senda por la que transitas será, de forma natural, la senda correcta. Sin la verdad es fácil hacer el mal, y no podrás evitar hacerlo. Por ejemplo, si tienes un carácter arrogante y engreído, que se te diga que no te opongas a Dios no sirve de nada, no puedes evitarlo, escapa a tu control. No lo haces intencionalmente, sino que esto lo dirige tu naturaleza arrogante y engreída. Tu arrogancia y engreimiento te harían despreciar a Dios y verlo como algo insignificante; causarían que te ensalzaras a ti mismo, que te exhibas constantemente y que al final te sentaras en el lugar de Dios y dieras testimonio de ti mismo. Considerarías tus propias ideas, pensamientos y nociones como si fueran la verdad a adorar. ¡Ve cuántas cosas malas te llevan a hacer esta naturaleza arrogante y engreída!(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo buscando la verdad puede uno lograr un cambio en el carácter). Esa lectura me aclaró que había ido por la senda de un anticristo y cometido todo aquel mal porque me gobernaba mi naturaleza arrogante. Ideas como “yo soy mi propio señor en todo el cielo y la tierra” y “el hombre siempre debería esforzarse por ser mejor que sus contemporáneos” eran mi vida. Creía que ser superior y el hecho de que la gente acudiera a mí eran la única vía para vivir en la gloria. Esos venenos estaban grabados en mis huesos, corrían por mis venas, por lo que eran mi naturaleza y me hacían sumamente arrogante. Siempre quería dominar a otros y ser el centro de atención. Aprendí doctrina para presumir para que todos me admiraran, se agruparan en torno a mí y me escucharan. Había sido muy engreída y autocomplaciente al disfrutar del enaltecimiento ajeno. Era un asco. No tenía conciencia de mí misma y no sabía qué era yo en realidad. La poca enseñanza y ayuda que podía brindar en los problemas de los demás provenían de la guía del Espíritu Santo. Al no conocer la obra del Espíritu Santo, me creía especial, que tenía la realidad de la verdad, y me lucía sin vergüenza. Lo cierto es que quienes tienen la realidad de la verdad no insisten en las doctrinas, sino que comprenden de verdad su esencia corrupta y la justicia de Dios. Tienen una humanidad y una razón normales y saben diferenciar la obra del Espíritu Santo de su propia estatura. Enaltecen a Dios, dan testimonio de Él y viven siempre ante Él, buscando la verdad para corregir su corrupción. Nunca presumirían desvergonzadamente como yo. Pensé en lo que le encantaba a Pablo que lo admiraran y en que siempre se centraba en predicar doctrinas elevadas, conocimientos bíblicos y teología. Cuando logró que lo admiraran, se volvió tan arrogante que llegó a afirmar: “Pues para mí, el vivir es Cristo y el morir es ganancia” (Filipenses 1:21). Al decir eso estaba actuando abiertamente como si fuera Dios, dando testimonio de sí mismo como Cristo y ofendiendo el carácter de Dios. Dios aún lo está castigando. ¿No eran mis pasiones, mis búsquedas y mi senda las mismas que las de Pablo? Sentí todavía más miedo y pesar cuando se me ocurrió aquello, y percibí la justicia de Dios, que no tolera ofensa. Sentí un poco de auténtica veneración por Dios y comprendí que perseguir la admiración ajena es un carácer satánico y es ir en contra de Dios.

Recopilé muchas palabras de Dios acerca de cómo enaltecerlo y dar testimonio de Él y me volqué en su lectura. Un par de pasajes me causaron una impresión especialmente honda. Dios Todopoderoso dice: “Cuando deis testimonio de Dios, principalmente debéis hablar más de cómo Él juzga y castiga a las personas, de las pruebas que utiliza para refinar a las personas y cambiar su carácter. También debéis hablar de cuánta corrupción se ha revelado en vuestra experiencia, de cuánto habéis soportado y cómo Dios os conquistó finalmente; debéis hablar de cuánto conocimiento real de la obra de Dios tenéis y de cómo debéis dar testimonio de Dios y retribuirle Su amor. Debéis poner sustancia en este tipo de lenguaje, al tiempo que lo expresáis de una manera sencilla. No habléis sobre teorías vacías. Hablad de una manera más práctica; hablad desde el corazón. Esta es la manera en la que debéis experimentar. No os equipéis con teorías vacías aparentemente profundas en un esfuerzo por alardear; hacerlo de esa manera hace que parezcáis arrogantes e insensatos. Debéis hablar más de cosas reales desde vuestra experiencia real, que sean auténticas y que provengan del corazón; esto es lo más beneficioso para los demás y es lo más apropiado de ver(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo buscando la verdad puede uno lograr un cambio en el carácter). “Como líderes y obreros en la iglesia, si queréis guiar al pueblo escogido de Dios a la realidad de la verdad y servir como testigos de Dios, lo más importante que debéis tener es un entendimiento más profundo del propósito de Dios en la salvación de las personas y el propósito de Su obra. Debes entender la voluntad de Dios y Sus diversas exigencias a las personas. Debes ser práctico en tus esfuerzos; practica tan sólo aquello que entiendes y comunica sólo sobre lo que conoces. No te jactes, no exageres y no hagas observaciones irresponsables. Si exageras, las personas te detestarán y te sentirás reprobado después; sencillamente, esto es demasiado inadecuado(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo aquellos con la realidad-verdad pueden liderar). Esta lectura me aportó una senda real de práctica. Descubrí que dar testimonio de Dios no es solo leer Sus palabras a la gente y decirle que las practique, ni tampoco enseñarle teorías altisonantes, sino enseñar la voluntad y las exigencias de Dios y compartir tu experiencia personal de Sus palabras, el modo en que estas te han juzgado y castigado, la corrupción que has revelado, cómo te delataron las palabras de Dios y cómo las entendiste, cómo las pusiste después en práctica y lo que aprendiste de la obra y el carácter de Dios. Había hablado de más sobre las palabras de Dios de forma vacía, sin pensar en la práctica de la vida real. En todos esos años no había cambiado a mejor, sino a más arrogante. Me hacía daño a mí misma y extraviaba a los demás. Entendí entonces que tenía que centrarme más en mi práctica y entrada, buscar más la voluntad de Dios y recapacitar más sobre mi corrupción y mis faltas. Tenía que conocer mi lugar y dar testimonio de Dios con mi experiencia y comprensión de Sus palabras.

Después, sentía mucha más veneración en mi corazón cuando enseñaba las palabras de Dios y no me atrevía a lucir mi entendimiento literal, sino que solo compartía mi experiencia. Solamente hablaba de lo que entendía y no pensaba en la admiración ajena. Simplemente quería expresar un auténtico testimonio de Dios. Al hablar de mi entendimiento, me aseguraba de dar toda gloria a Dios diciendo que ese era el esclarecimiento del Espíritu Santo, no mi estatura. Empecé a tener miedo de que me admiraran. Me ponían nerviosa los elogios y me apresuraba a dar testimonio de Dios para que los demás supieran que eso se debía a Su obra. No era tan engreída ni tan autocomplaciente como antes. Actuar así me aportó una sensación de tranquilidad y me acerqué mucho más a Dios. También me enseñó que lo que necesito obtener en el deber es la verdad y el conocimiento de Dios, no la admiración de nadie. Me asqueaba y avergonzaba mi antiguo deseo de recibir adulación. Ahora entiendo verdaderamente que toda pizca de entendimiento y cambio que logre es exclusivamente la salvación de Dios para mí. ¡Le estoy muy agradecida a Dios!

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