Consecuencias de cumplir con un deber para aparentar
En 2021 estaba a cargo del trabajo de varias iglesias. Acababan de fundarse y todo su trabajo estaba en las etapas iniciales. La líder superior tenía que ir a menudo a dirigirlo y hablaba oportunamente cuando se descubrían problemas. Preguntaba mucho por la labor evangelizadora en concreto. Al ver que la labor evangelizadora de otras iglesias iba muy bien, que tenían a bastante gente que estudiaba el camino verdadero y se incorporaba a ellas cada mes, yo tenía mucha envidia. Pensaba que la labor evangelizadora era muy importante para la líder superior y yo fallaba bastante en ese sentido. Si no lo hacía bien y se demoraba la labor evangelizadora seguro que la líder diría que me faltaba aptitud y que no sabía hacer el trabajo, y me destituiría. Así pues, durante un tiempo me esforcé mucho en la labor evangelizadora, hacía seguimiento frecuente a los hermanos y hermanas para ver cómo iban las cosas y resumía los problemas con ellos para buscar soluciones, pero no preguntaba mucho por el otro trabajo ni hacía seguimiento. Con el tiempo obtuvimos resultados algo mejores en la labor evangelizadora, pero iba cayendo la eficacia de nuestro trabajo de riego. Como algunos nuevos creyentes se topaban con dificultades o eran perturbados por sus pastores y no recibían riego ni sustento a tiempo, se volvieron negativos y dejaron de asistir a reuniones. Ante esto reflexioné que no teníamos suficiente personal de riego, por lo que quizás debíamos formar a nuevos creyentes como regantes. Sin embargo, luego pensé que, por entonces, la líder superior se centraba, sobre todo, en la labor evangelizadora y que a las demás iglesias les iba bien en ese sentido. Si no tenía buenos resultados, seguro que la líder creería que me faltaba capacidad. Supuse que debía seguir centrando mi energía en la labor evangelizadora. Con eso en mente, no pensé mucho más en promover a los nuevos fieles. Cuando, más adelante, la líder comprobó nuestro trabajo, descubrió que en los últimos meses no habíamos formado a los nuevos creyentes y que no se regaba a tiempo a los nuevos miembros de la iglesia. Enojada, dijo: “La casa de Dios ha exigido reiteradamente la promoción de nuevos creyentes. Has frenado esta parte tan decisiva de nuestra labor; ¿por qué?”. Revocó mi responsabilidad en cuanto al trabajo de riego. Yo estaba un poco aturdida. No obstante, pensé que no pasaba nada por no estar a cargo de eso. Había muchísimo trabajo en la iglesia y yo no daba abasto, así que lo haría bien si solo me responsabilizaba de la labor evangelizadora. No era nada consciente de mi problema interno. Hasta que no hice mis devociones al día siguiente, no entendí que el hecho de que me quitaran la responsabilidad de algo tan importante como el riego a nuevos fieles debía de entrañar una lección que tenía que aprender. En vista de ello, tenía que hacer instrospección en serio. Oré en silencio a Dios en mi interior para pedirle esclarecimiento y guía para conocerme a mí misma. Tras orar comprendí que solo me centraba en la labor que la líder comprobaba últimamente. Si la líder no comentaba algo, yo lo ignoraba aunque surgiera un problema en mi ámbito de responsabilidad. ¿No estaba esforzándome por aparentar? Después encontré unas palabras pertinentes de Dios. Dios Todopoderoso dice: “Algunas iglesias son especialmente lentas difundiendo la obra del evangelio, y eso se debe simplemente a que los falsos líderes son negligentes en sus deberes y cometen demasiados errores. Mientras llevan a cabo varios quehaceres, en realidad hay muchos problemas, desviaciones y descuidos que los falsos líderes deben resolver, rectificar y subsanar, pero, como no tienen sentido de carga porque solo saben hacer de funcionarios y no un trabajo de verdad, provocan una situación desastrosa. Los miembros de algunas iglesias pierden la unidad y sus integrantes se desestabilizan entre sí, sospechan y recelan unos de otros; además se ponen ansiosos y temen que la casa de Dios los expulse. Ante esta situación, los falsos líderes no llevan a cabo ningún trabajo concreto. No les duele lo más mínimo que su labor permanezca en un estado de parálisis; no son capaces de animarse a hacer ningún trabajo real y, por el contrario, esperan órdenes de lo Alto que les digan qué hacer y qué no, como si solamente trabajaran para lo Alto. Si lo Alto no transmite exigencias concretas ni da órdenes o mandatos específicos, entonces no hacen nada y son descuidados y superficiales. Hacen lo que lo Alto les encarga, se mueven cuando los empujan y permanecen quietos cuando no, descuidados y superficiales. ¿Qué es un falso líder? En resumen, son personas que no hacen trabajo práctico, es decir, que no hacen su trabajo como líderes. Son sumamente negligentes con el trabajo crucial y fundamental: no hacen nada. Eso es un falso líder” (La Palabra, Vol. V. Las responsabilidades de los líderes y obreros). Con las palabras de Dios entendí que los falsos líderes lo dan todo en aquel trabajo que les hace quedar bien. Solo hacen aquello en lo que insisten sus líderes o cosas que todo el mundo ve. Si un líder no ordena algo, aunque el trabajo ya se esté resintiendo, hacen oídos sordos o salen del paso en él. Ese tipo de persona no defiende para nada la labor de la iglesia en el deber ni hace un trabajo práctico. No tiene humanidad ni calidad y no busca ni ama la verdad. Interrumpe y hace el mal hasta cuando cumple con un deber. Nunca antes había creído carecer de buena humanidad, pero entonces vi que me hallaba en ese tipo de estado. Pensé en cómo cumplía con el deber. Vi que la líder superior priorizaba mucho la labor evangelizadora y me orientaba y ayudaba mucho en ese aspecto porque no se me daba bien, por lo que me preocupaba que me destituyera si seguía teniendo dificultades en ello. Para conservar el puesto, comencé a centrarme más en la labor evangelizadora y a ignorar otros aspectos del trabajo. En esa época intuía que había más cosas dentro de mi ámbito y que debía hacerles seguimiento, pero también creía que, como la líder no preguntaba por ellas, no eran tan importantes, así que no las hacía. Simplemente hacía el trabajo que me pedía la líder, las cosas que favorecían mi reputación y estatus. No era considerada con la voluntad de Dios en absoluto. En el deber no llevaba a cabo las responsabilidades de un líder. Hacía las cosas para aparentar, para que mi líder se conformara. La actitud que tenía hacia el deber ya había afectado a mi trabajo. La casa de Dios comunicaba muchas veces que teníamos que regar y promover a nuevos creyentes con aptitud para que asumieran un deber. Eso favorecería la expansión del evangelio del reino. Pero yo llevaba dos o tres meses sin hacer esa labor tan decisiva, lo que demoró gravemente el trabajo. Eso suponía cometer el mal. Así pensado, era muy perturbador. Oré a Dios: “Oh, Dios mío, soy muy falsa y astuta. Solamente me esfuerzo por quedar bien y he demorado el trabajo de la iglesia. ¡Dios mío, quiero arrepentirme!”.
Luego leí unas palabras de Dios sobre el carácter de los anticristos que me ayudaron a comprenderme a mí misma. Dios Todopoderoso dice: “Esta es la actitud que los anticristos tienen hacia la práctica de la verdad: cuando es beneficiosa para ellos, cuando todo el mundo los elogia y admira por ello, se aseguran de practicarla, y harán algún esfuerzo simbólico para guardar las apariencias. Si la práctica de la verdad no es beneficiosa para ellos, si nadie la ve, y los líderes superiores no están presentes, entonces ni se plantean practicar la verdad en esas ocasiones. Su práctica de la verdad depende del contexto, del momento, de si se hace en público o fuera de la vista, de lo grandes que sean los beneficios; son extraordinariamente astutos e ingeniosos respecto a esas cosas, y no obtener ningún beneficio o resaltar no les resulta aceptable. No realizan ningún trabajo si no se van a reconocer sus esfuerzos, si nadie lo ve, por mucho que hagan. Si el trabajo es organizado directamente por la casa de Dios, y no les queda otra opción que hacerlo, se plantean si eso beneficiará a su estatus y reputación. Si resulta bueno para su estatus y puede mejorar su reputación, ponen todo su empeño en esta tarea y hacen un buen trabajo; sienten que están matando dos pájaros de un tiro. Si no resulta beneficioso para su estatus o reputación, y hacerlo mal podría acabar por desacreditarles, piensan en una manera o excusa para librarse de ello. No importa el trabajo que realicen, siempre se atienen al mismo principio: deben obtener algún beneficio. El tipo de trabajo que más les gusta a los anticristos es cuando no les cuesta nada, cuando no tienen que sufrir ni pagar ningún precio, y se obtiene un beneficio para su reputación y estatus. En resumen, no importa lo que estén haciendo, los anticristos consideran primero sus propios intereses, y solo actúan una vez que lo han considerado todo bien; no obedecen verdadera, sincera y absolutamente la verdad sin compromiso, sino que lo hacen de manera selectiva y condicionada. ¿Con qué condiciones? Se trata de salvaguardar su estatus y reputación, y no deben sufrir ninguna pérdida. Solo después de que se satisfaga esta condición, decidirán y elegirán qué hacer. Es decir, los anticristos consideran muy seriamente la manera de tratar los principios de la verdad, las comisiones de Dios y la obra de la casa de Dios, o cómo ocuparse de las cosas a las que se enfrentan. No les importa cómo cumplir la voluntad de Dios, cómo evitar dañar los intereses de Su casa, cómo satisfacerlo o cómo beneficiar a los hermanos y a las hermanas; no son esas las cosas que les interesan. ¿Qué les importa a los anticristos? Si su propio estatus y su reputación van a verse afectados, y si su prestigio va a disminuir. Si hacer algo de acuerdo con los principios de la verdad beneficia a la obra de la iglesia y a los hermanos y las hermanas, pero provocara que su propia reputación se viera afectada y causara que mucha gente se diera cuenta de su verdadera estatura y supiera qué tipo de naturaleza y esencia tienen, entonces no cabe duda de que no van a actuar de acuerdo con los principios de la verdad. Si hacer trabajo práctico hará que más personas piensen bien de ellos, los respeten y los admiren o permite que sus palabras tengan autoridad y causen que más personas se sometan a ellos, entonces elegirán hacerlo así. De lo contrario, nunca elegirán renunciar a sus propios intereses por consideración hacia los intereses de la casa de Dios o de los hermanos y las hermanas. Esta es la naturaleza y la esencia de los anticristos. ¿Acaso no es egoísta y vil?” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 9 (III)). “Los anticristos son unos tipos taimados, ¿verdad? En cualquier cosa que hacen, conspiran y lo calculan ocho o diez veces, o incluso más. Tienen la cabeza llena de pensamientos sobre cómo hacerse con posiciones más estables entre los demás, cómo tener mejor reputación y mayor prestigio, cómo ganarse el favor de lo alto, cómo hacer que los hermanos y hermanas les apoyen, amen y respeten, y harán lo que sea necesario para conseguir estos resultados. ¿Por qué senda caminan? Para ellos, los intereses de la casa de Dios, los de la iglesia y la obra de la casa de Dios no son su principal consideración, y mucho menos son cosas que les preocupen. ¿Qué es lo que piensan? ‘Estas cosas no tienen nada que ver conmigo. Es cada hombre por sí mismo, y sálvese quien pueda; la gente tiene que vivir para sí misma y para su propia reputación y estatus. Esa es la meta más alta que existe. Si alguien no sabe que debe vivir para sí mismo y protegerse, es un imbécil. Si se me pidiera que practicara según los principios de la verdad y que me sometiera a Dios y a los arreglos de Su casa, entonces dependería de si existiera o no algún beneficio en ello para mí, y si hubiera alguna ventaja en hacerlo. Si el no someterme a los arreglos de la casa de Dios conlleva la posibilidad de que me echen y pierda la oportunidad de obtener bendiciones, entonces me someteré’. Así, para proteger su propia reputación y estatus, los anticristos suelen optar por hacer algunas concesiones. Se podría decir que, en aras del estatus, los anticristos son capaces de soportar cualquier tipo de sufrimiento, y con tal de tener una buena reputación, son capaces de pagar cualquier tipo de precio. El dicho: ‘Un gran hombre sabe cuándo ceder y cuándo no’, les parece cierto. Esta es la lógica de Satanás, ¿verdad? Esta es la filosofía de Satanás para vivir en el mundo, y también es el principio de supervivencia de Satanás. ¡Es absolutamente repugnante!” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 9 (II)). En las palabras de Dios vi que los anticristos son astutos y mentirosos por naturaleza, tremendamente egoístas y viles. En el deber solo piensan en su reputación y estatus y priorizan sus intereses. Si algo los favorece a ellos o su reputación y les hace ganarse el elogio de los líderes y el respaldo de los hermanos y hermanas, se vuelcan en ello. No obstante, en tareas que pasan inadvertidas a los líderes aunque se hagan o en cosas que no favorecen su reputación o su estatus, no quieren pagar un precio. Antes de hacer algo un anticristo, calcula la manera de preservar su reputación y estatus, el modo de optimizar su propio beneficio. Jamás piensan en defender la labor de la iglesia. Al reflexionar sobre mi conducta vi que revelaba el carácter de un anticristo. En el deber no pensaba en lo que favorecía el trabajo de la iglesia y no defendía esta labor. En cambio, calculaba para mis adentros lo que dejaría una buena impresión en mi líder, la manera de complacerla y de evitar que viera mis defectos, para poder aferrarme al puesto. Cuando advertí que la líder preguntaba mucho por la labor evangelizadora, supuse que era importante para ella, así que, por preservar mi puesto, hice excesivo hincapié en esa labor y traté de hacer seguimiento de ella y de resolver esos problemas. Sin embargo, como la líder llevaba un tiempo sin centrarse en la labor de riego, ignoré ese aspecto de mi trabajo. Para mí, aunque le dedicara tiempo, seguiría sin ganarme los elogios de la líder. Era muy consciente de la falta de regantes y de que ya se habían derivado consecuencias de no haber regado a tiempo a nuevos creyentes, pero seguí ignorando aquello y dejé que se resintiera la labor de riego en mis narices. Parecía muy comprometida en el deber y enseguida hacía lo que pidiera la líder, pero en realidad me encargaba de mis asuntos, mentía a la gente y engañaba a Dios con una imagen falsa. Era egoísta, escurridiza y astuta. Había asumido ese deber tan importante, pero no paraba de pensar y de echar cuentas de mis intereses en cada momento. Consideraba mi deber un trampolín para mi afán de reputación y estatus. Iba por la senda de un anticristo: todo cuanto hacía disgustaba a Dios. Entendido esto, me di cuenta de que interrumpía el trabajo de la iglesia y de que mi destitución no sería exagerada. Era tan egoísta, astuta e irresponsable que no era digna de un trabajo tan importante. ¡Sentí culpa y pesar y que le debía muchísimo a Dios! Oré a Dios en mi interior: que tanto si la líder preguntaba por algo como si no, siempre y cuando estuviera en mi ámbito de trabajo, me volcaría en ello y compensaría de veras mis transgresiones. Para mi sorpresa, una vez dispuesta a arrepentirme ante Dios, la líder me pidió que asumiera de nuevo la labor de riego. En ese momento me emocioné mucho. Estuve pensando que, por supuesto, tenía que valorar ese deber y no volver a pensar nunca más en mi reputación y mi estatus. Luego me lancé al trabajo. Prioricé según su urgencia tareas a las que no había estado atenta, me informé de ellas, les hice seguimiento y busqué soluciones prácticas a los problemas. Me sentí mucho mejor cuando empecé a trabajar así.
Días después, la casa de Dios decretó la depuración de las iglesias. Pensé que yo era responsable de los trabajos de evangelización y riego, que eran importantes, y que no era la principal responsable de la depuración. Imaginé que mi compañera podría ocuparse de ella. Así pues, no tuve eso en mente. Hablé brevemente con mi compañera sobre cómo llevar a cabo ese trabajo y le mandé ocuparse de él. Nunca le consulté sus progresos ni sus dificultades en ese trabajo. Me sorprendió que, en una reunión, la líder preguntara qué tal iba la depuración. Estaba preguntando por otra iglesia y quería saber a quiénes se había expulsado, cómo se habían portado esas personas y si habían afrontado dificultades o algo que no entendieran en ese trabajo. Me puse nerviosísima porque no había examinado el trabajo de depuración y no sabía nada de él. Si la líder me preguntaba y yo no tenía ni idea, seguro que ella diría que no hacía un trabajo práctico. ¿Y si me cambiaba de deber o me destituía? En ese momento solo pensé en una cosa: en ir a averiguar el progreso de ese proyecto en cuanto acabara la reunión, hacer recuento de los expulsados, ver acerca de quiénes tenía dudas, y debatir y decidir ya si había que expulsarlos para poder dar una respuesta sencilla a la líder si esta indagaba al respecto. De ese modo me creería capaz de hacer un trabajo práctico. La reunión acabó pasada la medianoche y aún deseaba preguntarle a mi compañera por ese proyecto. Cuando me disponía a contactar con ella, me sentí algo mal. ¿Estaba esforzándome de nuevo solo por aparentar? Esa forma de investigar el trabajo era un mero formalismo. Si tomábamos la decisión equivocada y expulsábamos a quien no debíamos, ¿no sería algo irresponsable respecto a la vida de los hermanos y hermanas? Si me apresuraba sin investigar y sopesar detenidamente la decisión y se expulsaba a quien no se debía expulsar, no sería una simple irresponsabilidad en mi labor, sino también un perjuicio a los hermanos y hermanas. Me entraron sudores fríos al pensarlo, y oré en silencio: “Dios mío, otra vez me he puesto a trabajar para aparentar. Ahora tengo prisa por seguir el trabajo de depuración. No lo hago en consideración a Tu voluntad ni para cumplir bien mi deber, sino por mi reputación y estatus. De nuevo estoy jugando con Tus sentimientos y engañándote. Dios mío, ni de lejos soy sincera en el deber, sino que hago las cosas para quedar bien. Todo esto te disgusta. Oh, Dios mío, quiero hacer introspección y arrepentirme ante Ti”. Recordé entonces un pasaje de las palabras de Dios que había leído poco antes. Dios Todopoderoso dice: “Si eres un líder, por muchos que sean los proyectos de los que seas responsable, tienes la responsabilidad de implicarte y preguntar constantemente, al tiempo que también verificas las cosas y resuelves los problemas con celeridad a medida que aparecen. Es tu trabajo. Por tanto, si eres líder regional, de distrito, de iglesia o líder o supervisor de equipo, una vez que hayas determinado tu ámbito de responsabilidad, debes analizar con frecuencia si estás poniendo tu granito de arena en este trabajo, si has cumplido con las responsabilidades propias de un líder u obrero, qué trabajo no has hecho, qué trabajo no has hecho bien, qué trabajo no quieres hacer, qué trabajo ha sido ineficaz y en cuál no has captado los principios. Estas son cosas sobre las que deberías reflexionar a menudo. Al mismo tiempo, debes aprender a hablar y preguntar a otras personas, y a identificar, en las palabras de Dios y en la organización del trabajo, un plan, unos principios y una senda de ejecución. Respecto a cualquier organización del trabajo, ya sea relativa a administración, recursos humanos, la vida de iglesia o cualquier trabajo especializado, si afecta a las responsabilidades de los líderes y obreros, si es una responsabilidad con la que tú debes cumplir en la esfera de tus responsabilidades, habrás de preocuparte de ella. Por supuesto, las prioridades deben ajustarse a la situación, de tal modo que no se retrase ningún proyecto” (La Palabra, Vol. V. Las responsabilidades de los líderes y obreros). Las palabras de Dios son muy claras. Como líder responsable del trabajo de la iglesia, por muchos proyectos que controlemos, tenemos que priorizarlos, supervisarlos, preguntar por ellos e investigarlos para que cada uno marche como es debido. Es lo que debe hacer un líder u obrero y el único modo de hacer un trabajo práctico. No obstante, creía que siempre que hiciera trabajos importantes que produjeran resultados tangibles o tareas por las que la líder preguntara regularmente, eso era un trabajo práctico; pero aquello por lo que no preguntaba mucho la líder superior o las cosas que no daban resultados evidentes, yo apenas trabajaba en ello ni le hacía seguimiento. Sin embargo, en realidad debería haberme volcado en todo lo que abarcaba mi ámbito en el deber. Algunos proyectos ya se habían iniciado y no se habían debatido durante un tiempo, pero eso no significaba que se hubieran paralizado y no necesitaran seguimiento. Debería haber indagado en ellos de acuerdo con su prioridad. Si nunca preguntaba por ellos y eso demoraba su progreso, sería una irresponsabilidad y falta de devoción a Dios. Pensé en mi actitud hacia el trabajo. Sabía que la depuración era muy importante, pero como me parecía que no era algo cuya principal responsable fuera yo y que nadie vería mi esfuerzo en ello si se hacía bien, no me volqué en él ni me lo tomé en serio. No tenía ni idea acerca de su progreso. En cuanto preguntó por él la líder, me apresuré a investigarlo. Quería hacer un seguimiento sencillo para darle una respuesta a la líder cuando me preguntara por mi trabajo; así no se enteraría de que no hacía un trabajo práctico y no me destituiría. Estaba jugando y siendo astuta y protegía mi reputación y mi estatus, pero no me responsabilizaba del trabajo de la iglesia. ¡Cometía el mal!
Luego pensé un poco en mi actitud y mi desempeño recientes en el deber. Recordé estos pasajes de las palabras de Dios: “Cuando una persona acepta lo que Dios le encarga, Él tiene un estándar para juzgar si las acciones de las personas son buenas o malas, si ha obedecido, si ha satisfecho la voluntad de Dios y si lo que hacen cumple con Su estándar. Lo que le importa a Dios es el corazón humano, no sus acciones superficiales. No es que Dios deba bendecir a alguien por hacer algo, independientemente de cómo lo haga. Este es un malentendido que las personas tienen respecto a Dios. Él no solo mira el resultado final de las cosas, sino que hace mayor hincapié en cómo es el corazón de una persona y cuál es su actitud durante el desarrollo de las cosas; y mira, asimismo, si hay obediencia, consideración, y el deseo de satisfacerle en el corazón” (La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. La obra de Dios, el carácter de Dios y Dios mismo I). “Aunque todo el mundo está dispuesto a buscar la verdad, entrar en su realidad no es algo sencillo. La clave es centrarse en buscar la verdad y ponerla en práctica. Tienes que reflexionar sobre estas cosas a diario. Independientemente de los problemas o las dificultades que encuentres, no renuncies a practicar la verdad; debes aprender a buscarla y a reflexionar sobre ti mismo, y en última instancia, a practicarla. Eso es lo más crucial de todo; hagas lo que hagas, no intentes proteger tus propios intereses, ya que si los antepones, no serás capaz de practicar la verdad. Fíjate en las personas que únicamente buscan su ventaja: ¿cuál de ellas puede practicar la verdad? Ninguna. Aquellos que practican la verdad son personas honestas, amantes de la verdad y gente de buen corazón. Son personas con conciencia y razón, que pueden dejar de lado sus propios intereses, su vanidad y su orgullo, que pueden renunciar a la carne. Estas son las personas que pueden poner en práctica la verdad. […] Las personas que aman la verdad recorren una senda diferente de las que no lo hacen: Las personas que no aman la verdad siempre se centran en vivir según las filosofías de Satanás, se conforman con las demostraciones externas de buena conducta y piedad, pero en sus corazones siguen existiendo deseos y ansias salvajes, y siguen buscando el estatus y el prestigio, siguen deseando ser bendecidos y entrar en el reino; pero como no buscan la verdad y son incapaces de desprenderse de sus actitudes corruptas, siempre viven bajo el poder de Satanás. En todas las cosas, todo el que ama la verdad la busca, hace introspección y trata de conocerse, se centra en practicar la verdad, y siempre hay obediencia a Dios y temor de Dios en su corazón. Si surgen nociones o malentendidos sobre Él, le ora de inmediato y busca la verdad para subsanarlos; se centra en cumplir bien con el deber de manera que satisfaga la voluntad de Dios, se esfuerza hacia la verdad y aspira a conocer Dios, llegando a temerlo de corazón y apartándose de toda mala acción. Esta es una persona que siempre vive ante Dios” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. La buena conducta no implica que se haya transformado el carácter). En el deber solo hacía las cosas para quedar bien y siempre pensaba en ganarme la estima de la líder y, así, asegurarme el puesto. Me creía inteligente, pero en realidad era una necia. Las palabras de Dios están más claras que el agua: a Dios le importa la intención de una persona en su deber. Se fija en si su actitud hacia el deber es considerada con Su voluntad, no en cuánto aparenta trabajar ni en cuánta gente la elogia. Además, la iglesia tiene unos principios de destitución de personas. No se destituye a nadie a la ligera por no haber trabajado bien durante un tiempo. Si alguien tiene buena intención y es capaz de defender la labor de la iglesia, si únicamente comete algunos errores por falta de experiencia, la casa de Dios lo sustentará y ayudará. Si realmente no sabe ocuparse del trabajo por falta de aptitud, la iglesia le dispondrá otro deber. En general, la clave es tener buena intención. Si tienes mala intención en el deber o no piensas en la voluntad de Dios, si solo buscas reputación y estatus, o si haces trampas y eres astuto para que te valoren los líderes, puede que parezca que trabajas y que puedes sufrir y pagar un precio, pero tus motivaciones son incorrectas y todo lo haces para ti mismo. Eso no tiene nada de cumplimiento del deber y no recibe el visto bueno de Dios. Sabía que la depuración era un proyecto importante para la casa de Dios. En parte, mi trabajo era entender y vigilar el progreso de mis colaboradores. Debería haber tenido la actitud correcta y cumplido mi deber según los principios. Después fui a hablar con mis colaboradores sobre su progreso en el trabajo de depuración, y les pregunté por las dificultades que afrontaban. Hice un trabajo práctico para ayudarlos a evaluar al personal y expulsamos a la gente que reunía las condiciones para ser depurada. Me sentí muy en paz tras hacer aquello.
Aprendí muchísimo con todas esas experiencias. Creía que un trabajo práctico era hacer el trabajo que la líder priorizaba y en el que se centraba, pero con estas experiencias he entendido que, si no tengo las motivaciones correctas, sino que cumplo mi deber por la reputación, el estatus y la admiración ajena, o para complacer a un líder, eso es trabajar para aparentar, no cumplir con el deber. Entonces, por más que trabaje, Dios jamás me dará Su visto bueno. Al cumplir con un deber, a Dios le importa nuestra intención y se fija en nuestra actitud hacia el deber, en si defendemos el trabajo de la iglesia y en si sabemos poner en práctica la verdad y vivir según Sus palabras. Eso es lo principal. Logré comprenderlo gracias exclusivamente a la guía de Dios. ¡Gracias a Dios!