La transformación de un carácter arrogante
Por Xiaofan, China En agosto de 2019, asumí los deberes de producción audiovisual y me encargaron esa labor. Por entonces tenía menos...
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En octubre de 2022 destituyeron a dos supervisores de los trabajos de video. Fue porque nuestro líder había subrayado reiteradamente la importancia de este trabajo, pero ellas nunca tenían prisa. Solo atendían los asuntos generales y no resolvían ningún problema ni participaban en realidad en la producción de videos, lo que demoraba el trabajo. Muy enojado, el líder dijo que quienes eran como ellas eran resbaladizos e irresponsables, se libraban del trabajo y no eran aptas para ser supervisoras, por lo que las destituyó inmediatamente. Me impactó escuchar esto. Creía que cumplían con su deber con normalidad. Aunque eran un poco ineficaces y pasivos y no llevaran una carga, eso no era un gran problema. Todo el mundo era así en cierto punto. ¿Realmente merecían ser destituidos por eso? Después, el líder nos preguntó cómo solíamos cumplir con el deber: ¿Nos presionábamos al máximo, lo dábamos todo y nos esforzábamos de verdad? ¿Procurábamos ser tan eficaces y productivos como nos fuera posible? Estas preguntas me pusieron tan nerviosa que no me atrevía a levantar la cabeza. Sabía que ni de lejos cumplía esos criterios, y oír que el líder exponía y diseccionaba a esas supervisoras diciendo que “se libraban”, “eran irresponsables en sus deberes y no tenían ninguna prisa” me puso todavía más nerviosa. Me di cuenta de que yo también cumplía así con el deber. No mucho antes, el líder me había mandado el seguimiento de los trabajos de video y, al comienzo, yo buscaba los principios, estudiaba las competencias pertinentes y pensaba en el modo de hacer rápido el trabajo. Sin embargo, días después empecé a pensar, “La producción de videos es muy compleja. Acabo de empezar y hay muchas cosas que aún no conozco; son inevitables los problemas. Haré lo que pueda. Al final, de todos modos, lo revisará el líder. Aunque haya problemas, lo entenderá”. Por tanto, cada día hacía las cosas de forma rutinaria. Hablaba de la urgencia del trabajo pero, cuando el líder no nos presionaba, nuestra eficiencia en el trabajo disminuía sin que yo me percatara. Tardábamos el doble en trabajos que podrían haberse hecho en una semana y yo dejé de hacer seguimiento al riego del que era responsable. A veces me sentía culpable, pero sentía que el trabajo no se estaba demorando demasiado, así que no me preocupaba. Más adelante, el líder me encargó otra labor y yo mantuve la misma actitud. Aunque aparentaba estar ocupada, no tenía sensación de apremio ni resolvía muchos problemas reales. A veces me preguntaba: “Si soy responsable de más trabajo, debería tener una agenda más apretada y más preocupaciones y debería sentir más estrés. ¿Por qué no me siento así? Al final del día me siento bastante relajada”. Pensé en planificar el tiempo de forma más sensata y tener una agenda más apretada para ser más eficaz y hacer más trabajo. Sin embargo, reflexioné, “Ya estoy muy ocupada. ¿Por qué me exijo tanto?”. Por tanto, deseché la idea. No sentí apremio alguno en el deber hasta que no destituyeron a aquellas dos supervisoras. El líder nos había fijado dos normas en el deber: exigirnos al máximo y darlo todo, y ser tan eficaces y productivos como nos fuera posible. Yo no estaba logrando nada de eso. En el deber era, sobre todo, escurridiza y negligente. No tenía un corazón temeroso de Dios y mucho menos lealtad. Me atenazaba un temor incalificable. Si se enteraba el líder de mi actitud, ¿sería yo la siguiente persona destituida? Si no cambiaba mis formas, podría ser revelada en cualquier momento. Me presenté ante Dios a orar, “Dios mío, últimamente soy muy escurridiza en el deber. Temo ser revelada y descartada un día. Pero ahora mismo lo que más siento en mi corazón es temor y preocupación y no conozco ni detesto realmente mi carácter corrupto. Por favor, guíame para conocerme y corregir mi estado incorrecto”.
Luego me pregunté, “¿Por qué la destitución de esas supervisoras me asustó tanto e hizo que me guardara de Dios?”. Comprendí que, en parte, era porque no podía ver la esencia de sus problemas. Como sus problemas no me parecían tan graves, no podía aceptar verdaderamente lo que les pasó. Busqué las palabras pertinentes de Dios sobre este asunto. Dice la palabra de Dios: “Todo el pueblo escogido de Dios actualmente está practicando el cumplimiento de sus deberes, y Dios utiliza el cumplimiento de los deberes por parte de las personas para perfeccionar a un grupo y descartar a otro. Así pues, el cumplimiento del deber es lo que revela a cada tipo de persona, y cada tipo de persona falsa, incrédula y malvada se revela y es descartada durante el cumplimiento de su deber. Los que cumplen lealmente con sus deberes son honestos; los que son sistemáticamente superficiales son gente falsa y astuta y son incrédulos; y los que causan trastornos y perturbaciones al cumplir con sus deberes son malvados y anticristos. Ahora mismo siguen existiendo una gran variedad de problemas en muchos de los que cumplen con el deber. Algunas personas son siempre muy pasivas en su deber, siempre sentados y esperando y dependiendo de los demás. ¿Qué clase de actitud es esa? Es una irresponsabilidad. La casa de Dios ha dispuesto que desempeñes un deber y, sin embargo, lo meditas durante días sin hacer ningún trabajo concreto. No se te ve nunca por el lugar de trabajo y la gente no te encuentra cuando tiene problemas que ha de resolver. No soportas carga alguna en el trabajo. Si un líder te pregunta sobre este, ¿qué vas a decirle? Ahora mismo no desempeñas ninguna clase de trabajo. Eres muy consciente de que es tu responsabilidad, pero no lo haces. ¿En qué estás pensando? ¿No haces trabajo alguno porque eres incapaz de hacerlo? ¿O solo se trata de avidez de comodidad? ¿Qué actitud tienes hacia tu deber? Solo hablas sobre letras y doctrinas y solo dices cosas que suenan bien, pero no haces ningún trabajo real. Si no quieres cumplir con tu deber, deberías dimitir. No mantengas tu posición y te quedes sin hacer nada allí. ¿Acaso hacer eso no es infligir daño al pueblo escogido de Dios y comprometer el trabajo de la iglesia? Por la forma en la que hablas, pareces entender todo tipo de doctrina, pero cuando se te pide que cumplas con un deber, eres superficial, y no eres en absoluto concienzudo. ¿Es eso gastarte sinceramente por Dios? No eres sincero respecto a Dios, pero finges sinceridad. ¿Eres capaz de engañarle? En tu forma de hablar parece haber una gran fe; te gustaría ser el pilar de la iglesia y su roca. Pero cuando cumples con un deber, eres más inservible que una simple cerilla. ¿No es esto engañar a Dios con los ojos abiertos de par en par? ¿Sabes lo que pasará contigo por intentar engañar a Dios? Te desdeñará y te descartará. Todas las personas se revelan en el cumplimiento de su deber: basta con poner a una persona en un deber, y no tardará en revelarse si se trata de alguien honesto o falso, y si es o no amante de la verdad” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo una persona honesta puede vivir con auténtica semejanza humana). La palabra de Dios lo aclaraba: aquellos que siempre son negligentes y escurridizos en sus deberes y se conforman con vivir a costa de la iglesia con lo poco que hacen tienen poca humanidad, son escurridizos y falsos por naturaleza y no se esfuerzan sinceramente por Dios. Al final, todos ellos son descartados por Dios. Me acordé de aquellas supervisoras destituidas. Se encargaban de un trabajo importantísimo, pero solo asumieron el puesto de “supervisor”. No llevaban una carga en sus corazones y cumplían rutinariamente con el deber sin examinar por qué era su trabajo tan ineficaz, qué problemas tenían otros en el deber, ni la forma en que ellas debían orientar o seguir el trabajo. Los demás no hacían más que recordarles que fueran más activos, que planificaran el trabajo con sensatez y aumentaran su eficacia. Prometían hacerlo, pero no cambiaban en nada. Eran pasivos y había que presionarlos para que trabajaran. En concreto, una de ellas hablaba bien y tenía don y aptitud, pero, después de más de un mes como supervisora, ella aún no sabía lo básico del trabajo ni cómo estaban ordenados los miembros del equipo. Era muy negligente e irresponsable. Recordé lo claro que hablaba la palabra de Dios sobre las responsabilidades de los líderes y que nuestro líder nos había hablado a menudo del significado y la importancia del deber. Ellas sabían todo esto, pese a lo cual fueron negligentes. No eran gente que amara ni persiguiera la verdad y no tenían corazones temerosos de Dios para nada. Me acordé de que Dios dijo: “Si no te tomas en serio las comisiones de Dios, lo estás traicionando de la forma más grave. En esto eres más lamentable que Judas y debes ser maldecido” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Cómo conocer la naturaleza del hombre). Antes creía que solo aquellos que se negaban a hacer sus deberes o que los abandonaban estaban traicionando a Dios, pero en las palabras de Dios descubrí que, cuando la iglesia da una tarea importante a una persona, si es perezosa y descuidada, tiene siempre una actitud negligente y causa pérdidas en el trabajo, eso es negligencia y traición. El líder no fue duro al destituir a aquellas supervisoras. Estuvo en la línea con la palabra de Dios y los principios. Yo no había podido aceptarlo porque no veía a las personas y las cosas según la palabra de Dios, lo que hizo que me guardara de Él. ¡Era muy ignorante! Vi que mi conducta era muy parecida a la de ellas, por lo que debía reflexionar enseguida sobre mis problemas en el deber.
Más tarde, encontré las palabras de Dios relacionadas con mi estado y actitud hacia el deber para practicar y entrar en ellas. Dice la palabra de Dios: “Si no eres diligente en la lectura de las palabras de Dios y no comprendes la verdad, no puedes reflexionar sobre ti mismo; te conformarás con un mero esfuerzo simbólico y con no cometer maldades ni transgresiones, y utilizarás esto como capital. Te pasarás el día en un enredo, vivirás en estado de confusión, te limitarás a hacer las cosas según lo previsto, nunca usarás el corazón para hacer autoexamen ni te esforzarás por conocerte; siempre serás superficial. Así no cumplirás nunca con el deber a un nivel aceptable. Para poner todo tu esfuerzo en algo, primero debes poner todo tu corazón en ello; solo cuando primero pones todo tu corazón en algo puedes poner todo tu esfuerzo en ello y esmerarte. Hoy día, hay quienes han empezado a ser diligentes en el cumplimiento del deber y se han puesto a pensar en cómo llevar adecuadamente a cabo el deber de un ser creado para satisfacer el corazón de Dios. No son negativos ni perezosos, no esperan pasivamente a que lo Alto dicte órdenes, sino que toman la iniciativa. A juzgar por vuestro cumplimiento del deber, sois un poco más eficaces que antes, y aunque todavía no está a la altura, se ha dado cierto crecimiento, lo que es bueno. Sin embargo, no debéis conformaros con el estado de cosas, hay que seguir buscando, seguir creciendo; será entonces cuando cumpliréis mejor con el deber y alcanzaréis un nivel aceptable. Sin embargo, cuando algunos cumplen con el deber, nunca hacen todo cuanto está a su alcance ni lo dan todo; solo dan el 50-60 % de su esfuerzo, y únicamente actúan por inercia. Nunca son capaces de mantener un estado de normalidad. Cuando no hay nadie que los vigile ni les brinde sustento, se relajan y flaquean; cuando hay alguien que les comparte la verdad, se animan, pero si no se les comunica la verdad durante un tiempo, se vuelven indiferentes. ¿Cuál es el problema de estas constantes idas y venidas? Que así son las personas cuando no han alcanzado la verdad: todas viven por y para el entusiasmo, algo sumamente difícil de mantener. Han de tener a alguien que les predique y les hable todos los días; en cuanto no hay nadie que las riegue y provea y nadie que las sustente, se les enfría de nuevo el corazón, flaquean una vez más. Y cuando su corazón flaquea, se vuelven menos eficaces en el deber; si se esfuerzan más, la eficacia aumenta, los resultados en el cumplimiento de sus deberes mejoran y ganan más” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. En la fe en Dios, lo principal es practicar y experimentar Sus palabras). Con las palabras de Dios aprendí que debemos tomar la iniciativa para cumplir adecuadamente con nuestros deberes. Debemos estar dispuestos a esforzarnos, sufrir y pagar un precio. También debemos esmerarnos en todo lo posible, volcarnos en ello, cumplir nuestras responsabilidades y lograr resultados, y no limitarnos a engañar a los demás y actuar por inercia. Así se cumple adecuadamente con un deber. Cuando el líder me puso a cargo de los trabajos en video, al principio yo quería mejorar en el seguimiento del trabajo y estudiaba mucho las competencias y los principios pero, transcurrido un tiempo, los trabajos en video me parecieron difíciles. Acababa de comenzar, aún había muchas cosas que no sabía, y tenía que sufrir y pagar un precio, así que empecé a holgazanear y mi agenda no estaba completa. Aunque cada día parecía ocupada, no trabajaba eficazmente ni hacía tanto trabajo real. Hasta tenía tiempo de pensar en lo que comería o bebería y, cuando había tiempo, descansaba, salía a pasear o me divertía un poco. Tenía el cargo de supervisora pero holgazaneaba más que nadie en el deber. Cuando me topaba con dificultades en el trabajo, no pensaba en buscar los principios ni a alguien que entendiera y me ayudara; aspiraba a lo “suficiente” y a “más o menos”, y dejaba que el líder comprobara el resto. Como era negligente y no aspiraba a tener resultados reales en el deber, el líder siempre encontraba problemas en mi trabajo, que había que devolver para corregirlo, lo que demoraba nuestro progreso. No dedicaba todo mi esfuerzo a mi deber, y menos aún todo mi corazón. Lo hacía de forma negligente y viciada, y realmente no pagaba un precio. Aunque me esforzara un poco, no obtenía resultados reales. ¿Qué tenía eso de cumplimiento del deber? ¡Era obvio que engañaba y embaucaba a Dios! Me sentí muy culpable cuando me percaté. La iglesia me estaba formando como supervisora con la esperanza de que fuera responsable e hiciera bien el trabajo de la iglesia, pero yo holgazaneaba. La verdad, era inconcebible. Me tomaba el deber como un no creyente que trabaja para un jefe y mi desempeño no alcanzaba los estándares de mera mano de obra. Rememoré un pasaje de la palabra de Dios: “El estándar que Dios exige para el cumplimiento de tu deber es que sea ‘adecuado’. ¿Qué significa ser ‘adecuado’? Que cumple con las demandas de Dios y lo satisface. Dios es el que decide si es adecuado y si debe recibir Su aprobación. Solo entonces el cumplimiento de tu deber será adecuado. Si Dios dice que no es adecuado, es que no lo es, no importa cuánto tiempo lo lleves cumpliendo y cuán alto sea el precio que hayas pagado. ¿Qué resultado se producirá? Todo se catalogará como contribuir con mano de obra. Solo será perdonada una minoría de la mano de obra con corazones leales. Si no son leales siendo mano de obra no existe esperanza de que se les perdone. Hablando claro, los destruirá un desastre” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. ¿Cuál es el adecuado cumplimiento del deber?). Con la palabra de Dios me di cuenta de que ni siquiera alcanzaba el nivel más básico de conciencia en el deber. Dios odiaba esta actitud que me hacía indigna de salvación. La destitución de aquellas dos supervisoras era un aviso para mí. Descubrí que quienes son negligentes y descuidados en sus deberes no se mantienen firmes en la iglesia. Al final son revelados y descartados. Aunque yo cumplía con un deber en la iglesia, eso no significaba que lo cumpliera adecuadamente. Si no enmendaba mi estado cuanto antes, aunque la iglesia no me descartara, Dios sí lo haría. Eso lo decide el carácter justo de Dios. Al percatarme, oré a Dios, “Dios mío, no pago un precio real en el deber, soy muy negligente y siento muchísimo arrepentimiento. Ahora me doy cuenta de lo peligroso de mi estado y de que no puedo seguir teniendo esta actitud hacia el deber. Quiero arrepentirme dignamente y cumplir mi deber lo mejor posible”.
Luego, me pregunté, “Sé lo importantes que son mis responsabilidades, pero normalmente no puedo evitar holgazanear y no quiero pagar un precio en el deber. ¿Cuál es el motivo?”. Leí la palabra de Dios: “¿Qué tipo de manifestaciones y características muestran aquellos que son excesivamente vagos? En primer lugar, hagan lo que hagan, actúan de forma superficial, pierden el tiempo, van a un ritmo pausado, descansan y procrastinan siempre que sea posible. En segundo lugar, ignoran el trabajo de la iglesia. Para ellos, quien quiera preocuparse por tales cosas puede hacerlo. Ellos no lo harán. Cuando se preocupan por algo, es en aras de su propia fama, ganancia y estatus, pues a ellos solo les importa poder disfrutar de los beneficios del estatus. En tercer lugar, se apartan de las dificultades en su trabajo; son incapaces de aceptar que este sea siquiera un poco agotador, se muestran muy resentidos si lo es y son incapaces de afrontar dificultades o de pagar un precio. En cuarto lugar, son incapaces de perseverar en cualquiera que sea el trabajo que hagan, siempre abandonan a medio camino y no llegan hasta el final en nada. Si están momentáneamente de buen humor, podrían hacer algo de trabajo por diversión, pero si algo requiere un compromiso a largo plazo y les mantiene ocupados, requiere pensar mucho y su carne se fatiga, con el tiempo empiezan a quejarse. Por ejemplo, algunos líderes están a cargo del trabajo de la iglesia, y al principio lo ven como algo nuevo y fresco. Están muy motivados con su enseñanza de la verdad y cuando ven que los hermanos y las hermanas tienen problemas, son capaces de ayudarlos y de resolverlos. No obstante, después de dedicarle empeño durante un tiempo, el trabajo de liderazgo les empieza a parecer demasiado agotador y se vuelven negativos; quieren cambiar a un trabajo más fácil y no están dispuestos a afrontar dificultades. Tales personas carecen de perseverancia. En quinto lugar, otra característica que distingue a las personas vagas es su falta de voluntad para hacer trabajo real. En cuanto empiezan a sufrir en sus propias carnes, inventan excusas y evaden su trabajo y lo eluden, o bien se lo pasan a otro. Y cuando esa persona termina el trabajo, ellos se llevan el mérito con total desvergüenza. Estas son las cinco características principales de las personas vagas. Deberíais observar si hay tales personas vagas entre los líderes y obreros de las iglesias. Si encontráis a una, se la debería destituir de inmediato. ¿Las personas vagas pueden hacer una buena labor como líderes? Con independencia del calibre que tengan o de su calidad humana, si son vagas, no podrán hacer bien su trabajo, y retrasarán tanto este como las cuestiones importantes. El trabajo de la iglesia es polifacético, cada aspecto de este conlleva muchas minuciosas tareas y requiere compartir la verdad para resolver los problemas a fin de que se haga bien. Por tanto, los líderes y obreros deben ser diligentes —tienen que hablar y trabajar mucho a diario para garantizar la eficacia del trabajo—. Si hablan o hacen demasiado poco, no se obtendrán resultados. Por tanto, si un líder o un obrero es una persona vaga, en realidad, son falsos líderes e incapaces de hacer trabajo real. Las personas vagas no hacen trabajo real, ni mucho menos acuden ellas mismas a los lugares de trabajo y no están dispuestas a resolver problemas ni a involucrarse en un trabajo específico. No entienden ni comprenden lo más mínimo los problemas de ningún trabajo. Simplemente tienen una idea superficial y vaga en su cabeza a partir de escuchar lo que han dicho los demás, y salen del paso solo predicando un poco de doctrina. ¿Podéis discernir a este tipo de líder? ¿Sois capaces de identificar que son falsos líderes? (En cierta medida). Las personas vagas actúan por inercia en todos sus deberes. Sea cual sea el cometido, carecen de perseverancia, trabajan a trompicones y se quejan cada vez que padecen dificultades, al tiempo que profieren agravios interminables. Insultan a todos los que las critican o las podan, como una arpía que suelta insultos por la calle; siempre quieren descargar su ira sobre los demás y no quieren hacer su deber. ¿Qué muestra el hecho de que no quieran hacer su deber? Muestra que no llevan una carga, no quieren asumir responsabilidades y son personas vagas. No quieren padecer dificultades ni pagar el precio. Esto se aplica especialmente a los líderes y obreros; si no soportan una carga, ¿pueden cumplir las responsabilidades de los líderes y obreros? En absoluto” (La Palabra, Vol. V. Las responsabilidades de los líderes y obreros. Las responsabilidades de los líderes y obreros (4)). Al meditar la palabra de Dios, entendí por qué me faltaba perseverancia en el deber y por qué, tras un breve arrebato de celo, ya no quise pagar un precio por él. Principalmente, porque era muy perezosa y anhelaba en exceso la comodidad carnal. No aspiraba a la eficacia en el trabajo. Si ningún líder me presionaba o podaba, no tenía prisa. En particular, cuando encontraba algunos problemas en el trabajo, no estaba nada dispuesta a dedicarles energía mental, siempre daba rienda suelta a mis deseos con la excusa de que acababa de empezar y le pasaba los problemas al líder. Pensaba para mis adentros, “Debemos divertirnos mientras sigamos vivos. Por muy urgente que sea el trabajo, no debemos maltratarnos ni fatigarnos. Mientras no sea descartada, me conformo con esforzarme un poco y hacer algo de trabajo”. Como nunca aspiraba a progresar, eso significaba que mejoraba muy despacio. Pensé en mis hermanos y hermanas: algunos dedicaban mucho tiempo y energía a terminar sus tareas y siempre se concentraban en el deber. Ni siquiera después de acabar el trabajo dejaban de rumiar sobre si este contenía errores y sobre cómo podían hacerlo mejor. No pensaban más que en cómo cumplir bien con el deber. Hacían un trabajo correcto, tenían humanidad y eran leales a sus deberes. Recibían fácilmente la guía del Espíritu Santo en el trabajo y, con el tiempo, mejoraban y cosechaban avances. Sin embargo, a mí me había puesto la iglesia a cargo de los trabajos en video, pero no tenía conciencia; mi punto de vista sobre la búsqueda era como el de un animal. Cuando tenía tiempo, pensaba en mis deseos carnales y para nada en mi deber. Tenía un puesto, pero no hacía un trabajo real, lo que no solo nos impedía lograr buenos resultados sino que, además, demoraba el trabajo. ¡Qué egoísta y despreciable era! De continuar así, no podría asumir trabajo alguno, no lograría nada y estaría destinada a que Dios me descartara. Me presenté ante Dios a orar, “Dios mío, mi naturaleza ruin es gravísima. Soy irresponsable y escurridiza en un trabajo tan importante y carezco de un corazón temeroso de Dios. Antes ya sabía que mi ruindad era grave, pero realmente no la detestaba. Ahora sé esto. Dios mío, quiero transformarme. Enmendar mi actitud y mis opiniones hacia mi deber y hacerlo adecuadamente. Te pido que me guíes para corregir mi carácter corrupto y vivir con un poco de semejanza humana”.
Después, recordé otro pasaje de las palabras de Dios que había leído: “Como mínimo, debes tener la conciencia tranquila al hacer tu deber y debes al menos ser merecedor de tus tres comidas diarias y no gorronear. Esto se llama tener sentido de la responsabilidad. Tengas mucho o poco calibre, y comprendas o no la verdad, en cualquier caso, debes tener esta actitud: ‘Ya que se me ha asignado este trabajo, debo tomármelo en serio, debo convertirlo en mi preocupación y debo usar todo mi corazón y todas mis fuerzas para hacerlo bien. En cuanto a si sé hacerlo a la perfección o no, no puedo atreverme a dar una garantía, pero mi actitud es que haré todo lo posible por desempeñarlo bien y, desde luego, no seré superficial al respecto. Si surge un problema en el trabajo, debo asumir la responsabilidad en ese momento, asegurarme de aprender una lección de ello y cumplir bien con mi deber’. Esta es la actitud correcta. ¿Tenéis vosotros esa actitud? Algunas personas dicen: ‘No tengo que hacer necesariamente un buen trabajo en la tarea que se me ha asignado. Haré solo lo que pueda y el producto final será el que sea. No tengo que cansarme mucho ni atormentarme con preocupaciones si hago algo mal, y tampoco soportar tanto estrés. ¿Qué sentido tiene fatigarme tanto? Después de todo, siempre trabajo y no gorroneo’. Este tipo de actitud hacia el propio deber es irresponsable. ‘Si me apetece trabajar, trabajaré algo. Me limitaré a hacer lo que pueda y el producto final será el que sea. No hay que tomárselo tan en serio’. Estas personas no tienen una actitud responsable hacia su deber y carecen de sentido de la responsabilidad. ¿Qué tipo de persona sois? Si sois del primer tipo de persona, sois alguien con razón y humanidad. Si pertenecéis al segundo tipo, no sois diferentes a los falsos líderes que acabo de diseccionar. Solo os pasáis los días sin hacer nada. ‘Evitaré las fatigas y las dificultades y simplemente lo pasaré mejor. Incluso si un día me despiden, no habré perdido nada. Al menos, me habré beneficiado del estatus durante unos días, para mí no será una pérdida. Si me eligen líder, así es como actuaré’. ¿Qué os parece la mentalidad de este tipo de personas? Son incrédulas que no persiguen la verdad ni lo más mínimo. Si de veras tienes sentido de la responsabilidad, eso prueba que tienes conciencia y razón. No importa lo grande o lo pequeña que sea la tarea, no importa quién te la asigne, si la casa de Dios te la encomienda o un líder u obrero de la iglesia te la asigna, tu actitud debería ser: ‘Dado que se me ha asignado este deber, es la exaltación y la gracia de Dios. Debería hacerlo bien, conforme a los principios-verdad. Pese a tener solo un calibre promedio, quiero asumir esta responsabilidad y dar todo de mí para hacerlo bien. Si hago un trabajo deficiente, debería responsabilizarme de ello, y si hago un buen trabajo, esto no es atribuirme el mérito. Esto es lo que debo hacer’. ¿Por qué digo que la forma en que una persona trata su deber es una cuestión de principios? Si de verdad tienes sentido de la responsabilidad y eres una persona responsable, entonces serás capaz de encargarte del trabajo de la iglesia y cumplir bien el deber que te corresponde. Si te tomas tu deber a la ligera, tu visión sobre la creencia en Dios no es correcta, y tu actitud hacia Él y hacia tu deber es problemática” (La Palabra, Vol. V. Las responsabilidades de los líderes y obreros. Las responsabilidades de los líderes y obreros (8)). Con la palabra de Dios comprendí que la gente responsable actúa diligentemente. Sin importar si le gusta el trabajo ni si se le da bien, e independientemente de su aptitud, lo aborda con honestidad y da seriamente lo mejor de sí para llevarlo bien a cabo. Estas personas son de palabra y confiables, y pueden recibir el visto bueno de Dios. En cambio, si una persona accede a asumir un deber, pero solo hace lo suficiente para quedar bien y no hace nada real y no busca resultados ni eficacia, es como los gandules y ociosos del mundo. Es poco confiable e informal. Así había cumplido yo con mi deber. Siempre consideraba la carne y rara vez practicaba la verdad. Cada vez vivía con menos semejanza humana. Tenía que corregir mi actitud hacia el deber. Sin tener en cuenta mi capacidad de trabajo, la iglesia me había confiado esta tarea, así que debía intentar darlo todo para hacerla bien y dedicarle toda mi energía. Ahora es un momento crucial para cumplir con el deber. Si seguía haciendo menos de lo que podía y esperaba a que acabara la obra de Dios para esforzarme más, sería demasiado tarde para arrepentirme. Tras pensarlo, cambié mi agenda con el objetivo de hacer todo el trabajo que pudiera. Cuando tenía ganas de ser perezosa, oraba a Dios y pensaba sobre Sus palabras, lo que me permitía estar vigilante y ser capaz de rebelarme contra la carne. Le oraba antes de cada tarea para pedirle que escrutara mi corazón, mientras procuraba hacer un buen trabajo y no actuar por pura inercia. Esta práctica me hace sentir mayor tranquilidad.
Aunque quería cumplir adecuadamente con el deber, a veces me quedaba corta. Por ejemplo, un día estaba echando un vistazo al trabajo de riego; había un nuevo fiel que todavía tenía muchas nociones religiosas que el regador me pidió que ayudara a corregir. Al principio, me dieron ganas de emplearme a fondo para ayudar, sin importar cuánto lograra. Pero, cuando realmente hablé con el nuevo fiel, yo solo tenía un conocimiento disperso de algunos problemas y no podía enseñarle con claridad. No pude evitar pensar, “Tengo un entendimiento superficial de la verdad; esto es todo cuanto puedo lograr. De todos modos, el líder hará seguimiento de esto. Que resuelva él estos problemas”. No obstante, el líder estaba ocupado y no podía venir, así que resolverlos era cosa nuestra. Supe que detrás de esta situación estaba la intención de Dios. Antes elegía tareas fáciles y simples en el deber y no me exigía al máximo ni lo daba todo en él. Esta vez no podía considerar la carne ni buscar la comodidad. Tenía que hacer todo lo posible sin importar qué fuera capaz de lograr. Luego, mi hermana compañera y yo buscamos al regador para hablar con él, y buscamos palabras de Dios y videos evangélicos relacionados con las nociones religiosas del nuevo fiel. Tras cierto debate, a todos nos quedó más claro este aspecto de la verdad y, al final, se resolvieron los problemas del nuevo fiel. Con esta experiencia, ví que puede que algunas cosas parezcan difíciles pero, si confío en Dios y de verdad pago un precio, puedo lograr resultados. Si me esfuerzo y, pese a ello, no llego, tendré la conciencia tranquila.
A base de fijarme en los fracasos de algunos hermanos y hermanas a mi alrededor, he aprendido algunas lecciones, reflexionado sobre mi actitud hacia el deber y visto lo lejos que estaba de cumplirlo adecuadamente. Y comprobé lo arraigada que estaba mi naturaleza ruin. Aunque ahora me arrepiento, todavía estoy lejos de las exigencias de Dios. ¡A partir de ahora, tengo que aceptar el escrutinio de Dios y procurar cumplir adecuadamente con mi deber!
Ahora ya han aparecido varios desastres inusuales, y según las profecías de la Biblia, habrá desastres aún mayores en el futuro. Entonces, ¿cómo obtener la protección de Dios en medio de los grandes desastres? Contáctanos, y te mostraremos el camino.
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