Reflexiones tras adorar a ciegas a la gente
Cuando era líder en una iglesia en 2019, conocí a un par de líderes superiores. Cuando compartían la verdad y abordaban problemas, iban al meollo de la cuestión, compartiendo y analizando las cosas comenzando por lo superficial y después ahondando de forma ordenada. Sentía que escucharlas me beneficiaba. Pensaba que tenían una perspectiva profunda de las cosas, que tenían la realidad de la verdad. Con mi experiencia vital limitada, pensaba que, con gente así para guiarme, progresaría rápido y aprendería más de la verdad sin duda, y mi salvación estaría garantizada. Más tarde, cualquiera que fuera el problema o la dificultad que encarase en mi trabajo, lo primero que hacía era anotarlos y pedir ayuda. Ellas me daban detalles e instrucciones en la guía de sus respuestas y solucionaban mis problemas. Las admiraba y respetaba a ellas aun más. Con el tiempo acudía a ellas para que me ayudasen a resolver todos los problemas, grandes y pequeños, incluso asuntos generales. Cuando presentaba un estado negativo, no me centraba en leer las palabras de Dios y buscar la verdad, ni compartía con la hermana que era mi compañera, sino que esperaba a tener una reunión con esas líderes para resolverlo. Cuando compartían en las reuniones yo escuchaba atenta y tomaba notas con seriedad, por miedo a perderme algo. En las reuniones, a menudo señalaban y analizaban nuestros problemas, y nos llamaban la atención en el momento si discutíamos y nos justificábamos cuando nos trataban. A veces, cuando mostraba alguna corrupción de la que no era consciente, podían señalar los motivos escondidos tras ello y analizar la naturaleza de mis acciones. Esto amplificó mi percepción de que entendían la verdad y poseían su realidad, así que las respetaba y admiraba cada vez más. Pero, despues de conocerlas un tiempo, me di cuenta de que, cuando resolvían problemas, solo señalaban el carácter corrupto que mostrábamos, pero casi nunca compartían sobre la corrupción que ellas mostraban o sus experiencias reales. Hablaban principalmente sobre su propia entrada positiva, como si no tuviesen ninguna corrupción y de verdad pudiesen practicar la verdad. Tenía un sentido abstracto de que parecían centrarse completamente en el trabajo y carecían de entrada en la vida, pero, entonces pensé que eran capaces de ver los problemas de los demás y guiar nuestro trabajo, así que, ¿no era eso un tipo de entrada en la vida y la realidad? Así que seguí admirándolas y adulándolas, e incluso imité su estilo de trabajo. Cuando veía problemas en el deber de los hermanos y hermanas, o un carácter corrupto que revelaban, como esos líderes, los exponía y trataba de manera implacable. Como resultado, algunos de ellos se sumían en la negatividad y me tenían miedo; los restringía. Las admiraba demasiado, así que, cuando encaraba problemas, no confiaba en Dios ni buscaba la verdad, sino que acudía a ellas para arreglar las cosas. Gradualmente, sentía que mi pensamiento cada vez estaba más turbio y veía las cosas nubladas. Con los estados y los problemas de los hermanos y hermanas en el trabajo, no podía sacarle la vuelta a las cosas. No sabía qué hacer con los problemas que antes había podido resolver. No podía sentir la obra del Espíritu Santo y cada vez era más inepta pero aun así no hacía introspección.
Un día en abril recibí la noticia inesperada de que esas dos líderes habían admitido su culpa y dimitido, que habían sido expuestas como falsos líderes, personas que no buscaban la verdad. Simplemente no podía creerlo. Durante unos días, seguí preguntándome cómo podían haber admitido su culpa y dimitido. Sabían tanto y eran aptas en el trabajo. Pero se reveló que no eran personas que buscasen la verdad y yo no llegaba a su altura, ¿cómo, entonces, podía cumplir bien con mi deber y ser salvada por Dios si seguía practicando mi fe de esa manera? Estaba muy molesta entonces. Incluso pensé en admitir mi culpa y dimitir. Pero podía ver claramente que ese no era el estado correcto. Me pregunté si mi fe estaba puesta en Dios o en la getne. ¿Por qué me impactó tanto la dimisión de un par de líderes superiores hasta el punto de hacerme sentir que no tenía esperanza de ser salvada por Dios? Me di cuenta de que tenía un sitio en mi corazón para los humanos, lo que ofendía el carácter de Dios. Tenía miedo y rápidamente oré para pedirle a Dios que me guiase a conocer mi corrupción. El día siguiente, leí lo siguiente en las palabras de Dios: “Sería mejor que aquellas personas que dicen que siguen a Dios abrieran los ojos y miraran bien para ver exactamente en quién creen: ¿Realmente es en Dios en quien crees o en Satanás? Si sabes que no es en Dios en quien crees sino en tus propios ídolos, entonces sería mejor que no afirmaras que eres un creyente. Si realmente no sabes en quién crees, entonces, una vez más, sería mejor que no dijeras que eres un creyente. ¡Decirlo sería una blasfemia! Nadie te está obligando a creer en Dios. No digáis que creéis en Mí; ya que he oído bastante esa plática y no deseo volver a oírla, porque en lo que creéis es en los ídolos que están en vuestro corazón y en los bravucones locales que están entre vosotros” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Una advertencia a los que no practican la verdad). Me conmovieron las palabras de Dios, especialmente esta parte: “y miraran bien para ver exactamente en quién creen”. Eso me conmovió mucho: sentí que Dios me llamaba la atención. Al recordar todas mis interacciones con esas líderes, al ver que eran claras y sistemáticas en cómo resolvían las cosas y organizaban su discurso, sentí que conocían la verdad y tenían la realidad de la verdad, y si compartía con ellos más crecería más rápidamente en la vida y mi salvación estaría garantizada. Así que, fueran cuales fueran los problemas o dificultades que encaraba, en vez de confiar en Dios y buscar la verdad para resolverlos, siempre las buscaba y confiaba en ellas, y hacía todo lo que decían. En mi corazón ya se habían convertido en mis ídolos, mis pilares. Ahora que admitieron su culpa y dimitieron, me sentía sin rumbo, sin una senda en mi deber. Entonces, por fin me di cuenta de que todo el tiempo había confiado en seres humanos y acudido a ellos, en vez de a Dios. Por fuera, tenía fe en Dios y cumplía un deber, y pronunciaba oraciones a Dios todos los días, pero simplemente no había sitio para Él en mi corazón. Siempre buscaba a la gente y la escuchaba cuando tenía problemas. Claramente creía en la gente, pero seguía diciendo que creía en Dios. Estaba engañando a Dios, blasfemándolo. Pensé en estas palabras de Dios: “Las personas que creen en Dios deben obedecerle y adorarle. No exaltes ni admires a ninguna persona; no pongas a Dios en primer lugar, a las personas a las que admiras en segundo y, en tercer lugar, a ti. Ninguna persona debe tener un lugar en tu corazón y no debes considerar que las personas —particularmente a las que veneras— están a la par de Dios o que son Sus iguales. Esto es intolerable para Él” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Los diez decretos administrativos que el pueblo escogido de Dios debe obedecer en la Era del Reino). De verdad sentía que el carácter justo de Dios no puede ser ofendido. Dios nos dice claramente que en nuestra fe tenemos que adorar a Dios y venerarle a Él por ser grande. Debemos confiar en Dios y respetarlo a Él, no a la gente. Él no permitirá en absolulto que nadie adule y siga a una persona con el pretexto de tener fe en Él. Esto ofende el carácter de Dios y no lo tolerará. Durante un tiempo oré a Dios mucho, y reflexioné sobre por qué había adorado a esas dos líderes tanto. Leí algunas de las palabras de Dios que me ayudaron a entender este problema un poco. Dios Todopoderoso dice: “Lo que tú admiras no es la humildad de Cristo, sino a esos falsos pastores de destacada posición. No adoras la belleza ni la sabiduría de Cristo, sino a esos licenciosos que se regodean en la inmundicia del mundo. Te ríes del dolor de Cristo, que no tiene lugar donde reclinar Su cabeza, pero admiras a esos cadáveres que cazan ofrendas y viven en el libertinaje. No estás dispuesto a sufrir junto a Cristo, pero te lanzas con gusto a los brazos de esos anticristos temerarios a pesar de que solo te suministran carne, palabras y control. Incluso ahora tu corazón sigue volviéndose a ellos, a su reputación, su estatus, su influencia. Además, continúas teniendo una actitud por la cual la obra de Cristo te resulta difícil de soportar y no estás dispuesto a aceptarla. Por eso te digo que te falta fe para reconocer a Cristo. La razón por la que lo has seguido hasta el día de hoy es solo porque no tenías otra opción. En tu corazón siempre se elevan muchas imágenes nobles; no puedes olvidar cada una de sus palabras y obras ni sus palabras ni sus manos influyentes. En vuestro corazón, ellos son supremos por siempre y son héroes por siempre. Pero esto no es así para el Cristo de hoy. Él permanece por siempre insignificante en tu corazón y por siempre indigno de tu veneración. Porque Él es demasiado común, tiene muy poca influencia y está lejos de ser elevado” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. ¿Eres un verdadero creyente en Dios?). “Sea cual sea la categoría de un líder u obrero, si lo idolatráis por comprender un poco de la verdad y tener algunos dones, si creéis que está en posesión de la realidad de la verdad y puede ayudaros, y si lo veneráis, dependéis de él en todo y tratáis de alcanzar la salvación por medio de esto, entonces todo esto es necedad e ignorancia por vuestra parte y, al final, todo quedará en nada, pues el punto de partida es intrínsecamente incorrecto. Por muchas verdades que comprenda alguien, nadie puede reemplazar a Cristo, y por mucho talento que tenga, esto no significa que esté en posesión de la verdad; por eso todos aquellos que idolatran, veneran y siguen a personas serán descartados al final, se condenarán todos ellos. Cuando la gente cree en Dios, solo puede venerar y seguir a Dios. Independientemente de su rango de liderazgo, los líderes y obreros siguen siendo gente normal. Si los consideras tus superiores inmediatos, si sientes que son superiores a ti, que son más competentes que tú y deben guiarte, que sobresalen del resto en todos los sentidos, te equivocas, te engañas. ¿Y qué consecuencias acarrea este engaño? Esto te llevará inconscientemente a evaluar a tus líderes en función de unos requisitos que no se ajustan a la realidad, y a ser incapaz de tratar correctamente los problemas y las deficiencias que tienen; a su vez, sin que lo sepas, también te verás intensamente atraído por su estilo, sus dones y talentos, de modo que, para cuando quieras darte cuenta, los estarás idolatrando y se habrán convertido en tus dioses. Esa senda, desde el momento en que empiezan a convertirse en tu ejemplo, el objeto de tu idolatría, hasta que te conviertes en uno de sus seguidores, te alejará inconscientemente de Dios. Y aunque te alejes poco a poco de Dios, continuarás creyendo que lo sigues, que estás en Su casa, en Su presencia. Pero en realidad te han alejado los secuaces de Satanás, los anticristos, y ni siquiera te darás cuenta, lo cual es un estado de cosas muy peligroso. La resolución de este problema requiere, por un lado, ser capaz de discernir la naturaleza y esencia de los anticristos, de descubrir el horrendo rostro de su odio por la verdad y de su oposición a Dios; también requiere conocer las técnicas comúnmente utilizadas por los anticristos para engañar y atrapar a la gente, así como su forma de hacer las cosas. Por otro lado, debéis aspirar a conocer el carácter y la esencia de Dios y tener claro que solo Cristo es la verdad, el camino y la vida, y que idolatrar a cualquier persona os acarreará catástrofes y desgracias. Debéis confiar en que solamente Cristo puede salvar a la gente y seguirlo y obedecerlo con fe absoluta. Esta es la única senda correcta de la existencia humana. Tal vez algunos digan: ‘Bueno, yo sí tengo motivos para idolatrar a los líderes a quienes idolatro: para mis adentros, idolatro de forma natural a cualquiera con talento, a cualquier líder en consonancia con mis nociones’. ¿Por qué te empeñas en idolatrar al hombre pese a creer en Dios? A fin de cuentas, ¿quién te salvará? ¿Quién te ama y protege realmente? ¿De verdad no lo ves? Si crees en Dios y lo sigues, debes escuchar Su palabra, y si alguien habla y actúa correctamente y está de acuerdo con los principios de la verdad, ¿no está bien obedecer la verdad? ¿Por qué eres tan vil? ¿Por qué te empeñas en buscar a alguien a quien idolatrar para seguirlo? ¿Por qué te gusta ser esclavo de Satanás? ¿Por qué no ser, en cambio, siervo de la verdad? Esto demuestra si una persona tiene sentido y dignidad” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 6). Cuando leí estos pasajes sentí que era esclava de Satanás como Dios describió. Me gustaba adorar y seguir a la gente, adoraba a los que tenían estatus y dones y sabían hablar bien. Al ver que esas líderes superiores llegaban al meollo de la cuestión cuando compartían la verdad y resolvían problemas, y al ver que sus palabras eran claras y estaban bien organizadas, sus dones y sus habilidades de trabajo captaron mi atención. Sentía que entendían la verdad y tenían la realidad de la verdad, así que las adoré y confié en ellas a ciegas. Pensé que, al guiarme ellas, podría aprender la verdad y hacer bien mi trabajo, que crecería rápidamente en la vida y tendría la esperanza de ser salvada, y sin su ayuda y guía, mi esperanza de salvación sería minúscula. Estaba tan confundida y ciega. Dios es la fuente de la verdad. Solo Dios puede proporcionar a los seres humanos la verdad, resolver todos nuestros problemas y dificultades, y salvarnos de las fuerzas de Satanás. Por muy alto que sea el estatus de alguien, o cuáles sean sus dones o habilidades, sigue siendo una persona a la que Satanás ha corrompido y no podemos confiar en ella ni adorarla. Incluso siendo creyente, Dios no tenía sitio en mi corazón. Ante los problemas, nunca confié en Dios ni busqué la verdad, sino que esperé a que esas personas viniesen a arreglar las cosas. ¿No era eso insensato? Esas líderes comprendían algunos problemas y sabían explicar lo que entendían, pero eso era todo lo que habían aprendido de las palabras de Dios. Además, por muy dotadas o elocuentes que fueran, tan solo eran seres humanos corruptos y no poseían la verdad en absoluto. También tenían que aceptar el juicio y el castigo de Dios y necesitaban Su salvación. Pero las adoré y admiré. Incluso quería confiar en ellas en mi senda de la fe hacia la salvación. Era verdaderamente idiota. Ver esto me asustó. Nunca pensé que dejaría de buscar la verdad, que adoraría a ciegas a la gente, que pondría a alguien en un pedestal más alto que Dios en mi corazón. Ya me había distanciado de Dios y lo había traicionado; estaba en una senda contra Dios. Este pensamiento me llenó de culpa y pesar y quería arrepentirme a Dios.
Más adelante, me enteré de la razón por la que esas dos líderes superiores dimitieron. Una de ellas buscaba la reputación y el estatus, y siempre quería alardear y ser admirada por los demás. Cuando no había resultados en su trabajo, se deprimía y holgazaneaba. Los hermanos y hermanas trataron de compartir y ayudarle muchas veces, pero ella no cambió. Al final, no puedo hacer ningún trabajo real, así que abandonó. La otra se enfrentaba a los obstáculos de su familia y se quejaba de la dificultad de creer en Dios, así que abandonó su deber y regresó a casa a vivir con su familia. Me sorprendió escuchar esto. Ellas hablaban bien generalmente en su comunión en las reuniones y eran elocuentes cuando resolvían los problemas de los demás, ¿cómo, entonces, podrían dudar cuando se encontraban con problemas similares? ¿Por qué no podían llevar a cabo la verdad? Antes pensaba que podían poner la verdad en práctica, que tenían la realidad de la verdad, pero al fin vi que no tenían la realidad de la verdad para nada. Se quejaban y descartaban su deber cuando algo comprometía sus intereses. No buscaban la verdad en absoluto. La imagen noble que tenía de ellas en mi corazón se derrumbó en un instante.
Más tarde, leí algunas palabras de Dios sobre este asunto. Dios Todopoderoso dice: “Tomar las palabras de Dios y poder explicarlas descaradamente no significa que poseas la realidad; las cosas no son tan simples como te las imaginas. Tener la realidad no se basa en lo que dices, sino en lo que vives. Solo cuando las palabras de Dios se convierten en tu vida y en tu expresión natural, se puede decir que tienes la realidad, y solo entonces puede contarse como haber recibido el verdadero conocimiento y la estatura real. Debes ser capaz también de soportar la prueba por largos períodos de tiempo y de vivir la semejanza que Dios requiere. No debe ser solo una pose, sino que debe fluir naturalmente de ti; solo entonces tendrás realmente realidad y solo entonces habrás ganado vida. […] Sin importar cuán feroces sean el viento y las olas, si puedes permanecer firme sin permitir que ni un ápice de duda entre en tu mente y si puedes permanecer firme y estar libre de negación, incluso cuando no quede nadie más, entonces se te contará como que tienes un verdadero entendimiento y que posees la realidad verdaderamente” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Solo se posee la realidad si se pone en práctica la verdad). “Los buenos soldados del reino no están entrenados para ser un grupo de personas que solo puedan hablar de la realidad o alardear, sino más bien están entrenadas para vivir las palabras de Dios en todo momento, para permanecer inflexibles a pesar de los contratiempos a los que se enfrenten, y vivir constantemente de acuerdo con las palabras de Dios y no volver al mundo. Esta es la realidad de la que Dios habla; esta es la exigencia de Dios para el hombre. Por lo tanto, no consideres que la realidad hablada por Dios es demasiado simple. La sola iluminación del Espíritu Santo no equivale a poseer la realidad ni es la estatura del hombre, sino la gracia de Dios, a lo que el hombre no contribuye nada. Cada persona debe soportar los sufrimientos de Pedro y, aún más, poseer la gloria de Pedro, que es lo que las personas viven después de haber recibido la obra de Dios. Solo esto se puede llamar realidad” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Solo se posee la realidad si se pone en práctica la verdad). “Que el conocimiento que profesas esté de acuerdo con la verdad depende en gran parte de si tienes experiencia práctica. Cuando hay verdad en tu experiencia, tu conocimiento será práctico y valioso. A través de tu experiencia también puedes obtener discernimiento y percepción, profundizar tu conocimiento y aumentar tu sabiduría y sentido común respecto a cómo debes conducirte. El conocimiento expresado del que hablan las personas que no poseen la verdad es doctrina, no importa lo noble que sea. Este tipo de persona puede ser muy inteligente cuando se trata de cuestiones de la carne pero no puede hacer distinciones cuando se trata de cuestiones espirituales. Esto se debe a que esas personas no tienen ninguna experiencia en asuntos espirituales. Son personas que no están esclarecidas sobre asuntos espirituales y no los entienden. Sea cual sea el conocimiento que expreses, en tanto que sea tu ser, entonces es tu experiencia personal, tu verdadero conocimiento. A lo que discuten las personas que solo hablan de doctrina —las personas que no poseen ni la verdad ni la realidad— se le puede llamar su ser, porque han llegado a su doctrina solo mediante la contemplación profunda y es el resultado de su profunda reflexión, pero solo es doctrina; ¡no es nada más que su imaginación!” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. La obra de Dios y la obra del hombre).
Leer las palabras de Dios me despertó. Yo adoraba a esas dos líderes demasiado porque no entendía qué era doctrina y qué era realidad. Al ver lo bien que sonaba su comunión en las reuniones, y que podían exponer y analizar la corrupción de la gente, pensé que tenían la realidad de la verdad. Pero entonces aprendí de estos pasajes que compartir cierto entendimiento de las palabras de Dios y saber analizar problemas no es poseer la realidad de la verdad. Tener la realidad es leer las palabras de Dios, aceptarlas y ponerlas en práctica, ser capaz de someterse a Dios por muchas pruebas que se encaren y tener testimonio de practicar la verdad. Los que de verdad poseen la realidad entienden realmente su propia naturaleza corrupta, y tienen la experiencia personal de las palabras de Dios. Pueden utilizar sus experiencias prácticas para guiar y ayudar a los hermanos y hermanas a entrar en la realidad de las palabras de Dios. Aquellos con la realidad de la verdad hacen las cosas con principios y cumplen con su deber fielmente. Seal cual sea la situación a que se enfrenten, pueden defender la obra de la iglesia y cumplir su deber. Esas dos líderes normalmente eran muy elocuentes en su comunión y parecían ser capaces de resolver los problemas de los demás. Pero, ante verdaderos problemas, abandonaron su deber para proteger sus propios intereses. Vi que solo habían compartido doctrina, que no era práctica, y que se venían abajo con la primera dosis de realidad. Eso demostró que no buscaban la verdad, que no tenían la realidad de la verdad en absoluto. Además, cuando abordaban los problemas de los demás, comparaban esos problemas con lo que dicen las palabras de Dios para ayudarles con su entendimiento, pero casi nunca hablaban de su propia corrupción y defectos, ni analizaban sus motivos erróneos. Casi nunca las oía hablar de sus experiencias de buscar y practicar la verdad. La mayor parte del tiempo se ponían a sí mismas en un pedestal y analizaban y condenaban a los demás como si no fueran personas corruptas y como si no tuvieran un carácter corrupto. Algunos hermanos y hermanas rompían a llorar cuando los criticaban y vivían en negatividad y debilidad, con miedo a verlas y se sentían restrigidos por ellas. Al final vi con claridad que esas dos líderes no eran ni reomotamente capaces de resolver problemas con la verdad. Solo utilizaban doctrina vacía y confiaban en su inteligencia y experiencia laboral. No podían resolver nuestros problemas de entrada en la vida. Antes no tenía discernimiento, sino que las adoraba y admiraba, e incluso imitaba su estilo de trabajo. ¡Era tan ciega!
Cuando me encontraba con dificultades en mi trabajo después, me aseguraba de confiar en Dios, acudir a Él y buscar los principios de la verdad. Durante algún tiempo, había algún trabajo que no sabía hacer y algunos problemas que no sabía abordar. Oré y confié en Dios mucho, y busqué y compartí con los hermanos y hermanas. Algunos de esos problemas se resolvieron de esa manera. También gané entendimiento de algunos principios de la verdad y avancé algo en mi trabajo. Con el tiempo tuve más seguridad en mi deber y progresé en mi entrada en la vida. Me sentí muy realizada. En ese momento, sentí de manera visceral que confiar en Dios en mi deber era la única manera de seguir adelante. Si quería cumplir bien mi deber y ganar la verdad, en realidad no podía separarme de la guía de Dios.