Reflexiones luego de mi despido
En abril de 2021, regaba nuevos creyentes en la iglesia. Cuando desempeñé este deber por primera vez, lo sentía como una carga, y prestaba atención a trabajar mucho en los principios. Siempre que encontraba problemas que no entendía, oraba y buscaba, charlando frecuentemente con mis hermanos y hermanas. Poco a poco, fui captando algunos de los principios y mi trabajo empezó a dar resultados. Unos meses más tarde, a medida que más y más personas buscaban e investigaban el camino verdadero, muchos aceptaron la obra de Dios de los últimos días. Para poder regar a estos nuevos creyentes lo antes posible, el líder me puso a cargo de tres grupos más. Cuando vi que había muchos más creyentes nuevos, me resistí a la idea. Pensé: “Ya tengo bastante de qué preocuparme con los grupos de nuevos creyentes que actualmente estoy regando. Tienen muchas nociones, problemas y dificultades que necesitan resolver. Algunas veces, es necesario volver a charlar con ellos para obtener resultados. Ahora que hay muchos más creyentes, me tomará demasiado tiempo y esfuerzo regarlos a todos de manera adecuada para que puedan establecer bases sólidas en el camino verdadero. Es demasiado problema. Si las cosas siguen así, ¿cómo podré afrontarlo físicamente? ¡Ya de por sí no estoy en buena forma! Cuando me agote y termine enferma, realmente será un problema”. Sabía que la supervisora había estado regando nuevos creyentes durante mucho tiempo y conocía muy bien los principios de esta tarea. Entonces, pensé: “En el futuro, cuando me encuentre con problemas más complicados, debería pedirle a la supervisora que los resuelva. De esta manera, no tendría que esforzarme por buscar las palabras de Dios y hablar sobre ellas con los nuevos creyentes. Sus problemas podrían resolverse rápidamente, y yo tendría algo de alivio y me ahorraría el tiempo y el esfuerzo. ¿No sería eso tener lo mejor de ambos mundos?”. A partir de ese momento, cada vez que regaba nuevos creyentes y encontraba dificultades o problemas que no podía ver con claridad, no buscaba los principios de la verdad. Por el contrario, me sacaba de encima los problemas dejándoselos a la supervisora, y le pedía a ella que diera las charlas y resolviera los problemas.
En una reunión, la supervisora me dejó en evidencia: “¿Qué sucede contigo últimamente? No estás siendo diligente en tu deber. Cada vez que un nuevo creyente encuentra un problema o una dificultad, no buscas la verdad para resolverlo, sino que te acercas a mí para que yo lo resuelva. De esta manera, puede que te ahorres el sufrimiento físico, ¿pero puedes ganar la verdad? Si cumples con tu deber sin sentido de la carga y sigues anhelando las comodidades de la carne, es fácil perder la obra del Espíritu Santo, y tarde o temprano serás revelada y descartada. ¡Deberías reflexionar detenidamente sobre ti misma!”. Al escuchar las palabras de la supervisora, me sentí molesta y arrepentida. Me di cuenta de que seguir como estaba era realmente peligroso. Entonces oré a Dios, pidiéndole que me guiara para poder reflexionar y entenderme mejor.
Un día, leí un pasaje de las palabras de Dios. Dios Todopoderoso dice: “No importa qué trabajo realicen algunas personas o qué deber desempeñen, son incapaces de hacerlo con éxito, no pueden asumirlo y son incapaces de cumplir con cualquiera de las obligaciones o responsabilidades que deberían cumplir. ¿Acaso no son basura? ¿Siguen siendo dignas de ser llamadas humanas? Salvo los mentecatos, los discapacitados mentales y los que sufren impedimentos físicos, ¿hay alguien vivo que no deba cumplir con sus obligaciones y responsabilidades? Pero esta clase de persona siempre es escurridiza y holgazanea y no desea cumplir con sus responsabilidades; lo que implica que no desea comportarse correctamente. Dios le dio la oportunidad de nacer como ser humano, así como calibre y dones, sin embargo no sabe usarlos para cumplir su deber. No hace nada, sino que desea disfrutar cada instante. ¿Es una persona así apta para ser llamada ser humano? No importa el trabajo que se le asigne —sea importante u ordinario, difícil o sencillo—, siempre es negligente y escurridiza. Cuando surgen problemas, intenta que la responsabilidad recaiga en otras personas; no se compromete y, sin embargo, desea seguir con su vida parasitaria. ¿Acaso no es basura inútil? En la sociedad, ¿quién no ha de depender de sí mismo para sobrevivir? Una vez que una persona ha llegado a la edad adulta, debe mantenerse por sí misma. Sus padres han cumplido con su responsabilidad. Incluso si sus padres estuvieran dispuestos a mantenerla, se sentiría incómoda por ello. Debería ser capaz de admitir que sus padres han terminado su labor de criarla y darse cuenta de que, como adulto en buen estado físico, tendrá que ser capaz de vivir de manera independiente. ¿Acaso no es esta la razón mínima que debe tener un adulto? Si alguien tiene de verdad razón, no puede seguir gorroneando a sus padres; tiene miedo de que los demás se rían, de que lo avergüencen. Así pues, ¿es razonable alguien que adore la comodidad y odie trabajar? (No). Siempre quiere algo a cambio de nada; nunca quiere asumir ninguna responsabilidad, desea que le caiga el dinero del cielo, quiere tomar tres buenas comidas al día, que alguien lo atienda y permitirse comidas y bebidas deliciosas sin trabajar lo más mínimo. ¿No es esta la mentalidad de un parásito? Y las personas que son parásitos, ¿tienen conciencia y razón? ¿Tienen dignidad e integridad? En absoluto. Son todos unos gorrones inútiles, bestias sin conciencia ni razón. Ninguno de ellos es apto para permanecer en la casa de Dios” (La Palabra, Vol. V. Las responsabilidades de los líderes y obreros. Las responsabilidades de los líderes y obreros (8)). Al reflexionar sobre mí considerando las palabras de Dios, reconocí que mi actitud hacia mi deber era demasiado despectiva y superficial. Ni siquiera podía cumplir con las responsabilidades y obligaciones que debía llevar a cabo. Realmente me sentía una basura. Cada vez que la carga de trabajo aumentaba y yo necesitaba sufrir y pagar un precio, lo que consideraba primero era mi carne. Pensaba que, ya que había más creyentes nuevos para regar, habría más problemas que abordar y resolver. Si tenía que charlar y apoyar con paciencia a cada nuevo creyente, entonces tendría demasiado de qué preocuparme y me agotaría. Me asustaba la idea de sufrir y enfermarme por el agotamiento, entonces empecé a holgazanear y a ser negligente. Cuando encontraba un problema, incluso mínimamente complicado, me lo sacaba de encima trasladándoselo a mi supervisora, sin esforzarme por buscar la verdad y resolverlo. ¡Realmente fui egoísta y falsa! Solo me preocupaba estar desocupada y no cansarme físicamente. No pensaba en absoluto en el trabajo y las dificultades de los demás, o si mi comportamiento retrasaba a otros en el desempeño de sus deberes. Aunque de esta manera mi carne estaba ociosa y no sufría mucho, mi vida no progresaba en absoluto, porque no estaba buscando la verdad. Entonces, ¿qué podría ganar realmente al final? ¿No me estaba haciendo daño? Dios dice que las personas holgazanas y escurridizas son basura inservible, ¿y acaso Dios no desdeña y descarta la basura? Al pensar esto, sentí algo de remordimiento y temor, entonces comencé a orar. Le dije a Dios que deseaba cambiar mi actitud hacia mis deberes y hacerlos diligentemente.
Después de eso, cada vez que encontraba dificultades al regar nuevos creyentes, oraba conscientemente y confiaba en Dios, buscaba la verdad, y charlaba pacientemente con ellos para resolver sus dificultades, en lugar de trasladarlas a otras personas. Pero algunos de los nuevos creyentes tenían nociones religiosas sólidas, a las que, en algunos casos, se aferraban con tanto fervor que necesitaba charlar con ellos varias veces para que pudieran desprenderse. Después de un tiempo, esto empezó a preocuparme y a quitarme mucha energía. A esta altura, me sentía algo inquieta y pensé: “Si las cosas continúan de esta manera, ¿cuánto deberé esforzarme por regar bien a los nuevos creyentes? Es tan cansador. Puedo simplemente buscar un pasaje pertinente de las palabras de Dios, teniendo en cuenta sus nociones, y enviárselo para que lo lean y luego charlar con ellos si hay algo que no entienden. Eso me quitaría algunas preocupaciones”. Pero, cada vez que lo hacía, me sentía ligeramente incómoda. Me decía a mí misma: “Ya es bastante difícil lograr que abandonen sus nociones, incluso cuando charlo con ellos cara a cara y en detalle”. “Si simplemente dejo que lean todo solos, ¿cómo podrían entender? Da igual. Reservaré las charlas para cuando surjan problemas”. De esa forma, lo dejé ir sin pensarlo demasiado. Después de un tiempo, algunos de los nuevos creyentes ya no querían reunirse porque sus nociones religiosas no se habían resuelto rápidamente, y algunos incluso dejaron de creer y renunciaron después de que pastores y ancianos los desorientaran y perturbaran. Cuando vi que sucedían este tipo de cosas, me sentí algo culpable, pero luego pensé: “No todo es responsabilidad mía. Les envié pasajes pertinentes de las palabras de Dios para que leyeran. El problema es que estos nuevos creyentes son demasiado arrogantes y sentenciosos. Siempre se aferran con obstinación a sus propias nociones y no aceptan la verdad, de modo que no puedo hacer nada por ayudarlos”. Como había sido persistentemente holgazana y superficial al cumplir mi deber, sentía que Dios me había ocultado Su rostro, y mis pensamientos se volvieron cada vez más confusos. No veía la manera de resolver muchos problemas, y mis charlas con los nuevos creyentes eran monótonas y aburridas. Cumplir con mi deber se volvió algo laborioso, y los resultados eran cada vez peores. Luego, mi supervisora vio que yo seguía igual y que eso afectaba gravemente mi deber, entonces me pidió que dejara mis actividades y, en cambio, practicara la devoción espiritual para reflexionar acerca de mí misma. Cuando escuché esto me derrumbé y comencé a llorar desconsoladamente. Sabía muy bien que esto era consecuencia de haber considerado demasiado la carne y haber cumplido con mi deber siempre de manera superficial. Creí que estaba acabada. Me habían suspendido de mi deber justo cuando la obra de Dios estaba llegando a su fin. ¿No me estaban descartando? Esos días fueron un calvario, y no pude comer ni dormir bien. En medio de mi angustia, me arrodillé y oré seriamente a Dios: “Oh, Dios, sé que lo que he hecho hace que me detestes y odies, pero quiero arrepentirme. Te pido que me esclarézcas y me guíes para poder entenderme mejor”. Después de orar, leí un pasaje de las palabras de Dios: “Hay quienes no están dispuestos a sufrir en absoluto en el deber, que siempre se quejan cada vez que se topan con un problema y que se niegan a pagar un precio. ¿Qué actitud es esa? Una actitud superficial. Si cumples con el deber de forma superficial, y lo abordas con una actitud irreverente, ¿cuál será el resultado? Cumplirás el deber de manera deficiente, aunque sepas hacerlo bien: tu desempeño no estará a la altura y Dios estará muy disgustado con la actitud que demuestras hacia el deber. Si hubieras sido capaz de orar a Dios, de buscar la verdad y de poner todo tu corazón y toda tu mente en ello, si hubieras podido cooperar así, Dios lo habría preparado todo para ti de antemano, para que, cuando tú te ocuparas de los asuntos, todo encajara en su lugar y obtuvieras buenos resultados. No necesitarías dedicar una enorme cantidad energía; si hicieras tu mayor esfuerzo en cooperar, Dios ya lo habría dispuesto todo para ti. Si eres evasivo y holgazán, si no atiendes debidamente tu deber y siempre vas por la senda equivocada, Dios no actuará sobre ti; perderás esta ocasión y Dios dirá: ‘No sirves para nada; no puedo usarte. Apártate. Te gusta ser ladino y holgazán, ¿verdad? Te gusta ser perezoso y tomártelo con calma, ¿no? ¡Pues tómatelo con calma para siempre!’. Dios concederá esta gracia y esta oportunidad a otra persona. ¿Qué opináis? ¿Esto es una pérdida o una ganancia? (Una pérdida). ¡Una enorme pérdida!” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Después de leer las palabras de Dios, entendí que Dios no exige mucho a las personas. Simplemente desea que cumplan con su deber con toda sinceridad y lo mejor que puedan. Siempre que lleven a cabo sus deberes lo mejor posible, serán aprobadas por Dios. En cambio, a las personas que siempre cumplen su deber por inercia, que son astutas y oportunistas, y que buscan holgazanear y estar cómodas en lugar de hacer lo que deben y pueden hacer, Dios las desdeña y no recibirán Su salvación. Al contemplar las palabras de Dios y recordar mis acciones, ¿no era yo la clase de persona a la que Dios desdeñaba? Fue un honor para mí que la iglesia me hubiera puesto a cargo de regar nuevos creyentes. Qué significativo era poder llevar a cabo un deber tan importante en este momento crucial, ¡cuando el evangelio del reino de Dios estaba siendo divulgado! Pero yo había sido desagradecida, superficial en mis deberes, y anhelaba constantemente la comodidad. Con un poco de esfuerzo y sacrificio, hubiera podido hacer un buen trabajo al regar a los nuevos creyentes, pero no quería sufrir más adversidades. Aunque sabía bien que los nuevos creyentes tendrían una comprensión limitada si leían la palabra de Dios por su cuenta, aun así no deseaba conversar con ellos. Como consecuencia, algunos no querían asistir a las reuniones porque sus nociones religiosas no se habían resuelto, y algunos incluso se alejaron de la fe después de que pastores y ancianos los desorientaran y perturbaran. Recién cuando los hechos fueron revelados pude reconocer que no estaba cumpliendo con mi deber en absoluto, sino más bien trastornando y perturbando la obra de la iglesia. En ese entonces, no me reconocía en absoluto. Eludía la responsabilidad y culpaba de los problemas a los nuevos creyentes. ¡Cuán irresponsable fui! ¿Cómo podría todo esto no hacer que Dios me detestara y odiara? Me di cuenta de que la iglesia me había asignado un trabajo muy importante con la esperanza de que yo pudiera cumplir con mis responsabilidades y regar bien a los nuevos creyentes. Así, podían establecer bases sólidas en el camino verdadero lo antes posible y aceptarían la salvación de Dios. Sin embargo, había sido holgazana, evasiva, y solo intentaba esconderme, disfrutando de una vida de ocio y haciendo lo menos posible siempre que podía. No consideraba la intención de Dios en lo más mínimo, y ni siquiera podía cumplir con mi deber. ¿Cómo pude carecer totalmente de conciencia o razón? Incluso los perros saben cómo ser leales a su amo y cuidar el hogar, mientras que yo disfrutaba de la abundante provisión de Dios y, sin embargo, ni siquiera podía cumplir con mis propias responsabilidades. ¿Era siquiera digna de ser llamada humana? El carácter de Dios es justo e inofendible. Fue mi culpa que me despidieran y no me permitieran seguir cumpliendo con mi deber. Había arruinado la oportunidad de llevar a cabo mi tarea y obtener la verdad.
Más tarde, leí otro pasaje de la palabra de Dios Todopoderoso que dice así: “Para llegar a la comprensión de las naturalezas, además de desenterrar las cosas que le gustan a la gente en ellas, también hay que desenterrar varios de los aspectos más importantes que pertenecen a dichas naturalezas. Por ejemplo, los puntos de vista de las personas sobre las cosas; sus métodos y sus metas en la vida; sus valores vitales y sus perspectivas sobre la vida y sobre todas las opiniones e ideas sobre todas las cosas relacionadas con la verdad. Estas cosas están, todas, en lo profundo del alma de la gente y guardan una relación directa con la transformación del carácter. ¿Cuál es, entonces, la perspectiva vital de la humanidad corrupta? Se puede decir que es la siguiente: ‘Cada hombre para sí mismo, y sálvese quien pueda’. La gente vive para sí misma; por decirlo con mayor franqueza, vive para la carne. Solamente vive para llevarse comida a la boca. ¿En qué se diferencia esta existencia de la de los animales? No tiene ningún valor vivir así, y menos aún sentido. Tu perspectiva vital se basa en aquello de lo que dependes para vivir en el mundo, aquello para lo que vives y cómo vives, y todo esto tiene que ver con la esencia de la naturaleza humana. Al analizar la naturaleza de las personas, verás que todas se oponen a Dios. Todas ellas son diablos y no hay ninguna genuinamente buena. Solo si analizas la naturaleza de la gente puedes conocer de verdad la corrupción y la esencia del hombre y entender de qué forma parte realmente la gente, de qué carece en realidad, con qué debería equiparse y cómo debería vivir con semejanza humana. No es fácil analizar verdaderamente la naturaleza de una persona ni puede hacerse sin experimentar las palabras de Dios o tener experiencias reales” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Lo que se debe saber sobre cómo transformar el propio carácter). Al leer las palabras de Dios me di cuenta de que las filosofías y leyes satánicas como: “cada hombre para sí mismo, y sálvese quien pueda”, “vive hoy sin preocuparte por el mañana” y “vive en piloto automático” me habían envenenado profundamente. Vivir según estas reglas me había hecho extremadamente egoísta, despreciable, desleal y falsa. Sin importar lo que hiciera, solamente consideraba mis propios intereses físicos, codiciaba la comodidad, despreciaba el trabajo, y no tenía un sentido de la carga ni de la responsabilidad al llevar a cabo mi deber. Vivía el día a día, sin metas ni dirección. Mi vida carecía del más mínimo valor o significado. Recuerdo que, antes de creer en Dios, prestaba mucha atención a la carne y ansiaba las comodidades. No importaba lo que hiciera, si podía, lo hacía de manera superficial. Buscaba satisfacer mis propios intereses carnales a como dé lugar y vivía una vida despreciable y miserable. Incluso luego de haber comenzado a creer en Dios, seguía viviendo según estos puntos de vista falaces. Cada vez que me sobrecargaba de deberes, que me obligaban a sufrir y pagar un precio, tenía miedo del esfuerzo físico y constantemente buscaba sacarme de encima los trabajos laboriosos y mentalmente agotadores dejándoselos a otros. No quería preocuparme ni molestarme más de lo necesario. Al hacer mi deber superficialmente, los problemas de los nuevos creyentes no se resolvían rápidamente, lo que hacía que algunos de ellos no desearan reunirse, lo que a su vez perturbaba y entorpecía el trabajo de riego. Me di cuenta de que estaba viviendo según filosofías y leyes satánicas, totalmente carente de conciencia o razón. Era egoísta, despreciable, y solo me preocupaba por mí. Ni siquiera consideraba si las dificultades de los nuevos creyentes podían resolverse, o si sufrían pérdidas en su entrada en la vida. Había estado viviendo en un estado de disfrute de la comodidad, rebelándome contra Dios y resistiéndome a Él, sin siquiera saberlo. ¡Qué peligroso era lo que hacía! En ese momento, leí este pasaje de la palabra de Dios: “Dios no les da a las personas una carga que les resulte demasiado pesada. Si solo puedes soportar cincuenta kilos, seguro que Dios no te dará una carga superior a 50 kilos. No te presionará. Así es Dios con todos. Y tú no estarás constreñido por nada, por ninguna persona, pensamiento ni punto de vista. Eres libre” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad 1. Qué significa perseguir la verdad (15)). Dios da a las personas cargas que pueden soportar, y que se pueden lograr solo con un poco de esfuerzo. Algunas veces, es posible que haya más creyentes nuevos para regar que de costumbre, con más problemas y dificultades. Eso requiere más tiempo y energía para buscar la verdad y más charlas para resolver las cuestiones, pero, con un poco de esfuerzo y sacrificio adicionales, puedo seguir el ritmo. Esto no me hará colapsar ni enfermar por agotamiento. Durante las reuniones, mis hermanos y hermanas suelen charlar sobre el tema de que cumplir con nuestros deberes es una buena oportunidad de entender la verdad. Encontramos diversos problemas y dificultades al llevar a cabo nuestros deberes, pero, cuando buscamos la verdad, aprendemos lecciones gracias a ellos y de a poco entendemos algunas verdades y entramos a la realidad-verdad. Siempre sentí que cumplir con mi deber de esa manera era demasiado cansador, e incluso me preocupaba enfermarme por agotamiento, todo porque ansiaba tanto la comodidad y no tenía voluntad para sufrir. Por eso me quejaba y refunfuñaba al cumplir con mi deber, descuidaba mi trabajo e incluso no cumplía con mis propias responsabilidades. Finalmente, me di cuenta de que vivir según filosofías satánicas sería desperdiciar mi vida y, en última instancia, solo me dañaría y arruinaría. Reconocer esto me dio temor, entonces oré a Dios: “Oh, Dios, gracias por Tu esclarecimiento y guía, que me han ayudado a entenderme un poco mejor, y a ver claramente el daño y las consecuencias de vivir según filosofías satánicas. También me di cuenta de que no se puede ofender Tu carácter. Oh, Dios, deseo arrepentirme. De ahora en adelante, cumpliré con mi deber con los pies sobre la tierra. Ya no seré superficial en mi deber y no te haré daño”.
Más tarde, leí otro pasaje de las palabras de Dios que me conmovió profundamente. Decían así: “Cada palabra y frase que Dios había pronunciado estaba inscrita en el corazón de Noé, como grabadas en una tabla de piedra. Sin tener en cuenta los cambios en el mundo exterior, las burlas de los que le rodeaban, las penurias, las dificultades que encontró, Noé perseveró en todo momento en lo que le había sido confiado por Dios, sin jamás desesperar ni pensar en rendirse. Las palabras de Dios estaban grabadas en el corazón de Noé, y se habían convertido en su realidad cotidiana. Noé preparó cada uno de los materiales necesarios para construir el arca, y la forma y las especificaciones del arca ordenadas por Dios fueron tomando forma con cada golpe cuidadoso del martillo y el cincel de Noé. Contra el viento y la lluvia, y sin importarle cómo la gente se burlaba o lo calumniaba, la vida de Noé continuó de esta manera, año tras año. Dios observaba en secreto cada acción de Noé, sin dedicarle nunca una palabra, y con el corazón conmovido. Sin embargo, Noé no lo sabía ni lo sentía. De principio a fin, se limitó a construir el arca y a reunir a todas las especies de criaturas vivientes, con una fidelidad inquebrantable a las palabras de Dios. En el corazón de Noé no había ninguna instrucción superior que debiera seguir y llevar a cabo: las palabras de Dios eran su dirección y el objetivo de toda su vida. Así que, no importaba lo que Dios le dijera, le pidiera y le ordenara, Noé lo aceptó completamente y se lo tomó en serio, lo consideró la cosa más importante de su vida y lo gestionó en consonancia. No solo no lo olvidó, no solo lo conservó en su corazón, sino que lo llevó a cabo en su vida diaria, y dedicó su vida a aceptar y llevar a cabo la comisión de Dios. Y así, tabla a tabla, se construyó el arca. Todos los movimientos de Noé, todos sus días, estaban dedicados a las palabras y los mandamientos de Dios. Puede que no pareciera que Noé estuviera llevando a cabo una empresa trascendental, pero a ojos de Dios, todo lo que hizo Noé, incluso cada paso que dio para conseguir algo, cada labor realizada por su mano, eran preciosos, merecían ser conmemorados y eran dignos de que esta humanidad los emulara. Noé se adhirió a lo que Dios le había confiado. Fue inquebrantable en su creencia de que toda palabra pronunciada por Dios era verdad; de eso no le cabía duda. Y a consecuencia de ello, el arca se completó y todas las especies de criaturas vivientes lograron vivir en ella” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Digresión dos: Cómo obedecieron Noé y Abraham las palabras de Dios y se sometieron a Él (I)). Me conmovió mucho la actitud de Noé ante la comisión de Dios. Dios le pidió a Noé que construyera el arca, y él fue totalmente obediente y sumiso, y dejó atrás todos los placeres de la carne para cumplir la comisión de Dios. Si bien construir el arca fue difícil, Noé tenía fe en Dios y no tenía miedo de sufrir. Persistió ante todas las dificultades y privaciones, y cumplió al final la comisión de Dios y recibió Su aprobación. Al compararme con Noé, me di cuenta de que me faltaba humanidad, era desleal y desobediente en mi deber, además de holgazana y falsa. Todo lo que hacía era anhelar las comodidades de la carne, en vez de tomar mi deber como una responsabilidad que me correspondía e intentar hacerlo lo mejor posible. Si las cosas seguían de esta manera, mi carne estaría tranquila, sin sufrir ni fatigarse, pero no ganaría la verdad. Sin la verdad, ¿no sería un cadáver andante? ¿Qué sentido tiene vivir así? Al reconocer que mi actitud hacia mi deber era tan despectiva, y que no había manera de reparar las pérdidas que había provocado a la obra de la iglesia, me llené de remordimiento y contrición. En secreto, decidí que no podía seguir complaciendo a la carne. Debía seguir el ejemplo de Noé, cumplir con mi deber sinceramente y con mi responsabilidad personal para consolar el corazón de Dios, sin importar las dificultades que encontrara.
Un mes después, el líder me permitió volver a regar a los nuevos creyentes. Estaba agradecida y decidí que esta vez realmente cumpliría con mi deber y dejaría de basarme en actitudes corruptas al hacer las cosas. Preocupada por la posibilidad de volver a caer en viejas costumbres, a menudo oraba a Dios, pidiéndole que me guiara y escrutara, y me recordaba con frecuencia tratar mi deber de manera diligente. Desde entonces, cada vez que tenía reuniones con nuevos creyentes, conversaba con ellos pacientemente según sus problemas y dificultades, y los ayudaba a entender la verdad y arreglar sus nociones religiosas. Las pocas veces en que no obtenía resultados con las charlas reiteradas, consideraba qué podía decir para hacerlos entender. Poco a poco, mi trabajo comenzó a dar resultados, lo que me hizo sentir con los pies en la tierra y en paz.
Ser despedida me permitió entender mejor mi propia naturaleza satánica, e hizo que cambiara mi actitud hacia el cumplimiento de mi deber. Vi claramente que las consecuencias de ser superficial respecto del propio deber y no perseguir la verdad son la perdición y la destrucción, y tenía cierto temor a Dios en mi corazón. Todo esto fue gracias al esclarecimiento y la guía de Dios. ¡Doy gracias a Dios!