La alta presión en la educación perjudicó a mi hija
Por Liu Jinxin, ChinaMis padres se divorciaron cuando yo era muy joven. Mi hermana mayor y yo vivíamos con mi papá, y nuestra vida era muy...
¡Damos la bienvenida a todos los buscadores que anhelan la aparición de Dios!
Me encargaba del trabajo de sermones de la iglesia. En julio de 2023, me marché de casa para hacer mi deber y, para entonces, mi hija se había casado, tenía un hijo y su propia familia. Mi yerno trabajaba fuera y mi hija y mi nieto de cuatro años vivían en mi casa. Cuando estaba a punto de irme, me sentía un poco intranquila porque, mientras yo no estuviera en casa, si al niño le daba dolor de cabeza o fiebre, no habría nadie para ayudar a mi hija. Pero luego pensaba en lo importante que era mi deber, así que me marchaba para hacerlo.
Al volver a casa un día de noviembre, mi hija me dijo que había estado en el hospital para un chequeo y que le habían diagnosticado una depresión. Me quedé impactada y le pregunté: “¿Cómo has caído en una depresión? ¿Qué te preocupa?”. Irritada, mi hija contestó: “¿Por dónde empiezo?”. Enseguida, le pregunté: “¿Qué síntomas tienes? ¿Es muy grave?”. Mi hija dijo: “A menudo no puedo dormir por las noches y me paso el día dándole vueltas a la cabeza. Me siento fatal y solo quiero llorar. Me parece que la vida no tiene sentido y, a veces, incluso pienso que no quiero vivir. El doctor dijo que todavía tengo control sobre mis pensamientos, pero que, si acabo perdiendo ese control, correré peligro”. Al oír decir a mi hija que incluso pensaba en no seguir viviendo, me asusté un poco, así que la consolé: “No escuches al doctor. ¿Es posible que se haya equivocado en el diagnóstico?”. Mi hija dijo: “Conozco mi enfermedad, solo quería que lo supieras. El doctor me recetó un tratamiento de seis meses, pero al tomar la medicación, vomito y siento molestias. Como no había nadie más en casa, he pasado miedo y quería que te quedaras unos días”. Después de decir eso, mi hija regresó a su cuarto para descansar. No pude calmarme durante bastante tiempo, pensaba: “La depresión no es algo que se desarrolle en un periodo corto de tiempo. ¿Por cuánto dolor debe haber estado pasando mi hija para que le haya entrado esta enfermedad?”. No podía evitar sentir lástima por mi hija y me parecía que no me había ocupado lo suficiente de ella. Cada vez que iba a casa, me limitaba a centrarme más en las tareas domésticas, apenas hablábamos con franqueza y siempre me marchaba con prisas. Si me hubiera quedado en casa para hacer mi deber, habría tenido tiempo suficiente para charlar con ella y podría haberme contado lo que le preocupaba. Le podría haber aconsejado un poco más y tal vez su estado no hubiera empeorado tanto. Desde que encontré a Dios, mi hija siempre había apoyado mi fe y mis deberes y ayudaba en el cuidado de la casa, lo que aliviaba muchas de mis preocupaciones. Ahora que ella tenía esta enfermedad, me sentía realmente culpable, como si no fuera una buena madre ni hubiera cumplido bien con mi responsabilidad como tal. Pensé también en casos de personas con depresión que se suicidan o saltan de los edificios y me dio mucho miedo. Me preocupaba lo que pasara si su estado empeoraba y hacía algo peligroso mientras yo no estaba en casa. ¿Qué le pasaría a mi nietito sin una madre? Mientras más lo pensaba, más asustada y destrozada me sentía. Pensé que mi hija necesitaba cuidados en ese momento y tenía que quedarme unos días en casa; ya volvería a hacer mi deber cuando se estabilizara su estado. Así que me quedé dos días en casa y llevé a mi hija a ver a un doctor tradicional chino. Mi hija me contó que la relación con su marido tenía problemas, que discutían tanto que se planteaban divorciarse y, además, que sus suegros no se estaban ocupando del niño. Se sentía agraviada y vivía con sentimientos constantes de represión. Mi hija lloró mientras desahogaba todas las penas que tenía en el corazón. Al ver su amargo llanto, me sentí incluso más desconsolada y culpable, me parecía haberla defraudado. Tenía la sensación de que, si me hubiera preocupado más por ella y la hubiera ayudado a cuidar del niño, no habría desarrollado unos sentimientos de represión y agravio tan intensos. Ahora que estaba enferma, sentía que no podía limitarme a ignorarla y tenía que cuidar bien de ella para que se recuperara de esta enfermedad. Así que compartí con mi hija, le dije que todo este dolor lo había ocasionado Satanás y solo si creía en Dios podría obtener Su cuidado y protección. Busqué también algunas palabras de Dios y videos de testimonios vivenciales para mi hija y ella aceptó echarles un vistazo. Pero seguía sin relajarme y pensé: “Si desempeñara mi deber en casa, podría ver a mi hija todos los días y, si hablo más con ella, seguro que mejora su ánimo. Sin embargo, mi deber tiene mucha tarea y, si me quedo en casa, me distraeré y se verá afectado. Pero al encontrarse mi hija en este estado, ¿acaso no pensaría que soy una desalmada si no estoy en casa? Por una parte, está mi hija y, por la otra, mi deber. Ambos son importantes para mí”. Me sentí conflictuada. Después de pensarlo, me seguía pareciendo que la enfermedad de mi hija no era un asunto trivial. Así que decidí cuidar de ella en casa al tiempo que también hacía mi deber y que, una vez que mi hija se sintiera mejor, volvería a salir para cumplirlo.
Después de eso, regresé a la casa de acogida y le conté al líder lo de mi hija. Después de escucharme, me dijo: “Entiendo cómo te sientes. La intención de Dios está en que afrontes esta situación y tenemos que buscar la verdad”. Después, leímos juntos un pasaje de las palabras de Dios: “No importa si sus hijos son adultos o no, la vida de los padres les pertenece solo a sí mismos, no a sus hijos. Naturalmente, los padres no son sus niñeras gratuitas ni tampoco sus esclavos. Por mucho que los padres esperen de sus hijos, no es necesario que consientan que les den órdenes arbitrarias a cambio de nada, ni que se conviertan en sus sirvientes, criadas o esclavos. Más allá de los sentimientos que albergues por tus hijos, tú sigues siendo una persona independiente. No deberías hacerte responsable de sus vidas adultas solo porque sean tu descendencia, como si eso fuera lo más correcto. No hace ninguna falta. Son adultos, ya has cumplido con tu responsabilidad de criarlos. En cuanto a si van a pasarla bien o mal en el futuro, si van a ser ricos o pobres y si van a experimentar una existencia plena o desdichada, es asunto suyo. Son cosas que a ti no te atañen. Como padre o madre, tu obligación no es cambiar esas circunstancias. Si no son felices, no estás obligado a decir: ‘Como eres infeliz, voy a pensar en maneras de remediarlo, venderé todo lo que tengo, dedicaré todos mis esfuerzos a hacerte feliz’. No es necesario. Solo tienes que cumplir con tus responsabilidades, eso es todo. Si quieres ayudarlos, puedes preguntarles por qué son infelices y ofrecerles asistencia para que comprendan el problema a un nivel teórico y psicológico. Si aceptan tu ayuda, mejor aún. Si no, solo tienes que atender tus responsabilidades como padre y ahí concluye la cuestión. Si tus hijos quieren sufrir, es su problema. No hace falta que te preocupes ni te alteres por eso, o que no comas ni duermas adecuadamente. Resultaría excesivo. ¿Por qué? Porque son adultos. Deberían adquirir la habilidad de manejar por sí mismos todo lo que se les presente en la vida. Si te preocupas por ellos, es solo por afecto; si no te preocupas, no quiere decir que no tengas corazón y que no hayas cumplido con tus responsabilidades. Son adultos y, como tales, han de afrontar los problemas de los adultos y lidiar con todo lo que a estos les corresponde. No deberían depender de sus padres para todo. Desde luego, una vez que los hijos se hacen mayores, los padres no tendrían que responsabilizarse de cómo les va en el trabajo, la carrera, la familia o el matrimonio. Puedes preocuparte por esos temas e interesarte por ellos, pero no hace falta que te los eches por completo a la espalda, que los encadenes a tu lado, que los lleves contigo a todas partes, que los vigiles vayan donde vayan y pienses: ‘¿Han comido bien hoy? ¿Son felices? ¿Les va bien en el trabajo? ¿Los aprecia su jefe? ¿Lo ama su cónyuge? ¿Son obedientes sus hijos? ¿Sacan buenas notas?’. ¿Qué tienen que ver contigo semejantes cosas? Tus hijos pueden resolver sus propios problemas, no hace falta que te involucres. ¿Por qué te pregunto qué tienen que ver estas cosas contigo? Porque con esto pretendo darte a entender que no tienen que ver contigo en absoluto. Has cumplido con tus responsabilidades hacia tus hijos, los has criado hasta la edad adulta, así que deberías dar un paso al costado. En cuanto lo des, no querrá decir que no te quede nada por hacer. Todavía quedan muchas cosas pendientes por hacer. En lo que se refiere a las misiones que tienes que completar en esta vida, aparte de criar a tus hijos hasta que se hacen adultos, también tienes otras. No solo eres padre o madre de tus hijos, eres un ser creado. Debes presentarte ante Dios y aceptar el deber que ha establecido para ti. ¿Cuál es tu deber? ¿Lo has llevado a cabo? ¿Te has dedicado a él? ¿Has tomado la senda de la salvación? Estos son los aspectos sobre los que debes reflexionar. En cuanto a dónde irán tus hijos al hacerse adultos, cómo serán sus vidas y sus circunstancias, si serán felices y estarán alegres, no tienen nada que ver contigo. […] En cuanto a las dificultades a las que se enfrenten en su trabajo o en su vida, intenta ayudarlos siempre que puedas. Si hacerlo puede afectar al cumplimiento de tu deber, puedes negarte, es tu derecho. Como ya no les debes nada, no tienes ninguna responsabilidad hacia ellos y son adultos independientes, pueden arreglárselas solos. No hace falta que les sirvas sin condiciones y en todo momento. Si te piden ayuda y no estás dispuesto a dársela, o si al hacerlo dificultas el cumplimiento de tu deber, puedes negarte. Es tu derecho” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (18)). Después de leer las palabras de Dios, entendí cómo los padres deberían tratar la relación con sus hijos. La verdad es que, después de que los padres crían a sus hijos hasta la edad adulta, la responsabilidad en su crianza ya ha terminado. Cuando los hijos llegan a adultos, ya se enfrenten a reveses y adversidades en la vida o sean felices o no, todo depende de la soberanía y los arreglos de Dios, forma parte de lo que necesitan experimentar y estas cosas ya no tienen nada que ver con sus padres. Cuando supe de la enfermedad de mi hija, como no conocía la soberanía de Dios, pensé que no la había cuidado lo suficiente y que ella no tenía a nadie con quien compartir sus problemas, lo cual había causado que se sintiera muy reprimida; si no, no habría caído en una depresión. Me eché a mí misma toda la culpa de su enfermedad. Me di cuenta de que esta opinión no se conformaba a los hechos. Había criado a mi hija hasta que fue adulta y había cumplido con mis responsabilidades. Ahora que mi hija estaba casada y tenía un hijo, ya fuera feliz en su vida o sufriera y se preocupara, eso era algo que ella misma tenía que experimentar. Yo podía ayudarla y aconsejarla cuando tuviera tiempo o acompañarla al doctor, pero, llegado este punto, tenía que invertir mi tiempo y energías en el deber que me correspondía. Esa era mi responsabilidad y mi obligación. Sin embargo, con la esperanza de que mi hija mejorara de su enfermedad lo antes posible, aunque sabía que al quedarme en casa no podía dedicarme por completo a mi deber y eso afectaría al progreso de la revisión de los sermones, no me importó. En mi fuero interno, prioricé a mi hija por encima de mi deber y tenía el corazón lleno de pensamientos sobre ella. No estaba pensando para nada en cómo cumplir con mi deber y satisfacer a Dios. ¡Era tan egoísta! Aún había sermones pendientes que tenía que revisar lo antes posible para predicar el evangelio, así que tenía que centrarme en llevar a cabo mi deber con diligencia. Después de eso, me marché para cumplir mi deber.
Pero cuando no estaba atareada con este y pensaba en lo joven que era mi hija para sufrir semejante enfermedad, me seguía preocupando mucho. No sabía si se recuperaría después del tratamiento y me preguntaba qué sucedería si empeoraba. Al pensar sobre estas cosas, de repente mi corazón se encogía por la angustia y volvía a casa a toda prisa para ver cómo estaba. Cuando veía que estaba bien, me tranquilizaba un poco. Si no iba a casa durante unos cuantos días, no podía aquietar mi corazón en mi deber. Como mi corazón no se concentraba en este, durante esa época mis resultados en el trabajo fueron mediocres. Sabía que no podía sacarme a mi hija de la cabeza, así que sopesé cómo resolver mi estado. Durante mi búsqueda, pensé en un pasaje de las palabras de Dios y lo busqué para leerlo. Dios Todopoderoso dice: “No importa qué o cuánto hagas por tus hijos, no puedes cambiar su porvenir ni aliviar su sufrimiento. Cada persona que intenta salir adelante en la sociedad, tanto si persigue la fama y el beneficio como si toma la senda correcta en la vida, debe asumir la responsabilidad de sus propios deseos y aspiraciones como adulto, y ha de costearse su propio camino. Nadie debe encargarse de nada en su lugar; ni siquiera sus padres, las personas que los parieron y los criaron, las más cercanas a ellos, están obligadas a pagar ni a compartir su sufrimiento. Los padres no son diferentes en este sentido porque no pueden cambiar nada. Por tanto, cualquier cosa que hagas por tus hijos es en vano. Siendo así, deberías renunciar a seguir este modo de proceder. […] Dios determina el porvenir de cada persona; por tanto, nadie puede por sí mismo predecir ni cambiar la cantidad de bendiciones o sufrimientos que experimenta en la vida, el tipo de familia, el matrimonio o los hijos que tenga, las experiencias que viva en la sociedad y los acontecimientos que vivencie en su existencia, y los padres tienen todavía menos capacidad para cambiarlos. Por consiguiente, si los hijos se encuentran con alguna dificultad, en caso de que los padres tengan la habilidad para hacerlo, deben ayudarlos de forma positiva y proactiva. Si no, mejor que se relajen y contemplen estos asuntos desde la perspectiva de seres creados y, de la misma manera, traten a sus hijos como seres creados. Ellos deben experimentar tu mismo sufrimiento, vivir tu vida, también atravesarán el mismo proceso que tú has vivenciado al criar a niños pequeños, así como los vericuetos, fraudes y engaños que experimentas en la sociedad y entre la gente, los enredos emocionales y los conflictos interpersonales, y cualquier cosa similar que hayas experimentado. Ellos, como tú, son todos seres humanos corruptos llevados por las corrientes de la maldad, los ha corrompido Satanás; no puedes escapar de tal cosa y ellos tampoco. Por tanto, pretender ayudarlos a evitar todo sufrimiento y disfrutar de todas las bendiciones del mundo es una ilusión tonta y una idea estúpida. Da igual lo amplias que puedan ser las alas de un águila, no pueden proteger a los jóvenes aguiluchos toda su vida. Llegarán a un punto en el que crezcan y vuelen solos. Cuando la joven ave elige volar sola, nadie sabe en qué tramo de cielo o dónde elegirá hacerlo. Por tanto, la actitud más racional para los padres después de que crezcan sus hijos es la de desprenderse, dejar que experimenten la vida por sí mismos, permitirles vivir de manera independiente y afrontar, manejar y resolver por su propia cuenta los diversos desafíos de la existencia. Si buscan tu ayuda, y tienes la capacidad y las condiciones para dársela, por supuesto, puedes echarles una mano y aportarles la ayuda necesaria. Sin embargo, el requisito previo es que, sin importar la ayuda que les proporciones, ya sea financiera o psicológica, solo puede ser temporal y no puede cambiar ningún problema sustancial. Deben transitar su propia senda en la vida y no tienes la obligación de cargar con ninguno de sus asuntos o sus consecuencias. Esta es la actitud que los padres deben tener hacia sus hijos adultos” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (19)). Mientras sopesaba las palabras de Dios, mi corazón se iluminó de repente. Dios ya ha predestinado la clase de matrimonio y de familia, así como la cantidad de bendiciones y sufrimiento que experimenta una persona en la vida, nadie puede cambiarlas. Por mucho que hagan los padres por sus hijos, no pueden cambiar el porvenir de estos ni aliviar su sufrimiento. Reflexioné sobre mí misma. Después de saber que mi hija tenía depresión, me preocupaba constantemente que empeorara de su enfermedad y pudiera perder la voluntad de vivir, así que quise irme a casa para hacer allí mi deber y hablar con ella a menudo y aconsejarla, a ver si así mejoraba más rápido, en lugar de empeorar. Me di cuenta de que esta opinión era errónea. En realidad, todo lo relativo a mi hija queda bajo el control de Dios y su enfermedad no tenía nada que ver con que yo estuviera en casa o no; tanto si su estado se agravaba como cuándo iba a recuperarse, eso estaba fuera de mi control. Todo esto formaba parte de la soberanía de Dios y mis preocupaciones e inquietudes eran inútiles. Como mi yerno y mi hija estaban teniendo problemas maritales y querían divorciarse, mi hija sufría y Satanás la estaba atormentando. Le parecía que su vida no tenía sentido e incluso estaba pensando en suicidarse. Pero sin el permiso de Dios, Satanás no puede arrebatarle la vida a una persona. Solo podía darle consejos a mi hija en casa durante un tiempo, era ella la que tenía que experimentar sola su senda de vida. Si en esta había bendiciones o sufrimiento, eso escapaba a mi control. Una vez que lo entendí, mi corazón se iluminó y podía centrarme más en mi deber al tener bastantes menos preocupaciones e inquietudes.
Cuando disponía de un poco de tiempo libre, sopesaba mi estado y me preguntaba: “Quise regresar a casa para cuidar de mi hija y no fui capaz de centrarme por completo en mi deber, pero ¿cuál fue la causa principal de esto?”. Más tarde, leí las palabras de Dios: “Satanás ha corrompido profundamente a las personas que viven en esta sociedad real. Independientemente de si han recibido formación o no, una gran parte de la cultura tradicional está arraigada en sus pensamientos e ideas. En particular, las mujeres deben atender a sus maridos y criar a sus hijos, ser buenas esposas y madres cariñosas, dedicar su vida entera a sus maridos e hijos y vivir para ellos, asegurarse de que la familia tome tres comidas completas al día, lavar la ropa, limpiar la casa y hacer bien todas las otras tareas domésticas. Este es el estándar aceptado para ser una buena esposa y una madre afectuosa. Las mujeres también piensan que las cosas deberían hacerse de esta manera; si las hacen de otro modo, no son buenas mujeres e infringen la conciencia y los criterios de moralidad. Infringir estos criterios morales pesará mucho en la conciencia de algunas; sentirán que han decepcionado a sus maridos e hijos y que no son buenas mujeres. Pero una vez que creas en Dios y hayas leído muchas de Sus palabras, entendido algunas verdades y calado algunos asuntos, pensarás: ‘Soy un ser creado y debería cumplir mi deber como tal y esforzarme por Dios’. En este momento, ¿hay algún conflicto entre ser una buena esposa y una madre amorosa y cumplir tu deber como ser creado? Si quieres ser una buena esposa y una madre cariñosa, no puedes dedicar todo tu tiempo a cumplir tu deber, pero si quieres dedicarte por completo a cumplir tu deber, no puedes ser una buena esposa y una madre afectuosa. ¿Qué haces en ese caso? Si eliges cumplir bien tu deber, encargarte del trabajo de la iglesia y ser leal a Dios, debes renunciar a ser una buena esposa y una madre amorosa. ¿Qué pensarías en esta situación? ¿Qué tipo de desacuerdo surgiría en tu mente? ¿Sentirías que has decepcionado a tus hijos y a tu marido? ¿De dónde proviene este sentimiento de culpa y desasosiego? Cuando no cumples bien el deber de un ser creado, ¿sientes que has decepcionado a Dios? No tienes ningún sentimiento de culpa o reproche porque no hay el más ligero indicio de la verdad en tu corazón y en tu mente. Por tanto, ¿qué es lo que entiendes? La cultura tradicional y ser una buena esposa y una madre cariñosa. De esta manera, surgirá en tu mente esta noción: ‘Si no soy una buena esposa y una madre afectuosa, no soy una mujer buena ni decente’. A partir de ese momento, esta noción te atará y te encadenará, y seguirá siendo así incluso después de que creas en Dios y cumplas tu deber. Cuando haya un conflicto entre cumplir tu deber y ser una buena esposa y una madre amorosa, aunque tal vez elijas de mala gana cumplir tu deber, pues quizá tienes un poco de lealtad, seguirás sintiéndote desasosegada y culpable en el corazón. Por tanto, cuando tengas un poco de tiempo libre mientras cumplas tu deber, buscarás la oportunidad de cuidar de tus hijos y de tu marido, querrás compensarlos aún más y pensarás que eso está bien, aunque debas sufrir más, con tal de tener la conciencia tranquila. ¿Acaso no proviene todo esto de la influencia de las ideas y las teorías de la cultura tradicional sobre ser una buena esposa y una madre cariñosa? Ahora tienes un pie puesto en cada lado: quieres cumplir tu deber bien, pero también quieres ser una buena esposa y una madre afectuosa. Sin embargo, ante Dios solo tenemos una responsabilidad, una obligación, una misión: cumplir correctamente el deber de un ser creado. […] ¿A qué se refiere Dios cuando dice que ‘Dios es la fuente de la vida del hombre’? El sentido de esta frase es que todo el mundo se dé cuenta de lo siguiente: la vida y el alma de todos provienen de Dios y Él las creó; no provienen de nuestros padres y, ciertamente, tampoco de la naturaleza, sino que Dios nos las ha dado. Solo nuestra carne nació de nuestros padres, del mismo modo que nuestros hijos nacen de nosotros, pero su porvenir está totalmente en manos de Dios. El hecho de que podamos creer en Dios es una oportunidad que Él ofrece; Él así lo decreta y es Su gracia. Por tanto, no es necesario que cumplas tus obligaciones o responsabilidades hacia nadie más; solo deberías cumplir tu deber hacia Dios como ser creado. Esto es lo que la gente debe hacer por encima de cualquier otra cosa, la acción principal que se debe llevar a cabo como asunto primordial de la vida de cada uno. Si no cumples bien tu deber, no eres un ser creado cualificado. A ojos de otros, es posible que seas una buena esposa y una madre cariñosa, una ama de casa excelente, una buena hija y un miembro destacado de la sociedad, pero ante Dios eres alguien que se rebela contra Él, que no ha cumplido en absoluto su obligación o deber, que aceptó Su comisión, pero no la completó, y que se rindió a mitad de camino. ¿Puede alguien así ganar la aprobación de Dios? Este tipo de personas no tiene ningún valor” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo reconociendo las propias opiniones equivocadas puede uno transformarse realmente). Reflexioné sobre lo hondamente que me habían influido las ideas culturales tradicionales de “ser una buena esposa y una madre cariñosa” y “La mujer debe ser virtuosa, amable, dulce y moral”. Las consideraba como reglas para sobrevivir y creía que una madre debía amar a sus hijos, ocuparse de sus necesidades básicas y siempre preocuparse por ellos y tenerlos en mente. Me parecía que eso era lo que significaba ser una buena madre. A causa de mi deber, no podía quedarme en casa para cuidar de mi hija o ayudarla a cuidar de su hijo, así que a menudo sentía que la estaba defraudando. Después de que le diagnosticaran depresión, con tal de compensarla, aunque sabía que hacer mi deber desde casa significaría no poder concentrarme y demorarlo, eso no me importó en absoluto. Solo pensaba en ser una buena madre para compensar cómo había defraudado a mi hija. Cuando los intereses de la casa de Dios entraron en conflicto con ser una buena madre, quise elegir ser una buena esposa y una madre cariñosa. ¿De qué manera le estaba siendo leal a Dios al hacer eso? Si me quedaba en casa para cuidar de mi hija y ser una buena madre, pero no cumplía con mi deber, entonces todas mis acciones serían una rebelión contra Dios y carentes de valor a Sus ojos y también perdería mi oportunidad de salvación. Solo entonces me di cuenta de que la cultura tradicional ha distorsionado la responsabilidad entre los padres y los hijos y la relación entre ellos, hace que la gente solo quiera ser una buena esposa y una madre cariñosa, no hacer el deber de un ser creado para satisfacer a Dios. Sin que se den cuenta, provoca que se aparten de Dios y lo traicionen. Pensé en los muchos santos a lo largo de la historia que renunciaron a sus familias y empleos y sufrieron dificultades, que viajaron a los confines del mundo para predicar el evangelio. A los no creyentes les parecía que descuidaban a sus familias, pero, en realidad, cumplían con las responsabilidades de los seres creados. Eran auténticas buenas personas con conciencia y razón. Sin la oportuna enseñanza del líder, estuve a punto de renunciar a mi deber. Oré a Dios: “Dios, casi he traicionado mi deber para ser una buena esposa y una madre cariñosa. Gracias por Tu cuidado y protección. Ya no quiero vivir según la cultura tradicional. Solo deseo practicar de acuerdo con Tus palabras para cumplir bien con mi deber”.
Más tarde, leí otro pasaje de las palabras de Dios que me ayudó a lidiar correctamente con mi relación con mi hija. Dios Todopoderoso dice: “Cuando a tus hijos les haga falta confiar en ti, debes prestarles atención y, tras escucharlos, preguntarles qué se les pasa por la cabeza y qué pretenden hacer. También puedes ofrecerles sugerencias. […] Si quieren que te involucres, puedes hacerlo. Y supongamos que, cuando lo haces, te das cuenta de que: ‘¡Oh, menudo problemón! Va a afectar al cumplimiento de mi deber. En realidad, no puedo implicarme en esto, como creyente, no puedo hacer estas cosas’. Entonces, debes darte prisa en desligarte del asunto. Digamos que siguen queriendo que intervengas, y piensas: ‘No voy a intervenir. Deberías ocuparte tú mismo. He tenido la amabilidad de escuchar cómo expresabas tus quejas y te desahogabas de toda esta basura. Ya he cumplido con mis responsabilidades parentales. No puedo intervenir en este asunto de ninguna manera. Es el pozo de fuego y no voy a saltar en él. Si quieres saltar tú, adelante’. ¿Acaso no es esto lo apropiado? A esto se lo llama tener una postura. Nunca deberías desprenderte de los principios ni de tu posición. Es lo que les corresponde hacer a los padres. […] ¿Cuáles son los beneficios de actuar de este modo? (Facilita mucho la vida). Al menos habrás lidiado apropiadamente el asunto del amor familiar carnal de la manera adecuada. Tanto tu mundo mental como el espiritual estarán en paz, no harás ningún sacrificio innecesario ni pagarás ningún precio extra; te someterás a las instrumentaciones y arreglos de Dios, y permitirás que Él se encargue de todo. Cumplirás con cada una de las responsabilidades que te corresponde como persona y no harás nada indebido. No moverás ni un dedo para involucrarte en aquello que la gente no debe hacer y vivirás de acuerdo con las directrices de Dios. La forma en que Dios le dice a la gente que viva es la mejor senda, le permite llevar una vida muy relajada, feliz, alegre y pacífica. Pero lo más importante es que vivir de esta manera no solo te permitirá disfrutar de más tiempo libre y energía para cumplir bien con tu deber y mostrarle devoción, sino que también contarás con más energía y tiempo para dedicarle esfuerzo a la verdad. En cambio, si tu energía y tu tiempo se encuentran a merced de tus sentimientos, tu carne, tus hijos y tu amor hacia la familia, no dispondrás de energía adicional para perseguir la verdad” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (18)). Las palabras de Dios nos han aclarado que, después de que los hijos alcanzan la adultez, las responsabilidades de los padres se pueden considerar completadas. Los hijos tienen sus propias vidas y sendas que seguir y, ocurra lo que ocurra, solo les corresponde a ellos pasar por sus experiencias. Los padres no tienen que preocuparse de las vidas de sus hijos ni seguir pagando un precio por ellos. Cuando no están ocupados con los deberes, los padres pueden visitar a sus hijos y ayudarlos lo mejor que puedan en lo que sea, pero, cuando el deber de un padre y el cuidado de sus hijos entran en conflicto, los intereses de la casa de Dios deberían ser lo primero y los padres deberían aferrarse a su deber y llevarlo a cabo con lealtad. Tras entender los principios sobre cómo tratar a los hijos, supe cómo lidiar con la relación con mi hija y estuve dispuesta a confiar a mi hija a Dios. Ya mejorara su enfermedad o no, me sometería a las instrumentaciones y arreglos de Dios. Después de eso, pude dedicarme de corazón a mis deberes y noté progresos en ellos.
Ahora ha mejorado mucho el estado mental de mi hija gracias al tratamiento. Además, compartía con ella según las palabras de Dios en cuanto tenía ocasión, con lo que obtuvo una percepción de la esencia del matrimonio; ahora ya no sufre y afronta la vida con una actitud positiva. Por medio de la enfermedad de mi hija, obtuve discernimiento de la idea tradicional de “ser una buena esposa y una madre cariñosa”. Comprendí con claridad que no se trata de algo positivo y ya no me aferro a ello. Ya no me regodeo en la culpa respecto a mi hija ni siento que la he defraudado, y ahora tengo el corazón libre y liberado. ¡Gracias a Dios!
Ahora ya han aparecido varios desastres inusuales, y según las profecías de la Biblia, habrá desastres aún mayores en el futuro. Entonces, ¿cómo obtener la protección de Dios en medio de los grandes desastres? Contáctanos, y te mostraremos el camino.
Por Liu Jinxin, ChinaMis padres se divorciaron cuando yo era muy joven. Mi hermana mayor y yo vivíamos con mi papá, y nuestra vida era muy...
Por Wen Nuan, ChinaDesde que mi hijo era pequeño, había sido bastante débil y crecía despacio. Vivíamos cerca del colegio, así que solía...
Por Qin Yue, ChinaPasé mi infancia y crecí al lado de mi madre. Vi cómo ella se esforzaba por los trabajos, matrimonios y las vidas de mis...
Por Zhizhuo, ChinaMe crie en el campo y la vida en mi casa era muy difícil. Me daba envidia cómo vivía la gente de ciudad y sentía que solo...