¿Quién dice que un carácter arrogante no puede cambiar?

7 Feb 2021

Por Zhao Fan, China

Las palabras de Dios dicen: “Las personas no pueden cambiar su propio carácter; deben someterse al juicio y castigo, y al sufrimiento y refinamiento de las palabras de Dios, o ser tratadas, disciplinadas y podadas por Sus palabras. Solo entonces pueden lograr la obediencia y lealtad a Dios y dejar de ser indiferentes hacia Él. Es bajo el refinamiento de las palabras de Dios que el carácter de las personas cambia. Solo a través de la revelación, el juicio, la disciplina y el trato de Sus palabras ya no se atreverán a actuar precipitadamente, sino que se volverán calmadas y compuestas. El punto más importante es que puedan someterse a las palabras actuales de Dios, obedecer Su obra, e incluso si esta no coincide con las nociones humanas, que puedan hacer a un lado estas nociones y someterse por su propia voluntad(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Aquellos cuyo carácter ha cambiado son los que han entrado a la realidad de las palabras de Dios). Las palabras de Dios son muy prácticas. Sin su juicio y su castigo, y sin su poda y su trato, no podríamos transformar nuestro carácter satánico ni vivir una humanidad normal. Yo solía ser particularmente arrogante. En el trabajo, siempre me sentía más capaz y mejor que los demás, así que creía que todos debían hacerme caso. Después de obtener mi fe, ese carácter arrogante todavía se reveló en mí a menudo. Siempre quería tener la última palabra en todo y sermoneaba a los demás con condescendencia y los coartaba. Eso agobiaba y perjudicaba a mis hermanos y hermanas. Solo a través del juicio, el castigo, la poda y el trato de Dios logré entender mi naturaleza arrogante y pude arrepentirme y odiarme. Después, empecé a ser más discreta con mis interacciones y cuando me coordinaba con los demás para cumplir con nuestros deberes. Aprendí a buscar la verdad conscientemente y a aceptar las sugerencias de los demás. Solo entonces viví un poco de la semejanza humana.

Recuerdo que, en 2015, me eligieron para servir como líder de la iglesia. Me sentí muy feliz en ese momento. Pensé: “El que muchos miembros de la iglesia voten por mí significa que soy la mejor de aquí. Tendré que esforzarme para cumplir con mi deber para que los hermanos y hermanas vean que no eligieron a la persona incorrecta”. Después de eso, me mantuve ocupada a diario. Siempre que veía que un hermano o hermana tenía un problema, pronto buscaba pasajes relevantes de las palabras de Dios y hablaba con la persona para resolverlo. Al paso del tiempo, nuestra vida en la iglesia mejoró bastante. Había que hacer mucho trabajo de la iglesia, pero logré ocuparme de todo esmerada y ordenadamente. Cuando vi que la vida en nuestra iglesia era un poco mejor que en otras iglesias, me sentí particularmente complacida. Los líderes después vieron que el trabajo de nuestra iglesia iba muy bien e incluso lograron que otras iglesias usaran nuestra estrategia. Además, la iglesia tenía una labor importante en la que quisieron que participara. Pensé: “Incluso los líderes me tienen en alta estima y me felicitan por mi aptitud. Parece que no tengo tan mal calibre y, desde luego, que soy mejor que la mayoría”. Antes de darme cuenta, se me habían subido los humos. Sentía que podía hacer todo y que entendía todo. Y si mis colaboradores hacían sugerencias, no les prestaba atención. Siempre me sentía superior y los mandoneaba. Cuando no hacían lo que yo quería, no dejaba de criticarlos y de sermonearlos. Una vez, una hermana con la que coordinaba estaba por responder a una pregunta. Después de que le pareció difícil, lo quiso comentar conmigo. Pensé: “¿Qué hay que comentar? No es una pregunta difícil. Por eso dejo que practiques las respuestas. Si no puedes resolver un problema tan pequeño, no eres buena para este trabajo. Yo lo habría resuelto de inmediato”. Entonces, dije en tono altanero: “No te preocupes. Yo la respondo”. Como resultado, la hermana se sintió agobiada y, cuando se topaba con problemas, no se atrevía a acudir a mí. En otro momento, recomendé a la hermana Wang para una tarea. La hermana Chen indicó: “Esta tarea es muy importante. Necesitamos una idea clara de cómo se comporta normalmente la hermana Wang para poder estar seguras”. Me sentí un poco ofendida con eso. Pensé: “Me he encargado de este tipo de tareas muchas veces y ¿crees que no lo entiendo? Además, estoy en contacto con ella todo el tiempo, así que ¿cómo puedes decir que no la entiendo? Quieres que les pregunte a todos sobre ella, pero ¿eso no demorará las cosas únicamente?”. Le dije muy secamente: “Deja de perder el tiempo. Pongamos manos a la obra”. Debido a mi insistencia, la hermana Chen no dijo nada. Vi que la coarté en ese momento, pero simplemente no me importó. A partir de entonces, siempre que los hermanos o hermanas sugerían algo, sentía que no eran lo suficientemente buenos ni maduros, de modo que usaba todo tipo de excusas para rechazar sus puntos de vista y luego expresaba lo que consideraba ideas brillantes e intentaba que todos hicieran lo que yo decía. Con el tiempo, terminé coartándolos a todos y, cuando hablábamos del trabajo, tendían a guardar silencio. Con el tiempo, no hablaba de casi nada con ellos porque me parecía solo una formalidad y una pérdida de tiempo. Por lo tanto, cumplía con mi deber usando mi carácter arrogante y me volví más impulsiva y arbitraria.

Una vez, cuando vi que un líder de equipo no cumplía bien con su deber, me pareció que debía ser incapaz de hacer el trabajo verdadero y debíamos cambiarlo. Habría sido razonable comentárselo a mis compañeros, pero lo dudé: “En realidad, olvídalo. Aunque lo hable con ellos, terminarán opinando lo mismo que yo”. Y de esa manera remplacé directamente a ese líder de equipo. Cuando regresé, les dije a mis compañeros de trabajo cómo había manejado las cosas. La hermana Chen se quedó atónita y dijo: “Ha habido problemas con el trabajo de ese líder de equipo, pero es una persona que busca la verdad. Lo que pasa es que no lleva mucho siendo creyente, así que su entendimiento de la verdad es superficial y ha descuidado y omitido cosas en sus deberes, pero eso es normal. Deberíamos ayudarlo hablando más sobre la verdad. Remplazarlo en este momento no concordaría con los principios”. Sin quedar convencida, le respondí: “Solo lo remplacé porque vi que no era capaz de hacer trabajo práctico. Ya he lidiado con esas cosas. ¿Quieres decir que no soy perceptiva?”. Como vio que no iba a ceder, la hermana Chen no dijo nada más. Mis compañeros de trabajo luego evaluaron y entendieron el asunto. Decidieron que no había lidiado con él según los principios y le devolvieron sus deberes al líder de equipo. El trabajo del equipo se vio afectado porque los deberes pasaron de unas manos a otras y yo me sentí un poco avergonzada entonces. Me daba cuenta de que fui arrogante y de que no seguí los principios, pero aun así no busqué la verdad ni me puse a reflexionar.

Un mes después, la iglesia tuvo una tarea importante y debían elegir a alguien apropiado de nuestro grupo de compañeros. Me sentía muy feliz en ese momento. En términos de calibre y de experiencia laboral, me sentía mejor que los demás, y supuse que votarían por mí. Para mi sorpresa, cuando anunciaron los resultados, no me eligieron a mí. No obtuve ni un solo voto. El corazón me dio un vuelco y de pronto sentí que mi mundo se ponía de cabeza. ¿Cómo pudo haber ocurrido eso? ¿Por qué nadie había votado por mí? ¿Era porque no tenían criterio? En el fondo, en verdad quería saber por qué, de modo que les pedí que me dijeran cuáles eran mis defectos. Cuando vi que la hermana Zhou quería decir algo y dudó, les dije: “Si me han visto fallar en algún aspecto, díganlo. Hablemos abiertamente”. Solo entonces se armó del valor para decir: “Creo que eres especialmente arrogante y santurrona, y no aceptas las sugerencias de los demás. Además, siempre nos tratas con prepotencia y, siempre que estoy contigo, tengo un poco de miedo y siento que me agobias”. Otra hermana bajó la cabeza y dijo: “A mí también me agobias. Creo que eres muy arrogante, que menosprecias a todos. Como si fueras la única que puede ocuparse del trabajo de la iglesia, que puede hacerlo todo y como si nadie más fuera ni remotamente capaz”. La hermana Chen agregó: “Creo que eres bastante presuntuosa y no buscas ni la verdad ni los principios en tu trabajo. Tampoco aceptas la opinión de los demás y crees que tú debes tener la última palabra en todo. Tiendes a decidir las cosas arbitrariamente y sola”. Una por una, mis compañeras dijeron que era arrogante y que las había coartado. Negándome a aceptarlo, pensé: “Todas dicen que soy arrogante y que las coarto. Bueno, entonces ¿por qué no admiten que no se han hecho responsables de su deber? De acuerdo. A partir de ahora, pase lo que pase, cerraré la boca. Hagan lo que quieran”. Esa noche, me la pasé dando vueltas en la cama sin poder dormir. Siempre creí que era de buen calibre y capaz en mi trabajo, por lo que era normal ser un poco arrogante. Mis hermanas y hermanos no deberían pensar que era tan mala. Nunca había imaginado que creyeran que era arrogante y totalmente carente de razón. ¿Quién se habría imaginado que se sentían tan abrumadas y heridas? Entre más lo consideraba, más me alteraba. Mis hermanos y hermanas sentían tanta aversión y odio hacia mí que me sentí como una rata callejera: odiada y rechazada. Era imposible que Dios salvara a alguien como yo. Me volví muy negativa. Angustiada, le oré a Dios sin parar. Dije: “Dios, sufro mucho y no sé cómo vivir esto. Por favor, esclaréceme para que pueda entender Tu voluntad”.

La mañana siguiente, encendí mi computadora y escuché una lectura de las palabras de Dios: “Haber fallado y caído varias veces no es algo malo, ni lo es quedar en evidencia. Ya sea que hayas sido tratado, podado o expuesto, debes recordar esto en todo momento: ser expuesto no significa que estés siendo condenado. Ser expuesto es algo bueno; es la mejor oportunidad para que te conozcas. Puede traer a tu experiencia de vida un cambio de marcha. Sin él, no tendrás ni la oportunidad, ni la condición ni el contexto para poder alcanzar un entendimiento de la verdad de tu corrupción. Si puedes llegar a conocer las cosas que hay dentro de ti, todos aquellos aspectos están profundamente ocultas en tu interior que son difíciles de reconocer y de desenterrar, entonces esto es algo bueno. Poder conocerte realmente es la mejor oportunidad para que enmiendes tus caminos y te conviertas en una nueva persona; es la mejor oportunidad de que obtengas nueva vida. Cuando realmente te conozcas, podrás ver que, cuando la verdad se convierte en la vida de alguien, es algo realmente precioso, y tendrás sed de la verdad y entrarás en la realidad. ¡Esto es algo verdaderamente grandioso! Si puedes aprovechar esta oportunidad y reflexionar sinceramente sobre ti mismo y obtener un conocimiento genuino de ti mismo cada vez que falles o caigas, entonces en medio de la negatividad y la debilidad, podrás levantarte. Cuando hayas cruzado este umbral, entonces podrás dar un gran paso adelante y entrar en la realidad-verdad(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Para ganar la verdad, debes aprender de las personas, los asuntos y las cosas que te rodean). Me conmoví mucho al reflexionar sobre las palabras de Dios y mis lágrimas no dejaban de correr. Sentí que al crear ese tipo de ambiente en el que mis hermanos y hermanas me habían podado y habían tratado conmigo tan severamente, Dios no me había eliminado ni avergonzado a propósito. En vez de eso, como en verdad era tan arrogante y necia, Dios quiso usarlo como un tipo de castigo para despertarme y forzarme a reflexionar sobre mí justo a tiempo, para que pudiera arrepentirme y cambiar. Dios me estaba salvando. Al darme cuenta de eso, me sentí muy liberada y ya no malinterpreté a Dios. Le oré, entonces dispuesta a aprovechar la oportunidad de la autorreflexión y de conocerme.

Luego busqué algunas de las expresiones de Dios en las que habla del carácter arrogante del hombre. Dios dice: “Si realmente posees la verdad en ti, la senda por la que transitas será, de forma natural, la senda correcta. Sin la verdad es fácil hacer el mal, y no podrás evitar hacerlo. Por ejemplo, si existiera arrogancia y engreimiento en ti, te resultaría imposible evitar desafiar a Dios; te sentirías impulsado a desafiarlo. No lo haces intencionalmente, sino que esto lo dirige tu naturaleza arrogante y engreída. Tu arrogancia y engreimiento te harían despreciar a Dios y verlo como algo insignificante; causarían que hagas alarde de ti mismo, que te exhibas constantemente y que al final te sentaras en el lugar de Dios y dieras testimonio de ti mismo. Finalmente, considerarías tus propias ideas, pensamientos y nociones como si fueran la verdad a adorar. ¡Ve cuántas cosas malas te lleva a hacer esta naturaleza arrogante y engreída!(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo buscando la verdad puede uno lograr un cambio en el carácter). “La arrogancia es la raíz del carácter corrupto del hombre. Cuanto más arrogante es la gente, más propensa es a oponerse a Dios. ¿Hasta dónde llega la gravedad de este problema? Las personas de carácter arrogante no solo consideran a todas las demás inferiores a ellas, sino que lo peor es que incluso son condescendientes con Dios. Aunque algunas personas, por fuera, parezcan creer en Dios y seguirlo, no lo tratan en modo alguno como a Dios. Siempre creen poseer la verdad y tienen buen concepto de sí mismas. Esta es la esencia y la raíz del carácter arrogante, y proviene de Satanás. Por consiguiente, hay que resolver el problema de la arrogancia. Creerse mejor que los demás es un asunto trivial. La cuestión fundamental es que el propio carácter arrogante impide someterse a Dios, a Su gobierno y Sus disposiciones; alguien así siempre se siente inclinado a competir con Dios por el poder sobre los demás. Esta clase de persona no venera a Dios lo más mínimo, por no hablar de que ni lo ama ni se somete a Él” (La comunión de Dios). Al leer las palabras de Dios, me sentí muy angustiada e incómoda, y un poco asustada. Vi que había estado viviendo con mi carácter arrogante, que no solo coartaba y hería a los demás, y era incapaz de tener una interacción con ellos, sino que, primero que nada, no había habido un lugar para Dios en mi corazón y no lo había venerado. Tendía a hacer el mal y a resistirme a Él en cualquier momento. Consideré cómo, desde que había cumplido con el deber de líder, había creído que tenía buen calibre y podía cumplir con el trabajo, por lo que admiraba mucho mi desempeño. Al trabajar con otros, siempre me creía superior a ellos, los mandoneaba y los coartaba. Cuando mis compañeros sugerían algo distinto, nunca busqué los principios de la verdad. Creí que, ya que tenía experiencia y un buen ojo para las cosas, podía obligar a los demás a hacer lo que yo decía. Era como si viera mi punto de vista como la verdad, el estándar, por lo que todos los demás debían obedecerme. Lo que más me asustó era que había limitado a los demás al grado de que no se atrevían a expresar su punto de vista. Pero no me había dado cuenta de nada, incluso pensaba que los demás estaban de acuerdo conmigo. Creerme tan superior de carácter y de aptitudes provocó que me pusiera sobre mis hermanas y hermanos sin querer, al grado de que remplacé a un líder de equipo sin comentarlo con mis compañeros. Cuando la hermana lo mencionó, lo disputé y discutí. Vi que sí había sido extremadamente arrogante. No veneraba a Dios ni me sometía en lo más mínimo, ni había considerado si beneficiaba la obra de la casa de Dios. Solo había actuado unilateral y arbitrariamente de acuerdo con mi carácter arrogante, había afectado la obra de la casa de Dios y les había hecho mucho daño a mis hermanos y hermanas. ¿Cómo iba a ser eso cumplir con mi deber? Ahora que lo pienso, creí que era responsable en mi trabajo, pero solo era una dictadora arrogante tratando de satisfacer mi codicia de poder. Realizaba actos malvados y me resistía a Dios. Después, me pregunté muchas veces cómo fue que había sido capaz de tal arrogancia desenfrenada que tomé una senda de hacer el mal y de resistirme a Dios. Solo al reflexionar sobre mí misma me di cuenta de que me habían dominado los venenos satánicos como “Yo soy mi propio señor en todo el cielo y la tierra” y “Destacar entre los demás y honrar a los antepasados”, al grado en que siempre había tratado con prepotencia a los demás, desde niña, y en todo lo que había hecho, había intentado que los demás me hicieran caso y giraran a mi alrededor para que se centraran en mí. Parecía que era la única manera de demostrar que era capaz y era la única forma valiosa y significativa de vivir. Y ahora, finalmente descubrí que es debido a que siempre viví con esos venenos satánicos que mi naturaleza arrogante se salió de control y vivía sin una pizca de humanidad. No solamente había coartado y dañado mucho a la gente, sino también afecté el trabajo de la iglesia. Solo entonces supe de verdad que “Yo soy mi propio señor en todo el cielo y la tierra” y “Destacar entre los demás y honrar a los antepasados”, esos venenos de Satanás son falacias. Son absurdos y malignos, y solo pueden corromper y dañar a la gente. Antes siempre pensaba que ser superior y que la gente girara alrededor de mí era algo para gozar. Luego, al fin vi claramente que vivir con esos venenos satánicos era como vivir como un fantasma. Nadie quería acercárseme. Irritaba a la gente y Dios me despreciaba mucho más. Estos eran los frutos amargos de vivir con los venenos de Satanás. Pensé en cómo, al principio, el arcángel había sido extremadamente arrogante y, al intentar estar a la par de Dios, trató de tomar el control sobre todo. Al final, ofendió el carácter de Dios, Él lo maldijo y lo arrojó por el aire. Al coartar arrogantemente a mis hermanos y hermanas y creer siempre que los demás debían hacerme caso, ¿no mostraba que mi carácter era idéntico al del arcángel? Cuando pensé eso, finalmente me di cuenta de lo aterrador que era vivir con un carácter arrogante. Si Dios no hubiera creado este tipo de ambiente para mí, definitivamente aún seguiría cumpliendo con mi deber con arrogancia, y quién sabe qué maldades habría cometido, por las que terminaría ofendiendo el carácter de Dios y siendo castigada. Después de percatarme de esto, le oré a Dios: “Dios, ya no quiero vivir con un carácter arrogante resistiéndome a Ti. Deseo buscar la verdad para resolver mi arrogancia y arrepentirme genuinamente ante Ti”.

Leí un pasaje de las palabras de Dios que dice: “Una naturaleza arrogante te hace arbitrario. Cuando la gente tiene este carácter arbitrario, ¿no es proclive a ser arbitraria e imprudente? Entonces, ¿cómo corriges tu arbitrariedad e imprudencia? Cuando tienes una idea, la cuentas, dices lo que piensas y crees al respecto y luego se lo comunicas a todo el mundo. En primer lugar, puedes aclarar tu punto de vista y buscar la verdad; este es el primer paso que pones en práctica para superar este carácter arbitrario e imprudente. El segundo paso se produce cuando otros expresan opiniones contrarias, ¿qué práctica puedes adoptar para evitar ser arbitrario e imprudente? Primero debes tener una actitud de humildad, dejar de lado lo que crees correcto y permitir que todos hablen. Aunque creas que lo que dices es correcto, no debes seguir insistiendo en ello. Esa, para empezar, es una suerte de paso adelante; demuestra una actitud de búsqueda de la verdad, abnegación y satisfacción de la voluntad de Dios. Una vez que tienes esta actitud, a la vez que no te apegas a tu propia opinión, oras. Como no distingues el bien del mal, dejas que Dios te revele y diga qué es lo mejor y lo más adecuado que puedes hacer. Mientras todos comparten juntos, el Espíritu Santo les otorga esclarecimiento” (La comunión de Dios). En las palabras de Dios encontré una senda de práctica: me tope con la situación que me tope, debo venerar a Dios y someterme ante Él. Primero, debo orar a Dios y buscar la verdad, y luego debo comentarles mis ideas a mis hermanos y hermanas para que todos las evaluemos y charlemos. Aunque crea que tengo la razón, debo negarme y abandonarme conscientemente, escuchar más las opiniones de mis hermanos y hermanas y ver qué concordará más con la verdad y beneficiará la obra de la iglesia. Después de eso, en una reunión, me abrí ante mis hermanos y hermanas, les revelé mi corrupción y me disculpé por haberlos dañado y coartado. No hicieron ningún escándalo. Se abrieron y hablaron conmigo y sentí que se me quitó un gran peso de encima. Después de eso, durante charlas del trabajo, les pedía activamente que expresaran su punto de vista. Y cuando había distintas sugerencias, las analizábamos y charlábamos hasta llegar a un consenso. Gradualmente, mis hermanos y hermanas dejaron de sentir que los coartaba y la atmósfera de nuestra cooperación se volvió mucho más armoniosa.

Un día, hablaba del trabajo con una hermana con la que me habían emparejado. Dijo que les había escrito a los líderes una carta sobre algunos problemas en la iglesia y les había contado de las dificultades enfrentadas en nuestras tareas y cómo las habíamos vivido. Al oír eso, mi carácter arrogante volvió a asomar su fea cabeza. Pensé: “Basta con que lo hayamos hablado en nuestras reuniones recientes. No hace falta escribir una carta”. Cuando estaba a punto de ponerla en su lugar, recordé lo increíblemente arrogante que había sido. Siempre quería que los demás hicieran todo lo que yo deseaba, por lo que mis hermanos sentían que los coartaba, y yo no vivía una semejanza humana. Así que le oré en silencio a Dios y me di la espalda porque ya no quería seguir viviendo con mi carácter arrogante. Tenía que poner en práctica la verdad. Después de eso, me di cuenta de lo maravilloso que fue que esa hermana asumiera la responsabilidad de comunicarse con nuestros líderes sobre el trabajo, por lo que no debía refrenarla. Debía ayudarle a escribir bien esa carta. Cuando me di cuenta de eso, mi tono se suavizó y pude comunicarme con ella pacientemente sobre los problemas en nuestro trabajo y escuchar más sus puntos de vista. Me pareció que estaba equivocada en algunos puntos, pero me abstuve de juzgarla ciegamente. Supuse que debía analizarlo antes de hablar. Entonces descubrí que algunas de las cosas que ella había mencionado yo nunca las había considerado. Me sentí un poco avergonzada. Vi lo increíblemente arrogante que había sido, siempre limitando a mis hermanos y hermanas para que no pudieran hacer sus papeles en sus deberes. De hecho, todos ellos tenían puntos fuertes. Si no hubieran estado trabajando conmigo, nunca habría podido cumplir con mis deberes sola. Luego, hicimos juntas un resumen de los problemas y, después de pulir la carta, la enviamos. Al cumplir con nuestros deberes después de eso, siempre que mi carácter arrogante volvía a asomarse, le oraba conscientemente a Dios, me abandonaba a mí misma, y comentaba las cosas y charlaba más con los demás. Nuestra cooperación mejoró mucho y me sentí más tranquila y aliviada. Sentí que cumplir con mi deber de ese modo era fantástico. Que una persona tan arrogante como yo haya cambiado un poco en verdad fue fruto de vivir el juicio y el castigo de las palabras de Dios.

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